Beruflich Dokumente
Kultur Dokumente
relatos históricos
De
Samuel Akinín
SOBREVIVIENTES
WALTER BENJAMÍN
SU ESCAPE DE ALEMANIA Y SU ASESINATO EN
PORT-BOU
Samuel Akinín Levy
En la parte nororiental de La Península Ibérica se encuentra ubicado
éste pequeño, colorido e histórico pueblo Catalán, famoso hoy en día por
haber sido entre otras cosas la vía de escape de miles y miles de judíos en
dos épocas diferentes; la primera fue durante el acoso de las tribus
bárbaras, los Francos enemigos acérrimos de los judíos. Esto ocurrió
durante el reinado de Alfonso VIII 1158-1214. Viendo el Rey que los judíos
tratarían de salvarse pasando la frontera de Francia a España, promulgó un
decreto en el que prohibía la entrada de éstos a su país, pero gracias a la
intervención del tesorero del Rey que para ese entonces era un judío logró
que modificara su decreto original permitiendo sólo la entrada a aquellos
judíos que demostraran tener bienes de fortuna en oro.
El tesorero en cuanto vio la modificación del decreto, se trasladó a
Toledo cuna de una de los centro judíos más importantes de la época. En
muy pocos días logró reunir dentro de la comunidad una gran cantidad de
dinero, que fue suficiente para poder salvar a más de 6.000 judíos. El
tesorero en persona se ocupó de darle a cada nuevo inmigrante la cantidad
que había estipulado el Rey como monto mínimo para ingresar a sus tierras.
El puerto de entrada en esa oportunidad fue Perthus y Port-Bou, que
traducido del catalán significa Puerto de Bueyes; los pescadores de antaño
hacían uso de dos bueyes para recoger las redes de pesca y es de ahí que
toma su nombre.
La segunda oportunidad en que este pueblo ayudó a salvar a un
número similar de judíos, fue durante la persecución y el acoso de los nazis.
Dos pueblos fronterizos ayudaron esta vez a nuestra gente; uno: Port-Bou,
enclavado en Gerona la parte Catalana que se encuentra en España y el
segundo Cerbêre dentro de la parte Catalana en el corazón de los Pirineos
orientales en Francia. Hablamos de los años 1940, 41 y 42 sus pobladores
se ocupaban de la agricultura, la siembra de la vid era primordialmente su
modus vivendi. Esto permitió que los pobladores de Cerbêre pudieran notar
cualquier anormalidad que sucediera en sus campos.
Entre los que de una u otra manera ayudaron salvar a tantos al
pasarlos por la frontera, se encontraban la familia Planas Vilanova,
conformada por Miguel, Jaime y Jorge. Me cuenta Jorge, quien vive en
Venezuela desde hace más de cincuenta años, que una mañana vio a seis
personas que se arrastraban entre los matorrales, se asustó porque era la
primera vez que esto ocurría. El tenía escasos once años pero ya estaba
trabajando en la siembra, nos dice que se trataba de cuatro adultos y de dos
niños. Estos le gritaron en francés que no les temieran que ellos eran judíos
tratando de escaparse hacia España y que estaban perdidos. Después de
haber pasado el susto, compartió con ellos parte de su comida y los guió
por caminos laterales hasta verlos allende la frontera.
La vida tampoco había sido justa con los padres de Jorge ni con su
familia, las diferencias en la ideología con el régimen español, los había
obligado a escaparse al lado francés, quizás por ese mismo motivo
entendían a plenitud lo que significaban las persecuciones, tal vez ellos de
alguna manera descendían del pueblo judío y es posible que el llamado de
la misma sangre a veces logre traspasar varias generaciones manteniendo
vivos lazos afectivos imposibles de explicar, o simplemente el hombre de
bien esté hecho con fibras sensibles al dolor de otros seres humanos y por
esto ayudaron junto con muchos otros compañeros por casi tres años a
pasar de Francia a España a miles de judíos.
Muchas de esas personas pasaron y lograron salvar sus vidas y las
de sus familiares, muchas estarán en deuda con aquellos que de alguna
manera les dieron ayuda y apoyo poniendo su vida en juego. Pero lo
increíble de esta historia, no es eso, no es recordar el pasado para obtener
algún fruto de él, sino todo lo contrario. Este pequeño pueblo catalán que
cuenta con apenas 1500 personas, ha querido dejar a la posteridad una
obra arquitectónica que represente de una manera visual, el crimen que se
cometió en él, con uno de esos judíos que habiéndose librado de los nazis,
ya sintiéndose libre en el lado Español, a los pocos días fue asesinado en
Port-Bou con la anuencia del médico que hizo la autopsia y que pertenecía
a la Falange (franquista) y la del jefe de la policía Mariano Viñuales quien
después se supo era asimilado a la Gestapo.
Liza Fittko de origen judío, era una de las personas encargadas de
ayudar a aquellos que tratando de salvarse de los nazis, habían logrado
pasar la frontera. Entre uno de ellos, se encontraba Walter Benjamín,
filósofo judío nacido en Alemania y que durante los años de 1923 y 1925
preparó su tesis doctoral en al Universidad de Frankfurt sobre “El origen de
la tragedia Alemana”. Era tal su descripción, tal su visión futura, que hoy
podríamos decir sin temor a equivocarnos que era un politólogo lo natural,
pero por su mismo enfoque y por lo delicado del tema, luego se vio obligado
a que muchas de su obras inmortales las tuviera que firmar bajo
seudónimos. Pero el mal ya estaba hecho, los alemanes nazis no se lo
perdonarían ni le permitirían que volviera a usar su pluma como arma, por
eso a la larga pagó con su vida aún estando teóricamente fuera del alcance
de las manos de los nazis.
Debo recordar que muchos personajes judíos del mundo de hoy,
pasaron por los mismos lugares que pasó Walter Benjamín, pero sería
imposible seguir la pista a tantos, por lo pronto hablaremos de ese genio
que la humanidad perdió por disidir en ideas en ese momento determinado.
Como dije anteriormente Walter Benjamín nació en Berlín en 1892 fue
ensayista y filósofo; entre sus obras maestras está “El concepto de la crítica
del arte dentro del romanticismo alemán” (1920) y otra gema literaria “ La
obra del arte en la era de la reproductividad técnica” (1936). y muchas más.
Pero en la era que no se reconocían los valores y en que poco o nada
importaba la inteligencia de los hombres, de ésos que dieron lo mejor de sí
para la inmortalidad, recibieron en compensación el mismo odio y el mismo
trato y se vieron obligados cual asesinos a huir por miedo a perder la vida.
Walter Benjamín salió de Alemania y atravesando parte de Francia llegó a
Port-Bou en el año de 1940. Para ese entonces en ese pequeño pueblo de
pescadores, él era un desconocido al igual que su obra. Se instaló por unos
días en uno de los hoteles del pueblo, sintiéndose libre, paseó por sus
calles, habló con alguno de sus habitantes, hizo sus apuntes, respiró aires
de libertad, meditó, sus planes futuros eran prometedores, pero dentro de la
injusticia humana la maldad de algunos hombres hizo que todo se viera
truncado con su muerte.
Estos catalanes que hoy viven en Port-Bou y que apenas conocieron
a Walter Benjamín, nunca perdonaron ese crimen, ni quisieron que pasara
al olvido, por años estuvieron pensando en qué hacer, se reunían,
proponían y hablaban, hasta que decidieron erigir un monumento a su
memoria además de crear la fundación Walter Benjamín que se ocupará de
recuperar, reproducir y promocionar toda su obra.
Quiero describir un poco a Port-Bou, es un encantador pueblo
pequeño pero con una estación de ferrocarriles internacional, cuenta en su
patio ferrocarrilero con 46 vías, lo que demuestra que la estación es casi tan
grande como el pueblo, tiene una iglesia en el centro de la ciudad, varios
restaurantes, una farmacia, muchas empresas aduaneras, más que en
algunas grandes ciudades ya que por ser considerada una de las aduanas
principales de España, ha tenido por años un gran flujo tanto de entrada
como de salida a otros países de Europa. Port-Bou posee unas playas
envidiables frente al Mar Mediterráneo, en verano acuden gentes de todas
partes del mundo y es por esto que considero la idea de sus pobladores
como algo genial, ya que podrán dar a conocer al mundo de hoy lo que
tristemente perdimos en el mundo de ayer.
Hablar de Port-Bou me hace sentir un afecto muy especial, su gente
trabajadora y decente en su totalidad nos da muestras de una superioridad
humana. Trabajadores y asalariados en unión de directivos y hasta de jefes
de estado, con mucho esfuerzo lograron hace escasamente un mes
inaugurar el complejo escultórico dedicado a Walter Benjamín creado por el
artista Israelita Dani Karavan. Dicho evento fue presidido por el presidente
de la Generalidad Catalana Sr. Jordi Pujol, quien en su discurso hizo
hincapié en que éste era un monumento “contra la intolerancia, el
totalitarismo, el odio, la indiferencia y la falta de respeto”. También lo
acompañaron entre otros el presidente del sector alemán de Hessen Sr.
