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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D.

Milanés Mondaca

Luis D. Milanés Mondaca

CHILE – ARICA – 1982

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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

Fue en ese entonces, cuando servía como profesor


rural en aquel pueblito precordillerano de
Esquiña, que escribí estos cuentos para mis niños
pequeños.
En el poblado no había luz eléctrica y, al llegar la
noche, la casa se colmaba de velas encendidas; y
mi pequeña hija inflaba su boquita y soplaba
fuerte hasta apagarlas, a la vez que musitaba:
“Cumpleaños feliz…”
Mi hijo mayorcito saltaba alborozado de contento
y el más pequeño, en los brazos de su madre, reía
con afán.

Milanés

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DEDICATORIA

Con todo mi eterno cariño para mis amados hijos


Félix Daniel, Fabiola Daniela y Fernando Daniel…
y para los hijos de los hijos de mis hijos.

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PRÓLOGO

LOS CUENTOS DE LA CASITA DEL CUMPLEAÑO FELIZ

Siendo profesor rural, en un pueblito de la zona


precordillerana, llamado Esquiña, me tocó la suerte de
ser espectador de una variada actividad que hasta el
momento en que me recibí, en la Universidad de Chile-
Arica (Enero 1978), y luego me hiciera cargo de mi
escuelita, no había presenciado ni escuchado jamás.
Me recibí de profesor siendo aun muy joven, fue en ese
pueblito aquel, mi primera clase una veintena de niños
distribuidos desde primer a sexto año básico. El pueblo
quedaba muy distante de la ciudad de Arica; el viaje
demoraba alrededor de cuatro a cinco horas en
camiones.
Mi hijo mayor, Félix, el único en ese entonces, de
escasos tres años no se acostumbraba tal situación. A
veces me repetía: ―Papito vámonos a la casa del
Toqui‖, así le llamaba a la casa en donde vivíamos en la
ciudad, a causa del perrito regalón se llamaba Toqui;
―Vámonos papito, aquí no hay luz, no hay tele.‖- repetía
impetuosamente.
La falta de medios de comunicación como la televisión,
la radio y el Kiosco de revistas era obvia en lo rural,
pero esa situación no la entendía mi niño pequeño, y
realmente se apesadumbraba al no poder ver o

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escuchar sus programas favoritos, ni siquiera ver a


Condorito en algún diario añejo.
Muy temprano terminaba para nosotros el día, y mucho
más para nuestro hijito Nanicho, que así le decíamos a
nuestro pequeño; como no teníamos luz eléctrica, las
velas, adosadas a las paredes, comenzaban
tempranamente a menear sus flamitas preparando el
ambiente para irse definitivamente a la cama.
En una oportunidad trajimos al pueblo un receptor de
televisión, para encenderlo durante las dos horas que
se encendía el grupo electrógeno del pueblo, con el fin
de captar alguna señal, pero fue inútil; también trajimos
una radio, pero sólo escuchábamos emisoras
bolivianas. Nada resultaba, y debimos conformarnos a
nuestro destino. Así que convine en que le relataría un
cuento cada noche. De esa manera desfilaron en
nuestras noches de coloquio ―La Caperucita Roja‖,
―Blanca Nieves‖, ―Los tres Chanchitos‖, ―Pinocho‖,
―Pulgarcito‖, etc. Cuando el repertorio ya se había
acabado tuve que recurrir a la biblioteca de la escuela,
leer cuentos, fábulas y leyendas y narrárselas a Félix.
Esta estrategia me ayudó durante el primer año.
Durante las vacaciones de verano me dediqué a prever
situaciones para cuando regresara a mi lugar de
trabajo; leí las tiras cómicas de los diarios y revistas de
superhéroes, programas infantiles en televisión, y
recurrir a todo para almacenar en mi mente toda clase
de situaciones con el fin de entregar a mi querido hijito
lentamente el contenido en interesantes y jocosos
relatos. Esta situación me llevó a tener un contacto
más cercano con mi hijo, y en algunas ocasiones nos
dábamos el lujo de comentar las narraciones para

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sacar enseñanzas que me daba la oportunidad, a la vez,


de retransmitirla a mis alumnos.
En el segundo año de permanencia en aquella escuelita
rural aumentó nuestra familia con una adorable bebita
llamada Fabiola. Muy luego ella tuvo la palabra, el
entendimiento… y también la falta de entretención.
En Arica se acostumbraba a celebrar los cumpleaños
de nuestros vecinos con tortas y velitas de colores.
Fabi, que así le decíamos a nuestra hijita, antes de
venirse a Esquiña, había estado en varios de ellos; y
asociaba encender velitas con las fiestas aquellas.
Cuando había velitas, para ella era un Cumpleaños
Feliz.
Al llegar mi tercer año de permanencia como docente
en ese pueblo, en nuestra casita de adobes en Esquiña,
por las noches encendíamos velas para iluminarnos, y
Fabi, inocente de la situación, corría hacía ellas, inflaba
su boquita y de un solo soplido las apagaba, a la vez
que cantaba ―Cumpleaños Feliz‖.
Para Fabi, esta era ―La Casita del Cumpleaños Feliz‖,
porque todas las noches se encendían velas.
La necesidad siempre impulsa a suplir las necesidades.
Así que como profesor eché mano a la que tenía a mi
alcance, a mis alumnos rurales; y a base de premios y
pagarés sencillos, al terminar las clases, solicitaba a
los niños de la clase que me relataran cuentos o
historias que hubieran escuchado, alguna vez, por
boca de sus padres o abuelitos. ¡Cuán cúmulo de
relatos tradicionales transmitidos de generación en
generación estaban ocultos, ahí, en sus grandiosas
mentes, y de esa manera pude rescatar y recopilar cada
día de clases estos maravillosos cuentos y historias
andinas. Los escuché atento. Los escribí tal cual los
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escuche unos, otros tantos los adapté, muchos tantos


fueron inspiración para mi ágil mano literaria.
Y así, al llegar a ―La Casita del Cumpleaños Feliz‖ y al
encender las velas, es cada noche una fiesta para mis
hijos al escuchar atentos y con vivo interés las
aventuras de animalitos y niños buenos.
En mi quinto año de permanencia en Esquiña llegó
Fernando, Cotito como le decimos cariñosamente, a
fortalecer nuestra amada familia.
En ese tiempo aquel Nanichito, Fabita, Cotito y
también mi amada esposa Carmelita, sentados en la
cama escuchaban atentos mi narración de los
hermosos cuentos de estas tierras, y también aquellos,
que no alcanzaron a refugiarse en el literato papel, sé
que perdurarán en el tiempo en la mente de mis
adorados hijitos, como ser ―La Foquita Fofita‖ y el
aventurero ―Astroncito‖.
Siempre aquella casita rural será para nuestros
recuerdos un refugio de amor y unidad familiar; y estoy
seguro de que alguna vez mis queridos hijos relatarán
a sus hijos, o alumnos, los preciados ―Cuentos de la
Casita del Cumpleaños Feliz‖.

