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ENEMIGO EN COMÚN

PABLO CAMPOS BARAHONA

Para Aurora Collao,


por su natural tendencia a la armonía y la belleza.

PERSONAJES

ZACARÍAS, escenas uno a seis


ZACARÍAS Adolescente, escena cuatro
AMALIA, escenas uno, cuatro y siete
LAURA, escenas cuatro y siete
LAURA Adolescente, escena cuatro
NINA, escenas dos y tres
NIDIA, escenas dos y tres
NATALIA, escena tres
CELIA, escena cinco
CLOTILDE, escena cinco
CLAUDINA, escena cinco
CELSO, escena cinco
FAROLERO, escenas seis y siete
ANTONIA, escena siete

SANTIAGO DE CHILE
SEPTIEMBRE - DICIEMBRE DE 2006.

REGISTRO PROPIEDAD INTELECTUAL N° 161.437


DERECHOS RESERVADOS
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ACTO PRIMERO

ESCENA UNO
MADRE E HIJO

Dos personajes aparecen en escena. El protagonista es un adulto joven, sentado ocupando la


cabecera de una mesa cubierta por un mantel cuadriculado, en la cual se disponen alimentos
propios de las “onces”, según la tradición culinaria chilena. El otro es una mujer de edad madura,
su madre, que circula alrededor de la mesa. Las vestimentas de ambos son de uso cotidiano, en la
orientación estética definida para la obra. Junto a la mujer se observa una antigua estufa cilíndrica
a parafina, donde reposa una tetera de agua que borbotea en permanente estado de ebullición. En
un costado, se ubica un mueble amplio con cajones y puertas laterales, que cuenta con un viejo
aparato de televisión en blanco y negro en la superficie. La iluminación es cenital, y se concentra
en los personajes y el mobiliario que ocupan el centro del escenario.

(La madre de pie, sostiene una taza con una mano y con la otra vierte agua caliente desde la
tetera; luego, deposita la taza frente al hijo que permanece sentado, ubica la tetera sobre la
estufa y camina rodeando la mesa, para apoyar una mano en actitud de descanso, en el mueble
que alberga el televisor. Una música acompaña estas primeras acciones físicas y cesa cuando se
inicia el diálogo.)

ZACARÍAS: (Recibe la taza, revuelve su contenido e inhala con pausa el aroma) Nadie prepara
el té como lo haces tú, mamá. Cuando era chico, este olor estaba en cada objeto de la
cocina, allá en la casa vieja, ¿recuerdas?.

AMALIA: (Sonríe al evocar) Me acuerdo, claro. Era otro tiempo, una podía dedicarse más a los
quehaceres de la casa, porque no había tantas preocupaciones distintas como ahora. ¿Y tú?,
¿hace cuanto no venías a tomar once conmigo?.

ZACARÍAS: (Sigue recordando, sin responderle) Y el pan con palta molida, el queque de miel,
el dulce de alcayota y nueces. Cuando pienso en esa época, nos veo a los cuatro con el papá
y Laurita, tomando té con leche en esta mesa y mirando las noticias en ese televisor.
¡Increíble que todavía funcione!.

AMALIA: (Se suma al recuerdo) A tu papá le gustaba el sandwich de salame y queso, calentado
al horno. A tu hermana, las tostadas, con la miel que traíamos del sur para las vacaciones.
La hora de once era cuando nos reuníamos todos: ustedes llegaban de la escuela, y tu papá
del trabajo.

ZACARÍAS: ¡No recuerdo otro tiempo más feliz en mi vida!.

(Una música algo perturbadora inicia un suave acompañamiento del diálogo entre los
personajes, sin estorbarlo con su presencia.)
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AMALIA: (Luego de una pausa, reflexiona con cierta melancolía) Hasta que nos quedamos
solos. Primero tu padre, y después tu hermana.

ZACARÍAS: Sí, de a poco nos quedamos solos. Cuando se fue el papá, yo no podía entender
sus razones, por qué pasaba eso.

AMALIA: (Con amargura) ¡Y por qué iba a ser!, ¡porque tenía otra!, más joven, sin hijos.
Tu padre nunca tuvo la capacidad para mantener a una familia, con la cabeza llena de
pajaritos, pensando en puras huevadas (hace un gesto circular con la mano alrededor de su
cabeza). En cambio a mí, me educaron de chica para llevar una casa y hacerla funcionar,
con o sin marido al lado.
(Enfática) En este país son las mujeres las que crían a los hijos: las madres y las abuelas.
Los padres sirven nada más que para sacarlos de paseo el domingo, si es que lo hacen.

ZACARÍAS: (Evocativo y con la miraba difusa) Me hubiera gustado conocerlo más. Después
que se fue lo vi muy poco, casi el último tiempo que le restaba de vida. Laura nunca lo
volvió a ver.

(Cesa la música.)

AMALIA: (Voltea de súbito y arroja sobre la mesa un mantel de cocina que sostiene en la mano)
¡Y con razón!. ¿Cómo lo iba a querer ver, después de las cochinadas que le hizo?.
¡Tu padre era un degenerado con su hija!… ¡y tú saliste igual!, ¿o se te olvida por qué
Laura se fue a vivir al sur?…

ZACARÍAS: (Evidencia una actitud de sorpresa por la acusación de la mujer, luego se pone de
pie y replica con alteración de ánimo) ¡Eso no es verdad!, ¡yo nunca la traté de forma
indebida!.

AMALIA: (Hace el ademán de acercársele con una mano en alto, como si fuera a golpearlo)
¡Mira infeliz!, yo te he perdonado porque eres el único hijo que me queda, y además, por
que tu padre hizo lo mismo, pero a mi no me vengas con mentiras, ¡yo misma te vi
haciéndolo!.

ZACARÍAS: (Como hablando para sí mismo) Usted no entiende; nosotros nos queríamos de
verdad. Lo nuestro no tenía relación con lo que hacía el papá.
(Encara a la mujer con un dedo en alto) ¿Y usted?. ¿Qué ya se olvidó de los jueguitos que
tenía conmigo cuando mi padre se fue?. (Luego de un silencio, con énfasis) ¡En esta casa
nada era normal, y yo no era distinto a ustedes!…

(Una música se inicia, mientras madre e hijo se miran a los ojos con tensión y se separan. El hijo
va hacia el televisor, lo enciende y gira la antena. La madre limpia su puesto en la mesa con el
mantel y junta la loza utilizada en las onces. Ambos se dan las espaldas; luego de algunos
segundos, el hijo se vuelve a sentar y la madre toma ubicación otra vez cerca de la estufa. La
música cesa.)
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AMALIA: (Toma asiento lentamente en otra silla dispuesta en un costado de la mesa, se arregla
el pelo con las manos y habla con una creciente emoción) A nadie le enseñan a ser madre,
y no hay escuelas donde aprenderlo. Peor hubiera sido que los dejara botados para seguir
mi vida, porque hasta que conocí a tu padre no tuve ninguna experiencia distinta; de un día
para otro quedé embarazada y tuve que hacerme mujer, sin la oportunidad de estudiar,
trabajar por mí y no siempre para la casa. Ustedes estuvieron antes que yo.

ZACARÍAS: (Vuelve a tomar asiento, lentamente, y mantiene silencio un momento)


Siempre he admirado su sacrificio por nosotros, mamá. Logró criarnos, darnos una
profesión, mantener la casa, todo sola. Mi papá es una imagen lejana de mi infancia,
imprecisa, ausente.

