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Este documento resume dos libros sobre la filosofía del siglo XX. Argumenta que la filosofía de la primera mitad del siglo carecía de una reflexión ética sobre conceptos como el daño y la justicia. La ética solo se convirtió en un tema central después de los horrores de Auschwitz y el Gulag. Ambos libros concluyen que el legado pendiente para el nuevo siglo es cómo lograr la convivencia en un mundo cada vez más globalizado y diverso.
Este documento resume dos libros sobre la filosofía del siglo XX. Argumenta que la filosofía de la primera mitad del siglo carecía de una reflexión ética sobre conceptos como el daño y la justicia. La ética solo se convirtió en un tema central después de los horrores de Auschwitz y el Gulag. Ambos libros concluyen que el legado pendiente para el nuevo siglo es cómo lograr la convivencia en un mundo cada vez más globalizado y diverso.
Este documento resume dos libros sobre la filosofía del siglo XX. Argumenta que la filosofía de la primera mitad del siglo carecía de una reflexión ética sobre conceptos como el daño y la justicia. La ética solo se convirtió en un tema central después de los horrores de Auschwitz y el Gulag. Ambos libros concluyen que el legado pendiente para el nuevo siglo es cómo lograr la convivencia en un mundo cada vez más globalizado y diverso.
Del narcisismo a la responsabilidad? por Carlos Thiebaut HISTORIA DE LA FILOSOFA EN EL SIGLO XX CHRISTIAN DELACAMPAGNE Pennsula, Barcelona Trad. de Gonal Mayo Solsona 376 pgs. 3.606 ptas.
EL FILSOFO Y LA MEMORIA DEL SIGLO.TOLERANCIA, LIBERTAD Y
FILOSOFA RAYMON KLIBANSKY Pennsula, Barcelona Trad. de Mara del Mar Dur 208 pgs. 2.212 ptas. Twitter
Pensar, en 1999, sobre el pensamiento del siglo XX fuerza a un
ejercicio de distancias que tiene algo de contradictorio o de tenso: hemos de hablar de nosotros mismos en tiempo pasado, como si nosotros mismos hubiramos concluido. Nos fuerza a cerrar captulos que hasta ahora mismo creamos en marcha. Quien esto escribe, y probablemente muchos de sus lectores, se form en el ltimo tercio y pico del siglo entre los paradigmas que ahora han de ser historiados y por ello, puesto a secuenciarlos, ha de verse a s mismo como un fenmeno datable e inscribible en la secuencia de lo ya acontecido. Curiosamente, ese ejercicio de distancias aparentemente paradjico no es tan imposible como pareciera a poco que se intente. Los dos libros que se comentan, el de Delacampagne con la alcanzada pretensin de objetividad y completitud del observador y el de Klibansky como una narracin en primera persona, consiguen la mirada
de la distancia e inducen, me atrevera a decir, cierta liberacin del
espritu: remiten, cada uno a su manera a una definicin del presente y a sus problemas. Los dos, cada uno a su manera, elevan acta de los avatares filosficos del siglo. El primero alza cartografas y se esfuerza por ubicar los detalles en grandes momentos o ejes temporales; el segundo suministra la mirada de quien se historiza a s mismo y a sus encuentros, a sus conocidos. Si en el primero Jaspers o Heidegger son hitos de corrientes, en el segundo son desvadas imgenes de maestros o antimaestros. Es la lgica distancia entre la mirada cientfica externa y el relato del testigo. A pesar de las diferencias, ambos insisten, al final, en una consideracin sobre los problemas actuales de la filosofa que es sorprendentemente similar, que tiene tonos ticos y polticos y que parece entenderse como el legado de preguntas pendientes al nuevo siglo: cmo ser posible la convivencia en un mundo crecientemente nico y crecientemente diverso? Delacampagne nos habla de cmo en el siglo se ha ido fraguando el debate entre el universalismo de la razn y el relativismo de las culturas; Klibansky propone que el ejercicio de la tolerancia requiere la lucidez, no siempre alcanzada, de los pensadores. Ambos, en suma, concluyen sus miradas sobre el siglo con una propuesta fundamentalmente tica respecto al papel de la filosofa. Pero esa