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Epicuro (341-270 a.C.

Filósofo griego fundador del Jardín y del epicureísmo. En el 341 a.C.,


nació en Samos. Hijo de Querastasa y Neocles, un colono ateniense afincado
en Samos que, posteriormente, tuvo que emigrar y se instaló en Colofón
viviendo como maestro. Ya de niño se interesó por el origen del Caos, del
que hablaba Hesíodo en su Teogonía. Su primer maestro de filosofía,
todavía en Samos, fue el platónico Panfilo. El año 323 a.C. (año de la muerte
de Alejandro Magno) marchó a Atenas a cumplir con la milicia. No pudo
conocer a Aristóteles, que a la muerte de Alejandro tuvo que marchar de
Atenas por motivos políticos. Sin embargo, sí que conoció a Jenócrates, el
sucesor de Platón en la Academia. El año 321 marchó a Colofón

para reunirse con su familia. Allí entró en contacto con el peripatético


Praxífases de Rodas, y con el atomista Nausífanes, discípulo de Demócrito y
de Pirrón. Ejerció de maestro en Mitilene, donde el año 311 fundó una
escuela. Al año siguiente se trasladó a Lámpsaco, donde impartió clases
durante cuatro años. Allí conoció a sus discípulos Idomeneo, Metrodoro,
Leonteso y, su mujer, Themista; Hedeira, Colotes, Timócrates y Hermarco,
que fue quien, posteriormente, le sucedió en la dirección de su escuela. En
el 306 marchó a Atenas, donde permaneció hasta su muerte acontecida el
año 270 a.C. En Atenas, fundó su escuela (llamada el Jardín), en una
pequeña propiedad de las afueras, en dirección a El Pireo, no lejos de la
Academia platónica. Debido a la existencia de un jardín en dicha propiedad,
que era el lugar favorito de encuentro de sus miembros, la escuela de
Epicuro tomó este nombre, que enlazaba con la enseñanza epicúrea según
la cual el sabio ha de amar el campo y la naturaleza.

Dicha escuela era bien distinta de la Academia platónica y del Liceo


aristotélico y, aunque en el Jardín se efectuaban también investigaciones
filosóficas, no era un centro de enseñanza para discípulos nuevos sino que,
fundamentalmente, era el lugar de reunión y de convivencia de amigos
(incluidos mujeres y esclavos) que compartían unas mismas ideas y una
misma orientación vital. Y es que Epicuro entendía la filosofía
fundamentalmente como investigación de la felicidad humana, como
reflexión acerca de los temores que atenazan a los hombres (el miedo a la
muerte, el miedo a los dioses, el deseo desmesurado de placeres y el miedo
al dolor) y como lucha contra los prejuicios y las ideas que, como las del
platonismo, sitúan la felicidad en otra vida. Consecuentemente con estas
ideas, y con su máxima: «vive retirado», prefería la compañía de sus amigos
antes que el aplauso público. No obstante, esta vida retirada no la concebía
como un alejamiento total de la sociedad, ya que él mismo participaba en
diversos actos colectivos, sino que la entendía como una forma de vida
basada en el sosiego.

El contexto histórico en el que se enmarca la filosofía de Epicuro es el


llamado período helenístico, marcado especialmente por grandes
modificaciones sociales surgidas de las conquistas de Alejandro Magno, que
conllevaron el fin del ideal de la polis tal como había sido entendida hasta
entonces. Las polis pierden su autarquía y aparecen solamente como
provincias de un vasto imperio, lo que generó la aparición de una nueva
mentalidad y de un nuevo espacio mental capaz de abordar, de una forma
nueva, el distinto marco de convivencia humana, de manera que la pérdida
del sentimiento de colectividad que acompañó a la pérdida del ideal de la
polis clásica produjo cambios en todos los ámbitos del pensamiento. Por una
parte, cambiaron las mismas concepciones religiosas: los dioses domésticos
de las polis fueron sustituidos por dioses más cósmicos; por otra, junto a
ello, apareció la necesidad de teorizar más el

espacio privado. En este ambiente, surgen las nuevas escuelas morales y el


nuevo ideal del sabio del que la filosofía epicúrea es un ejemplo (ver
epicureísmo).

La filosofía de Epicuro

Según Diógenes Laercio (ver cita) , Epicuro dividió la filosofía en tres partes:
la Canónica (lógica y teoría del conocimiento), la Física y la Ética. Pero,
puesto que concibe la filosofía como una reflexión para alcanzar la felicidad,
la Canónica y la Física estaban en función de la Ética. A su vez, en cuanto
que Epicuro era abiertamente enemigo de las especulaciones platónicas y
aristotélicas, fundamentaba todo saber en un empirismo sensualista: el
único criterio de verdad lo proporciona el cuerpo.

Por ello, en la canónica, la filosofía epicúrea tomó como centro de


reflexión, no un supuesto mundo más allá, sino el radical más acá que es el
cuerpo. Así, el alma se diluía en todo el organismo y era concebida, a la
manera atomista, como formada por átomos. De esta manera, eliminaba
todo dualismo entre alma y cuerpo, así como todo dualismo entre
sensación-intelección, o entre doxa y episteme, y podía elaborar una teoría
del conocimiento según la cual el criterio de verdad es la percepción, que se
produce por la recepción de los efluvios que provienen de las cosas; la
percepción es siempre verdadera y los errores provienen del juicio. La
eliminación de toda forma de dualismo y la reivindicación de la corporeidad
(pansomatismo) del ser humano sentaban las bases de una nueva
psicología y los fundamentos para la elaboración de una nueva antropología
(ver cita).

