¿Qué los hace leer así?: Los niños, la lectura y las bibliotecas
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¿Qué los hace leer así? - Geneviève Patte
Bibliografía
1. Experiencias fundadoras
Algunos días de nuestra infancia, en la magia de nuestros juegos, para los más jóvenes de mis hermanos y hermanas nuestro jardín se transformaba en un pueblito. Un hermano atendía la tienda, otro la oficina de correos, la más pequeña atendía el café y yo la biblioteca. Ponía los libros en una banca de piedra. Cada libro llevaba un número y yo se los prestaba. Decenios más tarde, convertida en bibliotecaria en Clamart, volví a realizar los mismos gestos, que parecían olvidados. En un barrio difícil, todos los miércoles por la mañana instalábamos la biblioteca muy cerca del arenero infantil y yo ponía sobre un pequeño muro los libros que daríamos a conocer a los niños.
Muchos años después de aquellos juegos, al final de mi preparatoria, descubrí por casualidad en París, en el corazón del barrio latino, la primera biblioteca pública para niños, L’Heure Joyeuse [la hora alegre]. Me maravilló. Mi decisión estaba tomada: sería bibliotecaria para niños. Nunca me he arrepentido. Durante toda mi vida no he dejado de aprender, en Francia o en otros lugares; en un multifamiliar de los suburbios parisinos, en Clamart; en el extranjero, mediante las experiencias de pioneros a quienes he podido acompañar de diversas maneras, particularmente en países en vías de desarrollo. La mayor parte de mi vida profesional la he consagrado a La Joie par les Livres [la alegría por los libros],[1] creada en Clamart.
EL RENACIMIENTO DE LAS BIBLIOTECAS PARA NIÑOS
La historia de La Joie par les Livres la viví durante varios decenios, en equipo y en estrecha relación con la biblioteca para niños de Clamart, que constituyó su núcleo. A nuestra mecenas, Anne Gruner Schlumberger, debemos el hermoso destino de esta biblioteca y su influencia en Francia y en el mundo. La señora Gruner Schlumberger había recorrido el mundo entero. En los Estados Unidos, donde vivió durante mucho tiempo, pudo admirar el lugar que ocupan las bibliotecas públicas en la vida cotidiana de los niños y de las familias. Ella sabía que en Francia, a pesar de algunas excelentes iniciativas comenzadas cuarenta años antes, casi no existían las bibliotecas para niños, y tuvo la firme intención de apoyar su desarrollo en este país. Quiso iniciar un movimiento a su favor, construyendo, dando vida y visibilidad a una biblioteca que pudiera llegar a ser una referencia en ese campo, que atrajera la atención tanto de los poderes públicos como de los bibliotecarios y que revelara al público en general la riqueza de una institución de este tipo. Así, decidió crear una biblioteca ejemplar para niños. Anne Gruner Schlumberger me pidió asociarme a su proyecto y dirigirlo. Me interesaba. Su propuesta era entusiasmante, audaz.[2]
La biblioteca se instalaría en un suburbio que tenía reputación de ser difícil, la Cité de la Plaine, en Clamart. Algunos de sus habitantes nos predijeron las peores catástrofes: ¡Ah! Ya verán cómo son las cosas en los suburbios, van a sufrir destrucciones sistemáticas, robos y agresiones. ¿Vienen de París? Sepan que todos los días encontrarán reventados lo neumáticos de sus autos
. Los ministerios no nos dieron mejores ánimos. Para ellos, una biblioteca creada y administrada por una asociación civil no tenía garantía profesional. En la era audiovisual, proponer a los niños la lectura… ustedes no están en nuestro tiempo. Lo que les interesa a ellos es la televisión.
¿Acaso necesitábamos una valentía a toda prueba o un candor increíble para lanzarnos en una aventura como ésta? Lo que nos ofrecía Anne Gruner Schlumberger ciertamente era único: libertad para innovar y la oportunidad de poner en práctica lo aprendido durante mi largo periodo de formación en la Biblioteca Pública de Nueva York y que se sumaba a lo que había descubierto con entusiasmo en L’Heure Joyeuse de París.[3]
Las tres jóvenes bibliotecarias[4] asumimos plenamente y con entusiasmo la orientación definida por la fundadora. Nos unía una convicción común. Anne Gruner Schlumberger confió en nosotras, nos dio la libertad para inventar. De esta manera, la historia de la biblioteca de Clamart —y de La Joie par les livres— podía comenzar.