AMALIA: (Emocionada) No es fácil ser madre, Zacarías.

ZACARÍAS: (Le toma las manos) ¡Y yo le agradezco su esfuerzo!, ¡lo agradeceré siempre!.
Usted y Laura son mi única familia.

AMALIA: (Tras un segundo, recompuesta de ánimo) La familia es lo más importante para una
persona. Por ella uno recibe los valores, la fe en dios, aprende a comportarse. Si no fuera
por mis padres, yo no sabría entender la responsabilidad ni hubiera podido ofrecerles una
formación a ustedes.
Y aunque pasamos años difíciles, logramos superarlos porque nos mantuvimos unidos,
como las raíces a la tierra (empuña la mano al decirlo).

ZACARÍAS: (Reflexivo) Sí, cuando uno crece entiende mejor el valor que tiene para la vida de
adultos, todo lo que nos enseñaron de niños.

AMALIA: (Tras una pausa) ¿Quieres más té, hijo?.

ZACARÍAS: ¡Claro mamá!, ¡sírvame!.

(Se escucha la misma música que abrió la escena. La mujer reitera la acción de servir té que
efectúo al inicio, mientras ambos parecieran hablar animadamente de algo inaudible para el
espectador. Poco a poco, la luz y la música se van desvaneciendo hasta la total obscuridad y
silencio.)
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ESCENA DOS
ESTÍMULO Y FANTASÍA

El protagonista aparece tendido en una cama, vestido con pijama y cubierto por una sábana.
Aparenta dormir, pero rememora en un estado similar al que transcurre entre la vigilia y el sueño.
Su cama, junto a la cual se ubica un sillón o bergere, lateraliza la acción de la escena, ya que el
fondo del escenario será utilizado para proyectar imágenes de dos tipos. Las primeras serán
eróticas femeninas, difuminadas para apreciar las siluetas sin explicitar los rasgos, mientras que
las segundas corresponderán a secuencias de la historia social chilena, que aporten datos visuales
de las influencias a las cuales estuvieron expuestas las personas que vivieron en Chile durante el
último tercio del siglo veinte.
La iluminación del escenario está siempre en penumbras, y sólo sirve para ubicar físicamente a
los personajes y sus desplazamientos alrededor de la cama.

(Zacarías está acostado, dando la espalda al público y mirando hacia el fondo del escenario.
Parece hablar consigo mismo, y a la vez, con otra persona que no se encuentra presente en su
habitación en aquel momento. Su tono de voz es plácido y despreocupado.)

ZACARÍAS: (Se rasca un costado con pausa, comienza a voltearse hasta quedar de espaldas y
entonces habla) Una de las rarezas de mi vida fue que tuve relaciones sexuales antes de
aprender a masturbarme. Cuando mis compañeros se burlaban de mí porque no sabía
cómo hacerlo, me daba vergüenza admitirles que tenía sexo desde chico. Claro, para mí
eso no era fornicar, sino que era un juego que se practicaba cotidianamente en mi casa.
Pero un día, en una de esas conversaciones típicas de después de gimnasia, escuché con
atención el relato de un compañero sobre como él se masturbaba. Y lo intenté esa noche,
con unos calendarios de bolsillo donde salían mujeres desnudas, agitando la mano sin
parar por largo rato, hasta que me dieron ganas de orinar, y entonces, acabé.
La sensación no fue la misma que cuando entraba en una mujer: era mucho más personal,
y desde entonces, descubrí que había un mundo que estaba fuera de la mirada de la gente,
un mundo de fantasías, donde podía hacer lo que quisiera, sin ninguna restricción.

(Zacarías se sienta al borde de la cama, y mira sinuosamente hacia el fondo del escenario las
siluetas eróticas que comienzan a aparecer una tras otra. Transcurridos unos instantes, ingresa
por el costado una mujer joven, cubierta por una toalla, en aparente acción de volver de la
ducha. El tenue foco lateral que la sigue, detiene la proyección de imágenes.)

NINA: (Se sienta cerca de Zacarías, en la cama, y comienza a secarse el pelo con otra toalla)
Lo que es yo, nunca me he masturbado, y hago el amor hace rato.

ZACARÍAS: Es que estos son otros tiempos. Todo ha cambiado rápidamente. De hecho, creo que
mucha gente no ha logrado adaptarse bien a tanto cambio ocurrido en pocos años.

NINA: ¡Yo no veo tantos cambios y me irrita lo lentos que son!. Sobre todo respecto a
costumbres como el doble estándar, la moralina falsa entre lo que se dice y lo que se hace.

ZACARÍAS: (Risueño) ¿Cómo la mía?…


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NINA: ¡Exactamente como la suya, profe!.

(Ambos se abrazan, riendo)

ZACARÍAS: Ya Nina, es hora de irte. Mañana tenemos que cantar, y tú tienes que aprenderte la
melodía en guitarra.

NINA: Bueno, me voy a vestir. No se levante, ya me aprendí la salida.


(Sale de escena, despidiéndose con un corto beso del protagonista)

ZACARÍAS: (Se pone de pie y camina hacia el centro del escenario, en actitud de reflexionar en
voz alta) No hay como impedir que los cambios sucedan, y menos aquellos que son
causados por la fuerza.

(Junto con iniciarse una música coherente con el estilo realista de las imágenes que empiezan a
avanzar con premura por la pared del fondo del escenario, el apoyo visual deberá sino indicar,
al menos sugerir claramente momentos y personajes claves de la historia social chilena de los
últimos cuarenta años. Obviamente, cada montaje optará por algunos en desmedro de otros; sin
embargo, bastará convenirse cuales han sido los más significativos en términos socioculturales,
para descartar aquellos básicamente comunicacionales o de procedencia foránea. La música
tendrá un volumen adecuado para permitir la audición del monólogo del protagonista.)

El cincel cruza la faz de la piedra, abriendo nuevas formas, surcos que representan algo
distinto, aunque siga siendo el mismo material.
Y así como se logra esculpir la roca, o tornear metal o la madera, también puede
moldearse al hombre, alimentando sus sueños, sus esperanzas de una mejor vida. O
poniendo el horror frente a sus ojos, para que recuerden a quien temer, y que cosas deben
dejar de hacer, o en cuales dejar de creer.

(Siguen las imágenes.)

Mi vida ha sido esencialmente igual a la que han tenido todos, pero en un sentido distinta.
Igual, por que mis padres creyeron en los mismos sueños que la mayoría, aunque sus
apetitos y expectativas estaban más cerca de su propia satisfacción que de la colectiva.
Cuando ellos tenían mi edad, esa actitud era mal vista por quienes no lograban ver que en
sus mentados propósitos colectivos, no existía sino otra forma de satisfacerse a sí mismos.

(Tras una pausa) Lo extraño sería hoy detenerse a pensar en otros antes que en los
propios intereses. Es evidente que de una forma nos cambiaron: nos despertaron de la
ilusión que la búsqueda de la felicidad y de la justicia pueden alcanzarse en razón de una
lucha colectiva.

(Cesan las imágenes y la música.)

Hoy, con esa discusión zanjada por décadas, mientras algunos se dedican a contar nuevos
millones cada día, y los más a hilvanar miserias o ilusiones de dicha, yo entendí que todas
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mis fantasías, o mejor dicho, aquellas que más goce me han dado en la vida, puedo
realizarlas con sólo desear hacerlo.

