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Siempre ha habido una tendencia a rememorar los números redondos, una ancestral dependencia
que, de alguna manera, es razonable y justa. Tanto los fastos cuanto los nefastos es útil, bueno y
necesario, por razones diferentes, contrapuestas.
Cuando el país entero recordó el trigésimo aniversario del infame golpe, fue una comunión
nacional para hacer saber que jamás, por causa alguna, deben dejarse
resquicios para que los usurpadores, siempre sujetos peligrosos y
cobardes, se cuelen por la debilidad de los sectores populares.
Pero sí corresponde señalar que los radicales, que obramos tanto en el gobierno cuanto en la
oposición con códigos de conducta hemos sido al igual que el resto de los argentinos,
beneficiarios de esa libertad, de esta democracia. Pero, a la vez hemos sido víctimas, pues los
radicales, si procedemos como tales, no hacemos trampa, no arrojamos nafta sobre las brasas,
no pisoteamos las instituciones, casi al punto de permitir que se transformen en cenizas.
Con yerros y aciertos transitamos un sendero de paz y de armonía. Otros no lo hacen. Llegado
el radicalismo al gobierno, pareciera que para el otro gran partido popular, las consignas son
trabarlo, ponerle piedras, destruir al adversario, festejar si fracasa y contribuir con
entusiasmo, digno de mejor causa, a ese fracaso
Es una manera diferente de practicar la vida cívica. No se puede andar comprando voluntades,
lo cual quiere decir, lisa y llanamente que hubo radicales que dejaron de serlo, por haber
traicionado a su partido en un momento difícil. Y tales sujetos ¿para quiénes son confiables?
¿Quién puede confiar en el que traiciona? No en vano aquella regla de oro del viejo romano
imperio que disponía “¡Roma no paga traidores!” se cumplió. Simplemente los alquilaba, los
usaba y los tiraba. Sabían muy bien, lo saben hasta los chicos más chicos, que quien traiciona
una vez traiciona dos, traiciona ciento.
Es entonces la nuestra, la radical, una visión diferente a la de quienes gozan, a los que se
relamen y regodean con el poder, por el poder en sí. Por el “ordeno y mando” que tanto gustaba
al Generalísimo, que no era, precisamente un demócrata.
Ellos gozan simplemente por no haber golpes, si estuviésemos nosotros –lo han hecho más de
una vez- se dedicarían, de cualquier manera, a derribarnos. No creen, allá en el fondo ni en la
libertad, ni en las instituciones de le República. Hacen creer que creen, respetando las fachadas,
los plazos, la manera de jurar. Pero tratan de engullir y engullir para que en la República haya
un pensamiento único. Lo acaban de demostrar en San Salvador de Jujuy, a querer arrebatar un
triunfo radical. Es una costumbre, como un tic…
Pero, todos, todos, nos igualamos en el festejo. Nosotros en serio y la enorme mayoría de los
otros, muy en serio, también. Son los jefes del equipo los grandes actores (actores de teatro, con
perdón de los artistas verdaderos) que actúan sobre un escenario, la República, y sus dramas,
desde muy lujosos escenarios mientras cientos de miles de chiquilines lloran pidiendo un
mendrugo, haciendo juegos malabares en las esquinas, peligrando sus vida delante de autos y
camiones.
Sin embargo, pese a la alegría del aniversario que supera todo lo demás, los radicales debemos,
en voz alta y clara, hacer nuestra propia y severa mirada introspectiva. Analizar cada paso que
hemos dado, tanto como personas individuales, cuanto como una entidad colectiva, que bien
definía, en su tiempo el viejo Don Hipólito, algo así como “la Nación en marcha”.
¿Lo seguimos siendo? ¿No se nos han pegados vicios que nos eran ajenos? ¿No nos hemos
“achanchado”, para no decir aburguesado que va por otro andarivel?
Podrán venir desde Francia, Chile o tal vez desde Chechenia-Ingusetia a darnos palmaditas en la
espalda, podremos entonar con fervor la Marcha. ¿Pero no sentimos, acaso, cierta tristeza por lo
que hemos perdido (y para nada me refiero al poder), por algunas ilusiones diluidas y creer,
algunos, con torpeza suma y grotesca, que el tener mucha historia y mucha tradición nos hace
daño, como si fuese una bola unida a un grillete que nos retarda para llegar a los comederos
donde pacen los apurados, los angurrientos, los insaciables?
Algo hemos perdido ¿Puede, acaso ser negada tal cosa? Nos lo dicen muchos correligionarios,
otros lo escriben en sus cartas. Nuestra presencia electoral es casi invisible en distritos muy
grandes y hacemos como si no nos diésemos cuenta y varios de sus dirigentes lo son de nombre,
pues carecen de “dirigidos” y algunas de sus acciones en vez de orientar, desorientan y
espantan.