UN ACONTECIMIENTO EN EL CORAZÓN DE UNA UNIDAD
HABITACIONAL HLM[5]
A pesar de las reticencias expresadas aquí y allá, la apertura de la biblioteca, el 1 de octubre de 1965, es todo un acontecimiento para el público. La prensa nacional e internacional, la radio y la televisión lo difunden ampliamente y de inmediato. La revista Life, el Boletín de la UNESCO, Reader’s Digest, por mencionar sólo algunos de los grandes nombres de la prensa internacional, le consagran importantes artículos.
Pero, ¿qué hace tan particular a esta biblioteca? En primer lugar, su arquitectura. Es la primera vez que en Francia se construye una biblioteca para niños. El concepto arquitectónico está basado en un análisis preciso de la manera en que los niños de todas las edades se apropian de los espacios, conviven y circulan en total libertad. La arquitectura es bella y sencilla a la vez que audaz. Actualmente, el edificio es considerado un monumento histórico. Los niños del barrio se muestran sensibles a su belleza y a veces nos lo dicen: ¡Qué hermoso, y es para nosotros!
Implantar esta bella biblioteca en el centro de una unidad habitacional suburbana —que, además, se encuentra junto a un barrio de tránsito,[6] destinado a alojar a familias en dificultades— es algo que en ese entonces sorprende.[7] Más tarde, el conjunto será declarado zona de educación prioritaria (ZEP).[8] Esto hace que nuestra experiencia sea particularmente interesante y necesaria. En esa época, esos nuevos territorios, a pesar de la creciente importancia que tomaban, se encuentran generalmente olvidados por las instituciones culturales y por los planes de desarrollo. A mediados de los años sesenta no existe aún, que yo sepa, ninguna biblioteca en los barrios HLM. Únicamente se conoce la experiencia de Sarcelles, barrio emblemático, símbolo en Francia de un nuevo tipo de hábitat: en ese lugar, una pareja de empleados de correo ofrece gratuitamente un servicio de biblioteca en su departamento. Allí, los niños son bienvenidos.
La vida que se desarrolla en la biblioteca sorprende a los muy numerosos visitantes. Es cierto que en ese entonces en Francia aún se ignora el concepto mismo de las bibliotecas públicas para niños, tal y como existen desde hace decenios en los países nórdicos y anglosajones. Pero la biblioteca de Clamart ofrece más. Fortalecidos por la confianza que se les muestra, los niños asumen responsabilidades de manera espontánea. Algunos piden ser asistentes de bibliotecario
, para participar, entre otras cosas, en las tareas del mostrador de préstamo. Hacen sugerencias sobre la adquisición de libros y la organización de programas. En ocasiones, reciben y guían a los visitantes, a los recién inscritos. Tienen también a su disposición una verdadera imprenta para imprimir sus textos, como en las escuelas Freinet. Se les abre un taller bajo la responsabilidad de un artista. En este lugar de lectura, la expresión, la creación y la palabra viva tienen importancia. Desde la apertura de la biblioteca, el soporte audiovisual encuentra un lugar en ella.
Todo esto asombra a nuestros visitantes. Los niños descubren un modo original de convivencia, fundado en la confianza; un lugar donde pueden aprender sobre la libertad, la autonomía y el encuentro con el otro, sea niño o adulto. Los lectores de ese entonces nos lo dicen: la biblioteca transformó profundamente la vida del barrio.
CREAR UN MOVIMIENTO
Nunca quisimos encerrarnos en el estatus de una biblioteca excepcional, que desde la altura de su saber dictara al resto de los profesionales una manera de actuar. Lo esencial era mostrar lo que puede ser una biblioteca. Asimismo, nos pareció importante iniciar un movimiento nacional en torno a tareas a la vez concretas y fundamentales que invitaran a la reflexión. Aun antes de que la biblioteca abriera, invitamos a todas las buenas voluntades a reunirse a propósito del análisis y la selección de los libros.