Hans Eixhel, el del sector de Baden-Württemberg Sr. Erwin Teufel, el
embajador de Alemania en España Herman Huber y el de Israel Yaacov
Cohen así como la del creador de la obra y la de Lisa Fittko que fue una de
las personas que lo ayudó a escapar.
Mas de trescientas personas fueron a la inauguración del monumento,
se citaron sus obras, se oyeron comentarios; entre ellos debo recoger uno
que encierra por si solo todo lo dicho. “Walter Benjamín era muy conocido
en la década de los 60 y de los 70 por los especialistas en el arte, en el
transcurso de los 80 y de los 90 es de mes a mes más popular”.
La majestuosa obra se ha levantado al lado del cementerio en el que
permanecen los restos de Walter Benjamín, en ella el artista Dani Karavan
cargó un máximo de filosofía de vida utilizando todo el entorno natural. Se
trata de un monumento que utiliza dentro de su creación el mar, las
montañas y los olivares, que cierran el círculo de ese entorno mediterráneo
al posarse a los lados del campo santo. En la montaña que une a dos
países, comenzando por el lado español, se eleva una gran escalera
dirigida al horizonte, que da la apariencia de lograr entrar en el mar y en un
sitio determinado, se llega al final donde se encuentra una pared de vidrio
que corta e interrumpe el camino de una manera abrupta cual la muerte de
Walter Benjamín.
Quisiera en este momento hacer llegar en mi nombre, el de mi familia
y el de la comunidad judía de Venezuela una sincera felicitación a mi amigo
sobreviviente y salvador de muchos judíos; Jorge Planas Vilanova, al
Presidente de la Generalidad Catalana, Jordi Pujol y a todo ese pueblo que
demostró su valentía al reconocer parte de su culpabilidad, demostrando un
coraje como el de muy pocos, y al retribuir al mundo por el daño, no sólo
con esa obra monumental sino con el compromiso adquirido de publicar y
promocionar internacionalmente al bien querido judío Walter Benjamín.
Samuel Akinin
Cómo la bondad
destruyó a mi familia
Por
Samuel Akinín
Me llamo Soraya de González. Hoy, viendo hacia atrás, me doy
cuenta que han transcurrido cuatro años y aún no salgo de mi asombro y
dolor. Hay días en que amanezco y sigo esperanzada en que todo haya
sido simplemente un sueño, una pesadilla, pero que a mi despertar se
disiparán la pena, el sufrimiento y el dolor que me embargan.
Cómo dio comienzo esta historia es algo que no tengo claro, pero de
lo que no poseo duda alguna es cómo se llegó al final. Pero haciendo una
abstracción a mi pena, trataré de irles contando con la mayor imparcialidad
posible, lo que ha significado esta historia, para mí y para mi familia, por la
sociedad en que vivimos.
Fue una mañana como cualquier otra, desperté temprano para
ayudar a los míos en las labores matutinas. Mis hijos estaban prestos para ir
unos al liceo y el mayor a su universidad, mi marido por su parte a su
trabajo y yo estaba con apuros, pues debía entregar cierto trabajo el cual ya
estaba demorado. Mi marido como de costumbre salió temprano, como
quien dice con su arepa bajo el brazo y con un beso sellamos ese saludo
que es y forma ya parte de nuestro sello familiar.
Somos una familia tipo clase media en la que ambos, marido y mujer
debemos trabajar para llevar el sustento diario a nuestro hogar. Los dos
somos poseedores de sueños por realizar. Tenemos tres hijos, el mayor,
John quien cuenta ahora con 24 años, graduado como Ingeniero Civil, mi
pequeña Carolina de siete y la otra, quien es motivo central de la historia,
quien esta semana debiera haber cumplido sus 21 años.
Qué hago, a qué me dedico, por qué esta historia. Son todas
preguntas que requieren de un espacio, de un tiempo y de una supuesta
lógica. Mientras, veremos si soy capaz de dar respuesta a ellas, dejaré que
mi pluma, consejera de mi mente, asome algún esbozo que pueda dibujar la
desgracia que nos ocurrió.
Ese día que en apariencias era igual a muchos otros. Salimos cada
los cinco a enfrentarnos con nuestras obligaciones. En lo personal, me
dedico a transcribir tesis a los jóvenes universitarios, trabajo que me da
grandes satisfacciones pues me permite entrar y conocer ciertas materias
que no formaron parte de mi instrucción. Recibir a unos muchachos llenos
de sueños y esperanzas y verlos sonreír con la entrega de mi trabajo, es y
ha sido un aliciente que me sirve para poder ver la otra cara de la vida, para
tener fe y esperanzas en el por-venir.
Mi marido, quien apenas me lleva tres años de edad, trabaja como
mecánico en una gran empresa. Su puesto le permite sentirse importante,
pues es él, quien sabe cómo resolver los inconvenientes que a cada
momento se suceden en las diferentes máquinas con las que cuenta el
taller.
Mi hijo mayor, desde hace dos años, ya trabaja en su profesión y por
lo que tengo entendido, tiene pensamiento de pronto formar su propio
hogar. Mi hija la menor, está en primaria y gracias a Dios, está ajena a lo
que nos tocó vivir. Y queda por último, mi hija Yurubi, quien sin solicitarlo y
sin su consentimiento, será la protagonista de nuestra historia.
Venía diciéndoles que esa mañana cada uno de nosotros fue a
cumplir con sus obligaciones. Yurubi con su uniforme, impecablemente
limpio y planchado, se veía como una princesa. Ese año sería el último de
bachillerato y en su mente paseaba la posibilidad de emular a su hermano;
el entrar a la universidad era para ella y para nosotros mismos, casi lo que
es para otros, el organizar su boda. Ella era amante de los estudios, muy
aplicada y su bandera era poder sobresalir en ellos.
Su liceo estaba relativamente cerca de la casa lo que nos permitió
conocer a muchas de sus compañeras y amigas. Bien sea por un motivo u
otro, siempre había una excusa para venir acompañada, para no tener que
estudiar sola, para apoyar a alguna en esos momentos de inseguridad o de
desconocimiento. Sí, esto que les cuento es la pura verdad, Yurubi
disfrutaba la práctica docente, como mismo la maternal y sus amiguitas
conocedoras de ello, sacaban provecho a su modo de ser.
Durante el primer recreo Yurubi salió como de costumbre al patio, se
acercó a la cantina del liceo y allí se encontró con su amiga Marianella,
quien siendo tres años menor, demostraba ser casi de su misma edad, y
podríamos decir de que hasta un poco más, pues ella, ya a sus catorce
años , tenía novio y había experimentado cosas que mi hija aún desconocía.
Entre ellas hubo cruce de saludos, algunas palabras y por las
mismas, mi hija pudo reconocer de inmediato la turbulencia que se había
apoderado de la amiga. Ella estaba toda fuera de sus casillas, de momentos
temblaba y es algo que más tarde, luego de los sucesos, nos comentó
Yurubi. Mi hija, haciendo galas de una entereza adoptada, de un supuesto
conocimiento aunque en verdad, en pañales, le pidió le explicara con
detalles su problema. Nos cuenta que Marianella le abrió su corazón, le dijo
sin tapujo alguno que ella tenía un novio, que hacían el amor, que él era una
persona influyente y mucho mayor que ella, que a veces se tornaba grosero
y hasta violento y, que no deseaba volverlo a ver. Le dijo que él la tenía
chantajeada con decirle toda la verdad a sus padres y que de enterarse
ellos, se moriría de vergüenza.
Mi hija supo todo, mucho más de la cuenta, ella creyó también saber,
cómo dar solución a este problema y una vez con esa seguridad que nos da
la misma juventud, sabiendo que el amante le había dado una cita como
ultimátum, se ofreció a acompañarla. Decisión que resultó ser, el mayor
error cometido en su vida.
En el ínterin, ese día mi cuerpo vaticinaba que algo no estaba bien,
cierto mareo y un constante hormigueo en el estómago, me hacía tener
conciencia que algo marchaba mal. Llamé a mi casa y aparentemente todo
estaba bajo control; hice lo mismo con mi esposo y todo parecía normal. Así
que me quedé tranquila en contra de mis presentimientos.
Más que fue lo que ocurrió aquella mañana, por qué nuestra vida tuvo
un cambio tan radical. Para poder llegar al fondo del meollo debemos de
una sola vez enfrentarnos a lo que ese día sucedió. Mi hija creyéndose
autosuficiente y, pensando en los problemas que se le estaban presentando
a su amiga, propuso acompañarla, para de algún modo, por un lado, ser dos
contra uno y por el otro abogar a su favor, para sino amedrentar al hombre,
por lo menos hacerle ver que ya su juego había sido descubierto.