mirada tica no fue caracterstica central del siglo. Ms bien, tanto en la teora como en la realidad, cabe constatar su sorprendente ausencia. Hablemos, pues, de la tica como filosofa moral, como reflexin filosfica sobre lo que es dao, y lo que debemos evitar, y sobre lo que es justo y debemos alcanzar e indaguemos por qu esa reflexin no tuvo la importancia que ahora parecemos concederle. Conviene detenerse a considerar por qu esas reflexiones han estado ausentes en la filosofa del siglo, al menos en su primera mitad y probablemente hasta que la hecatombe de Auschwitz y la del Gulag (y ntese que todava no sucede igual con Hiroshima) penetran como espadas en la conciencia moral de los ciudadanos en forma de una experiencia de horror absoluto que incita un repudio tambin absoluto (y por ello moral). Para ello habremos de delinear cosas aparentemente distintas. Delacampagne nos presenta la filosofa de esa primera mitad del siglo con un esquema adecuado y es necesario agradecerle su precisin y detalle no menos que la atencin (ms infrecuente de lo deseado en la filosofa gala) al panorama mundial (lase occidental) de las filosofas anglosajonas y alemanas. Nos relata que las primeras dcadas con las herencias paralelas de Husserl y de Frege en las respectivas tradiciones fenomenolgicas y analticas desarrollaron
programas lgicos (con distinto sentido del trmino en ambas
corrientes) que, piensa el autor, reincidan en el intento de poner al pensamiento en la va segura de la ciencia. Se apoya Delacampagne tilmente sobre textos originales y tambin sobre buenos estudios previos que, como el de Michael Dummett, han ido desbrozando el camino1. Habra que notar, no obstante, que esas dos escuelas, las mismas que han condensado dos tradiciones que se han estado dando la espalda hasta ayer mismo, producan distintas actitudes ante la ciencia: hay un repudio sistemtico a las ciencias positivas (bajo la guisa del rechazo de su autoconcepcin positivista) en el programa fenomenlogico-existencial (pues el existencialismo es, a pesar de sus rebeliones, parte de ese mismo programa) y un simtrico repudio de la filosofa (de la metafsica) en quienes siguieron el proyecto analtico (primero atomista lgico, luego positivista lgico, etc.). Si los anlisis de la razn filosfica de los primeros quedaron segregados de la racionalidad cientfica, los de los segundos produjeron una ceguera tambin simtrica: la tica fue, para aquella filosofa analtica slo metatica (del tipo de qu hacemos cuando enunciamos esto es bueno?, etc.). La tica normativa (el proponer normas y el juzgar conductas) quedaba en el reino de lo inexpresable o indecible filosficamente: un nuevo reino del silencio. Esa doble ceguera la de la racionalidad cientfica y la del silencio tico configura gran parte del gran pensamiento filosfico hasta la segunda Gran Guerra y ese hecho merecera la pena de ser resaltado, tanto ms porque de l han dependido los respectivos avatares de las dos corrientes. Y no slo eso: la reflexin tica del final del siglo no parece encontrar antecedentes en su comienzo y tal vez haya de plantearse contra gran parte de aquellos orgenes. Pero por qu la ausencia de la tica en aquel momento? Los daos y los males repudiables, que configuran la tica y la requieren, se hicieron presentes, se estaban haciendo presentes, con tal brutalidad que no caba retirar la mirada: primero, la Gran Guerra que destruy todos los mundos de vida europeos; despus, la inmensa conciencia de la barbarie absoluta del Holocausto. La primera de esas crisis fuerza a lo que Delacampagne llama las filosofas del final, pensamientos que declaran concluido un mundo (el de la roma comprensin cientfica del mundo para unos, el de la infatuada comprensin metafsica del mundo para otros) y exploran la condicin desasistida de la existencia humana. En tal desgarramiento (el del primer existencialismo alemn y el del ltimo existencialismo francs, por ejemplo) la condicin humana tiene impulso tico, pero carece de teora o sistema moral: no hay racionalidad prctica y normativa. Tal vez Delacampagne pudiera haber acentuado que parece haber un
