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NIETZSCHE INTRODUCCION

El pensamiento europeo en el siglo XIX

El siglo XIX es el siglo del romanticismo, que se caracteriza, más o menos, por lo
siguiente:

1. Interés por la vida interior del hombre.


2. Se valora más el sentimiento que la razón, el orden y la civilización.
3. Se desarrolla un amor por la naturaleza.
4. Se cultiva una gran admiración por lo antiguo o lo remoto.
5. Se produce una aspiración hacia lo infinito.

El siglo XIX es el siglo del idealismo absoluto de Hegel y de la fundación del


positivismo, la sociología y la biología. Nietzsche reacciona contra el idealismo de Hegel y
contra la sociología, en cuanto destacan lo global frente a lo individual del ser humano.
Nietszche se enfrenta también al dominio de la ciencia, defendiendo los valores de lo
irracional. Reacciona también contra el realismo literario que presenta la humanidad como
sufriente y resignada; y contra la nueva ética de Kierkegaard, que propone la aceptación por
el individuo de su responsabilidad ante Dios por medio de la angustia que le origina el
sentimiento de culpa.

La obra de Nietzsche es de notables características literarias y psicológicas —no tanto


filosóficas y metafísicas— y se propone lograr una superación de la moral, pues considera
que ésta lleva hacia un igualitarismo entre los hombres, limitando el desarrollo espontáneo y
natural de las posibilidades creativas individuales. Nietzsche defiende los valores vitales,
basados en la condición natural singular de cada uno, por encima de los valores morales que
tienden a uniformizar a las personas en base a su condición común racional de seres
humanos.

En la filosofía de Nietzsche podemos encontrar rasgos ideológicos que


identificaríamos con el fascismo y el nazismo, pero hay que aclarar que esto no significa que
su filosofía sea fascista o nazi, sino que estas ideologías han tomado algunos aspectos del
pensamiento de Nietzsche y los han adaptado a sus fines e intereses.

El pensamiento vitalista de Nietzsche

En todas sus obras, Nietzsche exalta la vida frente a la muerte. En su pensamiento


trata de encontrar las actitudes primarias, originarias, genuinas, naturales del ser humano,
frente a las producidas por la domesticación, la cultura y la civilización. Considera que desde
Sócrates (Platón y la tradición metafísica occidental) la vida humana ha estado sometida a los
imperativos de la razón, que menosprecia los impulsos primarios y más positivos del ser
humano. Piensa que, con la limitación que se impone en virtud de la razón, los débiles
pretenden defenderse de los natural y vitalmente más fuertes. Considera este enfrentamiento
como una lucha entre la vida (lo natural, lo irracional) y la muerte (lo racional, que va contra
la vida espontánea, la creencia en otro mundo más real y más valioso que el mundo en el que
en realidad vivimos). De hecho, Sócrates llega a describir a los filósofos como personas que
no sólo no temen a la muerte, sino que en cierto modo la desean, para poder alcanzar el
estado en que es posible la contemplación directa de la sabiduría.

Nietzsche, aludiendo a la mitología griega, consideró estas dos formas opuestas de


enfrentarse con la existencia como representadas por las categorías de lo apolíneo y lo
dionisíaco —refiriéndose, respectivamente, a los dioses griegos Apolo y Dionisos. Apolo es
el dios de lo bello, ideal o aparente (sueño), proporcionado, limitado, mesurado («de nada
demasiado»), equilibrado, ordenado, etc. Por el contrario, Dionisos es el dios de lo natural, lo
confuso (embriaguez), lo infinito, desmesurado, atenta contra todo orden y medida, etc. Lo
dionisíaco acerca al hombre a la naturaleza misma y hace que él mismo se sienta un dios.
Según Nietzsche, originariamente, en el hombre primitivo predominaba lo dionisíaco frente a
lo apolíneo, es decir, la afirmación y exaltación de la vida frente a la muerte. Esta afirmación
de la vida implica tanto el disfrute del placer como la aceptación del dolor, no con
resignación, sino como algo connatural y necesario en el propio brotar de la vida (no hay
parto sin dolor). Este dolor no necesita redención, ni es preciso justificarlo por culpa alguna.
Pero fue a raíz de la dialéctica socrática (pensamiento racional) cuando se pierde la
espontaneidad de los griegos y su sentido trágico de la realidad de la vida. El sufrimiento se
considera como una consecuencia de la culpa, que sirve para redimirla.

El enfrentamiento entre la vida y la muerte aparece también, según Nietzsche, en el


cristianismo, al que considera como una moral basada en el resentimiento, instrumento de los
débiles y las minorías (p. ej. cristianos contra romanos) para someter a los poderosos,
reduciéndolos al orden igualitario y produciendo, en realidad, la decadencia de la humanidad
y la negación de la vida.

Crítica de Nietzsche a la metafísica

La era de la razón, iniciada por Sócrates y Platón es la que funda el conocimiento


metafísico, es decir, el intento de superación de la naturaleza, y, con ello, el alejamiento de
ésta. Según Nietzsche, lo que hacen los filósofos, en su intento de fijar la realidad en
conceptos, es, en realidad, fosilizar la naturaleza. Todos los filósofos —excepto Heráclito,
que renunció al ser y al conocimiento, en defensa del cambio continuo y del flujo natural—
prescinden de la sensibilidad y, con ello, momifican mentalmente la realidad. Lo que queda
ya nada tiene que ver con la naturaleza; es lo que llaman ser. Sócrates consideraba la vida en
este mundo como una cárcel que le impedía la contemplación de la Verdad, la Belleza y el
Bien, que se encontraban en otro mundo, en el mundo ideal. Y es, precisamente, mediante la
razón como se propone lograr la evasión de este mundo, para acceder a aquel otro mundo de
ensueño. Algo semejante sucede en el cristianismo, que, por cierto, toma como modelo al
platonismo.

