De la relación con la lengua escrita de los alumnos y sus
familias
Nuestros alumnos son jóvenes de 15 a 30 años con retardo mental moderado.
En su gran mayoría pertenecen a familias de clase media baja. Estos padres ingresaron a la educación estatal en los primeros meses de vida de su hijo para que éste recibiera estimulación temprana. Luego de la primera desilusión por el hijo llegado, que no correspondía al hijo esperado, comienzan a transitar un camino de ilusiones y expectativas fomentadas y avaladas por la escuela. Es la etapa que se puede sintetizar con la frase docente: “Puede hacer lo mismo que los otros chicos, nada más que más lento. Necesita más tiempo”. Y sí, el niño se sienta unos meses más tarde, si habla lo hace con un vocabulario más limitado y controla esfínteres, también más tarde. Hasta aquí la frase parece reflejar la realidad aunque en el interior de los padres se acrecienta la ilusión de que el retardo mental se cura con los años como si se tratara de una enfermedad. El niño comienza el jardín de infantes en una Escuela Especial. Para que se “socialice” y aprenda junto a otros chicos, se lo integra a un Jardín de Infantes de Educación Común. Los padres siguen alimentando la esperanza…de alcanzar la normalidad y con ella la adquisición de la escritura y la lectura. Los padres han ido menguando sus ilusiones respecto del aprendizaje de la escritura y la lectura durante el transcurso de la Escuela Primaria Especial. Cuando sus hijos llegan a los quince años ingresan a la Escuela de Formación Laboral, sus expectativas no son las mismas que al principio de su escolaridad, empiezan a tener conciencia de sus limitaciones de aprendizaje experimentando una gran desilusión y sólo esperan que en la Escuela “practiquen” para que no olviden lo que ya saben, como si el ejercicio repetitivo garantizara la adquisición de la escritura y la lectura. Creencia que tiene su raíz en una pedagogía positivista en la que ellos han sido educados. Desde esta concepción, hay muy poco margen para que sus hijos aprendan y se desarrollen, de ahí la desilusión que lleva implícito el abandono por parte de la familia de incorporar naturalmente al mundo letrado a este joven teniendo para ellos una consecuencia nefasta: ya no lo participan, ni promueven actividades culturales junto a él. Esta vivencia de los padres ha quedado plasmada en las respuestas que dieron en la encuesta llevada a cabo en el 2008 “Padres junto a la Escuela” donde se les preguntaba qué esperaban de la Escuela en materia de enseñanza, qué creían que necesitaban aprender sus hijos, si compartían lecturas, o realizaban actividades culturales con ellos, qué otro tipo de actividades promovían para que desarrollasen sus hijos, si tenían en cuenta el encuentro con otros jóvenes, etc.