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Se oxidan

Mayo de 1994.
Con el alto al fuego en la
guerra de Bosnia Herze-
govina los tranvías de

los tranvías
Sarajevo empezaron a
funcionar.
Los ciudadanos,
después de cuatro años

de la libertad
de asedio, los abrazaron
como símbolos de la
vuelta a la normalidad.
Pero para los francotira-
dores serbios se convirti-
eron los últimos objetivos
a batir. La respuesta
al terror diario fue una
resistencia silenciosa: la
gente siguió subiendo a
los trenes. Hoy, conduc-
tores y usuarios recuer-
dan a las víctimas y lo
que los tranvías llegaron
a significar. Para muchos
es sólo un medio de
transporte más.
L
os habitantes de Sarajevo siem- cotiradores, los radicales serbios aposta- pasado, y con los jóvenes, para los que Era 1994, y Sabina, se dirigía un día
pre estuvieron orgullosos de su dos en los edificios no dejaron de atacar el tranvía es sólo un medio de transporte. más hacia la central de GRAS. Ella, como
ciudad. Fue sede olímpica de a la población. Los tranvías se habían Estación de Drvenija. otras mujeres residentes en la ciudad, fue
los Juegos de Invierno en 1984, convertido en un símbolo de la vuelta a la una de las conductoras que sustituyó a
y una de las primeras capitales europe- normalidad, pero también en los objetivos Amela es una bella joven musulmana los hombres mientras éstos estaban en el
as en disponer de un transporte público predilectos de los francotiradores serbios. que sube al tranvía para ir al cemente- frente. “Cada día pensaba que quizá no
de tranvías. El asedio serbio durante la A pesar de esta violencia indiscrimi- rio, a ver a su padre. No compra bil- volvería a ver a mis hijos”. Hoy Sabina,
guerra de Bosnia Herzegovina sitió sus nada y la falta de protección de las fuer- lete porque asegura que es demasiado delgada y enjuta, habla desde su despa-
calles durante cuatro largos años, tiempo zas internacionales, los ciudadanos de caro: “Los jubilados viajan gratis, y a los cho. Se enciende un cigarrillo y lo as-
en que los tranvías permanecieron ar- Sarajevo, entre los que también había jóvenes nos obligan a pagar 3,40 marcos pira a través de un filtro de plástico. Ya
rinconados en los hangares de GRAS, serbios, tejieron de forma espontánea alemanes. Los revisores sólo piden el no puede conducir tranvías porque sufre
la compañía municipal de transportes. una resistencia colectiva y pacífica a este billete a las chicas jóvenes cuando van problemas de columna, pues condujo
Hasta que en 1994, cuando el conflicto terror diario. Simplemente, utilizaron el solas. A los chicos no, porque les tienen hasta 2002, y actualmente trabaja en
estaba dando sus últimos coletazos, las tranvía en masa, sin acuerdos previos, miedo”. Esta joven nos cuenta que antes, las oficinas: “Conducir el tranvía era una
autoridades serbias de Bosnia aceptaron desde el mismo día en que empezaron durante los últimos años de la guerra y forma de defenderme. Mi marido no me
el alto el fuego. Sin embargo, ante la per- a funcionar. Aquella rebelión cotidiana los primeros de posguerra, los conduc- dejó hacer el servicio militar, así que de-
plejidad de las tropas de protección de la tuvo sus mártires, y sus héroes, y hoy, tores de tranvías eran sobretodo mu- cidí ayudar así. Para la gente de Sarajevo
OTAN y toda la prensa internacional alo- muchos trabajadores y pasajeros de es- jeres. Paramos en las oficinas de GRAS, que los tranvías funcionaran significaba
jada en los hoteles de lo que más tarde se tos convoyes viejos son testimonios de la compañía municipal de tranvías. que la guerra había llegado a su fin”. Du-
conocería como la Avenida de los Fran- aquellos días. Comparten asiento con el rante la guerra, a las conductoras no se
las contrataba, se les pagaba en espe- tuar sólo en casos de legítima defensa.
cias: “Nos daban alimentos cada 10 días”. Durante aquellos dos años las conduc-
Sabina recuerda el día en que le tocó toras se convirtieron en heroínas para
su turno. “De los 5 tranvías que funciona- el Oslobodinje, un periódico local que
ban, cuatro fueron destruidos por gra- también resistió estoicamente el ase-
nadas, así que me tocó. Dependiendo dio, ya que también salió a la calle cada
de cómo estaba la situación conducía día durante la guerra. Sabina recuerda
hasta Bushasha. A veces incluso íba- cómo le contó a un periodista por aquel
mos marcha atrás. Era muy peligroso”. entonces que pesaba 38 kilos: “¡Los fran-
Cuando Sabina pasa por la estación cotiradores no podían verme!”, bromea.
de Marinder, afirma que aún ve “a los sol- La valentía de gran parte de la población
dados europeos con los heridos al lado. fue un fenómeno que mantuvo intrigados
Sólo protegían a la gente en algunos tra- a muchos. Según esta mujer musulmana,
mos, y cuando ya nos habían disparado”. la gente estaba harta de esconderse en

