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ORÍGENES DE LA PRESENCIA JUDÍA EN ESPAÑA

Algunos asocian el país de Tarsis, mencionado en los libros de Isaías, Jeremías, Ezequiel, Primero de los Reyes y Jonás,
con la antigua civilización de Tartessos o, al menos, con algún lugar de la Península Ibérica. Si esta identificación fuese
correcta, el contacto de los judíos con la Península Ibérica se remontaría a la época de Salomón.

Parece claro, en cualquier caso, que el reino de Israel mantuvo relaciones comerciales con un lugar llamado Tarsis. En
Ezequiel 27:12 así se dice: "Tarsis comerciaba contigo por la abundancia de todas tus riquezas, con plata, hierro, estaño
y plomo a cambio de tus mercaderías."

También se hace referencia a este comercio en 1Reyes 10:22, donde se dice que "una vez cada tres años la flota de
Tarsis venía y traía oro, plata, marfil, monos y pavos reales". Al describir el imperio comercial de Tiro, de oeste a este,
Tarsis es el primer lugar que se cita (Ezequiel 27:12-14) y es asimismo el país lejano al que Jonás quiere ir para escapar a
Jehová (Jonás 1:3), lo que sugiere que el país de Tarsis se encontraba en el extremo occidental del Mediterráneo. Los
fenicios, aliados de los israelitas en la época de Salomón, mantuvieron además una estrecha relación comercial con la
Península Ibérica (la fundación de Gades (Cádiz) suele datarse en el año 1100 a. EC.). Todo ello deja abierta la posibilidad
de que llegase a haber relación entre los israelitas y la Península Ibérica a comienzos del I milenio a. EC., pero no ofrece
prueba alguna que demuestre que haya ocurrido así. En Cádiz se encontró un sello que data de los siglos VIII o VII a. EC.,
en el que hay una inscripción que según algunos autores sería antiguo hebreo, pero la mayoría de los investigadores
consideran que se trata de fenicio.

Existen tradiciones muy tardías, según las cuales los primeros judíos llegaron a España tras la caída del Primer Templo,
en 586 a. C.

Época romana

Las primeras evidencias de presencia judía en la Península datan de época romana. No se conoce la fecha exacta en que
las primeras comunidades judías se instalaron en Hispania.

Algunas pruebas materiales de la presencia judía en la Península son dos inscripciones judías trilingües (hebreo, latín y
griego) halladas en Tarragona y en Tortosa cuya datación varía según los autores entre los siglos II a.EC. y VI d. EC. Del
siglo III data probablemente la inscripción sepulcral hallada en Abdera (actual Adra) de una niña judía, llamada
Salomonula. En la isla de Ibiza fue hallada un ánfora con caracteres hebreos que data al menos del siglo I.

Un documento incontestable que prueba la existencia de comunidades judías en Hispania son los cánones del concilio de
Elvira, celebrado por los cristianos de la Península Ibérica en Elvira (Granada) a comienzos del siglo IV.

Época visigoda

A comienzos del siglo VI se consolida en la Península Ibérica el dominio visigodo. Los visigodos, cristianos arrianos, no
mostraron inicialmente ningún interés por perseguir a los judíos. El primer documento de la Hispania visigoda en que se
les menciona es el Breviarium Alaricianum, compilado en las Galias por orden de rey Alarico II y promulgado en Tolosa en
506. Este cuerpo legislativo, recopilatorio de Derecho romano, imponía a los judíos las mismas restricciones que las leyes
romanas, del Imperio ya católico, de los siglos IV y V: se les prohibían los matrimonios mixtos, la edificación de nuevas
sinagogas o la posesión de esclavos cristianos, entre otras muchas cosas, y se castigaba duramente al cristiano que se
convirtiese al judaísmo. Sin embargo, las leyes visigodas eran relativamente tolerantes, ya que se les permitía restaurar
las sinagogas ya existentes, y mantener sus propios tribunales para resolver asuntos religiosos, e incluso civiles. Además,
muchos historiadores creen que estas leyes no fueron aplicadas con rigor.