(El protagonista vuelve hacia su cama, sacude las sábanas, y cambia una parte de su
indumentaria de dormir, agregando o quitándose alguna prenda. Una música suave pero
perturbadora va tomando forma. A continuación, de otro sector del escenario, distinto por el
cual salió Nina, ingresa Nidia, saludando con un beso a Zacarías.)

NIDIA: Hola bonito, ¿me extrañaste?.

ZACARÍAS: ¡No sabes cuánto, cielo!.

(Zacarías abraza a Nidia y ambos juguetean un par de segundos; luego, el protagonista circunda
la cama, poniéndose delante de ella. Mientras tanto, Nidia comienza a desvestirse pausadamente
junto al sillón o bergere, sin llegar a desnudarse. El interés de la situación es verla
incorporándose a la intimidad del cuarto con un claro propósito amatorio.)

(Avanza hacia el centro y declama en voz alta, con énfasis y sensación de dominio)
Mi vida ha sido distinta a la de todos porque bebo zumo fresco cada vez que lo intento,
porque me gusta como nada, porque puedo y porque simplemente lo deseo.

(Zacarías y Nidia se tienden simultáneamente en la cama. Tras un segundo, la escena se


obscurece con rapidez, pero la música sigue sonando algo más, con un carácter perturbador
pero dichoso a la vez.)
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ESCENA TRES
EL DELITO

Se recrea un parque, con dos bancas y un farol dispuestos al centro del escenario, donde Zacarías
departe junto a tres adolescentes mujeres, en una aparente actividad pedagógica que revela su
carácter durante la escena, mostrando luego actos de seducción y complicidad afectiva.
La primera situación está dispuesta para que Zacarías y las adolescentes canten, ya sea con sus
voces, o bien, acompañados de un instrumento musical de cuerdas o viento que no domine el
discurrir de la acción dramática. La canción será interpretada con un coro a varias voces, sin
matices de improvisación, ya que es parte integral de la narrativa propuesta.
Los vestuarios de las mujeres simulan uniformes escolares de una institución de enseñanza
privada. En tanto, el vestuario de Zacarías es semiformal, pero confortable.
Aparte de la interpretada por los actores, no hay música asociada con esta escena. Por último, la
iluminación debe recrear una situación diurna de exteriores.

(Zacarías está reunido con Nina, Nidia y Natalia, cantando alegremente una canción y
conduciendo con habilidad la situación en todo momento. Por su parte, ellas lo siguen con
atención y le prodigan su interés. Cuando terminan de cantar, todos aplauden.)

NINA: (Luego de un breve silencio) ¡Uf!, ¡creo que nunca voy a terminar de aprenderla!.

NATALIA: ¡Ni yo, que pierdo los tiempos de pajarona!.

NIDIA: ¡Se puede chicas!, sólo pongan atención al ritmo, es fácil de memorizar.

NINA: Lo más complicado es el coro, porque cuesta saber cuando entra cada una de las voces.

ZACARÍAS: (Risueño) Bueno, pero para eso estoy yo. Esa es mi pega, ¿o no?.

CHICAS: (Al unísono) ¡Sí pues, si usted es el profesor!…

NINA: ¡Y nuestro amigo!.

NIDIA: Un buen amigo…

ZACARÍAS: …Que les va a corregir el coro, pero mañana, porque hoy ya terminamos.

CHICAS: (Al unísono) ¡Pucha!, ¡si quedan diez minutos!…

ZACARÍAS: Que voy a aprovechar para hacerle indicaciones a cada una, empezando por Nina,
así que, con su permiso señoritas.

(Hace un gesto con las manos para que las restantes chicas se retiren unos metros, en tanto ellas
hacen muecas y le muestran la lengua en señal de desaprobación. Mientras las otras van hacia
un costado, Zacarías se sienta al lado de Nina en una banca, a mirar juntos las partituras de la
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canción que estuvieron entonando. Nidia y Natalia conversan animadamente, aunque de forma
inaudible para el espectador.)

NINA: ¿Cómo cree que lo hago, profe?.

ZACARÍAS: ¿Qué cosa, Nina?, ¿cantar?.

NINA: (Ríe) De un tiempo hasta ahora, cantar es lo que menos hago.

ZACARÍAS: Por lo mismo, creo que tenemos que vernos menos. Sabes que si tu mamá o aquí en
el Instituto se enteran, a mí me echan en el día. Yo no puedo pololear con las alumnas.

NINA: Sí, supongo que quedaría la grande. Pero vernos menos no significa dejar de vernos.

ZACARÍAS: Por lo menos algunos días, hasta que terminemos esta presentación. Así que te
propongo que nos despidamos por un tiempo, y veamos si más adelante podemos seguir
con el…

NINA: …¿Con el romance? (Se ríe). No hay problema, profe; yo comparto su interés en el polvo,
y su poco interés en el romance. Aunque tal vez me esté enamorando de usted…

ZACARÍAS: (La mira y ambos se ríen). No necesito que te enamores de mí, pero sí que te
aprendas esa partitura en guitarra, mira que ya han pasado dos semanas y seguimos donde
mismo. Recuerda que es la última evaluación del semestre y yo tengo que poner notas.

NINA: Pero me puede evaluar por otras cosas, como las tareas para la casa (sonríe), o por lo
menos subirme unas décimas…

ZACARÍAS: (Poniéndose serio) Nina, estudia la melodía y apréndetela. Nos vemos el jueves.

NINA: Sí profesor, el jueves seguimos ensayando las posturas y los jadeos… ¡perdón!… ¡digo
rasgueos!.

(Se levanta de la banca, y hace un gesto jocoso con el rostro y las manos. Zacarías la mira al
retirarse, y menea la cabeza haciendo un gesto negativo, pero revelando satisfacción y alegría
con su presencia.)

ZACARÍAS: Chicas, vengan por favor.


(Se pone de pie, a un metro delante de la banca, mientras ambas chicas lo flanquean)
Nidia, sigue este ritmo y trata de incorporarlo a la canción que estábamos practicando.
Cuando lo tengas, me avisas para corregirte si es necesario.

(Con las manos, Zacarías comienza a marcar un ritmo algo más rápido para la canción que
interpretaban al iniciarse la escena. Nidia toma asiento en una banca, y lo sigue con un pequeño
instrumento de percusión, tarareando la melodía de la canción sobre el golpeteo.
Zacarías apoya una mano en la espalda de Natalia, y la conduce de esta forma hacia otro lado
del escenario, dejando a Nidia concentrada en la ejecución que le ha pedido. Esta acción no es
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continua, ya que se detiene por dos o tres partidas falsas, antes de adquirir un ritmo constante en
la interpretación.)

ZACARÍAS: ¿Qué te parece mi clase, Natalia?.

NATALIA: Me gusta, profesor. Usted pone mucha atención en que sintamos emociones con la
música.

ZACARÍAS: Es que para mí, la música es un vehículo para salir de viaje. Viajar hacia las
emociones, los recuerdos, los sueños. Incluso para ver lugares y situaciones que están más
allá de lo que podemos entender.

NATALIA: ¿Cómo así, profesor?.