sus casas, y con los


gestos cotidianos se
pretendía acabar con
la guerra, aunque
fuera psicológica-
mente: “Lo usaba
mucha gente. Subían
animales, bicicletas.
Una vieja subió y
me dijo: ‘Si tú siendo
tan joven te atreves
a conducirlo, yo me
atrevo a subir’. Y se
sentó en el suelo”.
Sabina sufrió disparos

El martes 2 de enero de 1996, un algunas veces, pero no la alcanzaron.


proyectil antitanque impactó contra un Una compañera suya murió a consecuen-
tranvía, causando un muerto y una vein- cia de un tiro, y otra fue víctima de una
tena de heridos. Fue quizá el más bru- granada justo en el asiento que había de-
tal de los muchos ataques que recibían trás del puesto del conductor. Ella sobre-
los convoyes, que iban desde simples vivió, pero no la niña que había sentada
disparos hasta granadas. Las fuerzas en aquel lugar. “Yo no soy una heroína.
de la OTAN hablaban de “obras de in- Todos en Sarajevo son héroes”, senten-
controlados” y se escudaron en que cia Sabina. Después de toda la conver-
su misión sólo consistía en proteger sación, no consigue descubrir cuál era
la llegada de ayuda humanitaria y ac- la fuerza que la empujaba a conducir
todos los días, pero afirma que lo haría llegaron los soldados de la OTAN y em-
de nuevo: “Recuerdo cómo hacía sonar pezaron a disparar al edificio donde
las bocinas para los francotiradores. Me se encontraban los francotiradores”.
da mucha pena no volver a conducir”. Jasmin, de 46 años, tiene el alma cansa-
Al salir del despacho, la joven Amela seña- da. Es director de tráfico de los tranvías de
la un pequeño edificio contiguo. Tiene las GRAS, y vuelca gran parte de su tiempo
persianas bajadas: “Ahí está el director”. en su enorme libro de registros, abierto
frente a él de par en par. Su despacho
Eran las 7 de la tarde de un día de está oscuro, las persianas están bastante
noviembre de 1995 y Jasmin Topic via- extendidas. Parece que esta tenue luz y
jaba hacia la parada de Bachardin. “Cayó el silencio propiciado por la asistenta de
una granada en el tranvía. Yo estaba gesto lento se adapten al sentir del direc-
en la tercera puerta, al final, y la bomba tor. Jasmin acababa de volver del frente
cayó detrás del conductor. Una mujer cuando sufrió el ataque, y afirma que la
fue decapitada. Había 150 personas allí gente subía a los trenes para devolver la
dentro, y empezaron a salir unos encima vida a la ciudad: “No me daba miedo, era
de otros. Cuando los supervivientes em- algo normal. O entonces ninguno de no-
pezamos a salir del coche ardiendo, los sotros éramos normales. Casi todos los
francotiradores empezaron a disparar días había muertos, pero ya eran cuatro
de nuevo. Así que volvimos a entrar en años de ocupación, y estábamos har-
el tranvía”. Jasmin gritó a la gente que tos de todo. Nos daba igual morir en la
buscara un edificio cercano y seguro, calle, de camino a casa, o en un tranvía”.
y todos empezaron a correr. “Entonces Topic se encarga de organizar las llega-

das y salidas y los turnos de los conduc-


tores. El tiempo le apremia, y se pone a
repasar la lista con una mirada automáti-
ca: “El tranvía es un símbolo tradicional,
de fuerza, pero ahora los jóvenes prefi-
eren el coche”. Su mano derecha, sin
dedo corazón, de desliza sobre el papel.