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INVENTARIO

La Zorra y la Guallata
El Zorrito y la Piedra
La Vizcachita y la Zorra
El Camarón y la Gallareta
El Cóndor, el Zorro y la Ñandú
De cómo las Mariposas adquirieron su color
De cómo el Picaflor quedó pequeño
El Pucopuco y el Gallo
De cómo se hizo el día y la noche
La odisea de Vizcachita
El Cóndor y el Zorro
La unión hace la fuerza
El Cóndor, el Zorro y la Taruka
El Viento y el Zorro
El Yaka-Yaka y el Ratón de campo
El Búho y el Zorzal
Manchita, la chivita regalona
El Niño Vertiente
La apuesta del Cóndor y el Zorro
El Niño lombriz
Por qué las Tunas tienen espinas
El Zorro que quería ser como el Perro pastor
El Ratón y el Lagarto
Clo-Clo-Clo

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La Zorra y la Guallata

Cierta vez estaba la Guallata con sus polluelos a


orillas del lago, echados en el fresco pastizal, cuando
de repente se vio acorralada por una hambrienta Zorra.
La Zorra, antes de engullirse a la Guallata y a los
polluelos, al ver a sus presas tan vistosas y coloridas,
se le ocurrió que si sus cachorritos fueran como ellos
se verían muy elegantes y serían mucho más hermosos
que el resto de los otros cachorros; así es que
desdeñando el instinto de supervivencia, en vez de
atacar y comerse a la Guallata, se acercó sigilosa y
preguntó:
-Señora Guallata, dígame usted... ¿Cómo hace para
que sus crías salgan tan bonitas con sus plumas
pintaditas?
La Guallata viendo que se estaba salvando de una
muerte segura, entre firme y temblorosa contestó:
-Señora Zorra, sólo tiene que encender el horno y
cuando vea que tiembla de caliente, entonces echa a
sus cachorros y cierra muy bien la puerta. Espera unos
instantes y cuando escuche unos estallidos, entonces
sus cachorritos ya estarán tan pintaditos como los
míos; luego los saca con mucho cuidado y entonces se
mete usted.
-Muchas gracias -refunfuñó la Zorra y rápidamente
fue a encender su horno de barro.
Una vez que se hubo calentado el horno hizo todo
como le indicara la Guallata. Esperó los estallidos y
ansiosa abrió el horno para sacar a sus cachorros,
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pero cuán fue la horrorosa sorpresa que tuvo al verlos


todos reventados y chamuscados. Los ojos se le
llenaron de sangre y juró que de ésta no se salvaba la
Guallata. Corrió furiosa a buscar la Guallata, pero ésta
presintiendo el peligro y la furia de la Zorra, se había
trasladado al centro del lago, a un pequeño islote.
La Zorra, llena de rabia, comenzó a beber el agua
con el propósito de secar el lago para alcanzar a su
verduga; pero sin darse cuenta en un par de segundos
era una inmensa bolsa llena de agua.
-No importa, ya llevo buen poco. En un par de
sorbos más te alcanzo, Guallata.
Y partió a reposar un rato. Y en tanto caminaba
entre piedras, quiscos y piscayos, decía:
- ¡Cuidado quiscos, cuidado piscayos, no me vayan
a pinchar y me revien... TEEEEEeeennnn!

El Zorrito y la Piedra

Un adolescente Zorrito escapó de su camada con la


pretensión de aventurar un poco por el mundo y poner
a prueba sus habilidades.
Caminó lento, atento con sus orejas en punta,
mirando para todos lados, listo para iniciar algún
eventual ataque o defensa.
Fue así que llegó a la cima de una lomada y observó
una tosca piedra redonda de regular tamaño; la miró
despectivamente, y con tono atrevido encaró:

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-¡Eh, tú, Piedra! A ver si es tan cierto lo que me han


contado de tu ligereza. Si logras derrotarme en llegar
primero a la explanada, yo Zorro Zorrito, líder y único
campeón de la carrera libre entre los de mi estirpe, te
proclamaré campeona por todos los tiempos. ¿Qué me
dices? ¿Aceptas? ¿De acuerdo? … ¡Bien!
Se acomodó al lado de la Piedra y alzó la cabeza.
-¡A la una! ¡A las dos! Listos… ¡Ya!
Y el Zorrito partió. Corrió un buen tramo, miró hacia
atrás y viendo que la Piedra aún permanecía tan quieta
en su mismo lugar, gritó:
- ¡Lo ves, lo ves, eso te pasa para que no te andes
adulando por ahí…vanidosa!
Corrió otro tramo, miró hacia atrás y repitió
nuevamente su fatuo discurso.
-¡Lo ves, lo ves, nunca podrás vencerme!- Esbozó una
maligna sonrisa y siguió corriendo cuesta abajo.
En ese momento, justo en que Zorrito volteaba su
cabeza, se produjo un fuerte temblor, el cual hizo rodar
fortuitamente la Piedra hacia abajo.
Por la carrera el Zorrito no se percató del movimiento
telúrico, y cuando por tercera vez se disponía encarar a
la Piedra, ésta pasó sin ningún miramiento por sobre el
engreído y petulante atleta dejándolo totalmente
machucado y tendido a medio camino. Mientras la
Piedra, provocando una gran polvareda, se apresuraba
por la inclinada falda de la loma.

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La Vizcachita y la Zorra

La Zorra perseguía a una joven Vizcachita para


comérsela. La Vizcachita, que iba muy cansada, al
pasar cerca de una pequeña cueva se paró y encaró a
la Zorra.
-Zorrita, Zorrita, no seas mala, por favor no me
comas.
-¡Ja, ja, ja! Ni lo pienses; ni te lo imagines siquiera.
De ésta no podrás escaparte.
-Supongo que tú tienes una familia con varios
cachorritos…
-¡Sí, Vizcachita sabrosa! ¡¡Spluaaash!! –
Contestó la Zorra cerrando sus ojos y lamiéndose
los bigotes – Con ellos te voy a compartir en mi mesa.
-Zorrita, Zorrita buena, al menos déjame
despedirme de mis padres y de mis hermanitos. Ya
que nunca más los volveré a ver- dijo la Vizcachita
lastimosa.
-Está bien, pero ¿Dónde vives? Que yo no te
dejaré mover de aquí- dijo la Zorra alzando las orejas.
- Aquí, aquí vivo, en esta cuevita. Ahí está mi
familia. Voy, me despido y regreso enseguida… ¿Ya?
-Apúrate, de lo contrario cavaré por ese hoyo y te
comeré a ti y a toda tu familia.
La Vizcachita no esperó que la Zorra se lo
repitiera de nuevo, y ya descansada se metió
rápidamente por la angosta cueva.
Afuera la Zorra quedó esperando inútilmente.

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La Vizcachita, segundos después, salía por otra


cueva que se hallaba a un pequeño tramo más
adelante; y sigilosa corrió a perderse por entre los
matorrales de la cordillera.

El Camarón y la Gallareta

Por esos días había llovido muchísimo en la


cordillera y fue entonces cuando el río creció en su
caudal. Las aguas habían aumentado y era todo una
gran masa barrosa lo que fluía por su lecho.
Los camarones, que habían emprendido su marcha
contra la corriente, fueron los más perjudicados. Estos,
como simples basuras, eran arrastrados hacia las
orillas, y muchos de ellos quedaron muy maltratados.
Después del desastre todos los animalitos fluviales
trataban de conseguir sus alimentos entre las rocas
próximas al río, que ahora corría tembloroso siguiendo
el cauce normal.
No había quedado ajena a esta labor la Gallareta,
ave pequeña, que tenía la particularidad de vivir en ese
ambiente saltando de roca en roca.
Pasaba la Gallareta por entre las rocas cuando vio
al Camarón.
-¿Qué te sucede hermano Camarón?
El Camarón, que se encontraba aprisionado entre el
fango, respondió:
-En este trance he quedado a causa de la crecida
del río. El agua me arrastró hacia afuera – Y elevando

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sus tijeras hacia la Gallareta, preguntó- ¿Tú podrías


ayudarme? , Si no lo haces, entonces moriré.
La Gallareta que es un ave muy gentil, asintió con
su cabecita.
-Claro hermano Camarón, yo bajaré hasta ti y tú con
tus tenazas te prenderás de mis patitas, y así te llevaré
hasta las aguas del río.
Bajó la Gallareta. El Camarón se asió, y de una sola
aleteada lo llevó sobre la corriente del río.
-¿Está bien que te sueltes desde aquí? – Consultó
el ave.
- Más abajo por favor, más abajo – Respondió el
Camarón.
La Gallareta bajó un poco más, y ya a ras del agua
consultó nuevamente.
-¿Está bien que te sueltes desde aquí hermano
Camarón?
-Más abajo aún – respondió el Camarón – deja que
mi cuerpo esté todo en el agua.
La Gallareta así lo hizo. Cuando ya estaba el
Camarón entero en el agua, éste sin soltarle las patitas,
comenzó a tirarla hacia abajo.
-¡Suéltame hermano Camarón, ya te he ayudado,
ahora déjame libre! – Arguyó el mal agradecido
Camarón.
En ese pleito se encontraban cuando acertó pasar
por la orilla otra Gallareta.
-¿Qué te sucede hermanita, que estás con medio
cuerpo en el agua? – Preguntó.
Y la asustada avecilla rápidamente le narró lo
sucedido.