Nietzsche, por el contrario, considera que la verdadera sabiduría se encuentra en la


vuelta a lo primitivo y primario, a lo telúrico (lo que nos une a la tierra, a nuestra naturaleza
más primaria, genuina y elemental), y en la exaltación de los instintos más profundos del
hombre. Según Nietzsche, la captación de la dinámica de la realidad de la vida no es posible
mediante la razón y la inteligencia, que todo lo falsifican (interponiendo intereses o
intenciones ocultas), sino mediante algún tipo de intuición.

La crítica de Nietzsche se dirige no sólo contra Sócrates, el platonismo y el


cristianismo, sino también contra todo el pensamiento y la cultura occidental que se
desarrolló sobre estas bases, incluido lo que entendemos por modernidad: el pensamiento
ilustrado y científico positivo.

Nietzsche, desde su perspectiva vitalista, defiende una concepción positiva de la


ciencia, por encima de la metafísica y la religión, pero no basada en la matemática, la física y
la química, sino en la crítica (psicología desenmascaradora) antropológica e histórica
(referida a la vida humana y con el rigor de la indagación histórica). Para el análisis del
hombre con una perspectiva científica, concibe el hombre, desde la fisiología y la biología,
como producto de una evolución.
NIETZSCHE CONCEPTOS FUNDAMENTALES

LENGUAJE

Nietzsche promueve el análisis del lenguaje y toda manifestación de una cultura como
símbolos de realidades naturales. Considera que a través de los símbolos expresivos de la
antigüedad es posible llegar a descubrir cómo era entonces la vida real. Por ello, se sirve del
análisis del lenguaje y la cultura como método básico para el estudio de la realidad histórica,
la cual entiende como el proceso concreto de los acontecimientos y la vida real.

Por ejemplo, en el estudio de la antigüedad griega, Nietzsche toma como símbolos


contrapuestos más representativos de la vida de aquella época Apolo y Dionisos, dioses que
simbolizan fuerzas contrapuestas en la creación artística y en la realidad de la vida de los
hombres y los pueblos.

Apolo representa el arte plástico perfecto de las formas y la belleza, basado en el


orden, la proporción, la mesura, el equilibrio y, en definitiva, la limitación. Representa
también el comportamiento racional, comedido, correcto —acorde con las normas—,
en las personas y la sociedad. Nietzsche considera que la perfección simbolizada por
este dios representa un mundo ideal, irreal, aparente, que utilizamos para huir de la
realidad y la verdad.

Dionisos, en cambio, representa el arte informe, temporal, efímero, de la música,


basado en el sentimiento, los impulsos, la expresión vital, y que obra de manera
indefinida, sin atenerse a límite alguno. Representa también el comportamiento
irracional, desmesurado, caótico, espontáneo, brutal (animal), vital, natural, y, en
definitiva, real, verdadero.

El análisis etimológico de Nietzsche es, en realidad, un análisis de la historia de las


palabras en su contexto socio-cultural: cómo surgieron, cómo se empleaban y cómo
evolucionaba su uso o valor a través de distintas acepciones en función de la fuerza del grupo
que podía hacerlas valer en tal sentido para provecho propio. Por ello, considera que detrás de
toda constitución de significado o de sentido de las palabras está siempre, en último término,
una voluntad de poder —la del grupo que se impone imponiendo su lenguaje, su cultura, sus
valores, etc.—, como manifestación de una fuerza vital natural por la que una forma de vida
tiende a desplegarse y enriquecerse a costa de otras fuerzas inferiores que quedan sometidas o
asumidas. Al aceptar éstas inconscientemente las significaciones de las palabras propuestas
por aquélla, lo que resulta es que se adaptan a la forma de ver las cosas que tienen los más
poderosos.

La mediación de la voluntad de poder en la constitución de las significaciones o


valores de las palabras hace que sea preciso el análisis histórico-lingüístico para descubrir lo
que efectivamente hay detrás de cada palabra en cada momento y lugar, pues una misma
palabra puede tener una carga significativa muy distinta en diferentes comunidades.

Por ejemplo, en latín y en alemán el significado de 'moral' —y, con ello, de lo que se
considera bueno o correcto— (en alemán sittlich), está asociado a 'lo que se acomoda a la
costumbre (en latín mos, moris, y en alemán Sitte). Esto evidencia el intento de cada grupo de
hacer prevalecer sus propias costumbres, considerando bueno sólo lo que se adapta a ellas, y
malo todo lo ajeno. Pero, precisamente por lo mismo, cuando una comunidad se impone
sobre otra, produce una inversión en la significación de estos conceptos, de manera que
propone como malo lo que, sin embargo, era acostumbrado hasta su imposición, y bueno lo
que ella misma impone en adelante. Por ello, Nietzsche llama la atención sobre el hecho de
que todo lo bueno alguna vez debió ser desacostumbrado y aparecer con el desagrado de la
mala conciencia. La vinculación del valor de los valores con las condiciones y circunstancias
históricas lleva, cuando menos, a una concepción relativista de la moral; pero la crítica de
Nietzsche va, en realidad, aún más allá, hasta proponer una superación de toda moralidad.

