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La revolución cultural

La Revolución Cultural fue uno de los acontecimientos más extraordinarios


del siglo XX. Era la revolución dentro de la revolución, la demostración de
que la revolución no es un acto, un instante sino la apertura de un periodo de
profundos cambios y convulsiones con la participación activa de los obreros,
los oprimidos y las masas populares en general. La revolución socialista no se
circunscribe a la expropiación, ni a los planes económicos sino que
necesariamente debe modificar en profundidad también las instancias
políticas y culturales y para eso no basta un partido, ni un ejército sino que
debe promover a millones de personas a liberarse de las cadenas y ataduras
de todo tipo. Sólo así puede germinar no ya una sociedad, sino un hombre
nuevo.

Ante todo la Revolución Cultural fue un movimiento de las masas. En mayo


de 1966 empezaron a surgir los dazibaos o carteles murales en la
Universidad de Beijing denunciando el revisionismo, pero luego el fenómeno
se generalizó y aparecieron murales -muchos de ellos grandes obras de arte-
por todas partes. El espectáculo de las masas populares destituyendo a los
más altos dirigentes del Estado y del propio Partido Comunista, será difícil de
olvidar y constituye un acontecimiento de gran alcance internacional. No hay
muchos ejemplos históricos de un Jefe del Estado (y viejo militante del
Partido Comunista) como Liu Shaoqi, del alcade la capital (también veterano
militante comunista) Peng Zhen y del Secretario General Deng Xioping,
denostados públicamente y arrastrados por el lodo de una crítica implacable
y masiva. En cualquier otro país del mundo eso constituye un delito y
conduce a las masas a la cárcel, mientras que en China fueron ellos -y otros
muchos- los que tuvieron que soportar los ataques y acabaron detenidos o
trabajando en los empleos más humildes. Esto sacudió a todo el mundo:
mientras en las revueltas antirracistas de Estados Unidos o en las calles de
París la policía disparaba y golpeaba a los manifestantes, en China los
manifestantes sacaban a los burócratas de sus madrigueras y los exponían
públicamente a la crítica de las masas.

El alcance propagandístico de aquella convulsión fue tremendo, llevando la


crítica contra el revisionismo por los cinco continentes y favoreciendo la
formación de partidos verdaderamente comunistas en muchos países.

Al mismo tiempo, la Revolución Cultural tuvo sus defectos, limitaciones y


dificultades, hasta el punto de que no pudo completar su programa de
impedir el retorno de China al capitalismo. El más importante es que careció
de un partido comunista dirigente, y lo que es aún peor: la Revolución estuvo
enfilada contra el propio Partido Comunista, que había marginado a Mao,
cayendo en manos de los revisionistas.

El Partido Comunista había experimentado una grave crisis durante el Gran


Salto Adelante y la lucha entre las diversas líneas políticas se había
agudizado. Las luchas en el interior del Partido Comunista, que no eran
luchas entre camarillas o luchas personales, lo tenían paralizado y, con él, a
todo el país, casi al borde de la guerra civil. Su dirección estaba cada vez más
dividida. El lanzamiento de la Revolución Cultural estuvo motivado
precisamente por las discrepancias en el seno de la dirección del Partido
Comunista, que se había convertido en un frente nacional en el que
coexistían de diversas clases, diversas líneas y diversas ideologías.

Uno de los puntos de fricción más importantes con los revisionistas es muy
sigificativo. Para ellos se trataba de someter a los equipos de la Revolución
Cultural a los órganos del Partido Comunista; por el contrario, para los
impulsores de la Revolución, de lo que se trataba era de atacar esos mismos
órganos y depurarlos. La consigna de disparar contra el Cuartel General tenía
ese significado, especialmente en Beijing: el enemigo era el propio Partido
Comunista.

La Revolución Cultural fue obra de Mao, que desde el Gran Salto Adelante
había sido desplazado de la dirección del Partido Comunista. También en este
punto se trata de un fenómeno original porque no hay muchos ejemplos en
los que la revolución la desencadene quien nominalmente es el máximo
dirigente del país. Al final del Gran Salto Adelante, a pesar de que había sido
relegado del primer plano de la vida política, Mao había esperado agazapado
hasta que pudo retornar, criticando muchas de las medidas adoptadas por la
dirección del Partido Comunista. Mao temía que en China se impusiera el
revisionismo como en la Unión Soviética con Jruschov. Sus críticas principales
a la conducción de Liu Shaoqi, Peng Zhen y Deng Xiaoping fueron el retorno a
las formas privadas de agricultura, el resurgimiento de los centros de
enseñanza superiores y el uso de la tecnología extranjera.

A pesar de su papel determinante en la creación y conducción del nuevo


Estado chino, Mao no hubiera logrado removerlo de sus raíces sin el apoyo de
una serie de fuerzas dispersas:

— un segmento importante del Ejército controlado por Lin Biao quien, en


1965, al suprimir los grados militares, hizo tambalear la influencia de quienes
estaban a su frente. El Ejército había conseguido éxitos (en 1964 la bomba
atómica) y para Mao era un ejemplo de la combinación entre la capacidad
técnica y la voluntad revolucionaria.

— un grupo de intelectuales radicales dirigidos por Chen Boda, un cuadro


muy cercano a Mao en la etapa de Yenan, a Lin Biao, y a Jiang Qing, la mujer
de Mao. Este grupo movilizó a los trabajadores y a las masas alegando que
era el propio Partido Comunista quien estaba traicionando al socialismo y dio
a la Revolución un carácter a la vez juvenil e intelectual.

— el aparato de seguridad controlado por Kang Sheng y Xie Fuzhi.

Por una serie de factores, al mismo tiempo alejados pero coyunturalmente


coincidentes, la Revolución Cultural reforzó las tesis acerca del pensamiento
de Mao, poniéndolo a la altura de Marx, Engels y Lenin, destacando su
originalidad y su importancia en las condiciones concretas de China. Es de
destacar que la expresión pensamiento Mao Zedong no deriva del propio
Mao, sino de un revisionista como Liu Shaoqi, y que Mao rechazó tanto esa
expresión como la de maoísmo. Pero si los revisionistas contribuyeron a inflar
la personalidad de Mao para encubrir sus verdaderas posiciones derechistas,
los izquierdistas como Lin Biao y Chen Boda actuaron en la misma línea,
declarándose los verdaderos intérpretes del pensamiento de Mao. Éste se
había convertido en una autoridad indiscutida de manera que unos y otros
debían apoyar sus iniciativas con citas de Mao, contribuyendo de ese modo a
distorsionar tanto la personalidad como el papel de Mao dentro del
marxismo-leninismo, hasta el punto de que Mao ha tenido -y tiene- a sus
peores enemigos dentro del maoísmo.

La grotesca distorsión del pensamiento de Mao dentro del movimiento


comunista internacional ha resultado contraproducente en los países
occidentales, creando un rechazo que proviene de la disociación aquí
imperante entre la personalidad y sus ideas. No estamos habituados a
defender unos principios a través de la persona que los ha elaborado. Sin
embargo, las culturas orientales no han conocido la Ilustración y asocian el
pensamiento a su autor, lo cual no impide reconocer que, en contra del
criterio del propio Mao, la importancia de sus aportaciones fuera exagerada
hasta el ridículo, especialmente por parte de Lin Biao y Chen Boda, que
actuando de esta forma se enfrentaron al propio Mao y favorecieron así
indirectamente a los revisionistas. Los comunistas no concebimos que exista
nada ni nadie por encima de la crítica y Mao fue el primero en demostrarlo
cuando se autocriticó públicamente cuantas veces lo consideró justo. La
teoría del genio de Lin Biao y Chen Boda, lo mismo que todos los absurdos
acerca del maoísmo como una tercera etapa del comunismo, son falsas.

La Revolución Cultural era una necesidad muy sentida por las masas y sus
protagonistas más conocidos fueron los Guardias Rojos, formados
principalmente por estudiantes. Pero no se trata de los estudiantes ociosos
que conocemos en occidente sino de jóvenes que compatibilizaban el estudio
con el trabajo. En una emisión de radio se definió así: La guardia roja es una
organización creada por los escolares de enseñanza media de familias de
obreros, de campesinos pobres y medios, de cuadros revolucionarios y de
soldados revolucionarios. Su distintivo era un brazalete rojo que simbolizaba
el regreso a los tiempos heroicos de la Larcha Marcha y de Yenan. Se
recuperaron muchas de las consignas y gestos de las décadas pasadas,
tratando de volver al espíritu combatiente de antaño. Algunos guardias rojos
sacaron del baúl los viejos uniformes militares de sus padres y se los
volvieron a enfundar. En la literatura y el teatro se desempolvaron los temas
antiguos de la lucha contra los japoneses y las historias bélicas
revolucionarias.

