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COMENTARIO BÍBLICO-TEOLÓGICO LATINOAMERICANO SOBRE MEDELLÍN: A 50 AÑOS DE LA II CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATIONAMERICANO
COMENTARIO BÍBLICO-TEOLÓGICO LATINOAMERICANO SOBRE MEDELLÍN: A 50 AÑOS DE LA II CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATIONAMERICANO
COMENTARIO BÍBLICO-TEOLÓGICO LATINOAMERICANO SOBRE MEDELLÍN: A 50 AÑOS DE LA II CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATIONAMERICANO
Ebook636 pages16 hours

COMENTARIO BÍBLICO-TEOLÓGICO LATINOAMERICANO SOBRE MEDELLÍN: A 50 AÑOS DE LA II CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATIONAMERICANO

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El Comentario Bíblico-Teológico lleva a cabo una revisión crítica pero propositiva de los horizontes y prácticas eclesiales que han emergido a partir de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que tuvo lugar en Medellín (Colombia) en 1968. Tanto el evento como los documentos de ahí emanados pusieron en marcha un cambio profundo de
LanguageEspañol
Release dateSep 1, 2021
ISBN9786074177022
COMENTARIO BÍBLICO-TEOLÓGICO LATINOAMERICANO SOBRE MEDELLÍN: A 50 AÑOS DE LA II CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATIONAMERICANO
Author

José de J. Legorreta

José de Jesús Legorreta (coord.) Autores de artículos: Leonardo Boff, Carlos Schickendantz, Alberto Parra, Maria Clara Lucchetti Bingemer, Jorge Costadoat, Rafael Luciani, Luis Antonio Gallo, Armando Noguez, Agenor Brigenthi, María Andrea González, Ernesto Palafox, Juan Carlos López, Jorge Piedad, José de Jesús Legorreta.

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    COMENTARIO BÍBLICO-TEOLÓGICO LATINOAMERICANO SOBRE MEDELLÍN - José de J. Legorreta

    Imagen de Portada

    Comentario Bíblico-Teológico Latinoamericano sobre Medellín

    imagen

    Documentos de Medellín (1968)

    José de Jesús Legorreta (coord.)

    Comentario Bíblico-Teológico Latinoamericano sobre Medellín

    A 50 años de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano

    Leonardo Boff, Carlos Schickendantz, Alberto Parra, Maria Clara Lucchetti Bingemer, Jorge Costadoat, Rafael Luciani, Luis Antonio Gallo, Armando Noguez, Agenor Brighenti, María Andrea González, Ernesto Palafox, Juan Carlos López, Jorge Piedad, José de Jesús Legorreta

    Anexo: Documentos de Medellín

    Universidad Iberoamericana

    Buena Prensa

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO.

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

    D.R. © Universidad Iberoamericana, A.C.

    Prol. Paseo de la Reforma 880

    Col. Lomas de Santa Fe

    Ciudad de México

    01219

    publica@ibero.mx

    D.R. © Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C.

    Orozco y Berra 180

    Sta. María la Ribera

    Ciudad de México

    06400

    www.buenaprensa.com

    Primera edición: 2018

    ISBN Universidad Iberoamericana, A.C. 978-607-417-702-2

    ISBN Obra Nacional de la Buena Prensa, A.C. 978-607-8635-72-6

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Hecho en México

    Digitalización: Proyecto451

    Índice de contenido

    Portadilla

    Legales

    Comentario Bíblico-Teológico Latinoamericano sobre Medellín

    Tabla de abreviaturas

    Prólogo

    Abertura

    Una Iglesia consecuente con los signos de los tiempos

    Primera parte. Ejes de lectura

    Signos de los tiempos: la escucha de la voz de Dios en la historia

    El método de la teología latinoamericana

    Análisis de la realidad y teoría social en los documentos de Medellín

    Liberación, promoción humana y salvación: implicaciones para la misión de la Iglesia

    Medellín: la Iglesia de los pobres de ayer y de mañana

    Reforma de la Iglesia desde la Iglesia de los pobres

    Hermenéutica bíblica latinoamericana

    Medellín y la lectura popular de la Biblia

    Segunda parte. Cuestiones abiertas

    Espiritualidad a la luz de Medellín

    Teología y estructuras pastorales: ¿renovación o reforma?

    La ausencia-presencia de la mujer en la teología latinoamericana

    De los padres de la Iglesia latinoamericana hasta Medellín: una relectura

    Colaboradores

    Documentos de Medellín (1968)

    Tabla de abreviaturas

    Presentación

    Introducción a las conclusiones

    Documentos conclusivos

    I. Promoción humana

    II. Evangelización y crecimiento de la fe

    III. La iglesia visible y sus estructuras

    Anexos

    Discurso de S. S. Pablo VI en la apertura de la segunda conferencia

    Mensaje a los pueblos de América Latina

    Comentario Bíblico-Teológico Latinoamericano sobre Medellín

    Leonardo Boff, Carlos Schickendantz, Alberto Parra, Maria Clara Lucchetti Bingemer, Jorge Costadoat, Rafael Luciani, Luis Antonio Gallo, Armando Noguez, Agenor Brigenthi, María Andrea González, Ernesto Palafox, Juan Carlos López, Jorge Piedad, José de Jesús Legorreta

    Tabla de abreviaturas

    AAS – Acta Apostolicae Sedis

    AG – Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia

    AL – Exhortación apostólica postsinodal Amoris Laetitia

    CAL – Pontificia Comisión para América Latina

    CEB – Comunidades Eclesiales de Base

    CELAM – Consejo Episcopal Latinoamericano

    CEPAL – Comisión Económica para América Latina y el Caribe

    CLAR – Confederación Latinoamericana de Religiosos

    DA – Documento de Aparecida

    DP – Documento de Puebla

    DS – Documento de Santo Domingo

    DT – Documento de Trabajo (Medellín)

    DV – Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación

    EG – Evangelii gaudium

    EN – Evangelii Nuntiandi

    GS – Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual

    LG – Constitución Dogmática sobre la Iglesia

    OT| – Decreto sobre la formación sacerdotal

    PO – Decreto sobre el ministerio y vida de los Presbíteros

    PP – Populorum progressio

    SC – Constitución sobre la Sagrada Liturgia

    TL – Teología de la Liberación

    UR – Decreto sobre el Ecumenismo

    Prólogo

    El Vaticano II (1962-1965) fue la gran reconciliación de la Iglesia católico-romana, sobre todo la de corte europeo, con el mundo moderno. Reconoció la autonomía de las realidades terrestres, el valor de las ciencias, los derechos humanos, el ecumenismo y el diálogo con las demás religiones. Particularmente, colocó en primer lugar a la Iglesia como sacramento-misterio, es decir, como señal e instrumento de salvación. Enseguida dio la centralidad al Pueblo de Dios, anteponiéndolo al capítulo sobre la jerarquía eclesiástica como servicio a dicho pueblo.