[Añadir: Lenguaje como metáfora, creación humana, representación de la realidad sin


pretensión de verdad, sino de ofrecer una visión personal, estética]. PARA ESTO VER LOS
APUNTES RELATIVOS A SOBRE VERDAD Y MENTIRA EN SENTIDO
EXTRAMORAL

VOLUNTAD DE PODER

El pensamiento vitalista evolucionista de Nietzsche concibe la realidad —la vida—


como un proceso natural continuo de transformación y superación. Para Nietzsche, la vida es
«aquello que siempre tiene que superarse a sí mismo». Así también, la vida humana, el
hombre, es «algo que debe ser superado». Pero su concepción evolucionista sobre el ser
humano no es meramente física o biológica, sino que atiende también a los factores culturales
y sociales, y considera que el hombre mismo participa en el proceso de su autosuperación.

Teniendo esto en cuenta, se puede decir que Nietzsche concibe la voluntad de poder
como la vitalidad, la vida misma o la fuerza vital que hay en toda realidad viviente, por la que
éste se afirma o mantiene en la vida desarrollándose y extendiéndose cuanto le es posible por
su propio impulso vital y a costa de otros vivientes inferiores. Todo viviente aprecia y se
apodera de cosas ajenas para seguir viviendo (vivir más, vivir mejor). Ese apreciar y
apoderarse son manifestación de su voluntad de poder. La voluntad de poder es la síntesis de
todos los impulsos o apetencias vitales del viviente. La voluntad de poder no es propiamente
y concretamente ambición del poder, sino afirmación espontánea de la propia vida que tiende
por sí misma a desplegarse en diversas direcciones según sus aspiraciones naturales. La
voluntad de poder no es una aspiración concreta, sino la base de toda aspiración vital. En el
ser humano debe entenderse referida no sólo a su vida física o biológica, sino a todos sus
aspectos, y, por tanto, también a lo social y cultural, en la medida en que su vida se desarrolla
también en estos ámbitos.

La voluntad de poder es un impulso inconsciente de todo lo viviente a superarse,


produciendo nuevas y más elevadas formas de vida, mediante la libre expansión de su fuerza
y energía, a costa del sacrificio y la inmolación de formas inferiores. Es connatural a la vida
el sacrificio, la muerte, el dolor, para producir sobre ellos nueva vida («no hay parto sin
dolor»). El dolor está unido inseparablemente a la creación. La vida es así. Esto constituye el
sentimiento trágico de la vida, y una visión romántica del vivir. Pensar en una vida cómoda
—feliz— es una actitud decadente, negadora —nihilista.
HOMBRE Y SUPERHOMBRE

Nietzsche, por el planteamiento vitalista e intuicionista de su filosofía, no se propone


analizar abstractamente el concepto, la esencia o la naturaleza del ser humano en general,
como compuesto de alma y cuerpo, sino comprender la auténtica y unitaria realidad viviente
humana en toda su integridad y complejidad, con todas sus manifestaciones, para proyectar
eficazmente una superación del hombre en todos los aspectos que lo engrandecen.

No se trata, por tanto, de ver qué es el hombre —con un planteamiento esencialista e


intemporal— y considerarlo como una realidad creada, que pervive individualmente después
de la muerte; sino de ver cómo se ha ido haciendo el hombre dentro del proceso evolutivo y
hacia dónde cabe orientar su evolución superadora —con una perspectiva histórica, con
sentido histórico. En este proceso evolutivo, el hombre se distingue de otros seres vivientes
precisamente por su capacidad de proyección y engrandecimiento del propio vivir humano.
El hombre es capaz de modificar las propias condiciones de vida en las que se desenvuelve,
es capaz de actuar sobre ellas.

Como hemos visto, Nietzsche concibe el hombre como una realidad viviente, y, como
tal, como «algo que debe ser superado», como una realidad en evolución, no sólo biológica
(fisiológica), sino también cultural y social, a través de su capacidad de valorar.

Nietzsche concibe al hombre no como algo fijo y estático, sino como algo dinámico,
vital, que se encuentra en estado de tensión y riesgo («puente») entre dos extremos: de
animal a superhombre. El hombre es algo esencialmente inacabado, con tendencia a
completarse, a realizarse, por su propia decisión y actividad, mediante la propuesta de
proyectos. El hombre no es nada fijo y establecido —limitado—, sino que es producto de sí
mismo: el hombre es lo que llega a hacerse de sí mismo. Por su condición temporal, es un ser
dependiente del pasado, como punto de partida (por eso Nietzsche se refiere con frecuencia al
hombre como animal que...), pero con capacidad de aspiración a superarse mediante
proyectos de futuro.