Formalmente se inicia como un movimiento para la educación socialista, que


no se podría comprender si no se tuviera en cuenta la extraordinaria
importancia de los intelectuales en China y lo que se pretendía afirmar
exactamente con la noción de cultura. La propuesta comunista de lograr que
los obreros y campesinos pudieran instruirse era totalmente ajena a China.
Más que en cualquier país capitalista, en China la educación existente era
elitista en extremo, favorecida por una compleja escritura ideográfica sólo
apta para iniciados. La literatura, la ópera y la música eran un reducto para
seres exquisitos. Desde el Movimiento 4 de Mayo la intelectualidad había
jugado un papel muy importante en un país completamente analfabeto pero,
al mismo tiempo, constituían un sector muy alejado de las masas. La misma
expresión revolución cultural era de uso común en China desde 1919 y
trataba de enfatizar la importancia de la movilización ideológica, la
relevancia de los estímulos espirituales y el entusiasmo revolucionario de las
masas. Los intelectuales debían participar en ese gran proceso de
movilización pero, al mismo tiempo, los intelectuales debían ser
transformados: En todo el proceso de la revolución socialista y de la
construcción del socialismo, el problema de la transformación de los
intelectuales es uno de los más importantes (Mao: La construcción del
socialismo, pg.81). El movimiento pretendía reducir las barreras entre el
trabajo manual y el trabajo intelectual, lo cual significa:

— alfabetizar, crear escuelas y universidades, elevar el nivel cultural de las


masas

— vincular el saber a la práctica, el aspecto intelectual con el técnico

— crear un elenco importante de expertos y rojos, esto es, equipos de


técnicos y profesionales compenetrados con la revolución.

En la antigua China la cultura era libresca y se concebía como una


acumulación enciclopédica de conocimientos. Existía un convencimiento
profundamente arraigado que menospreciaba la aplicación del saber, su
utilidad para transformar la naturaleza y la sociedad. Un tradicional aforismo
de Mencio decía que el que usa su cabeza gobierna, el que trabaja con sus
manos es gobernado.

Por tanto, una verdadera revolución no podía preservar esa situación, no


podía ser exclusivamente económica sino que debía abordar, además, los
diversos aspectos político e ideológico. Era, además, doble: la popularización
y la divulgación, por un lado, y la ampliación y la elevación, por el otro.

La mejora cultural y científica debía llegar de los países más avanzados, que
no sólo eran capitalistas sino extraños desde el punto de vista nacional. El
progreso cultural debía nacionalizarse, esto es, adoptar una forma
propiamente china, con el obstáculo de que esas formas auctóctonas eran
feudales y que la mayor parte de los intelectuales eran de procedencia
burguesa. Las disputas que todo ello causó en la revolución china y el grado
de tensión que llegaron a alcanzar, es difícilmente descriptible. Y esas
divergencias no sólo eran técnicas sino que tenían una profunda carga
política porque el alcance de la producción artística tenía una extraodinaria
resonancia. Por ejemplo, en 1965 en China acudían al cine 2.000 millones de
espectadores.
El cambio se produjo en noviembre de 1965 con una crítica de Yao Wenyuan
(integrante luego de la Banda de los Cuatro) a la ópera del vicealcalde de
Beijing, el historiador Wu Han, titulada La destitución de Hai Jui. El objetivo
del ataque no era Wu Han sino su jefe inmediato, el alcalde Peng Zhen. Por
medio de una comisión de cinco intelectuales Peng Zhen dirigía desde Beijing
una parte importante de la producción artística y se había empezado a
producir un enfrentamiento entre ese tipo de producción literaria y el que
desde Shangai venían promoviendo otro tipo de intelectuales, encabezados
por Zhang Chungqiao y Yao Wenyuan, integrantes ambos de lo que luego se
conocería como la Banda de los Cuatro. El guión de la ópera de Wu Han
versaba sobre un antiguo emperador corrupto que despedía a un funcionario
público virtuoso, una alegoría para atacar veladamente a Mao y apoyar a
Peng Dehuai. La crítica abierta de dicha obra, publicada por Yao Wenyuan,
constituía una defensa de Mao pero, a causa del enconado enfrentamiento
literario existente, sólo se publicó inicialmente en un medio de escasa
difusión. Después de mucha resistencia fue publicado de nuevo en el Diario
del Pueblo en noviembre de 1965 y fue como el toque de trompeta que
desencadenó la Revolución Cultural.

La Revolución Cultural empezaba como un desafío entre Shangai, la ciudad


proletaria, y Beijing, la vieja urbe burocrática. Además de los guardias rojos,
en Shangai los trabajadores militantes en las fábricas comenzaron a formar
sus propios grupos revolucionarios. A principios de noviembre de 1966, un
joven trabajador del sector textil de Shangai, Wang Hongwen, de 33 años,
creó el Cuartel General Revolucionario de los Trabajadores para coordinar los
destacamentos de obreros revolucionarios de la ciudad portuaria. Desde
finales de ese mes, el Cuartel General de Shangai, respaldado por el Grupo
para la Revolución Cultural de Beijing, desató una lucha cada vez más
violenta con el Destacamento Rojo de Shangai, apoyado por el Comité local
del Partido Comunista. Este enfrentamiento se debía a que los revisionistas,
estimulados por Peng Zhen, habían aparentado ponerse al frente de la
Revolución Cultural, creando organizaciones paralelas.

El 30 de diciembre, decenas de miles de trabajadores organizaron batallas


callejeras en el exterior de las oficinas del Comité local del Partido
Comunista. Comenzaron las huelgas. El puerto quedó paralizado, con más de
100 buques extranjeros esperando para la descarga. El transporte ferroviario
también se detuvo. El Cuartel General anunció que no reconocía la autoridad
del Comité local del Partido Comunista y que asumía el gobierno de la ciudad.
El 5 de febrero de 1967 se proclamó la Comuna Popular de Shangai.

La toma de poder de Shangai se convirtió en un modelo para el resto del


país.

El movimiento había penetrado bien pronto en el terreno político, hasta el


punto de que se desplegó bajo la consigna de poner la política en el puesto
de mando, con el que se pretendía combatir tanto las tendencias
oportunistas de la dirección del Partido Comunista como las desviaciones
capitalistas. Tres millones de personas fueron obligadas a someterse a cursos
de reeducación. Entre un 60 y un 70 por ciento de los funcionarios centrales
y de un 70 a un 80 por ciento de los funcionarios locales y provinciales fueron
depurados. En más de una ocasión Mao había sostenido que no podía existir
ninguna construcción sin destrucción. Sin embargo, al principio no parecía
que la Revolución Cultural conduciría a depuraciones masivas. No obstante, a
partir de finales de 1964, los equipos destinados a llevarla a cabo
destituyeron a un cuatro por ciento de los cuadros comunistas, alcanzando
en algunas regiones un cuarenta por ciento. De los 23 miembros originales
del Buró Político sólo quedaron 9 y sólo 54 de los 167 miembros del Comité
Central. Pareció que se había destruído a la dirección revisionista del Partido,
con Liu Shaoqi, Peng Zhen y Deng Xioping como figuras principales. No fue
así.