    El Concilio Vaticano II fue verdaderamente lo que el papa bueno, Juan XXIII, llamó una primavera de la Iglesia. Más que contenidos, el Vaticano II significó y continúa significando un espíritu nuevo en la Iglesia, de apertura al mundo, de diálogo, de aceptación de las diferencias; una Iglesia con puertas y ventanas abiertas y no un museo, como dijo cierta vez el papa Juan XXIII. Tal vez el continente que más se alegró y acogió ese espíritu del Vaticano II fue América Latina, incluido el Caribe. El gran efecto que el concilio produjo en la Iglesia latinoamericana y caribeña fue descubrir su especificidad y la necesidad de concretar ese espíritu a las condiciones sociopolíticas reales de nuestros pueblos. Se puso en evidencia que ya no era una Iglesia espejo de las viejas iglesias europeas que aquí se implantaron. Era ya una Iglesia fuente, es decir, iglesias que habían creado raíces en las varias realidades socioculturales de nuestros pueblos y, por eso, tenían un rostro diferente. De inmediato sintieron la necesidad de realizar una recepción (receptio) del Vaticano II para que fuese en realidad una respuesta adecuada a los problemas que teníamos. Ésta fue la gran obra de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano realizada en Medellín, Colombia, entre el 26 de agosto y el 6 de septiembre de 1968.

    Se puede decir que la conferencia fue una especie de bautismo para nuestras iglesias, a partir del cual iniciaron una caminata nueva dentro de la historia. Los obispos, animados por el espíritu del Vaticano II y tomados por una especie de coraje, suscitado por el Espíritu Santo, se pusieron como reto discernir la misión de la Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del concilio. Este reto fue justamente el título de las conclusiones finales de la segunda conferencia.

    Para estar a la altura del tremendo desafío, se tuvo que operar una concretización de las intuiciones del Vaticano II, especialmente de su espíritu, en el momento de transformación que se vivía en todas las partes del continente. Es así como se percibe el trabajo realmente innovador del Documento de Medellín. Con un oído en la realidad sociohistórica y con el otro en el Vaticano II, la Iglesia latinoamericana hizo una traducción que atendía a las dos fidelidades. Apuntamos sólo algunos de los puntos más relevantes de la innovación.

    • Si el Vaticano II tuvo como punto de partida, en lo general, cuestiones doctrinales, en la recepción latinoamericana se partió de la realidad concreta echando mano del método ver, juzgar, actuar, en el cual se incorporaron y asumieron las doctrinas, y se redescubrió la importancia de la palabra revelada.

    • Si el Vaticano II habló de mundo moderno desarrollado, en América Latina se habló del mundo subdesarrollado marcado por la miseria y la violencia, a la cual Medellín calificó de violencia institucionalizada. Es aquí donde se impuso una pregunta impostergable desde la fe: ¿qué respuesta de esperanza podemos dar a nuestros pueblos en nombre del evangelio de Jesucristo?

    • Si el Vaticano II se refirió a los derechos y a la alta dignidad de la persona humana, aquí se contextualizó esa temática desde la situación concreta de los considerados no-personas y de los violados en sus derechos.

    • Si el Vaticano II alabó la ciencia moderna con sus conquistas, desde el subcontinente se denunció cómo esa ciencia se usa como medio de dominación.

    • Si el Vaticano II enfatizó la legítima autonomía de las realidades terrestres, aquí se percibió que esas realidades no tienen autonomía, sino que son dominadas por aquellos que detentan el poder, el saber y la comunicación.

    • Si el Vaticano II se refirió a la educación en general, aquí se puso algo específico: crear las condiciones para un desarrollo humano integral profundizando la conciencia de su dignidad humana, favoreciendo su libre autodeterminación y promoviendo su sentido comunitario (Educación, 8). El Documento de Medellín, por su parte, acogió las grandes líneas de una educación liberadora nacida de las experiencias de la educación popular, a partir del método de Paulo Freire con su pedagogía del oprimido y la educación como práctica de libertad.

    • Si el Vaticano II denunció las condiciones de pobreza de la humanidad, aquí en América Latina los obispos proclamaron que un sordo clamor brota de millones de personas, pidiendo a sus pastores una liberación que no les viene de ninguna parte (Pobreza de la Iglesia). Y se hizo una llamada para que la Iglesia no fuera solidaria únicamente con los pobres, sino que fuera una Iglesia pobre. Las bases de esta opción plasmada en Medellín se afirmaron de manera explícita en la Conferencia de Puebla en 1979.

    Medellín abrió el camino de nuestras iglesias para su misión liberadora y la lucha por la justicia social, que es base de la paz duradera. Este proceso culminó en la V Conferencia General del Episcopado, celebrada en Aparecida, Brasil, del 13 al 31 de mayo del 2007. Se rescataron grandes temas, desde el método de ver, juzgar y actuar, como la opción preferencial por los pobres y las comunidades de base, hasta la teología de la liberación; Medellín se convirtió en una referencia fundacional permanente.

    Con Medellín se abrió un horizonte nuevo para nuestras Iglesias que irradió hacia otras Iglesias del Tercer Mundo hasta producir un papa que proviene del ámbito cultural y eclesial liberador nacido bajo el impulso de Medellín: el papa Francisco, obispo de Roma.

    Medellín fue el soplo del Espíritu en nuestro continente que posibilitó todo lo que vino después. Éste ha sido su significado más transcendente. Es por ello que, al cumplirse los 50 años de su celebración, este Comentario Teológico Latinoamericano es un instrumento sumamente valioso para comprender y actualizar el evento y los textos de Medellín a las condiciones de América Latina en el siglo XXI.