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-¿Tú sola elevaste al Camarón y lo llevaste hasta el


medio del río?...No te creo ¡Vanidosa! – Repuso las
Gallareta desde la orilla.
Las gallaretas son todas muy unidas, pero ésta
hablaba de esa manera porque había concebido un
plan de rescate, tomando en cuenta lo distraído que
son los camarones.
-¡A ver si es verdad hermano Camarón… deja que
mi vanidosa amiga tan sólo te eleve un poco para
creerle!
Y el Camarón que quería terminar luego con su
faena, sin pensarlo dos veces, murmuró:
- Está bien, pero que sea rápido, porque ya estoy
cansado de tanto jalar, y también tengo mucha hambre.
El Camarón relajó su cuerpo y dejó de tirar hacia
abajo.
La Gallareta rápido se elevó con el Camarón. La
compañera desde la orilla le gritó:
-¡Oye, llévalo rápido hasta la casa y déjalo caer
suavemente en la olla que está llena con agua
hirviendo!
Así lo hizo la afligida Gallareta; y apenas hubo el
Camarón sentido el agua caliente, soltó las patitas de la
Gallareta, y se fue al fondo de la olla.
El Camarón de pura rabia se puso rojo, y las amigas
gallaretas, sin pensarlo, tuvieron un buen almuerzo.
Desde ese entonces las gallaretas dejaron de salir a
recolectar su alimento durante el día, para así no
encontrase con ningún tipo raro malagradecido.

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El Cóndor, el Zorro y la Ñandú

Se había enamorado el Cóndor de una bella Niña


adolescente; la seguía a donde ella iba. Hasta que un
día, estando la muchacha pasteando alpacas en los
bofedales, raudo bajó desde su escondite y con sus
poderosas garras la atrapó, y de esa manera se la llevó
hasta su hogar.
Sufría la Niña lejos de su hogar, y más aún cuando
la morada del señor Cóndor sólo era un montón de
ramas y paja seca puestas en un picacho saliente de
una fría montaña cordillerana. Para colmo, el Cóndor, le
demostraba su cariño trayéndole para comer carne
cruda y maloliente.
La Niña buscaba con desesperación la manera de
escapar de allí, pero era imposible siquiera intentarlo.
Entonces lloraba, lloraba y lloraba desconsoladamente.
Un día por la mañana, y cuando el Cóndor había
salido a surtirse de alimentos, casualmente pasó por
allí el colorido y gigante Picaflor, y escuchando el
lamento de la Niña preguntó:
-¿Por qué lloras muchachita?
-El Cóndor me ha secuestrado. ¿Tú me podrías
ayudar a escapar? Por favor…
- ¡Claro, como no! – respondió el Picaflor con su
chillona voz – pero nunca vayas a mencionar que yo te
ayudé, el Cóndor podría hacerme picadillo con su feroz
pico. Ven sígueme, yo te guiaré.

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Al regresar el Cóndor de su matutina travesía por la


comarca cordillerana se dio cuenta que su amada Niña
había desaparecido.
-¡Qué haré, qué haré! – Vociferaba iracundo el
Cóndor.
- ¡El corpulento Picaflor le ayudó a escapar! ¡El
corpulento Picaflor le ayudó a escapar! – Musitaba en
respuesta la Brisa.
El Cóndor, sin demora, salió a buscar al Picaflor
para hacerle pagar su traición. Pero el ingenioso y
gigante Picaflor se cuidó de esconderse muy bien por
un buen tiempo, siendo inútil los esfuerzos del ave de
rapiña en la búsqueda.
El Cóndor buscó entonces al más efectivo y
perspicaz rastreador de los animales, al Zorro.
-Compadre Zorro, vengo a encomendarte un gran
favor. Deseo contratarte para que busques y
encuentres al traidor Picaflor; pues me ha hecho
mucho mal. Quiero que lo encuentres y lo traigas para
comérmelo. ¿De acuerdo?
- ¡Cómo no…mi inteligente amigo! Pero mis
honorarios son llenar este costal de carnecita fresca…y
el pago es por adelantado… ¿Conforme? – Planteó el
Zorro vivaz.
- Lo que tú quieras – Exclamó el Cóndor.
Agitó, el plumífero, estrepitosamente sus alas, dio
un vuelo por acá, otros tantos por allá, y en unos
momentos llenó el costal del Zorro con avecillas
menores del campo.
Así andaba de cargado el Zorro en busca del
Picaflor, siguiendo rastros por todos lados; hasta que
llegó a la orilla del lago a beber agua. Se dio cuenta que
en un pequeño islote cerca de la orilla del pequeño
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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

lago estaba la abuela Ñandú tejiendo una manta para


su nieta.
-¡Abuela, abuela Ñandú! – llamó la atención el
Zorro.
-¿Qué quieres hijito? – Respondió la Ñandú- no
pensarás nadar hasta aquí para comerme; mira que
vieja estoy, pero patadas muy fuertes pego.
-No, no. –Acotó el Zorro, si no sé nadar todavía; y ni
quiero comerte - lo que pasa es que ando buscando al
Picaflor, y este costal me pesa demasiado. ¿Tú podrías
cuidarlo mientras yo encuentro a ese pajarraco?
-Está bien; déjalo en la orilla. Desde aquí lo vigilaré.
– Aceptó la anciana Ñandú.
El Zorro emprendió rápidamente la búsqueda, pero
a la abuela todo esto le parecía un poco extraño.
La Ñandú no esperó un instante más y yendo hasta
el costal lo abrió. Pero cuanta fue su sorpresa al ver
tantas pequeñas aves aprisionadas en el costal.
Imaginó las intenciones del Zorro y las echó a volar a
toditas agitando el saco por los aires. Una vez vacío el
costal lo llenó con paletas de tunas, ramas de cactus,
dedos de piscayos, y de otros tantos vegetales con
espinas que existen en la cordillera.
Al atardecer volvió el Zorro muy disgustado por no
haber encontrado al Picaflor. Agarró el costal, se lo
echó sobre la espalda y emprendió rápido el tranco
hacia su guarida.
Al caminar, con el saco a cuestas, le empezó a
picar la espalda.
Son estos pajarillos que me picotean porque quieren
que los libere- De esa manera el
Zorro caminó más conforme, aunque siempre seguía
con la picazón.
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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

Después de caminar un rato llegó a su casa. La


familia le esperaba impaciente. Y en medio de la
oscuridad vació el saco y gritó:
-¡Rápido agarren, que se pueden escapar estos
pájaros!
Todos se apresuraron a coger su presa, pero sólo
agarraron pinchazos y picaduras con las espinas de los
cacteos.
-¿Pero qué nos has traído Zorro tonto? Mira como
hemos quedado. ¿Acaso crees que se pueden comer
estos piscayos?- Gritaba la Zorra furiosa.
- ¡Esa vieja Ñandú echó a volar toda mi comida! Me
las pagará a hora mismo.
Entonces, el Zorro, llegando a la orilla del lago
increpaba a la Ñandú:
-Vieja, vieja Ñandú, iré hasta el islote… bueno no sé
nadar, pero beberé toda el agua del lago, y llegaré
hasta ti para comerte.
El Zorro bebió, bebió y bebió; y volvió a beber,
beber y beber; y bebió y bebió tanta agua que al final
se reventó.
Al amanecer el Cóndor llegó a pedirle cuentas al
Zorro, pero como lo halló reventado, cobró venganza
en él y se lo comió; luego se fue a dormir
tranquilamente pensando qué tendría qué hacer para
encontrar al tramposo Picaflor.