La situación cambió cuando el rey Recaredo se convirtió al catolicismo, deseando la homogeneización religiosa de toda la
península. Durante todo el siglo VII la monarquía visigoda, en estrecha colaboración con la Iglesia católica, adoptó una
actitud beligerante contra las comunidades judías. Durante el reinado de Sisebuto, las leyes antijudías se endurecieron
significativamente, y se produjeron numerosas conversiones forzosas, lo que motivó que gran número de judíos
abandonasen el reino, instalándose en el norte de África.
En los años siguientes, la situación se va haciendo cada vez más difícil para los judíos. Hacia los conversos, numerosos
desde las persecuciones de Sisebuto, existía una gran desconfianza, y en 638, durante el reinado de Chintila, debieron
hacer un juramento especial, denominado placitum, rechazando públicamente su antigua religión. La presión sobre los
judíos que se mantenían fieles a su religión fue haciéndose cada vez más dura. El rey Égica, invocando una supuesta
conspiración, dictaminó en el XVII Concilio de Toledo, en 694, la esclavitud de judíos y conversos, y persiguió con saña a
ambas minorías hasta su muerte, en 702.

Los judíos en Al-Andalus

Muchos autores han insistido en la idea de que los musulmanes fueron recibidos como liberadores por los judíos de la
Península Ibérica, que incluso ayudaron activamente, al igual que los seguidores cristianos de Witiza, al éxito de la
invasión. Sin duda, su situación mejoró notablemente con respecto a la persecución casi continua que habían sufrido en
época visigoda, especialmente después de la conversión de Recaredo.

Los musulmanes, siguiendo las enseñanzas del Corán, consideraban que los cristianos y judíos, en tanto que "gentes del
Libro", no debían ser convertidos a la fuerza al Islam y eran merecedores de un trato especial, la dhimma. Los dhimmi
(en árabe ‫مي‬ّ ‫ ذ‬,"protegidos") tenían garantizadas la vida, la propiedad de sus bienes y la libertad de culto, así como un
alto grado de autonomía jurídica, que les permitía, por ejemplo, acudir a sus propios tribunales para dirimir los asuntos
de sus comunidades. Como contrapartida, estaban sujetos a impuestos extraordinarios, debían aceptar una situación
social inferior y someterse a discriminaciones diversas, teniendo negado el acceso a la mayor parte de los cargos
públicos: no podían, en concreto, acceder a funciones militares ni políticas en que tuvieran jurisdicción sobre
musulmanes. El valor en tribunales musulmanes del testimonio de los dhimmis era inferior, al igual que la indemnización
en los casos de venganzas de sangre. Las acusaciones de blasfemia contra los dhimmies eran habituales y el castigo era
la muerte. Como no podían testificar en un tribunal para defenderse, debían convertirse para salvar la vida. El tabú
matrimonial contra los dhimmíes varones, que eran castigados con la muerte si mantenían relaciones sexuales o se
casaban con una musulmana, además de las herencias, las discriminaciones en el vestido, en el uso de animales o en
ciertos oficios, son otros ejemplos de esta discriminación institucionalizada en asuntos relevantes. Sin embargo, la
aplicación rigurosa de la dhimma varió en función de las épocas y no siempre se cumplió con rigidez, como lo ilustra que
varios judíos alcanzaran rangos prominentes en los estados andalusíes.

La autonomía jurídica de que, como se ha dicho, disfrutaron los judíos en Al-Andalus se concretó en la organización de
sus comunidades en aljamas. Las aljamas eran las entidades autónomas en las que se agrupaban las comunidades judías
de las diferentes localidades. Tenían sus propios magistrados, y se regían por sus propias normas jurídicas, basadas en la
Halajá. La institución de la aljama se trasladaría después a la España cristiana, y permanecería vigente hasta el momento
de la expulsión.