Otro aspecto propio del hombre —fundamental en el método de indagación de


Nietzsche— es su capacidad de valorar: Mensch —hombre, en alemán— significa «el que
valora». ( EN LATÍN MENSURA es MEDIDA, valor que damos a algo). Valorar es crear: el
valor es algo que el hombre crea y que sin él no existe en el mundo. Valorar es atribuir
importancia o jerarquía a las cosas según el propio criterio del que valora. En los valores o las
valoraciones que se hacen se refleja la realidad del hombre que valora. Y de ahí surge la
cultura y civilización propia de ese hombre, y la historia como variación de éstas. Por ello,
todo estudio histórico y de la cultura o la sociedad debe referirse en última instancia al
hombre como viviente, a la vida humana como voluntad de poder, donde tienen su origen los
diversos sentidos y valores de las cosas.

Pero el sentido más propio de la situación del hombre, de su realidad viviente como
devenir, lo da, según Nietzsche, aquello hacia lo que el hombre se dirige en ese proceso de
evolución o superación: lo que Nietzsche llama el «superhombre». El hombre, en cuanto
realidad que aspira o que es capaz de superarse, tiende, por tanto, hacia una realidad en
cualquier caso superior, que es el superhombre.

El superhombre no es un modelo ético o teleológico (finalista) prefijado, definido,


hacia el que el hombre deba orientar o acomodar su conducta, o hacia el que se dirija
inevitablemente su evolución, sino que será el resultado de la superación del hombre en sus
propios descendientes mediante proyectos. De la continua superación del hombre, se supone
que habrá de llegar un momento en que tenga lugar «el último hombre», y este será el
momento previo a la aparición del superhombre, como descendiente de aquél. El último
hombre habrá de ser un hombre históricamente saturado, incapaz de dar más de sí, con el que
se extinguirá toda la amplia cultura creada por el hombre. Tras esta situación, habrá de
aparecer el superhombre como creador de nuevos valores frente a los considerados como
propiamente humanos, para entonces ya decadentes.

Pero, de todos modos, conviene tener en cuenta que con esta expresión Nietzsche
tampoco se refiere a alguien o algo en concreto como sujeto de acciones. El «superhombre»
expresa el gran deseo de Nietzsche de ver a los hombres elevándose por encima de sí
mismos, como muestra de su concepción no necesariamente limitada del ser humano. Tender
hacia el «superhombre» no significa tender hacia un modelo concreto de realidad superior,
sino el inconformismo con respecto a la situación presente y el despertar de toda capacidad
de esfuerzo para conseguir algo mejor de manera indefinida. Esto es algo semejante a cuando,
al hablar de voluntad de poder, no se refiere Nietzsche a una voluntad racional de alcanzar
algo en concreto, sino al impulso espontáneo a extenderse en función de las propias
capacidades vitales. La expresión «superhombre» implica el reconocimiento y el fomento de
la capacidad humana de proyecto, riesgo y osadía de aspirar a más, de expandirse en virtud de
la voluntad de poder. Por ello, Nietzsche afirma que «El superhombre es el sentido de la
tierra», es decir, la realización del hombre vinculada a su naturaleza puramente vital y
terrena.

Nietzsche caracteriza al superhombre por:

1º. Su mundanidad o carácter terreno, es decir, su limitación a este mundo —que es el


único que hay. Rechaza todo más allá, sea el cristiano, o, ya antes, el platónico. Nietzsche
rechaza el mundo ideal platónico como falso y aparente, y afirma como único mundo real el
mundo sensible. El superhombre se atiene a la única realidad que existe, se reconoce como
una realidad natural, vital, terrena.

2º. Por su vitalidad, que se manifiesta en la afirmación dionisíaca del mundo: alegría
de la vida natural, frente a la tristeza y la moderación de las virtudes cristianas.

3º. Su tarea suprema es la destrucción de todos los valores vigentes en la cultura


occidental y la creación de nuevos valores inversos u opuestos a ellos: no ser indulgente ni
compasivo con los demás, no querer ni aceptar nada gratuitamente y sin esfuerzo, etc.

ETERNO RETORNO

La idea de la continua e indefinida superación del hombre parece conducir hacia un


proceso infinito, que Nietzsche trata de evitar mediante la doctrina del «eterno retorno». La
única manera de dar explicación de todos los acontecimientos (número finito) a lo largo de un
tiempo infinito es mediante la infinita repetición de ellos. Pero Nietzsche no habla de una
eternidad transmundana, externa al propio tiempo, sino de una eternidad intramundana, que
consiste en la mera repetición de lo sucedido. Sin embargo, esto, según Nietzsche, no llega a
producir tedio (aburrimiento, hastío) porque el retorno no se vive desde el pasado, desde
donde no sería más que mera repetición, sino hacia el futuro —pues la voluntad siempre
quiere hacia adelante—, hacia donde siempre está todo por hacer, dependiendo de nuestra
decisión. Así, el pasado ha de verse como un tiempo abierto hacia el futuro, y el futuro como
aquello que se estabiliza en el pasado.

La doctrina del eterno retorno está relacionada con la afirmación y aceptación trágica
de la vida y la realidad natural tal como se presenta espontáneamente, asumiendo tanto la
alegría como el dolor. La afirmación de la vida lleva a no querer que nada sea distinto, amar
el destino, aceptar que todo está bien como está, y, en definitiva, querer que siga siendo
siempre así.

