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DE GABRIEL MIRÓ A HILARIO BARRERO,

PASANDO POR CERNUDA.

Diario de Brooklyn.
Por J. Garés Crespo

Diario de Brooklyn es el tercer volumen que publica Hilario Barrero con este
formato de diario. Los dos anteriores son, Las estaciones del día y De amores y
temores. Diario de Brooklyn es un libro que, aunque formalmente está secuenciado
como un diario en el que va anotando algunas observaciones y reflexiones sobre
algunas de las cosas u hechos que le rozan, Barrero aprovecha, en ocasiones, de forma
aparentemente aleatoria, cualquier detalle para, en un continuo flash-back, transformar
el diario en un libro de memorias cuyo hilo conductor no son los días que durante su
vida, desde la infancia hasta la madurez, recuerda haber vivido, sino los días que
mientras escribe vive ahora y en Brooklyn, su actual residencia, confirmando lo que
decía J.P. Lavall, “Escribir de otros es una forma, de las muchas que hay, de escribir
sobre uno mismo”.
De esta manera, Brooklyn aparece como un telón de fondo sobre el que los
personajes, que son la mirada y los recuerdos de Hilario Barrero pasean. Podríamos
decir pues, que Barrero, en un ejercicio de humildad casi franciscana, nos propone en
el título del libro hablar de Brooklyn, cuando en realidad nos habla de sí mismo. Como
los magos que procuran centrar la atención del espectador en alguna triquiñuela
evidente, mientras realizan todos los cambios en el resto de su parafernalia para que
de repente, ¡voilà¡, misteriosamente aparezca el objeto no anunciado, así Barrero nos
anuncia un diario de una ciudad, cual gacetillero neoyorquino, y nos deja caer en un
excelente texto cuyo personaje central es él mismo.
En 1960, en su ensayo “Lingüística y poética”, se preguntaba Román Jakobson:
“¿Qué es lo que hace que un mensaje verbal sea una obra de arte?”. Posteriormente,
en 1971, Guillermo Díaz Plaza tratando de explicar qué es la prosa poética señalaba,
“el mayor acontecimiento estético de nuestro tiempo es el de la creación de un
lenguaje capaz de alcanzar los elementos propios del verso, la tensión y el ‘clima’
propios de la poesía”
A partir de la pregunta de Jakobson y de la contestación de Díaz Plaja, aunque
sigue en vigor el problema de definir teóricamente la prosa poética, al menos se nos
abre un ángulo de lectura una perspectiva interesante para leer “Diario de Brooklyn”
de Hilario Barrero y llegar a la conclusión de que nos encontramos delante de un texto
escrito en “prosa” de un magnífico poeta.
Sin duda, el ejercicio literario que realiza Barrero es sumamente delicado,
como el del equilibrista que se desliza por un cable a 100 metros de altura, realizando
el triple salto sin red al final del trayecto. Barrero, teniendo a un lado, no el verso,
aunque una lectura dirigida puede incluso extraerse versos pautados,
...el teatro de sus gestos se encarceló de sombra / su cuerpo se quedó inmóvil
como un árbol, / atravesado por una flecha venenosa / como un pájaro con las alas de
seda, / un río con las orillas llenas de ortiga, / una hoguera de cieno. (“Diario de
Brooklyn”, pag.41)
pero sí la poesía, y al otro lado la prosa desnuda y cuidada, se desliza
suavemente, inclinándose a un lado y a otro, sin tomar pié totalmente en ninguno de
los dos. Lo cual demuestra un dominio de la palabra, su música y su ritmo
verdaderamente encomiable y que inevitablemente nos orienta respecto a una de sus
pretensiones, posible en quien tiene un largo camino de estudio y elaboración de textos
poéticos y que podemos denominar, prosa poética, con todo lo inconcreta que esta
denominación mantiene. En cualquier caso, eso sí, un espléndido libro, una obra de
arte
Más acá de los ejercicios literarios de este tipo, que los modernistas de finales
del XIX realizaron de prosa poética, siguiendo a los simbolistas y el impacto de
Boudelaire con sus poemas en prosa donde dio ejemplo de “glorifier le cult des
images, ma grand, mon unique, ma primitive passion”, el libro de Barrero está más
cerca de las estampas de Gabriel Miró en su Libro de Sigüenza y su peculiar
entonación poética, en palabras de Baquero Goyanes, y en otros numerosos casos, por
la estructura, el simbolismo y el ritmo, de los sesenta y tres poemas en prosa de Ocnos
de Cernuda, éstos escritos desde el exilio mexicano y en continuas referencias a su
infancia y juventud en Sevilla y en Diario de Brooklyn, desde Nueva York en
numerosos recuerdos y evocaciones del Toledo de los primeros 20 años de Barrero.
No se trata de proponer al lector que al leer “Diario de Brooklyn” entre en una
convención semiótico-literaria que fuerce la lectura del texto, pero sí explorar un
proyecto textual que está implícito y que asoma en ocasiones, tal vez no el primigenio,
ni quizá el más fundamental, pero si una perspectiva cierta, entre otras, que ofrece una