Ambas muchachas subieron a un autobús y con una confianza que
era simple y llanamente ficticia se enrumbaron a la casa del novio de
Marianella. La sorpresa fue mayúscula cuando a la llegada de ellas, el
hombre las hizo pasar y de repente se encontraron con cuatro hombres
más. Ya no hubo marcha atrás, se habían dado cuenta del error cometido
pero ya era tarde. La verdad es que el hombre como despedida a su
enamorada esquiva, le había preparado lo que en el argot de los malandros
es conocido como una “redoblona”.
Tomaron a ambas muchachas y las amarraron, les taparon la boca
para que no pudieran gritar, las amenazaron con armas, las cuales no sólo
las asomaban sino que también se las apuntaban a la cara, a los ojos, a los
oídos. Ellos mientras tantos sacaron sus botellas y como si se tratase de un
festín, comenzaron a beber, a jactarse de quienes eran y de lo que harían
con ellas de no complacer sus apetencias. Las dos estaban además de
asustadas, temerosas por sus propias vidas, y en sus mentes se sentía el
castigo por no haber dado cuenta a sus padres. Ahora nadie sabía dónde
estaban, nadie podría venir a socorrerlas, era una situación a la que no se
habían enfrentado, ni jamás alguien les dijo qué hacer.
Contar en detalles las atrocidades cometidas contra estas dos niñas,
estas dos jovencitas, considero es innecesario, más aún, si logramos
entender que esos bandidos, no tuvieron un ápice de misericordia, ese día
de niñas pasaron a ser mujeres y tratadas como la peor de las prostitutas.
Pasadas unas horas, cansados los hombres, borrachos, tranquilos de haber
complacido sus apetencias, seguros de que nada les ocurriría pues se
sabían guapos y apoyados, maduraron en qué hacer, si acabar con sus
vidas o dejarlas ir, uno del grupo no quiso manchar sus manos con sangre y
forzó a los otros a la segunda determinación, dejarlas ir , no sin antes
advertirlas de que si los acusaban, ellos acabarían con sus vidas y si fuera
necesario con la de sus familiares.
La menor quedó completamente traumada, de algún modo la
venganza del novio fue ejercida contra ella con más fuerza, Yurubi, en
cambio temblorosa, sucia, por dentro y por fuera, se vio revivir, pues en su
mente se había anidado la posibilidad de que esos esbirros las matasen, y
había llegado a tal su creencia que daba por descontado el hecho. Gracias
a esto, fue que vio lo ocurrido con otros ojos, con más madurez, ella estaba
consciente que lo ocurrido había sido un acto vandálico del cual no era
responsable, y por ello, el sentimiento de culpa se disipó rápidamente de su
mente. Ahora debía tomar una determinación, qué hacer, callar como esos
hombres indicaron o tratar de buscar justicia. Lo segundo de nuevo fue otro
grave error.
Fue a un hospital y se declaró violada, contó con detalles lo ocurrido y
hubo que hacer un examen con un médico forense. No contenta con ello, se
dirigió a la Fiscalía General y consignó su denuncia. En la misma le habían
preguntado su dirección, ella por simple temor, dio el de una tía, cosa que
sin querer le dificultaría al agresor poder conocer su destino. Viendo lo que
ocurrió ese día y los pasos que la niña dio, hacía ver el caso como algo
simple, pues conociendo los datos de uno de los hombres, la dirección en la
que se había cometido el crimen, con las pruebas de la Medicatura Forense,
con los rastros de semen y demás, se habían recopilado muchos rastros
fáciles de detectar y como último y muy importante en los casos penales,
las agraviadas estaban vivas. Visto esto de este modo uno diría que en
pocos días se daría captura y solución del problema. La verdad verdadera
fue otra completamente diferente.
La niña llegó cercana a la entrada de la noche, yo con cierta angustia
la esperé, y al verla venir me tranquilicé pues de lejos no se podía notar el
calvario que le había tocado vivir. Apenas nos encontramos, me dio un
abrazo y se desmoronó, hasta ese instante se había comportado como una
mujer y ya las fuerzas flaqueaban a su propia realidad. La dejé, primero
suspirar, luego permití que llorara por un rato, que desbordara esa rabia
interna que no la dejaba respirar y de a poco me fue diciendo, me balbuceo
lo que le había ocurrido. Lloré con ella, con su sufrimiento, su impotencia, su
ira, desgracia, su pena. La acaricié como solía hacerle de niña y la volví a
ver como ella era, si, con cuerpo de mujer, con el dolor de la experiencia,
con la inseguridad de la vida, con la duda en Dios, con la rabia que la cubría
con todo eso y más, y seguía siendo mi niñita.
Esa noche no quisimos decirle a mi esposo lo ocurrido, dormir a
veces un problema, se encuentra con soluciones. Lo que si hice fue llamar a
la otra niña, no me la pasaron, ella no temerosa de más de lo que le había
ocurrido, se escondía y evitaba tocar el tema. Allí me di cuenta, mi hija
había hecho lo que la lógica me decía hacer. Yo mentalmente caía en el
mismo error de ella. A la mañana siguiente la acompañé a la fiscalía para
ver que deberíamos hacer, se nos dijo que ya la denuncia esta en marcha y
que ellos harían lo correspondiente para no sólo atrapar a los cinco
hombres, sino que en el expediente que se le abriría procesarían las
pruebas y cualquier otro dato que tuviesen de ellos, les anexarían los
antecedentes penales. Me entró una curiosidad y pregunté que cómo era
eso de que una menor de edad pudiese hacer una denuncia sin la presencia
ni autorización de sus representantes y me enteré que eso estaba permitido
en la ley.
Cada día que pasaba en mi hija, se acentuaba más la necesidad de
lograr justicia. Ella seguía sin comprender por qué le había ocurrido eso.
Esa parte maligna del ser humano no lo captaba su mente. Pero las
preocupaciones pasaron a otro plano cuando unas semanas más tarde
supimos que los hombres o al menos uno de ellos, el principal responsable
de los hechos, había estado rondando por la casa. Eso dejaba ver que tenía
contactos, que poseía alguna fuente puesto que Yurubi se había cuidado de
dar otra dirección.
Esa tarde le dijeron que a ellos los condenarían por homicidio pero
jamás por violación de todos es sabido que al ser juzgados los delincuentes
por violación, al llegar a las cárceles, los mismo internos, los toman y los
violan, quizás es una manera de venganza, o tal vez es simplemente para
dormirles esa necesidad sexual de abusar, es posible que al ser abusados,
ya no vuelvan a reincidir en lo mismo. La verdad no está muy clara, lo que sí
lo está es que ellos rondaban la casa más a menudo, ejercían su presión de
terror, cada día a niveles mayores.
Una mañana luego de venir de poner la queja en la fiscalía, en donde
se nos dijo que la iban a mudar a cierto lugar, en el que ellos podrían
brindarle seguridad, ya no vi otra salida, acepté la oferta y llamé a mi
esposo para que se viniera en la tarde con una camioneta, pues estaba
dispuesta a mudar, a esconder a mi hija de esos rufianes. Llegué de primera
a la casa, hablé con mi hija, la puse al tanto de lo que íbamos a hacer. Ella
estuvo de acuerdo, la vi serena, tranquila, aunque llena de una gran
frustración por la vida, la justicia y al final por la misma sociedad.
Me fui a comprar algunas cosas que sabía necesitaría, y cuando
regresé, Yurubi no estaba, la busque por todos lados, llamé a todas y cada
una de sus amigas, a su tías, a las vecinas, no la encontré por ningún lado,
hablé con su padre a ver si el tenía conocimiento de algo, si lo había
llamado, fue en vano. No apareció. Ya no soporté le pedí a mi esposo que
viniese sin dilación alguna, que presumía algo malo. Al rato vino, trató de
calmarme, me dijo que la lógica le decía que la niña habría ido al liceo a
buscar cuadernos, tareas, apuntes, o algo por el estilo que no me
mortificara, que de seguro nada grave le habría sucedido.
Fuimos al liceo, vimos un tumulto en la estación del metro, no
entendíamos qué estaba sucediendo, seguimos hasta el liceo, hicimos
preguntas, nada, no había ido por allá, en la radio dieron la noticia de que
alguien se había lanzado a las vías del tren. Mi sangre se desplomó, bajó de
mi cerebro a los pies y algo me decía que se trataba de ella, se lo hice
saber a mi esposo, él, no sólo no lo aceptó sino que se dirigió al metro,
luego de bajarse y preguntar en la estación del metro e informarse de quién
había sido, los mirones le informaron había sido un hombre. Él quedó más
tranquilo, yo no.
Samuel Akinin
José Greco
Una historia de familia, una vida,
un mundo de problemas
Era un día como cualquier otro, la mañana presagiaba un día de lluvia
en la ciudad de Valencia, la amenaza latente no daba indicios de que se
cumpliera; así es el trópico, así ocurría ese día, hasta que sonó el teléfono.
