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1. LA EXPULSIÓN
A decir verdad, el Gianni del que va a tratarse aquí no es del todo una ficción.
Entrevisto al pasar una página, hace cosa de veinte años, su mirada apenas me ha
abandonado. Se ha incrustado suavemente en las convicciones de un joven
profesor libertario que no había dejado nunca la escuela, y que consideraba
indecente no interesarse por las cosas que había aprendido con sumo placer. Yo
creía entonces en la fuerza del entusiasmo y en la eficacia de los «métodos
activos». Hablaba apasionadamente de Rimbaud y hacía escribir en clase obras de
teatro que impresionaban incluso a mis colegas más hostiles. ¿Quien habría podido
resistir a tan buena voluntad y a tan buenos sentimientos?
En los días que siguieron tuve tiempo de afinar mis justificaciones: hice ver al
grupo que Gianni ejercía sobre la clase una dictadura mucho más represiva que la
mía, que aterrorizaba a una parte de los alumnos y volvía imposible cualquier
iniciativa. Mi mujer escuchaba con paciencia mis palabras acerca de la necesidad de
la ley y del interés de marcar límites para que así pueda construirse la libertad de
cada cual. Pero, en el fondo, rumiaba mi fracaso: no había sabido estimular a
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Fragmento de Meirieu, Ph. y D. Hameline: La escuela, modo de empleo: de los
'métodos activos' a la pedagogía diferenciada, Barcelona: Ediciones Octaedro, 1997
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Fragmento de Meirieu, Ph. y D. Hameline: La escuela, modo de empleo: de los
'métodos activos' a la pedagogía diferenciada, Barcelona: Ediciones Octaedro, 1997
Entonces, ¿por qué había yo luchado tanto? ¿Qué me había empujado a querer, a
toda costa, «salvar» a Gianni? ¿Tendría razón el subdirector? Siempre hay oscuras
segundas intenciones tras los gestos más nobles, y yo no era ajeno a una cierta
tentación demiúrgica. «Salvar» a Gianni hubiese significado manifestar mi poder,
formarlo, y, en un cierto sentido, pedirle que no fuese más él mismo. Sin embargo,
¿quién puede renunciar a ese deseo si se quiere realizar una tarea educativa?
¿Quien pretende no ejercer ninguna influencia no busca acaso, simple y
llanamente, un modelo -«su» modelo- que se conforma con reconocer y promover?
A mis colegas les había resultado fácil meter el dedo en la llaga de mis problemas
psicológicos. ¿Quiere esto decir que ellos no tenían problemas de ese tipo? ¿Que su
rechazo de Gianni no había supuesto, inversamente, la valorización de un contra-
Gianni que se acomodaba mejor a la imagen que tenían del buen alumno, e incluso
a la imagen de ellos mismos cuando eran alumnos? ¿No era éste también un
ejercicio de poder, menos visible, pero ciertamente tanto o más peligroso?
En realidad, ninguna empresa formativa puede prescindir del deseo de formar al
otro. El problema está en que tal deseo no se convierta en una toma de posesión
del prójimo, sino que lo prepare suficientemente para que pueda separarse de su
formador. Todo el problema, finalmente, es el del saber. El verdadero debate es
éste: ¿qué proporcionamos nosotros al niño, al alumno, al estudiante, que le
permita crecer, es decir, comprender las cosas y los seres (incluso la situación
escolar en sí misma), para acceder a la autonomía? Y, en este terreno, ¿que hemos
dado a Gianni? ¿Teníamos derecho a dejarle irse así, desarmado? La cuestión tiene,
sí, una dimensión social: ninguna sociedad puede construirse impidiendo a una
parte de sus miembros el acceso a los saberes y al buen hacer que aquélla
solicitará de éstos; pero tiene asimismo, esencialmente, una dimensión ética: en el
acto educativo, resignarse al fracaso es «la falta capital en la consideración del
hombre»; es expulsar al prójimo a las tinieblas en lugar de, como decía Alain,
«emplear todo el espíritu que se posee y todo el calor de la amistad de que se es
capaz en restituir la vida a esas partes heladas».1
Gianni ha dejado la escuela; sus padres han tomado nota de nuestro fracaso. Se ha
convertido en aprendiz de panadero. Gianni no sabe apenas leer; es incapaz de
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Fragmento de Meirieu, Ph. y D. Hameline: La escuela, modo de empleo: de los
'métodos activos' a la pedagogía diferenciada, Barcelona: Ediciones Octaedro, 1997
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Fragmento de Meirieu, Ph. y D. Hameline: La escuela, modo de empleo: de los
'métodos activos' a la pedagogía diferenciada, Barcelona: Ediciones Octaedro, 1997
en el segundo en que se daba ya la vuelta, listo para poner pies en polvorosa, una
voz le detuvo: «¿No irás a irte tan de prisa?».