MUERTE DE DIOS
Según Nietzsche, para que se pueda dar la superación del hombre en el superhombre
es preciso que tenga lugar la «muerte de Dios». Sólo el hombre libre —ilimitado— puede
pensar y expandirse sin temor a quebrantar ningún dogma. El superhombre debe liberar a los
hombres del temor a los dioses. Para ello es preciso que se extingan en los hombres todas sus
esperanzas ultraterrenas, que lo alejan de su naturaleza original terrena, y que proceden, en
última instancia de la creencia en Dios. Sólo la «muerte de Dios» puede lograr que los
hombres se sientan, por una lado, huérfanos, pero, por otro lado, emancipados, dueños de su
propio destino.

La «muerte de Dios» significa simplemente que los hombres dejen de creer en El,
pues, en realidad, según Nietzsche, Dios no es más que una creación de los hombres, una
idealización de un mundo nuevo ultraterreno. De la creencia en Dios y en el mundo
ultraterreno surgió la moralidad vigente, que falsifica y limita las posibilidades de la realidad
natural. La muerte de Dios permite que el hombre pueda reconducir libremente y más
eficazmente toda su fuerza creadora hacia su propia naturaleza vinculada a lo terreno,
cambiando el sentido de las cosas, de su existencia, y creando una nueva moral sobre nuevos
valores vitales, mediante la voluntad de poder.

Sin embargo, metafóricamente, Nietzsche narra la muerte de Dios como un


acontecimiento histórico —«Dios ha muerto»—, resultado de todo un proceso en el que los
propios hombres se encuentran implicados. Pero, ¿cómo ha sido posible que los hombres
hayan matado a Dios? y ¿qué consecuencias hay que afrontar?

Con la muerte de Dios, Nietzsche pretende hacer desaparecer cuanto ha podido ser
falseado para los hombres con la palabra «Dios». Nietzsche considera «Dios» como
referencia de los valores religioso-culturales del monoteísmo impuesto por las comunidades
judía y cristiana. Y piensa que la «muerte de Dios» se ha debido precisamente a la
desvirtuación de lo verdaderamente divino que se produce en estas religiones, pues conciben
a Dios acomodándolo a sus respectivos intereses o intenciones y crean en base a tal concepto
un nuevo orden moral para la defensa de estas comunidades —de naturaleza débil— frente a
sus enemigos poderosos, los romanos —mejor dotados por la naturaleza. Según Nietzsche, la
«muerte de Dios» se produce porque la propia fe en ese concepto creado por tales
comunidades se llega a hacer increíble, al descubrir las verdaderas intenciones que se ocultan
bajo él, y, por tanto, la mentira y la falsificación. Nietzsche rechaza y critica radicalmente el
cristianismo, como doctrina imperante en Occidente, por consistir en una mera
conceptualización (invención, ficción racional) que se implantó avasalladoramente, de
manera que impide el libre y rico despliegue de la vida espontánea y natural (contrario a la
vida).
En cuanto a las consecuencias de la «muerte de Dios», son o pueden ser dos: en
sentido negativo, el nihilismo, el vacío dejado por este concepto tan absoluto; y, en sentido
positivo, la liberación del hombre, que ha de hacerse cargo de su propio destino con todas sus
energías —como se ha referido anteriormente.

NIHILISMO

El nihilismo es la situación de crisis que se produce tras la muerte de Dios, la pérdida


de todos los valores fundados en la creencia en Dios, la pérdida del sentido de la existencia
humana, el vacío que se produce hasta que se supera esa situación y se crean valores nuevos
ateos.

Esta crisis pone de manifiesto el engaño y la falsedad en que se vivía cuando todo
había de fundarse en un mero concepto, Dios, concebido o fingido de acuerdo con intereses
que se ocultan o disfrazan. Esta falsificación había hecho que se perdiera la atención a la vida
verdadera y primaria, a lo natural, a lo terreno, que es lo único que, en realidad, queda cuando
desaparece Dios, y en lo que entonces no nos sabemos mover por haber vivido enajenados.
Al concebir a Dios como lo perfecto y absoluto, y abandonar todas nuestras esperanzas en el
«más allá» —en lo sobrenatural, en la inmortalidad—, entonces se valora la naturaleza, lo
natural, el instinto, como lo contrapuesto a esto; y, así, si, por un lado, Dios ha de ser el
objeto del amor, en cambio, por otro lado, lo natural —lo real— quedará como lo que ha de
ser objeto del odio.

El nihilismo es, por tanto, una cierta situación de enajenación del propio hombre, que
ha vivido apartado de la que es su condición terrena, no aceptando su verdadera realidad, no
queriendo ser lo que en realidad es, pero, sin embargo, queriendo lo que, en realidad, no es
más que una ilusión o espejismo; queriendo, en definitiva, la nada. Los cristianos llaman
«más allá», «Dios», «vida verdadera», «salvación», «bienaventuranza», etc., lo que, en
realidad, es NADA.

Pero Nietzsche confía en la posibilidad de superar esta situación de crisis en que


consiste el nihilismo. Aprecia en el hombre una voluntad de vida subyacente, a veces
sofocada, incluso en los modos de vida nihilistas. De manera que, por ejemplo, advierte que
en el ideal ascético se da un aspecto positivo, desde el punto de vista de la vida, que es la
voluntad que se niega a desaparecer, y que prefiere querer la nada, antes que no querer. La
permanencia de esta voluntad funda la esperanza de que desde la situación de vacío, de crisis,
sea posible la constitución de nuevos valores, ya no dependientes de la idea de Dios, y que
atiendan a la vida terrena y real. Nietzsche tiene la esperanza de que el hombre del futuro
(posterior a la muerte de Dios) nos redima del ideal anterior, basado en la creencia en Dios, y
del nihilismo o vacío que lleva consigo. Entonces es cuando habrá de producirse la
transmutación de todos los valores.

