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BARÁN
Cuando Ricardo Piglia anuncia que un cuento siempre cuenta dos historias –un relato
visible encierra otro secreto, afirma -, se está refiriendo, sin saberlo quizás, a lo hecho por
Spencer Holst en su corta, singular y perdurable obra. Este neoyorkino que deambulaba
por radios e iglesias leyendo sus relatos cual moderno rapsoda, sabía que el grueso de su
público –mendigos, desempleados, jóvenes desorientados – tendría la percepción de
detectar el mensaje dentro de cada una de sus historias. Historias que dentro de su
simpleza abarcaban todo el inmenso capítulo de los deseos y debilidades del género
humano.
El murciélago del relato es una joven rubia, hermosa, de cándidos ojos azules; es
observada con absorta admiración por un barman gordo, de cara colorada, mientras
ambos comparten el mismo vagón del subte metropolitano. En la formación de la trama
narrativa, el autor sigue sorprendiéndonos: inicia una conversación en segunda persona
con “sus” lectores, anticipándose a posibles reproches de un desenlace desfavorable a tan
desigual pareja. Apela con énfasis en segunda persona a su clara intención de no provocar
la infelicidad de su personaje.
En Holst, una vuelta a la oralidad milenaria es su verdadera excusa para llevarnos a
entender los efectos de sentido que él busca. Nos advierte que el barman sufrirá meses
horribles y años de tristeza, aunque siempre quedará agradecido por aquella noche
mágica. Magia que lo llevará a perseguir a la joven rubia, tenerla en sus brazos, besarla y
caminar juntos del brazo mirando los fuegos artificiales y la multitud.
Inventar una narración significa, en principio, inventar un narrador. Cada relato tiene su
particular manera de ser narrado, un ritmo y un tono, escondiéndose detrás de estos
elementos la figura discursiva del narrador, “un fenómeno de voz” (Genette, 1989). Para
Genette, podemos estudiar el relato como expansión del verbo, como significante o
enunciado de una compleja trama de relaciones que constituyen el acto narrativo. Y
valiéndose del célebre triángulo de Todorov –narración/relato/historia -, analiza este acto
por medio de tres categorías bien definidas: tiempo (orden, duración y frecuencia de los
sucesos narrados) ; nivel narrativo y persona.
NIVEL NARRATIVO. Genette afirma que entre los episodios que ocurren “dentro” y
“fuera” del relato existen distancias o diferencias de nivel: son los niveles narrativos. El
Murciélago Rubio ocupa un primer nivel en su clasificación, denominándola narración
intradiegética ya que toma todo el aspecto de una transmisión oral, contada desde el punto
de vista de un narrador intradiegético. Recordemos que la narración es el acto de
introducir en una historia, por medio de un discurso, el conocimiento de otra situación.
La metalepsis narrativa es toda transgresión del paso de un nivel a otro. El principio de la
metalepsis es: “ toda intrusión del narrador o del narratario en el universo diegético.”
Aquí el narrador parece dirigirse al narratario fuera de la historia , y de acuerdo a Booth
(1978) podríamos denominar a este narrador “dramatizado” y que no interviene en la
ficción salvo en sus promesas anticipatorias. Como en cualquier acto comunicativo, se
trasluce su subjetividad de hablante y la distancia nula marcada respecto al autor.
Lo anteriormente señalado nos conduce a lo que se conoce como función ideológica, que
indudablemente está controlada por el narrador y aparece en los tramos explicativos y
justificativos de hechos venideros. En otros discursos literarios también se presenta como
formas didácticas y comentarios autorizados de la acción que evidencian la intervención
directa del narrador en relación a la historia que se cuenta. Lo que otrora fuera llamado
“fábula” por los formalistas y hoy se entiende como “discurso” es lo que le da concreción
y organización al relato. A partir de los estudios de los postestructuralistas (entre los que
se incluye Gerard Genette) se le ha dado a esta palabra una extensión conceptual que le
permite designar otras formas narrativas. Sin embargo, todas estas nuevas variantes de
significación –cine, videos, chats, etc.- no desdicen toda vuelta a las fuentes como lo es el
modelo narrativo coloquial. Holst le imprime en este cuento una dinámica que se apropia
de nuestra atención y no nos deja desatarnos hasta el final no por sorpresivo menos
lógico. Desde el ya apuntado sintagma inicial (Hoffmann señalaba que el Había una vez
nos “predisponía a ”, “nos preparaba para”) se nos pide que nos sentemos cómodamente y
escuchemos en la voz de este amigo de toda la vida una breve historia entre un barman
gordo y su bella princesa.