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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

De cómo las Mariposas adquirieron su color

Al concluir la creación, estaba un día el Hacedor


dando término a aquellas cosas que le faltaba algún
detallito: alargando las orejas a los burros, poniendo
puntas a los cerros, pintando de rosado las parinas,
echando sal al agua del mar, poniendo colores al arco
iris, situando las nubes en el cielo, dando brillo a las
estrellas, y muchas otras cosillas más.
Rendido el Hacedor había tomado la
determinación de descansar debajo de un frondoso
guayabo, pero observó que todavía le faltaba darle
color a las flores.
- Ya no tengo más material, y estoy muy cansado
para crearlos ahora mismo. Con estos pocos colores
que me han sobrado de las otras creaciones las
pintaré…Se verán muy hermosas y darán alegría a las
demás creaciones.
Estaba ya dispuesto a descansar cuando sintió a su
alrededor un gran ruido y mucho levantamiento de
polvo.
-¿Quiénes sois vosotros?
-Somos las Mariposas, y venimos a decirte que te
has olvidado de nosotras; falta que nos des un color,
que nos pintes a cada una de nosotras.
Y el Tatita Dios al abrir muy grandes sus hermosos
ojos vio que era cierto, y que cientos de miles de
Mariposas estaban incoloras.
- ¡Mmmmmmm… ya les pondré su color. Primero
tendré que crear cientos de ellos. Pues ya no tengo
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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

material a mano; y es mi deseo que sean muy


hermosas. Tendrán que esperar a que descanse un par
de milenios… pasará pronto. No desesperen.
Y se recostó definitivamente debajo del gran
manzano.
Las Mariposas comprendieron que se irían a quedar
sin sus colores por un largo, muy largo tiempo; y
quizás algunas irían a terminar sus breves vidas
totalmente incoloras.
Muy entristecidas y alicaídas volaron lentas y
suavemente a esconderse en una fría y oscura cueva,…
¿Ya que sin colorido para qué vivir libres por este
hermoso mundo?
Pero el destino de las Mariposas no era ese. Como
las Flores habían visto y escuchado todo lo que
acababa de ocurrir, entonces entre ellas acordaron
invitar a las Mariposas para que se fregaran en sus
innumerables y multicolores pétalos recién pintados.
Las Mariposas aceptaron la invitación de las Flores;
y todas ellas fueron a sobar sus delicados cuerpecitos
en todas aquellas Flores que estaban a su alcance.
De esa manera las Mariposas pudieron quedar no
sólo de uno, sino de varios colores pintadas.
Cuando el Tatita Dios, el Gran Hacedor de todas las
cosas, despertó comprendió que ya no era necesaria
su intervención, y se alegró mucho de la amistad que
había nacido entre las Flores y las Mariposas.

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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

De cómo el Picaflor quedó pequeño

El Cóndor había robado a la única hija de una


modesta familia campesina. Se la había llevado a vivir a
la cima de una montaña de la cordillera.
Los padres lloraban el desaparecimiento de su
querida hijita. A pesar de que tanto la habían buscado
no habían podido encontrarla.
El Picaflor, un ave tan grande como el Ñandú, se
había enterado de los actos del Cóndor. Por lo cual fue
a conversar con los afligidos padres.
-Si yo les devuelvo a su hijita ustedes tendrán
que darme todas las flores de vuestro huerto. De o
contrario jamás podrán recuperar a su hija.
-Lo que tú dispongas, aunque nos quedemos sin
cosecha para esta temporada, pero tráenos de
retorno a nuestra hijita.
El Picaflor, como era muy astuto, se las ingenió para
traer de regreso a la Niña.
Los padres muy agradecidos accedieron a que el
Picaflor hiciera uso ilimitado de su completa huerta.
Al otro día toda la familia se había marchado a
pastear llamas y alpacas al campo, a los grandes
bofedales. El Picaflor se encontraba solo en casa,
reposando de su gran festín de polen y néctar de las
fragantes flores de los tumbos, tunas, capulíes y otros
frutales.
El Cóndor, siguiendo los rastros de su traidor
amigo, llegó hasta la cabaña de los padres de la Niña.
Furioso golpeó la puerta.
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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

-¿Quién es? – Preguntó el Picaflor.


- ¿Está en casa el Picaflor?
El Picaflor al presentir el gran peligro que corría con
la presencia del Cóndor, respondió:
-No, acaba de irse a los bofedales, pero luego
regresará… espérelo ahí afuera mientras tanto.
Corrió a escaparse el Picaflor por la ventana
trasera de la casa, pero el Cóndor al reconocer la
meliflua voz de éste, e imaginando las intenciones del
traidor, rodeó la casa y justo en medio de la huerta lo
alcanzó.
Allí mismo el furioso Cóndor le propinó cientos de
picotazos por todo el cuerpo hasta dejarlo hecho
picadillo.
A sorpresa del Cóndor todas las partes del
malogrado Picaflor comenzaron a tomar vida en forma
individual. Y fueron cientos de pequeños picaflores que
emprendieron el vuelo por todos los lugares de la
comarca cordillerana, tratando de escapar, lejos, muy
lejos del Cóndor.
Desde ese entonces, al Picaflor, se le ve pequeño
como del porte de una tuna.

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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

El Pucopuco y el Gallo

El Pucopuco es una avecilla, del porte de una


cuculí, que habita en las pampas y bofedales de la
cordillera andina. Su nombre se debe al trino que
canturrea cada vez que está feliz, o en las ocasiones en
que se encuentra en estado de celo en la estación
donde florecen las hermosas y perfumadas florcillas
silvestres.
En una de esas deliciosas situaciones se hallaba el
alegre Pucopuco, entre los matorrales de la pampa
serrana, saltando y jactándose de su suave y
melodioso canto.
-¡Puco-puco-puco…puco-puco-puco…puco-puco-
puco! – Se pavoneaba pucopuqueando y alzando la
cabeza al cielo - ¿Quién será más melodioso que yo en
el canto? ¿Quién más exacto que yo? ¿Que rinde
honores en el justo momento a esta bella estación?
Era tanta la algarabía que hacía que todas las otras
aves del campo se sentían ofendidas por las
insinuaciones de la pequeña ave.
-Oye, Pucopuco, conocemos quién canta más
fuerte, más entonado y más puntual que tú – Declaró
una vistosa Guallata.
-Está bien, pero ¿Quién es? ¿Dónde está que no lo
veo ni lo escucho entonar su melodioso canto?
-Es el Gallo. Te proponemos un duelo con él.
-Bien, que así sea, pero… ¿Cuál será la arma para el
combate?- Interpeló el Pucopuco.
-El canto, al romper el alba – Crotó la Parina.
24
Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

-¿..Al romper el alba? - Balbuceó el sorprendido el


Pucopuco.
-¡Sí, en el interior de un horno de barro! -
Respondieron al unísono todas las avecillas del
sector.
Al anochecer se dispuso de dos hornos de barro,
cada cual muy distante del otro, para meter en uno al
Pucopuco y en el otro al Gallo.
La noche pasó lentamente. Nadie quería dormirse,
pues todos querían saber quién sería el ganador del
certamen.
Cuando apenas clareaba tras las montañas el
amanecer, con su cielo semiblanquecino, se sintió en
uno de los hornos de barro un largo y estruendoso
canto.
-¡¡ Kikirikiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii…!!
Era el fuerte y prolongado canto madrugador del
Gallo campestre.
Todas las aves fueron a sacarlo del horno para
felicitarlo por su triunfo.
En el otro horno, el Pucopuco, no pudo dormir
durante toda noche, pues se había puesto a calcular el
paso de la noche. Habiendo amanecido totalmente
todos los animales se retiraron del lugar con el Gallo
campeón, dejando encerrado en el horno al triste rival.
Habiendo transcurrido largo tiempo, y cuando el sol
reinaba en las alturas, decidió el Pucopuco cantar su
suave son.
- Vieron, vieron avecillas tontas…le gané al Gallo…-
y no alcanzó a decir más, pues cuando salió del horno
vio que todos los interesados ya se habían marchado.
El Pucopuco avergonzado salió del horno, y a
saltos se retiró del lugar.
25
Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

El evento fue conocido por el Hombre, quien


dispuso que el Gallo, por el gran don que poseía de
despertar tan temprano, lo que sería de mucho
beneficio para él, fuera merecedor de vivir con él en su
rancho. Desde esa ocasión el Gallo es un ave que vive
a expensas del hombre, quien lo protege y lo alimenta.
Mientras que el Pucopuco, aunque perdedor del
evento, vive cantando su alegre trova por las frescas
praderas de la cordillera andina.