Qué obras proponer a los niños, cómo tomar en cuenta sus aspiraciones: esto era el centro de nuestras responsabilidades. Había que leer, leer mucho, volver a leer, comparar, revisar lo nuevo, lo original, lo que no merece quedarse, lo que se puede hacer a un lado. En lo referente a lo que conocíamos de los niños, había que buscar las pepitas de oro, sus aptitudes, sus curiosidades, lo que los puede mover; es decir, participar en la construcción de su psique, en el enriquecimiento de su vida interior. La tarea de la selección nos incitaba a la escucha, a la observación de los niños, lo cual iluminaba nuestra reflexión que, compartida, se hacía más profunda. Por ello, en el análisis crítico de los libros dimos prioridad a la participación de los bibliotecarios que tenían contacto cotidiano con niños. Su experiencia era rica en enseñanzas. Bibliotecarios de toda Francia decidieron entonces reunirse cada mes en Clamart. Valoraban salir de su aislamiento para compartir sus análisis críticos y reflexionar juntos. Eran muy pocos, apenas una decena; pero el movimiento estaba en marcha.
Una cosa llevó a la otra: la riqueza de ese análisis crítico nos incitó a publicarlo. Así nació lo que más tarde sería La Revue des Livres pour Enfants [revista de libros para niños], que a la fecha continúa vigente.[9] Unánimemente, los bibliotecarios que participaban en ese trabajo de lectura crítica pidieron una capacitación sobre literatura infantil. Clamart
respondió, organizando programas de capacitación y, más tarde, de formación de capacitadores. Nuestros ciclos de conferencias multidisciplinarias interesaron a un gran público: periodistas, directores de colecciones, libreros, psicólogos y médicos, padres, trabajadores sociales, maestros de todos los niveles; todos descubrieron el interés de este dominio editorial. Se volvió necesario un centro de documentación, constituido esencialmente por un área de publicaciones y consulta de obras de referencia, a los que después se añadió un ejemplar del catálogo de la Biblioteca Nacional de Francia (el Dépôt Légal). Se instaló primero en un pequeño departamento del barrio de Montparnasse, en París, para convertirse luego en el Centro Nacional de Literatura Juvenil, hoy parte integrante de la Biblioteca Nacional de Francia (BNF). De esta manera, para crear, para avanzar, partimos de las experiencias cotidianas con los niños en torno a los libros.
En cuanto la biblioteca abre, todo se organiza; los bibliotecarios para niños tienen en Clamart un centro de encuentros y de discusiones donde se confrontan y se someten a reflexión todo tipo de temas emanados de la práctica, como el lugar que se debe dar a la animación, las relaciones con la escuela, los medios audiovisuales y los medios escritos, entre otros. Se trata de un verdadero laboratorio donde se exploran las múltiples estrategias de acceso a la lectura
.[10] Durante más de treinta años, en Francia, prácticamente todos los bibliotecarios interesados en la lectura en los niños se habrán capacitado en Clamart. También vienen muchos del extranjero, para observar.
Muchos son, en efecto, los bibliotecarios extranjeros que vienen a Clamart para efectuar sus prácticas. Durante los primeros años vienen por lo general de los países nórdicos, allá donde las bibliotecas públicas gozan de un gran desarrollo. Algunos deciden quedarse todo un año, a veces más tiempo. ¿Por qué manifiestan tanto interés en nuestra biblioteca? Cuando se les pregunta, responden que les gusta el entusiasmo que une al pequeño equipo y le permite proponer un servicio de calidad. Aprecian también el interés que se da a la relación individual con los niños, la importancia brindada a la calidad de los contenidos y de los encuentros; el lugar reservado a los talleres, al arte y a la expresión artística; las responsabilidades que asumen los jóvenes lectores en el seno de una casa-biblioteca. Aprecian la bienvenida que se da a las iniciativas y sugerencias de los niños, así como la flexibilidad de la organización administrativa de la institución, que les parece se ciñe a lo estrictamente necesario y da prioridad a lo que constituye el núcleo de nuestra profesión. Les gusta también la libertad de la cual gozamos, que nos ayuda a adaptarnos a las realidades y necesidades de la biblioteca y de sus diversos públicos. Los programas no se dictan autoritariamente desde arriba, sino que se conciben de acuerdo a las personas, el ambiente y el terreno, a la vez que se basan en una estricta reflexión.