La mano había salido del bolsillo de la chaqueta y el hombre avanzaba hacia él.
Gianni farfulló cuatro excusas: que se había equivocado y que su madre le
esperaba; pero el hombre se sentó sobre el pequeño muro de piedras que rodeaba
el patio y respondió tranquilamente: «No es verdad, tú has venido a verme y yo
estoy aquí. Si no te quedas, de ahora en adelante ¿qué confianza se podrá tener en
tus decisiones?» Hubo unos minutos de espera que parecieron interminables.
Gianni miraba al suelo y desplazaba la gravilla con sus pies para hacer pequeñas
pilas que destruía de inmediato. Luego, de golpe y sin alzar la cabeza, se desahogó
por completo: la escuela y la expulsión; las filas y los castigos; los deberes de casa
de los que nunca comprendió nada y las horas, las miles de horas escuchando la
lección, impacientándose sobre su silla hasta la explosión final y su puesta de
patitas en la calle.
FREINET tenía una manera de escuchar que daba sentido a la palabra del chaval,
una mirada que reconocía su presencia. Ante él, el discurso tomaba peso y las
palabras, poco a poco, resonaban con otra densidad. Es curioso cómo las mismas
cosas cambian totalmente de sentido dependiendo de quien las escuche: lo que en
otras circunstancias habría resultado una historia banal, irrisoria incluso, se
convertía en esencial. Como si todo se jugara sobre este destino particular; como si
toda la carrera de este hombre tan importante tropezase, aquí, con la expulsión de
Gianni. Puesto que FREINET tenía esa capacidad de investir cada caso individual de
tal manera que, en cada uno de ellos, parecía jugarse la suerte del mundo. Y no
había nada más, entonces, que pareciese insignificante. Siempre había tenido una
ternura particular para con el chiquillo que se quedaba en blanco ante el papel. Sin
embargo, al envejecer había adquirido esa cualidad particular de la mirada que
descubre, en la historia de un hombre lacerado, a la humanidad entera engañada.
Incluso por un momento, Gianni se preguntó si FREINET no era un cura; pero alejó
de inmediato tal idea: los curas que él había conocido le escuchaban siempre con
esa compasión inspirada que les llevaba, más o menos, a otra parte, y Gianni, en
cada ocasión, había tenido ganas de pellizcarlos para que pisaran de pies el suelo.
FREINET, bien al contrario, le escuchaba con todo su cuerpo, terriblemente
encarnado y presente, con esa exigencia de verdad que desanimaba la
conmiseración.
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Fragmento de Meirieu, Ph. y D. Hameline: La escuela, modo de empleo: de los
'métodos activos' a la pedagogía diferenciada, Barcelona: Ediciones Octaedro, 1997
Aún debilitado, FREINET se agotaba en seguida al dar la lección y tenía que parar a
menudo, solicitando a los niños que se pusieran a trabajar ellos solos, consagrando
entonces toda su energía a sostenerlos individualmente en su esfuerzo. Poco
importa que el gran descubrimiento haya sido la circunstancia de una dificultad
pasajera para asumir la función de maestro o de una elección deliberada de
privilegiar la actividad del niño y ya no la prestación efímera del maestro. ¿Se sabe
siempre aquello que determina lo esencial? Y el «tanteo experimental», ¡vaya
asunto! Basta con mirar al chaval manos a la obra, ver cómo, para resolver un
problema que le interesa sobremanera, ensaya sucesivamente diversos caminos, se
fija en aquel que le aporta una respuesta y lo descifra, lo recorre en todos los
sentidos y da saltos de alegría por su éxito finalmente logrado. Basta con esto para
darse cuenta de que ninguna otra cosa merece, a fin de cuentas, el nombre de
aprendizaje. FREINET se lanzó entonces a un vibrante elogio del trabajo. No, un
niño que trabaja no se cansa; lo que cansa es la inactividad y la ineficacia. Lo que
cansa es aquello que nunca se llega a hacer, aquello sobre lo que uno tropieza
indefinidamente hasta el desánimo.