Parada de Pasino Polje. Amela sube


con fuerza al tranvía. “Ahora los jóvenes
no pensamos en lo que fue el tranvía. Al-
gunos les hacen graffitis, y los destruyen.
A veces saltan en marcha o rompen las
ventanas, sobre todo cuando hay fútbol.
Sólo es un transporte más”, dice, que- Se dirige a casa, y viene del mercado.
riendo confirmar la teoría del señor Topic. Sonriente, dice que siempre ha creído en
Una mujer de plácido cabello blanco y el destino, y que nunca tuvo miedo: “Mi
con un interesante sombrero sube al tran- destino no era morir en el tranvía. Aho-
vía cargada con dos bolsas de la compra. ra lo uso todos los días, ¡y tengo billete
gratis!”. La señora anónima cuenta que unas heridas durante la guerra. Ahora
ella fue una de las que se subió al tran-
vía durante aquellos días para volver a la
“Estábamos hartos de todo. se dedica a aparcar los trenes que lle-
gan a cocheras, “pero llegué a conducir
normalidad: “Me hacía mucha ilusión. Lo Nos daba igual morir en la calle, un año”. Afirma que no tuvo proble-
llamo el coche del rey, porque me siento mas cuando quiso recuperar su trabajo.
muy bien dentro. Sólo a veces tuve mie- de camino a casa, o en un tranvía” Vania se mueve con soltura por el solar
do”. Era empleada del periódico Oslobod- donde descansan decenas de tranvías,
inje, y antes del conflicto se jubiló. Siem- muchos oxidados y con las ruedas hinca-
pre fue escéptica con la guerra: “Siempre das en la tierra. Quiere mostrar su gran
habíamos vivido muy mezclados”. Estaba obra, oculta bajo un plástico: una maqueta
en casa el día que empezó el asedio, y de madera que reproduce los primeros
creyó que terminaría pronto. Se despide tranvías que hubo en Sarajevo, que iban
bajando las escaleras con lentitud. Ha tirados por caballos. “El 28 de noviembre,
comprado fruta, pimientos y lechuga. el día de la empresa, los presidentes su-
bieron a mi maqueta, y la llevaron con ca-
Amela sigue a la mujer con la mirada ballos”. Los tranvías, para él, no han per-
desde la ventanilla. Cuando la pierde dido valor simbólico: “El 90% de la gente
de vista, señala repentinamente algo. los usa, son el corazón de la ciudad”.
“Ahí están las cocheras. Es donde duer- A pesar de su amor por los viejos co-
men los trenes”. Bajamos del tranvía y ches, Vania está encantado con los
entramos en el barrio de vagones. To- prototipos electrónicos que van a traer
dos parecen estar muy orgullosos de en un futuro bastante lejano. En gen-
los trenes, todos cuentan, de primeras, eral, profesa un amor platónico hacia
que aún conservan vagones con restos los tranvías: “Simplemente me gus-
visibles de metralla, disparos o granadas. tan. Siempre a los compañeros que
Vania Kljuno, de 40 años, estudió el se- se jubilan les da mucha pena dejarlo.
gundo grado de maquinaria, y lleva tra- Puede que los tranvías tengan alma”.
bajando 24 años en GRAS: “¿Quién me Nunca antes Vania se había parado
contrataría estando inválido?”. Vania a contar los trabajadores de GRAS que
perdió una mano a consecuencia de murieron durante la guerra. Se acerca
al feo monolito con la lista de nombres que en los pueblos de las afueras: “No
grabados que hay en la misma entrada hay discriminación por etnias, porque
de la sede de la empresa, y dice: “96. en la ciudad nadie sabe los nombres.
Antes de la guerra trabajaban 2.000 per- Es más relajado que en los pueblos,
sonas, y el 90% de los que se quedaron porque muchos serbios lucharon contra
después del conflicto eran croatas y mu- los chetniks. Pero creo que antes de la
sulmanes, los serbios se fueron”. Según guerra la gente hablaba mucho más”.
Vania, Hubo un serbio, Zoran Baric, que
se quiso quedar en la empresa: “Los mis- El viaje transcurre en silencio hasta que
mos serbios lo mataron en 1995”. Hoy Amela abre los ojos de par en par. Sube
hay 4 conductores serbios en toda la al tranvía un revisor. Somos una chica y
plantilla de GRAS. Pero Vania insiste: “Lo dos extranjeros, así que bajamos con él
más importante es que recibimos el suel- en la siguiente parada. Hasecic Selvin
do a tiempo”. No es fácil vivir en Bosnia es un temido revisor que odia su trabajo,
Herzegovina, donde el paro es un prob- que realiza desde 1996. En 1992 estuvo
lema endémico y la economía no reflota. luchando, “en la mili”, y afirma que es re-
visor por una cuestión de supervivencia:
Amela, coqueta, se coloca las gafas “Todos aquellos años en la guerra y no
de sol en el pelo mirándose en el cristal tengo derechos. No tengo nada por haber
sucio. Afirma que las tensiones entre et- luchado. Me iría a trabajar a otro país”.
nias en la capital son mucho menores Hasecic se queja de que no le pagan bien:

“Los tranvías se
convirtieron en
un símbolo de la
resistencia de
Sarajevo, por eso
los chetniks se
empeñaron en
atacarlos”
trabaja 9 horas al día por 500 euros men- dos con brusquedad, cómo a la estación
suales. “Tengo familia, 2 hijos y mujer”. de Ilija, por donde está pasando ahora,
no se podía llegar directamente, por los
Se abren las puertas del tranvía y nos ataques. A finales de 1996 el tranvía em-
sonríe un conductor mayor pero erguido, pezó a viajar hasta allí. Hasta ese momen-
enérgico. Lleva gafas de sol de aviador, to, sólo hubo autobuses de salvamento.
una gorra y la camisa perfectamente “Nunca me dispararon. O no lo sé con
planchada. Fadil Mirvic tiene 57 años, certeza. Desde la cabina no se oyen
es el conductor más veterano de GRAS los disparos. Parece que tuve suerte”.
y parece inmensamente feliz. Fadil con- Cuando Fadil conducía no hirieron
dujo tranvías hasta 1992, fue a luchar al a ninguno de sus pasajeros: “También
frente y en 1995 luego volvió a su asiento había peligro en la calle, pero yo me
escacharrado: “Todo estaba destruido. sentí protegido por la ONU. Yo no podía
Faltaban muchos trenes y gente”. El hom- proteger a nadie, estaba en el mismo
bre recuerda, mientras acciona los man- lugar que ellos”. Fadil vio como a una
compañera suya, que llevaba el tren de
enfrente, le caía una granada. No murió
nadie, pero ella no volvió a conducir.
“En 1995 los tranvías se convirtieron en
un símbolo de la resistencia que había
habido en Sarajevo, por eso los chetniks
se empeñaron en atacarlos”, deduce.
Fadil reconoce casi gritando por el ruido
ensordecedor que varias veces sintió mie-
do, pero ahora lo que más pena le da es
tener que jubilarse: “Estoy cerca del final.
Al principio echaré de menos su sonido,
pero tiene que venir gente joven. Aún así,
dudo que el que me sustituya dure mucho
tiempo. Hay que tener mucha paciencia
y nervios de acero. Los coches son muy
viejos, y los raíles también. Hay 40 esta-
ciones, semáforos. Tienes que ser alegre
aunque firme, y saber soportar el calor y
la presión del tráfico”, dice con el dedo
índice alzado y los ojos más abiertos.
Anochece, y Fadil habla del pasado
ante sus pasajeros: “Antes de la guerra
todos estábamos mezclados, eran bue-
nos tiempos. Casi todos mis amigos eran
serbios y croatas. Ahora la mayoría se
han ido. Los que volvieron lo hicieron
para vender sus casas, y me olvidarán
pronto. Pero con 40 años conduciendo es-
pero haber dejado mi huella en las vías”.

Amela baja en la parada de la famosa


biblioteca de Sarajevo, y empieza a subir
la cuesta hasta el cementerio. Le gusta
venir aquí, sobretodo en verano, porque
puede estar sola, y ver la ciudad entera:
“Veo Sarajevo como la palma de mi mano.
Aquí puedo pensar, llorar”. Amela con-
fiesa que no debería haber venido un vi-
ernes, día sagrado para los musulmanes:
“Pero me gusta mucho subir hasta aquí
para verle. Hemos construido un banco
de mármol pequeñito”. Su padre está
enterrado bajo un monolito más, escon-
dido entre un ejército de clones de már-
mol. Le ha traído una flor, aunque explica
que tampoco debería hacerlo, porque su
abuelo le decía que no está bien llevar
flores a los musulmanes: “A él no le llevo,
pero a mi padre sí”. La joven se va de-
prisa porque empieza el canto del imán,
mirando atrás mientras baja la cuesta: “Le
dije a mi hermano que lo arreglara…está
hecho un asco”. Atardece en Sarajevo. Texto: Alba Muñoz
Fotos: Sergi Fernández

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