Sie sind auf Seite 1von 1

Gentile, Giovani (1875-1944) (ojo, traducción de GBHL)

La temporalidad y la educación (texto tomado de Sommario de Pedagogía generale, Laterza e Figli, Bari,
1926, Parte II, C. VI, nros. 2 y 4, págs. 129-131)

La verdad es que si la educación es formación del espíritu, esta formación no tiene un término
asignable, ni, en realidad un principio. Y la razón es que el espíritu no está en el tiempo: más bien, como
sabemos, el tiempo está en el espíritu. Una interpretación imperfecta de este concepto es palpable en la
tendencia de todo sistema pedagógico a cultivar menos de lo posible el desarrollo espiritual. Es famosa, en la
pedagogía antigua y moderna, la recomendación hecha a las madres de familia de no abandonar en las manos
mercenarias de los poderes, la tierna infancia de los hijos, cuando en los primeros albores de la conciencia, el
alma echa las primeras raíces del carácter futuro. Y si ningún pedagogo se atrevería a proponer, por la
elevación, cada día mayor, de la espiritualidad humana, un sistema razonable de procreación de la prole como
lo hicieron los antiguos desde Platón a Tomás Campanella, está vivo aún en la mente de los contemporáneos
el problema de la eugenesia. Y se ha hablado mucho, a pesar de todo, del empirismo aceptado desde Locke,
negador de todo innatismo y de la cuestión de la herencia, porque si se piensa bien, no sabemos qué
anticipaciones anatómicas o fisiológicas de la experiencia individual pueden ser transmitidas.
Con este concepto de la herencia es preciso traspasar todo límite empíricamente asignable al proceso
educativo. El proceso educativo es eterno. Su existencia en el tiempo no es un momento de educación real,
sino de pensamiento real acerca de la educación […]. Si repaso con mi memoria mi vida pasada, objeto de mi
pensamiento presente, puedo, en efecto, asignar un principio a cada período de mi educación: en tal momento
tuve tal maestro; en otro momento, otro, y así sucesivamente. Situando estos momentos diversos en la historia
de mi vida, no percibo que esta variedad se centre e irradie partiendo de este momento de mi vida actual, en la
que recuerdo, haciéndome extraño a mí mismo. En tanto que esto es posible, el tiempo está vivo en mi vida
actual, que no es en el tiempo, sino más bien contiene el tiempo. La educación verdadera no es, por tanto,
aquella que se manifiesta ante mi memoria o en una extrínseca contemplación de la educación de otro; sino
aquella en la que participamos activamente: en la vida de nuestro espíritu, en donde no hay tiempo, sino el
ritmo del acto espiritual eterno.

No es posible dividir la realidad espiritual poniendo a un lado el espíritu y al otro el hecho espiritual, el objeto
de nuestro conocimiento, pues esta realidad es pura y simplemente el espíritu en calidad de sujeto. Para
conocerla no hay más que un medio, ya indicado: resolver su objetividad en la actividad real del sujeto que la
conoce. (El espíritu como acto puro, 15).

Llegamos pues a este dilema: o negar el espíritu, el pensamiento, el sujeto y a nosotros mismos que
deberemos hacer la negación; o negar la materia. No hace falta decir que la elección viene impuesta por la
imposibilidad de un acto que para no hacerse debería hacerse: la negación del pensamiento es ya pensar,
afirmar el pensamiento. Por tanto, poner al hombre como sujeto, en cuanto alma, es ponerlo como sujeto
absolutamente: sujeto, pues, y nada más que sujeto. (Sumario de P..., 87).

Este saber inteligentemente respetuoso de todas las formas del saber (...) es uno solo: ... la Filosofía. La cual,
siendo el concepto que la realidad tiene de sí misma en cuanto espíritu que se realiza en la historia y que, en
todo momento suyo, se siente el centro activo de la historia, y que la historia, en su complejidad y en todo
momento suyo, siente como su propia realidad. El respeto que la filosofía tiene para toda otra forma de saber
es, por tanto, respeto para sí misma (Sumario, 41).

Real había en un comienzo, y hay ahora y eternamente, solo este “nosotros”, el Yo, el cual no queda nunca
exterior ni estancado, sino que dentro se va cambiando siempre a sí mismo. En él todo se conserva,
ciertamente, pero también todo, como Yo, se transforma; tal ocurre en el proceso (Sumario, pág. 126).

Radice: Filosofía de la educación, 41.


El sujeto individual en cuanto se educa y educa (en cuanto se hace conciencia) es celebración del espíritu
universal, de la verdadera humanidad, por la cual cada hombre sobrepasa siempre el confín de su ser actual, y
no se dice nunca basta a sí mismo, y por la cual cada hombre funde en sus intereses los intereses de los otros
hombres con quienes unifica su vida para alcanzar una humanidad común; esto es, una fe en los ideales
comunes que se aviva con la fraterna colaboración la recíproca re – educación.

Das könnte Ihnen auch gefallen