De cómo se hizo el día y la noche

Hace mucho, muchísimo tiempo atrás, en la Tierra,


nuestro planeta, la gente vivía y hacía sus quehaceres
solamente a la luz de la estrellas, ya que en ese
entonces era la única forma de luminosidad que existía.
Había ciertamente miles de estrellas prendidas en
ese gran paño oscuro, y el único acontecimiento
estelar digno de destacar era que algunas estrellitas
súbitamente se apagaban para prenderse nuevamente
con más fuerza.
De pronto, a lo lejos, jugueteando por entre varias
estrellas apareció una inmensa bola de fuego, que
asustada corría en dirección a la Tierra; y era que esa
gran estrella luminosa llamada Sol estaba jugando a las
escondidas con su diminuta y pálida amiga la Luna.
El Sol difundía mucha luz porque tenía en su cuerpo
muchos candentes rayitos dorados.
La Luna era muy pálida y tenía un sin fin de
pequeños rayitos pálidos y friolentos.
26
Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

Como venían jugando al pillarse, el Sol decidió


esconderse detrás de la Tierra, mientras la Luna, muy
atrás, lo buscaba entre las estrellas. La gente que
poblaba la Tierra, y especialmente la que habitaba las
extensas comarcas andinas, por primera vez veía esta
cosa tan rara que quemaba y encandilaba; todas las
personas corrieron a esconderse en sus casas de
adobes, y los animalitos en sus refugios, con la
intención de no salir hasta cuando esa gigantesca bola
de fuego se alejase de esos cielos. En tanto que un
Rayito de Sol, el más travieso de todos, decía a sus
hermanos que tenía unas ganas tremendas de ir a
conocer esa estrellita tan azulita que estaba allí, al
alcance de la mano. En cuanto se descuidó el Sol el
Rayito de Sol se las emprendió a la Tierra y empezó a
recorrerla por todas partes.
-¡Qué bella! ¡Qué hermosa es esta estrellita azulina!
– decía maravillado el pequeño Rayito de Sol.
El Rayito de Sol encontró un río y le dieron ganas
de meterse en él. Así lo hizo y, tras tirarse a las frescas
y cristalinas aguas del río, allí se quedó prendido.
Ya la Luna estaba muy cerca de la Tierra, entonces
el Sol se dio cuenta y quiso escapar, pero se dio cuenta
que le faltaba un rayito. A la sazón el Sol se puso triste
y empezó a llorar.
-¿Qué te pasa Sol? – consultó la Luna al llegar.
-Se me perdió un rayito.
-Debe estar escondido en esta estrellita apagosa –
repuso la Luna apuntando a la Tierra con uno de sus
rayitos plateados.
-¡Busquémoslo allí! – exclamaron al unísono
ambos.

27
Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

Así los dos comenzaron a rondar y a escudriñar


meticulosamente la Tierra desde lo alto.
-Yo iré a buscarlo – dijo El Rayito de Luna a otro
rayito.
Y volando rápidamente se fue a la Tierra. Recorrió
montes, bosques, valles y cordillera hasta que
encontró el río donde estaba el Rayito de Sol
bañándose.
- Oye, Rayito de Sol, todos te estamos buscando,
pues ya nos vamos de este lugar- dijo el rayito
plateado.
- Mira Rayito de Luna, el agua está riquísima ¿Por
qué no vienes a refrescarte un poco antes de irnos? –
expresó el rayito dorado.
El Rayito de Luna, entusiasmado con al idea se
metió en el río. Y ambos se quedaron allí jugueteando
por siempre.
Desde ese tiempo, y hasta ahora y por siempre, el
Sol y la Luna dan vueltas y vueltas alrededor de la
Tierra buscando a sus Rayitos perdidos, originando de
esa manera el día y la noche.

ver el bello espectáculo, aplaudieron ruidosos y


gritaron vivas por la gallina.
Al fin comprendieron que la gallina por su condición
natural cada vez que pone un huevo cacarea
anunciando quizás que se trata de un futuro lindo y
pomposo polluelito.

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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

La Odisea de Vizcachita

I
El sol ya se había ocultado y los campesinos, hacía ya
mucho rato, se habían recogido a sus hogares. Era el
preciso momento que un joven ejemplar de Vizcacha
había esperado para salir a buscar su preciado
alimento. Sigilosa, con paso prudente, y con sus
orejitas muy atentas, bajó desde los cerros hasta el
pueblo. Recorrió todas las calles del lugar hasta que,
por fin, halló el tesoro tan ansiado: ¡La huerta de las
zanahorias!
Fue todo un festín. ¡Cómo estaba dejando la huerta del
Hombre! ―Una más, una más y me iré a dormir‖,
pensaba el goloso roedor. Sin embargo, al saltar sobre
una robusta y apetitosa zanahoria... ¡Plafff! Quedó
colgado de una pata desde un frondoso árbol.
La pobre Vizcacha no sabía qué hacer. Se dio cuenta
que, por descuidada, había caído en una trampa que el
Hombre había tendido.
Desconsolada, ya sin esperanzas, se puso a gimotear
los últimos momentos de su agitada vida silvestre.
En ese momento pasó por allí el Zorro, que también
había bajado al pueblo en busca de alimento. Cuando
éste se aprestaba a asaltar un gallinero, oyó el
lloriqueo de la Vizcacha. ―¡Qué suerte tengo!‖, pensó el
Zorro. ―Alguien me ha dejado preparada la cena... y con
el hambre que tengo...‖.
El Zorro abrió su fiero hocico, mostrando sus afilados
dientes. La Vizcacha abrió sus ojos, y sin perder un
segundo más, dijo al Zorro:
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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

—Zorro, hermano Zorro, gracias a Dios que has


llegado. Tú eres mi salvación.
— ¿Eh? —exclamó el Zorro.
—Sí, tú eres mi salvación —prosiguió la Vizcachita. —
Cómeme luego, porque así ya no tendré que hacer lo
que el Hombre quiere.
El Zorro, intrigado, preguntó:
— ¿Cómo es eso? ¿Qué te ha pedido el Hombre?
—Te lo explicaré. El Hombre me tiene castigado así
porque yo no quiero casarme con su hija. Dice que si
me caso con ella me dará mucha comida.
—Qué generoso es el Hombre —argumentó el Zorro.
— ¡Sí, es muy generoso! ¿A ti te gustaría estar en mi
lugar?
— ¡Claro! —respondió el Zorro, pensando en toda la
comida que podría tener sin esforzarse.
—Entonces sácame de aquí y cuélgate tú.
El Zorro soltó a la Vizcacha y se colgó en su lugar. La
Vizcacha aprovechó la ocasión y emprendió la fuga.
Al otro día, muy temprano, el Hombre fue a la huerta y
encontró al Zorro colgado.
— ¿Así que tú eres el que me destroza la huerta?
¡Toma! —y con el machete lanzó un golpe, pero el ágil
Zorro lo esquivó. El filo del arma cortó la soga de la
trampa, lo que aprovechó el Zorro para escapar.
Asustado y casi sin aliento, el Zorro corrió, abrumado,
entre las frías rocas de los cerros, jurándose asestar la
más dulce de las venganzas sobre la Vizcacha.