En física adoptó la teoría atomista de Demócrito (Epicuro negaba la


existencia de Leucipo), a la que añadió la existencia del clinamen para
explicar el movimiento de colisión de los átomos en el vacío. Según él, los
átomos caen continuamente en el vacío de forma vertical, pero tienen la
propiedad de declinar (i8\F4H) espontánea-mente de su trayectoria. En esta
declinación se producen choques al azar y se engendran los distintos
cuerpos. El aspecto de indeterminación que introducía el clinamen permitía,
según él, explicar la libertad del alma humana. A su vez, estas teorías
ayudaban a eliminar dos de los cuatro temores que impiden la felicidad
humana: el miedo a la muerte y el temor a los dioses. La muerte no consiste
en otra cosa que en la disgregación de los átomos de los que estamos
compuestos. Cuando esto ocurre, ya no tenemos sensibilidad para darnos
cuenta de ella: cuando estamos nosotros, no está ella, y al revés (ver cita).
Y, en cuanto a los dioses, cree que existen pero, como todo cuanto existe,
también están hechos de átomos y viven en otros mundos, por lo que no
son providentes ni se preocupan de nuestros actos (ver cita). Son dioses
que no causan males, ni vigilan nuestros actos, ni son vengativos. Dioses sin
odio que no deben inspirar ninguna clase de temor, alejados tanto de los
dioses de los mitos clásicos (que Epicuro quiere desterrar), como de las
elaboraciones teóricas de los platónicos, los aristotélicos y los estoicos.

En su concepción ética, Epicuro defiende el hedonismo, y sostiene


que el fin de la vida humana es el placer, pero no se trata del placer
puramente material, sino que es más bien de índole espiritual y afectivo y,
por tanto, tranquilo y duradero (ver cita). Las numerosas críticas a las que
fue sometido el epicureísmo y las grandes deformaciones ideológicas a las
que se vio sometido, muestran el inmenso grado de agresividad que
provocaron sus ideas, por lo que éstas fueron deformadas hasta la
caricatura por parte de sus enemigos, en uno de los más grandes
movimientos de falsificación y manipulación intelectual de toda la historia
de las ideas. Así, se le acusó de libertino y de vivir como los cerdos,
preocupado solamente de los placeres sensuales. Sin embargo, para
Epicuro, el auténtico placer sólo se alcanza cuando se
consigue la autarquía, el pleno dominio de uno mismo, de los propios
deseos y afecciones. Pero, esta autarquía no es entendida por Epicuro como
un estado de completa insensibilidad y eliminación de todas las pasiones,
como preconizaban los estoicos, sino que es la eliminación de los obstáculos
que se oponen a la felicidad: los temores y las preocupaciones, las penas y
los dolores (ver cita). El sabio será aquél que conozca las verdaderas
necesidades, que deben reducirse a lo indispensable para que no nos
inquieten los deseos de poseer más, ya que el verdadero placer no se halla
en los bienes materiales, sino en el saber y la amistad. El cuidado de estos
bienes, así como la consecución de los placeres, producen la ataraxia, es
decir, la serenidad y el equilibrio del ánimo. Los placeres materiales deben
saber dosificarse y han de ordenarse en función de los placeres espirituales,
que son de mayor valía. Con ello, se eliminan los otros dos obstáculos que
impiden la felicidad: la búsqueda desordenada de placeres y el miedo al
dolor (ver cita).

De todas las obras de Epicuro (según Diógenes Laercio, cerca de 300 libros),
sólo se conservan tres cartas enteras: A Meneceo (ver texto ), a Herodoto y
a Pitocles, así como unos fragmentos conservados en un manuscrito
custodiado en el Vaticano (conocidos como Vaticanae sentenciae, o como
Gnomologio vaticano epicúreo), y unos manuscritos medio carbonizados
hallados hacia 1750 en las excavaciones de Herculano (Herculaneum
papyri) de muy difícil lectura, pero que complementan lo que se sabe acerca
de la teoría de la naturaleza de Epicuro. Sus obras mayores fueron un
Tratado sobre la naturaleza, un tratado sobre El criterio, varios libros de
ética, con títulos como: Vidas, Del fin, De elección y aversión. Escribió
también obras polémicas: Contra los físicos, Contra los megáricos, y Contra
Teofrasto. Las fuentes secundarias para el conocimiento del pensamiento de
Epicuro son, fundamentalmente: Diógenes Laercio, Séneca, Sexto Empírico,
Cicerón, Plutarco (estos últimos, abiertamente contrarios al epicureísmo) y,
muy especialmente, el libro De rerum natura, de Lucrecio.

Bibliografía

Diccionario de filosofía en CD-ROM. Copyright © 1996-99. Empresa Editorial


Herder S.A., Barcelona. Todos los derechos reservados. ISBN 84-254-1991-3.
Autores: Jordi Cortés Morató y Antoni Martínez Riu.

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