Los primeros enfrentamientos políticos se produjeron como consecuencia de


las denuncias contra algunos dirigentes y altos funcionarios. En marzo de
1966 Lin Biao destituyó de su puesto en la jefatura del Estado Mayor al
anterior ministro de Seguridad, Luo Ruiqing por su negativa a que el Ejército
se mezclara en las batallas políticas. El asunto era una reedición de la
Conferencia de Lushan de 1959 en la que fue destituido Peng Dehuai. En
realidad, la mayor parte de las batallas de la Revolución Cultural contra el
revisionismo iban enfiladas contra quienes seguían sosteniendo que el Gran
Salto Adelante había sido un fracaso. Dos de las figuras claves que salieron
peor paradas de la Revolución Cultural fueron Peng Zhen y Liu Shaoqi que
inicialmente habían apoyado a Peng Dehuai en la Conferencia de Lushan en
1959. A su vez, eso significa que dicha batalla no se había cerrado y, en
consecuencia, que los revisionistas seguían manteniendo posiciones muy
sólidas en el interior del Partido Comunista, el Ejército Popular de Liberación
y el Estado.
En la propaganda burguesa se dibuja la revolución cultural como una etapa
caótica y confusa cuya consecuencia más importante, además de la
represión y las depuraciones, fue la paralización de la actividad económica.
También en el pensamiento revisionista revolución y economía aparecen
como términos opuestos y, en consecuencia, la revolución cultural sería una
supuesta etapa de bancarrota económica para China. Naturalmente la verdad
es que para los comunistas revolución y desarrollo económico deben ir
necesariamente de la mano, lo que en China expresó una consigna muy
conocida, que llegó a incorporarse luego a la Constitución de 1975:
Empeñarse en la revolución y promover la producción. Para los comunistas la
economía no puede avanzar sin impulsar la revolución pero, con el tiempo,
los revisionistas se olvidaron de la primera parte de la consigna para
quedarse sólo con la segunda. Incluso fueron más allá para acabar afirmando
que para desarrollar la economía era imprescindible frenar la revolución. la
economía, según ellos, necesita tranquilidad y regularidad, que los obreros
acudan todos los días a las fábricas puntualmente y se esfuercen al máximo.

Toda revolución necesita consolidarse para recojer sus frutos. No hay


construcción sin destrucción, pero tras la destrucción también hay que
reconstruir. El movimiento frenético de la Guardia Roja había conducido al
colapso del Estado y era el momento de hacer balance, de reagruparse de
nuevo, e incluso de retroceder en ciertos aspectos si era necesario. Sin
embargo, los revisionistas lo que se hicieron fue liquidar la Revolución
Cultural, hasta acabar renegando de ella.

A partir de 1968 se pretendió la estabilización política a partir de la


reestructuración del poder político gracias al Ejército, considerarado como el
pilar fundamental de la dictadura del proletariado. El país fue colocado bajo
la tutela de las Fuerzas Armadas, mientras que Zhou Enlai contribuyó
también a consolidar el poder político. La autoridad militar ayudó a la
reconstrucción del Partido Comunista.

La propia convocatoria del IX Congreso de Partido Comunista en abril de


1969 es un intento de consolidar la Revolución Cultural. En su informe al
Congreso, Lin Biao hizo un balance de la Revolución, que en ningún momento
consideró como un proceso definitivamente cerrado. La misión del Partido
Comunista, según su interpretación, no sería acelerar el desarrollo económico
sino mantener la iniciativa de las masas. Los estatutos aprobados concedían
también un papel fundamental a Lin Biao, calificado como el más próximo de
los compañeros de armas de Mao, que fue designado vicepresidente del
Partido Comunista. Además el 44 por ciento del Comité Central quedó
formado por militantes de procedencia militar, cifra que en el Buró Político
llegó al 55 por ciento del total.

Las apariencias eran muy engañosas. Las campañas puramente


propagandísticas no eran suficientes. Debajo de las estridentes consignas y
de las movilizaciones masivas, las cosas seguían igual. Se decía que las
autocríticas eran prefribles a las depuraciones. En octubre de 1967 Mao ya
estaba propagando la tesis de que la mayor parte de los cuadros del Partido
Comunista eran buenos y que los malos podían ser reeducados sin necesidad
de acudir a depuraciones traumáticas. Tampoco las depuraciones había sido
tan profundas y pronto los destituidos volvían a sus puestos. En noviembre
de 1970 Zhou Enlai le confesó a Edgard Snow en una entrevista pública, que
el 95 por ciento de los miembros del Partido Comunista depurados durante la
Revolución Cultural, habían sido reintegrados en sus puestos. A finales de
1970 unos cinco millones y medio de Guardias Rojos fueron, a su vez,
trasladados al campo con el propósito de dedicarse a tareas agrícolas, pero
era una medida para quitárselos de encima y alejarlos de las ciudades y los
centros neurálgicos del país.

Por otro lado, no obstante todas las tesis acerca de la guerra popular
prolongada y la primacía del factor humano sobre el armamento en el
Ejército, China había seguido investigando para fabricar armamento nuclear,
aún sin la ayuda soviética. La Revolución Cultural no paraliza ni un instante
siquiera la puesta punto de cohetes atómicos. La primera prueba nuclear se
experimenta favorablemente en 1964 y la segunda en diciembre de 1966; el
17 de junio logra el salto a la bomba de hidrógeno. Entonces Geng Biao, que
lleva las riendas del Ministerio de Asuntos Exteriores, publica dos artículos al
respecto en el Diario del Pueblo (15 de enero y 20 de junio de 1967) en los
que afirma que gracias a ello la influencia de China en la escena internacional
se ha reforzado de manera irresistible. Pero el armamento por sí solo no
basta; un arma poderosa requiere un poder fuerte y coherente; sin embargo,
añade Geng Biao, hoy la autoridad es inconsistente y lleva la marca de una
dispersión de responsabilidades.

Como todos los factores que confluyeron en la Revolución Cultural, el papel


del Ejército Popular de Liberación ha sido sobreestimado como factor
movilizador, o quizá habría que decir, para ser más precisos, que cuando el
Ejército comienza a intervenir es para acabar y no para impulsar la
Revolución Cultural.
Era claro que los planteamientos militares de 1959 volvían a reaparecer -si es
que alguna vez se habían erradicado por completo- claramente vinculados a
una nueva política internacional que exigía la liquidación de la Revolución
Cultural.

La designación de Lin Biao como vicepresidente del Partido Comunista en el


IX Congreso fue idéntica a su anterior desigación al frente del Ministerio de
Defensa: puramente nominal. Bajo las apariencias, los revisionistas
controlaban el Ejército, controlaban la diplomacia y controlaban también el
Partido Comunista. Los izquierdistas podían redactar panfletos y pegar
carteles porque en realidad las riendas, la práctica, venía impuesta por los
revisionistas, entre cuyas filas no se advierten disensiones importantes.

La diplomacia triangular

Desde 1956 la política conciliadora de los revisionistas soviéticos había


proporcionado el primer balón de oxígeno a los imperialistas. Quince años
después, la República Popular de China les proporcionó otro globo de aire
fresco que, naturalmente, tampoco dejaron escapar. Desde mediados de los
años sesenta se fue gestando en el seno de los círculos imperialistas
estadounidenses toda una corriente partidaria de modificar su estategia
hacia la República Popular.

En sus memorias, el entonces presidente de Estados Unidos, Lyndon B.


Johnson, apenas se ocupa de China, a pesar del primer ensayo nuclear de
1964; en una de sus raras reflexiones al respecto dice que no es a él sino a
quien le suceda en la Casa Blanca, a quien le corresponderá ocuparse del
asunto (Memorias de un presidente, 1963-1969, Dopesa, Barcelona, 1971,
pg.506). Hasta la llegada de Nixon y Kissinger al gobierno, China había sido
considerada como un apéndice de la Unión Soviética, que era con quien
había que tratar.

Pero en octubre de 1967, Nixon publica un artículo en la revista Foreign


Affairs Quatterly proponiendo dar un giro a la línea estadounidense respecto
a China. Aún no era Presidente de Estados Unidos, pero se declaraba
dispuesto a introducir esa nueva política en su agenda cuando llegase a la
Casa Blanca, lo que se produjo un año después. En su artículo Nixon decía
que Estados Unidos debía establecer relaciones diplomáticas con la República
Popular y sentarla en el Consejo de Seguridad de la ONU, pero como una
nación grande y en desarrollo, no como el epicentro de la revolución mundial.
A partir de entonces los imperialistas podían jugar con dos barajas, la Unión
Soviética y China, cuyo antagonismo interno -paradógicamente- se
manifestaba más fuerte que el que mantenían cada uno de ellos con Estados
Unidos.

A esta nueva estrategia imperalista Kissinger la llamó diplomacia triangular y


en ella China aparece con una personalidad propia. Según reconoce
Kissinger, existía una comunidad de intereses entre ambos países, porque
China nos quería desesperadamente en Asia como contrapeso para la Unión
Soviética, que seguía siendo la parte más agresiva (Mis memorias, Atlántida,
Buenos Aires, 1979, pgs.138, 477 y 490). Por tanto, China se prestó a ser
utilizada por los imperialistas para atacar a la Unión Soviética.