II
Echada sobre sus patitas, al centro de una grande y
cálida roca, a orillas de un pequeño cerro, estaba muy

30
Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

tranquila y confiada la Vizcacha tomando los rayos de


un majestuoso sol, mientras entonaba su sonoro silbo.
-¡Fiut – fiut – fiuuuuuut – fiú!
De pronto sin darse cuenta de cómo ni por dónde
apareció, tenía a la majadera Zorra sobre ella.
-Con que silbando ¿Eh? – sentenció la Zorra entre
dientes.
- Zorrita, es que ya no puedo más…– gimoteó la
Vizcacha.
-¡No te preocupes, ya no podrás nunca más! –
masculló furiosa la Zorra, y en un dos por tres tenía
entre sus fauces la pequeña cabeza de la Vizcacha.
La roedora, en verdad, ya no tenía escapatoria,
pero…
-¡Eh, Zorra, Zorrita! ¿Qué tienes en tu boca?
¡Cuidado!
La Zorra, muy asustada, sopló con fuerza la cabeza
de su cautiva.
-¡¡Uf!! ¡Qué pasa, dilo de una vez! – renegó la Zorra
muy preocupada.
-Tienes las muelas imposibles.
-¿Quéeeeeee?
- Tienes la muelas malas, muy negras… ¿No te
duelen? ¡Eres una cochina! …y así querías comerme –
encaró decidida y enojada la Vizcacha.
- ¿Y qué puedo hacer con mis muelitas? – consultó
atónita la Zorra sobándose con sus patitas su larga
quijada.
- ¿Tú conoces las minas? – Preguntó el pequeño
animal – Bueno, las minas dan oro, y con el oro se
arreglan las muelas… así lo he escuchado del hombre
- se respondió a sí misma la Vizcacha.

31
Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

-¿Oro, minas? ¿Dónde hay todo eso?- consultó


ansiosa la carnívora.
-Mira, esto es una mina – mostró, con su patita, el
pequeño cerro que estaba a su espalda. Luego siguió
explicando aún atrapada entre las patas de su opresor -
tú te quedas aquí mismo y te pones a cantar; verás
cómo cae oro del cerro, y todo para tus muelas.
La Zorra entonces, siguiendo el plan de la
Vizcacha, entusiasmada se puso a aullar una melodía.
Pero del cerro no cayó oro.
-¿Qué pasa Vizcacha mentirosa? ¿Por qué no cae
oro? – encaró furiosa la Zorra.
- Pasa que estás cantando muy suave – agregó la
roedora – Yo iré subiendo el cerro y te diré si lo estás
haciendo bien.
La Zorra entonces amarró con una cuerda la pata
de la Vizcacha para que no escapara; y se puso a aullar
la misma melodía. Pero del cerro no caía oro.
Estando la Vizcacha a mitad del cerro gritó:
- Más fuerte Zorrita, aún no se escucha.
La Zorra aulló todavía más sonoro.
-Más fuerte aún, Zorrita. No se escucha. Subiré
hasta la cima.
La Vizcachita, mientras la Zorra se preocupaba de
cantar, había juntado muchas piedras, las cuales
amontonó sobre una roca a orillas del cerro.
-¡Más fuerte aún, no se escucha! – gritó por última
vez la Vizcacha y lanzó rodando todas las piedras
sobre la Zorra.
Abajo la Zorra aullaba tan fuerte que no escuchó el
derrumbe que se venía sobre ella; y la pobre, sin darse
cuenta, quedó sepultada bajo un montón de piedras.

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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

La Vizcacha al verse liberada de la cuerda que ataba


su patita, miró hacia abajo y tranquila emprendió su
fuga silbando.
- ¡Fiút – fiuuuuuút – fiuuuuút –fiút – fiuuuuuút!

III
Andaba la Zorra buscando a la Vizcacha con el fin
de saciar su hambre. Había caminado mucho por los
cerros y pampas, siguiendo el rastro del apetitoso
roedor, cuando decidió bajar al río a beber de las
frescas aguas.
Grande fue la sorpresa de la Zorra al ver allí, oculta
entre los matorrales, sobre una roca, a la ansiada
Vizcacha. Hocico en ristre fue acercándose para saltar
sobre la presa.
-Un paso más y ya no tendrás que preocuparte
nunca más de tomar los rayos del sol, Vizcachita-
Mascullaba entre dientes la hambrienta cazadora.
Se preparó la Zorra para saltar; y… ¡¡Zaaaasssss!!
Cayó sobre la indefensa orejuda con la intención de
aturdir a la presa.
-Espera, espera Zorrita- Gritó muy asustada la
Vizcacha.
-No, no ya no me harás caer en una de tus
mentiras… ¡Prepárate a morir!
- ¿Acaso, quieres morir envenenada?-- Arguyó la
Vizcacha.
-¿Envenenada, pero por qué? – Repuso la Zorra.
-Tengo conocimiento de que a los zorros les hace
mal comer camarones- Respondió la orejuda.
-¡Estás loca, Vizcacha! Si los camarones son mi
dieta favorita.

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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

-Yo te lo decía, porque acabo de manducarme


muchos, muchísimos camarones; mira mi panza –
Indicó su barriga la Vizcacha a la Zorra.
-Con mayor gusto te comeré ¡Huummmm! –
Manifestó la Zorra, lamiéndose los bigotes.
-Espera, Zorrita; si quieres comer muchos,
muchísimos camarones puedo indicarte el secreto para
obtenerlos bien grandes, más grande que un
quirquincho.
-Bien, pero ni pienses que te dejaré ir.
-Mira, Zorrita, tienes que ponerte en la cabeza una
corona hecha con ramas de cactus, pencas de tunas y
dedos de piscayos – Explicaba agitada la Vizcacha –
además amárrate una gran piedra al cuello. Verás que
al meter tu cabecita en las aguas del río, muchísimos
camarones se colgarán de la corona espinuda.
La Zorra hizo lo que le dijera la astuta roedora, y en
un dos por tres la pesada piedra arrastró al canino a las
profundidades del río. El pobre animal al darse cuenta
del engaño no hacía más que abrir sus desorbitados
ojos, en tanto arañaba, desesperada por el sofoco, las
arenas del lecho del río.
La Vizcacha aprovechó la ocasión para escapar. En
tanto la Zorra, gracias a sus desesperados pataleos
logró zafarse de la verduga piedra que aprisionaba su
cuello. Salió jadeante la Zorra, a reponerse a la orilla,
jurándose que para otra vez la Vizcacha ya no
escaparía de sus afiladas garras.

IV
El Sol, caluroso, sofocante, traía a la Vizcacha muy
fatigada en su loca fuga del Zorro, y para colmo no se
presentaba por allí ningún indicio de sombra para
34
Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

descansar. Pero quiso la suerte que, al pasar por entre


unos grandes peñascos, viera uno ligeramente
inclinado que ofrecía una agradable y reparadora
sombra, justo para su pequeño cuerpecito pomposo.
Allí se detuvo el ágil roedor saltarín, y se entregó
dulcemente a un corto descanso. No se dio cuenta de
la presencia del Zorro sino hasta cuando ya estaba
muy cerca su eterno perseguidor.
La Vizcacha se paró, pero no alcanzó a arrancar, y
como por instinto, para protegerse alzó sus patitas
delanteras diciendo:
—Alto, alto si no quieres morir junto conmigo y todos
los animales del mundo.
— ¿Cómo, otra vez me quieres engañar? ¡Ah, pero
ahora sí que no te creeré! ¡Ya verás! —gritó,
malhumorado, el Zorro.
— ¡Detente, que ya no aguanto más! ¿Por qué crees
que estoy con mis brazos alzados, afirmando esta
roca? ¿No ves que está por caerse? ¿Por saciar tu
hambre vas a destruir el mundo?
— ¿Qué es lo que pasa con esta roca?
— preguntó el Zorro.
—Si no sujeto esta roca, se caerá. ¿Ves? Está
inclinada. Y si cae, golpeará tan fuerte la tierra que
destruirá todo el mundo. ¡Ah, si alguien pudiera
reemplazarme, yo podría ir rápidamente por las pampas
y cerros a buscar ayuda! Entre todos podríamos
sostener la piedra en su lugar, pero... ¿quién podrá
ayudarme?
El Zorro dio varias vueltas a
la roca. La estudiaba atento, temeroso de que todo lo
que había dicho la
Vizcacha fuera verdad.
35
Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

—Está bien —repuso, al fin, el Zorro. —Yo afirmaré la


roca y tú irás en busca de ayuda. Pero que conste que
nada más lo hago por salvar al mundo...
— ¡Sí, Zorrito! Todos estaremos muy agradecidos.
¡Serás nuestro héroe!
Y el Zorro, aún desconfiado de la Vizcacha, se puso a
sostener la roca inclinada.
—No se te vaya ocurrir soltar la roca. No te muevas de
ahí, recuerda que el mundo está en tus manos —decía
la Vizcacha, mientras se alejaba rápidamente del lugar.
Pasó la tarde. Luego, la noche, y la Vizcacha no
aparecía por ningún lado con la ayuda.
Al amanecer, el Zorro ya no soportaba más la
incómoda situación en la que se hallaba.
Finalmente sus fuerzas se agotaron y, asustado, dando
un gran grito, cayó pesadamente, desmayado, al suelo.
Al salir el Sol, el Zorro despertó y, aterrado, se dio
cuenta de que la roca aún permanecía en su lugar... y el
mundo también.