[Va unido al concepto de ‘decadencia’: ir a menos, hacia la muerte, hacia la extinción; lo


contrario que el sentido evolutivo ascendente, hacia el superhombre].

TRANSMUTACION o INVERSIÓN DE TODOS LOS VALORES

La transmutación de los valores que propone Nietzsche para la nueva época que
sucede a la muerte de Dios no es simplemente la sustitución de un código moral por otro,
sino algo así como la reclasificación general de la jerarquía de todos los sistemas de valores,
que en la cultura imperante atribuye una importancia primordial a los valores morales,
religiosos y filosóficos (racionales), en general. Nietzsche considera, por el contrario, que
deben proponerse como primeros los valores estéticos, basados en la sensibilidad. Por ello, su
postura se califica frecuentemente como inmoralista o amoral, pues los valores que defiende
como primeros no se adaptan al esquema básico de los valores morales, fundados en lo que se
considera ideal de acuerdo con un modelo racional, y, en definitiva, en el deber, no en el ser.
Pero no debe considerarse que lo que propone es la indiferencia moral, sino que lo que busca
es que los valores se ajusten más a una elevación de la vida. Nietzsche considera al hombre
como un «animal que valora», por lo que la moral resulta inevitable y es algo inseparable y
propio de él.

El criterio que sigue y propone Nietzsche para establecer la crítica de todos los
valores y la nueva jerarquía es el carácter vital de los valores, es decir, si afirman la vida y
sirven para el natural desarrollo de ésta, o, por el contrario, se enfrentan a ella y la inhiben,
atentando contra la naturaleza y la realidad. Nietzsche critica y rechaza, a veces con crueldad,
todo cuanto supone un impedimento a la vida, pues atenta contra la propia naturaleza
humana, que consiste en una continua superación.

Por otro lado, Nietzsche, en realidad, no propone unos valores concretos, sino tan sólo
el criterio o la actitud general con la que éstos deben ser elegidos por cada uno singularmente.
Nietzsche considera que la capacidad y exigencia de valorar es algo propio y característico
del hombre mediante su voluntad de poder, que busca por sí misma el natural desarrollo de la
vida de cada individuo. Sólo hay valores en cuanto el hombre los crea y los hace efectivos en
sus creaciones culturales. Por eso, en realidad, más que de valores, habría que hablar de
valoraciones. Y nadie debiera contentarse con acomodarse a valores ya establecidos por otros
(que pueden resultar falsos para uno), sino que cada uno debiera descubrir y apreciar como
suyos los que su propia vida le exija. Hay una exigencia constante para cada uno de tener que
decidir, en cada momento, lo que más favorezca su propia existencia, y esto no se puede
estereotipar ni para sí mismo en todo momento, ni para todos los demás.

Esto es lo que lleva a Nietzsche al estudio genealógico —histórico— de la moral o de


las valoraciones, pues del conocimiento de las valoraciones y creaciones culturales y de sus
variaciones lo que se obtiene, en realidad, es el conocimiento del hombre que las realiza
como viviente y como algo que debe ser superado.

CRITICA DE LA MORAL TRADICIONAL JUDEO-CRISTIANA

Nietzsche critica la tradición occidental porque los valores que sustentan esta
civilización revelan una vitalidad decadente, enfermiza, incapaz de encontrar nuevas y más
elevadas metas para la superación de la humanidad. "Decadencia", para Nietzsche, no
significa corrupción moral, sino actitud contraria al desarrollo natural y espontáneo de la
vida, renuncia a aspirar a nada más elevado.

La crítica a la cultura occidental, según Nietzsche, debe comenzar por la crítica de la


moral que la sostiene, pues piensa que todas las demás manifestaciones de un pueblo
dependen, en última instancia, de su sistema de valores, que expresa su actitud ante la vida.
La moral imperante en la cultura occidental es la moral judeo-cristiana. Esta se
manifiesta incluso en los ideales socialistas y cientificistas. La lucha por la igualdad y la
búsqueda de la objetividad se basan en valores judeo-cristianos como el desinterés, el
altruismo, el olvido de sí, etc.

Nietzsche aborda la crítica de los valores de la moral judeo-cristiana mediante el


estudio genealógico de la moral: se propone establecer el origen de esta moral y diagnosticar
críticamente si es síntoma de salud (afirmación de la vida) o enfermedad (contraria a la vida).

Según Nietzsche, el estudio genealógico de la moral debe responder a dos cuestiones:

1ª. ¿En qué condiciones creó el hombre esos valores, que se expresan mediante la
calificación de «bueno» y «malvado»? (Todo valor es creado por el hombre en unas
circunstancias determinables históricamente, pues los valores son producto de las
valoraciones o interpretaciones realizadas por el hombre sobre los fenómenos).

2ª. ¿Qué valor tienen esos valores? ¿Frenan o estimulan el desarrollo o la superación
del hombre?