    Leonardo Boff

    Abertura

    Una Iglesia consecuente con los signos de los tiempos

    AGENOR BRIGHENTI

    Como hacen mención los autores de esta obra, es imposible comprender Medellín sin hacer referencia al Concilio Vaticano II. El título del documento demuestra esta estrecha relación, La Iglesia en la actual transformación de América Latina a la luz del Concilio. Su fuerza radica en la osadía de haber hecho una recepción creativa (en palabras de Jon Sobrino) del Vaticano II en América Latina, tarea asumida también por las conferencias posteriores. Para los obispos reunidos en Medellín no se trataba simplemente de implementar el concilio en sus iglesias locales, sino de recibirlo de manera contextualizada en un continente marcado por la pobreza y la exclusión, fruto de una injusticia institucionalizada, que se constituye en un pecado social.

    El tiempo se encargaría de mostrar que se trataba de una aventura llena de riesgos y conflictos, pero también de resultados transcendentes y duraderos, que de alguna manera fueron rescatados y reimpulsados por la Conferencia de Aparecida y el pontificado reformador de Francisco. En otras palabras, en la fidelidad a las instituciones fundamentales y a los ejes temáticos del concilio, (1) en Medellín hubo encarnación —hoy diríamos inculturación de la renovación conciliar en América Latina— con osados desdoblamientos, que hicieron del concilio no sólo un punto de llegada, sino especialmente un punto de partida para otros avances. Con Medellín, la Iglesia en América Latina dejó de ser una Iglesia espejo (en palabras de Lima Vaz) del eurocentrismo reinante y estampó un rostro propio (Iglesia pobre y de los pobres), así como una palabra propia (teología de la liberación).

    Su rostro y su palabra son frutos de una Iglesia consciente cuya fidelidad al Evangelio depende de la fidelidad a la realidad en la cual está inserta, siempre impregnada de los signos de los tiempos. Los obispos latinoamericanos reunidos en Medellín, que no habían sido propiamente padres del concilio pero que salieron de éste como sus mejores hijos, tomaron conciencia de que el mundo es constitutivo de la Iglesia. No es el mundo el que está en la Iglesia, sino la Iglesia la que está en el mundo. (2) Es verdad que la Iglesia, como levadura en la masa (Mt 13, 33), busca impregnar el mundo de los misterios de Dios y, por tanto, hace al mundo. Pero, de igual modo, es verdad que el mundo hace a la Iglesia. Del mundo la Iglesia extrae no solamente las mediaciones de su acción evangelizadora y las estructuras de su configuración histórica, sino también su propia agenda, en la medida en que se propone ser respuesta, a la luz de la fe, de las preguntas reales planteadas por el contexto donde ella se inserta. La Iglesia da y recibe del mundo, influye y es también influenciada por él.

    En esta perspectiva se puede entender mejor Medellín. Primero, Medellín es mucho más que un documento, como también es más que un evento intraeclesial, por mucho que se propusiese llevar a cabo posteriormente un servicio extraeclesial; además de estar inserto en un contexto socioeclesial concreto y particular, es, en parte, fruto de este mismo contexto. En otras palabras, Medellín sólo podría haber nacido en el contexto y en el momento en que nació. (3) Diez años más tarde, ya no habría sido posible, ni desde el punto de vista social y mucho menos desde el punto de vista eclesial. Así, aunque sea un evento y un documento que trascienda su tiempo, Medellín es fruto de su tiempo y, proféticamente, bien anclado en él. Por eso, al revisitar Medellín 50 años después, al menos tres factores es necesario tomar en cuenta para que captemos su espíritu.

    En lo social: sintonía con la irrupción de los pobres

    En primer lugar, en relación con el contexto social, Medellín no habría sido posible si no fuese aquel momento de profundas transformaciones y crisis y, al mismo tiempo, de optimismo y esperanza, reinante en la década de los sesenta del siglo pasado. Sólo en momentos de crisis o de vacíos son posibles cambios y saltos cualitativos, pues, si es verdad que una crisis puede ser factor de deterioro y muerte, puede asimismo ser un momento pascual, de travesía hacia un futuro mejor.

    La década revolucionaria de los sesenta se caracterizó por la irrupción de los pobres y del tercer mundo (sur global), fruto de la crisis del desarrollismo neoliberal. Pero, ¿cómo entender el mensaje emanado de este contexto si el diagnóstico no podía ser deducido directamente de la revelación? (4) En el diálogo entre la Iglesia y el mundo, preconizado por el Vaticano II, se tomó conciencia de que las ciencias son una mediación indispensable. Con base en ellas se estableció, al interior del discurso teológico, la mediación de las ciencias humanas y de lo social, que permitió superar la óptica desarrollista reinante. El mito del progreso y el utopismo, engendrados en la Europa de la posguerra, crearon en América Latina y el Caribe, en su reciente proceso de industrialización, en especial en los medios intelectuales y en los estratos populares, un clima de cambio y de expectativas de conquistas. Gobiernos de corte populista canalizaron estos anhelos en un programa nacionalista-desarrollista. El subdesarrollo se concibió como una etapa previa al desarrollo. Para avanzar, había que saber combinar tres factores, como hicieron los países ricos: capital, tecnología y mercado.

    No obstante, un análisis de la situación de tipo estructural mostró que el subdesarrollo de los países subdesarrollados no era un mero atraso histórico, (5) sino más bien un subproducto del desarrollo de los países desarrollados, como diría la Populorum progressio. Se constataba que los ideales de la civilización moderna, fundados en el mito del progreso, era deseo de la mayoría, pero conquista y privilegio de unos pocos. Sumado al conflicto Este-Oeste (colectivismo marxista y capitalismo) había un conflicto Norte-Sur entre países industrializados, detentadores del poder sobre el capital, la tecnología y las reglas del mercado, y países dependientes, en una relación de neocolonialismo. En consecuencia, para el tercer mundo, en lugar de simplemente abrirse al capital, a nuevas tecnologías y al mercado del primer mundo, era necesario romper con la lógica colonialista, tal como indicaba la Teoría de la Dependencia elaborada por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL). La teoría demostraba que, dentro del marco de las relaciones establecidas entre Norte y Sur, cuanto más desarrollo en el Sur, más dependencia del Norte, lo que llevaba a una nueva fase del capitalismo de entonces, que iniciaba su proceso de globalización por la expansión de las empresas multinacionales. Es cierto que estas empresas hacían llegar capital, tecnología y mercado, pero también era cierto que, si grande era la entrada de capital, mayor era su evasión, lo que prolongaba la sangría de las venas abiertas de América Latina. (6) En el contexto de la época, se trataba de un diagnóstico importante, pues se sentaban las bases para pasar de una postura desarrollista hacia una perspectiva liberadora que fue determinante para Medellín. En sintonía con los movimientos populares, muchos grupos de cristianos tomaron conciencia de que, a la luz de la fe, una situación de opresión exigía liberación, la que a su vez, remitía a la salvación.