La noche había caído nuevamente como un gran manto


oscuro sobre la faz de la tierra y todo el mundo se
preparaba para su descanso. También pensaban en
ello el Zorro... y la Vizcacha. Esta última iba tan de prisa
por el camino a la vertiente, que no advirtió que delante
de ella había un pozo.
Cansada como iba, sin darse cuenta, cayó en él.
El pequeño pozo estaba hasta la mitad con agua.
Gracias al cielo, al resbalar, la Vizcachita quedó
prendida de sus patas en unos arbustos que orillaban
el pozo. Así quedó por largo rato.
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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

Miraba hacia abajo y le daba un miedo terrible de caer y


ahogarse. Parecía que todo estaba en contra del pobre
animal, ya que en el cielo, orgullosa, redonda y
luminosa estaba la pálida Luna, alumbrándolo todo.
―¡Qué mala mi suerte!‖, pensaba la Vizcacha, sin poder
zafarse de las firmes ramas. ―Ahora sólo falta que me
encuentre el Zorro en esta comprometida situación‖.
Y, justamente, como lo pensaba la Vizcacha, el
Zorro se asomó al pozo.
— ¡Ah, al fin te encuentro! ¡Qué buen banquete me daré
antes de ir a dormir... y con el hambre que tengo!
— exclamó el Zorro, con aires de venganza.
— Dime... ¿cómo se te ocurrió esconderte aquí?
— agregó el Zorro, con tono burlesco.
— No me estoy escondiendo —dijo la Vizcacha,
mirando hacia el fondo. —Sólo estoy tratando de¡
sacar... ¡Sí... de sacar ese sabroso queso que está en el
fondo del pozo, para comerlo! —afirmó, apuntando con
una de sus patitas el reflejo que daba la luna en las
quietas aguas del pozo.
— ¿Queso? —repuso el Zorro, goloso.
— ¡Sí, mira hacia el fondo! —dijo la Vizcacha, viendo
que el rapaz perdía el interés por ella.
— ¡Ah, pero no creas que te dejaré! Como tú no puedes
escaparte, primero bajaré a comerme el queso y luego
vendré por ti... ¡Ja, ja, ja!
Y el Zorro, entusiasmado por su apetitosa idea, dio un
salto y cayó sobre el blanquecino queso, pero...
¡Sssschuuuuuuaaaffff! Cayó cuan largo era en las frías
y cristalinas aguas del pozo.
La Vizcacha, sacando fuerza de sus flaquezas, logró
salir, presurosa, de entre los matorrales que la
aprisionaban, y emprendió su loca carrera por entre las
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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

piedras. Luego de un rato, el Zorro salió al borde del


pozo, se afirmó en sus cuatro patas y, alzando su
hocico hacia la Luna, aulló largo y sonoro: ―¡Me las
pagarás!‖

El Cóndor y el Zorro

Había salido el Zorro a recorrer las comarcas de la


cordillera andina. Se encontró, por esas cosas del
destino, en plena cordillera con el señor de las alturas,
el Cóndor. Ambos empezaron una franca y amena
tertulia.
Cuando vieron que la noche llegaba y que era
necesario buscar cobija para dormir, ninguno quería
darse por enterado, a pesar que la fría noche ya se
adentraba con gran apuro por esos lados; porque bien
sabía el Cóndor que su amigo el Zorro era un buen
comedor de aves, así que pensaba que corría grave
peligro si se descuidaba. Lo mismo pensaba el Zorro
del Cóndor, que era un ave carnicera; más en el fondo
de sus instintos era eso, si uno de ellos se
despreocupaba en demasía, sin apelación, tendría que
ser la cena del otro.
El Cóndor que tenía más aguda su inteligencia,
rápidamente propuso:
- ¡Compadre Zorro! Para no caer en engaños te
propongo lo siguiente… tú te quedas a dormir aquí
sobre esta roca que es muy abrigadita, y yo me
voy a dormir aquí sobre ese picacho saliente. ¡Qué

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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

me dices? Y mañana seguimos con nuestra amena


conversación.
- Está bien – repuso el ya angustiado Zorro – pero si
yo me duermo no tardaré en ser tu fiambre;
perdona compadrito Cóndor, pero yo no confío en
ti.
- Mira compadre Zorro - añadió el rey de las
cumbres andinas – si yo despierto te gritaré ¡Eh,
Zorro!, ¿Estás durmiendo? y tú me contestarás
¡Sí, Cóndor! Duerme tranquilo. De esa manera
ambos nos vigilaremos.
- Así sí – repuso el Zorro, viendo que de esa manera
estaría a salvo, pensando en que desertaría
cuando el Cóndor le gritara, por la noche,
preguntándole si estaría durmiendo.

El Cóndor, con sus ojos chispeantes de alegría se fue


al picacho del frente.
El frío era el rey y señor del lugar; y el viento calaba
hasta el alma al pobre Zorro, pues éste estaba
acostumbrado a dormir en cuevas abrigadas. Ahora
sentía que estaba al borde de la congelación.
El Cóndor por lo contrario estaba acostumbrado a
dormir a la intemperie, por que no se preocupaba en lo
más mínimo de la situación.
Al rato el Cóndor gritó:
- ¡Eh, Zorro! ¿Estás durmiendo?
- ¡No, Cóndor, duerme tranquilo! – respondió el
Zorro sobándose todo el cuerpo y tiritando de frío.

El Zorro aún no perdía la esperanza, e incluso pensaba:


―Si este Cóndor se duerme o se muere con este

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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

tremendo frío, me lo comeré y con sus plumas me haré


un hermoso abrigo‖.
Al rato después el Cóndor volvió a preguntar:
- ¡Eh, Zorro! ¿Estás durmiendo?

Y el Zorro que apenas podía hablar, respondió:


- ¡Huuuuffffff...! ¡No Cóndor! ¡Huuuuuuuffffffff… duerme
tranquiloooooo!
Casi al amanecer el Cóndor despertó y preguntó
nuevamente.
- ¡Eh, Zorro! ¿Estás dormido?

Y el Zorro no respondió.
- ¡Eh, Zorro! ¿Estás durmiendo?
Y el lugar permaneció en silencio.
Cuando salió el relumbrante sol el Cóndor bostezó
largo y ruidoso y fue a comerse un buen desayuno
llamado Zorro.

La unión hace la fuerza

Había cierto lugareño, en un pueblo cordillerano, que


tenía una escopeta y con ella salía a cazar por las
mañanas. Por esta causa los animalitos de la comarca
ya no podían vivir tranquilos.
Cansados, los animales de la fauna silvestre, de la
delicada situación decidieron unirse para solucionar el
problema.
El Puma tomó la palabra:

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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

- La Cucule se parará en el árbol, la queñoa más


alta, y nos avisará cuando el Cazador se esté
acercando. Entonces la Vizcacha, que es muy
rápida se dejará ver sobre aquellas piedras
grandes, y saltando y escondiéndose a la vez
atraerá al Cazador hasta aquí. En este lugar el
Zorro se dejará ver, y como es muy astuto, al
primer disparo se dejará caer simulando estar
herido.
- ¡Muy bien! ¡Bravo! ¡Qué bien!
- ¡Qué astuto! ¡Qué inteligente! – todos gritaban
contentos por el plan que había propuesto el
Puma.