inmenso error de perspectiva en esos diagnsticos del final: todos
conciben los daos acaecidos como producto de una enfermedad filosfica (respectivamente la ciencia o la metafsica) que habra que curar tambin filosficamente. Todas las filosofas del momento tienen un cierto aire teraputico (algunas siguen insistiendo an en tal papel de mdicos o sanadores, cuando no de curanderos) contra los males que, se diagnosticaba, producan los otros filsofos. Por ello mismo, podemos sospechar un cierto narcisismo filosfico en los diagnsticos que, hasta el medio siglo, realizaban las corrientes hegemnicas: los males del mundo son los males del mal pensamiento. Hasta ahora hemos hablado de los continentales y los analticos (una mala clasificacin, muy usamericana y britnica, porque los analticos eran tambin continentales: Frege, Wittgenstein, Carnap y Popper, por ejemplo). Pensemos ahora que el mismo narcisismo filosfico ataca a los herederos del marxismo que se aglutinaron en la Escuela de Frankfurt: tambin ellos pensaban que los males acontecidos (incorporados ya el nazismo y las nuevas sociedades administradas y dominadas) eran resultado del mal filosfico de la razn instrumental, un mal que slo tendra remedio, a su vez, filosfico. LaDialctica de la Ilustracin (de 1947) proclama una condena de la que no existe escapatoria y configura, probablemente, el diagnstico ms pesimista del siglo sobre nuestra condicin; tan pesimista que slo en la religin (qu sorprendente cercana la de los ltimos Horkheimer y Heidegger!) o en la absoluta negatividad esttica radicara la lucidez. Aunque unos y otros fenomenlogos, existencialistas, analticos, tericos crticos estuvieran en lados distintos de los frentes blicos (casi todos, es mejor precisar, estuvieron contra el nazismo y sufrieron sus heridas y sus exilios; Heidegger es casi excepcin), no es demasiado errado incluirlos a todos en ese mismo malestar filosfico que hemos comentado. Un sntoma de ese engolamiento narcisista de los diagnsticos del final o de las filosofas del malestar es la ceguera, sobre la que Klibansky insiste de manera especial, en la reflexin sobre la democracia, el pluralismo o la tolerancia. Intentemos hacer creo que intiles esfuerzos de memoria: dnde estn las aportaciones de la filosofa sobre la democracia, las libertades o el pluralismo antes de 1950? La ceguera de los intelectuales europeos ante tales cuestiones entre las dos guerras es asombrosa. Vanse los testimonios de Klibansky (y recurdense los de Karl Lwith2, por ejemplo) que, como todos los relatos de los que cayeron en el bando de los asediados por la barbarie nazi, son especialmente sensibles a la pasividad intelectual contra la intolerancia. Tuvieron que aparecer el abismo de Auschwitz y la sospecha, primero, y la certeza, despus, del Gulag para que la
reflexin poltica y moral sobre el siglo alcanzase algunos vuelos (las
desgarradas denuncias de Jaspers, el republicanismo de Arendt, el liberalismo de Popper, por ejemplo). Es decir, tendr que entrar a chorreones la historia para que concluya el narcisismo filosfico. Podra pensarse que este diagnstico, que intentaba inquirir sobre la ceguera tica de parte del siglo, es en exceso externo y que con l hemos evitado el relato pormenorizado de las discusiones filosficas y que con la grande polvareda perdimos a don Beltrn. No cabe (ni en relato general, como el de Delacampagne, ni en memorias personales) entrar en anlisis que pormenoricen posiciones y detalles y que, aunque iluminan los perfiles, corren el peligro de comprender la historia de la filosofa como la exposicin de los sistemas de los filsofos; no cabe tal cosa, pero s pueden arriesgarse algunas hiptesis internas a la filosofa y a sus avatares que caminan, creo, en el mismo sentido. Indicbamos que Delacampagne y Klibansky concluyen sus respectivos relatos con la demanda de una argumentacin tica y poltica que proponga formas de la convivencia de los distintos en