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Todos estos grupos paramilitares que cuentan con las características anteriores
empezaron a
integrarse nacionalmente, a multiplicarse y a fortalecerse de manera muy acelera
da a partir de la
segunda mitad de los años noventa del siglo anterior. Su ritmo de crecimiento su
peró el de los
grupos guerrilleros y muy rápidamente llegaron a ser el segundo grupo irregular
en el país, con un
tamaño equivalente al 80% de las farc, principal grupo insurgente, y tres veces
más grande que el
segundo grupo guerrillero, el eln. Esto lo lograron en la cuarta parte del tiemp
o de existencia de las
guerrillas en Colombia. Estos grupos han adquirido una importante capacidad de c
onfrontación
militar, a pesar de no tener ni la larga experiencia ni, en algunos casos, el po
der de fuego de la
guerrilla.
Estas limitaciones, sin embargo, las han atenuado con la incorporación a sus fil
as de ex miembros
de las Fuerzas Militares, así como de desertores de los grupos guerrilleros.
El punto de partida de este auge fue sin duda la crisis política y militar ocurr
ida durante el gobierno
del presidente Ernesto Samper (1994-1998). De hecho, la fecha de constitución de
las Autodefensas
Unidas de Colombia es el año 1996. No es ninguna casualidad que este hecho hubie
ra ocurrido
pocos meses después de que la guerrilla de las farc realizara el más devastador
ataque que haya
hecho jamás contra un puesto militar, en Las Delicias, Caquetá. Allí murieron de
cenas de soldados
y fueron capturados por los guerrilleros casi un centenar. Después de este asalt
o, ese grupo
guerrillero llevaría a cabo otros de similar resultado, lo cual fue configurando
un germen de crisis
militar en el Estado colombiano, que se sumaba a la crisis política generada por
las acusaciones de
infiltración de dineros del narcotráfico en la organización de la campaña electo
ral del presidente
Samper. Podría decirse que la crisis política fue aprovechada por las guerrillas
para provocar la
crisis militar y que ésta, a su vez, provocó el surgimiento de la primera organi
zación nacional de los
grupos paramilitares.
Aun cuando no puede decirse que en la base del enfrentamiento entre las guerrill
as y los grupos
paramilitares existan proyectos, visiones o modelos distintos de desarrollo rura
l el de las
guerrillas basado en la pequeña propiedad campesina y el de los paramilitares su
stentado en la gran
propiedad terrateniente , sí se puede afirmar que existe una lucha por la propieda
d de la tierra y el
control de territorios que tiene móviles y propósitos diferentes. Para la guerri
lla el control territorial
es funcional y coadyuva a su proyecto de expansión político-militar, mientras qu
e la propiedad de la
tierra es un tema de su plataforma política que debe ser resuelto por medio de u
na reforma agraria.
Para los paramilitares el control de territorios va muy ligado a su voracidad pa
ra hacerse lo más
pronto posible a la propiedad de la tierra: el primero cumple propósitos contrai
nsurgentes y de
seguridad personal, la segunda es una vía de acumulación y blanqueo de capitales
particulares
adquiridos por medios ilícitos y violentos.
El fortalecimiento incontrolado de los grupos paramilitares durante los últimos
diez años ha
cambiado el panorama y la dinámica de la guerra interna en Colombia, haciéndola
aún más
compleja y difícil de resolver, tal como lo demuestra Juan Carlos Garzón en su t
rabajo aquí
incluido. Esos grupos se han constituido como el segundo actor irregular en tama
ño y tal vez el
primero en presencia territorial y en apoyo social y político.
Estas dos dinámicas, relacionadas una con el narcotráfico y otra con el poder lo
cal, son muy
similares a las que impulsan el accionar de los grupos guerrilleros. Su involucr
amiento en toda
suerte de acciones ilegales para conseguir recursos robo de gasolina, extorsión,
secuestro, etc.
los ha dotado de una infraestructura criminal muy poderosa. Su penetración en to
da suerte de
instituciones del Estado y el condicionamiento de los procesos electorales para
elegir candidatos
afectos y rechazar adversarios, les ha provisto de una gran influencia política
en todos los niveles de
las decisiones públicas.