    La nueva conciencia desencadenó una movilización popular sin precedentes en el continente, con la participación de amplios sectores de la Iglesia, que clamaba profundas transformaciones. La adhesión de intelectuales de las clases medias daba la impresión general de que los cambios, además de posibles, eran inminentes. En aquellos años se intensificaron los trabajos de educación popular, de concientización y de formación política, (7) que enriquecieron también a la Iglesia. Se descubrió que la evangelización pasaba igualmente por la concientización y la organización política. Sin embargo, los cambios no fueron fáciles ni rápidos. La Alianza para el Progreso, de John Kennedy, se sustituyó con la Fuerza Interamericana de Paz, de Lyndon Johnson, que patrocinaba golpes militares en casi todos los países del continente, lo que conllevó una represión sanguinaria de la movilización popular. Los militares respaldaron sus regímenes de excepción en la Ideología de la Seguridad Nacional, (8) que pretensamente se proponía la defensa de la civilización occidental y cristiana, léase la defensa del sistema capitalista de la amenaza del marxismo. En esta lucha, todos los medios eran justificables, independientemente de principios éticos o de la declaración de los derechos humanos. Independencia y liberación se concibieron como puertas abiertas al marxismo. (9)

    No obstante, al enfrentar la represión y el martirio, la Iglesia descubrió su misión como defensora de los pobres y abogada de la justicia, compañera de camino de toda la humanidad. Organizaciones como las ligas campesinas, sindicatos de trabajadores, movimientos estudiantiles y la educación popular, según el modelo de la pedagogía del oprimido de Paulo Freire, (10) dieron organicidad a la resistencia.

    Las dictaduras militares fueron largas, con amplio soporte de capital extranjero y fuerte endeudamiento externo. Los milagros económicos, como el milagro brasileño de los setenta, desembocaron en la década perdida de los ochenta. Se intensificó el crecimiento de la brecha entre ricos y pobres, agravando la situación sociopolítica. El golpe contra Salvador Allende en Chile, el ascenso y posterior derrocamiento del sandinismo en Nicaragua y, sobre todo, la caída del Muro de Berlín a finales de los ochenta, fueron momentos duros que provocaron, en aquellos que se empeñaban en la búsqueda de un mundo solidario, un sentimiento de orfandad, intensificado por el ascenso del neoliberalismo.

    En América Latina y el Caribe, el fin de las dictaduras correspondió al traspaso del poder de los militares a gobernantes civiles, que asumieron la implantación del nuevo modelo económico bajo el comando del Fondo Monetario Internacional (FMI), de la Organización Mundial de Comercio (OMC), del Club de París, del Foro Económico Mundial de Davos y, de modo particular, bajo las directrices de la política externa de los Estados Unidos. Fueron casi tres décadas de apertura a los mercados externos, de privatizaciones, incluso hasta de los recursos naturales, del aumento del endeudamiento externo e interno, que llevaron a una crisis de la democracia representativa, dado que en la realidad ella representa a la burguesía. En medio de esto, pocos vieron en la caída de las Torres Gemelas, símbolo del capitalismo, un ataque al sistema capitalista tenido como el fin de la historia. (11) Pero no los actores del Foro Social Mundial, que articularon una sociedad civil planetaria en pro de otro mundo posible, además de urgente, necesario.

    En América del Sur, al inicio del segundo milenio, el surgimiento de gobiernos de corte popular que buscaban revertir el Estado mínimo y responder a las demandas sociales no dejó de ser expresión de la crisis del neoliberalismo y de que el sueño de una América Latina y el Caribe donde cupieran todos seguía vivo. En los últimos años, sin embargo, somos sorprendidos por una nueva ola neoliberal patrocinada por el gran capital internacional, que vuelve a someter todo a la lógica del mercado. Proféticamente, el papa Francisco, en sintonía con Medellín, ha levantado su voz advirtiendo que este sistema es injusto en su raíz, que esta economía mata.

    En lo eclesial: la profética opción por los pobres

    Un segundo factor que permite captar el espíritu de Medellín es el contexto eclesial de esos años. Medellín sólo fue posible, por un lado, gracias a sectores de la Iglesia en el continente muy sintonizados con los desafíos del contexto social. Por otro, gracias también al profundo cambio operado por el Concilio Vaticano II y las consecuentes prácticas eclesiales innovadoras, respaldadas por un grupo de obispos visionarios que se propusieron la osadía de hacer una recepción creativa del concilio en América Latina y el Caribe. (12) Así como el Vaticano II, que de cierta manera fue anticipado por los movimientos de renovación que lo antecedieron, (13) Medellín fue preparado sobre todo por prácticas de amplios sectores de cristianos inmersos en el seno de una sociedad en ebullición. En la década de los sesenta del siglo pasado, fueron muchas las búsquedas y realizaciones, así como las iniciativas y los acontecimientos en el campo eclesial, que confluyeron en Medellín y formaron parte de sus conclusiones. Evoquemos algunas más significativas.