Me encontraba en una reunión de suma importancia en la empresa en
la cual prestaba mis servicios y aunque le había dado instrucciones a mi
secretaria para que no nos interrumpieran, ella, luego de tocar, sin esperar
respuesta alguna, abrió la puerta y me dijo: -señor José, tiene una llamada
telefónica- le dije que la contestaría luego, ella, insistió, es urgente, es
sumamente urgente. Miré a mis compañeros de trabajo, no hubo necesidad
alguna de hacer comentarios, todos entendían la premura y denotaban su
entendimiento. Salí de la reunión y atendí la llamada, del otro lado de la
línea, pude escuchar: -Hola José, te he estado buscando, tu hermano
Salvatore murió hace un par de días, lo siento-
Reconocía en su voz a la persona que me hablaba, mas, eran
muchas noticias para ser digeridas de una sola vez, no lograba salir del
asombro, un vacío mental me cubrió y por segundos mi mente repasó de
una manera veloz lo que había sido nuestra vida.
Aquellas, fueron las lapidarias palabras que daban fin a una historia
de la cual pasado aún tanto tiempo, no logro comprender.
Hice preguntas, lo único que obtuve como respuesta fue que a mi
hermano a mi querido Toto, lo habían encontrado muerto en la habitación
de la pensión en que vivía, su cuerpo ya daba síntomas de descomposición
y en cuanto dieron aviso, llegaron los cuerpos policiales y tras ellos, de
inmediato el cuerpo de Bomberos se lo había llevado la Morgue de
Valencia. Por su estado, lo enterraron a las primeras de cambio.
Sin dar tiempo siquiera a una reacción, sin informar ni medir, me dirigí
a la Morgue. Mi mente daba vueltas, se enfrentaban tantos recuerdos, no
los podía creer. Así llegué sin dilación; comencé a hacer preguntas, no hubo
respuestas, pareciera ser que me había convertido en un ser invisible, los
que allí se encontraban, no me entendían, o no querían entenderme.
Angustiosos momentos que demostraban el temple que mi padre
había forjado en mí. Luego, cuando mis lágrimas brotaron por primera vez,
como si hubiesen generado lástima, una doctora se me acercó, portaba una
carpeta, tomó con cuidado nota de los datos que le suministré y luego de
una breve consulta, retornó mostrando en su rostro cierta tristeza, se dejaba
ver afligida; me hizo saber que a mi hermano lo habían enterrado ya en una
fosa común en el Cementerio de la ciudad de Valencia.
La angustia comenzó a hacer estragos en mi cuerpo, me sentí
violado, vejado, furioso, el hombre que más admiré en mi vida había sido
enterrado como un pordiosero sin que alguno de sus seres queridos lo
acompañaran, dijeran algunas palabras o al menos le ofrendaran algún
rezo.
A ese punto y en esos momentos, nadie vino a darme luz, no sabía
qué hacer. La vida no nos prepara para ciertas cosas. Pero al hablar de
cadáveres y de muertos, se me vino a la mente la posibilidad de una
solución, me dirigía a una funeraria y luego de aceptar y pagar cierta
cantidad de dinero, ellos cubrieron los requisitos necesarios y en un par de
días se me permitió como testigo para reconocer el cadáver de mi hermano.
Aquellos son recuerdos tétricos que durante innumerables noches no me
dejaban dormir y que de vez en cuando se hacen presente.
Llegamos al cementerio, fue un viaje a lo desconocido, una ruta en la
que no hubo palabras, el mutis fue general, y por ello noté con mucha
fuerza, lo del silencio sepulcral, cuyo significado contiene algo más que una
simple frase. La funeraria recomendó que fuéramos muy temprano en la
mañana tanto como para no tener que encontrarnos con la gente, con
curiosos que vendrían a estropear aún más lo por hacer. Y así, con los
primeros rayos de sol, me vi parado frente a un espacio de terreno que
quedaba en la parte final del cementerio, y al mirar a uno de los obreros de
la funeraria, él como que entendió mi pregunta y me hizo saber que ése era
en sí donde estaba lo que llamaban: fosa común; un par de hombres con
pico y pala removían los escombros, luego de un rato y de saber que uno
puede tener un vacío total en su mente, pues nada pensaba, nada veía, era
algo así como estar muerto en vida, hasta que alguien me trajo a la realidad,
dio un grito, diciendo –lo tenemos- acá está el hombre, acá está su
hermano.- los despojos de lo que vi, me dejaban claro que no era, ése no
era mi hermano, ellos insistían, me trataban de convencer de que luego de
unos días el cuerpo genera ciertos cambios, repetían, que ése era. Lo
querían sacar para dar por concluido el asunto, y no les fue posible por la
molestia que mostré, les dije que había venido a recuperar el cadáver de mi
hermano, y ése y sólo ése, sería el que ellos llevarían y enterrarían con
todas las de la ley. Viéndome de la manera en que me puse, no les quedó
más remedio que seguir escarbando y así descubrieron a uno, a otro, varios
cuerpos, llegado a ese extremo y lleno de una amargura indescriptible, me
tentó la posibilidad de renunciar a esta horrible empresa, hasta que al fin en
el próximo cuerpo cuando lo vi, lo reconocí. Era él, o mejor dicho lo que
quedaba de él. Aquella había sido una experiencia única, no estábamos
preparados, la gente de la funeraria tampoco y cubriendo su cuerpo con
periódicos viejos, lo transportamos a la funeraria para de este modo hacer
lo que se debía haber hecho. Darle una cristiana sepultura al lado de la
tumba de mis padres y de mi inolvidable hermana Giovanna.
Cómo llegamos a esto, qué le ocurrió a mi familia, por qué al final de
los días, ellos, habían terminado en un lugar tan lejano al que nos vio nacer.
Esto en conjunto forma parte de la historia de mi vida familiar.
Creo que para dejarme entender, debo regresar en el tiempo. Primero
a mi amada e inolvidable Italia, luego al pueblo querido Comiso, el que se
encuentra ubicado en la provincia de Rabusa en la cálida y hermosa Sicilia.
Es allí exactamente donde daremos comienzo a mi relato que no es más
que una parte de la historia de mi familia.
Mis abuelos Salvatore Greco y mi abuela Puglisi en la mitad del siglo
XIX, negociaban con pieles. Este oficio les hacía ver como una de las
distintas clases sociales en que estaba por aquellos años dividida nuestra
población en los que se encontraban: campesinos, obreros, comerciantes,
políticos, profesionales y de manera predilecta el credo y su gente. Mis
abuelos eran profesionales poseedores de un conocimiento amplio en
cuanto a lo que ellos ejercían, los mismos habían a su vez sido transmitidos
de sus padres y se ocuparon con todas la de la ley en que ése oficio no se
perdiera, llevaron a mi padre siempre de la mano hasta que a la larga los
emuló.
La Italia de esa época era un tanto clásica, natural; el modernismo no
había hecho estragos ni en las edificaciones ni en los habitantes. La gente
del pueblo era toda conocida y cada vez que uno se encontraba con alguien
mayor, en caso de generar dudas, la pregunta clásica era: y tu padre o tu
abuelo qué hacen o hacían, eso era suficiente como para poder conocer el
origen del joven. Uno trataba de emparentarse con gente del mismo medio,
de la misma ideología ni que pensar de la religión y en un último caso y no
menos importante de una misma clase social.
Cuando se trata de reconstruir una parte de la historia, no se puede
hacer justicia sin ver en detalles el mismo entorno, las cosas que eran de
algún modo normales, lo que llamamos la costumbre y visto que el mundo
en este siglo que acabamos de pasar ha experimentado tantos cambios,
vale la pena miremos algunos flashes del cómo se vivía en ese entonces.
Estaba recién finalizada la I Guerra Mundial, el mundo había perdido
en mucha de la gente no sólo algunos miembros de las familias, como
también, sus bienes, tranquilidad, el temperamento, su paz. La psiquis
había sido golpeada, aquél sentimiento de escases forzaba nuevos valores;
la mirada era muy corta, ya uno pensaba como antes, en que se creía en la
inmortalidad, en que la historia era algo que se podía leer y encontrar sólo
en los libros, ahora la realidad había demostrado con su crudeza que
superaba a lo conocido, que los combates cuerpo a cuerpo ya eran cosas
del pasado y que la maquinaria bélica que estábamos viendo era apenas el
abre boca de lo que vendría. Las bombas atómicas habían demostrado que
el hombre quizás no era responsable de su propia creación, pero de algún
modo dejaba ver que si lo podía ser de su total destrucción. El miedo a la
muerte ya no era algo exclusivo de la divina figura, o de la malvada orden
diabólica, contábamos con un tercer elemento que no se había tomado en
cuenta y que era capaz de ejercer dolor a unos niveles no imaginados.
Con todo y el avance técnico en guerras y en armamentos, había
escases en otros rubros, por la falta de aparatos electrónicos, ya que aún no
se habían inventado, el mercado se solía hacer a diario; al no poseer
medios de refrigeración forzaba a la gente a tener alimentos frescos, o de
mantener un espacio en el sótano en el que se guardaban los productos
cerrados al vacio.