Todos los países -y los países socialistas igualmente- tienen derecho a


mantener las relaciones que tengan por conveniente con cualesquiera otros
del mundo y el aislamiento ha sido siempre una imposición del imperialismo.
Por tanto, nada se puede reprochar a China en este sentido.

Ahora bien, por parte china, no se trataba sólo de entablar relaciones


diplomáticas con Estados Unidos sino de todo un vuelco en la política exterior
que era contrario a los más elementales principios del comunismo.
Abiertamente China se alineaba con las posiciones del imperialismo
estadounidense. Eran los primeros síntomas de su incorporación al mundo
capitalista, la primera de sus modernizaciones, para lo cual los revisionistas y
nacionalistas chinos tenían perfilado toda una batería de actuaciones
internas e internacionales. En 1969 sólo disponían de una embajada
operativa en todo el mundo; China era como una mancha blanca en el mapa,
decía Willy Brandt. Pero a partir de la entrada en la ONU y el establecimiento
de relaciones diplomáticas con Estados Unidos pudieron intercambiar
embajadas con todos los países capitalistas y, naturalmente, con los
embajadores llegaron también los mercaderes y financieros. Se levantó el
bloqueo económico y el embargo comercial, que había sido más estricto para
China que para otros países socialistas. En julio de 1972 el nuevo gobierno de
Tanaka en Tokio restableció relaciones diplomáticas con Beijing y ambos
países empezaron a firmar toda una cascada de convenios comerciales,
marítimos, pesqueros y aéreos.
Tras su ruptura con la Unión Soviética, la retórica china consideró
inicialmente que Estados Unidos y la Unión Soviética actuaban de común
acuerdo. Entonces dijeron que la Unión Soviética era un país dirigido por un
Partido revisionista cuya línea era de claudicación respecto al imperialismo y,
en consecuencia, ambas políticas eran equivalentes. Sin embargo, quince
años después llegan a una conclusión totalmente diferente, según la cual la
Unión Soviética también era un país imperialista (o socialimperialista)
enfrentado a Estados Unidos. Según China ambas superpotencias se
disputaban la hegemonía mundial y mantenían estrategias enfrentadas.
Ahora decían que la política de ambos ya no sólo no coincidía sino que era
opuesta. Cuando los comunistas nos enfrentamos a un enemigo dividido
tenemos la obligación de maniobrar entre ellos, aprovechar sus
contradicciones internas, pero sólo en casos excepcionales y extremos
podemos establecer una alianza con unos en contra de los otros. La elección
de China fue aliarse con Estados Unidos y considerar a la Unión Soviética
como la peor forma de imperialismo, no sólo para ellos mismos sino para
todos los pueblos del mundo. A partir de 1971 la política exterior china se
fundamentó en el principio de que los enemigos de mis enemigos son mis
amigos, una tesis que podía justificarse también con alusiones retóricas a
una falsa dialéctica.

Varias circunstancias anunciaron este vuelco en la diplomacia china, la más


importante de las cuales fue la Primavera de Praga en 1968. La teoría con la
que Breznev justificó la invasión de Checoslovaquia, la soberanía limitada,
parecía inventada para atacar a China. La primera reacción oficial china
frente a ella (23 de agosto), procedente de Zhou Enlai, resultó feroz: la Unión
Soviética, que actuaba de acuerdo con Estados Unidos, aparecía equiparada
a la Alemania nazi. Vuelve el drama de Munich. El Diario del Pueblo afirmó
que, como buenos imperialistas, la Unión Soviética y Estados Unidos se
estaban repartiendo el mundo en áreas de influencia.

China se siente amenazada y, además, observa que la Revolución Cultural le


hubiera impedido responder a un ataque soviético en cualquier punto de los
7.000 kilómetros de frontera común. Lo primero, pues, es acabar con el
desorden bajo los cielos, sacar al Ejército de las ciudades y ponerlo en la
frontera, donde en marzo de 1969 estalla la guerra contra el Ejército
soviético. No se trataba de un incidente fronterizo sin importancia. El 2 y el
15 de marzo se entablaron choques militares en el río Ussuri, en la isla
Zhenbao (la isla del tesoro, Damansky en ruso), con un saldo de unos 350
muertos; entre el 3 de mayo y el 13 de agosto se volvieron a producir al
menos otros cuatro enfrentamientos en el Amur y en los montes Barluk, en
Xinjiang. Por aquellas fechas se reunía el IX Congreso del Partido Comunista
de China en el que el ministro del Defensa era nombrado su Vicepresidente.

En noviembre de 1968, Chai Zemin, un alto cargo del Ministerio de Asuntos


Exteriores, redacta un informe sobre las líneas maestras de la diplomacia
china, afirmando que el deterioro de las relaciones con la Unión Soviética es
irreversible y que procede aproximarse a Estados Unidos, país con el que no
existen fronteras: Una pausa en nuestras críticas contra el imperialismo
bastaría para inquietar a los revisionistas del Kremlin, dice el informe. En fin,
la política que el informe diseña es clara: la enemistad con el imperialismo no
es absoluta sino que puede ser graduada, los funcionarios del Ministerio que
habían sido depurados durante la Revolución Cultural debían reintegrarse a
sus puestos, había que restablecer las relaciones diplomáticas con Yugoslavia
(que se materializaron en mayo de 1970), no porque fuera socialista, sino
porque era un país no alineado.

En 1969, con Estados Unidos enfrascado en su agresión a Vietnam, Zhou


Enlai comienza a negociar de manera secreta el establecimiento de
relaciones diplomáticas con la primera potencia imperialista. Aquel año sólo
la prensa oficial china publicó -en su integridad- el discurso inaugural de
Nixon como nuevo Presidente. Los acontecimientos se suceden con rapidez.
En julio de 1971 Kissinger visita China en secreto; el 23 de octubre China
ocupa su puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU y en febrero del
siguiente año Nixon viaja a Beijing.

Como no podía ser de otra forma, el giro de la política exterior de la


República Popular se abre camino en medio de una auténtica batalla en el
interior del Partido Comunista. La posición de Lin Biao es diferente de los
revisionistas que, a pesar de las depuraciones de la Revolución Cultural,
siguen controlando la diplomacia china. Como expuso en 1969 ante el IX
Congreso del Partido Comunista, Lin Biao no estaba de acuerdo con la tesis
del socialimperialismo soviético, ni con su consideración como enemigo
principal. Para Lin Biao, como para Chen Boda, la Primavera de Praga es un
síntoma de la decadencia y la disgregación del revisionismo y, por tanto,
propone, como los comunistas albaneses, una denuncia de todas las formas
de imperialismo, sin concesiones hacia ninguno de ellos. Lin Biao y Chen
Boda eran partidarios de mantener las distancias tanto respecto de la Unión
Soviética como de Estados Unidos. En su informe, Chai Zemin criticaba la
línea de Lin Biao de luchar en dos frentes mientras en una carta dirigida a los
comunistas chinos el 12 de agosto de 1971, el Partido del Trabajo de Albania
criticó, a su vez, el establecimiento de relaciones diplomáticas con Estados
Unidos.

Pero Lin Biao y Chen Boda pierden la batalla. En el verano de 1970 Chen
Boda es apartado de la dirección del Partido Comunista; también es
marginado -temporalmente- Kang Sheng y, poco después, en setiembre del
año siguiente, le llega el turno a Lin Biao, que supuestamente muere en un
accidente de aviación cuando trataba de huir precisamente a la Unión
Soviética: No teníamos información de primera mano sobre este asunto, dice
falsamente Kissinger (Mis memorias, pg.533), pretendiendo lavarse las
manos. A la mentira de unos le seguía la de los otros. Por expreso deseo de
los imperialistas, toda la operación diplomática entre Washington y Beijing se
llevó a cabo en el más absoluto secreto, al margen de los cauces de la
Secretaría de Estado. Kissinger no era el secretario de Estado, no tenía
ninguna responsabilidad en las relaciones internacionales; su función era la
seguridad, el secreto y el espionaje y, a pesar de ello, nada sabía de la
muerte de Lin Biao.