    Entre ellas destaca la Acción Católica, propiamente la Acción Católica Especializada, (14) en específico, la Juventud Agraria Católica (JAC), la Juventud Obrera Católica (JOC) y la Juventud Universitaria Católica (JUC), que ya había incidido en el Concilio Vaticano II, sobre todo en la teología del laicado y en la relación Iglesia mundo. (15) En América Latina y el Caribe, fueron los jóvenes de Acción Católica quienes tematizaron las principales cuestiones relativas a la relación entre fe y política. Asimismo, de los cuadros de los asistentes eclesiásticos de la Acción Católica provinieron gran parte de los obispos de la generación Medellín, quienes se destacaron por su preparación teológico-pastoral, liderazgo, testimonio de pobreza y presencia pública de la Iglesia en la sociedad. (16)

    No puede dejar de nombrarse a toda una generación de teólogos jóvenes, formados en las mejores universidades europeas, sintonizados con el Concilio Vaticano II y sobre todo con las cuestiones planteadas por los cristianos insertos en lo social. Encuentros para discernir y buscar posibles respuestas comenzaron aun durante el concilio, como fue el caso de la reunión de teólogos latinoamericanos y caribeños realizada en Petrópolis (Brasil) en marzo de 1964, seguida de las reuniones de La Habana, Bogotá y Cuernavaca en 1965, y de las de Montreal y Chimbote (Perú) en 1967. Muchos de estos teólogos estaban ligados a la Conferencia Latinoamericana de Religiosos (CLAR), y hasta principios de los setenta pudieron trabajar estrechamente con el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM). (17)

    Como elementos del contexto eclesial de Medellín, podríamos nombrar las iniciativas y prácticas de las comunidades eclesiales de base, pioneras en São Paulo de Potengi y Fortaleza (Brasil), en San Miguelito (Panamá), en Riobamba (Ecuador) o Santiago de Chile, ya en 1962 presentes en el Plan Pastoral de la Conferencia de Obispos de Brasil (CNBB). (18) No hay que olvidar la persona del papa Pablo VI, por su influencia en la convocatoria de Medellín, de quien monseñor Manuel Larraín y Dom Hélder Câmara eran muy cercanos. Igualmente tuvo influencia en la agenda de la conferencia por la publicación de la encíclica Populorum progressio, que incidió de manera directa en el espíritu y en la conclusiones de Medellín. (19) Destaca además su presencia en la inauguración de la conferencia en Bogotá, en cuyo discurso Inaugural aludió a la nueva era que iniciaba la Iglesia en América Latina y el Caribe, (20) lo que contribuyó al clima de libertad y responsabilidad autóctona que reinó durante los trabajos de la segunda Conferencia General.

    Ninguno de estos factores, sin embargo, por más importantes que sean, se equiparan al significado e impacto del Concilio Vaticano II, del cual la Iglesia en América Latina y el Caribe se propusieron, en Medellín, hacer una recepción creativa. Para hablar del Vaticano II, especialmente de la forma como el concilio repercutió en Medellín, hay que comenzar por mencionar la nueva sensibilidad eclesial del papa Juan XXIII. (21) Por un lado, el Papa se proponía llevar a cabo un aggiornamento de la Iglesia en relación con el mundo moderno, frente al cual se había adoptado una postura apologética de cinco siglos. Según W. Kasper, las grandes conquistas de la humanidad en los últimos siglos se dieron fuera de la Iglesia y, en gran medida, contra ella, pero fundadas en valores evangélicos. Por otro lado, Juan XXIII, de modo particular mediante dos encíclicas sociales —Mater et Magistra (1961) y Pacem in Terris (1963)—, puso al descubierto la desigualdad entre el hemisferio Norte y el hemisferio Sur, no como una fatalidad histórica, sino como fruto de una injusticia estructural que requería ser reparada con urgencia, so pena de agudizar los conflictos mundiales. Se estaba en plena guerra fría y apenas se había salido de la crisis de los misiles entre los Estados Unidos y Cuba (Rusia). En esta perspectiva, el Papa, en la convocatoria del concilio, habló de la necesidad de una Iglesia de los pobres para ser la Iglesia de todos, preocupación que Pablo VI retomó después del Concilio en la Populorum progressio, donde calificó el subdesarrollo de los países subdesarrollados como el subproducto del desarrollo de los países desarrollados.

    Entre las intuiciones y los ejes fundamentales del concilio, que están en la base de la tradición latinoamericana y caribeña, podemos citar: a) la distinción entre Iglesia y Reino de Dios (LG 5), que es más amplio que la Iglesia, y una de sus mediaciones, aunque privilegiada, que está presente más allá de sus propias fronteras; b) la Iglesia católica, mediadora de la salvación de Jesucristo, se da en la Iglesia local (LG 23), de la cual la diócesis no es una parcela, sino porción de la Iglesia universal, pues la Iglesia es Iglesia de iglesias, de iglesias autóctonas, con rostro propio; c) el primado de la Palabra en la vida y misión de la Iglesia (DV, 21), por ende, evangelizar no es sacramentalizar, sino, ante todo, ser testimonio y profeta de la Palabra salvadora de Dios; d) la afirmación de la base laical de la Iglesia (LG, 7), pues hay una igualdad radical en dignidad de todos los ministerios, en una comunidad toda ella ministerial; e) la unidad de la fe tejida en torno al sensus fidei —el sentir común de la fe de los fieles (LG, 31-32)—, en el seno del cual se inserta el magisterio, incluso el papa, un primum inter pares al interior del colegio episcopal, y f) la Iglesia no es de este mundo, pero está en él y existe para la salvación del mundo (GS, 92), en una postura de diálogo y servicio; busca, juntamente con toda la humanidad, respuestas al desafío de la edificación de un mundo justo y solidario para todos.

    Sin embargo, por más avanzadas y renovadoras que hayan sido las respuestas del Vaticano II a las nuevas exigencias de los tiempos modernos, ya en el momento de su clausura, la Iglesia en América Latina y el Caribe tenía la clara sensación de que era un concilio no sólo hecho por la Iglesia europea, sino, en gran medida, un concilio más para el primer mundo que para el tercer mundo. En la penumbra quedaron cuestiones importantes como las causas de la pobreza y el consecuente compromiso cristiano; la interrelación entre evangelización y promoción humana; la forma de presencia de la Iglesia y de los cristianos en la sociedad autónoma; el reto de la consolidación de una Iglesia de iglesias autóctonas; la necesidad de un pluralismo teológico y disciplinar, que implicaba una desconcentración del poder en la Iglesia; Iglesia y profetismo, etcétera. Dar respuesta a estas cuestiones pendientes es lo que Medellín se propuso con su recepción creativa del Vaticano II. La Iglesia debía insertarse en el mundo, pero ¿en cuál? ¿En el mundo de 20% de incluidos o en el de 80% de excluidos? La Iglesia debía ser comunidad, pero ¿cómo ser comunidad sin ser Iglesia de pequeñas comunidades? La Iglesia debía ser la Iglesia de los pobres, pero ¿cómo ser la Iglesia de los pobres sin ser ella misma pobre? La Iglesia debía asumir al sujeto social pobre, pero ¿cómo hacerlo sin situarse en su lugar social, la periferia?

