Comencé a predicar a los 15 años. En aquel tiempo, era conocido como “el joven predicador”. Siendo apenas un adolescente, admiraba a muchos del Señor. Sin embargo, mi evangelista modelo, el predicador que yo admiraba en forma especial, fue Roberto F. Fierro. Su manera de hacer una introducción y captar la atención de la audiencia, para mi era única.
La primera vez que le escuché predicar por WKAQ- Radio en
Puerto Rico, me dije a mí mismo: “Yo quiero ser como él”. Un día, en una emisora radial, escuché un anuncio que me emocionó: “Luego de una larga ausencia de Puerto Rico, Roberto Fierro, viene a Cayey con un mensaje de fe para usted”. Me dije: “esta es mi oportunidad para finalmente poder hablar en persona con el predicador que más he admirado”.
Cuando llegué a aquel culto masivo en la plaza de Cayey, la
atmosfera estaba electrizante. Ya mi Hno. Fierro estaba en un sillón de ruedas por causa de un terrible cáncer. No obstante, su mensaje fue enérgico, claro y conmovedor. El llamado al altar fue impresionante, la gente pasaba llorando y Roberto Fierro, tambien estaba llorando. Su sensibilidad espiritual y su pasión por las almas, marcaría mi vida e impactaría mi ministerio para siempre. Después de la ministración, con la ayuda del recordado locutor cristiano, Ramón S. Olivencia, logré pasar a saludar al Hno. Fierro. Para mi sorpresa, ya él había escuchado de mí, así que fue fácil comenzar a dialogar.
Yo me sentía sumamente impresionado. Lo veía como
héroe, como padre y como maestro. Aún puedo ver su rostro expresar aquella rara mezcla de amor y autoridad. Nunca, NUNCA, olvidaré aquel momento que marcó mi vida. Pasó su mano, con ternura sobre mi cabeza (como si fuera un padre acariciando a su hijo), y con una autoridad sin igual, aquel gran Apóstol de fe, me miró con ojos penetrantes, y me dijo: “No permitas que nada te detenga. Sigue predicando el Evangelio. Yo, con este cáncer terminal y en este sillón de ruedas, me siento limitado. El dolor que siento es enorme. Pero te hago saber, Víctor, que CON CRISTO hasta el dolor es bueno".
Te confieso que, en ese momento, no lo entendí cabalmente.
No comprendía por qué ese hombre de tanta fe, que había sido usado por Dios en un ministerio tan milagroso, hablaba así. Para mí era paradójico. Me sonaba cómo si, en lugar de reprender al cáncer, lo estuviese disfrutando...
Pero han pasado los años y ahora, después de ver y vivir yo
mismo tantas experiencias dolorosas, lo puedo entender. Y es que cuando las finanzas, los lujos, la atractibilidad estética, la fama, los amigos y TODO se marcha de nuestras vidas, allí se queda el Señor.
El está sobre ti, para cubrirte; marcha al frente, para guiarte;
camina tras ti, para protegerte; a tu lado para fortalecerte ;y habita dentro de ti, para que lo disfrutes. Desde esa perspectiva, Roberto Fierro, tenía razón. “CON CRISTO, HASTA EL DOLOR ES BUENO”. Es SU presencia, lo que hace la diferencia.