En primer lugar, existe una evidente fatiga de guerra entre muchos dirigentes de
los grupos
paramilitares. Muchos de ellos son personas de vida urbana poco acostumbrados a
los avatares, el
aislamiento y las incomodidades de la vida en la selva. Tienen un deseo sincero
de regresar al seno
de sus familias y a su entorno social local. En segundo lugar, entre la dirigenc
ia paramilitar
prosperó la expectativa de que el gobierno de Álvaro Uribe iba a debilitar y a d
oblegar a las
guerrillas en muy corto tiempo, razón por la cual su política de seguridad democ
rática podría volver
la seguridad a todas las regiones del país. En tercer lugar, pensaron que las co
ndiciones jurídicas y
políticas para su desmovilización y reinserción iban a ser similares a las que e
l Estado les otorgó a
los grupos guerrilleros que se desmovilizaron a comienzos de la década de los añ
os noventa del
siglo anterior. En cuarto lugar, la decisión del presidente Uribe de adelantar c
on esas organizaciones
diálogos de paz tenía como sustento el inmenso respaldo que la opinión nacional
e internacional le
otorgaba al presidente y eso les generaba suficiente confianza para decidirse po
r la desmovilización.
No obstante, por el camino tuvieron que irse desengañando. De las razones que mo
tivaban su
desmovilización solamente quedaba la fatiga de guerra, incrementada por unos diá
logos
accidentados y llenos de incertidumbre. El debilitamiento de la guerrilla no ha
ocurrido ni en la
dimensión ni en el tiempo esperado y más bien empieza a ser claro que su replieg
ue estratégico
pudo haberle preservado la fuerza, por lo que conservaría posibilidades de inici
ar una
contraofensiva cuyos efectos podrían alterar negativamente el escenario de la se
guridad en
Colombia.
posconflicto, pues atentan contra la confianza necesaria para que los pactos sea
n cumplidos por
ambas partes, sobre todo si ponen en riesgo un punto neurálgico para todos los i
mplicados como es
el tema de la seguridad.
Esta situación ha acarreado serias preocupaciones entre algunos sectores que con
sideran que las
conversaciones entre el Gobierno y los paramilitares no están conduciendo a la d
esarticulación del
paramilitarismo, sino que se ha quedado solamente en la desmovilización de sus e
structuras
militares, dejando intactas sus estructuras criminales y mafiosas. En alguna med
ida esto ha sucedido
hasta ahora, lo cual es explicable pues las estructuras militares son las más vi
sibles y más fáciles de
desmovilizar. No ocurre lo mismo con las otras estructuras, como las redes de vi
gilantes civiles, los
escuadrones de la muerte y las estructuras mafiosas encargadas de mantener el ne
gocio del
narcotráfico así como las responsables de sustraer rentas de manera violenta a l
a economía formal.
A mi modo de ver, habría dos caminos para desarticular estas estructuras clandes
tinas: uno, forzar
la delación; otro, expropiar las fortunas mafiosas. La delación no parece ser un
a opción viable pues
a ella se oponen vigorosamente los jefes paramilitares, al punto de haber amenaz
ado en forma
creíble con romper el proceso si se les obliga a hacer confesiones plenas e inte
grales de sus delitos.
En cambio la expropiación de sus fortunas les privaría del capital necesario par
a mantener activas y
actuantes estructuras mercenarias para desarrollar actividades criminales a gran
escala. Esa
constricción de capital tal vez no produzca inmediatamente la desarticulación de
esas estructuras,
pero su persistencia las haría languidecer muy prontamente en el tiempo. De toda
s formas, el peor
escenario es no hacer lo suficiente para que todas las diversas y complejas estr
ucturas paramilitares
La Ley de Justicia y Paz que establece las condiciones jurídicas para la desmovi
lización de los
paramilitares es, obviamente, un elemento clave de esta negociación. Para establ
ecer las
condiciones de verdad, justicia y reparación que reclaman tanto la comunidad nac
ional como la
internacional hay que tener presente, en todo caso, que esta negociación se real
iza porque el Estado
no ha podido ganar la guerra y los grupos irregulares no la han perdido. Estas c
ircunstancias
políticas y militares obligan a hacer un acuerdo magnánimo y generoso en aras de
la paz. No es una
muestra de debilidad, sino de pragmatismo y sensatez. Las condiciones de entrada
al proceso, la
magnitud de las penas, las exigencias de confesión, la proporción de las expropi
aciones y otros
asuntos jurídicos deberían tener en cuenta estas realidades políticas.