Esto fue lo que despertó el gran interés de nuestros colegas extranjeros. Consideraban nuestra pequeña biblioteca como una pionera de nuestro tiempo, en la medida en que tomaba en cuenta las realidades vividas por los niños y sus familias en ese momento, para inventar y proponer nuevas formas de encuentro.
PARA LOS NIÑOS EL MUNDO
Muchos de nuestros visitantes manifiestaban un vivo interés por el acervo que ofrecíamos a los niños, a través del cual descubrían la asombrosa diversidad de sus gustos e intereses. Sin embargo, la biblioteca no se limitó a la literatura francófona; proponía también una hermosa y única colección de álbumes extranjeros en sus versiones originales.
Anne Gruner Schlumberger, una artista, tuvo la idea de abrir su biblioteca a lo mejor de la producción editorial internacional, no sólo para el gran placer de los niños del barrio, sino también para revelar a los creadores y a los editores las obras maestras del mundo entero. La primera tarea que se me confió fue la de constituir un importante acervo de álbumes extranjeros. A principios de los años sesenta, y después del periodo floreciente de los años treinta, la producción editorial en Francia estaba un poco marchita. En los Estados Unidos, por el contrario, se vivía la edad dorada del libro para niños, la de gente como Sendak, Lobel, Ungerer, Charlip, Lionni. En otras regiones del mundo Munari, Mitsumasa Anno, Trinka y muchos más revelaban maneras originales de dirigirse a los niños.
¿Cómo constituir correctamente este acervo internacional? ¿Me bastarían los catálogos de las casas editoriales y mis ocasionales visitas a las ferias del libro de Fráncfort, Leipzig y Bolonia? Eso no era suficiente. Me interesaba la recepción que los niños daban a los libros de calidad. Por ello, necesitaba los sabios consejos de bibliotecarios japoneses, suecos, italianos, checos, ingleses y muchos otros. Pedí su ayuda. Ellos tenían contacto cotidiano con los niños y eran verdaderos conocedores del arte del libro infantil. A cada uno le pedí que me diera a conocer sus diez mejores álbumes, clásicos o nuevos, dando prioridad a los preferidos de los niños. Me pareció interesante que los niños del barrio conocieran algunos de esos álbumes y cuentos que marcaban la vida de los pequeños y de sus familias más allá de nuestras fronteras.
En aquel tiempo, esos libros aún no estaban traducidos, pero recibíamos la traducción en inglés, el resumen o las ideas principales, para poder acompañar a los niños en sus descubrimientos. ¿Me lees un libro en extranjero?
Junto a ellos, viéndolos escoger ciertos álbumes y leerlos una y otra vez incansablemente, descubrimos maravillas y quisimos darlas a conocer ampliamente.
Este acervo de álbumes tan originales y los testimonios de los niños atrajeron a los visitantes. Editores, artistas, educadores de todo tipo venían a ver. Como algunos de sus colegas, el fundador de L’École des Loisirs[11] vino a consultarnos. Deseaba conocer los álbumes extranjeros particularmente preferidos por los niños. Años más tarde, el responsable de las ediciones Circonflexe decidió, por consejo nuestro, traducir un gran número de obras maestras. También los editores de novelas nos consultaban: Mumin, nacido en las tierras nevadas y rudas de Finlandia, ¿podría conmover con sus aventuras a los niños de Francia?