Las extraordinarias proporciones del conflicto interno dentro del Partido


Comunista de China quedan al descubierto si tenemos en cuenta que, a
pesar de las mutuas divergencias, Mao reconoció a Lin Biao como un amigo,
declaración que no prodiga con otros militantes. Tampoco encaja con su lema
de tratar la enfermedad para salvar al paciente. Cosa absolutamente
excepcional en el Partido Comunista de China, con Lin Biao, sus familiares y
colaboradores más cercanos se practicó la eutanasia, lo que no se había
hecho con Kao Kang, ni con Liu Shaoqi, ni con Den Xioping, ni con ningún otro
revisionista.

Como proponía el informe de Chai Zemin, unos se van (los linbiaoístas) y


otros vuelven (los denguistas), cobijados por Zhou Enlai. El vuelco en la
diplomacia china -con las transformaciones ideológicas que supone- no es,
por tanto, consecuencia de la Revolución Cultural sino de su
desmantelamiento. La desaparición de Lin Biao les abre las puertas a todos
ellos, que reafirman sus posiciones dentro del Partido Comunista y del
Estado. A partes iguales, su línea es una mezcla de revisionismo y
nacionalismo, de ausencia de principios ideológicos y políticos, por un lado, y
de defensa de los intereses particulares de China, por el otro.
Para justificar la claudicación de China ante el imperialismo y su diplomacia
aberrante, tras la muerte de Lin Biao se abren paso toda una serie de
retóricas justificaciones que -naturalmente- resultaban totalmente ajenas al
comunismo, por no decir contrarias a él. Un editorial titulado Leninismo o
socialimperialismo publicado el 22 de abril de 1970 en el Diario del Pueblo
lanza por primera vez la tesis de la Unión Soviética como un país
socialimperialista y enemigo principal de todos los pueblos del mundo. En
febrero de 1968 Lin Biao aún felicitaba a su homólogo soviético al cumplirse
el 50 aniversario de la creación del Ejército Rojo y pocos meses después la
Unión Soviética era ya un país socialimperialista, el enemigo principal, mucho
más peligroso que Estados Unidos, hasta el punto de desatarse una guerra
fronteriza entre ambos países. El más estrecho aliado de antaño se convertía
en el peor adversario actual. No se trataba sólo de que el PCUS hubiera caído
en manos de una camarilla revisionista porque, como se comenzó a decir a
partir de entonces, el ascenso del revisionismo al poder es el ascenso de la
burguesía al poder o, lo que es lo mismo, la Unión Soviética se había
reconvertido al capitalismo y, como cualquier otro país capitalista, era
también imperialista, y lo que es peor: es la más feroz de todas las potencias
imperialistas, por encima de Estados Unidos, Japón, Alemania o Francia.

Lin Biao cae y las posiciones izquierdistas son derrotadas porque no están
unidos, mientras que los revisionistas presentan un frente unido y una
política más pragmática y sutil que es capaz de embaucar a una parte de los
izquierdistas que luego sería conocida como la Banda de los Cuatro: Jiang
Qing, Zhan Chungqiao, Yao Wenyuan y Wang Hongwen. La caída posterior de
estos últimos era sólo cuestión de tiempo.

En cualquier caso, la muerte de Lin Biao no permitió alcanzar la unidad


interna del Partido Comunista. Durante el X Congreso se leyeron dos
informes políticos, uno por cada una de sus fracciones, Zhou Enlai por los
derechistas y Wang Hongwen, miembro de la Banda de los Cuatro, por los
izquierdistas, pero ambos informes nada tenían en común. A pesar de ello, es
claro que, en aspectos importantes, la Banda de los Cuatro apareció entonces
haciendo causa común con los revisionistas. Zhan Chungqiao es quien recibe
a Nixon en el aeropuerto de Beijing y las fotos muestran también a Jiang Qing
departiendo relajadamente con el Presidente de Estados Unidos. Yao
Wenyuan publicó un artículo titulado Sobre la base social de la camarilla
antipartido de Lin Biao e inmediatamente Zhan Chungqiao otro, más general,
cuyo encabezamiento era Acerca de la dictadura omnímoda sobre la
burguesía (Bandera Roja núms. 3 y 4, 1975), en buena parte enfilado
también contra él, acusándole de posiciones derechistas. La Banda de los
Cuatro contribuye a mantener en los papeles la ficción izquierdista de
continuidad de la Revolución Cultural, mientras la práctica política está en
manos de los derechistas. La confusión se multiplica al unir a Lin Biao con
Confucio, sinónimo rechazado de veneración por lo antiguo y lo caduco de
China. Naturalmente que por sus posiciones políticas, la Banda de los Cuatro
podía acusar a Lin Biao de posiciones derechistas, pero eso resultaba mucho
más difícil para alguien como Zhou Enlai. Sin embargo, éste demostró que
ese tipo de escrúpulos no iban con él y en el X Congreso del Partido
Comunista, celebrado en agosto de 1973, también acusa a Lin Biao de
derechista y narra un cúmulo de embustes sobre la manera en que murió. De
esta forma, los revisionistas trataron de tejer una cortina de humo con la que
encubrir su maniobra y utilizar a los izquierdistas de la Banda de los Cuatro
para disimular su verdadera naturaleza de clase. Zhou Enlai imputa a Lin
Biao todo lo que él estaba llevando a cabo. Afirma que Lin Biao pretendía
capitular ante el socialimperialismo revisionista soviético y como los
soviéticos se habían manifestado favorables a Liu Shaoqi en su momento, el
círculo se cierra: Lin Biao era otro revisionista. También le acusa de renegar
de la continuación de la revolución bajo la dictadura del proletariado y de
sostener que la contradicción principal no estaba planteada entre el
proletariado y la burguesía sino entre el avanzado sistema socialista y la
atrasadas fuerzas productivas. Cualquiera diría que Zhou Enlai hablaba de sí
mismo. En cualquier caso, no podemos dejar de subrayar que el infundio de
colusión con los soviéticos iba dirigido contra quien había encabezado al
Ejército Popular de Liberación en la guerra fronteriza entre ambos países,
siendo Lin Biao ministro de Defensa.

La confusión dentro el Partido Comunista de China no podía ser mayor. Lo


verdaderamente importante es que en esta lucha política e ideológica los
revisionistas no encuentran un frente unido por parte de quienes habían
promovido la Revolución Cultural. Sometidos a un fuego cruzado, a los
izquierdistas se les acusaba de derechistas.

El drástico cambio en la política exterior china acarreó consecuencias


impactantes en sus relaciones con Vietnam, hasta el punto de que en 1978
ambos países entran en guerra. Vietnam es el termómetro que mide el
vaivén de la política exterior china cuya temperatura oscila rápidamente
desde el punto de ebullición hasta los más gélidos bajo cero.

El significado -incluso emocional- de Vietnam para el movimiento comunista


internacional en la década de los años sesenta del siglo XX sólo es
comparable a la Revolución Cubana o a la Revolución Cultural. Supuso un
extraordinario revulsivo y, en consecuencia, tanto los soviéticos como los
chinos trataron de ganarse las simpatías de los vietnamitas.

En un primer momento, al estallar la controversia con los revisionistas


soviéticos, los vietnamitas se alinean con los comunistas chinos. La
confraternización es total entre ambas organizaciones comunistas. China
había batallado en la primera guerra de Vietnam (1950-1954) como lo había
hecho en Corea, si bien de manera encubierta. Al estallar la segunda en
1964, la colaboración es también total. Pero los vietnamitas aceptan también
la ayuda soviética que se va incrementando progresivamente, mientras que
la china, después de alcanzar su máximo en 1968, decrece posteriormente.
Los vietnamitas tampoco siguen ya ciegamente las instrucciones de los
chinos y comienzan a tomar sus propias decisiones. Aquel año los chinos no
aceptan las conversaciones de París entre Vietnam y Estados Unidos. China
siempre se opuso a la convocatoria de una conferencia internacional sobre
Vietnam que los soviéticos trataban de impulsar y que debía ir acompañada
del cese de la polémica entre ambos partidos y la coordinación de los
esfuerzos destinados a apoyar a Hanoi, incluidos los vuelos de los aviones
soviéticos sobre el espacio aéreo chino. Como escribió Hoxha en su diario: En
relación a Vietnam, China estaba en contra de las negociaciones de los
vietnamitas con los norteamericanos en París, porque las juzgaba inútiles.
Pero cuando ella misma comenzó las conversaciones secretas con los
Estados Unidos de América, cambió de actitud en esta cuestión. En París los
vietnamitas propusieron 7 puntos, los norteamericanos propusieron los
suyos. Corría la época en que se hizo público el acuerdo sobre el viaje de
Nixon a China. Precisamente después de la conclusión de este acuerdo, los
norteamericanos dejaron de mostrar interés por la Conferencia de París. ¿Por
qué? No existe ninguna duda, lo lógico es pensar que en Beijing Nixon
conversaría sobre Viet Nam. Y había razones para que fuera así. Los
norvietnamitas reaccionaron y seguramente se querellaron con los chinos,
hasta el punto de que Chou En-lai se vio obligado a declarar públicamente
que ‘la cuestión de Viet Nam no será tratada con Nixon’. Aquí reside la causa
del conflicto (Reflexiones sobre China, Tirana, 1979, pgs.746-747).