comprensión decisiva para responder a la pregunta de quien habla o construye la
polifonía que es todo texto con un alto componente poético, y sobre todo desde dónde.
Aquí conviene recordar que, como dice U. Eco, el escritor realiza “un complejo
trabajo de manipulación de la expresión, estimulando la capacidad interpretativa del
destinatario”.
Conforme vamos leyendo las anotaciones de cada día, en muchos casos pudiera
dar la impresión que Barrero intenta mantener una actitud aparentemente de
observador imparcial, de fotógrafo stendheliano que va anotando cuanto sucede a su
alrededor, como si quisiera darnos a conocer su actual ciudad sin más, comprimiendo
el sentimiento y manifestándolo únicamente cuando nos habla de una tercera persona o
acontecimiento en lo que aparece como un inocente deslizamiento de un espejo, e
intercalando tímidamente alguna apreciación personal. Pero como demuestra el
psiconeurólogo, profesor en Harvard, Pascual Leone “El cerebro solo ve lo que busca”
lo cual ciertamente nos lleva a hacer una pirueta intelectual y darle la vuelta, como a
un calcetín, transformando el axioma escolástico de ver para creer por al parecer más
riguroso de creer para ver. De tal modo que el lector atento observa como “Diario de
Brooklyn” con frecuencia, rompe la aparente objetivación del texto que traiciona la
pretensión del autor, si es que tal hubiese sido su intención. Y así, mediante este
recurso, consciente o no, da igual, Barrero nos cuenta de sí mismo sus sensaciones, los
sentimientos y los recuerdos que lo que observa le provoca y que considera debemos
saber. Conviene tener en cuenta que todo recuerdo, en tanto que recuerdo, lo es desde
el hoy que el autor vive y relata, de manera que si todos somos producto de nuestra
historia inevitablemente, ésta se recuerda contextualizada y en interacción con el hoy
desde el que la recordamos siempre. De aquí que probablemente dentro de un año el
mismo recuerdo tendría un perfil distinto a cómo lo recordamos hoy y por consiguiente
produciría un texto asimismo diferente.
En el caso de “Diario de Brooklyn”, lo que importa no es desde dónde ni con
qué técnica Hilario Barrero nos está contando su vida, sino cómo. Tengo la impresión
de que es ahí donde reside la importancia de Diario de Brooklyn. Desde una deriva
sociológica, aspecto no pretendido, al parecer, Barrero podría contarnos
aproximadamente lo mismo viviendo en París, Roma, Madrid o Buenos Aires, ya que
seguro en cualquiera de estas ciudades encontraría los mismos elementos objetivos que
le provocan los estados de ánimo que, en última instancia, es el objeto del libro. En
este sentido y como una lección marginal, pero no baladí que nos ofrece el libro, es
que nos permite hacer una lectura atendiendo a los efectos de la globalización
considerando lo mucho que se parecen los ciudadanos de estas ciudades nombradas u
otras que se nos puede ocurrir. Unos comportamientos, los de los habitantes de estas
metrópolis, que hace escasamente 40 años no serían tan parecidos ni previsibles. La
aldea global se evidencia en su marcha inexorable.
Pudiera parecer, pues, habida cuenta de que el único sujeto claramente definido
y evidente del texto es el autor, que estamos delante de una obra eminentemente lírica,
pero no es así. Hilario Barrero, comedido, entrañable e intimista pero de una intensa
humanidad, desparrama su calidez por su vecindario, compañeros de trabajo,
transeúntes...por dondequiera que arrastra su humanidad. Barrero que es un cuidadoso
y exigente melómano, amante y buen conocedor de la ópera, continuamente nos cuenta
sus asiduas asistencias a las mejores audiciones que se ofrecen en el Metropolitan
Opera House. Cuando pasea por las calles de Brooklyn y observa las gentes que van y
vienen, por la calle, en el metro, que vuelven cansados del trabajo o se lanzan, aún
medio dormidos, al fragor de la vida diaria, se diría que preside su mirada un
sentimiento agridulce de amor y tristeza, como si estuviera observando grandes coros
que actúan según la partitura y el libreto de una ópera. Generalmente más cerca del
Coro de los esclavos de Verdi que del coro de los peregrinos de Wagner. Un intenso y
diluido sentimiento que preside la palabra de este excelente escritor y poeta que es
Hilario Barrero y que forma parte del clima que nos posee desde la primera anotación
en el primer día, Domingo, uno de Enero de 2006.
Diario de Brooklyn es un texto que exige varias lecturas, una primera que te
engancha y te lleva, día a día, hasta el final, como si de un libro de aventuras fuera, y
otra que reclama la reflexión necesaria para descubrir la vida, obras y milagros de un
maestro de la palabra y del verso y solazarnos en el gozo y el placer.

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