ZACARÍAS: La naturaleza que nos rodea está llena de hechos que no entendemos y que escapan
de nuestra posibilidad de pensar sobre ellos. La música nos ayuda a comprender parte de
esos significados, ya que nos brinda un tipo de certeza basada en la forma en que sentimos
el mundo y nos emocionamos con su presencia.

NATALIA: (Medita un segundo, mirando sin ver) Es cierto. Hay un montón de asuntos que una
puede sentir y saber a qué se refieren, aunque no pueda tener una opinión o razonar sobre
ellos.

ZACARÍAS: La música propone respuestas a tus inquietudes, más que de tu cabeza, desde tu
corazón y tu cuerpo. Por eso te hace sentir viva y feliz, porque te permite mirar desde
donde menos lo hacemos en el día a día.
(En un tono más íntimo) He notado que tú eres una chica muy perceptiva y sensible.

NATALIA: Bueno, siento hartas cosas, pero me cuesta poner mis ideas en orden.

ZACARÍAS: Además, eres inteligente y tienes una elegante belleza, como una dama parisina del
Neoclásico. Con tantos atributos, la vida puede ofrecerte muchas satisfacciones y muchas
formas de obtenerlas.

NATALIA: (Lo mira con interés) ¿Como cuáles?.

ZACARÍAS: Como las que provienen de las sensaciones físicas, que se obtienen desde el cuerpo
y su memoria.

NATALIA: He sentido algunas haciendo danza, más que gimnasia o deporte, aunque en general,
cada actividad física ofrece sensaciones distintas cuando una las practica.

ZACARÍAS: Y más se logra cuando existe contacto con otras personas, como las danzas
colectivas, o incluso algunos deportes basados más en la destreza que en la fuerza o la
resistencia. Pero lo más intenso está disponible en el encuentro amoroso.

NATALIA: (Guarda silencio, algo turbada, incluso levemente ruborizada)


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ZACARÍAS: El amor de pareja es una experiencia rica en emociones y en sensaciones físicas,


pero depende de la comprensión que exista entre los amantes respecto de los caminos de
cada cual, y del respeto que se tenga por las expectativas y las necesidades del otro.

NATALIA: ¿Y donde está la música en esto que habla?.

ZACARÍAS: (Sonríe y guarda silencio un instante) En unos discos de Soul que bajé anoche por
Internet. ¿Te gusta la música negra?.

NATALIA: (Sonríe, saliendo de su turbación anterior) Me gusta más el Funk, aunque prefiero
los ritmos afro sudamericanos a los afro gringos. Pero la música negra me parece sensual,
y como que invita al cuerpo a ponerse en movimiento.

ZACARÍAS: ¿Te gustaría oír algo de lo que tengo en mi PC?. Conecté un sistema de audio al
computador y suena increíble.

NATALIA: (Lo mira y medita un segundo) Sí, me gustaría; yo puedo después de clases y antes
de mi sesión de danza.

ZACARÍAS: Entonces, me llamas y yo te indico como llegar a mi departamento. Vivo a unas tres
cuadras de aquí, por la avenida.

NATALIA: O me manda la dirección por mensaje de texto, y yo la busco navegando en mi


celular. De todas formas nos vemos más tarde. (Con timidez) Chau profesor.

ZACARÍAS: Chao Natalia. Cuídate.

(Natalia sale de escena y Zacarías la sigue con la mirada, hasta que se ha retirado del escenario.
Entonces, camina hacia Nidia y se integra al ritmo que ella lleva, en un dúo de percusiones que
él acompasa golpeándose el exterior de los muslos con las palmas de las manos.)

ZACARÍAS: (Al terminar, la aplaude y felicita) ¡Muy bien, Nidia!. Llevo rato escuchándote, y
veo que aprendiste todo lo que les enseñé. Tienes un siete en esta evaluación.

NIDIA: ¡Bien!. Y ahora (adopta un tono de seriedad), ¿cuál es la siguiente lección, maestro?.

ZACARÍAS: Una que te voy a dar en mi casa, pero no hoy, porque tengo un montón así de
pruebas por corregir en mi escritorio (indica un alto imaginario de papeles con ambas
manos). Pero mañana en la tarde, si estás de acuerdo, vamos a tomar unos helados
gigantes de chocolate, como esos que probamos en nuestra primera cita.

NIDIA: Prefiero sushi, porque estamos de medio aniversario. Este miércoles cumplimos seis
meses andando, así que pásame a buscar al preu.
(Se acomoda el cabello y lo mira con amena seriedad) Ya arreglé todo para quedarnos
juntos: le dije a mi vieja que voy a alojar donde la Pancha, estudiando para el examen de
lenguaje. Mi mamá no preguntó mucho y hasta me dejó plata.
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ZACARÍAS: Sushi entonces, pero no olvides sí que entro a trabajar en la mañana el jueves, para
que me dejes dormir al menos un par de horas.

NIDIA: (Sonríe) Está bien, aunque llevo una píldora azul, para que durmamos poco…

ZACARÍAS: (Ambos ríen) Voy a poner a enfriar una botella de vino espumoso, ¿Brut Supreme
es el que te gusta, pendeja agrandada?. Yo no tomo ni cerveza.

NIDIA: ¡Extra Brut, maestro!, Extra Brut. ¡Ah!, y llevo un hachís orgánico que está de lujo
(sonríe al decirlo).

ZACARÍAS: (Serio) Sabes bien que no fumo marihuana. El que tenga algunos vicios, no
significa que esté dispuesto a probarlo todo.

NIDIA: Con la cantidad de cigarrillos, café, transgénicos y bebidas cola que te echas dentro, me
sorprende que no te consideres un vicioso, o que pienses que fumar hierba lo sea. ¿O
acaso porque socialmente no esté aceptado, basta para declarar algo como incorrecto?. Si
es por eso, nuestra relación es mala de un punto de vista social.

ZACARÍAS: ¿Y tú tienes dudas que lo nuestro pudiera ser aceptado por la gente?. Yo tengo claro
que por esta relación podría ser despedido del trabajo y tratado de la peor forma, sólo
porque tú eres menor de edad y se supone que como profesor tuyo, jamás podría valerme
del vínculo de autoridad y confianza para seducirte.

NIDIA: (Enfática) Pero lo hiciste igual. A los dos no nos va ni nos viene la opinión social,
porque sabemos de antemano que nadie va a apoyarnos, a menos que entiendan y vean las
cosas como nosotros, o se den alguna vez la oportunidad de hacerlo.

ZACARÍAS: (Irónico) Algo que yo tampoco esperaría, así que por mientras el mundo cambia,
sigamos disfrutando nuestros vicios, mientras nadie dude de nuestra intachable moral
pública.

NIDIA: Entonces, ¿me pasa a buscar mañana a las siete y cuarto, profesor, en la esquina de
costumbre?.

ZACARÍAS: (Se acerca y le da un corto beso en los labios) Ahí voy a estar, cielo. Descansa.

NIDIA: Tú también Zacarías, y pórtate bien.