Además de las conversaciones de París, los chinos desconfiaban de las


pretensiones vietnamitas de crear una federación indochina bajo su control.
Una nota interna de Ye Jianying a Ji Pengfei dice al respecto: La justa causa
de los vietnamitas saldrá adelante, pero ¿quién nos dice que esta victoria no
será puesta al servicio de los designios de Hanoi, empeñado en crear una
federación indochina colocada bajo su tutela con el apoyo cínico de la URSS?
El decidido apoyo a Shihanuk y a los jemeres rojos tenía ese mismo objetivo
de impedir el fortalecimiento de Vietnam en la región. Los chovinistas chinos
no podían permitir el fortalecimiento de un país vecino, y menos contribuir a
su rearme; ni siquiera les interesaba un Vietnam unido y no faltaron
propuestas -entre ellas una de Zhang Wentian- para preservar dividido a su
vecino del sur e incluso mantener buenas relaciones con Vietnam del sur
para contrarrestar a Vietnam del norte.

En aquellos tiempos la prensa imperialista lanzó el rumor de que las


negociaciones entre la República Popular y Estados Unidos comprendían a
Vietnam, lo que calificaban como el Yalta del Lejano Oriente. Querían decir
que no les interesaba su marcha de Vietnam para compensar la fuerte
presencia soviética. Los chinos pretendían dispensar a los vietnamitas el
mismo trato que hacia ellos habían tenido los soviéticos, y que tanto habían
criticado antes. Pero no estaban en condiciones de hacerlo. De finales de
1965 a 1968, China envió aproximadamente 300.000 militares a Vietnam,
sobre todo ingenieros e infraestructura logística, un apoyo muy importante y
muy generoso, pero insuficiente para las necesidades bélicas de Vietnam y,
por tanto, insuficiente para impedir la llegada de material de guerra
soviético. Ye Jianying reconocía que China no podía influir sobre Vietnam
cuando su aportación de material bélico era diez veces menor que el
soviético, sin olvidar que Vietnam necesitaba equipos sofisticados que China
no podía suministrarles. Con sus armas, los soviéticos desplazaban a los
chinos de Vietnam y le creaban otro conflicto por el sur. Nada atestigua
mejor el final de esta historia que el tratado militar y económico firmado en
julio de 1966 entre Hanoi y Moscú. Ni siquiera la equidistancia deseada por
Ho Chi-minh se pudo cumplir y los vietnamitas acabaron en brazos de los
soviéticos.

En el blanco principal de las críticas lo que aparece es la Unión Soviética, el


gran oso ruso, los nuevos zares del Kremlin. Los revisionistas chinos copiaban
lo peor de la demagogia imperialista. En el X Congreso del Partido Comunista,
celebrado en agosto de 1973, concluyó Zhou Enlai: La camarilla dirigente
soviética ha hecho degenerar un Estado socialista en un Estado
socialimperialista. Ha restaurado el capitalismo, ejerce una dictadura fascista
y somete a la servidumbre a numerosos pueblos de diferentes
nacionalidades. Fuera de la Unión Soviética todo es secundario; los países
europeos se dejan engañar por los soviéticos. A China no le interesaba la
distensión en Europa para impedir que la Unión Soviética trasladara sus
tropas a las fronteras orientales. La carta de Helsinki es calificada de burda
cortina de humo que encubre el expansionismo soviético: mientras negocian
la paz se rearman hasta los dientes. En la Conferencia de Seguridad y
Cooperación Europea no sólo falta Albania, dijo Deng Xioping: también faltan
Ucrania, Letonia, Moldavia, Armenia... Hasta el lenguaje chino estaba tomado
de la guerra fría: los países del Pacto de Varsovia son satélites y Estonia,
Letonia y Lituania, naciones cautivas. Lo que proponía Deng era una
verdadera provocación: el desmembramiento de la Unión Soviética.

Bajo la tesis del peligro ruso, los chinos pasaron a convertirse en los más
fervientes partidarios de la reunificación de Alemania. Desde el verano de
1972 ya no se encuentran menciones a los revanchistas alemanes en los
documentos diplomáticos chinos para referirse a la República Federal
Alemana. Los antifascistas alemanes ya no son sólo la República Democrática
Alemana: hubo un puñado de nazis pero eso poco tuvo que ver con la
mayoría del pueblo alemán. Todo vale para sabotear cada una de las
iniciativas diplomáticas soviéticas.

Que no eran las cuestiones ideológicas lo que interesaba a los revisionistas


chinos quedó claro tras la Primavera de Praga cuando se forma toda una
corriente ultrarrevisionista (los más conocidos fueron los llamados
eurocomunistas) que también comenzaron a criticar a la Unión Soviética. Se
vio claro entonces que el Partido Comunista de China trató de formar un
frente con ellos contra los soviéticos. Todo valía para atacar a la URSS; todos
cabían en el gran frente antisoviético porque el socialimperialismo era el
enemigo principal.

La comparación de China con Rumanía puede ayudar a clarificar este punto y


descubrir las verdaderas raíces de la controversia con la Unión Soviética (que
no con el revisionismo). Durante años, como los demás países del este de
Europa, Rumanía había sido un ejemplo perfecto de país plenamente
integrado en el Pacto de Varsovia, esto es, sumiso y disciplinado. Pero en
1956 China abrió la espita de todas las tensiones acumuladas y mal resueltas
(o nunca resueltas) entre los países socialistas. Se abrió la veda. De repente,
la actitud de Rumanía cambió de modo radical. En 1958 sacó a las tropas
soviéticas de su territorio. Más tarde se negó a integrarse en un sistema de
planificación centralizada por el CAME, la unión económica de los países
socialistas. Poco a poco fueron cerrando las escuelas rusas, despidieron a los
técnicos rusos de las fabricas, rebautizaron las calles y trasladaron los
monumentos que conmemoraban el triunfo del Ejército soviético en la II
Guerra Mundial. Los revisionistas rumanos nunca tomaron partido en la
disputa chino-soviética, adoptando una posición neutral e incluso trataron de
hacer de intermediarios entre unos y otros. La prensa rumana expuso
imparcialmente los puntos de vista de ambos bandos. Cuando los soviéticos
convocaron a los partidos comunistas a Berlín para discutir la situación de
China, los rumanos no acudieron. Naturalmente Ceaucescu era un especimen
de la misma ralea que Jruschov y Breznev; si tenía divergencias con ellos no
eran de tipo ideológico sino puramente nacionales y económicas. Como
China, Rumanía se inclinaba cada vez más hacia el capitalismo, hacia
occidente y, en especial hacia la República Federal Alemana. Si Alemania iba
hacia el este con su Ostpolitik, Rumanía iba hacia el oeste y, por tanto,
ambos países estaban obligados a cruzarse en el camino. Los rumanos
deseaban acrecentar los intercambios comerciales y la cooperación técnica
con los imperialistas alemanes; contrataron a 600 ingenieros y especialistas
occidentales, buscaron divisas fuertes, prefirieron vender su maíz a Inglaterra
en lugar de a Checoslovaquia y exportar cerdos y aves a los países
capitalistas en lugar de los checos o los polacos. Rumanía prefería negociar
con el Mercado Común antes que con el CAME.

Los revisionistas rumanos también querían ser independientes y su


verdadera naturaleza política queda explicada en el hecho de que son ellos
los que acogen y financian a Carrillo y demás secuaces revisionistas
españoles, que siempre prefirieron a Ceaucescu antes que a Breznev y
tuvieron en Bucarest un refugio seguro. Son los rumanos los que en 1971
ponen en contacto a los revisionistas chinos con los revisionistas españoles
para que Carrillo viaje a Beijing en noviembre de 1971 (un poco después de
Kissinger y un poco antes de Nixon).