un mismo espacio global; tales son sus rbricas respectivas del relativismo/universalismo y de la tolerancia. Cmo se han presentado esos temas, o lo que a ellos les subyace, en el siglo filosfico? Aunque no han estado, hasta el final, presentes como preguntas ticas, cabe sugerir que anidaban como un problema epistemolgico y ontolgico desde el comienzo. Sugiramos que estaban presentes por medio de una concepcin sobre el lenguaje y sobre sus relaciones con el mundo. El giro lingstico de la filosofa contempornea tiene races en el diecinueve3, pero se configura en el veinte con algunas tesis de fondo que recorren todo el pensamiento del siglo a lo largo y ancho y que estn presentes en muchas de sus corrientes con una asombrosa similitud a la que no se ha prestado suficiente atencin. Tres de esas tesis seran las siguientes: que el anlisis del pensamiento ha de hacerse como anlisis del/de los lenguajes en los que se formula (sta es, por antonomasia, la rbrica del giro lingstico como lugar comn de casi todos); que el significado de nuestras palabras y enunciados tiene un carcter holista; y que el lenguaje configura, as, el mundo que vivimos y que conocemos o, dicho de otra manera, que el lenguaje abre y crea mundos de tal manera que no existe acceso a la realidad si no es por medio del lenguaje. Estas tres tesis van desarrollndose, diversa pero sistemticamente, en distintas posiciones y corrientes, ms all de sus aparentes diferencias y distancias (ms all de sus odios y desprecios mutuos). Veamos un par de ejemplos. Un lugar cannico de la tercera tesis que el mundo est configurado en el lenguaje seran el atomismo lgico de Russell y el primer Wittgenstein
(donde la segunda tesis est, no obstante, desdibujada) y esa misma
tercera tesis (incorporada ya la segunda) es el eje del segundo Wittgenstein. Pues bien, tambin esas tres tesis aparecen absolutamente presentes en el Heidegger posterior a su Kehre, a su cambio, al hilo de los aos treinta y, tras l, en la hermenutica de Gadamer, por ejemplo. Pero tambin en las generaciones siguientes se repite el paralelismo: el holismo y la realidad slo en el lenguaje se hacen presentes en la larga, y a veces no reconocida, herencia del segundo Wittgenstein tras del rechazo de su primer atomismo lgico, o, como otra forma de rechazo del positivismo, en el paradigma de la gran filosofa analtica de la segunda mitad del siglo, en Quine. Es decir, encontramos sorprendentes similitudes en la manera de concebir las relaciones entre el pensamiento y el mundo en corrientes tan aparentemente antagnicas como la filosofa analtica de Quine y la hermenutica de Gadamer: hemos de analizar globalmente, holistamente, el pensamiento que se expresa en las teoras cientficas (dir Quine) y las culturas (dir Gadamer) y cada una de ellas configura su propio mundo (dir este ltimo), su propia ontologa (dir el primero). Un problema inmediatamente derivable de ello es cmo traducir unos lenguajes a otros, unas culturas a otras, unas teoras a otras. Si acentuamos en exceso su distancia, su inconmensurabilidad, habremos de acabar suscribiendo una concepcin relativista: cada verdad en su teora, cada significado en su lenguaje, cada mundo en su nicho conceptual y lingstico. La imposibilidad (o, en tono menor, la dificultad) de la traduccin es un tema que atraviesa el siglo: Walter Benjamin, Quine o Gadamer y notemos cuntas distancias intelectuales les separan! generan potentes teoras al respecto y Davidson, tras Quine, o el mismo Gadamer se esfuerzan en encontrar una salida: el principio de caridad (presuponerle masivamente la verdad al otro) en el coherentismo de Davidson o la fusin de horizontes de la hermenutica, con la idea no menos coherentista de la comprensin del otro o de lo otro. La historia podra seguir, pero no es cuestin de excesivo detalle ahora, porque lo que interesa es indicar que la sombra del giro lingstico se expande por el siglo no slo en el lugar epistemolgico en que se plante, sino tambin en multitud de caminos lingsticos, cientficos, cientfico-sociales, hasta los morales y polticos con los que Delacampagne y Klibansky concluyen. Porque cabe sugerir ahora que la pregunta final que los dos presentan es, tambin, estructuralmente similar: cmo buscar lenguajes normativos que, reconociendo la diversidad de sus significados y sentidos, puedan servir de puente para que nos entendamos? Cmo ser universalistas si