A la primera cuestión responde:

Históricamente existió primero una «moral de señores». En ella «bueno» ( GUT)


describe de manera positiva lo que por sí mismo es noble, superior, etc.; y «malo»
( SCHLECHT) significaba lo contrario: bajo, simple, sucio, inferior, etc. Esta «moral de
señores», fue invertida posteriormente por el pueblo judío mediante la rebelión de los
esclavos, que impusieron su «moral de esclavos», heredada por el cristianismo. De acuerdo
con esta nueva moral inversa, se considera originariamente como «malvado» ( BÖSE) a su
enemigo, el «señor» —con todas las cualidades que éste mismo consideraba como buenas—,
atribuyéndole además intencionalidad o culpabilidad; y, negativamente, como «bueno» lo que
se opone a las cualidades amenazantes del «señor» y que constituye las cualidades propias
acostumbradas del «esclavo».

La calificación moral realizada por los «señores» es activa (espontánea) y positiva


(definen primero lo bueno); la de los «esclavos», en cambio, es reactiva (contra los «señores»
como enemigos), negativa (definen primero lo malo) y supone, además, una interiorización
(se habla de «malvado», no de «malo»). Por ello, Nietzsche afirma que esta moral no surge
del amor —como afirma—, sino del resentimiento, del odio, del espíritu de venganza; no es
expresión espontánea de un modo de vida, sino una reacción contra la vida.

En consecuencia, a la segunda cuestión responde:

La moral judeo-cristiana, por su actitud contraria a la vida (negativa, reactiva), no


desarrolla, sino que empobrece y degenera al hombre. Por ello, es preciso sustituirla,
produciendo una nueva inversión de los valores.

[Es típica en Nietzsche la pregunta por la “Crítica de la cultura moderna occidental”: tal
cultura es la que se desarrolla sobre los cimientos de la filosofía griega (el racionalismo y
moralismo intelectual de Sócrates-Platón) y de las religiones judía y cristiana. Para componer
la respuesta considerar la crítica a la filosofía, a la metafísica y a la moral tradicional judeo-
cristiana]
NIETZSCHE Sobre la crítica de la moral

El método histórico-genealógico.

El propósito general de su obra La genealogía de la moral es el estudio de la


procedencia de los prejuicios morales, de nuestra distinción entre bien y mal. El
planteamiento de la obra es polémico: Nietzsche se enfrenta a los estudios genealógicos
realizados por los ingleses (J. Stuart Mill, Ch. Darwin y H. Spencer) y a los ideales judeo-
cristianos que vertebran la historia y la cultura occidental.

Para Nietzsche, los genealogistas ingleses se equivocan cuando plantean el estudio


del origen de las cosas de manera esencialista y teleológico, presuponiendo que ello les
llevará al conocimiento de su naturaleza, esencia, sentido, función, finalidad, etc., como si en
el origen las cosas se dieran en su máxima perfección y pureza (origen = naturaleza o esencia
de la cosa). (Teleologismo, utilitarismo, evolucionismo, historicismo, fe en el progreso,
cientificismo objetivista...). Contra este planteamiento, Nietzsche considera que la finalidad y
la utilidad sólo son indicios de que una voluntad de poder se ha enseñoreado de algo menos
poderoso y ha impreso en ello el sentido de una función. Es, por tanto, variable y
circunstancial.

Según Nietzsche, el estudio genealógico debe ser eminentemente histórico: debe


proponerse descubrir en qué condiciones y circunstancias (accidentales) se inventaron y
desarrollaron de hecho (casualmente) por el hombre los juicios de valor y —valga la
redundancia— qué valor tienen. Se trata, en definitiva, de una investigación lingüístico-moral
(Nietzsche era filólogo) e histórica. Por ello recurrió al estudio de etimologías —más o
menos acertadas—, de léxicos y usos lingüísticos; pero también al estudio de la historia real
de instituciones y formas de vida. Nietzsche investiga críticamente cómo se ha originado de
hecho una palabra o manifestación cultural y cómo están actuando sobre la vida de los
hombres, en cada sociedad. Para ello, considera necesario recurrir a la intuición sobre la vida
—más que a la razón o a la inteligencia— y contrastarla con el análisis y la interpretación de
las creaciones artísticas y culturales, e intentando ver qué hay tras las costumbres y los modos
de vida. Sus hipótesis eran empíricas —relativas al avance de las ciencias en el siglo XIX—
y, por tanto, refutables. En este estudio histórico, Nietzsche consideró la moral, por un lado,
como consecuencia de la época y el lugar (como síntoma, máscara, enfermedad,
malentendido...), y, por otro lado, como causa de una cultura (medicina, estímulo, freno,
veneno...). (Ver el apartado LENGUAJE).

Nietzsche se propone la realización de una crítica más profunda —que Kant no había
hecho—, que es la crítica atendiendo a los valores, en definitiva, la crítica de los valores
(estudio de las condiciones que explican las valoraciones de una cultura). Esta crítica se basó
en los conceptos de su nueva filosofía: vida, voluntad de poder, nihilismo, superhombre,
muerte de Dios, seducción del lenguaje, fijación en el lenguaje de errores de la razón, críticas
del sujeto, cosa en sí, ser, progreso, adaptación, utilidad, etc.

Para Nietzsche, la búsqueda del origen no es una búsqueda del fundamento o la causa
de una cosa, sino el esclarecimiento de los elementos o factores que han intervenido en la
constitución de una institución, costumbre o palabra, y del valor que ha adquirido cada
referencia a ella en distintas situaciones. Nietzsche se propone indagar qué es lo que de hecho
ha dado lugar a una expresión o manifestación cultural, y qué valor se le ha dado en
diferentes situaciones, atendiendo a qué hay en ello de germinal (generador de vida) y qué de
caduco o decadente.