    En el tiempo: hacer proceso

    Con todo, hay un tercer factor que hizo posible Medellín y que no puede ser menospreciado. Además de los contextos social y eclesial ya aludidos, factor por igual importante es el tiempo, tomado en su carácter procesual, que se encargó de mostrar que la aventura de Medellín no se trataba de una tarea fácil, sino de un largo camino por recorrer, marcado por riesgos y conflictos, por resistencia y resiliencia, por avances y por retrocesos. La persistencia, la determinación, la paciencia histórica, la esperanza activa, la fidelidad de muchos hasta el martirio, hicieron que Medellín fuera una realidad, que produjera frutos, que no muriera con el tiempo. Sus propuestas continúan en el horizonte de transfiguración de la pasión de Jesús, que se prolonga en la pasión del mundo, según L. Boff. El tiempo es uno de los factores esenciales en el proceso de recepción de un bien que envuelve todo y a todos, más allá del inmediatismo, que acaba por apelar a providencialismos alienantes.

    En esta perspectiva, el papa Francisco en la Exhortación Evangelii Gaudium subraya la necesidad de dar prioridad al tiempo y no a los resultados, que serán consecuencia de un buen proceso: el tiempo es superior al espacio (EG, 223-224). Esto significa ocuparse más en iniciar procesos que en poseer espacios o promover eventos o iniciativas aisladas, desconectados del esfuerzo de una acción pensada. Para Francisco, tomar el tiempo como superior al espacio significa privilegiar las acciones que generan nuevos dinamismos y comprometen a otras personas, que llevarán a frutos concretos en acontecimientos históricos (EG, 223). Más importante es generar procesos que construyan un pueblo, que obtener resultados inmediatos (EG, 224) que no generan cambios.

    Es así como fue Medellín en estos 50 años de un rico proceso histórico. Tal como el Vaticano II, que no podía ser un simple punto de llegada en el decir de Pablo VI, (22) Medellín fue asumido como punto de partida del proceso de construcción gradual de una tradición latinoamericana y caribeña, liberadora y autóctona. Con Medellín, la Iglesia en nuestro continente dejó de ser una Iglesia espejo y buscó superar las acostumbradas posturas miméticas de ultramar, para plasmar un rostro autóctono y articular una palabra propia. Lo que era apenas un sueño, a través de un proceso gradual alimentado por la esperanza activa, poco a poco se fue tornando realidad.

    En el camino hubo dificultades de todo orden. Fuerzas conservadoras, expresión de una Iglesia autorreferencial, hicieron de Puebla un freno a Medellín, y de Santo Domingo su estancamiento. En las últimas décadas se instauró en la Iglesia un proceso de involución eclesial, de noche oscura, de atrincheramiento identitario, en palabras de J. González Faus, que se prolongó hasta la renuncia de Benedicto XVI, expresión del agotamiento de la tentativa de reforma de la reforma del Vaticano II. En estos últimos 50 años, inspirados en Medellín, no fueron pocas las voces silenciadas y los profetas puestos bajo sospecha. Provenientes de la gran tribulación están los que integran la constelación de nuestros mártires de las causas sociales, según R. Antoncich Monseñor Romero fue el primer testigo en ser canonizado. Ellos, los mártires, continúan alimentando y sustentan el espíritu de Medellín, en una región donde la vida se ve cada vez más amenazada por señales de muerte, provenientes de un modelo social excluyente. Sería necesario hacer la hora de Aparecida y del pontificado del papa Francisco para el renacer de la esperanza. ¡En la renovación conciliar y en la tradición eclesial liberadora inaugurada por Medellín vive la esperanza de los pobres!

    1. No sin razón, tal como el compendio de los 16 documentos del Concilio Vaticano, Medellín también se compone de 16 documentos.

    2. Leonardo Boff, Teología desde el lugar del pobre. Santander, Sal Terrae, 1986, p. 27.

    3. Carlos Palacio, Trinta anos de teologia na América Latina, en Luiz C. Susin (ed.), O mar se abriu. Trinta anos de teologia na América Latina. São Paulo, Soter, Loyola, 2000, p. 53.

    4. Juan Luis Segundo, Libertação da Teologia. São Paulo, Loyola, 1978, p. 84.

    5. Cfr. Gonzalo Arroyo, Pensamiento latinoamericano sobre el desarrollo y la dependencia externa, en Instituto Fe y Secularidad, Fe cristiana y transformación social en América Latina. Encuentro de El Escorial, 1972.

    6. En alusión al sugestivo trabajo de Eduardo Galeano, que lo consagró mundialmente.

    7. José Comblin, Medellín: vinte anos depois. Balanço temático, en L. C. Susin (ed.), op. cit., p. 812.

    8. Cfr. J. Comblin, A ideologia de segurança nacional. O poder militar na América Latina. Río de Janeiro, Civilização Brasileira, 1978.

    9. Cfr. Luiz Alberto Gomez de Souza, A JUC: os estudantes e a política. Petrópolis, Vozes, 1984. Véase también Luiz E. Wanderley, Educar para transformar: educação popular, Igreja Católica e política no Movimento de Educação de Base. Petrópolis, Vozes, 1984.

    10. Paulo Freire explica su pedagogía o método Paulo Freire en A Pedagogia do Oprimido. Río de Janeiro, Paz e Terra, 1970, y P. Freire, Educação como prática da liberdade. Río de Janeiro, Paz e Terra, 1969.

    11. Cfr. Francis Fukuyama, O fim da história e o último homem. Río de Janeiro, Rocco, 1992.

    12. José O. Beozzo, Medellín: vinte anos depois (1968-1988). Depoimentos a partir do Brasil, Revista Eclesiástica Brasileira, 192, 1988, p. 784.