(Nidia se pone de pie y entrega el instrumento de percusión a Zacarías, tomando su mochila y


saliendo de escena. Mientras, el protagonista comienza a guardar los papeles e instrumentos
usados en la clase, la luz va desapareciendo lentamente hasta dejarlo todo en obscuridad.)
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ACTO SEGUNDO

ESCENA CUATRO
APARIENCIA DE LIBERTAD

La escena se inicia con imágenes en blanco y negro de antiguas cárceles del país, tanto de
fachadas como de interiores, proyectadas hacia el fondo del escenario. Luego de un momento, la
proyección audiovisual se detiene, quedando el escenario a obscuras; entonces, se encienden
focos cenitales, frontales y contrafrontales que iluminan el costado izquierdo, donde se encuentra
simulada una puerta de gran altura y ancho, por la cual aparece el protagonista, vestido con un
traje gris austero, camisa blanca y sin corbata. Lleva un bulto de mediano tamaño bajo el brazo,
envuelto en papel kraft. En su apariencia se expresa el cambio sufrido tras cinco años de
experiencia carcelaria.
Al poco andar, se encuentra en medio del escenario con su madre. Ésta lleva el pelo amarrado
con un pañuelo obscuro, usa un traje largo y se ve más envejecida que en la primera escena.
La luz se concentra en los actores, dejando la puerta a obscuras durante el resto de la escena. Esta
secuencia de acciones no tiene música de fondo.

(Zacarías ingresa al escenario por la puerta gigante simulada, encuentra a su madre, deposita el
bulto en el suelo y lentamente la abraza, en un gesto correspondido mecánicamente por ella.
Luego se separan, y Amalia se ve incómoda en todo momento, como si hubiera concurrido a
dicho encuentro por obligación y no voluntariamente.)

AMALIA: Así que por fin libre, Zacarías.

ZACARÍAS: Cinco años, madre. Cinco años sin optar a beneficios, y ahora, con libertad vigilada
y obligación de someterme a una terapia conductual. La justicia del hombre ha obrado en
mi vida.

AMALIA: ¿Y qué esperabas?. ¡Poco te dieron para lo que hiciste!.

ZACARÍAS: Sí merecía estar preso, mi condena no habló de vivir en condiciones infrahumanas.


Vivir no, ¡sobrevivir!, en la miseria y cargando un estigma de algo que nunca fui.

AMALIA: Tú mismo te pusiste en la cárcel. Tú elegiste llevar la vida de un depravado, teniendo


todo para formar un hogar, casarte, criar hijos. Sólo un desviado podría hacer lo que tú
hiciste.

ZACARÍAS: Todas vinieron a mí por su propia voluntad. Yo no forcé ni maltraté a ninguna.

AMALIA: ¡Doce muchachas, Zacarías!. ¡Tuviste relaciones con menores de edad!. Eran tus
alumnas, tu responsabilidad era formarlas, educarlas, no encamarte con ellas…

ZACARÍAS: Fui una buena pareja para todas, e intenté enseñarles lo poco que he aprendido en la
vida, dándoles la atención y el cariño que en sus casas no encontraban.
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AMALIA: ¡Claro, pero quince años mayor, y con varias al mismo tiempo!. No entiendo cómo
puedes justificar tus acciones, ¿o estar preso no bastó para que entendieras lo que hiciste?.

ZACARÍAS: Por lo mismo, si algo debía a alguien, si tenía que ofrecer alguna reparación, que
basten el escarnio público al que fui sometido, la pérdida de mi trabajo, de amigos, el
hacinamiento, los golpes y violaciones gratuitas, el olvido de mi familia, su propio olvido.
Estoy al día con la gente, por que pagué con creces mis supuestas deudas. Ahora quiero
vivir en paz y que me dejen tranquilo.

AMALIA: Es difícil que la gente olvide a personas como tú. Cuando supieron que ibas a salir, los
vecinos de la villa se organizaron y vinieron a exigirme que no te recibiera. Dijeron que
tenían miedo por los niños, que trataras de hacerles algo…

ZACARÍAS: (Con molestia) ¡Qué digan lo que sea!, ellos pueden destruir hasta la mínima
dignidad que aún tenga, porque no pretendo defenderla ni tampoco perjudicar su imagen
de madre y vecina ejemplar.
(Sin la molestia anterior) Pero entonces, dígame, ¿a qué vino usted?.

AMALIA: Vine a decirte que no puedes vivir conmigo, así que trata de acomodarte con los
parientes que tenemos en el norte, por lo menos hasta que pase el tiempo, y puedas
encontrar trabajo donde nadie recuerde tu pasado o te conozca. Todavía hay demasiada
gente atenta a tus movimientos.
(Luego de una pausa) Además, vengo con alguien que quiere hablarte. Ella insistió en
hacerlo, aunque le repetí que las cosas han cambiado mucho desde la última vez que
estuvimos juntos.

ZACARÍAS: (Con agitación, en un súbito cambio de ánimo) ¡No es posible que sea ella!…

(Laura ingresa por el mismo costado del escenario que anteriormente utilizara Amalia.)

LAURA: (Avanza hasta un lado de la madre, que la sigue sin retirarle la vista, y se detiene junto
a ella, quedando de frente a Zacarías. Es evidente su mal disimulada alegría por verlo)
Hola “Beto”.

ZACARÍAS: (Con emoción y cierta dicha) Hola “Enrique”…

(Se acercan al mismo tiempo un paso, pero simultáneamente se detienen y vacilan un segundo,
sin saber como resolver la distancia física.)

LAURA: (Baja la vista, mira a su hermano y recita con voz melancólica)


“Nunca olvidé el nido
que cimbreaba en las ramas del nogal…

ZACARÍAS: …El nido de la alondra y el zorzal…

LAURA: …donde moraba un sueño prohibido”…


15

(La acción en primer plano de los protagonistas se detiene, permaneciendo los tres en su misma
posición, pero efectuando el movimiento de mirar hacia el centro del escenario; la luz debe
darles una apariencia grisácea. Más atrás, en un segundo plano en el centro, ingresan por los
flancos dos personajes, hombre y mujer, que representan a Zacarías y Laura cuando
adolescentes. Ambos visten ropas de colores primarios que combinen, sobrias pero vistosas, y en
su actitud se refleja un sentido de libertad y de regocijo como solo un niño lo pudiera expresar.
La iluminación será cenital y deberá resaltar los colores para darle apariencia realista a la
situación. Una música vital y sugerente acompaña la danza de los hermanos y se acaba con ella.
Los personajes se detienen al centro, a un paso de distancia, y sin prisa, mirándose a los ojos, se
toman de las manos y dan varias vueltas en una ronda, para luego soltarse de una mano, correr
formando un ocho imaginario y deteniéndose a observar un punto distante en las semicurvas,
luego vuelven al centro, giran y salen en diagonal hacia uno de los lados, tomados de la mano.
Al salir, la luz del centro se apaga y retorna la iluminación existente antes de la entrada de los
personajes cuando pequeños.
Al regresar la acción a los protagonistas, Zacarías y Laura se ven conmovidos por el recuerdo
que han observado al declamar el verso de su adolescencia. Zacarías lleva una mano a su pecho
e inspira; Laura dirige ambas manos para cubrir el rostro, luego las mueve en un gesto similar
al usado para despertarse y mira a su hermano.)

ZACARÍAS: (Con emoción) Hay algo que debes saber, Laura. Pese a los años y los hechos que
han pasado, nunca dejé de amarte, con la misma fuerza e intensidad que cuando éramos
niños; con la pureza de un amor que ni siquiera nuestros padres, con su intromisión brutal,
lograron quebrar.