En consecuencia, una vez escindido el movimiento comunista internacional,


no sólo hay dos polos sino tres. En su batalla contra los chinos y los
albaneses, Jruschov no sólo no logró un consenso sino que dispersó a los
comunistas, lo que Togliatti, calificó como un saludable policentrismo, sólo
que los comunistas no nos agrupamos por países, como pretendía Togliatti,
sino por nuestra ideología y el policentrismo del revisionista italiano, lo
mismo que la disolución del Kominform por Jruschov en 1956, no era más que
un intento de facilitar el desarrollo del revisionismo dentro de cada país. No
es casualidad que la fecha de aparición del eurocomunismo, la publicación
del Memorial de Yalta de Togliatti, coincida con la caída de Jruschov en
octubre 1964: los ultrarrevisionistas acusaban al PCUS de ir muy despacio y
ellos querían frenarlo más todavía. Como Kautski, Breznev tiró por la calle de
enmedio. En 1968 la Primavera de Praga permitió que unos revisionistas se
justificaran en los otros: para los eurocomunistas todo había ocurrido por ir
muy despacio, para los otros soviéticos, por ir muy deprisa. La caída de
Jruschov engendró no pocas ilusiones -nunca confesadas- entre los
comunistas chinos y albaneses que muy pronto se vieron frustradas. El
revisionismo era mucho más que una cuestión personal por parte de
determinados dirigentes; estaba bien arraigado en el PCUS y la nueva
hornada de Breznev sólo dilataba la crisis en el tiempo con el mantenimiento
de ciertas apariencias.

Junto a la verborrea acerca del socialimperialismo soviético, los chinos


también encubren su diplomacia reaccionaria con una batería de postulados
tercermundistas que les dan un barniz izquierdista. Ambos aspectos,
socialimperialismo y tercermundismo, se acoplan en 1974 bajo la
denominación de teoría de los tres mundos para justificar una política
exclusivamente nacionalista.

Si en 1949 Mao hablaba de tomar partido, en 1956 acusaba de revisionistas a


quienes pretendían situarse en regiones intermedias:

Es gente que opina que se puede ocupar una posición de línea intermedia,
colocándose entre la Unión Soviética y América para, de esta manera,
desempeñar una función de puente; éste era el método de Yugoeslavia (Mao
íntimo, pg.26).

Pero al año siguiente, en sus Discursos en una conferencia de secretarios, de


una manera confusa, Mao ya define tres fuerzas en juego que serán el
antecedente de la teoría de los tres mundos de Deng Xiaoping, apuntando
también que el principal escenario está en África y Asia, si bien lo plantea
desde el punto de vista de las contradicciones interimperialistas, de las
cuales -añade- podemos sacar partido (OO.EE., V, pgs.394 y 395). En 1958
afirma que la OTAN está dirigida contra las zonas intermedias de Asia, África
y América Latina como puntos centrales. Remonta a 1946 su descubrimiento
de esas zonas intermedidas de las que hay que lograr que se pongan del lado
de uno (Mao íntimo, pgs.139 y 141).

Ahora bien, la noción de zona intermedia era deliberadamente ambigua,


ideada para articular una política pragmática al servicio de los intereses
nacionales de China. Inicialmente incluía sólo a los países del denominado
Tercer Mundo, es decir, aquellos recién independizados que supuestamente
estaban entre el capitalismo y el socialismo. Pero había que dar un paso más
para incluir a los propios países imperialistas, que también pasaban a estar
oprimidos por otros imperialistas más fuertes. Así, Europa Occidental no
formaba parte del imperialismo sino que también era una zona de disputa
por parte de terceras potencias imperialistas. Todos los países imperialistas
del segundo escalafón también debían independizarse de la tutela de los
imperialistas norteamericanos. Expuesta por primera vez en marzo de 1963,
eso se pasó a llamar la teoría de las dos zonas intermedias. En el artículo
titulado Una vez más sobre las divergencias entre el camarada Togliatti y
nosotros, se decía:

La lucha entre los países imperialistas por los mercados y esferas de


influencia en Asia, África, América Latina e incluso en Europa Occidental, ha
traido consigo nuevas agrupaciones entre ellos (Bandera Roja, marzo de
1963; también en P.Togliatti/Mao Tse-tung: Una controversia sobre el
movimiento comunista internacional, Icaria, Barcelona, 1978, pg.41).

Un año después, Mao era mucho más contundente:

Ahora destacamos la naturaleza de las dos zonas intermedias. Asia, África


y América Latina constituyen la primera zona intermedia. Europa,
Norteamérica y Oceanía forman la segunda. El capital monopólico japonés
pertenece igualmente a esta segunda zona intermedia (Mao íntimo, pg.48).

En fin, coincidiendo con la ruptura con la URSS, Mao pasó de hablar de tomar
partido a hablar de sacar partido de las nuevas posiciones tercermundistas y
neutralistas. Pasó de hablar de que la zona intermedia se ponga del lado de
China a hablar de China se ponga del lado de la zona intermedia. Estaba
recorrido todo un abismo ideológico: el que va del alineamiento a una
neutralidad confusa, de una política de principios a una política pragmática.
La consigna ya no es Proletarios del mundo uníos sino Proletarios, países y
pueblos oprimidos del mundo uníos, que sigue siendo el sello de las
publicaciones maoístas aún hoy día. El acento ya no está en el proletariado
sino en los países y en las naciones; la forma de organización ya no es el
partido sino el frente. El antimperialismo sustituye al comunismo y el
revisionismo pasa de contrabando con más facilidad con su barniz
izquierdista.
El núcleo de las contradicciones tampoco se situaba ya en el interior del
imperialismo sino en las zonas intermedias donde la clase obrera
desempeñaba una función meramente auxiliar. La geografía sustituye a las
clases sociales: el viento del este prevalecía sobre el viento del oeste; la
contradicción principal es el sur contra el norte. Las colonias ya no eran la
reserva del proletariado en la lucha revolucionaria sino el destacamento de
choque más importante y, como había sucedido en China, el campo mundial
debe rodear a la ciudad mundial. Los comunistas chinos empezaron hablando
exclusivamente de los países coloniales y semicoloniales, de las luchas de
liberación porque era la época del auge descolonizador y las luchas de los
pueblos contra el imperialismo aparecían en un primer plano. Pareció que la
lucha de los pueblos coloniales era el ejemplo a seguir.

Pero el neutralismo de esta tesis era falaz porque conducía a unirse con unos
imperialistas para luchar contra otros imperialistas. Uno de los primeros
grupos maoístas franceses, el Centro Marxista-Leninista, llamará a votar a De
Gaulle en las elecciones presidenciales de diciembre de 1965. Liu Shaoqi
había enseñado que los comunistas chinos eran internacionalistas y
nacionalistas al mismo tiempo. Eso valía para cualquier imperialista de la
zona intermedia. Había que unirse a los imperialistas franceses, japoneses o
ingleses para luchar contra las superpotencias, y a veces incluso mejor: había
que unirse con los imperialistas estadounidenses contra los
socialimperialistas rusos porque éstos eran mucho peores que aquellos.

A partir de aquí sólo era posible el desvarío; en todas partes los


autodenominados maoístas no veían más que países coloniales, colonizados
o semicolonizados. Veían la paja en el ojo ajeno pero no la viga en el propio.
Sólo hay enemigos externos... y cuanto más lejanos mejor (menos
compromiso en la lucha de clases). Ese tipo de concepciones demanda un
frente nacional, la unidad de todos contra las dos superpotencias.

Sólo quedaba que los revisionistas chinos descubrieran su fachada


nacionalista, que no había aparecido con claridad a lo largo de la ruptura con
la Unión Soviética en la década anterior. Sin embargo, como se puso luego de
manifiesto, lo que subyacía también entonces era la defensa de los intereses
de la burguesía nacional china, esto es, los intereses particulares de China
como Estado. Los revisionistas chinos no habían tenido inconveniente en
adoptar ademanes puristas y defenderse de los soviéticos con todas las
armas ideológicas de las que podían echar mano. En 1949 se habían liberado
de los imperialistas y ahora les tocaba liberarse de los soviéticos. Se habían
aliado a los soviéticos para luchar contra los imperialistas y ahora tocaba
aliarse con los imperialistas para luchar contra los soviéticos. Sólo a partir de
1968 esos intereses nacionales aparecieron tal y como eran realmente.