Mucha de la gente en el pueblo y sus alrededores, se ocupaba de
producir, para hacer de manera casera, la pasta, como las salsas de
tomate, la que se guardaba por meses en botellas, otros tenían comida que
dejaban salar y secar, se veían las riostras de ajos, pimentones, vegetales,
legumbres y otras verduras, era una manera familiar, de mostrar con orgullo
lo que en su hogar había de sobra. Las carreteras estaban llenas de
manadas guiadas de animales, que en las mañanas iban a algún sitio a
pastar, el medio de transporte era en mulas, burros y caballos, los jóvenes
poseían para su diversión mucho más tiempo del que hoy en día tienen. Las
metas de la gente, eran sencillas, los sitios a visitar, solían ser o estar todos
a no más de unos diez kilómetros a la redonda. Las playas de ese mar
Mediterráneo eran en sí la mayor distracción, y los niños tal como los de hoy
jugaban con pelotas que en aquél entonces eran de trapo.
Mis queridos y recordados abuelos tenían una pronunciación propia
del lugar, una especie de dialecto, el que empleaban para que nosotros los
niños no supiéramos de qué estaban hablando. Y su figura era respetada
por todos los que de un modo u otro eran más jóvenes que ellos, se estilaba
saludar, quitándose el sombrero, artículo que fuera de las horas de trabajo,
y durante las tardes y noches, por lo tan expuesto, era casi un símbolo de
buen vestir.
La vida era tranquila, en el patio de la mayoría de las casas se
cosechaban hortalizas, pimientos, pimentones y otras tantas cosas; por
aquellos días, no había robos, no se conocía o al menos no se hacían
públicos los homicidios, cualquier visitante, era recibido con afecto y se le
ofrecía una copa de vino casero, una galleta y hasta un pedazo de la torta o
bizcochuelo familiar.
Fue un tiempo en que despertó el sueño americano, los viejos hacían
hasta lo imposible por motivar a sus hijos a que fueran a la América, sin dar
mayor importancia a cuál de ellas se lograsen ir. Los que vivían en pueblos
se sentían como sumidos en una paz sin mucha evolución. Era un sentir sin
grandes aspiraciones. Y sólo con la llegada, con el retorno de alguno que
otro de la América es que se podía ver la gran diferencia, pues estos
presumiendo de sus logros, dejaban correr su dinero como si fuesen
chorros ilimitados, y con la ayuda de sus propios familiares, este trabajo en
el eco que generaban se incrementaba y duplicaba en las mentes de la
gente, soñar con oro, ahora a los tranquilos pobladores de mi pequeño
pueblo y de otras latitudes, les era fácil.
Mis padres Giovanny Greco y Nunciata, dieron continuidad al negocio
de familia, se presentaron años sumamente duros, no hay que olvidar que si
la primera guerra fue traumática la segunda dejó a toda Europa en la más
cruel ruina, millones de seres que pagaron con el tributo de sus vidas, la
enajenación de políticos y líderes que no merecen el honor de ser
nombrados. La falta de vialidad, como la misma intranquilidad, hacía hervir
a jóvenes corazones, que abrían sus capullos no sólo al sol, tenían sus
miradas fijas a puntos más lejanos.
Con la entrada de los alemanes como les dije nuestra casa fue
tomada por los nazis, para ellos era un punto central de control, mientras
nos habíamos mudado a otra casa cercan que nos fue suministrada por el
mismo gobierno. En lo personal debo decir que tuve mucho que ver de los
nazis, me llamaba la atención sus uniformes, siempre impecables, como si
esa fuese su bandera, ellos comían opíparamente, denotaban una fortaleza
que tan sólo al final se vino a bajo. Su forma de hablar era la de seres
superiores, envalentonados y aunque su trato conmigo como niño puedo
decir que fue agradable, ya que recibí de ellos en repetidas oportunidades
caramelos o chocolatines, cuando se vieron perdidos, la transformación en
sus rostros los dejaba ver de otro modo, ya se perdió aquella prepotencia,
ese supuesto poder, ese orgullo nacional, eran simples soldados haciendo
algo en contra de sus deseos y cumpliendo con órdenes no muy deseadas.
El haber tenido esa experiencia le hizo a mi padre un poco de bien,
pues y vale la pena aquí acotar, de que mi padre poseedor de buen olfato
comercial invirtió todo lo que tenía y no, en su negocio en sus pieles y fue
gracias a esto, que en corto tiempo luego de acabada la guerra, se vio con
producto solicitado, y así al venderlos, pudo realizar unos grandes
beneficios que nos permitieron comprar la casa más grande y hermosa del
pueblo, era la más codiciada, misma que estaba en el mero centro de la
ciudad, frente a la plaza, y donde desde los balcones podíamos ver y saber
de casi todo, como por ejemplo el movimiento de la gente, la que iba o
venía, la que entraba o salía de la iglesia etc., menciono esto pues cuando
fuimos invadidos por los nazis, con el arreglo que tenían con Mussolini, los
alemanes escogieron nuestra casa como punto central y mientras duró la
ocupación, nos tuvimos que mudar a otra casa que ellos nos suplieron.
Al hablar de la familia, debo decirles que éramos cuatro hermanos:
Giovanna, Salvatore, llamado cariñosamente Toto, Carmelo con dos años
menos que él, y yo, José Greco con 20 años menos que mi hermana mayor
y 16 menos que Carmelo, único sobreviviente de toda la familia que por
razones del destino, vino a morir a este lado del Océano.
Es en este punto en que detengo por momentos mi relato y doy
comienzo a una gran reflexión. Me remonto para ello a esos días y sin
haberlos vivido, noto a mi padre lleno de un deseo de superación, no tanto
por él como si por su hijo mayor. Él, sin escatimar una sola Lira, desde un
comienzo había puesto los ojos en su hijo mayor, en su primogénito, por él
apostaba todo su futuro y en especial el de sus descendientes. En la mente
de mi padre se forjó una idea fija, quería que sus nietos tuviesen o pudieran
formar parte de otro estrato social. Para él era muy importante cumplir ese
sueño. Y el éxito en su negocio luego de la guerra, le permitía darse ciertos
lujos, como el del cambio de casa y el más importante, enviar a mi hermano
a la ciudad de Bologna para que estudiara en la Universidad, en la más
antigua y prestigiosa de toda Italia.
Pero volviendo a mi niñez, vienen muchos y muy gratos recuerdos,
pues tuve la suerte de tener tres hermanos que por la misma diferencia de
edad para conmigo, me los hacía ver como padres. Ellos, todos eran mis
protectores, mis mentores y maestros. De ellos y con ellos aprendí la
mayoría de lo que sé. Quiero hacer mención que aunque los alemanes
tomaron nuestra casa, no los sentimos como un robo o algo por el estilo,
sabíamos que era un pacto que existía entre Italia y Alemania, estábamos
en guerra y por desconocimiento o por lo que otros con más conocimiento
de causa puedan nombrar, para nosotros era algo normal, inclusive puede
dar testimonio de que en lo particular, conmigo ellos se portaban bien, los
trataba como se trataba a los mayores en aquella época y de lo que hacían
o decían ellos, yo, estaba completamente ajeno.
Los días transcurrían tranquilos, nuestro aeropuerto, me refiero al de
Comiso, de a poco pasó a ser importante, por días se notaba el incremento
de los vuelos, y ya era un pasatiempo, ver como salían o aterrizaban los
aviones, los uniformes que vi, durante esos años eran dignos de recordar,
pues los alemanes y hasta nuestros mismos oficiales, demostraban gran
glamur y al dejarse ver en las calles, ellos se mostraban cual si fuesen a
desfilar, de punta en blanco como dijera mi mamá, que Dios la tenga en su
Santa Gloria. De esta época uno puede decir que vivimos el crecimiento y
luego la caída del régimen, pues también recuerdo luego de la guerra, que
en mi casa dábamos comida a las gallinas poniendo el alimento en los
cascos de los alemanes. Los empleábamos como platos para animales,
para eso y para colocarles una cantidad de agua. Ver hoy esto, es como
darse cuenta de la caída de aquel poderoso imperio que se vino a bajo de
un modo inimaginable.
Samuel Akinin
SOBREVIVIENTES
103024
Por
Samuel Akinín
Hace poco cumplí mis setenta años. Muchos de ellos los he querido
olvidar. Vivir con esas memorias, no se llama vivir. Noches de insomnio, de
pesadillas y malos recuerdos por siempre me acompañan. Siempre sentí
distancia entre la vida y la muerte. Las almas de mis padres, de mis
hermanos y de la casi totalidad de mi familia, no pueden reposar en paz en
sus tumbas, después de casi cincuenta años. Mi silencio no les permite
descanso. Debo revivir y dar a conocer mi pasado, mi vida.
