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Diego y el PAN:
El accionista
Sergio Aguayo Quezada Reforma
saguayo@colmex.mx 24 de marzo de 2004

Diego Fernández de Cevallos reapareció protegiendo a un empresario corrupto,


lo que le ganó críticas hasta de su partido. Personaje complejo que ejemplifica la
metamorfosis del militante valiente y comprometido que, engolosinado con el
poder y sus mieles, termina comportándose como accionista mayoritario de su
partido. Ese mismo acertijo confunde y lastra la vida de otros partidos.

Diego presume de haber nacido dentro del PAN. Algo hay de eso porque
pronunció su primer discurso a los 11 años y 52 años después continúa
sacudiendo auditorios deslumbrados con un verbo flamígero, audaz e irreverente,
y con una seguridad en sí mismo que fácilmente se convierte en iracunda
arrogancia. Convencido de lo que dice y hace, jamás rehúye una buena pelea
aunque tiene la astucia para ir seleccionando y dosificando a sus enemigos, tan
numerosos como sus aliados, asociados y seguidores.

Diego también es un negociador astuto y calculador y ese atributo lo puso en el


vértice de la política nacional. Después de los traumáticos comicios de 1988, el
presidente electo Carlos Salinas de Gortari necesitaba legitimarse y ampliar su
capacidad de maniobra. Requería de una alianza con el PAN para sumar los
votos de sus diputados a sus proyectos y para contener a una izquierda furiosa
con el fraude electoral. Diego fue un eficaz emisario para el PAN, un partido
urgido de mayor presencia nacional porque sólo así podía ingresar a las ligas
mayores. Y a partir de entonces el PAN creció por su trabajo, y porque desde Los
Pinos le reconocieron triunfos, y empezaron a cosechar las victorias y a recibir
los recursos que apisonaron el sendero que los llevó a Los Pinos.

Hace tiempo Diego recomendó a un grupo de jóvenes que si entraban en la


política buscaran independencia económica. Sabio consejo que Diego rebasó
porque con su práctica privada acumuló riqueza imposible de establecer porque
al interior del panismo se consideran incorrectas las declaraciones patrimoniales.
Una mancha sobre esa fortuna es la sospecha de que el éxito de litigante se
apuntaló con el acceso a los círculos de poder. Y sí, los asuntos redituables
empezaron después de aquel acercamiento privilegiado a Los Pinos. Recuérdense
si no las hectáreas en Punta Diamante (cerca de Acapulco), la representación de
los herederos de Gabriel Ramos Millán contra la Secretaría de la Reforma
Agraria, la defensa de los intereses de Jugos del Valle contra la Secretaría de
Hacienda, la fusión del Banco del Atlántico con Bital, la contratación de su
maquinaria para diferentes obras públicas en el Querétaro panista, etcétera.
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Son tan grandes los montos en disputa, y tan fuertes los indicios de que traficó
con influencias, que se han multiplicado las críticas de columnistas, reporteros y
políticos de los tres partidos: Roberto Campa del PRI, Martí Batres y Andrés
Manuel López Obrador del PRD, Carlos Medina Plascencia y Luisa María
Calderón del PAN están entre los que han condenado sus actividades. Diego
ignora los señalamientos y cuando se defiende exige pruebas, cuestiona las
motivaciones de sus adversarios y se envuelve en el sarape de la rectitud.

En el último escándalo, Diego dialogó con Carlos Ahumada Kurtz y lo orientó y


ayudó para difundir los videos que lastimaron al PRD. Se justificó diciendo que
incluso Ahumada necesitaba defenderse frente a la injusticia e invocó, como
razón superior, el combate a la corrupción en el gobierno del Distrito Federal. La
defensa es endeble porque basta recordar el daño causado por Ahumada para
concluir que si alguien necesita un defensor son los del PRD, y porque es
imposible olvidar el encono que Diego le tiene a Andrés Manuel López Obrador.
Lo indudable es que Diego sigue al pie de la letra el precepto de que el "fin
justifica los medios".

El comportamiento del Diego tardío choca con la forma en que los panistas se
ven y se presentan ante la sociedad. En sus documentos, el PAN se describe
como un partido que no justifica los medios para alcanzar los fines y pone a la
ética como su referente y su razón de ser. Y en el asunto de Ahumada cuesta
trabajo justificar el maridaje entre el senador y el corruptor. Diego pone en
entredicho otros pilares del ser panista. Litiga contra dependencias
gubernamentales cuando el código de ética de ese partido prohíbe realizar a sus
cuadros "labores de gestoría remuneradas, ante instancias del propio ámbito de
responsabilidad o de otros niveles de gobierno". Diego hace lo que quiere pese a
que los estatutos del PAN exigen disciplina a sus miembros. A Diego nadie lo
para y se comporta como accionista, como propietario, de un PAN que acepta
con humildad franciscana la independencia de uno de sus militantes más
distinguidos. Tiene compañía porque pese a los enconos entre ellos, en su camino
a la Presidencia Vicente

Fox siguió el ejemplo de Diego, y Marta Sahagún está haciendo ahora todo lo
que puede por emularlos y superarlos.

La historia, inconclusa, plantea preguntas sin respuesta. ¿Es Diego un "coyote


angora" u otro difamado? La evidencia está dispersa, espera una investigación
exhaustiva sobre sus negocios. ¿Faltan las pruebas, flaquean las voluntades o es
vulgar ineficiencia? Sería útil limpiar la breña porque sobre Diego cae otro
chubasco que puede transformarse en tormenta: la construcción de una carretera
entre Arandas y Tepatitlán en el Jalisco panista. Entretanto, la Procuraduría
General de Justicia del Distrito Federal podría aclarar el papel del senador en el
caso Ahumada. Son curiosos los jugueteos de la historia porque en 1988
Bernardo Bátiz acompañaba a Diego a negociar con el gobierno de Carlos
Salinas. Con esos antecedentes, ¿investigará Bátiz al senador?
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Una dimensión adicional está en el triángulo militante-partido-sociedad. Diego


está bien acompañado en ese rompimiento de la disciplina partidista. Es bastante
frecuente que los militantes distinguidos y poderosos actúen por la libre y/o se
olviden de la austeridad republicana y se dediquen a salir de pobres. En ese
terreno hay parecidos entre José Murat y Elba Esther Gordillo, Andrés Manuel
López Obrador y Rosario Robles, Diego Fernández y Marta Sahagún. Cada
partido reacciona de acuerdo a sus reglas y contextos. Sin embargo, cuando las
consecuencias rebasan lo que pasa dentro del partido, el organismo político
debería intervenir con más energía o al menos aclarar si se está violando la ética
pública. El país podría evitarse el pago de facturas que ahora le endosan
militantes indisciplinados o deshonestos.

La Miscelánea

En México, las reformas electorales se han gestado en el vientre del escándalo o


de las crisis. Así fue en 1994 y 1996. Así está siendo en el 2004 cuando las
revelaciones sobre los abusos partidistas han llevado a que en los últimos días se
presenten dos propuestas de reforma. En la iniciativa de Los Pinos destaca una
reducción inmediata del financiamiento público a los partidos que en estos
momentos es absurdamente elevado. En el planteamiento elaborado en la Cámara
de Diputados por el PRD y el PRI destaca la sugerencia de que la contratación de
publicidad en medios de comunicación se haga a través del Instituto Federal
Electoral. Estamos ante planteamientos complementarios que deberían fundirse
para lograr una mejor ley. En un asunto de tanta prioridad pública resulta absurda
la división.

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