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Santo Tomas de AQUINO Biblioteca de Obras Maestras del Pensamiento Deleute | y de la esencia Traduccién: Mons. Luis Lituma P. Y ALBERTO WAGNER DE REYNA Del reino Traduccién: Antonio D. Turst LOSADA N 4 NI N N EDITORIAL LOSADA BUENOS AIRES Titulos de los originales latinos: De ente et essentia. De regno ad regen Cypri ¥* edicién en Biblioteca de Obras Maestras del Pensamiento: agosto 2003 © Editorial Losada, S.A. Moreno 3362, Buenos Aires, 1940, 2003 Distribucién: Capital Federal: Vaccaro Sénchez, Moreno 794 - 9° piso (1091) Buenos Aires, Argentina. Interior: Distsibuidora Bertrin, Av. Vélez Sésfield 1950 (1285) Buenos Aires, Argentina. ‘Composicién y armado: Taller del Sur ISBN: 950-03-9259-3 Queda hecho el depésito que marca la ley 11.723 Marca y caracteristicas grficas registradas en la Oficina de Patentes y Marcas de la Nacién Impreso en Argentina Printed in Argentina Presentacion Las dos obras que aqui presentamos forman parte de los lamados Optisculos filoséficos de Tomds de Aquino. Se trata de piezas bre- -vescuyo miimero la crltica ha ido depurando y devariadas temas dis- tintas fechas de composicién por parte de Tomds. 51 De ente et essen- tia es una de las primeras piezas gue Toms conpone luego dela oblen- cién del titulo de Bachille Sentenciario en la Universidad de Parts en 1254 y se trata de una exposicién de los principales temas de la meta- ‘fisica aristotélica con el apoyo de los comentadores drabes y judtos. El De regno, en cambio, etd compuesto durante u segundo magisterio ox Parls,y en €l trata de conciliar la coneepcién politica de la tradicion ‘medicual con los principios naturalists arstotflcos tal como los le en la Btica y laPolitica de Aristétles, EI De ente et essentia es reedi- ibn de la version aparecida en esta Editorial en la coleccin gue diri- ‘55 Francisco Romero. El De regno es una versiin nueva hecha sobre el texto anténtico de Tomas de Aquino, (7) Schneider, J. H.Ju “La filosofia politica en el De regno de iJ. HJ fom de Aquino”, Patstin t Mediaeoalia, xxv 2203), Ullmann, W., Principios de gobierno y politica en la Alianza, Madrid, 1983. eeiedetetanetert [58] Prélogo Mientras pensaba yo qué ofrecer digno de la excelencia re- giay acorde con mi profesién y deber, se me ocurtid preferen- temente escribir a un rey tun libro sobre el rsino; en el cual pue- da exponer con diligencia el origen del reino y lo que atafe al deber del rey, dé acuerdo con Ia autoridad de las Sagradas Es- ‘rituras, Ja doctrinas de loé filésofos y los eemplos de los prin- cipes dignos de elogio, esperando contar, junto con la facultad dde mi propio ingenio, para el comienzo, la continuacién y la terminacién de la obra, con el aunilio de aquel que es Rey de reyes y Sefior de los que dominan, por quien reinan los reyes, Dios Sefior magno y rey magno por sobre todos los dioses.. (59) CarITULO 1 Qué se significa con el término de rey Como comienzo de nuestro propésito conviene exponer qué se entiende con el término rey. En todo lo que se ordena a algin fin, en tanto avanza por diversos caminos, se necesita algin dirigente por el que directamente alcance el fin corres- pondiente. En efecto, una nave que recibiera el impulso de di- ferentes vientos hacia lugares diferentes, no aleanzaria el fin previsto, sino es ditigida hacia el puerto por la habilidad del capitén, Ahora bien, es propio del hombre algiin fin hacia el cual esté ordenada toda su vida y su accién, puesto que es al- guien que obra mediante el entendimientc, cuyo obrar es ma- nifiesto por su fin. Pero sucede que los hombres avanzan hacia cl fin pretendido de distintas maneras, cosa que la misma di- versidad de afanes y acciones humenas hace evidente. Por con- siguiente, precisa el hombre alguien que Ic dirija hacia el fin. Cada hombre tiene naturalmente en su interior la fuz de 1a raz6n, para con la cual en sus actos dirigitse hacia el fin. ¥ si le conviniera al hombre vivir en soledad, como a muchos anima- les, no precisarfa de nadie que lo dirja al fin, sino que cada uno por su cuenta seria rey de si mismo bajo el sumo Rey Dios, por- que por la luz de la razén, de origen divino, podria dirigirse a si mismo en sus actos. Pero corresponde al hombre que sea un ani- mal social y politico, que vive en una multitud ms atin que to- dos los otros animales; lo que, por cierto, su necesidad natural 63] revela. En efecto, a los otros animales la naturaleza les deparé la comida, sus pieles, su defensa, como colmillos, cuernos, garras al menos velocidad para la fuga. El hombre, en cambio, esté des- Provisto de estos recursos dados por la naturaleza, pero en lugar de todos ésos, le fue dada la razén por la cual pudiera, median- te el trabajo de sus manos, obtener todas esas cosas. Para obte- ner todas ésas un solo hombre no se basta, pues un solo hom- bre por si no podria pasar su vida con suficiencia; en consecuen cia, ¢s natural al hombre vivir en sociedad de muchos. ‘Més atin, a los otros animales les es insita una habilidad na- taral respecto de todas las cosas que les son titles o nocivas, co- mo la oveja naturalmente estima al Jobo como enemigo; inclu 30 algunos animales por su habilidad natural conocen ciertas hiierbas medicinales y otras necesarias para su vida. En cambio, el hombre tiene sélo en comtin el conocimiento natural de esas ‘cosas que son necesarias para su vida, de modo que valiéndose de &i, por medio de la razén, puede, a partir de los principios naturales, llegar al conocimiento de las cosas particulares que son necesarias para la vida humana. Es, pues, imposible que un solo hombre alcance todas esas cosas por medio de su razén; en consecuencia, le es necesario al hombre vivir en multitud, de modo que uno ayude al otro, diversos se ocupen en investigar diferentes cosas por medio de su razdn, por ejemplo, uno la medicina, otro otra cosa y otro otra cosa diferente. Incluso esto es manifiesto con toda evidencia por el hecho de que es propio del hombre el uso del habla, por la cual un hombre puede expresar a otros su pensamiento de manera ca- bal. Ciertamente algunos animales expresan mutuamente sus asiones en comiin, como el perro su ira por medio del ladri- do, y otros animales algunas pasiones de diferentes modos; en- tonces el hombre es més comunicativo para otro hombre que cualquier otro animal gregario que pueda verse, como la gru- lla, la hormiga y la abeja. Por lo tanto, al considerar esto Salo- én dijo: “Es mejor ser dos que uno, pues tienen la ganancia de la sociedad mutua” (Eclesidstic 4, 9). Entonces, si ¢s natural al hombre vivir en sociedad de mu- chos, es necesario que entre todos haya algo por lo que la mul- [64] titud se rja. En efecto, sobresaliendo muchos hombres y pre- Viéndose cada uno aquello que es para él apto, la multitud se ispersaria en diversos grupos a no ser que ecistiese, ciertamen- fe, algo que tenga el cuidado de lo que compete al bien de la sultitud, como el cuerpo del hombre y de cualquier animal se Gesvaneceria a no ser que exista alguna fuerza regitiva comin én el cuerpo, que tienda al bien comtin de tedos sus miembros. Considerando lo cual dijo Salomén: “Donce no hay goberna- doz, el pueblo se dispersaré™ (Proverbios 11, 14). ; Yello sucede razonablemente. En efecto, no es lo mismo Jo que es propio y lo que es comin; pues segiin Io propio los hombres dificren, mas segtin Io comin se anen. Pues son di- versas las causas de los diversos efectos; en consecuencia, con- viene que, ademés de lo que mueve al bien propio de cada tino, exista algo que mueva al bien comiin de los muchos. Por testo también en todas las cosas que se ordenan en una tinica direccién, se encuentra algo que rige a otro. En efecto, en el tuniverso de los cuerpos los otros cuerpos son regidios por el pri mer cuerpo, a saber el celeste, segin el orden cierto de la pro- videncia divina, y todos los cuerpos, por Ia criatura racional. Inchiso en el hombre individual el alma rge al cuerpo, y entre las partes del alma la irascible y la concupiscible son regidas por la azn. Eigualmente entze los miembros del cuerpo uno es el principal, el que mueve a todo lo demés, sea el corazén sea la cabeza. Conviene, en consccuencia, que exista en toda multitud algo regitivo. Ahora bien, sucede, en las cosas que se ordenan aun fin, «que avanzan ya recta ya no rectamente; pot ello también en el gimen de una multitud se encuentra uma direcci6n recta y otra no recta. Cada cosa se dirige rectamente cuando se condv- ce al fin conveniente, y no rectamente cuando se conduce al fin no conveniente. Mas es diferente el fin conveniente de una multitud de libres y el de siervos; pues libre es quien es causa de si mismo, y siezvo el que, lo que es, lo ¢s por otro. Enton- ces, si una multitad de libres es ordenada por quien Ia dirja al bien comtin de la multtad el régimen serdcecto y justo, como conviene a libres. En cambio, si ef régimen no se ordena al [65] bien comtin de la multitud sino al bien privado de quien dir ge, el régimen serd injusto y perverso; de aqui que el Sefior amenace a tales dirigentes diciendo por medio de Ezequi “Ay de los pastores que se apacientan 2 si mismos -como si di- jera: a los que buscan su propio provecho-, éacaso no son los rebafios los que deben ser apacentados por los pastores?” (Eze- guiel 34, 2). Ciertamente, los pastores deben buscar el bien del rebafio, y cada dirigente el bien de la multitud a él sujeta. Entonces, si el xégimen injusto fuera por uno solo que bus- que en el régimen su propio provecho, no el bien de la multi- tud a él sujeta, tal dirigente se llama tirano, nombre derivado de una palabra que significa fuerza, porque con su poder opri- me, no rige con justicia; de aqui que también entre los anti- {guos llamasen tiranos a algunos poderosos. En cambio, si el ré- ‘gimen injusto fuera no por uno sino por varios, silo es por po- cos se llama oligarquia, esto es el principado de unos pocos; cuando, por ejemplo, los pocos oprimen a la plebe por medio de las riquezas, diferenciindose del tirano solamente en su plu- ralidad. Si el régimen injusto es ejercido por muchos, se llama democracia, esto es el poderfo del pueblo, cuando, por ejem- plo, el pueblo més plebeyo oprime a los ricos por medio del poder de la multitud, Por cierto, asi también el pueblo todo se- x4 casi como un tinico tirano. Similarmente también conviene distinguir al régimen jus- to. En efecto, si se administrara por una determinada multitud, se lo llama con el nombre comiin de politia, como cuando una multitud de militares domina en una ciudad o en una confede- racién. En cambio, si se administrara por unos pocos, virtuo- 308 por cierto, tal égimen se llama aristocracia, esto es el pode- sfo dptimo o de los éptimos, quienes por ello se dicen optima- tes, Siel régimen justo compete a uno solo, ése es llamado con propiedad rey. De aqui que el Seior por medio de Ezequiel di- ga: "Mi siervo David serd rey sobre todos y tinico pastor de to dos” (37, 24). Lo cual sefiala de manera manifiesta que la raz6n del rey es que sea uno que presida y que sea un pastor que bus- ca el bien comin de la multitud y no el suyo. Ahora bien, como ai hombre atafie vivir en multitud, por- (66) age no se basta a s{ mismo de lo necesatio para la vida si per Geecierasolitario, conviene que tanto sea mas perfecta la so- Tedad de la multitud, cuanto ms suficiente sea por si para lo- ‘lo necesario para la vida, Se da cierta suficiencia de vida en oi familia de una casa, a saber, lo que hace a los actos natu- wiles de mutricién, goneracién de la prole y ctxos por el estilo; th un villorio, lo que compete a un tinico oficios y en la cu- Ged, que es la comunidad perfecta, lo que haze a todo lo nece- ario para la vidas pero més ain en una con‘ederacién, por la necesidad de Tucha y auxilio mutuo contra los enemigos. De qui que quien rige una comunidad perfects esto es una clue dad o una confederacién, se llama rey por antonomasia; el que rige una casa, no se dice rey sino patefamilies; con todo, guar- da cierta similitud con el rey, por lo que a veces los reyes son llamados padres del pueblo. De lo dicho, entonces, es evidente que el rey ¢s quien, tni- co, rige la multitud de la ciudad o la confedsraci6n y en favor del bien comin. De aqui que Salomén diga: “El rey manda aque toda la tierra le sirva” (Eelesidstico 5, 8)- [67] CariruLo 2 Qué conviene més a la ciudad o confederacién, ser regida por muchos o por un nico dirigente Con esas premisas es preciso inquirir qué conviene més a a confederacién o ciudad, si ser regida por muchos 0 por uno. Y esto puede considerarse a partir del fin mismo del régi- men. La intencién de cualquier dirigente debe encaminarse esto, a que procure la salvacién de lo que ha aceptado regir; en efecto, es propio del capitin llevar la nave, conservandola ile- sa contra los peligros del mar, hasta el puerto de la salvacién, Yd bien, la salud de una multitud asociada, consiste en que se conserve su unidad que se llama paz; removida la cual, perece la utilidad de le vida social; mas todavia, la multitud al disen- tir se vuelve una carga para s{ misma. Entonces, esto es alo que méximamente debe tender el dirigente de una multitud, a pro- curar la unidad de la paz; no delibera rectamente si no pacifi- ca la multitud a él sujete, como tampoco el médico, si no sana al enfermo a él encomendado. En efecto, nadie debe deliberar acerca del fin al cual debe tender, sino de esas cosas que hacen al fin. Por ello el Apéstol, encomendada la unidad del pueblo fiel, dijo: “Procurad conservar la unidad del espiritu en el vi culo de la paz” (Efisios 4, 3). Entonces, cuanto més eficaz sea un régimen para conservar la unidad de la paz, tanto més seri Stil; pues llamamos mis util a lo que lleva mejor hacia el fin [68] ¥ es manifiesto que puede lograr mejor la unidad de la paz quello que es por si uno que muchos, como es mucho més efi- az la causa de la calefacci6n que lo que es por si célido. En- tonces, es més ttl el régimen de uno que el de muchos. "Mas atin, es manifiesto que de ningin modo podrian mu- chos dirigir una multitud si disintieran totalmente; entonces, se requiere en la pluralidad una cierta unién para que puedan re girde algén modo, porque muchos no podrian llevar la nave a Signa parte a no ser que cstuvieran unidos de alguna manera. Se dice que muchas cosas estén unidas por su aproximacién a Jo uno; entonces, es mejor que rija uno que muchos estando cerca de fo uno. ‘Ahora bien, aquellas cosas que se disponen segiin la natu- raleza son éptimas, pues en los singulares la naturaleza obra lo aque es dptimo. ¥ todo régimen natural es por uno: en efecto, cen los muchos miembros hay uno que mueve de manera prin- cGpal: el corazén; en las partes del alma una capacidad preside principalmente: la raz6n; en las abejas hay una sola reina, y en todo el universo un tinico Dios creador y rector de todas las co- sas. ¥ esto es razonable; pues toda muitited se deriva de uno. Por lo cual, si las cosas que son segtin el arte imitan a las que son segiit la naturaleza, y tanto mejor es la obra de arte cuan- to més se asemeja a la que esté en la naturaleza, es necesario que en la multitud humana sea lo éptimo lo que es regido por uno. Y esto es evidente también por experiencia. Pues las confe- deraciones 0 ciudades que no son regidas por uno padecen di- sensiones y sin paz, vacilan, al punto de que parece cumplirse lo que el Seftor por medio del profeta se queja diciendo: “Mu chos pastores han arruinado mi viia” Yerentas 12, 10). Y, por elconttatio, ls confederaciones y ciudades que son regidas por un rey gozan de paz, florecen por la justicia y se alegran por las riquezas; de aqui que cl Sefior haya prometido a su pueblo, por medio de los profetas, como un gran obsequio, que colocaria sobre ellos una tinica cabeza y que “habria un solo principe en medio de ellos” (Ezequiel 34, 24). [69] CapiTULO 3 Que el régimen del tirano es pésimo Asi como el xégimen del rey es éptimo, asi el régimen del tirano es pésimo, Por cierto, la democracia se opone ala poli- tia, ¥, como es evidente por lo dicho, uno y otto son regime- nes enfientados, ejercidos por muchos; la oligarquia se opone al aristocracia, y uno y otro, enfientados, son ejercidos por poces, y el reino, al tirano, y uno y otto, enfientados, son ejer cidos por uno solo. ¥ que el reino sea el régimen Sptimo se de- muestra antes que nada; pues silo pésimo se opone a lo épti- mmo, es necesario que la tiranfa sea lo pésimo. "Ademds, la virtud unida es més eficaz para producir su efecto que estando dispersa 0 dividida; en efecto, muchos en colaboraciSn al mismo tiempo consiguen arrestrar lo que es tando divididos no podria ser arrastrado por cada uno por st parte en forma individual. Entonces, asf como es més itil que Ja virtud que obra hacia el bien sea una unidad, a fin de que sea mas virtuosa para obrar el bien, asi es més nocivo si la vir tud que obra el mal sea una antes que divicida, En efecto, la vVrtud del que preside injustamente obra al mal de la multitud mientras tuerce el bien comtin de la multitud hacia su bien propio. Asi entonces, como en wn régimen justo cuanto el que dirige sea una unidad tanto es més itil el régimen, como el re [70] no es més titil que la aristocracia y la aristoctacia que la politia, ix por el contrario se dard también en un ségimen injusto que Guanto el que dirige sea una unidad tanto es més nocivo. En- fences, es més nociva la tirania que la oligarquia y la oligarqufa que la democracia. ‘Més atin, un régimen se convierte en injusto por esto, por- que, habiéndose despreciado el bien comin de la multitud, se fusca el bien privado del dirigente; entonces, cuanto més se aparte del bien cozain tanto es el régimen mas injusto. ¥ més ge aparta del bien comin en la oligarquia, 2n la cual se busca ‘albien de unos pocos, que en la democtacia, en la cual se bus- a el bien de muchos; y todavia mds se aparta del bien comin en la tiranfa, en Ia cual se busca el bien de uno solo; en efecto, esti més préximo a la universalidad lo mucho que lo poco, y Jo poco que lo uno solo; entonces, el régimen del tirano es el nds injusto. 'Y, a la vez, esto es manifiesto al consi¢erar el orden de la divina providencia que lo dispuso todo de manera éptima. Pues el bien proviene, en las cosas, a partir de una causa per- fecta, estando todas casi como anudadas las causas que pueden ayudar al bien; en cambio el mal proviene en cada cosa pun- tualmente, a partir de defectos particulares. En efecto, no hay belleza en un cuerpo a no ser que todos sus miembros estuvie- ran bien dispuestos; y Ia fealdad resulta de cualquier miembro que se encuentre desproporcionado. Y asi la fealdad proviene de muchas causas diferentes, y la belleza, ce una causa perfec- ta, de un solo modos y ast se da, en todo Jo bueno y lo malo, tal como Dios lo haya provisto, el hecho de que el bien a par- tir de una tnica causa sea més fuerte y el mal, a partir de mu- cchas causas, sea més débil. Entonces, conviene que el ségimen justo sea solo de uno para que sea més fuerte; y si el régimen se separa de la justicia, conviene més que sea de muchos, para aque sea mas débil y esos muchos se obstacalicen mutuamente. Entonces, entre los regimenes injustos el mis tolerable es Ia de- mocracia y ol pésimo la tirania. Lo mismo también es manifiestamente evidente si uno considera los males que provienen de los tiranos; ya que, de (7) hecho, el tirano, habiendo despreciado el bien comin, busca uno privado, se sigue que oprima alos sibditos de diversas ma- neras, segiin se subordine a las diversas pasiones para tratar de alcanzar algunos bienes. En efecto, quien esté sometido por la pasién de la codicia, roba los bienes de los stibditos; de aqui que Salomén diga: “El rey justo construye la tierra, el avaro la destruicé” (Proverbios 29, 4) Si se subordinara a la pasidn de la ira, derrama sangre por cualquier pretexto; de aqui que se diga por medio de Ezequiel: “Sus principes estin en medio de ella, como lobos que artebatan la presa para desramar sangre” (22, 27), Entonces, que haya que huir de este régimen lo advierte Salomén diciendo: “Mantente lejos del hombre que tiene el poder de matar” (Edlesidstico 9, 18), casi como si dijera: no por {a justicia sino que mata por poder, por capricho de su volun- tad. As{ entonces, no puede haber seguridad alguna, sino que todas las cosas son inciertas cuando se aparta del derecho; ni puede haber algo firme, colocado como esti en Ja voluntad del tirano, por no decir en el capricho. Y no sélo oprime a sus stibditos en lo corporal, sino tam- bién impide sus bienes espirituales. Porque quienes desean gurar antes que ser titiles, impiden todo progreso de los stbdi- tos, sospechando que toda excelencia de parte de los sibditos seria perjudicial para su injusta dominacién; en efecto, para los tiranos los buenos son mis sospechosos que los malos, y siem- pre la virtud ajena les parece espantosa. Entonces los tiranos descriptos se esfuerzan por que sus sibditos no alcancen el es- piritu de una magnanimidad de virtuoso efecto ni destruyan su injusta dominacién. Se esfuerzan también por que entre los siibditos no se afirme una relaci6n de amistad y gocen entre si de la ventaja de la paz, al punto de que, mienttas uno descon- fia de otro, no puedan demoler su dominio. Por lo cual siem- bran discordias entre los mismos silbditos, alimentan las que hhan surgido y prohiben todo aquello que ataiie a reuniones en- tre los hombres, como fiestas de bodas, banquetes y otras se- mejantes en las que suele gencrarse entre los hombres familia ridad y confianza. Se esfuerzan también por que no surjan po- derosos 0 ricos, porque sospechan que sus stibditos, por su pro- [72] pia experiencia, ya que ellos hicieron lo mismo, utilicen el po- ‘der y las riquezas para perjudicarlos, asi temen que el poder y Jas riquezas de sus sibditos se les vuelvan nocivos. De aqu{ que en Job se diga sespecto del tirano: “El sonido del terror siempre esti en sus oidos, y cuando hay paz.-o sea no habiendo nadie jue intente un mal en su contra- él siempce sospecha traicio- nes” (15, 21). Por esto sucede que, como los que presiden, que deberian inducir a los sibditos a las virtudes, recelan de la virtud de sus sibditos y, en cuanto pueden, la impiden, se encuentran pocos virtuosos bajo los tiranos. Pues, segtin la opinién de Aristoteles (Erica a Nicémaco WIL, 11, 1116 a 20) junto 2 aquellos los hom- bres valientes se encuentran, junto a los cuales son honados co- mo muy valientes; y Cicerén dice: “Yacen siempre y con poco vigor aquellas cosas que entre todos son detaprobadas” (Dispu- tas tusculanas |, 2, 4). También es natural que los hombres que se hayan nutrido del temor degeneren hasta un 4nimo servil y se vaelvan pusilénimes para cualquier obra vill y esforzada; cosa que es evidente por experiencia en las confederaciones que estu- vieron bajo tiranos largo tiempo; de aqui que el Apéstol diga a los colonenses: “Padres, no provoquéis ind gnacién a vuestros hijos para que no se vuelvan de énimo pusilinime” (3, 21). ‘Considerando estos dafios de la tirania dice el rey Salomén: “Por los reyes impios suceden las ruinas de los hombres” (Pro- verbios 28, 12), porque los stibditos de los tiranos, por causa de su maldad, se apartan de la perfeccién de lasvirtudes. Y después dice: “Cuando los impios asumieren el principado, ello hard Ilorar a los pueblos” (op. cit. 29, 2), ya que vuelven a la servi- dumbre; y después: “Cuando se levantaren los impios, se escon~ derin los hombres” (op. cit. 28, 28), para evadir la crueldad de los tiranos. ¥ no es de admirar que el homb:e que preside apar- tado de la razén y segtin el capricho de su énimo no difiera de tuna bestia; de aqui que Salomén diga: “Un leén rugiente y un 050 hambriento, eso es el principe impio sobre el pueblo po- bre® (op. it. 28, 15); y por ello de los tiranos se esconden los hombres como de bestias salvajes, pues lo mismo parece ser es- tar sujeto a un tirano y ante una bestia voraz, prostemado. (23] CapiruLo 4 Por qué motivo se les vuelve odiosa la dignidad regia a los stibditos Asi pues, ya que el régimen dptimo y el pésimo se dan en Ja monarquia, esto es en el principado de uno solo, a muchos, por cierto, a causa de la maldad de los tiranos, la dignidad se les vuelve odiosa; algunos, deseando el régimen del reino, caen bajo la servidumbre de los tiranos so pretexto de a dig- nidad regia. Un ejemplo de estos casos aparece, en forma evidente, en Ja reptiblica romana. En efecto, habiendo sido expulsados los reyes por el