¿Iba a ser la biblioteca, a su manera, un tipo de observatorio vivo? Sin duda. Cuando me llaman para dar seguimiento a proyectos de servicios de lectura en países en vías de desarrollo, donde la producción editorial es irregular, propongo a mis interlocutores y a los niños con los que trabajan, algunos de estos álbumes que, aunque nacidos y editados en otras latitudes, representan bellas experiencias para los niños, cualquiera que sea su cultura. Es una manera de mostrar a los adultos la capacidad de los niños para saborear lo nuevo, lo original, lo que escapa a la mediocridad repetitiva, lo que se sale de los caminos trillados. Como he podido constatar con frecuencia, lo nuevo despierta también la atención de artistas que descubren lo interesante que es dirigirse a los niños. Así, las ediciones locales resultan estimuladas y enriquecidas.
UN TERRENO FÉRTIL
A lo largo de sus primeros años de existencia, la biblioteca de La Joie par les Livres se vio beneficiada por circunstancias favorables. Simultáneamente, nacieron L’École des Loisirs, que infundió un nuevo aliento a la edición infantil, y el importante grupo Bayard, que desarrolló una prensa para niños y jóvenes de una calidad excepcional.
En ese momento, Francia salía de la urgencia económica de la posguerra y la reconstrucción. Había fuertes mutaciones sociales y culturales. Se empezaba a hablar de la civilización del tiempo libre. La gente se interesaba por algo diferente de las necesidades inmediatas. Se daba importancia también al psicoanálisis y, de manera más general, había un nuevo interés por la infancia. La pedagogía no directiva despertaba un verdadero interés, con figuras como Carl Rogers, Ivan Illich, A. S. Neill. Se apreciaba la destacada pedagogía iniciada y desarrollada por Célestin Freinet, quien, en la escuela, concedía todo su valor a los cuestionamientos de los niños. Las obras de Janusz Korczak evocaban el principio y la realidad de las comunidades infantiles. La biblioteca no podía sino beneficiarse de estas corrientes que valoraban la curiosidad, los deseos de los niños y sus ganas de participar de manera responsable. El terreno era de lo más fértil.
Lo que me parecía importante en los inicios de la historia de Clamart es lo mismo que me guiaría en todos los proyectos a los que posteriormente daría seguimiento y apoyo, sobre todo en los países en vías de desarrollo que me lo han solicitado. Primeramente, la preocupación por estar allí donde la lectura no es algo común; preocupación aunada a la de siempre proponer lecturas y encuentros de la mejor calidad. Asimismo, la voluntad de dar prioridad a la esencia de la lectura al proponer ciertas condiciones como la libertad, la sencillez y hasta la intimidad en la relación con el libro. Se trata de dar toda su importancia a la mediación humana y de dar a conocer a públicos muy amplios el fruto de nuestras experiencias.
La apertura al mundo siempre me ha parecido necesaria para los niños y sus familias, pero también para nuestra propia reflexión. Ya he hablado de nuestros intercambios con bibliotecarios escandinavos y estadunidenses durante sus largas estancias en Clamart. Personalmente, he participado activamente en dos organizaciones internacionales, IBBY e IFLA,[12] en las que he tenido responsabilidades durante muchos años. Fue así como puse mi atención en algunas experiencias nacidas en los países en vías de desarrollo.
ENFOQUES MILITANTES EN TODO EL MUNDO
Experimenté un momento crucial en mi vida profesional al participar en un encuentro internacional (IFLA/UNESCO), que tuve la oportunidad de organizar. Por vez primera, se proponía un seminario de una semana sobre los servicios de lectura para niños y jóvenes en países en vías de desarrollo. Fue en Leipzig, en la República Democrática Alemana, en 1981.[13] Allí se pudo escuchar la palabra auténtica de quienes trabajaban en el seno de comunidades olvidadas. Aprendí mucho de sus iniciativas, nacidas de fuertes convicciones y de rigurosas reflexiones. Procedentes de países lejanos, éstas iniciativas me ayudaron considerablemente en mi práctica y en mi reflexión de bibliotecaria en Francia. A mi juicio, algunas de ellas tienen un carácter verdaderamente pionero.