Nieto de Isaac Trachtenberg y de Margula Goldman, ricos
comerciantes especializados en pieles, cueros tratados y artículos
derivados. Junto a mis tres hermanos menores, Edmundo, nacido el 25 de
septiembre de 1.925, mi hermana Bronia en el año 1.926, Salomón en el
27 y yo, Max, nacido el día 19 de agosto de 1.923, somos hijos de Jacobo
Trachtenberg y de Julia (Yulche) Griffel. Mi padre, natural de Zocal,
Ucrania, era industrial, poseía una fábrica de zapatos; mi madre, polaca, de
Schnatin, era violinista de profesión. Nosotros nacimos en Viena, Austria.
Perdimos a mi hermanita Bronia con apenas año y medio de nacida.
Nuestro camino de la muerte comienza en el año de 1.939, cuando llega el
antisemitismo con toda su fuerza a nuestro pueblo Kracov, en Polonia. Por
las persecuciones y las constantes molestias, nos mudamos a Voyisuav,
ubicado a escasos 12 kilómetros de Senyison. Es el año de 1.942; es la
víspera del año nuevo judío. Los alemanes vienen con la orden de limpiar
el pueblo de judíos. Toman a las mujeres y a los niños. Ellos nos separan
de mi madre y de mi hermanito Salomón. Solamente una despedida nos es
permitida. Siendo nosotros hombres dispuestos a defender con la vida a
cualquiera de sus seres queridos, nos dejan anonadados, indefensos; su
fuerza militar es desproporcionada, su sadismo no tiene límites. Gritan,
golpean, no permiten ni que por un segundo los hombres reaccionemos. Mi
padre no puede soportar el dolor y, muy a su pesar, por su estado, su
debilidad, no le permitimos que viera nada. Por un lado se llevan a las
mujeres y a los niños; por otro, los hombres fuimos brutalmente apresados.
Desde ese mismo instante supimos que no los volveríamos a ver. La
desolación nos embargaba y encima de ese dolor, habíamos sido burlados
por los polacos; uno de ellos había ofrecido no llevarse a mi madre a
cambio de todas nuestras joyas. ¡Cómo nos engañaron! Eran criminales y
ladrones. El recuerdo de las palabras de mi madre, aún las tengo
grabadas: "No te preocupes por nosotros, Max; cuida de tu padre y de tu
hermano, que ellos sí te necesitan". Ambos fueron llevados al peor de los
campos de concentración, Treblinka.
En el noreste de Polonia los alemanes enclavaron lo que después sería
conocido como la fábrica de exterminio. Ellos lograron la industrialización
automatizada. Sin necesidad de maquinarias sofisticadas, utilizando a los
propios judíos como animales de carga y como combustible natural,
ochocientos cuarenta mil judíos fueron sacrificados, en ese solo campo
de exterminio. Menos de un millar logró salvarse luego de una valiente y
sacrificada evasión, no tanto por mantener sus propias vidas, como por
atestiguar al mundo los martirios, las matanzas, el robo, la destrucción de
sus cuerpos y por último, la conversión de los restos en simples cenizas.
Los que lograron evadirse y alcanzar las montañas, fueron perseguidos por
los nazis y por los mismos pobladores polacos. Salvaron sus vidas del
campo de exterminio de Treblinka, pero con casi un pueblo en contra,
apenas cincuenta de ellos lograron sobrevivir.
Ni mi madre ni mi hermanito tuvieron oportunidad alguna. Treblinka no
perdonaba, era el principal campo de exterminio. Había logrado destruir
las vidas de cientos de miles de personas. No sólo lograron alcanzar sus
metas de destrucción, sino que las superaron con creces, y así, el siete de
enero de 1.943, segaron la vida y los sueños de mi madre y de mi
hermanito.
A nosotros nos llevaron a Shenyisov, donde nos tuvieron seis meses.
Durante los dos primeros, nos obligaron a cavar zanjas. El temor que ellos
les tenían a los rusos los obligaba a preparar sus líneas de defensa en la
retaguardia. Luego servimos como ayudantes de albañilería en la
fabricación de pequeñas casas para los alemanes. Mientras tanto, vivíamos
en barracas, dormíamos en literas triples cuya capacidad era de una
persona por nivel; pero en verdad, eran tablones sin colchones. Éramos
ciento ochenta judíos viviendo en las dos barracas. Dos judíos hermanos y
nosotros tres, éramos los únicos que vivíamos como familia en las barracas;
ellos dos murieron de tifus en el campo al cual fuimos llevados luego,
Skarzysko Kamienna.
Una ventaja tuve frente a los demás judíos presos en cada uno de los
campos en que estuvimos, bien sea de trabajo o de exterminio, a los cuales
fuimos llevados. Esa ventaja era mi idioma materno, el alemán. El buen
hablar es una de las cualidades que por mucho tiempo me permitió
destacarme. Durante toda mi vida, practiqué el arte de la conferencia. He
dado discursos por diferentes motivos: la pasión por mi pueblo, la
continuidad religiosa, la defensa de la fauna americana, técnicas de ventas,
labores comunitarias, Centro América y sus necesidades, etc., etc.; esto,
hasta mi reciente derrame cerebral, que en consecuencia hace dificultosa
mi habla.
Ese don natural, más el dominio perfecto del idioma alemán, de algún
modo hizo permeable mi acceso a los guardias alemanes.
Los judíos éramos considerados cual seres en proceso de exterminio.
Pero de alguna manera los que teníamos la oportunidad de hablar su idioma
y como en mi caso, la contextura, el color y la apariencia aria, lográbamos
despertar su curiosidad y en casos excepcionales, hasta su lástima. Puedo
atestiguar que utilicé lo que tenía a mano para lograrlo; labia, dominio del
idioma, apariencia, osadía, el sentimiento de lástima que eventualmente
lograba despertar en nuestros verdugos y toda mi suerte.
Conseguido el acceso, la comunicación con cualquier alemán, lo
trabajaba hasta el cansancio y siempre lograba que nos trasladaran en
conjunto a mi hermano Edmundo, a mi padre y a mí, de un campo al otro.
Luego de dos días de viaje en tren llegamos a Skarzysko Kamienna.
Estábamos en una gran fila, yo ocupaba el primer lugar, luego mi hermano
y después mi padre. El nazi encargado de la selección me preguntó cuál era
mi oficio, le mentí diciendo que los tres éramos mecánicos de automóviles;
le hablé en plural. Se lo dije en su idioma, en un perfecto acento. Se notaba
a leguas que el nazi estaba muy bebido; era norma de ellos mantenerse en
ese estado, para que luego sus mentes no castigaran a sus cuerpos.
Nos seleccionaron y nos mandaron pasar a la fila A. Tres filas había
luego de la selección, A, B y C. Aquellos que eran seleccionados para la fila
C, estaban condenados a una muerte segura. A estos de la fila C, los
utilizaban para manipular la nitroglicerina, eran conejillos de india
encargados de vivir en la cuerda floja. Ninguno lograba sobrevivir más de
tres meses. Muchos de ellos no soportaban vivir con ese miedo; en las
noches se cortaban las venas y morían desangrados; otros se ahorcaban,
haciendo uso de los tablones de las literas como trampolín. Cuando la
gente analizaba su situación, cuando trataban de ver hacia el futuro, al no
conseguirlo, tomaban la determinación de acabar de una sola vez con su
dolor. Muchas noches oíamos el Kadish (rezo que se le efectúa a los
muertos).
Los escogidos para la fila B, eran enviados a trabajos muy fuertes; los
seleccionados para la fila A, éramos los más afortunados. Pero si durante el
Appel te mandaban al final de la fila, esto significaba tu condena a muerte.
El tiempo que pasé en este campo me sirvió para aprender el oficio de
mecánico; aunque habíamos dicho serlo, no teníamos ni la menor idea,
jamás habíamos trabajado sobre un torno, o una troqueladora.
Lo que hacíamos en el taller mecánico eran pequeñas piezas de
ametralladoras; también trabajábamos en grandes hornos para la fundición
de metales y elaborábamos en este proceso granadas. Dentro del campo,
en una barraca especial, había varios mecánicos polacos que trabajaban
libremente en el campo. Uno de ellos entabló una buena amistad conmigo.
Siempre que podía, me escapaba y a hurtadillas me iba a su sitio de trabajo,
lo ayudaba y aprendía en profundidad el oficio. Este polaco durante meses
me daba su ración de alimentos que era muy superior y más completa que
la nuestra; con ella logré mantener y recuperar la fortaleza de mi padre, al
igual que la de mi hermano. Varias veces me ayudó a meterme comida
dentro de mi pijama y luego a amarrármela, para que la pudiera introducir
desapercibidamente en mi barraca.
Solía hacerse una selección, que consistía en la supervisión de los
enfermos o débiles, no con la idea de curarlos o de atenderlos, los escogían
para deshacerse de ellos, el haber sido anotado en una selección, era
garantía de muerte segura al próximo día. A mi hermano y a mí nos
contagiaron con el tifus dentro del mismo campo. Estando enfermo, sin
fuerzas como para levantarme y soportar el tiempo que duraba la selección,
un militar muy bien vestido, al ver mi estado deplorable, mandó a anotar mi
número, sabíamos ya lo que significaba, el próximo día sería mi último día.