pueblo, ya que no podian soportar la pompa de los reyes, 0 mejor de los tiranos, instituyeron cénsules y otros ma- gistrados por los cuales comenzaron a ser regidos y dirigidos; éstos quisieron cambiar el reino por una aristocracia, y, como refiere Salustio: “Es increible recordar cuinto crecié la ciudad de Roma en poco tiempo tras haber recobrado a libertad” (La conjuracién de Catilina VI, 7). Pues la mas de las veces sucede que los hombres que viven bajo un rey se esfuerzan menos por l bien comin, como si pensasen que lo que invierten para el bien comiin no sevierte en ellos mismos, sino en otro bajo cu yo poder ven que se hallan los bienes comunes. Mas cuando ven que el bien comiin no esta bajo el poder de uno solo, no atienden al bien comtin como algo que es también de otto, si- [74] no que cada uno tiende a él como a algo propio; de aqui que fe vea por experiencia que una sola ciudad acministrada por di- rigentes elegidos anualmente puede més que cualquier rey, ‘manque posea éste tres o cuatro ciudades tales como ésa; y una Servidumbre liviana ejercida por los reyes se soporta més psa Gamente que las grandes cargas si fueran impuestas por la co mnunidad de los ciudadanos. Lo cual se observé en el progreso de Ia reptiblica romana. Pues la plebe se alistaba en la milicia y se desprendia de sus dineros en favor de los soldados; y cuan- do el dinero entregado no'era suficiente para el eratio comin, *yendian para uso piiblico los bienes privados al punto de que, ademés de los anillos de oro y las insignias personales que eran Jos simbolos de su dignidad, el senado mismo se quedaba sin nada de oro” (Agustin de Hipona, La ciudad de Dios 111, 19). Con todo, se agotaban por las continuas discordias que ter- minaron en las guerras civiles; y con estas guerrasciviles la liber- tad, para la cual mucho se habian esforzado, les fue arrebatada de sus manos, y comenzaron a estar bajo el 2oder de los empe- radores, los cuales no quisiezon al comienzo llamarse reyes, por- aque ese nombre habia sido odioso para los romanos. Algunos de dllos, segin la costumbre regia, procuraron fielmente el bien co ‘iin, por cuyo empefio la reptblica romana habia crecido y se habia conservado; pero muchisimos de ellos, convertidos para sus sibditos en tiranos, pero respecto de sus enemigos, en inac- tivos y débiles, redujeron a la nada la repiblica romana. Un proceso similar hubo en ef pueblo hebreo. Primero, ‘mientras estaban regidos bajo jueces, de todos los lados fueron saqueados por sus enemigos; cada uno hacia lo que era bueno a sus ojos. Y habiéndoseles dado reyes de parte de la divinidad 2 instancia de ellos mismos, por causa de ln maldad de los re- yes se alejaron del culto del tinico Dios y, finalmente, fueron ‘conducidos al cautiveris Entonces, los peligros amenazan de u2o y otro lado, sea que temiendo al tirano, se evite el régimen Sptimo del rey, sea que desedndolo, la potestad regia se convierte en tirinica maldad. (75) CartruLo 5 Es un mal menor cuando la monarquia se convierte en tiranfa que cuando un régimen de muchos optimates se conrompe Ahora bien, cuando haya que elegir entre dos, de los cua- Jes en ambos amenace el peligro, parece lo mejor elegir aquel del cual se siga un mal menor. De la monarquia, si se convir- tiera en tirania, se sigue un mal menor que de un régimen de muchos optimates cuando se corrompe. En efecto, la disen- sin, que Ja mas de las veces se sigue de un régimen de muchos, destruye el bien de la paz, que es lo principal en una multitud social; este bien no es quitado por una tirania, sino que son im- pedidos algunos bienes de los particulares, a no ser que hubie- 1a un exceso de tirania que perjudique a toda la comunidad. Entonces, es preferible el régimen de uno mas que el de mu- chos, aunque de ambos se sigan peligros. Ademiés, parece que se debe huir de lo que muy a menudo pueden seguirse grandes peligros; y con mas frecuencia se si guen méximos peligros para la multitud de un régimen de mu- chos que de un régimen de uno. En efecto, las mas de las ve- ces, sucede que alguien de entre esos muchos falle en la inten- cin def bien comiin, a que uno solo lo haga. ¥ cualquiera de los muchos que presiden que se aparte de la intencidn del bien comiin, pone en peligro de disensién a la multitud de suibdi- [76] tos, porque, estando en disensién los principales, la consecuen- Gas que la disensién continge en la multitud. Pero si uno pre- ‘idiera, las més de las veces atiende ciertamente al bien comin; nas si desviara su intencién del bien comtin, no se sigue inme- Giatamente que tienda a la opresién de sus sibbditos, cosa en la ‘cual consiste el exceso de tirana y que contiene el grado ms mo de malicia del régimen, como antes se sefial6. Entonces, hay que huir de los peligros que provienen dal régimen de mu- chos mis que de los que provienen del gobizmo de uno. ‘Més atin, no menos acontece que el régimen de muchos se vyuelva a la tiranfa, que el de uno, sino quizés con més frecuen- ‘ia. Pues, habiendo surgido la disensién durante el régimen de muchos, sucede a menudo que uno supere 3 los otros y usur- pe para sf solo el dominio de la multitud; lo cual puede verse ‘manifiestamente por lo ocurrido a través del tiempo. Pues, ca- si todos los regiimenes de muchos han terminado en tirania, co- ‘mo se manifiesta méximamente en el caso de la repiblica ro- mana. La cual, habiendo sido administrada por muchos magis- trados largo tiempo, surgidas envidias, disensiones y guerras ci- viles, cayd en poder de crudelisimos tiranos. Y si uno conside- rara de manera general los hechos pasados y diligentemente los que ahora ocurren, encontrar que muchos més ejercieron tira- nia en tierras que son regidas por muchos, que en aquellas que son gobernadas por uno. Entonces, si el reino, que es el r¢gi- men éptimo, pareciera que ha de evitarse maximamente que caiga en tiranta, la tiranfa no suele darse sino més en el régimen de muchos que en el de uno. Se concluye que, en términos ab- solutos, es més conveniente vivir bajo un unico rey que bajo ‘un régimen de muchos. (77) CAPITULO 6 De qué manera se debe prever que el rey no se vuelva tirano Por lo tanto, ya que debe preferisse el régimen de uno, que ¢s el dptimo, y sucede que se puede convertr en tiranfa, que es el pésimo, como es evidente a partir de lo dicho, hay que dedi- carse con diligente empefio a cSmo de parte de le multitud se tomen recaudos respecto del rey, para no caer bajo un tirano, Primero, es necesario que se promueva a rey, por parte de aquellos a los cuales corresponde este deber, un hombre de condicién tal que no sea posible que se incline hacia la tiranta;, de aqui que Samuel, encomendandose a la providencia de Dios para la institucién del rey, diga: “Buscd para sf el Sefior tun varén segéin su corazén y le mand6 el Sefior que fuera el conductor de su pueblo” (1 Reyes 13, 14). Luego debe disponer- se el gobiemo del rey de modo que al rey ya instituido se le sus- tsaiga Ia ocasion de tiranfa. Al mismo tiempo, también su po- der se debe controlar de modo que no pueda ficilmente incli- narse hacia la tirania; y de qué modo sucede esto, se conside- rard después. Finalmente, se debe procurar, si el rey se desviara hacia la titania, de qué manera se le podria hacer frente. _, Giertamente, si no hubiera un exceso de tirania, seria mAs ‘stl tolerar por algiin tiempo una tirania remisa, que cometer, al actuar contra el tirano, muchos peligros que son mds graves que (78) Ja misma tirania, En efecto, puede suceder que quienes actian contra ¢l tirano no puedan triunfar y asi el tirano, provocado, se ensaiie més. Y si alguno pudiera triunfar contra el tirano, de cdlo muchas veces provienen gravisimas diseasiones en el pue- blo, sea mientras se levanta contra el tirano, sea después del de- rocamiento del tirano, cuando la multitud se separa en parti- dos en el reordenamiento del régimen. Sucede también, entre tanto, que, cuando la multitud expulsa al tirzno con el auxilio de alguien, éste, aceptando el poder, se apocera de la tirana y temiendo padecer por otro lo que él hizo con el anterior, opri- me a los sibditos con una servidumbre atin mas grave. Asi, en efecto, suele suceder en Ia tirania que el tirano posterior sea més save que el anterior, cuando no suprime los gravamenes ante- riores, sino que él mismo pergefia desde la maldad de su cora- zz6n nuevos. Por ello, deseando todos la muerte de Dionisio de Siracusa, una anciana oraba continuamente para que se mantu- viera sano y salvo; cuando el tirano supo de ello, le pregunté por qué lo hacia. Entonces ella dijo: “Siendo nifia, como tenia- ‘mos un tirano insopoztable, yo deseaba su muerte; pero una vez muerto, Ie sucedié otro mas duro, y yo seguia estimando como algo importante que acabe su dominzcién. Obtuvimos, en tercer lugar el hecho de que ti rjas atin mas cruelmente; asi pues, si fi fueres derrocado, ocuparé tu Jugaralguien atin peor”. (Valerio Maximo, Hechos y dichos memorables VI, 2). Y si fuera intolerable el exceso de tiraniz, a algunos les pa- recié que a la virtad de los hombres fuertes compete matar al tirano y exponerse, por la liberacién de la multitud, a los pei gros de muerte; un ejemplo de ello se tiene incluso en el Anti guo Testamento. Pues un tal Aioth maté a Eglén, rey de Moab, que oprimia al pueblo de Dios con una pesada servidumbre, clavéndole un pufal en el fémur, y fue hecho juez del pueblo (neces 3, 14-18). Pero esto no concuerda con la doctrina apos- tlica. En efecto, Pedro nos ensefia: “Que los stibditos son re- verentes no sélo de los sefiores buenos y modestos, sino tam- bign de los discolos; pues es una gracia, si uno soportara con paciencia, por consideracién a Dios, los su‘timientos injusta- mente” (I Pedro 2, 18). [79] Por ello, cuando muchos emperadores de los romanos per- siguieron a los creyentes tirdnicamente y se convirtié a [a fe una gran multitud tanto de nobles como de plebeyos, éstos merecen ser alabados no por resistir, sino por soportar pacien- temente, atin armados, la muerte en favor de Cristo, como se vve manifiestamente en la sagrada legién tebea (deta de los san- 4s V1, 308). Y a Aioth se lo debe considerar mas como el que maté a un enemigo, aunque tirano, que como dirigente del pueblo; de aqui que también en el Antiguo Testamento se lea que fueron muertos quienes asesinaron a Joas, rey de Judé, aun- que ée se habia apartado dei culto de Dios y se reservd a los hijos de aquéllos segiin lo establecido por la ley (2 Reyes 12). Seria, pues, algo peligroso para la multitud y sus dirigentes, si algunos, por una presuncién individual, atentaran contra la vida de los que presiden, atin siendo tiranos; incluso, las més de las veces, se exponen mis a estos peligros los malos que los buenos; pues, para los malos suele ser pesado el dominio no menos de los reyes cuanto de los tiranos, porque, segtin la opi- nién de Salomén: “El rey sabio disipa a los impios” (Proverbios 20, 26). Entonces, de este tipo de presunciones mds sobreven- drfa un peligro para la multitud, por perder un rey bueno, que un remedio, por quitar un tirano. Parece mejor que contra la maldad de los tiranos se ha de proceder no con Ja presuncién particular de algunos, sino con 'a autoridad piblica. Primero, si compitiera al derecho de algu- na multitud proveerse de un rey, el rey instituido puede ser des- tituido de manera no injusta por la misma multitud, o bien re- frenado su poder, si se abusa tirdnicamente del poder regio. Y no debe juzgarse que tal multitud actia infielmente al destituir al tirano, aun si Je hubiera estado sujeta desde tiempo atris; porque él mismo lo merecié al no comportarse fielmente en su régimen para con la multitud, segin lo exige el deber del rey, por lo cual Ia palabra no le debe ser guardada por parte de los sibditos. Asf, los romanos expulsaron del reino a Tarquino el soberbio, al cual habjan aceptado como rey, a causa de su tira- nia y de la de sus hijos, y lo sustituyeron con un poder menor, con el consular. Asi también Domiciano, quien habia sucedi- (80] do a dos muy modestos emperadores, a Vespasiano, st padre, ya Tito, su hermano, cuando implanté una tirana, fue asesi- ado por el senado romano, y todas las cosas que él habia he- cho perversamente fueron revocadas por medio de un senado- consulto