Todos los participantes y los ponentes invitados a ese seminario provenían de países en vías de desarrollo. Así lo habíamos decidido. En aquella época, se trataba de una gran primicia. Con demasiada frecuencia, los ponentes en este tipo de seminarios provenían de países desarrollados, en los cuales las bibliotecas existían desde hacía mucho tiempo y, de alguna manera, dictaban un modo de proceder. En Leipzig, aquellos que por su pensamiento y su experiencia marcaron profundamente el encuentro daban testimonio de una verdadera y sólida práctica de campo. En su mayoría, tenían la preocupación de llegar sin demora a comunidades que por diferentes razones no eran tomadas en cuenta o no obtenían recursos de las instituciones públicas. En lugar de seguir modelos prefabricados, apresuradamente considerados como universales, ellos decidían acercarse a la gente, tomando en cuenta las realidades de su medio, sus condiciones de vida, sus culturas, sus expectativas. En tales situaciones, se escucha, se intercambia, se dialoga, se solicita la participación de las personas. Esto presupone salirse de las costumbres, de la rutina, y exige el compromiso personal de los bibliotecarios.
Apasionados por la justicia, esos bibliotecarios eran militantes. ¿La lectura no debería ser accesible para todos? Lectores convencidos, sabían por experiencia que la lectura puede constituir una apertura y un factor de liberación que ofrece la distancia necesaria para un mejor control de la propia vida. Rechazando todo dominio ideológico, estos bibliotecarios manifestaban un respeto infinito por las personas y por su libertad. Deseaban compartir lo mejor. El núcleo de su labor se centraba en la indispensable mediación humana entre las personas y las obras. Sus prácticas alimentaban una reflexión en perpetuo movimiento.
Las acciones que descubrí solían llevarse a cabo con recursos muy modestos, pero siempre con una gran exigencia en cuanto a calidad, y con mucha inteligencia. El sentimiento de urgencia los incitaba a actuar sin esperar hipotéticos fondos. La biblioteconomía puede esperar. Los niños no.
Es lo que nos decían estos militantes de la lectura. Además, esa forma de trabajo a pequeña escala permite infiltrarse dondequiera.[14] Así, las proposiciones no intimidan y cada uno puede sentirse invitado a participar.
En estos encuentros, estas voces nuevas se expresan y me complace que sean escuchadas por los responsables de las redes de bibliotecas de sus países, por los encargados de la capacitación y los responsables de las escuelas de bibliotecarios, pues es necesario reconocer y adoptar estos enfoques en cualquier red de bibliotecas.
Fue notable la diversidad de las acciones reveladas durante este seminario, porque en lugar de corresponder a un modelo uniforme, se inspiraban en las realidades locales, en las personas allí conocidas. Se trataba, pues, de un verdadero caleidoscopio de iniciativas y realizaciones. Estaban, por ejemplo, las pequeñas bibliotecas portátiles instaladas en los mercados y en otros lugares de encuentro; o las bibliotecas a domicilio en Zimbabue, abiertas por las madres de familia, hábiles contadoras de historias que invitaban a los niños del barrio al gozo de escuchar cuentos y de descubrir álbumes. También estaban los estudiantes bibliotecarios que, como los hombres-libros de Fahrenheit 451,[15] recorrían las regiones rurales de Tailandia, narrando las más bellas historias, presentando los más bellos álbumes a todos aquellos que estuvieran privados de libros y de bibliotecas. Somboon Singkamanan, profesor de biblioteconomía en una universidad de Bangkok, propuso así a sus estudiantes experiencias de campo inéditas. He aquí algo para reflexionar. Les recomendaba: "don’t stick to the theory, let the theory stick to you" [no se aferren a las teorías, dejen que las teorías lleguen a ustedes].
Estos pequeños logros pueden fácilmente multiplicarse. Se basan más en las convicciones que en grandes medios financieros. Lo importante es avanzar juntos y reflexionar siempre sobre estas acciones. Lo importante también es encontrar sitio para ellas en el seno de las bibliotecas públicas, lograr su reconocimiento. Porque la atención que se pone en las acciones marginales es lo que permite que la institución avance en su totalidad. Todos tienen la necesidad de conocer y reconocer al otro para caminar juntos, en beneficio de todos sin excepción.
Cuando estos programas nacen fuera de la biblioteca como institución, ¿cómo puede ésta integrarlos? ¿Cómo darles la solidez necesaria? ¿Cómo hacer que la biblioteca pública, que se dirige a todos y dispone de