AMALIA: (Lo interrumpe con vehemencia) ¡Loco de mierda!… ¡ella es tu hermana, infeliz!, ¡tu
hermana!. Nadie puede enamorarse de su hermana…

ZACARÍAS: (Le replica con igual vehemencia) ¡Ni los padres de sus hijos, pero ustedes lo
hicieron!. ¡No me hables de locura, mujer!…
(Se dirige a su hermana, tratando de serenarse) Siempre fue a ti a quien buscaba.
Siempre fue esa ilusión temprana, la que estuvo tras cada encuentro y episodio de amor…

(La madre se rehace de su estupor por las respuestas del hijo, toma a Laura con fuerza del brazo
y llevándola hacia atrás, asume una postura física que indica que tomó el control de la
situación.)

AMALIA: (Imperativa) ¡Laura, dile a qué vinimos!, es lo único que falta para irnos de aquí.

LAURA: (Titubeante, pero adquiriendo confianza a medida que va hablando) Todo lo ocurrido
cuando fuimos niños es un trauma que me persigue hasta hoy. No sé como puedas haberlo
entendido, pero para mí fue simplemente incesto, y siendo tú el mayor, me forzaste y
abusaste de mí.
Hubo situaciones que aún no perdono, pero ahora voy a apoyar a la mamá en todo, así que
te pido que no nos busques. Tu presencia nos pone en riesgo y nos avergüenza, y no
queremos ser marcadas de por vida como familia de un violador, de un enemigo de la
sociedad.
16

AMALIA: (Con énfasis) ¡Estás advertido Zacarías!. Nada podemos hacer por ti. Busca ayuda en
la iglesia o en la beneficencia pública, sigue la terapia psicológica que te hace falta y trata
de rehacer tu vida lejos de aquí. Deja que la gente pueda olvidar lo que pasó.

ZACARÍAS: ¡Olvidar!, ¡que simple! ¿no?, olvidar como ustedes quieren hacerlo…

(La madre lo mira por última vez, cubre su boca con una mano para refrenar la emoción, voltea
y sale de la escena, sin despedirse. Comienza a sonar una música para la despedida de los
hermanos.)

LAURA: (Con tristeza) ¡Haz cambiado tanto!… ¡adiós Zacarías!, que el señor te cuide y proteja.

(Voltea y sale presurosa del escenario.)

ZACARÍAS: (Repite la frase de su hermana con incredulidad) ¡Qué el señor me proteja!…

(El protagonista mira un par de segundos en la dirección por la cual han salido del escenario las
dos mujeres, recoge el bulto del suelo, observa en distintas direcciones y se queda parado en el
mismo lugar, con una actitud de asombro. La luz se apaga con rapidez y cesa la música.)
17

ESCENA CINCO
HECHOS DE MUERTE

El centro del escenario es ocupado por la fachada de una antigua casa, que representa un hogar de
acogida a donde el protagonista ha recurrido para solicitar asistencia y amparo. La fachada tiene
una placa metálica fundacional en un costado del acceso, ventana y puerta de dos hojas con
mampara de vidrio y cortinas; además, se encuentra en semipenumbras, algo desplazada hacia el
fondo para facilitar las acciones que sucederán desde la mitad del escenario hacia delante.
Frente a la casa se simula una calle, donde una mujer de mediana edad aguarda impaciente, de pie
mirando hacia la puerta de entrada. Al poco esperar, aparece Zacarías por ella, con la misma
tenida de la escena anterior, pero sin la chaqueta y el bulto, y con un chaleco abotonado sobre la
camisa. Luego de salir, la mujer le sigue un par de pasos, y antes que él salga del escenario, lo
intercepta para hacerle una pregunta.
No hay música en esta primera situación de la escena, y la iluminación en primer plano debe dar
una apariencia de luz exterior de anochecida a la acción dramática.

(Zacarías sale de la casa y camina en dirección de uno de los flancos del escenario, siendo
retenido por una mujer que le consulta algo.)

CELIA: ¡Oiga!, ¡oiga, caballero!.

ZACARÍAS: (La mira y se detiene a responderle) Sí, diga.

CELIA: (Ansiosa) Usted viene saliendo de esa casa, ¿no?, es el hogar de la Fundación Santa
Martuca. ¿Usted trabaja ahí?.

ZACARÍAS: No, pero si necesita algo, pregunte en la recepción.

CELIA: Es que necesito ayuda, necesito que alguien me guíe, tengo un problema grave.

ZACARÍAS: Bueno, pregunte en la recepción, ahí le pueden informar.

CELIA: Yo creo que usted me puede ayudar.

ZACARÍAS: No veo cómo, señora.

CELIA: Usted es a quien estoy buscando (Lo mira fijamente y da una vuelta en semicírculo
alrededor de él).

ZACARÍAS: (Con seriedad) No la conozco, ni usted a mí.

CELIA: (Lo señala con un dedo) Yo si te conozco, cabrón, y tú conociste bien a mi hija…

(Por los lados del escenario, ingresan dos mujeres separadamente, en un movimiento que rodea
a Zacarías y a la mujer que hablan ubicados hacia uno de los costados. Su actitud es de acecho
al protagonista.)
18

CLOTILDE: …Y a la mía también. Una niña que recién empezaba a vivir.

CLAUDINA: ¿No te acuerdas de ellas?, ¿y de Nidia, mi hermana?. Ella estaba enamorada de ti.

ZACARÍAS: (Las mira a las tres, con un gesto de desconfianza) ¡No sé de qué hablan!.

CLOTILDE: El profesor de música del Instituto Bolaño, el violador de niñas. No te hemos


olvidado, basura de hombre…

CELIA: Y vinimos a recordarte la deuda…

ZACARÍAS: (Enfático) No le debo nada a ustedes. Ya pagué con cárcel, cinco años de mi vida,
luego de un juicio lleno de calumnias y sin ninguna oportunidad de defenderme.

CLAUDINA: Te encontraron culpable en un juicio justo. Pero no te queremos en la calle, para


que vuelvas a hacerle a otras lo que hiciste con nuestras niñas, con nuestras familias.

ZACARÍAS: Vivo lejos de todo lo que alguna vez fue importante para mí.
(Guarda silencio un instante, baja la vista y se mira la palma de una mano, haciendo
sobre ella el recorrido de un recuerdo y comprimiéndola luego en un puño antes de
volver a mirar a las mujeres y hablarles)
Hoy trato de rehacerme, sin identidad ni memoria; ¡olviden que aún existo!…

CLAUDINA: ¡No podemos olvidarte, ni queremos hacerlo!.

CLOTILDE: (Con encono) Vinimos a asegurarnos que no vuelvas a dañar a nadie. No nos
interesa que vayas a una terapia o que ofrezcas la castración química. Queremos que
desaparezcas para siempre de aquí.

CELIA: (Enfática) ¡Lárgate!, ¡lárgate y no vuelvas más!.

ZACARÍAS: (Con énfasis) ¡No me iré!. ¡Váyanse ustedes!, y preocúpense de ser mejores
personas. El rencor y el miedo acabarán con ustedes.

(Las mujeres se muestran confundidas y se miran en silencio entre sí. Luego de un momento, se
retiran algunos metros hacia uno de los flancos, y mientras lo hacen, ingresa por el otro un
hombre de edad madura, que camina directo hacia Zacarías. En su actitud se revela que viene a
confrontarlo.
En este espacio sin diálogos, comienza a escucharse una música de ritmo repetitivo, como
chamánica o tribal, que antecede a la violencia en escena.)