    13. Todos conocemos la gran contribución al concilio que hicieron los movimientos de renovación, como fueron los movimientos bíblico, teológico, litúrgico, catequético, ecuménico y otros. En el caso de Medellín, no se preparó con una reflexión planeada de antemano, sino con prácticas que plantearon cuestiones cruciales a la fe.

    14. La Acción Católica especializada fue creada por J. Cardijn, en Bélgica, el fundador de la Juventud Obrera Católica. Oficializada en 1927, en América Latina y el Caribe tuvo su apogeo en la década de 1950, para entrar en declive en los años sesenta, absorbida por la renovación conciliar. Fue una de las prácticas de la juventud en los medios específicos de vida, que J. Cardijn plasmó en el método ver, juzgar y actuar, y que se fue abriendo paso en la neocristiandad hacia una presencia transformadora de los cristianos en el seno de una sociedad autónoma. La Acción Católica también rescató el espacio del laico en la Iglesia, superando toda dicotomía en relación con el clero, así como entre Iglesia y mundo.

    15. Es conocida la obra que recoge también la contribución de la Acción Católica y que tuvo gran influencia sobre el concilio, cfr. Yves Congar, Jalons pour une théologie du laïcat. París, Cerf, 1953.

    16. A título de ilustración podríamos citar algunos obispos brasileños provenientes de la Acción Católica que tuvieron gran influencia en la Conferencia de los Obispos de Brasil, como Dom Hélder Câmara, Dom Antônio Fragoso, Dom Cândido Padim, Dom Luciano Mendes de Almeida, Dom Marcelo Pinto Carvalheira, etcétera.

    17. Sobre el repentino viraje ocurrido en el CELAM a partir de 1972 en la Asamblea de Sucre Bolivia, cfr. François Houtart, Le Conseil Épiscopal d’Amérique latine accentue son changement, ICI, 481, París, 1975, pp. 10-24.

    18. J. Comblin, Medellín: vinte anos depois..., op. cit., p. 817.

    19. En alusión a la Populorum progressio, Gustavo Gutiérrez afirma que constituye el puente entre el Vaticano II y Medellín. Cfr. Gustavo Gutiérrez, La recepción del Vaticano II en América Latina, en G. Alberigo y J. P. Jossua (eds.), La recepción del Vaticano II. Madrid, Cristiandad, 1987, p. 228.

    20. J. Comblin, Medellín: vinte anos depois..., op. cit., p. 806.

    21. Cfr. Enrique Dussel, De Medellín a Puebla. Uma década de sangue e esperança I. De Medellín a Sucre, 1968-1972. São Paulo, 1981, pp. 70-78.

    22. En una carta al Congreso de Teología Posconciliar, fechada el 21 de septiembre de 1971, el papa Pablo VI decía que la tarea del Concilio Vaticano II no quedó totalmente concluida con la promulgación de los documentos. Éstos, como enseña la historia de los concilios, representan más un punto de partida que una meta alcanzada. Es preciso aún que toda la vida de la Iglesia se impregne y se renueve con el vigor y el espíritu del concilio; es preciso que la semilla de vida lanzada por el concilio sobre el campo de la Iglesia llegue a su plena madurez, citado por Leonardo Boff, op. cit., p. 17.

    Primera parte

    Ejes de lectura

    Signos de los tiempos: la escucha de la voz de Dios en la historia

    CARLOS SCHICKENDANTZ

    Al conmemorarse los 30 y luego los 40 años de la Conferencia de Medellín, José Oscar Beozzo, probablemente el historiador latinoamericano más relevante en los estudios sobre el Vaticano II, afirmó en dos oportunidades que en el método, (está) el secreto de Medellín. (23) En el texto del 2008 escribe: "El método, Ver, Juzgar y Actuar, heredado de la joc de Joseph Cardijn, se inspiró también en la teología de los ‘Signos de los Tiempos’ de Gaudium et spes y fue el hilo conductor de todos los trabajos de Medellín. Y dado que esa forma de proceder no sólo configuró los textos sino la llamada mecánica de trabajo de toda la conferencia, Beozzo precisa en el artículo de 1998: Lo que diferenció profundamente el Vaticano II de Medellín fue el método de trabajo adoptado". Es claro que con la palabra secreto el historiador de São Paulo no pretende aludir a una realidad reservada u oculta a los ojos de los protagonistas de entonces o a los de sus lectores/as actuales, sino más bien —interpreto— a una clave que, en buena medida, explica el evento de Medellín, precisamente como evento, no sólo sus textos, sino el significado y simbolismo que progresivamente ha adquirido en la historia posterior. Hay un antes y un después en la vida de la Iglesia de este continente. (24)

    Es posible encontrar un argumento convergente en otro protagonista destacado de estas décadas, además perito en la Conferencia de Medellín. La figura que usa Gustavo Gutiérrez en su prefacio a la obra de Silvia Scatena resulta interesante, quizá sea el trabajo histórico de conjunto más relevante sobre aquellos años y sobre el desarrollo de la misma conferencia. Después de destacar la importancia del método de aproximación a la realidad y su contribución decisiva para que fuera asumido como forma de trabajo por las más diversas instancias eclesiales posteriores, Gutiérrez afirma que "a esta impostación se ha tratado de volver en Aparecida, como se busca el regreso a las ‘fuentes’". (25) Es significativa la expresión fuentes y la idea de regreso a ellas, un principio clave de renovación del Vaticano II junto al de aggiornamento (Perfectae caritatis, 2), caracterice aquí al mismo método. Parece difícil encontrar una forma más elocuente para describir teológicamente la importancia de esta forma de proceder: fuente. Este método reclama la necesidad de partir de la realidad del pueblo en medio del cual la Iglesia estaba llamada a ser un signo visible del Reino […], consistía en una lectura y un discernimiento de los signos de los tiempos a la luz del mensaje evangélico. (26) Decisiva es la aproximación a la realidad, el primer momento, el ver, (27) pero también el círculo hermenéutico entre los tres momentos que, implícita o explícitamente, se condensan en la noción bíblica y pastoral de signos de los tiempos. (28)