De nuevo lo increíble, ese militar por cosas del destino fue transferido a otro
lugar y no se ejecutó la selección.
Estábamos aún en el mismo campo de concentración cuando recibimos
una nota del esposo de mi prima Miska Seltzer; él se llamaba Dunek, nos
decía que vendría cerca del campo a traernos algunas cosas. Mi primo
había pasado como ario, alguien le había facilitado documentos con nombre
falso y esto le permitía el desplazarse de una ciudad a otra. Hasta ese
momento sus papeles le funcionaban a perfección. Mi padre, pendiente de
la llegada de Dunek, salió del campo a su espera. Unos soldados alemanes
lo vieron en la noche fuera de la alambrada; él tenía en su brazo la banda
blanca con su estrella de David. Se enfurecieron al verlo. Entraron al campo
y preguntaron por el judío responsable del campo, por el jefe.
Luego que me enteré que se trataba de mi padre y que los alemanes
solicitaban al jefe judío del campo y sabiendo que dicho jefe no existía,
inmediatamente les informé que yo era el jefe, no podía permitirles que le
hicieran algún daño a mi padre. Ese día recibí una paliza como jamás en la
vida, ni antes ni después recibí. Ellos no sabían de nuestro parentesco, de
saberlo nos habrían matado en ese mismo instante.
Mi hermano Edmundo salvó mi vida esa vez, él era el limpiabotas de
uno de los oficiales de alto rango dentro del campo; por la calidad de su
trabajo, el oficial le tenía mucha estima. Viendo mi hermano que los nazis
me estaban matando a golpes con sus ametralladoras, corrió a suplicar al
oficial para que intercediera por mí. El oficial llegó a tiempo y pudo detener
la golpiza, pero de cualquier modo tuve que pasar 10 días en cama,
incapacitado totalmente; esa semana también hubo selección y de nuevo no
me tomaron en cuenta. De mis primos, lo único que sabemos es que no
lograron salvarse del Holocausto.
Este campo era uno de los pocos cuya vigilancia interna dejaba mucho
que desear; todas las mañanas lograba escaparme, aunque era sólo dentro
del mismo campo y me iba a trabajar para mi amigo el polaco; a éste le
pagaban por producción, yo le era útil, además de económico. No era un
campo de exterminio, era una especie de fábrica de armas o piezas para el
ejército alemán. Habíamos llegado en el mes de marzo del 43 y salimos en
febrero de 1.944.
Somos transportados en tren los tres, mi padre, mi hermano y yo,
llegamos al campo de Piotrkow, nos tenían como animales, no había
condiciones para recibir a la gente. Diariamente morían muchos. Tres
meses pasamos en este cuasi manicomio. De ahí nos trasladan de nuevo
a los tres hasta Czestochowa; éste sí era un verdadero campo de
concentración; entramos a lo loco, nos encargaban de bajar las papas que
traían los trenes para el ejército alemán. A veces podíamos comer alguna
papa, pero cruda y sin que nos dejáramos ver.
Este campo estaba divido en dos; el llamado A y el otro llamado B. El
primero era el peor, por sus condiciones, por la falta de comodidades y de
no ser por la comida que nos podíamos robar, quizás habríamos muerto. En
el lado bueno, o sea, en el campo B, teníamos a un buen amigo de mi padre
llamado Reuben Immerclik, se desempeñaba como policía de los judíos;
era, por decir algo, el jefe del campo. El trató de todas las maneras para
que nos mudaran a su sector, pero cuando logró que le autorizaran el
traslado, ya nos había mudado a otro campo. Aquí vale la pena decirles
que la gran mayoría de los que estaban en el campo B, logró salvarse tal
cual lo hizo nuestro amigo.
Con el mismo medio de transporte nos llevaron a Buchenwald, otro
campo de concentración, éste es el primero que conocemos de los campos
de exterminio, tenía hornos crematorios, empezamos a ver la muerte mucho
más cerca de nosotros, lo que habíamos pasado aunque duro, era posible
de soportar, el vivir dentro de una fábrica organizada de exterminio,
manejada por puros criminales, les estoy hablando de noviembre de 1.944.
Varias cosas fueron novedades para nosotros los expertos en campos de
concentración; éste contaba con guardias mujeres además de los normales,
pero éstas eran peores que cualquiera de los hombres que hasta ahora nos
había tocado conocer, todas ellas sin excepción, disfrutaban golpeando y
matando con motivos o sin ellos, las duchas de gas, los hornos crematorios,
el sadismo en las mujeres y además fue el primer campo en que nos
quisieron separar de mi hermano, lo querían mandar a otro sitio, hablé con
el capo judío, logré implorarle al guardia alemán y fue éste el que en un acto
de bondad por mi dominio del idioma alemán, aceptó mi petición.
Dos de los campos que conocimos, me impactaron por su tamaño;
Buchenwald y luego Bergen-Belsen. Desde aquella experiencia del
primero de los campos, a cualquiera de estos dos, donde la mejor
comparación es; una hormiguita al lado de un elefante, era demasiado
grande. Si queremos sentir la diferencia de tamaños, piensen e imagínense
lo que nos tocó vivir cuando llegamos a Bergen-Belsen, Diez y ocho mil
cuerpos de judíos muertos, estaban a un lado del campo, casi a la entrada,
a la espera de ser enterrados o cremados. Durante varias semanas
estuvieron a la intemperie y solo luego de que nos liberaran, los ingleses
fueron los que se encargaron de sepultarlos. Entre el primer campo y éste
último, notamos que en uno solamente habíamos ciento ochenta judíos
presos, pero vivos y al ver nada más la cantidad de los muertos insepultos,
se podrán dar cuenta de lo que les estoy hablando.
Los que estábamos en Buchenwald, éramos usados para la gran
fábrica de aviones que tenían muy cerca del campo de concentración, ésta
se llamaba Guslav Werke, los aliados la destruyeron completamente, fue
luego de esto, que empecé a escuchar a los alemanes, cuanto deseaban
que la guerra terminase, estábamos ya en los finales de 1.944.
Nos mudan en tren hasta el próximo campo, Mittlebau-Dora. Los SS
estaban violentos, sumamente nerviosos; les hablé en su idioma, les pedí
cierta consideración y logré aplacarlos un poco. Pasamos de nuevo una
selección; de ahí nos conducen en fila para que nos tatúen nuestro número,
estigma que nos ha acompañado desde entonces, que nos ayuda a que no
olvidemos, que nos recuerda los años en que unos animales nos trataron
como bestias de carga y de trabajo, nos rememora a nuestros hermanos
esclavos en Egipto, nos demuestra que la maldad en su máxima expresión,
no solamente existía durante la época bíblica en aquellas ciudades que
fueron destruidas por orden de Dios; nos hace reflexionar, que no podemos
ni debemos ser tolerantes, nos obliga con el estado de Israel, para que
seamos nosotros mismos los encargados de defendernos, cuando otros no
lo quieran o puedan hacer.
Pero debo volver al asunto. Luego de bajar de los trenes y de pasar al
cuarto donde se nos iba a tatuar, le toca el turno a mi hermano Edmundo y
le asignan el número 103023, a mí, el 103024 y a mi padre, el 103027.
Estábamos en el campo de Mittlebau-Dora. Este era un campo
subterráneo. Durante tres meses los ingleses y los americanos lo
bombardearon, pero no le hicieron mella alguna. Estaba edificado con los
más modernos sistemas de protección, y por ser subterráneo, el hormigón
con que estaba construido era una coraza indestructible. Desde el primer
día logré ganarme la simpatía de uno de los alemanes; mi aprendizaje del
torno y de las máquinas de metalmecánica, me había convertido en un ser
muy útil para él, me esmeraba tanto en mi trabajo, que me traía todos los
días una zanahoria escondida en su chaqueta.
Mittlebau-Dora era un campo de puros hombres; las únicas mujeres
eran unas treinta o quizás cuarenta alemanas prostitutas, usadas como
pasatiempo de los alemanes. En este campo se fabricaba la bomba V-2, la
famosa y destructiva bomba responsable de los daños infligidos a Londres
y otras ciudades.
A mí me mandaron a la barraca nº. 2, a mi padre y a mi hermano, hacia
el sur, al campo de Nordhausen. Esta vez, por más que traté, no logré
que nos mantuviéramos juntos. Una enfermedad en mi cuello me había
obligado a quedarme en cama en la enfermería; cuando pude ir a pedirle a
mi amigo el alemán que me ayudara, ya era tarde. Fue el último sitio en
que vi a mi padre; el destino lo arrancó de mi lado en sus últimos cinco
meses de vida. Por tres meses y medio, permanecí en Mittlebau-Dora.