justa y saludablemente. Por ello pas6 que el beato juan, el evangelista, discfpulo dilecto de Dios, que habia sido caiiliado por el mismo Domiciano a la isla de Patmos, fue de- ‘yuelto a Efesos por el senado consulto. Mas si atafie al derecho de un superior prover a la multi- tud de un rey, se debe requicrir de ése el remedio contra la ini- quidad del tirano. Asi, a Arquelao, quien habla comenzado ya a reinar en Judea después de Herodes, su adre, imitando la malicia patema, cuando los judios elevaron una queja ante Cé- sar Augusto, primero se le disminuy6 el pocer, suprimiéndole Jn dignidad regia y dividiendo la mitad de su reino entre sus dos hermanos, y, finalmente, como ni asi se contenfa de la ti- rania, fue desterrado por César Tiberio a Lugduno, a ciudad dela Galia Pero si de ninguna manera puede haber auxilio humano contra el tirano, hay que recurrir a Dios, rey de todos, que es “BL que ayuda en los momentos oportunos yen la tribulacién” (Gaimos 9, 10). En efecto, bajo su poder esti que el cruel cora- z6n del tirano se convierta en mansedumbre, segiin Salomén: Bl corazdn del rey esti en manos de Dics, hacia donde él ‘quiera lo inclinaré? (Proverbios 21, 1); €l, en efecto, transformd la crueldad del rey Asuero, que preparaba la muerte para los ju- dios,‘en mansedumbre; él es quien llevé al cruel rey Nabuco- donosor a tan grande devocién que se hizo oredicador del po- der divino: “Ahora, pues, digo, yo Nabucodonosor alabo, en- grande2co y glorifico al rey de! cielo, porque sus obras son ver- daderas; sus caminos, justos, y puede humilar a los que cami= nan en soberbia® (Daniel 4, 34) Con todo, a los tiranos que juzga indignos de conversién, puede quitarlos de en medio o reducirlos al estado més bajo, segiin aquello del sabio: “Dios destruy6 los tonos de los sober- bios conductores e hizo que se sentaran los humildes en lugar de ellos” (Belesidstico 10, 17). El mismo, por cierto, es quien, tai] viendo la afliccién de su pueblo en Egipto y oyendo su clamor, arrojé al mar la tirania del faradn con su ejército. El mismo es quien, acordandose de que Nabucodonosor antes exa un sober- bio, lo expulsé no sélo del solio del reino, sino también del consorcio de los hombres, y lo redujo de manera similar a una bestia. ¥ no se ha menguado su mano, al punto de que no pue- da liberar a su pueblo de los tiranos; pues prometid, por me- dio de Isafas, a su pueblo que le darfa descanso “del trabajo, de la confusién y de la dura servidumbre® (14, 3) con la que antes habia servido; y por medio de Ezequiel dice: “Liberaré a mi re- bafio de sus fauces” (34, 10), o sea de los pastores que se apa- cientan a si mismos. Pero para que el pueblo merezca obtener de Dios este beneficio, debe abstenerse de los pecados, porque para castigo del pecado, con permiso divino, los impios reci ben el principado, al decir del Sefior por Oseas: “Te daré un rey en mi furor” (13, 11); y en Job se dice que: “Hace reinar a un hombre hipécrita a causa de los pecados del pueblo” (34, 30). Entonces, ha de quitarse el pueblo la culpa para que cese la pla- ga de los tiranos. [82] CAaPiTULO 7 Que el honor mundano o Ia gloria no son premio suficiente del rey Ya que, segin lo dicho, es propio del sey buscar el bien de Ja multitud, pareceria demasiado pesado el deber del rey si es que no obtiene de ello algin bien propio. Entonces, es opor- tno considerar qué tipo de bien sea conveniente al rey como premio. ‘Asi pues, a algunos les parecié que el premio del rey no es otro que el honor y la gloria, de aqui que Ciceréa en ¢l libro Sobre la repiblica (V, 7, 9) establece que el principe de una ciu- dad debe estimularse con !a gloria; la razén de lo cual parece sefialarla Aristoteles en su Etica a Nicémaco (V, 10, 1134 b 6-8) diciendo que el principe al cual no Je basta e] honor y la gloria se convierte consecuentemente en tirano. En efecto, subyace en el nimo de todos buscar el bien propio; por lo tanto, si el principe no esta satisfecho con Ia gloria y el honor, busca pla~ ceres y riquezas, y asi se vuelca al robo y a ls injurias para con sus sibditos. Pero si aceptamos ese parecer, se siguen muchisimos incon- venientes. Pues, primero, seria una pérdida para los reyes, si pa- decieran tantos trabajos y preocupaciones por una recompen- sa tan frégil; en efecto, nada parece de entre las cosas humanas més frigil que la gloria y el honor de parte de los hombres, des- [83] de el momento en que dependen de la opinin de los hombres y de sus palabras, de las cuales nada hay mas mutable para los, hombres en la vida; y de aqu{ es que el profeta Isafas (40, 6-8) ame a una tal gloria, flor de heno. Ademds, el deseo de gloria humana arrebata la grandeza del énimo; en efecto, quien bus- cael favor de los hombres, ¢s necesatio que en todo lo que di- ccc y hace acuerde con Ja voluntad de ellos; y asi mientras se afana por complacer a todos, se convierte en siervo de cada uno. Por ello también Cicerdn en el libro Sobre los deberes (I, 20, 68) dice que hay que precaverse del deseo de gloria: “Pues ro- ba la libertad de dnimo, por la cual debe ser toda la tucha de Jos varones magnénimos”. Nada més, pues, es apropiado a un principe que haya sido instituido para cumplir cosas magnas, que la magnanimidad; es, entonces, inadecuado para el deber del sey el premio de la gloria humane. ‘Al mismo tiempo, es nocivo para la multitud si tal premio se le otorgara al principe. En efecto, compete al deber del buen, vardn despreciar la gloria como también los otros bienes tem- porales; en efecto, es de un 4nimo virtuoso y fuerte despreciar Ia gloria como también la vida en pro de la justicia. De aqui acontece algo admirable, que, como a los actos virtuosos sigue la gloria y la gloria misma es despreciada por la virtud, el hom- bre que ha despreciado la gloria se vuelva leno de gloria, segiin la opinion de Fabio: “Quien despreciate la gloria, obtendré la verdadera® (cf. Tito Livio, Décadas XXII, 39, 20); y Salustio di- ce de Catén: “Cuanto menos buscaba {a gloria, tanto més la conseguia® (La conjtraciin de Catilina 56, 6); y los mismos dis- cipulos de Cristo se presentaban como ministros de Dios “por sobre toda gloria, ignonimia, infamia y buena fama” (2 Corin- tios 6, 8). No ¢s, pues, conveniente a un buen varén el premio de la gloria que desprecian los buenos. Si, entonces, éste es el Xinico premio que se establece para los principes, se sigue que los buenos varones no asumen un principado, o si lo asumie- ren, no deben ser recompensados. ‘Mas atin, males peligrosos provienen del deseo de gloria. En efecto, muchos, mientras buscan sin medida una gloria en Jas guezras, perdieron sus ejércitos y a si mismos, habiendo si- [84] da reducida la libertad de su patria por la servidumbre de los Snemigos; de aqui que el principe romano Torcuato, para evi- tar este ejemplo peligroso, mat6 a su hijo que, provocado por elenemigo, luché contra su poder con juveril ardor, a pesar de que habia vencido, para que no hubjese més males por st Gemplo de presuncién, que muerte gloriosa de enemigos (Agustin de Hipona, La ciudad de Dios V, 18). También tiene el Geseo de gloria otto vicio familiar a él, a saber la simulacién. En efecto, porque es dificil y a pocos toca, solo a los que se les debe honor y gloria, conseguir las verdaderes virtudes, muchos deseosos de gloria se hacen simuladores de las virtudes; por lo cual como dice Salustio: “La ambicién obliga a muchos mor- tales 2 convertirse en falsos: una cosa est oculta en el pecho, otra ests pronta en la lengua, y asi tienen mas apariencia que buen ingenio” (La conjuraciOn de Catilina 10, 5). ¥ nuestro Sal- vyador llama a los que hacen buenas obras para que sean vistas por los hombres, hipécritas, esto es simuledores (Mateo 6, 5). ‘Ast entonces, como es peligroso para la maltitud, si el princi- pe buscara deseos y riquezas como premio, no sea que se con- Yierta en un saquedor insolente, asi es peligroso si se limitara al premio de la gloria, no sea que se vuelva un presuntuoso y un simulador. "Ahora bien, lo que es manifiesto de la intencién de los sa- bios mencionados, es que no admitieron el honor y Ja gloria como premio para el principe en razén de que la intencién det buen rey deba ir especialmente hacia ello, sino porque es més tolerable si busca la gloria a que si desea dinero o persigue pla- cer. En efecto, este Vicio se halla cercano a la virtud, ya que la gloria que los hombres desean no es otra cosa, como la define “Agustin, que un juicio de unos hombres que opinan bien so- bre otros hombres (La ciudad de Dios V, 12). Entonces el deseo de gloria guarda un cierto vestigio de virtud, en tanto busque la aprobacién de los buenos y se niegue a desplacerlos. Pues, siendo pocos los que alcanzan la verdadena virtud, parece mds tolerable si se prefiere para el régimen a quien, temiendo el j io de los hombres, se retraiga al menos de los males manifies- tos. En efecto, quien desea la gloria, sea por medio del camino [85] verdadero, esto es por obras de virtud, sea por que la con doloy flaca, se esfuerza en Set aprebado por los home bres. ¥ quien desea dominay, si, careciendo del deseo de gloria, no teme desplacer a los que juzgan bien, “también por medio de cxfmenes evidentisimos lo busca y las mas de las veces ob- tiene lo que desea” (Salustio, La conjuraciin de Catilina 11); de aqui que supere a las bestias por los vicios sea de la erueldad sea de la Iujuria, como es claro en César Nera, quien, como dice Agustin, “fue de tanta lujuria que se pensaba que nada vie Til debfa ser temido de su parte, tanta su crueldad que se pen- saba que nada tenia de afeminado” (La ciudad de Dios V, 13). Esto esti bien expresado por lo que Arstételes dice en la Etica 4 Nicémaco (N, 7, 1124 a 16-17) acerca del varén magndnimo, que no busca honor y gloria como algo grande que sea sufi- ciente premio a su virtud, sino que nad, mis allé de ello, exi- ge de los hombres. En efecto, entre todas las cosas terrenas pa- rece ser esta la principal, que sea dado testimonio de la virtud de un hombre por otros hombres. [86] CariruLo 8 Que el premio suficiente del rey debe ser esperado de Dios Por lo tanto, ya que el honor mundano y la gloria de los hombres no son suficiente premio a las preocupaciones del rey, testa por inquirir cual es su premio suficiente. Es conveniente que el rey espere un premio de Dios. En efecto, un ministro espera por su ministero un premio de su seiior, ¥ el rey, gobernando al pueblo, es ministro de Dios, al decir del Apéstol que todo poder proviene del Sefior Dios y que es: “ministro de Dios, vindicador airado de quien actia mal” (Romanos 13, 4)y en el libro de la Sabiduria (6, 5) se esta- blece que los reyes son ministros del reino de Dios. Entonces, los reyes deben esperar por su régimen un premio de Dios. Dios remunera a los reyes por su ministerio a veces con bienes temporales, pero tales premios son comunes a buenos y a malos; de aqui que el Sefior diga a Ezequiel: “Nabucodono- sor, ey de Babilonia, hizo que su ¢jército sirviera enormemen- te contra Tiro, y no se ha retribuido recompensa ni a él ni a su gjército por ef servicio que me brindé contra Tiro” (29, 18); 0 sea por ese servicio por el cual el poder, segiin el Apéstol, “es ministro de Dios, vindicador airado de quien actéa mal”. ¥ después agrega respect del premio: “Por Jo cual dice el Seftor Dios: he aqui que yo entregaré a Nabucodonosor, rey de Babi- {87] lonia, la tierra de Egipto y saquearé sus despojos y ello serd la recompensa para su ejército” (Ezequiel 29, 19). Por lo tanto, sia los reyes inicuos que luchan contra los enemigos de Dios, aun- que con la intencién no de servir a Dios sino de aplacar sus odios y deseos, Dios otorga tan gran recompensa que les atri- buye Ia victoria sobre los enemigos, les sujeta los reinos y les ropone saquear sus despojos, équé hard con los buenos reyes gue reinan con piadosa intencidn al pueblo de Dios y Iuchan, contra sus enemigos? Ciertamente, les promete no una recom- ppensa terrena, sino eterna, no en otro lado, sino en él mismo, al decir de Pedro a los. pastores del pueblo de Dios: “Apacen- tad el rebafio del Sefior que est4 bajo vuestro cuidado, que cuando venga el principe de los pastores -esto es, Cristo, rey de reyes- recibiréis una corona inmarcesible de gloria” (1 