    En el marco de la abundante bibliografía existente, quiero desarrollar aquí tres aportes concretos, con particular atención al asunto metodológico aludido por Beozzo y Gutiérrez. En primer lugar, esta contribución presta atención a los dos textos oficiales de preparación de Medellín —el Documento Básico Preliminar (DBP) de enero de 1968 y el Documento de Trabajo (DT) de junio del mismo año—, en especial la introducción general del primero de ellos. En un segundo momento, me detengo en el aporte de Marcos McGrath. En el Vaticano II, el obispo panameño fue presidente de una de las subcomisiones responsables de la preparación de Gaudium et spes en las fases finales del concilio. Fue el encargado de presentar a la asamblea conciliar, en el último periodo de sesiones, el informe oficial correspondiente a la parte introductoria del texto de la futura constitución, y de explicar el significado que asumía la categoría signos de los tiempos en el documento. (29) Posteriormente, como dirigente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), McGrath participó durante todo el proceso de preparación de Medellín. Su ponencia, Los signos de los tiempos en América Latina hoy, fue la primera de la conferencia; se desempeñó además como presidente de la comisión que formuló, precisamente, las expresiones más detalladas del documento final sobre los signos de los tiempos. Por tanto, debido a su especial responsabilidad en la etapa de formación de Gaudium et spes, en sus intervenciones y publicaciones, en especial en las de aquellos años, se visibilizan quizás mejor que en ningún otro protagonista de Medellín, los logros y los límites del debate metodológico conciliar y de la categoría de signos de los tiempos, y su transición hacia el evento de Medellín, con sus nuevas peculiaridades regionales, también con sus logros y limitaciones. En tercer lugar, con atención particular a P. Hünermann y P. Suess, ofrezco algunas líneas de consenso actuales sobre la noción de signos de los tiempos, en particular sus dos niveles y criterios de determinación. Motiva esta sección, por una parte, la perplejidad que puede observarse en la bibliografía especializada internacional reciente (30) y, por otra, el propósito de visibilizar el salto de la calidad que se ha verificado en estas temáticas en las décadas posteriores a Medellín. Para concluir, el texto presenta varias ideas con las cuales se recapitula el camino recorrido, se señalan algunas adquisiciones y varios asuntos pendientes que están necesitados de un desarrollo ulterior.

    Esta contribución será mejor comprendida a la luz de los otros aportes ofrecidos en la presente publicación que consideran el asunto del método teológico, el análisis de la realidad, la perspectiva de los pobres, etcétera.

    El Documento Básico Preliminar y el Documento de Trabajo de Medellín

    1

    Con una carta fechada el 19 de febrero de 1968, Avelar Brandão Vilela, arzobispo de Teresiña y presidente del CELAM, envió a las conferencias episcopales de todo el continente el texto básico preliminar que fue aprobado, en líneas generales, en la reunión del CELAM de noviembre de 1967 y posteriormente revisado y profundizado en un Encuentro de Expertos convocados por el CELAM, en enero de 1968. Considerado como texto básico preliminar, fue enviado a todas las conferencias episcopales a fin de que lo sometieran a un atento examen y formularan las sugerencias que puedan enriquecerlo o mejorarlo. El Documento Básico Preliminar (DBP) poseía 28 páginas mecanografiadas: una introducción general y tres partes (la realidad latinoamericana, reflexión teológica y prioridades pastorales). (31)

    El texto tuvo una recepción diferenciada por parte de los episcopados. (32) La crítica común fue la manifiesta desproporción entre las tres partes; en menor medida, pero también comunes, fueron las observaciones acerca del tono prevalentemente negativo y pesimista de la primera parte. Por lo demás, en el mismo documento se muestra conciencia sobre esta observación. Al iniciar la primera parte se afirma: La descripción podrá parecer pesimista, pero es un reflejo de la realidad latinoamericana, que es trágica y que pide una respuesta rápida y definitiva.

    Por su parte, el Documento de Trabajo (DT), elaborado en la primera semana de junio de 1968 con base en las sugerencias y críticas recibidas, reproducía sustancialmente el esquema y la articulación del texto elaborado en enero. (33) Brandão Vilela, en una carta fechada el 24 de julio, les informó a los obispos que dicho texto era un simple instrumento de trabajo […] de ninguna manera, una decisión anticipada a la Conferencia, lo cual sería un absurdo. (34) Las opiniones sobre el DT fueron, naturalmente, variadas, (35) y el uso de ese material en el desarrollo mismo de la conferencia fue bastante modesto.

    Para el objetivo de esta contribución, interesa destacar la estructura vertebral, de Parada, el esquema jocista, de Scatena, y la categoría de signos de los tiempos. Como constata H. Parada, el DBP tenía ya las características que habría de conservar a lo largo de todo su proceso de acontecimiento posterior, ante todo, las de su estructura básica: la estructura vertebral del documento reproducía, básicamente, el método de ‘Ver-juzgar-actuar’ . (36) La adopción del esquema jocista, pensado como articulación del temario, se puede verificar en la reunión que Scatena caracteriza como el primer verdadero y propio intercambio en el CELAM sobre la preparación de la conferencia, en un encuentro de mayo de 1967, si bien analizado con más detalle en la reunión de Lima, en noviembre de 1967. (37)

    Por razones de espacio me detengo aquí sólo en algunos de los aspectos del DBP más relevantes para el objetivo de esta contribución. En otra publicación he analizado más detenidamente el conjunto del texto y, además, las modificaciones introducidas que se pueden verificar en el DT.

    2

    El DBP contiene una introducción preliminar de cuatro páginas mecanografiadas en la versión que Brandão Vilela envió a todos los episcopados; incluye aspectos interesantes desde la perspectiva del método. Un asunto que llama la atención es la relectura que se hace del Vaticano II, exclusivamente desde Gaudium et spes. Dicha introducción refiere al concilio siete veces, sólo a la constitución pastoral. No alude a ninguna otra problemática, ni a ningún otro documento del concilio.

    Como es de esperarse, no hay en esas páginas la pretensión de realizar una interpretación global del concilio, aunque en cierto modo eso ocurre. Pero es verdad que este hecho —la focalización exclusiva en ese documento— saca a la luz algo de lo específico de la lectura realizada en aquel momento. Si se pone en conexión esta introducción con una observación del perito en Medellín, Jorge Mejía, se obtiene una clave de interpretación de las perspectivas de análisis de, al menos, una parte importante de aquel grupo

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