La falta que me hacía mi padre, no la podía soportar; mi relación con él
no se ha equiparado con ningún otro ser humano: su bondad irradiaba una
especie de calor, que permitía cual buen calidoscopio, ver lo malo, lo
desfigurado, transformaba las burdas imágenes en bellos destellos de fe. Su
palabra de consuelo mantuvo viva, no solamente en sus hijos, sino también
en extraños la esperanza en una pronta libertad. Mi padre, cual libro
abierto, sólo hablaba para enseñar, para construir, para enlazar, para
ayudar a los demás; no lo recuerdo quejándose, ni suplicando, sabía que su
destino no lo manejaba él, aceptaba lo malo y aplaudía cualquier
circunstancia, siempre que ésta sirviera para animar al prójimo.
Mi último destino fue Bergen Belsen; a los míos los había mandado al
sur, a mí, me enviaron hacia el norte; nos colocaron en lados opuestos.
Llegué un 15 de febrero de 1.945. El 30 de abril de ese año nos liberaron.
Ya los alemanes no podían controlar nada, el desorden era increíble, se
desmoronaban los alemanes cual montaña de arena atacada por un
vendaval.
Llegan los ingleses, con sus tanques; embisten contra las cercas y las
rompen. Uno de ellos venía con altoparlantes, diciendo que se rindieran,
dando instrucciones; hablaban en diez idiomas, no podíamos creer lo que
veíamos; esos grandes monstruos eran ahora pequeños animales
indefensos, daban lástima, quizás tanto como nosotros.
Los ingleses estaban vigilantes para que los judíos no tomáramos
venganza con sus nuevos prisioneros los alemanes. Con su característica
flema, ellos se sentían libertadores, su postura altiva paseaba alrededor de
aquel dolor mientras custodiaban y protegían a los alemanes para mantener
su prestigio.
Desconocía lo que había pasado con mi padre y con mi hermano, lo
único que sabía era que los había trasladado a Nordhausen; en cuanto
pude, me escapé de los ingleses y fui en busca de ellos.
Demoré dos días de camino hasta que logré llegar Nordhausen; no
estaban ni mi padre, ni mi hermano. Me dijeron que mi padre no había
podido soportar más; el hambre, además de la separación obligada de su
hijo más querido, su primogénito, fueron responsables de su muerte. El 23
de abril de 1.945 falleció mi padre; está enterrado en Nordhausen, murió
faltando solamente siete días para la liberación; lo habíamos protegido entre
mi hermano y yo como a la niña de nuestros ojos, pero al final, no lo
logramos salvar.
Mi hermano Edmundo, también liberado, tuvo el mismo pensamiento
mío y fue en mi busca a Bergen-Belsen; seguramente nos cruzamos en el
camino y ocurrió que esa primera noche yo dormí en Nordhausen, en la
cama de mi hermano y él hizo lo mismo en mi cama en Bergen-Belsen. El
destino seguía jugando con nosotros.
Esperé en Nordhausen y unos días después llegó mi hermano. No
quiero contar el fin de mi historia dejando un sabor de boca cual final de
cuento de hadas; reconozco la felicidad del encuentro con mi hermano, la
recuerdo y cada vez que la pienso, siento la alegría de ese momento, pero
no puedo ni podré perdonarles a ninguno de los alemanes nazis lo que nos
hicieron; no puedo ni podré aceptar como dato histórico lo que nos pasó.
No es posible, que estando aún vivos tantos de nosotros, sobrevivientes
de ese holocausto, tengamos que escuchar, ver y sentir que gente
desalmada, con intereses desconocidos, propaguen la idea de que fuimos
un sueño, de que no existimos, que nuestros muertos jamás alcanzaron
cifras importantes; tantas majaderías me asquean y me enferman; me
agreden como hombre, como judío, como testigo de cargo, me irrespetan
como huérfano de padre y madre y me obligan a decir lo que a nosotros los
judíos se nos está prohibido, pero que en conciencia los nazis se merecen.
Ojala que cada uno de ellos sienta alguna vez lo que sentimos, que
sus corazones entiendan que el amor y la fidelidad a la familia es lo más
importante de un ser y que viendo en la historia toda la destrucción que
provocaron, pierdan de una vez por todas esos malvados instintos que nada
positivo han dejado para la historia y que tanto daño causó a millones de
seres inocentes que murieron y a los que por su culpa no pudieron nacer.
Yo, como sobreviviente, después de esta lección, haré lo imposible para
impedir que esto vuelva a suceder. Amén, así sea.
SOBREVIVIENTES
COSTESTI
POR
Samuel Akinín
Mi hermano mayor muere en el año 31. Una fuerte gripe lo ataca y la tos
poco a poco lo acaba. El hermano que se ocupaba de jugar conmigo, ya no
está. Mi mundo se reduce, perdí a mi primer maestro. Los siquiatras dicen
que es difícil reconocer una pérdida a tan corta edad, pero de la noche a la
mañana, recuerdo, yo sufrí la suya.
En esos días festivos, era muy fácil reconocer las casas de los judíos,
aunque no llegaba la luz eléctrica a nuestro pueblo, los viernes por la noche,
todas las casas de los judíos permanecían iluminadas con velas hasta altas
horas de la noche, las demás no. Nosotros tenemos la costumbre de no
apagar las velas luego de encendidas. Para mi era todo un espectáculo que
veía desde mi casa. El Shabat (séptimo día de la semana, día de descanso)
era un día sumamente respetado por nosotros. Era el día que mi padre
regresaba de la capital, de Chernivtsi, donde tenía su oficina y a su socio,
él solía irse los domingos y regresaba los viernes.
Cuando llegué a casa del abuelo, ésta estaba llena de gentes, los
hombres estaban sentados alrededor de su cama, supongo, que les
agradecía lo que en algún momento le hubieran hecho y creo que también
les daba instrucciones de lo que deberían de hacer después de su muerte.
Por primera vez en mi vida sentí temor al entrar en su casa, con pasos muy
lentos, como si no quisiera molestarlo, entré, me llamó: "Vélvale (así solía
llamarme cariñosamente) ven conmigo", me besó en la frente, me dio su
bendición, me sentí triste, supe que algo grave pasaba. Así fue, mi abuelo
murió ese día, tal como lo había predicho. Sus amigos lo sacaron de la casa
en hombros y así se lo llevaron. Al abuelo lo enterraron en el cementerio de
Stanesti.
Recuerdo que tenía nueve años, había pasado pocas semanas después
de haberlos cumplido, por primera vez en mi vida capto imágenes y grabo
sonidos en contra de mi pueblo y me impresiono. Mi casa como dije
anteriormente, estaba en la calle principal del pueblo, vivíamos frente al
parque y a la alcaldía. Mi entretenimiento después de haber salido de mis
clases de rumano y luego en la tarde, de mis clases de hebreo en el Jeder,
era ver a través de mi ventana, mis fantasías se había forjado en su gran
mayoría en esa fuente de inspiración. Al lado de la casa municipal estaba el
centro del partido Cuzista, ellos promovían el fascismo y el anti-judaísmo,
los oí gritar como locos: ¡judíos! ¡jid!, lo decían de una manera despectiva,
aunque en ese momento sólo eran algunos nazis, me asusté.
Después de unos días mis padres se encontraron al Sr. Tudan cura del
pueblo y al señor Kasian director del colegio, durante la ocupación de los
rusos, se había fugado a Rumania. Les hicieron saber que de haber estado
ellos en Costesti, no hubieran permitido la masacre. Pero a los mentirosos
como decía mi abuelo se les ataja antes que al cojo. Cinco meses después,
estando toda mi familia dentro del gueto, iban los dos tanto el cura como el
director con un grupo paseando dentro del mismo. Los vi disfrutar al ver a
los judíos presos.
Era el mes de octubre del año 1.941 cuando llegamos a Balki. Nos
encerraron en dos cuarteles viejos del ejercito ruso. Había dos regimientos
distintos uno a cada lado de la vía, esta estación no era usada para
transporte de pasajeros, a veces llegaba algún contingente militar
únicamente que servía de relevo. A nuestra llegada en el otoño éramos más
de mil personas, al pasar el primer invierno quedamos sólo 200. La fiebre
tifoidea producía estragos a diestra y siniestra. La falta de aseo, y los piojos,
responsables directos de la transmisión de la enfermedad, además de la
escasez de medicamentos, de alimentos o de cuidados, hacía que la
mortandad cobrara a veces hasta treinta personas por día. Primero se
morían los padres y al no tener quien cuidara a los hijos, estos o morían de
hambre o contagiados por la fiebre. Era un círculo vicioso, de ocurrir al
revés, de enfermarse primero los niños, contagiaban a los padres mientras
estos los cuidaban. Nosotros los Jägerman, corrimos con mucha suerte
dentro de todo lo malo. Mis padres había pasado la fiebre tifoidea en la
guerra del 18 por lo tanto no se contagiaron. Cuando me enfermé, mi padre
siempre estuvo a mi lado, por seis días con sus noches se ocupó de darme
a mí y a otros tres niños más, agua caliente, único tratamiento "disponible"
en el campo. Gracias a su aguante los cuatro logramos salvarnos.