El Gobierno hace bien en procurar que el Congreso señale a los paramilitares com
o delincuentes
políticos. Para ello hay dos tipos de razones: unas de conveniencia y otras de e
sencia. Las de
conveniencia tienen que ver con el proceso de paz y la posibilidad de que los pa
ras se desmovilicen
incluso antes del fin del conflicto armado. Las de esencia están relacionadas co
n las causas
eficientes del surgimiento de los paramilitares, su dinámica y su naturaleza.
Pero una razón adicional de conveniencia tiene que ver con la legitimidad misma
del proceso y de
un eventual acuerdo. El tratamiento jurídico, penal y político que le ha dado y
le dará el Estado
colombiano a los paramilitares sería absurdo e inaceptable para unos simples del
incuentes comunes.
El establecimiento de una zona de ubicación en Ralito, la suspensión de las órde
nes de captura, los
diálogos formales con el Gobierno y sus ministros, la intervención de los paras
en el Congreso de la
República, la rebaja de penas, la verificación de la oea y la búsqueda de cooper
ación internacional
no se hacen para desarticular unas bandas de delincuentes comunes. Quienes han e
stado de acuerdo
con muchas de las anteriores medidas, pero ahora se niegan a reconocerle el esta
tus político a los
paras, son como aquellos que quieren matar al tigre pero después se asustan con
el cuero.
Vamos ahora a las razones esenciales. Los paramilitares son políticos porque luc
han contra el
proyecto político de la guerrilla. Son una fuerza contrainsurgente civil, autóno
ma del Estado. Es
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a.org A.A. 251527
Web Site: www.seguridadydemocracia.org
Bogotá D.C., Colombia
incomprensible entonces que haya quienes le reconocen carácter político a la gue
rrilla pero no a
quienes luchan contra ella. Independientemente del origen de los paramilitares,
quienes entraron en
una dinámica contrainsurgente deben ser reconocidos como delincuentes políticos,
como la
«contra» en Nicaragua, por ejemplo. Además, su accionar armado ha cuestionado el
monopolio
legítimo de las armas por parte del Estado y ha interferido violentamente el ord
en constitucional.
Razones de más.
Pero tan absurda es la posición de los detractores del Gobierno que le reconocen
estatus político a la
guerrilla pero se lo niegan a los paras, como la posición del Gobierno que prete
nde reconocer como
delincuentes políticos a los paras, pero no a la guerrilla. En nuestro caso, gue
rrilla y paras son causa
y efecto del mismo fenómeno de violencia política.
Y este hecho nos conduce a discutir tanto la naturaleza de nuestra violencia com
o la vigencia del
delito político en Colombia. A mi manera de ver, la violencia política que ya ll
eva más de cuarenta
años en nuestro país no es otra cosa que el resultado de unos procesos traumátic
os y dolorosos de
ocupación del territorio, de construcción de Estado y de integración nacional. E
ste es el fondo real y
oculto de nuestra violencia política. Como esos procesos están aún inacabados, e
l delito político
todavía tiene plena vigencia en nuestro país.
Tenemos mucho más territorio que Estado y este es precario para administrar just
icia, recabar
tributos y ejercer el monopolio de la fuerza. Hay una enorme brecha entre region
es, y entre el país
rural y el país urbano. Por entre estos intersticios y aprovechando estas falenc
ias han crecido los
grupos irregulares que cuestionan al Estado, tienen apoyo en sectores de la pobl
ación y ejercen
funciones paraestatales en muchas regiones.
Peor aún: si, dado el caso, el Gobierno tuviera que aceptar las zonas de concent
ración de los
paramilitares, entonces tendría que movilizar nuevas tropas hacia esas zonas. ¿D
e dónde las va a
sacar? Pues retirándolas del Plan Patriota del sur del país, ya que el Gobierno
no tiene suficiente
fuerza militar para desmovilizar a los paramilitares e intentar derrotar a la gu
errilla al mismo
tiempo. Tiene que escoger solo uno entre estos dos objetivos y muy tarde podría
haberse dado
cuenta de este dilema estratégico.