Pedro 5, 3); de la cual dice Isafas: “El Sefior serd guimalda de exultacién y diadema de gloria para su pueblo” (28, 5). ¥ ello es evidente por raz6n. En efecto, esté colocado en las mentes de todos los que se sirven de la raz6n, que el pre- mio de la virtud es la felicidad; pues la virtud de cualquier co- ssa asi se precisa: “hace bueno al que la posee y vuelve buena su. obra” (Aristiteles, Etica a Nicdmaco Il, 6, 1106 a 15). Por ello cualquiera obrando bien se esfuerza por alcanzar lo que esti colocado maximamente en su deseo; y esto es ser feliz; cosa que nadie puede no querer; entonces, es convenientemente es- perado este premio de virtud que hace al hombre, feliz. Si es conveniente como propio de la virtud obrar bien, es conve- niente como propio del rey regir bien a sus sibditos, y éste también serd un premio de! rey que lo hard feliz, Hay que con- sidezar, pues, en qué consiste esto. En efecto, llamamos felicidad al fin dltimo de los deseos; el movimiento del deseo no procede al infinito, pues seria va- no el deseo natural, al no poder alcanzar lo infinito. Mas co- mo el deseo de una naturaleza intelectual Jo es de un bien in- telectual, este solo bien podri hacer verdaderamente feliz. al hombre; habiéndolo obtenido no queda més ningdn bien que se pueda desear; de aqui también se dice que la felicidad es un bien perfecto, como si comprendiera en sf todas las cosas de- [88] seables. ¥ tal no es ningin bien terreno; pues quienes tienen riquezas desean tener mas; quienes disfrutan los placeres, de~ sean disfrutar més, ¢ igualmente es manificsto en los restantes bienes. Y aungue no busquen mis, sin embargo desean que los poseidos permanezcan, o bien sustituirlos con otros. Pues na- da se encuentra permanente en las cosas terrenas; entonces, na- da terreno es lo que podria aquietar el deseo. Ni algo terreno puede hacerlo feliz al punto de que pueda ser ua premio con- vyeniente al rey. ‘Ademis, la perfeccién final de cualquier cosa, su bien aca- ado, depende de algo superior, porque incluso las mismas co- sas conporales se vuelven mejores por su uaién con otras me- jores, y peores, si se mezclan con peores; asi como el oro si se ‘mezcla con la plata, la plata se hace mejor; mas mezclada con piomo, se hace impura. Ahora bien, consta que todas las cosas, terrenas estin por debajo de la mente humana, y la felicidad es Ja perfeccién final del hombre y su bien acabado al cual todos desean alcanzar; entonces, nada terreno hay que pueda hacer feliz al hombre, ni tampoco algo terreno es premio suficiente del rey, “En efecto, como dice Agustin, no llamamos a los prin- cipes crstianos, felices, porque hayan imperado largo tiempo, hayan dejado imaperando a sus hijos tras una plicida muerte, ha- yan disminuido a los enemigos de !a repiblica o hayan podi- do precaverse y oprimir a los insurgentes, sino que los llama- mos felices si imperan con justici, si prefieen dominar sus de- seo antes que a cualquier pueblo, si todo lo hacen no por el ardor de tna gloria vacfa, sino por caridad de la felicidad eter- na. A tales emperadores cristianos llamamos felices, por ahora cen la esperanza, después lo serdn de hecho, cuando Ilegare lo gue esperamos” (La ciudad de Dios V, 24). Nada hay de lo crea- do que haga feliz al hombre ni pueda entregérsele al rey como premio. En efecto, el deseo de cada cosa tisnde a su principio, por el cual su ser es causado; mas la causa de la mente huma- nna no es otra cosa que Dios quien la hace a imagen suya; en- tonces, solo Dios es quien puede aquietar el deseo del hombre, hacer feliz al hombre y ser el premio conveniente para el rey. “Més atin, la mente humana es cognoscitiva del bien univer- [89] sal gracias a su intelecto y desiderativa del cual gracias a su vo- Iuntad; y el bien universal no se encuentra sino en Dios; en- tonces, nada hay que pueda hacer feliz al hombre colmando su deseo, a no ser Dios, de quien se dice en el Salmo: “El que sa- cia con bienes tu deseo” (102, 5); por lo tanto, en esto el rey debe fijar su premio. Considerado esto el rey David decia: “éQué hay para mf en el cielo y qué quise de ti en la tierra?” (Salmos 71, 25), respondiendo a esta pregunta después agre “La unién con Dios es para mi el bien y colocar en Dios mi es- peranza’. En efecto, él es quien da salud a los reyes, no sélo la temporal con Ja que salva por igual a hombres y jumentos, si- no esa de le cual por medio de Isafas dice: “Mi salvacién seré sempitema” (51, 6), por la cual salva a los hombres conducién- dolos a la par de los angeles. Entonces, se puede verificar asi que el premio del rey ¢s el honor y la glotia. En efecto, équé honor mundano y caduco puede ser igual a ese honor de ser el hombre conciudadano de los santos y familiar de Dios, de que contado entze los hijos de Dios, alcance con Cristo la herencia del reino celestial? Este es el honor que desedndolo y admirindolo el rey David decia: “Demasiado honrados son tus amigos, Dios” (Salmos 138, 17). Ademés, équé gloria de alabanza humana se puede comparar a esta gloria, que no la refiere la lengua falaz de los aduladores ni la opinién errada de los hombres, sino que surge de! testimo- nio de la conciencia interior y es confirmada por el testimonio de Dios, quien a los que le confiesen promete que los confesa- rien la gloria del Padre, frente a los Angeles de Dios? Quienes busquen esta gloria la encuentran, y encuentran también la glo- ria que no buscan de los hombres, segtin el ejemplo de Selo- mén quien no slo recibid del Sefior la sabidurfa que buscé, sino que se hizo glorioso por sobre los otros reyes. [90] CAPITULO 9 Qué grado de felicidad alcanzan los reyes felices Resta considerar finalmente que un grado sublime y emi nente de felicidad celestial obtendrin quieres han desempeiia- do laudable y dignamente su deber real. En efecto, si la felici- dad es el premio a la virtud, se sigue que a nayor virtud corres- ponde un mayor grado de felicidad. ¥ la principal virtud es que tun hombre no sélo pueda dirigirse a si mismo, sino también a otros, ¥ tanto més cuanto la virtud es regitiva de muchos; por- que segin Ja virtud corporal uno es considerado tanto més fuerte cuanto puede vencer a muchos 0 levantar cuerpos més pesados. Asi también se requiere mayor vintud para dirigit una familia que para dirigirse asi mismo, y mucha mayor para el ré- gimen de una ciudad 0 reino. Entonees, gercer bien el deber regio es de excelente virtud: entonces se le debe un premio ex- celso en felicidad. at ‘Ademés, en todas las artes y capacidades, son més dignos de alabanza quienes dirigen bien 2 los demis, que quienes bien Jo hacen bajo la direccién de otzos. En efecto, en las ciencias especulativas es mayor quien ensefia la verdad a otros, que quien puede aprenderla ensefiada por otro; también en los of cios se estima en més y recibe mayor paga el arquitecto que rea- liza el plano de una obra, que el albafill que obra manualmen- te aquella disposicién; y en la guerra mayor gloria consigue la [on] prudencia del general por la victoria que la fortaleza del solda- do. Asf se encuentra quien dirige a la multitud en aquellas co- sas que deben ser hechas por cada uno segin virtud, como el sabio respecto de la ensefianza, el arquitecto respecto del edifi- cio y el general respecto de la guerra. Por tanto el rey es digno de mayor premio si ha gobemado bien a sus stibditos, que al- guno de los stibditos, si se comporta bien bajo el rey. Ms atin, si es propio de la virtud que la obra del hombre se vuelva buena por ella, parece que es de mayor virtud que al- guien obre un bien mayor. Y es mayor y més divino el bien de Ja multitud que el de uno solo; por ello algunas veces se impo- ne un mal a uno si se vuelve un bien de la multitud, como cuando se mata a un ladron, para dar la paz a la multitud. Y el mismo Dios no permitiria que hubiese males en el mundo, si de ellos no se sacaran bienes para la utilidad y belleza del uni- verso. Atafie, pues, al deber del rey procurar con empeiio el bien de la multitud; entonces, mayor premio se debe al rey por su buen régimen, que al siibdito por su accién recta Esto seré més manifiesto si se lo considerara en casos con- cretos. En efecto, cualquier persona privada es alabada por los hombres y se lo computa como premio por Dios si ayuda al in- digente, si apacigisa a los que pelean, si libera a un oprimido de un poderoso, si, por fin, de una u otra manera brinda a otro su ayuda y consejo para la salvacién, Entonces, icwinto mas debe set alabado por los hombres y premiado por Dios quien pro- mueve la paz en toda una confederacidn, controla las violen- cias, observa la justicia y dispone lo que han de hacer los hom bres mediante sus leyes y preceptos! ‘Aqui también se manifiesta la grandeza de la virtud regia que conlleva sobretodo una semejanza con Dios, ya que aqué- lla hace en el reino lo que Dios en el mundo} de agui que en el Exodo (22, 8) se lame dioses a los jueces de la multitud; tam- bién entre Jos romanos se Ilamaban dioses a los emperadores. ¥ algo es tanto mas aceptable a Dios, cuanto més se acerca a su imitacién; de aqui que advierte el Apéstol: “Sed imitadores de Dios, como hijos emadisimos” (Efesios 5,1). Y si segtin dice la sentencia del Sabio: “Todo animal ama su semejante” (Edlesids- (92] tico 13, 9), en cuanto las causas tienen cierta semejanza con lo causado, se sigue, entonces, que los buenos reyes sean muy aceptados por Dios y premiados por él genzrosamente. ‘Asi también, para usar las palabras de Gregorio: “EQué es Ja cima del poder, sino una tempestad del mar?” (Regla pastoral J, 9). Pues estando tranquilo el mar, atin el no experto dirige rectamente la nave; mas turbado el mar, incuso el marinero ex- perto se desconcierta por los caprichos de la tempestad; por cllo las més de las veces al ocupar un régimen, el mismo diti- gente pierde también el ejercicio de las buenas obras que se te- ria en tiempos tranquilos. En efecto es muy dificil si, como di- ce Agustin, “entre las lenguas de los que honran sublimemen- tey entre los obsequios de los que saludan muy humildemen- te, no se ensoberbecen, sino que se acuerden que son s6lo hombres” (La cindad de Dios V, 24). También en el Eclesidsico se dice dichoso: “El rico que no va tras el oro, ni pone esperanza en el dinero y en los tesoros; quien pudo transgredir impune- mente y no transgredi6, obrar mal, y no lo hizo” (31, 8); por lo eval probado en obras casi de virtud, se encontré fiel. De aqui que segin el proverbio de Biante: “El principado muestra lo que es cl hombre” (cf. Aristételes, Etica a Nicdmaco V, 3, 1130 1-2); en efecto, muchos, al llegar a la cima del principado, fa- Ilan en la virtud, y son quienes atin cuando estaban en un ¢s- tado bajo se mostraban virtuosos. Entonces, la misma dificul- tad que hace peligrar a los principes en su buen ejercicio, los hace dignos del mayor premio; y si pecaran alguna vez por de- bilidad, son mis fécilmente excusables antz los hombres y per- donados por Dios, si, como dice Agustin, “no descuidan inmo- Jar a su verdadero Dios un sacrificio de humildad, misericordia y oracién por sus pecados” (La ciudad de Dios V, 24). Como ejemplo de lo cual, de Acab, rey de Israel, que habia pecado mucho, el Seftor dijo a Elias: “Como se he humillado ante mi, no enviaré un castigo mientras viva” (3 Revs 21, 29). No sélo se demuestra con la razén que se deba a los reyes un premio excelente, sino también se confirma con la autori- dad divina. En efecto, se dice en Zacarfas (12, 8) que en aquel dia de felicidad, en el cual el Sefior sea prctector de los que ha- (93] bitan en Jerusalén, esto es en la vision de la de los demas seré como la casa de David, Pee ae vin reyes y reinarin con Cristo como los miembros con su cabess. pero 1a casa de David ser como la casa de Dios, porque al re. gir fielmente llevé a cabo el deber de Dios para con pared asi merecerd en premio estar mas cezeano a Dios. Esto ‘ambicr sofiaion en alguna ocasién los gentiles, cuando pensaban que los rectores y los guardianes de las ciudades se transformaban [94] CAPITULO 10 é bienes, que recibirdn los reyes, b eye pierden los tiranos Entonces, puesto que fan gran premio se offece a los reyes ‘en la felicidad celestial, si se comportaron bien en el reinar, de- ben observar con diligente