Para Nietzsche, en todo acontecimiento hay una voluntad de poder. Considera que
todo fenómeno —sobre todo en la órbita de lo humano— es siempre signo, síntoma o indicio
de algo, y, como tal, tiene un sentido. Y afirma que este sentido lo determina la voluntad de
poder o fuerza (voluntad que camina hacia un poder superior) que se ha apoderado de ello. El
cambio de fuerza (creciente o decreciente) produce un cambio de sentido, que es susceptible
de valoración.

Así, la historia de una cosa es la variación de sus sentidos, es decir, la sucesión de


fuerzas que se han apoderado de ella y la tensa coexistencia de las que luchan por ella. Una
cosa, en su aspecto relacional, implica, por tanto, una constelación o pluralidad, lo cual
explica la dificultad de su interpretación y valoración. La historia de las diversas finalidades
que han ido avasallando una cosa cristaliza en una unidad compacta e indefinible (contra el
esencialismo, que cree poder definir certeramente las cosas; lo que es definible es inerte, no
tiene historia). El sentido histórico es la capacidad de adivinar con rapidez la jerarquía de
valoraciones con que ha vivido un pueblo, sociedad o individuo, es decir, el instinto
adivinatorio de las relaciones entre valoraciones, entre la autoridad de los valores y la de las
fuerzas efectivas; también es la capacidad de valorar las valoraciones implícitas, su rango. El
objetivo de la genealogía es averiguar el elemento diferencial de fuerza, la jerarquía de su
procedencia, que nos da, en definitiva, el valor de la cosa. (Cfr. La genealogía de la moral, II,
13).

El método que sigue Nietzsche consta de dos fases:

1ª. Descripción de los hechos morales en todo espacio y tiempo, pueblo y época.

2ª. Comparación: los problemas morales sólo se hacen manifiestos por comparación
entre morales diferentes.

Y, de acuerdo con su método, hay dos peligros extremos que se deben evitar:

1º. Mitificar los orígenes, como hacen los genealogistas ingleses: suponer que los
inicios son ejemplares, sagrados e intocables, que tienen un valor fundamental, frente a
cualquier evolución o momento posterior.

2º. Etnocentrismo: tomar como modelo o marco de validez, consciente o


inconscientemente, la forma de vida actual en la que estamos inmersos; priorizar y bendecir
la moral predominante en nuestro ambiente; santificar el presente considerándolo como
modelo de racionalidad y necesidad, modificando y menospreciando el pasado en función de
nuestro progreso.

Contra esto, hay que mantener el principio de relatividad cultural, la explicitación de


las condiciones de posibilidad de la candorosa creencia en la moral dominante y la
contradicción constante de las ideas establecidas.

Es impresicindible considerar también como baremo de referencia la expresión de la


propia voluntad de poder del filósofo-geneálogo. Por ejemplo, cualquier forma de
resentimiento en él imposibilita de raíz toda equidad en su valoración de los hechos
históricos.

Antítesis de ideales (tipología trascendental). [Vale para la antítesis hombre racional


y hombre-artista].

Básicamente, Nietzsche estableció que en la historia se produce una transvaloración


entre valores de dos tipos fundamentales, de los que se sirvió como principio o modelo para
su análisis valorativo de las culturas, en la medida en que ponen de manifiesto los afectos,
impulsos e instintos de quienes los usaban, pues constituyen auténticos rasgos esenciales,
ontológicos, basados en la voluntad de poder (que es creación de valores y donación de
sentido). Estos dos tipos ideales de moral son:

a) Bueno y malo, como valoración que procede originalmente de la aristocracia


caballeresca y guerrera, activa y afirmativa (moral de señores). Este tipo de valoración
demuestra afectos activos, que se muestran hacia el exterior, espontáneos, creativos,
dominantes, magnánimos, agresivos, inconscientes, fuertes, vitales, alegres, orgullosos,
valientes, ascendentes, nobles, sanos...

b) Bueno y malvado, como rebelión contra la anterior, que produce una


transvaloración reactiva, y que procede de los plebeyos y esclavos, de la casta sacerdotal, de
su espíritu de resentimiento y de venganza (moral de esclavos). Este tipo de valoración
demuestra afectos reactivos, que se ceban sobre la propia interioridad, se adaptan a las
circunstancias para sobrevivir, son débiles, vengativos, odiosos, reprimidos, utilitarios,
conscientes, calculadores, inteligentes, fríos, enrevesados, resentidos, malvados, seductores
mediante el lenguaje y la razón y la espiritualidad, de ideales ascético-sacerdotales,
descendentes...

Este segundo esquema de valoración es el presupuesto de la moral dominante en su


época (siglo XIX), tiene su origen en los judíos y se ha desarrollado mediante el cristianismo.
Propone como valor lo que no se hace por egoísmo y, según Nietzsche, esto, en realidad,
lleva al hombre hacia la nada (nihilismo), pues supone la negación de todo lo que representa
una fuerza o movimiento ascendente de la vida en este mundo, poder, belleza,
autoafirmación, etc. Para ello, judíos y cristianos instintivamente inventaron la existencia de
otro mundo, por relación al cual éste es malo.

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