La situación de los judíos en Al-Andalus no fue siempre igual. En general, se distinguen dos períodos bien diferenciados:
antes y después del comienzo de las invasiones almorávides (en torno a 1086).

La primera etapa coincide con el emirato independiente (756-912), el califato de Córdoba (912-1031) y los primeros
reinos de taifas (1031-1086). Fue el período de esplendor de la presencia judía en la España musulmana, especialmente
a partir de la época de Abderramán III. Numerosos judíos alcanzaron un alto grado de relevancia económica y social, y la
cultura hebrea, muy influida por la árabe, tuvo una verdadera edad de oro.

Con los almorávides y, sobre todo, con los almohades, la situación cambió radicalmente. Estas dinastías, de origen
africano, tenían una concepción del Islam mucho más rigorista, por lo que se mostraron mucho menos tolerantes hacia
los judíos. A partir del siglo XII, la población judía inició un éxodo masivo: los mayores contingentes se refugiaron en los
reinos cristianos del norte, cuyos monarcas estaban en plena actividad repobladora y precisaban del concurso de los
recién llegados.

Los judíos en los reinos cristianos

En las cortes cristianas, ocurrían hechos que demuestran el papel de los judíos. Por ejemplo, el rey de Aragón, Jaime II,
escribía a su hija: "Filla, recibiemos vuestra carta... en razón del fillo que hauedes parido... Mas, filla, non fagades, como
auedes acostumbrado, de criarlo a consello de judíos..."

Por otro lado, una inscripción hebrea en la sinagoga del Tránsito, de Toledo, reza así: "El rey de Castilla ha engrandecido
y exaltado a Samuel Leví; y ha elevado su trono por encima de todos los príncipes que están con él... Sin contar con él,
nadie levanta mano ni pie."
Y más aún, el rey Fernando III El Santo, después de la toma de Sevilla, se afirmaba como rey de tres religiones, cosa que
ningún otro rey europeo podía afirmar.

En el plano cultural, el papel del judío dentro de las cortes castellanas fue el de transmisor de los conocimientos árabes.
Gracias a él, en cortes como la de Alfonso X, junto con colaboradores árabes, se pudo llevar a cabo la enorme obra de
recopilación, traducción y divulgación de todo el saber humano de la época.

tro de los campos en el que la presencia judía fue indispensable fue el de la medicina. En efecto, sería inusitado
encontrar la mención de un médico de la casa real que no fuera judío. Esto no impidió, sin embargo, que se redactaran
decretos prohibiendo a los cristianos valerse de médicos judíos, cuyo incumplimiendo, empezando por el rey mismo, era
notorio.

El judío era además el encargado de recaudar tributos y el tesoro estatal. Su posición cerca del rey y de los nobles, así
como de los prelados, era clave, lo cual explicaría el vacío posterior cuando ocurrió la expulsión. Esta posición fue la más
delicada y difícil de mantener, pues si bien el judío era indispensable para la clase alta, era visto, en cambio, como
explotador por la clase baja y se atraía su odio, lo cual podía ser aprovechado fácilmente por el clero para desatar
persecuciones antisemitas. Los reyes defendieron la importancia del judío dentro de la economía estatal, e incluso el
propio Fernando el Católico (por cuyas venas corría sangre judía), los apoyaba en 1481, diciendo que leyes que
prohibieran algo a los judíos era como prohibírselo a él.

Avanzado el siglo XV, la persecución contra los judíos empezó a adquirir rasgos de ferocidad, y los reyes se encontraban
impotentes para detenerla, pues se jugaban su popularidad. Además, la nobleza había emparentado, por motivos
económicos principalmente, con los judíos y su posición se había debilitado. En el siglo XVI aparecen dos libros, el Libro
verde de Aragón y El tizón de la nobleza de España, donde se demuestra que, prácticamente, toda la nobleza española
tenía algunas o muchas gotas de sangre judía.

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