cuidado que ellos mismos no cai- gan en tirania, En efecto, nada les puede ser mas deseable que Gel honor regio al que han sido elevados en la tiesra pasar a la gloria del reno celestial. All contratio, los tiranos al haber aban- donado por ciertas comodidades terrenas la justicia, por tanto se privan de un premio que podian adquirrrigiendo justamen- te. ¥ cudn tonto sea perder los bienes mézimos y sempiternos a cambio de unos pequefios y temporeles, nadie sino un imbé- cil o un infiel lo ignora. Hay que aiadir que incluso esas comodlidades temporales por las que los tianos abandonan Ja justica, otorgan mas ven- taja a los reyes que observan la justicia, Puss, primero, entre to- das las cosas mundanas, nada hay que parezca deba preferirse guna digna amistad. En efecto, ella es la que une a los virtuo- 0s y promueve y conserva la virtud. Ella es la que todos nece- Sitan en cualquier empresa, no se presenta inoportuna en la prosperidad ni abandona en la adversidad. Ella es la que pro- porciona la maxima dicha, al punto de que sin amigos ain lo Heleitable se torna tedioso; el amor hace cualquier cosa 4spera [951 facil y sencilla, Ni hay tirano alguno de tanta crueldad, que no goce con la amistad. Se dice que Dionisio, tirano de Siracusa, quiso matar a uno de dos amigos, que se Iamaban Damén y Pitias; el que iba a ser matado pidié un plazo para it a su casa y ordenar sus cosas; entonces el otro amigo se offecié al tirano como rehén para garantizar su regreso. Cuando se acercaba el dia fijado y aquél no volvia, todos se burlaban de la estupidez del fiador; mas él decia que no temia de la constancia del ami- go. Y precisamente a la hora fijada, el que debia set matado volvié, Admirado el tirano del énimo de ambos, condoné el suplicio por la fidelidad a amistad, y ademés les rog6 que lo ad- mitiesen como el tercero en ese grado de amistad (Valerio Mé&- ximo Dichos y bechos memorables 'V, 1). Con todo, los tiranos no pueden conseguir, por més que lo descen, el bien de la amistad. En efecto, mientras busquen no el bien comiin sino el propio, surge una comunién pequefia 0 ula con los stibditos; pues toda amistad se funda en alguna comunién; en efecto, vemos que los que concuerdan por pa- rentesco, por semejanza de costumbres © por comunién en cualquier sociedad, se unen por amistad; entonces, poca 0 nin- guna amistad hay entre un tirano y un sibdito. Y mientras los ssibditos sean oprimidos por una injusticia tirénica, no sentirén que se les ama, sino que se les desprecia, y de ninguna manera pueden amar. Por cierto, hay mayor virtud en amar a los ene- igos y hacer el bien a los perseguidores que en ser observados por la multitud; y no tienen de qué quejarse de los stibditos, si no son amados por ellos, porque no se muestran con ellos de manera tal que deban ser amados. Los buenos reyes, en cambio, en tanto buscan afanosamen- te el provecho comiin y los stibditos sienten que por su afin consiguen muchas comodidades, son amados por muchisimos, ya que ellos demuestran su amor por los sibditos; porque tam- bién esto es de mayor malicia que la que sucede entre la mul- titud cuando se tienen amigos por odio y a los benefactores se les retribuye mal por bien De ese amor proviene que ¢l régi- ‘men de los buenos reyes sea estable, ya que los suibditos no re- chazan exponerse por ellos a cualquier peligro. Cayo ejemplo 96] aparece en Julio César de quien cuenta Suetonio que a tal pun- to amaba a sus soldados que cuando ofa que se habfa asesina- do a alguno, no se cortaba el cabello ni la barba hasta vengar- Jo; por lo cual logré tener un ejército devoto a él y muy valien- te, de modo que, habiendo sido muchos de ellos capturados, y habiéndoseles concedido perdonarles la vida bajo esta condi- cién: si luchaban contra César, se negaron (Suetonio César 67). Octavio Augusto, que utilizé el poder con mucha moderacién, era tan amado por los sibditos, que la mayorfa de ellos, al mo- rir, mandaban inmolar victimas para pedir a los dioses que el emperador les sobreviviera. Por lo tanto, nc ¢s facil que se arre- bate el poder de un principe a quien con tanto consenso ama cl pueblo; por lo que dice Salomén: “El rey que juzga a los po- bres con justicia estara firme eternamente su trono” (Proverbios 29, 14). Masel domino de os tranos no puede ser duradero, sien- do odioso a la multitud; en efecto, no se puede conservar por largo tiempo lo que repugna a los deseos de muchos. Pues, rara vez esta vida es pasada por alguno sin padecer perturbaciones; y, en un tiempo adverso, no puede faltar la ocasidn de levan- tarse conta el tirano, y dada la ocasién, tampoco faltaré entre Ja multitud alguno que se aproveche de ella. ¥ al insurgente el pueblo lo sigue con devocién, y diffcilmente carecerd de apo- ‘yo, ya que combate con el favor de la multitud. Por lo tanto, zara vez puede suceder que el dominio de un tirano dure largo tiempo. También esto ¢s evidente si uno comsidera de dénde se conserva el dominio del tirano. En efecto, no se conserva por ‘amor, ya que poca o ninguna amistad hay entre la multitud su- jeta y el tirano, como es evidente por lo establecido. Tampoco puede confiar el tirano en la fidelidad de los suibditos: en efec- to, no se encuentra tan grande vistud en muchos, que puedan con [a virtud de la fidelidad manienerse, sin sacudir en cuanto pudieren el yugo de la servidumbre. Quiza ni se considere con- tratio ala fidelidad, segiin la opinién de muchos, el derrocar Ja maldad tirinica de cualquier modo, Por lo tanto, queda que el xégimen del tirano sélo se sostenga por el terror; por ello pro- [97] ‘curan con toda intencién ser temidos por sus siibditos. Mas, el temor es el fundamento débil, pues quienes estén sujetos por te- mor, sise les da la ocasién en la cual puedan hallar impunidad, se levantan contra los que presiden con tanto mayor ardor, cuanto més contra su voluntad hayan sido cohibidos por el so- Io temor, como el agua represada violentamente, cuando en- cuentra tna salida, fluye con impetu. Pero el mismo miedo no carece de peligros, porque muchos se desesperan por el dema- siado temor; y Ia desesperacién por la salvacién precipita au- dazmente a intentar cualquier cosa. Entonces, no puede ser du- radero el dominio del tirano. Esto también es evidente no menos con ejemplos que con, razones. En efecto, si uno considerara las gestas de los anti- guos y los sucesos contemporineos, apenas encontrarfa un do- minio de algiin tirano que haya sido duradero; por ello Aris- tételes en su Polttica (V, 12, 1315 b 11-39) habiendo enumera- do muchos tiranos, demuestra que el dominio de todos ellos hubo terminado en breve tiempo; con todo, algunos de esos pudieron presidir un poco més, porque no se excedfan mucho en la tirania, sino que en muchos aspectos imitaban la modes- tia regia. TTodavia esto resulta més manifiesto a partir de la conside- raci6n del juicio divino. Como, en efecto, se dice en Job: “Ha- ce que gobieme un hombre hipécrita, por los pecados del pue- blo” (34, 30). Y nadie puede ser llamado hipécrita con més ver- dad que quien asume el deber del rey y se muestra como tira- no; pues se lama hipécrita aquel que representa la persona de ‘otro, como se acostumbré a hacer en los espectéculos. Asi en- tonces el Sefior permite que tomen el mando tiranos para cas- tigo de los pecados de los suibditos. Tal castigo acostumbré Ile- marse ira de Dios en la Eseritura, de donde el Sefior dice por medio de Oseas: “Te daré un rey en mi furor” (13, 1 1) Infeliz, pues, el rey que es concedido en el furor de Dios para el pue- blo; su dominio, en efecto, no puede ser estable, porque “Dios no se olvidard de tener misericordia ni contendré en su ira sus miseticordias” (Salmos 77, 10); ademas, como se dice por Joel: “El Sedior es paciente, de gran misericordia y poderoso sobre la [98] malicia” (11, 13). Entonces, Dios no permite que los tiranos yeinen por largo tiempo, sino que tras la tempestad por ellos provocada sobre el pueblo, por medio de st deposicién traerd {a tranquilidad; de aqui que el Sabio diga: “El Seftor destrayé el trono de los conductores soberbios y senté en su lugar a los, hhumildes” (Eelesidtico 10, 17). ‘También por la experiencia es evidente que los reyes han reanido més riquezas que los tiranos con su rapitia, En efecto, como el dominio de los tiranos desagrada a la multitud sujeta, tienen los tiranos la necesidad de contar con muchos escoltas aque los protejan contza los stibditos, en los cuales es necesario que gasten mas de lo que roban a los stibditos. Mas el domi- niio de los reyes, ya que agrada 2 los stibditos, tiene como es- coltas a todos los sibditos para la custodia, en los cuales no ne- cesita gastar nada, sino que ellos por su propia voluntad entre- gan a los reyes, en las necesidades, muchas més cosas que las que los tiranos puedan dilapidar; y as{ se cumple lo que dice ‘Salomén: “Unos -0 sea los reyes- dividen sus bienes para repar- tirlos entre los sabditos y se hacen més ricos, otros -0 sea los ti- ranos- roban lo que les pertenece y siempre estén necesitados” (Proverbios 11, 24). Tgualmente sucede por el justo juicio de Dios que, quienes amontonan riquezas injustamente, las dila pidan inttiimente, o incluso les son arretatadas justamente. En efecto, como dice Salomén: “El avaro no se Ilenara de di- nero, y quien ama las riquezas, nada extraeri de ellas” (Eclesids- tico 5, 9); ademds como dice en otro lugar: “Perturba su propia casa quien se deja llevar por la avaticia® (Proverbios 13, 27). Pe- ro los reyes mientras buscan justicia, les son aumentadas las ri- quezas por Dios, como a Salomén, quien, habiendo pedido sa- biduria para juzgar, recibié la promesa de abundantes riquezas (3 Reyes 9-13). Parece supertluo hablar de la fama, éQuién dudarfa de que los reyes buenos no sélo en esta vida, sino sobre todo después de su muerte, viven de alguna manera en las alabanzas de los hombres y se los extrafia, pero el nombre ce los malos se olvi- da de inmediato, o bien si fueron excelentes en malicia, se los recuerda detestablemente? De aqui que Salomén diga: “La me- (991 moria del justo serd con alabanzas, mas el nombre de fos im- pios se pudrira” (Proverbias 10, 7), sea porque se desvanece 0 bien perdura con asco. [1001 CaprfTuLo 11 Qué suplicios soportardn los tiranos De esto, por Jo tanto, ¢s manifiesto que la estabilidad del poder, de las riquezas, del honor y de la fama la obtienen mas ficilmente los reyes que los tiranos; con todo, para alcanzar é50s indebidamente los principes se inclinen hacia la tiranias en efecto, nadie se aparta de Ia justicia a nc ser llevado por el deseo de alguna ventaja. El tirano, sobre todo, esti privado de Ja excelentisima felicidad que se le debe a los reyes como pre- mio y, lo que es mas grave, consigue el tormento maximo en- tre las penas; en efecto, si alguien roba a un hombre o lo redu- ce ala servidumbre 0 lo mata, merece la méxima pena: en lo que hace al juicio de los hombres, la muerte; en lo que hace al juicio de Dios, el castigo etemo; cudnto mésse debe juzgar que ‘merezca los peores suplicios el tirano que roba a todos por to- das partes, que atenta contra la libertad comin de todos y que por deseo de su voluntad mata a cualquiere. Ademés, tales ra- ra vez se arrepienten, hinchados por el viento de la soberbia, desamparados de la ayuda de Dios y embriagados por las adu- laciones de los hombres, rara vez pueden satisfacerse con dig- nidad. En efecto, écuindo restituirén todo lo que arrebataron mis alld de lajusticia debida y a cuya restitucién nadie duda de que ellos estin obligados? {Cuando recompensarén a los que oprimieron ¢ injustamente dafiaron de algin modo? (101) Se agrega a su impenitencia el hecho de que creen Iicito to- do lo que impunemente y sin resistencia pudieron hacer; de aqui que no solamente no pretendan enmendar los males que causaron, sino que utilizando sus mafias como autoridad, transmitan la audacia de pecar a su posteridad; y asi son res- ponsables ante Dios no solo de sus crimenes, sino también de los de aquellos a los que les dieron Ia ocasién de pecar. Incluso, su pecado es mas grave por la dignidad del deber asumido. En efecto, asf como un rey terreno castiga més gra mente a sus ministros si los encuentra en rebelién contra él, Dios castigaré mas a los