ZACARÍAS: (Mira a Celso de frente y le habla) ¿Y tú?, ¿eres el verdugo de turno?.

CELSO: (Con voz ronca) ¡Vengo a liquidar la deuda!. ¡He esperado el momento de hacerlo, y
ahora es tu momento!.
19

ZACARÍAS: (Lo encara con un movimiento físico, como si fuera a enfrentarlo) ¡Perdí el temor
hace años!. La muerte me espanta menos que a ti…

CELSO: (Titubea) No hay temor en mi. La justicia está de mi parte. Nadie defendería tu causa,
porque todos te maldicen y reniegan de tu nombre.

ZACARÍAS: (Enfático, le habla a todos) ¡Y yo maldigo la cobardía de la masa!. ¡Malditos


borregos!, ¡el único poder que tienen es la fuerza de su rebaño!. Solos son débiles,
viciosos, llenos de dudas, temerosos de la opinión pública, de la ley, ¡temerosos de dios!.
Lo más fácil en sus vidas es inventar enemigos para descargar su violencia y frustración,
como me inventaron a mí para destruirme, para pagar en mi carne los deseos que nunca se
atreverán a confesar.
(Los indica con el dedo en alto) ¡Ustedes son la verdadera escoria, cobardes de mierda!…

(Súbitamente, las tres mujeres se abalanzan sobre Zacarías, simulando golpearlo. Celso cubre la
entrada de la casa, y entra y sale al ruedo en alternancias. Zacarías no expresa miedo ni dolor
en sus reacciones, y se deja zarandear sin ofrecer resistencia a sus agresores.
La iluminación acentúa el dramatismo del cuadro, pero tendrá un carácter incidental, y en
ningún momento ofrecerá una vista total de las acciones que se desarrollan entre los actores.
Por su parte, la música sugerirá un momento épico, lleno de una violencia sacrificial,
ritualizada.)

ZACARÍAS: (Luego de un instante, levanta una mano abierta, en un gesto que detiene las
acciones. Cuando habla, lo hace casi gritando) ¡Ya!… ¡ya está hecho!…

(Junto con cesar la música, Zacarías se separa del grupo y camina desde el centro del escenario,
lentamente hacia la entrada de la casa. Con una mano se cubre un lado del cuello, y con la otra
hace el ademán de tantear el espacio frente a sí. Finalmente, se desploma en la entrada y queda
allí inmóvil.
Los restantes personajes lo miran yacer, en un semicírculo desde el centro del escenario, y
permanecen en dicha posición, mientras la iluminación se desvanece.)
20

ESCENA SEIS
LA DANZA DEL FAROLERO

Todo el escenario se encuentra en obscuridad, excepto por tres focos de piso que apuntan hacia el
suelo, en una formación de triángulo equilátero cuyo vértice superior se orienta hacia el fondo del
escenario. Estos focos proyectan luz azul, creando el efecto de una luminosidad de suelo rasante.
Zacarías aparece al medio de las tres luces, vistiendo un traje color ambarino y apoyando una
rodilla en el suelo, con los brazos cruzados por delante de dicha pierna y el rostro hacia abajo.
Lentamente se pone de pie, observa en rededor, y por un costado ingresa con pausa un personaje
vestido de azul oscuro, portando un farol encendido en su mano.
Al ingresar el Farolero, se encienden luces azulinas desvanecidas, que apuntan frontal y en
contrapuesto, y una música acompaña sus desplazamientos. En general, la escena tendrá música
continua, acompasando los movimientos de los actores, que se interrumpirá cada vez que el
protagonista efectúe su monólogo.

(Cuando ingresa el Farolero, deposita su farol en el frente del escenario, cercano al borde, cesa
la música y entonces Zacarías le habla.)

ZACARÍAS: (Se pone de pie) No me queda tiempo, extraño. Siento la pestilencia de mi cuerpo
físico, cubierto de heridas y entregado a la furia de quienes creen con esto reparar mis
daños.
(Pausa) Ya nada importa, y ahora intento aprovechar este momento de claridad radiante
de mi conciencia, para ordenar mis recuerdos y aportar un último legado al infinito.
(Se mira los brazos y el centro del cuerpo) Siento una presión que tiende a disolverme, y
sé que cuando ocurra, no habrá rastros de mi existencia, porque todo volverá al flujo de
donde emanó.

FAROLERO: (Ejecuta una danza, con desplazamientos frontales sobre el escenario. Luego da
un par de vueltas sobre su eje, y se recoge en semicuclillas, con una pierna flectada hacia
delante y la otra para atrás, mirando al centro del círculo en donde se ubica Zacarías de
pie. Una música lo acompaña, y concluye al unísono con el fin de la danza).

ZACARÍAS: (Con los brazos extendidos, habla con emoción sin dirigirse a nadie en específico)
¡Oh, percibo todo!, ¡hay sentido tras cada acto!, nada sucede por que sí…
¡Si hubiera comprendido antes!; que breve es la distancia que abarcamos con nuestra
mirada, ¡qué mezquinos los deseos que nos consumen!, las búsquedas que nos aferran a
un ego carcomido por la hipocresía de los dictados sociales.

(El protagonista inclina la cabeza hacia atrás, y da tres vueltas en círculo en su lugar, mientras
el Farolero se levanta y ejecuta una serie de movimientos en torno a él. Al concluirlos, toma
lugar en un costado del círculo.)

¿Hay algo más crucial que percibir la totalidad de un acto?. Percibirlo todo es comprender
su significado. Percibir es lo que hago, antes de disolverme íntegramente.
21

(Tras una pausa, mira al Farolero y le habla, con el gesto de indicarlo con la mano)
Creí que eras la muerte que vino por mi conciencia, pero, eres la forma que el universo
escogió para representar el principio del cambio.
El cambio es la energía de la disolución, el reflujo de la marea creadora, la recogida del
anzuelo que atrapa al pez que nada el mar de la existencia.

(Luego de otra pausa) No somos ni lejanamente parecidos, extraño. Yo no perduro: existo


apenas un segundo, y ese tiempo ya ha transcurrido.

(Zacarías cruza sus antebrazos sobre el pecho, llevando ambas manos hacia los hombros
opuestos, y formando una estrella imaginaria de cinco puntas, cuyo vértice superior es la cabeza
erguida. El Farolero recoge el farol ubicado en el frente del escenario y apaga la luz del
artefacto. Zacarías vuelve a la postura física con que inició la escena, la música cesa y la luz se
extingue por completo súbitamente.)
22

ACTO TERCERO

ESCENA SIETE
ESPERANZA DE CAMBIO

Representando la sala de estar de la casa de Amalia, el centro del escenario será ocupado
frontalmente por un sofá de tres cuerpos, y a su lado, un sillón, delante del cual aparece una
pequeña mesa de centro. Los muebles son estéticamente congruentes con los vistos en la primera
escena. Una iluminación cenital completa la ambientación, dando una apariencia de luz artificial
de interiores.
Por un costado ingresa Amalia, acompañada de un personaje femenino joven. Se aprecia el
envejecimiento en su actitud, rasgos y vestuario; por su parte, la otra mujer es una adolescente,
vestida con ropa ceñida que acentúa la percepción de su juventud física.
Ubicadas en el centro, Amalia toma asiento en el sillón, indicándole el sofá a la joven, para
continuar un diálogo que vienen sosteniendo desde que entraron a escena.