Hemos perdido, por lo menos, en una ocasión trascendente la capacidad de encontrar un radical
para que sirva de estandarte a los radicales, y anduvimos como los españoles del siglo XIX
buscando un rey, hasta encontrar nuestro Amadeo de Saboya en la persona del ágil
contorsionista político que es Lavagna, que llegó a decir que el relapso radical A. Frondizi fue
uno de los más grandes estadistas ¿del planeta?
Hemos sido crueles con los mártires radicales que a lo largo de décadas,
dieron su vida por una causa preñada de ejemplaridades y. como veletas,
marchamos hacia cualquier parte, y tuvimos ministros deshonrantes, cual
Cavallo y algunos otros. Y nos seguimos haciendo los perfectos. No
queremos asumir las culpas objetivas que tenemos, para que el pueblo nos
vuelva a creer, para que se vuelva a enamorar de esta causa. Es verdad que
no perseguimos a nadie, que a nadie expulsamos del Parlamento, que no
establecimos la censura ni el estado de guerra interna…. Eso no lo hicimos y
nuestros adversarios sí, y algunas otras cosas. No es comparable del todo
Cavallo con López Rega, es cierto.
Pero hemos premiado a los sirvientes de Cavallo, a los que votaron cada porquería que les
ordenó Cavallo, cuando De la Rúa le hizo dación del poder, salvo tener el bastón, la Quinta y
los haberes. Hemos votado poderes extraordinarios. Y eso es una porquería, no importa quien la
haga. Algún ex senador nacional, radical de ficha, dijo por TV que tenerlo a Cavallo “era una
gloria”.
El pueblo, cada argentino, radical o no, esperaba de los radicales que nos comportásemos como
tales. Y no lo hicimos. Si, algunos lo hicieron, seguramente los más. Pero varios jefones
manejados como títeres y hoy escondidos en sus predios suburbanos, nos llenan de vergüenza,
de dolor y solamente sirven para que el pueblo se aleje de nosotros.
Debemos en estos veinticinco años, festejarlos con un juramento: no más internismo idiota,
tramposo y cretino. No más desesperaciones furibundas por candidaturas que, en ocasiones, son
ocupadas por personas que no hacen absolutamente nada en ellas. Aflojar los tornillos con los
que algunos están adheridos para siempre, que no son puestos de lucha, que a veces hasta se
heredan de padres a hijos, de marido a mujer, de hermano a hermano, sin pasar siquiera un par
de años, que justificarían militancias y capacidades extraordinarias. No es la exaltación del
parentesco el mérito que surge de la práctica aquella de Nepote. Hay grandes radicales que no
son parientes de nadie que sea importante. Eso tenemos que volver a descubrirlo, por ejemplo.
Los partidos en agraz, esos protopartidos que se generan en torno a figurones que luego se
marchan de lo mismo que han creado, como López Murphy y Carrió, hacen más ruido, pues
como tienen mandamases, no pierden tiempo en pelearse entre sí, como lo estamos haciendo
nosotros, bailando en medio de un posible rito final: el nuestro, si no abrimos los ojos de una
vez y no advertimos que estamos, sin exagerar, al borde de un precipicio.
En esa Argentina, que deriva de Puerto Madero a la Villa 31, a los alojamientos en los hoteles
más caros del mundo y los ranchos más miserables de Sudamérica, entre una especie de batalla
entablada entre el Poder Ejecutivo y ese ente multiforme que produce lo que comemos, que es
el campo, entre piqueteros de pelajes varios, entre maestros malpagos, algunos aplastados por
una 4 x 4, que no era de un campesino, y chicos pobreando que comen en la escuela, que se ha
vuelto restaurante para pobres de solemnidad, así trascurre la vida nacional.
El miedo al terror estatal se ha vuelto terror al miedo a ser asaltado o mutilado en cualquier
sitio. Hasta hemos tenido la desgracia de incorporar al incorpóreo humo como susto nacional,
que nos ha llevado nuevamente a la fama universal.
Y queremos, de corazón, que haya todo eso que ya está para siempre en una República:
dignidad para todos. Que no haya rehenes directos o disimulados. Dejemos de torturarnos entre
nosotros. No hay mucha historia, como neciamente se ha dicho, no hay muchas tradiciones,
como infamemente se ha escrito. ¡Ojalá fuese así! ¡Ojalá estuviesen los ejemplos y la alegría
con la que siempre luchamos, pues sería la garantía del triunfo, que no se alcanza mandando,
sino sembrando
Enrique Pereira
Secretario de Formación Política del Comité Nacional de la Unión Cívica Radical.