que hizo ejecutores y ministros de su ségimen, si acttian malvadamente convirtiendo la justicia de Dios en amargura. De aqui que se diga en el libro de la Sabi. la. los reyes inicuos: “Ya que cuando erais ministros de su rei- no no juzgasteis de manera justa ni custodiastes la ley de la justicia ni caminasteis segin la voluntad de Dios, él se os apa- recerd con horror y rapidamente, porque haré un juicio duri ‘mo contra los que estén presentes. Por cierto, se concede mise- ricordia al pequefio, pero los poderosos padecerdn poderosos tormentos” (6, 5-7). ¥ a Nabucodonosor se le dice por medio de Isaias: “Te precipitas al infierno, a lo profundo del lago; quienes te vieren, se inclinardn hacia ti y te verdn” (14, 15-16) como si estuvieses sumergido en las mas profundas penas. [102] CariruLo 12 Recapitulacién del libro primero Entonces, silos reyes obtienen bienes temporales en abun- dancia y un grado excelente de felicidad les es preparado por Dios, y silos tiranos, en cambio, hasta de los bienes tempora- Jes que desean, se frustran, al estar atados sobre todo a muchos peligros temporales y, lo que es més, estdn privados de los bie- nes etemos, habiéndoseles reservado gravisimas penas, se ha de tratar con vehemencia por parte de estos qu: hayan aceptado el deber de reinar, presentarse ante los suibditos como reyes, no como tiranos. Sobre qué es ser rey y en qué aprovecha ala multitud tener un rey, ademés en qué aprovecha al que preside presentarse an- te la multitud 2 él sujeta como rey, no como tirano, hemos di- cho bastante. [103] Libro segundo Carfruto 1 Cudl es el deber del rey Siguiendo con lo dicho, hay que considerar cuél es el de- ber del rey y cémo conviene que el rey sea. ‘Ahora bien, ya que lo que es segiin el atte imita a lo que es segin lz naturaleza, por lo cual concebimos que podemos obrar segiin raz6n, parece lo éptimo tomar el deber del rey a partir de la forma del régimen natural. Mas se encuentra en la naturaleza un régimen universal y otro particular: universal, en tanto todas las cosas estan contenidas bajo el régimen de Dios, porque con su providencia todo lo gobiema, y el particular, muy similar por cierto al régimen divino, se encuentra en el hombre, quien por ello es llamado microcosmos, porque en él se encuentra la forma del xégimen universal. Pues, como todas Jas criaturas corpéreas y todas las fuerzas espirituales estin con~ tenidas bajo el régimen divino, asi también los miembros del cuerpo y las capacidades espirituales son regidas por la razén, y asi como esté la saz6n en el hombre, asi lo esté Dios en el mundo. Pero porque, como antes sefialamos, el hombre es un ani- mal naturalmente social que vive en una multitud, la semejan- za respecto del régimen divino se encuentia en el hombre no sélo tanto por esto: porque la razén sija les demds partes del hombre, sino también cuanto por esto otto: porque por la ra- (107) z6n de un solo hombre sea regida la multitud; cosa que atafie mximamente al deber del rey; mientras que también en algu- nos animales que viven socialmente se encuentra cierea simili- tud con este régimen, como por ejemplo en las abejas en las cuales se dice que incluso hay reinas, porque su ségimen no es por razén, sino por instinto natural dado por el sumo rey que es el autor de la naturaleza. ‘Asi pues, sepa el rey que ha asumido este deber: que esté en el reino como el alma en el cuerpo y como Dios en el mun- do. Cosa que si diligentemente observara, de un lado, se en- cenderia en él el celo por la justicia, al considerarse colocado para ejercer derecho en su reino como en el lugar de Dios, y, de otro lado, adquiriia la benignidad de la mansedumbre y la clemencia, al tratar a cada uno de los que estan bajo su régimen como miembros propios. (108 } CapiTULO 2 Qué cosas competen al deber def rey al instituir tuna ciudad o reino Conviene, pues, considerar qué hace Dios en el mundo, asi entonces seré manifiesto qué esta obligado a hacer el rey. Dos obras deben considerarse, de modo universal, de Dios, en el mundo: una con la que creé el mundo, la otra con la que tuna vez creado lo gobierna, Estas dos obras ls tiene el alma en el cuerpo, pues, primero, por la virtud del alma se forma el cuerpo, y, después, por el alma el cuerpo es regido y movido. De éstas a segunda atafie mas propiamente al deber del rey. De aqui que a todos los reyes competa reinar, y por ese régimen de gobierno, precisamente, se toma el nombre de rey. En cambio, Ia primera obra no a todos los reyes conviene; pues no todos fandan un reino o una ciudad en la cual reinan, sino que reci- ben el cuidado del régimen en un reino o una ciudad ya fun- dados. Con todo, hay que considerar que, a no ser que le hubiese precedido el que haya fundado Ia ciudad o reino, no tendria lu- gar la gobemnacién del reino. En efecto, bajo el deber del rey esté comprendida también la fundacién de la ciudad y del rei- xno. Pues algunos fundaron ciudades en las cuales reinaron, co- mo Nino, Ninive, y Rémulo, Roma. Similamente compete al deber de gobernar conservar lo gobemnado utilizarlo para lo [109] que fue creado. Asi pues, no se podra conocer plenamente el deber de gobemnar, si se ignora la raza de su fundacién. Ahora bien, la razén de la fundacién del reino se debe to- mar del ejemplo de la creacién del mundo. Al respecto, en pri- mer lugar, se considera la produccién de las cosas mismas, des- pués la distincién ordenada de las partes del mundo. Posterior- mente, las diversas especies de cosas que se ven distribuidas en cada parte del mundo, como las estrellas en el cielo, las aves en a aire, los peces en el agua, los animales en la tierra, y, por tl- timo, a cada cosa que se ve provista abundantemente por la di- vinidad de lo que necesita. Moisés expres6 la raz6n de esta creacién con sutileza y diligencia. En efecto, en primer lugar, refiere la produccién de las cosas cuando dice: “Al principio cre6 Dios el cielo y la tierra” (Genesis 1, 1); después, anuncia que todas las cosas fueron distinguidas por la divinidad segiin tun orden conveniente, esto es, el dia respecto de la noche, lo inferior respecto de lo superior, el mar respecto de la tietra. Re- fiere, entonces, el cielo adornado con las luminarias, el aire con las aves, el mar con fos peces, la tierra con los animales, asig- nando, por tiltimo, a los hombres el dominio de los animales y la tierra, y anuncia que, por establecimiento de la providen- cia divina, es comiin el uso de las plantas tanto para los hom: bres como para los otros animales. El que funda una ciudad y un reino nuevos no puede cier- tamente producir los hombres ni los lugares para habitar ni las restantes cosas que subvienen a la vida, sino que tiene que uti- lizar necesariamente aquellas cosas que preexisten en la natu- raleza, del mismo modo en que las demas artes toman de la na- turaleza la materia para su operacién, como el hessero toma el hierro y el constructor la madera y las piedras, para uso en sus artes respectivos. Asi pues, es necesario para el que funda una Gludad y un reino, primero, elegir un lugar apropiado que con- serve saludables a sus habitantes, con suficiente fertilidad para el sustento, deleitable por su amenidad, y que los mantenga a resguardo de los enemigos por su fortficacién. ¥ si alguna de las ventajas dichas faltara, el lugar tanto més seré conveniente cuanto muchas o las més necesarias de las establecidas tenga. (110) Después, es necesario que el lugar elegido para la funda- cién de la ciudad o reino se distinga segrin la exigencia de lo aque requiere la perfeccidn de la ciudad o reito; por ejemplo, si hay que fundar un reino, conviene prever qué lugar es apto pa- ra construr las ciudades, cual para las aldeas, cual para los cam pamentos, dinde deben construisse las casas de estudio, dén- de los campos de entrenamiento militar, déade las tiendas de los comerciantes, y asi respecto de los otros que requiera la per- feccién del reino. Si se pone en obra la fundacién de una ciu- dad, es conveniente prever qué lugar es para los asuntos sagra- dos, cul para administrar justicia, cual para cada uno de los sgremios. Después conviene reunir a los homores en los lugares adecuados a juzgar por sus oficios. Por tiltimo, se lo debe pro- veer al punto de que cada uno adquiera lo necesario segin su condicién y cstado. Pues de otra manera no podrfa un reino o tuna ciudad permanecer. ‘Asi pues, éstas son, aunque dichas resuraidamente, las co- sas que competen al deber del rey sespecto de la fundacién de una ciudad o reino, tomadas a partir de la semejanza de la crea- cién del mundo. tau] CapiTULO 3 Que la razén de gobierno debe ser tomada del gobierno divino Asi como la fundacién de la ciudad o reino se toma con- venientemente de la forma de la creacién del mundo, asi tam- bién la razén de gobiemo debe tomarse del gobierno divino. Con todo, hay que considerar previamente que gobernar ¢s llevar convenientemente lo que es gobemnado a su debido fin, Por cierto, ai se dice que la nave es gobernada, mientras es Ilevada ilesa por la habilidad del marinero hasta el puerto por una ruta directa. Entonces, si algo se ordenara a un fin exterior a si mismo, como la nave al puerto, al deber del gobernador pertenecerd no s6lo conservar la cosa ilesa en si, sino también Ilevarla después hasta el fin, En cambio, si hubiese algo cuyo fin no estuviese fuera de si mismo, la intencién del gobemador s6lo tenderia a esto, a conservar aquella cosa ilesa en su perfeccién. Y aunque no se encuentre que algo tal exista en las cosas, excepto Dios mismo que ¢s el fin de todas las cosas, sin embargo respecto de aque- lo que esta ordenado a un fin extrinseco, su cuidado se da de miltiples maneras por diversas formas. Pues acaso uno seri quien procure que la cosa se conserve en su ser, y otro que al- cance su tiltima perfeccién, como resulta manifiesto del man- do (gubernatio) en la misma nave, de donde se toma el nombre (112) de gobiemo. En efecto, el calafate tiene a su cuidado la restau- raci6n si algo resultara deteriorado en la nave, mas el marinero tiene la tarea de que Ja nave llegue al puerto. Asi también su- cede en el caso del hombre; pues el médico siene a su cuidado la conservacién de la vida del hombre; el administrador la ad- 4quisicién de lo necesario para la vida; el sabia tiene a su cuida- do que conozea la verdad, y el preceptor de costumbres que vi- vva segtin la razén. Ahora bien, si el hombre no estuviera ordenado a un bien exterior, le serfan suficientes los cuidados predichos; pero hay un cierto bien extrinseco al hombre, mientras vive mortalmen- te, a saber, la felicidad tiltima que se espera con la visién de Dios después de la muerte, porque, como dice el Apéstol: “Mientras estamos en un cuerpo, peregrinamnos lejos del Se- ior” (2 Corintios 5, 6). De aqui que el hombre cristiano, que ha adquirido aquella felicidad por la sangre de Cristo y que reci- be la sefial del Espiritu Santo para obtenerls, necesite de otro cuidado, del espiritual, por el cual se dirja al puerto de la sai- vacidn etema; y este Cuidado es brindado a los fieles por los ministros de la Iglesia de Cristo. Por cierto, conviene que sea el mismo el ‘uicio respecto del fin de toda la multitud y el de un solo hombre. Entonces, siel fin Gltimo de un hombre fuera un bien cualquiera, que existie- se en él mismo, y también lo fuera el fin iltmo con el que se gobiema una multitud, sucederia que la multitud adquirirfa tal bien y permaneceria en él. ¥ si el fin diltime de un solo hom bre o de la multitud fuera la vida corporal, o sea la salud del ‘cuerpo, seria deber del médico conducir a ese fin; siel fin it~ mo fuera la abundancia de riquezas, el administrador seria el rey de la multituds y silo fuera el bien de la verdad, el rey ten- dria el deber del sabio: conocer cual sea tala la que la multi- tud pueda llegar. Parece, en cambio, que el dltimo fin de una multitud con- gregada es vivir segiin la virtud; en efecto, para esto se retinen los hombres, para vivir bien todos juntos, cosa que no podria conseguir uno que viva aisladamente, y la vida buena es la que se da segtin la virtud, entonces la vida virtuosa es el fin de la 113] congregacién humana. Sefial de ello es que estos son solo par. tes de una multitud congregada los que se comunican