Cuando Qiao Guanhua defendió públicamente las tesis del informe de Chai
Zemin en Bandera Roja apareció por primera vez la defensa de la soberanía
como un principio fundamental, un principio universal e intangible que inspira
la política internacional de China que, a partir de entonces, de forma
declarada, deja de ser una política de principios, una política de Partido para
convertirse en una política de Estado. La diplomacia china, a pesar de las
estridencias propagandísticas, se atiene al pragmatismo nacional más
estrecho. Aunque se reviste y justifica con principios ideológicos, siempre
priman por encima de todo los intereses particulares de China. Así se expresa
una nota interna de Nie Rongzhen de enero de 1968: Nuestra política
exterior, sin traicionar el mensaje revolucionario y su alcance, debe ser
esencialmente pragmática, evitando cualquier confrontación con Estados
Unidos que pueda provocar un choque frontal. Esta eventualidad perjudicaría
grandemente nuestros intereses.

Las ambigüedades de Mao crecieron durante una entrevista con K.Kaunda, el


presidente de Zambia, en febrero de 1974, donde aparecía una formulación
de los tres mundos que nada tenía que ver con consideraciones de clase sino
con factores más bien geoestratégicos ajenos al comunismo. Aunque
tampoco presentó la forma de toda una teoría, esa formulación fue repetida
en el mes de abril por Deng Xioping en un discurso ante la ONU. Pero fue el
informe político de Hua Guofeng al XI Congreso, celebrado en agosto de
1977, el que dio forma ideológica a lo que ya venía constituyendo una
práctica diplomática de la República Popular. Luego quedaba encuadrar todo
esto con forceps dentro del marxismo-leninismo, que es lo que trato de hacer
el artículo La teoría del Presidente Mao sobre la división en tres mundos:
enorme aporte al marxismo-leninismo, pubicado en el Diario del Pueblo el 1
de noviembre de aquel mismo año. La fachada puramente nacionalista de
China quedó entonces al descubierto.

Un Estado socialista no es un país al modo burgués, sino la forma que adopta


la dictadura del proletariado, que tiene un carácter clasista. Los comunistas
no hablamos en nombre de toda la población de un país sino sólo de la clase
obrera y de sus aliados políticos. Como escribió Lenin en 1921, cuando sólo
existía un país socialista, no reconocemos más que la existencia de dos
mundos: En la actualidad existen dos mundos: el mundo viejo, el capitalismo
que se debate en confusión y que jamás cederá, y el mundo nuevo que
crece, que es aún débil, pero que irá creciendo porque es invencible (IX
Congreso de los soviets de Rusia, OO.CC., tomo 44). Idéntico criterio repitió
Stalin: El mundo está resuelta e irrevocablemente dividido en dos campos: el
campo del imperialismo y el campo del socialismo [...] La lucha entre estos
dos campos constituye el eje de toda la vida contemporánea y determina
todo el contenido de la actual política interior y exterior de los representantes
del viejo y del nuevo mundo (Dos campos, OO.EE., tomo IV).

Pero según la teoría de los tres mundos, los países no se dividen conforme a
la naturaleza de clase de sus Estados respectivos, sino conforme al grado de
desarrollo de las fuerzas productivas, en subdesarrollados, desarrollados y
muy desarrollados. No existían países que trataban de construir el socialismo
sino países en vías de desarrollo. El tercer mundo lo conforman los países
subdesarrollados, dependientes y coloniales; en el segundo están los países
más avanzados, incluso aunque tengan naturaleza imperialista; y en el
tercero están las dos grandes superpotencias, la Unión Soviética y Estados
Unidos, que conforman el núcleo de riesgo para todos los demás países, los
enemigos más temibles. La teoría de Deng Xioping propugna, además, la
unión más estrecha de todos los pueblos del tercer y del segundo mundo
contra las superpotencias, especialmente contra la Unión Soviética. Muchas
organizaciones autodenominadas maoístas del mundo defendieron esta tesis,
que a nada les comprometía en sus respectivos países.

Todo esto demuestra el grado de descomposición al que había llegado el


movimiento comunista internacional, en cuyo nombre se estaban difundiendo
todo ese cúmulo de absurdos, consecuencia de la más absoluta falta de
principios y del asentamiento de la regla pragmática de que los enemigos de
mis enemigos son siempre mis amigos. Por el contrario, Lenin caracterizaba
el internacionalismo de la siguiente manera, bien simple: Alianza con los
revolucionarios de los países adelantados y con todos los pueblos oprimidos
contra todos los imperialistas, tal es la política exterior del proletariado (La
política exterior de la revolución rusa, OO.CC., tomo 25). Los imperialistas
son enemigos siempre y todos ellos, de manera que no son aceptables las
alianzas con unos para combatir a los otros. Enver Hoxha escribió muy
acertadamente:

Los enemigos de nuestros enemigos pueden ser nuestros verdaderos


amigos cuando están en una misma línea ideológica y política que nosotros.
Los enemigos de nuestros enemigos pueden ser nuestros aliados
provisionales acerca de algunas cuestiones, pero no debemos hacerles
concesiones en los principios, debemos ponerles en claro nuestra línea y
nuestros principios y no ocultárselos.

Los enemigos de nuestros enemigos pueden ser nuestros verdaderos


enemigos, y ser considerados y combatidos como tales los unos y los otros.
Las contradicciones entre estos dos campos de enemigos obedecen a una ley
indiscutible, son contradicciones ineluctables que nuestra lucha enconada,
fundada en los principios, consecuente y continua, exacerba y profundiza.
Debemos aprovecharlas, pero no ablandarnos y ser condescendientes con el
uno o el otro, ni caer en sus trampas o en su demagogia. Temo que los
camaradas chinos no tienen siempre una clara comprensión de estas
cuestiones (Reflexiones sobre China, pgs.101-102).

Una revolución que no es capaz de unirse a sus verdaderos aliados para


enfrentarse a sus verdaderos enemigos, está abocada al fracaso. Se estaban
encendiendo todas las alarmas. Acababa la revolución y comenzaban las
cuatro modernizaciones, el programa de desarrollo económico esbozado por
Zhou Enlai en 1974. No cabe duda de que un país tan atrasado como China
necesitaba modernizarse a marchas forzadas para ponerse a la altura de los
tiempos. Pero la Constitución de 1975 establecía la consigna de empeñarse
en la revolución y promover la producción, de manera que la primera parte
sólo existía en la teoría, en la letra muerta de una ley de la que nadie se
acordaba.

En China la revolución había perdido su impulso desde el final de la


Revolución Cultural, aunque no se evaporó de forma definitiva sino hasta la
muerte de Mao, ocurrida en Beijing el 9 de septiembre de 1976, cuando tenía
83 años de edad. Sólo un mes después de su muerte, los revisionistas dan un
golpe de Estado y encarcelan a la Banda de los Cuatro, haciéndose con las
riendas del Partido Comunista. Las cuatro modernizaciones de Zhou Enlai se
convirtieron en el programa de gobierno de su máximo exponente: Deng
Xioping. No había pasado un año de la muerte de Mao cuando se celebró el XI
Congreso, en el que Hua Guofeng pronunció el informe político, llamando a
administrar bien el país así como a alcanzar un gran orden. Naturalmente los
revisionistas ocultaban muy bien sus verdaderas intenciones, por lo que Hua
Guofeng, aunque veladamente da por concluida la revolución cultural, se
refiere a ella como la primera, aparentando que en el futuro habría sucesivas
revoluciones culturales. Nada más lejos de sus intenciones.

Mao se debió apercibir de la posibilidad de un riesgo de este tipo cuando


escribió:

Si la generación de nuestros hijos practicara algún día el revisionismo y


tomara el rumbo contrario, y si esto se produjera, incluso, en nombre del
socialismo, en realidad no sería otra cosa que capitalismo. En este caso, la
generación de nuestros nietos haría, con toda seguridad, una revolución con
el fin de derribar a sus padres, porque las masas no estarían contentas (Mao
íntimo, pg.180).

Estas palabras fueron proféticas. La generación de 1976 no tenía nada que


ver con la de 1949 y, en nombre del comunismo, se había enfangado por la
ruta contraria. Otros treinta años después, la generación de los nietos volverá
otra vez a la revolución porque no le quedará otro camino.

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