Gianni había escuchado hasta aquí con el ligero sentimiento de que todo aquello era
importante. Pero ahora había vuelto a su ejercicio con los montoncillos de gravilla.
FREINET se interrumpió un instante: «¿Entiendes lo que te digo?». Gianni
permaneció en silencio. Entreveía alguna cosa, pero ¿tenía relación con la escuela?
Recordaba perfectamente haberse pasado horas montando y desmontando su
bicicleta hasta olvidarse de comer. Mas, ¿este hombre quiere que pasemos nuestro
tiempo de clase reparando la bicicleta? No dijo nada. La mirada del hombre
evidenció su inquietud. Acto seguido, en un suspiro, como si lo hubiese
comprendido todo, se levantó, le cogió de la mano y lo condujo al interior del
edificio. Entraron en una gran sala. Nada había allí propio de una clase
convencional: ni estrado, ni la gran mesa para el maestro; nada de filas de
pupitres. Sí, por contra, pequeñas mesas agrupadas atestadas de papeles y
herramientas; decenas de estanterías cubiertas de libros y ficheros; y, a la
izquierda, bajo el dedo de FREINET, la imprenta y las cajas llenas de pequeños
caracteres, de millares de pequeñas letras. «Mira, todo el material está aquí. Yo
hablo siempre del materialismo en la escuela. Algunos que hacen ver que no
comprenden dicen que reduzco la instrucción al bricolaje. Ellos prefieren limitarse al
papel y al lápiz; creen que los chiquillos son puros espíritus. Yo, como ves, quiero
tocar las cosas. El papel, sin ir más lejos, tengo necesidad de trabajarlo, de
recortarlo y pegarlo. Los chavales necesitan sentir la frase, hacerla, letra a letra,
verla construirse ante ellos. Y necesitan someter a la prueba de su experiencia las
leyes físicas; concretar el cálculo. Contar con las cifras es bueno para el sabio; tal
vez incluso para el alumno preuniversitario. Pero, para ti, lo que hace falta no es
contar con cifras, sino contar con cosas. Así es como tú aprenderás. Así es como,
un buen día, podrás prescindir de las cosas. El espíritu va de lo concreto a lo
abstracto...»
No está claro que Gianni haya entendido del todo la última frase de FREINET. Por lo
demás, ya no escuchaba; miraba cada vez más fijamente la imprenta. Se hallaba
tan absorto que no vio que FREINET había acercado una silla para él y le hacía
señales de que se sentara. «Venga, pues, compon alguna cosa. Además, aquí me
tienes lanzando unos discursos... ¡Es necesario que yo también haya sido
deformado por los coloquios y los congresos para explicarte tan magistralmente los
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Fragmento de Meirieu, Ph. y D. Hameline: La escuela, modo de empleo: de los
'métodos activos' a la pedagogía diferenciada, Barcelona: Ediciones Octaedro, 1997
Al día siguiente madrugó, pero FREINET se había levantado antes que él.
Desayunaron en silencio. Un silencio importante que se duda en romper por miedo
a que la palabra empañe el recuerdo. No obstante, Gianni quería hablar. Una idea
le vino a la cabeza muy de mañana. Una idea intensa que sin embargo no lograba
formular. ¿Lo supo FREINET? LO cierto es que éste rompió el silencio: «¿Querías
contar algo?». Y Gianni habló de la clase de lengua y de la obra de teatro. En ésta,
los buenos alumnos -los que hablaban bien- se pavoneaban gracias a los primeros
papeles; los dibujantes se entregaban en cuerpo y alma a la realización de los
decorados, aunque desesperadamente mudos; el compañero tímido corregía las
faltas de ortografía limitado a esa tarea sin tocar jamás un pincel ni tomar la
palabra resignado en su condición de corrector... Y Gianni, que no sabía hacer nada
de todo esto, apartado para así garantizar el éxito del proyecto. FREINET frunció el
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Fragmento de Meirieu, Ph. y D. Hameline: La escuela, modo de empleo: de los
'métodos activos' a la pedagogía diferenciada, Barcelona: Ediciones Octaedro, 1997
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