(Amalia toma asiento en el sillón, y mira a Antonia con un gesto de examinarla. Ella se sienta y
por mientras, habla desaprensivamente.)

ANTONIA: Yo no veo cual es el problema de hacerlo, abuela. Además, faltan dos años para que
decida mi ingreso al Conservatorio.

AMALIA: El problema es que los músicos y los cantantes en este país se mueren de hambre, y su
única opción es irse a vivir afuera.

ANTONIA: Yo no pretendo irme fuera, porque me gusta vivir aquí y porque no quiero perder
contacto con ustedes y con las cosas que siento le dan sentido a mi vida.

AMALIA: De acuerdo, pero la carrera de cantante lírica no es una buena alternativa para ti, sobre
todo sabiendo que tienes tanta facilidad para las matemáticas. ¿Por qué no estudias
ingeniería?, es una profesión útil, reconocida y además, bien pagada.

ANTONIA: Porque lo mío es la música, cantar, y nada me gusta tanto como hacerlo. Yo creo que
lo llevo en los genes, igual que el tío Zacarías; ¿o acaso no era un buen músico?…

AMALIA: (La mira con seriedad y fijeza, pero guarda silencio).

ANTONIA: Oye abuela, ¿y como él pudo dedicarse a la música?.

AMALIA: (Con seriedad y cierto desagrado por el giro de la conversación) Tu tío se dedicó a la
pedagogía, pedagogía en música.

ANTONIA: Pero mi mamá me ha dicho que cantaba muy bien, y que tenía mucha facilidad para
componer y para interpretar instrumentos.
23

AMALIA: Sí, es verdad.

ANTONIA: ¿Por qué nunca me hablas de él?.

(Tras un silencio incómodo, ingresa Laura por el mismo costado anterior. Se ve de mayor edad y
más opaca que aquella de la escena cuatro.)

LAURA: (Interrumpe y se involucra en la conversación) ¿Hablar de quién, Antonia?.

ANTONIA: Del tío Zacarías.

LAURA: (Se miran un segundo con su madre y luego de un momento responde) ¿Qué quieres
saber?.

ANTONIA, Bueno, ¿por qué nunca hablamos sobre él?.

LAURA: (Tras un instante) Porque recordarlo nos trae a la memoria tiempos muy difíciles.
Zacarías tuvo problemas con la justicia, estuvo preso y después, murió en una riña
callejera. Todo eso nos causó a tu abuela y a mí una gran pena y vergüenza, por la forma
como nos miraba la gente. Pero el tiempo ha pasado, y así como una tiende a recordar las
cosas buenas de quienes ya no nos acompañan, yo he preferido contarte a ti sus virtudes,
una de las cuales era su talento musical.

AMALIA: Tu tío era un músico virtuoso, pero prefirió dedicarse a enseñarla que a tocarla o
componerla. Si tu realmente quieres dedicarte a cantar, deberías pensar en alguna
profesión complementaria, por ejemplo, la misma pedagogía o algo que te permita
mayores oportunidades para trabajar y no depender de una sola fuente.

ANTONIA: (Meditativa) Sí, tienen razón, voy a pensarlo con más calma.
Gracias por hablar sobre el tío y disculpen si las incomodé con mis preguntas o traje de
vuelta malos recuerdos. Cuando vengo a esta casa siempre pienso en Zacarías, porque
aquí pareciera estar tan presente, y a la vez, tan ausente.

(Todas se miran entre sí con simpatía, y guardan silencio por un momento.)

Voy a poner la tetera para la once, abueli. ¡Tengo ganas de probar ese kuchen de manzana
que preparaste!.

AMALIA: ¡Vaya mijita!, vaya.

(Antonia sale de escena, mientras Amalia y Laura la observan irse. Amalia se pone de pie, algo
inquieta, camina un par de metros y se vuelve a sentar, ahora en el sofá; Laura la mira
desplazarse, y tras ella se sienta cerca de su madre en el mismo sofá.)

LAURA: (Habla como si pensara en voz alta, mirando hacia la dirección por la cual salió
Antonia de escena) Cada día pregunta más. Tarde o temprano voy a tener que contarle.
24

AMALIA: ¿Contarle qué?, Laura.

LAURA: Lo que usted y yo sabemos.

AMALIA: (Algo molesta) ¿Qué cosa?, ¿qué a tu hermano lo mataron por venganza, por falta de
justicia para el mal que causó?.

LAURA: ¿Y qué clase de justicia esperaban?, ¿la justicia del linchamiento?…

AMALIA: Él nunca se rehabilitó, y la cárcel no logró cambiarlo. Él hacía lo que quería siempre,
y probablemente, después de un tiempo, hubiera vuelto a meterse con niñas jóvenes.

LAURA: A mi hermano lo mataron por miedo, no por justicia. Zacarías le daba un rostro al
temor que los acompaña día a día, la incertidumbre, la sensación de inseguridad, una
forma humana a la cual se puede eliminar para impedir que siga atormentando.

AMALIA: Tu hermano no era inocente, sino al contrario, y no sentía culpa ni arrepentimiento por
lo que hizo.

LAURA: (La encara sin vehemencia) Y usted, ¿se arrepiente de lo que hizo?.

AMALIA: (Medita un instante) Me arrepiento de no haber actuado con más energía para evitar
que se volviera un degenerado. Lo eduqué mal, porque me faltaron palabras para hacerle
entender y distinguir lo bueno y lo malo. Pero él ya venía torcido de niño.

LAURA: Más que palabras, creo que nos faltaron buenos ejemplos, suyos y del papá. A Zacarías
le costó la vida, y a mí, el vacío enorme con que debo vivir.

AMALIA: (Resignada) La vida no ha sido fácil para nadie en esta familia. Pero Antonia es la
oportunidad del cambio, de hacer las cosas bien y de volver a una historia normal para
adelante. Por eso yo prefiero no hablarle de Zacarías, para que pueda crecer sin esa
contaminación.

LAURA: Nunca debimos dejarlo solo. (Silencio) Y si la Antonia pregunta por él, yo le voy a
contar lo que sepa. La única forma que ella sea una mujer plena es conociendo la verdad.

AMALIA: ¿Y cual es la verdad?, ¿alguna vez le vas a hablar de su padre?…

LAURA: (Guarda silencio un momento, se pone de pie, gira por detrás del sofá y le responde a
su madre) Algún día lo haré mamá… algún día.

(Laura sale del escenario y Amalia se queda sentada en el sofá. Una música final comienza a
sonar, y cambia la iluminación hacia focos laterales y contrafrontales, que crean una sensación
nueva en el espacio.)

AMALIA: (Parece meditar, mirando en forma inexpresiva hacia un punto situado enfrente a su
vista. En ningún momento observa al Farolero)
25

FAROLERO: (Ingresa lentamente al escenario, pasa por el lado de Amalia, deposita el farol
encendido sobre la mesa de centro y toma asiento en el sillón contiguo, sin dejar de
mirarla)

(Esta imagen permanece estática unos segundos, luego comienza a reducirse la luz y la música,
para acabar con total silencio y obscuridad, en un escenario donde solo brilla la luz del farol. El
montaje concluye en la forma que suelen hacerlo las presentaciones teatrales.)

FIN DE
ENEMIGO EN COMÚN

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