reconocemos las diferencias de las culturas, los lenguajes y las
prcticas? Con el ttulo La razn en tela de juicio, de la ltima seccin del libro, Delacampagne establece un mapa tal vez ms apresurado o ms deslavazado que el resto de sus exposiciones de las coyunturas contemporneas. (Es ms difcil alzar cartografas de lo inmediato que de aquello con lo que podemos poner distancias; es casi imposible ejercitar la tensin de la autodistancia.) De ese mapa quisiera escoger dos planteamientos tericos (uno postanaltico, otro post-continental) que, de nuevo, presentan estructuralmente el parecido de intentar responder a la posibilidad del universalismo y que intentan desanudar la madeja epistmica y normativa del relativismo: las nuevas filosofas polticas que, en forma de teoras de la justicia, podemos ejemplificar en Rawls y los intentos reconstructivos del pensamiento post-metafsico de Habermas. Con estrategias distintas pero paralelas en puntos cruciales, ambas teoras intentan responder a las preguntas anteriores: Rawls nos sugerir que el consenso pblico sobre supuestos bsicos permite una teora (tolerante, dir) que articula la existencia de los distintos en un mismo espacio pblico, y Habermas insistir en que son las formas de configuracin de lo pblico, de nuevo, lo que permite entender que presupongamos formas discursivas de acuerdo racional. Ciertamente, en este caso, como en tantos otros, las diferencias percibibles de cerca, microscpicamente, entre las teoras son lo que hace el debate interesante; y, ciertamente, tambin, otras muchas alternativas presentes en el debate (desde Levinas a Derrida, desde Dworkin a Rorty) son las que le prestan color. No obstante, insistir, como aqu hemos hecho, en los paralelismos estructurales puede tener la virtud de ayudarnos a pensar mejor las diferencias; porque en un mundo de totales diferencias no hay manera, ni siquiera, de pensar las particularidades. Los dos ejemplos mencionados, el de Rawls y el de Habermas, pudieran ser ndices de un cambio de rumbo de la filosofa del siglo en su ltimo tercio o en sus ltimas dos dcadas. Desde luego, hay claras diferencias con las teoras que, hasta el medio siglo, incurran en el embarramiento de pensar que los males del mundo eran males de la filosofa. Tanto el constructivismo de Rawls (intentando reconstruir nuestras intuiciones bsicas respecto a la justicia) como el reconstructivismo de Habermas (que busca construir los supuestos bsicos del entendimiento racional postmetafsico) se consideran, como en un tono menor, reflexiones filosficas sobre algo que acontece tambin al margen de la filosofia. El de Rawls se llama un intento
poltico (su liberalismo no es un liberalismo tout court filosfico) y el
de Habermas se llama un intento postmetafsico; ambos son intentos que caminan al hilo de la experiencia la frgil experiencia democrtica, con inters de iluminar su trasfondo racional para corregir sus dficits, ampliarla y arrojar luz como por medio de un gran contraejemplo colectivamente construido sobre las zonas de absoluta oscuridad que siguen, machaconamente, disipando las ilusiones de que la humanidad vive en el mejor de los mundos o en el mejor de sus momentos. La sobria responsabilidad del concepto se hace ms sobria y ms responsable cuando opera y creo que eso est presente en estos dos autores sobre el trasfondo de sus negaciones. No se trata tanto de aprender a partir de los desastres del siglo aunque tambin sino de no reincidir en sus errores. Reflexionar sobre el siglo es, entonces, otra manera de pensar el presente que, bien est recordarlo, aunque todava carece de historia, no est ayuno de (malas?) races.