entre si en el vivir bien, Por cierto, silos hombres convinieran s6lo en vivir, los animales y los esclavos serian alguna parte de la con- gregacién civil; si lo hicieran en adquirir riquezas, todos los hombres de negocios pertenecerian, ala vez, a una sola ciudad. Mas ahora veros que sélo aquellos cuentan en una multitud os que se dirigen para vivir bien bajo las mismas leyes y el mis- mo régimen. Pero porque el hombre, al vivir segtin la virtud, se ordena aun fin ulterior que consiste en la fruicién divina, como ya an- tes dijimos, y como conviene que el fin de Iz multitud huma- na sca el mismo que el de un solo hombre, no es el fin tltimo de una multitud congregada vivir segiin la virtud, sino por la vvida virtuosa alcanzar Ia fruicién divina. Entonces, si se pudiera alcanzar este fin por medio de la virtud de la naturaleza humana, seria necesario que al deber del rey le competiera dirigir a los hombres hacia este fin; pues su- ponemos que se llama rey a ese a quien se le encomienda la su- premacfa del régimen en los asuntos humanos. ¥ tanto ¢s el ré- gimen mas sublime cuanto se ordena a un fin més alto. Pues siempre se encuentra aquel para quien el fin iltimo consiste en mandar a los que obran las cosas que se ordenan al fin ultimo; como el capitin, a quien ataie disponer la navegacién, manda a aquel que construyé la nave, qué clase de nave apta para la navegacién debe hacer; y el militar, que debe usar las armas, ‘manda al armero qué tipos de armas fabricar. Pero porque el fin de la fruiciéa divina no lo consigue el hombre por la virtud humana, sino por la virtud divina, de acuerdo con aquello del ‘Apéstol: “La vida etema es una gracia de Dios” (Romanos 6, 23), llegar hasta aquel fin no es propio del régimen humano, si- no del divino. Entonces, un régimen tal pertenece a aquel rey que no sé lo es hombre, sino también Dios, a saber a Jesucristo el Sefior, quien haciendo a los hombres hijos de Dios los introdujo a la sloria celestial. Y este régimen que le fue dado no se corrom- perd, porque se le llama, en las Sagradas Escrituras, no s6lo s=- [114] cerdote, sino también rey, al decir de Jeremias; “Reinara como rey y serd sabio” (23, 5); de aqut que de él se derive el sacerdo- io real y, lo que es més, todos los fieles de Cristo en cuanto son miembros suyos se dicen reyes y sacerdotes. Por fo tanto, el ministerio de tal reino, al estar separado lo espiritual de lo terreno, ha sido encomendado no a reyes terre- nos, sino a los sacerdotes y, sobretodo, al sumo sacerdote, su- cesor de Pedro, vicario de Cristo, el pontifice romano, a quien todos los reyes del puebio-cristiano conviene que estén sujetos como al mismo sefior Jesucristo. En efecto, de esta forma, co- ‘mo se dijo, a ese a quien compete el cuidado del fin tltimo se deben subordinar aquellos a los que ataiie ei cuidado de os fi ‘nes anteriores y con su imperio ser dirigidos. Y asi, como todo el culto de las cosas divinas de parte de Jos sacerdotes gentiles estaba en funcién de la adquisicién de bienes temporales, los cuales se ordenaban totalmente al bien comtin de la multitud cuyo cuidado incumbia al rey, de mane- ra conveniente los sacerdotes de los gentiles se sometian a los reyes. Y también en la Antigua Ley se aseguraba al pueblo reli- gioso la obtencién de bienes terrenos, no de parte de demonios, sino del verdadero Dios; de aqui que se lea que en la Antigua Ley los sacerdotes hayan estado sometidos a los reyes. Pero en la Nueva Ley el sacerdocio es més elevado; por él fos hombres son conducidos a los bienes celestiales; de aqui que en la ley de Cristo los reyes deban estar sujetos a los saczrdotes. Por ello sucedié de manera admirable por causa de la divi- na providencia el hecho de que en la ciudad de Roma, a la cual Dios habia previsto que fuera la sede principal del sacerdocio cristiano, se azraigara poco a poco la costurabre de que los di- rigentes de la ciudad se sometieran a los sacerdotes. Como, por cierto, refiere Valerio Méximo: “Nuestra ciudad siempre traté de colocar todo después de la religién, incluso en aquello que «quiso se viera el decoro de [a suprema majestad. Por lo cual, no se dudé de que los poderes sirvan a lo sagrado; asi el régimen de las cosas humanas se tendré en estima, sifuese servil a la po- tencia divina de manera correcta y constante” (Fechos y dichos memorables I, 1, 9). Y también, como habia de suceder que en (1s) Ja Galia la religién del sacerdocio cristiano creciera muchisimo, fue provisto por la divinidad que incluso entre los Galos los sa cerdotes gentiles, que eran llamados druidas, establecieran el derecho de toda la Galia, como refiere Julio César en su obra Sobre la guerra de las Galias (V1, 13, 5). [116] CariruLo 4 Es preciso que el afin del rey tenda a esto, a Ja manera en que la multitud viva bien Como a la vida beata que esperamos en el cielo como a su fin se ordena la vida en Ja que aqui los hombres viven bien, del ‘mismo modo a la vida buena de la multitud se ordenan como a un cierto fin los bienes particulares que los hombres procu- ran, sean las riquezas, las ganancias, la salud, la elocuencia o la erudicién. Entonces, si, como se dijo, quien tiene el cuidado del fin tltimo debe ser superior a los que tienen el cuidado de las cosas ordenadas a ese fin y dirigirlos con su poder, es mani- fiesto por lo dicho que el rey asi como debe estar sujeto al ré- gimen divino que es administrado por el oficio de los sacerdo- tes, asi también debe ser superior a todos los oficios humanos y ordenarlos con el poder de su ségimen. Cualquiera a quien le incumba perfeccicnar algo que se or- dena a otra cosa como a su fin, debe tender a que su obra sea congruente con ese fin; como el armero hace la espada de mo- do que sitva para la lucha, y el constructor debe distribuir los espacios domésticos de modo que sean aptos para habitar, En- tonces, como el fin de esta vida presente en la cual vivimos bien es la felicidad celestial, al deber del rey compete, por tal razén, procurar que la vida buena de la multitud sea congruen- te para la consecucién de la felicidad celestial, como por ¢jem- (171 plo prescribied lo que conduzca a la felicidad celestial y prohi- bird su contrario, en cuanto le fuere posible. Ahora bien, cudl es el camino a la felicidad verdadera y ccuéles sus impedimentos, se conoce por ley divina, y su doctri- na corresponde al oficio de los sacerdotes, segin aquello de Malaquias: “Los labios de los sacerdotes custodian el saber y de sus bocas se debe requerir la ley” (2, 7). ¥ por ello en el Deute- ronomio el Sefior manda: “Después de que se haya sentado el zey en el trono de su reino, dictard para ellos una segunda par- te de la ley en un volumen, tomard un ejemplar de los sacerdo- tes de la tribu de Levi, lo llevar’ consigo y lo leera todos los das de su vida a fin de que aprenda a temer al Sefior su Dios y custodiar sus palabras y las ceremonias que estin prescritas en a ley” (17, 18-9). Entonces, instruido por Ia ley divina, es preciso que tienda su afin principalmente la manera en que viva bien la multi- tud a él sujeta. Dicho afin se divide en tres: primero, en la mul- titud a él sujeta instituird una vida buena; segundo, conservaré esa vida instituida y, tercero, promoverd la vida conservada ha- cia lo mejor. Para la vida buena de un solo hombre se requieren dos co- sas: una, principal, que su operacién sea segin la virtud, pues la virtud es por la cual se vive bien, y la otra, secundaria y casi instrumental, es Ia suficiencia de bienes corporales cuyo uso es necesario para actuar segin las virtudes. Con todo, la unidad misma del hombre es causada por la naturaleza, mas la unidad de la multitud, que se llama paz, ha de ser procurada por la ha- bilidad de! dirigente. Entonces, de esta manera, para instituir la vida buena de la multitud se requieren tres cosas. Primero, que a maltitud se constituya en la unidad de la paz; segundo, que Ja multitud unida por el vinculo de la paz sea dirigida a actuar bien, pues, asi como el hombre no puede actuar bien a no ser que se presuponga la unidad de sus propias partes, asi tambien Ja multitud de hombres, careciendo de la unidad de la paz y atacdndose a si misma, estd impedida de actuar bien, y, terce- 10, se requiere que por la habilidad del disigente haya suficien- te cantidad de los medios més necesarios para vivir bien. (us) [Ast pues, habigadose constituido en la multitud la vida buena por deber del rey, e sigue que tienda £la la conservacién de ésa. Ahora bien, tres son las cosas que no permiten la dura- cién del bien piblico, La primera de ellas proviene de la natu- raleza: pues el bien de la multitud no debe instituirse sélo para un cierto tiempo, sino que debe ser perpetuo de alguna mane- ra; mas fos hombres, puesto que son mortdles, no pueden du- rar perpetuamente, ni, mientras viven, conservan siempre el mismo vigor, ya que la vida humana esta sujeta'a multiples cam- bios, y, asi, no existen hombres idéneos para cumpli las mis- ‘mas tareas de manera igual durante toda la vida. El otro impe- dimento para la conservacién del bien piblico, proveniente de Jo interior, consiste en la perversidad de las voluntades: cuando estén desidiosos para realizar lo que requie:e la cosa publica e, incluso, son dafiosos para la paz de la multitud y cuando, trans- grediendo la justicia, perturben la paz de los otros. Y el tercer impedimento para conservar la cosa publica es causado desde el exterior, cuando por Ia incursién de enemigos es turbada la paz y por ello el reino o la ciudad fundados se disuelven, Entonces, contra los tres impedimentos predichos el rey dispone de una triple cura, La primera, respecto de lo que ha- cea la sucesion de los hombres y ala sustitucién de los que es- tan al frente de las diversas obligaciones: «si como fue provi to por el régimen divino en las cosas cormuptibles, ya que no pueden durar siempre, el hecho de que por generacién, unas ocupen el lugar de otras, pues de esa manera se conserva la in- tegridad del universo, que del mismo modo por el afén del rey se conserve el bien de la multitud a él sujeta y procure con di- ligencia la manera en que otros ocupen el lugar de los que f- Ian. La segunda es que con leyes y preceptos, penas y premios, apatte de la iniquidad a los hombres a él sujetos y los conduz- caa obras virtuosas, tomando el ejemplo de Dios, quien dio le- yes a los hombres, distribuyendo premio a quiencs las obser- ‘yan y penas a los transgresores. La tercera es el cuidado que po- ne el rey para que Ia multitud a él sujeta esté a resguardo con- tra los enemigos, pues no le aprovecharia evitar os peligros i teriores, si no pudiera defenderse de los exteriores. (ig) Asi pues, para la institucién de una multitud buena hay otra cosa que atafe al deber del rey: que esté atento a lo que tiene que promover. Cosa que sucede cuando en cada una de las premisas establecidas, corrige si hay algo desordenado; lo suple si algo falta; se esfuerza por perfeccionarlo si algo puede ser hecho mejor. De aqui que el Apéstol aconseje a los fieles que siempre emulen ios mejores carismas (J Corintios 12, 31) Estas son, entonces, las cosas que competen al deber del rey, de las cuales convine tratas, con diligencia, caso por caso, [120] CapfruLo 5 Lo que compete al deber del rey en la fundacién de una cudad. En primer lugar, conviene comenzar por exponer el deber del rey en la fandacién de una ciudad o zeino. Pues, como di- ce Vegecio: “Las naciones més poderosas y los principes alaba- dos no juzgaron ninguna gloria mayor que la de fundar ciuda- des nuevas o perpetuar con su nombre las fundadas por otros, luego de engrandecerlas” (Epltome sobre la milicia, prologo); lo ‘cual concuerda con la ensefianza de la Sagrada Eseritura; pues dice el sabio en el Edesidstico: “La edificacién de una ciudad confirmari el renombre” (40, 19). En efecto, hoy se descono- ceria el nombre de Romulo a no ser pozgxe fundé Roma. En la fundacién de una ciudad o reinc, si es posible, debe clegirse, en primer lugar, una regién que sea teraplada; pues del clima de una regién los habitantes obtienen muchas ventajas. Primero, porque del clima de la regién obtienen los hombres la salud del cuerpo y longevidad. Como a salud consiste en

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