Al día siguiente se puso en marcha el plan y todos


corrieron a cumplir con sus asignaciones.
Raudo el Cazador se acercaba.
La Cucule debía avisar a la Vizcacha pero no lo hizo,
pensaba que subiéndose al árbol ya bastante había
aportado al plan. ¿Para qué iba a exponerse a ser
blanco dando tales alaridos? Seguramente los otros
irían a arrancar al escuchar la señal.
La Vizcacha impaciente esperaba en su escondrijo la
señal de la Cucule; cuando de repente escuchó que se
acercaba el Cazador. ¡Qué hacer? pensó. Para qué voy
a avisar a los demás, total la Cucule no me ha dado la
seña aún.
El Zorro, asustado, esperaba que la Vizcacha
comenzara con su loca carrera hasta llegar junto a él.
De pronto vio que el Cazador ya se acercaba y que la
Vizcacha no venía. ―Allá viene el Cazador, y la Vizcacha
no ha cumplido con su parte. Si falla el plan será su
culpa. Yo no saldré hasta que la roedora esté cerca de
41
Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

mí. Y, como ya es demasiado tarde, yo no arriesgaré mi


preciado pellejo.‖
Y así por culpa de uno y de otro, y en el fondo por
culpa de todos, el excelente plan del Puma no resultó.

El cóndor, el zorro y la taruka

Como siempre, caminaba el Zorro hurgando piedras


y plantas del campo andino en busca de alimento, sin
tener éxito. En esa búsqueda andaba cuando a la
distancia divisó un altivo y robusto Cóndor, que por su
plumaje lustroso dejaba entrever que estaba bien
alimentado.
Acercóse el Zorro al carroñero y, en sigilo,
punteando los pasos con sus suaves patitas, preguntó:
-¿No ha visto por ahí algún animalito, señor
Cóndor?... Por gentileza.
-Sí -respondió el plumífero sin darle mayor
importancia al intruso - aquí cerca, tranquila, no hace
mucho, una Taruka gordita he visto.
-Y yo que no he probado un bocado. ¡¡ Hum!!
-Ahí está esa Taruquita esperándote; lo que es yo
me alimenté por hoy.
-Pero es tan grande -meditó el Zorro -yo no cazo
esos animales. ¿Tú podrías ayudarme?
El Cóndor pensó un momento.
-Mira, allí hay una cuerda. Tú la atrapas con la
cuerda, y para que no se escape la atas a una gran
roca; luego, yo la picoteo hasta matarla. Pero será más
tarde.
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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

Entusiasmado el Zorro tomó la cuerda y


prontamente localizó a la Taruka. Se subió a una roca,
lanzó la cuerda y laceó al cervatillo. Luego amarró
fuertemente.
La Taruka, asustada, corría en círculos para zafarse
de la cuerda opresora, y cada vez se acortaba más la
distancia entre ella y la roca.
Alegre, el Zorro sobre la roca aullaba.
-¡Ya, amigo Cóndor! -y saltaba alborotado- ¡Ya,
amigo Cóndor!-
En eso, de improviso, resbala cayendo junto a la
roca verduga, y en su loca carrera la Taruka aprisiona
al Zorro y en cada vuelta que da le aprieta más y más
con la cuerda. En ese trajín la cuerda se rompe dejando
libre a la Tarukita, la que emprende veloz fuga dejando
al Zorro en estado calamitoso, con la lengua afuera y
los ojos rojos de rabia.

El Viento y el Zorro

Hace muchísimo tiempo fue que el Zorro concertó


un trato con el Viento.
Cierto día que el Zorro deambulaba por los faldones
de las montañas cordilleranas; husmeando por acá y
por allá encontróse de frente en un rincón, escondido
entre unas rocas, al Viento comiéndose un rico festín
de carne. El rapaz, que por el hambre lleno de gruñíos
tenía su estómago, lamiéndose sus largos bigotes,
preguntó:
-¿De dónde trajiste esa rica carne?
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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

-Se corre pampas y cerros, se corre entre cardos y


espinos; por esos lados cojo toda la carne que quiero -
contestó el Viento.
-¿Y me dejarías acompañarte en tus correrías,
Viento? Mira que mi suerte me está dejando muy mal
parado...
-¿Corres como yo? -Preguntó el fresco Viento.
-¡Sí, sí puedo! -Dijo el Zorro. - ¿Pero cómo correr a
tu lado?
-Te puedo amarrar a mi cintura; si quieres, claro...
-¡Sí, quiero!
Y el Viento emprendió su carrera. Subió y bajó las
altas cumbres cordilleranas. Rápidamente silbó por la
pampa entre os espinudos cardones y sabayas; y
travieso pasó por las hendijas de los acantilados
cordilleranos. A ratos, presuroso subía con sus
rastreros pliegues por sobre las heladas nieves, y
saciaba su sed en las escarchadas aguas de lagos y
bofedales. ¡Pobre Zorro! No pudo resistir el tremendo
trajín; y al terminar el Viento parte de su faena, sobre
una loma, dejó tendido al malogrado Zorro, todo
machucado y lleno de espinas.
El Viento, al partir nuevamente en su diaria y
rutinaria labor, esbozó una tormentosa carcajada. Y al
golpear su gélida cola sobre unos peñascos, dejó
escapar:
- ¡Nadie puede conmigooooooooo!

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El Yaka-Yaka y el Ratón de Campo

EI Yaka-Yaka es un ave cantora que vive en los


faldones cordilleranos. Tiene plumaje blanco y es
semejante como a una gallina pequeña.
Saltando de roca en roca su única preocupación es
cantar.
-Yak - Yak, Yak - Yak.
No es suya otra preocupación. Y sacia su apetito
con los frutos y semillas que la generosa tierra le
brinda en tiempos de cosecha.
En una oportunidad, se cuenta, que llegado el
invierno, el Yaka-Yaka no tenía de qué alimentarse,
pues por llevársela cantando olvidó, como siempre,
acumular alimento para esta ocasión.
-Iré donde el previsor Ratón de Campo. -Pensó el
plumífero él me socorrerá sin lugar a dudas.
Saltando y cantando se encaminó a la despensa
madriguera del roedor.
-¡Qué tal, paisano! Vengo a que compartas tus
raciones conmigo. Pues sabido es que este invierno va
a ser largo y duro.
-También lo fue este verano para mí arrastrando
todas estos brotes, hojas y semillas. Mientras yo
trabajaba tú yakareabas... ¡Pues vete a yakarear!

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El Búho y el Zorzal

Se quejaban todos los animalitos silvestres que


vivían en el extenso Valle que el malvado Búho, en
cada atardecer, se engullía a sus pequeñas criítas.
Fastidiadas de esta situación decidieron hacer una
junta de animales para darle solución al problema.
Siseó mamá Culebra:
-Cada vez que anochece, el Búho atisba a nuestros
pequeñuelos desde la copa de los árboles. Se deja caer
sobre ellos y con sus grandes garras los atrapa y se
los lleva a su nido para… ¡¡comérselos!! … ¡¡Ay!! -
Expresó sollozante la mamá Culebra -¡Pobre de
nosotras que nos estamos quedando sin hijos!
De la misma manera exclamaban sus penas e
inquietudes la mamá Cuculí, la mamá Ratona de
Campo, la mamá Sapo y muchas otras más.
La sabia Vizcacha comentó:
-Yo conozco al Zorzal que nos puede ayudar. Él pasa
todo el tiempo trinando con su melodioso silbo. Le
pediremos que por el día trine a cada momento
alrededor de la copa de los árboles donde duerme el
Búho. De esa manera el fastidioso Búho no podrá
dormir de día, y tendrá que hacerlo obligadamente por
las noches; de tal manera que ya no podrá cazar a
nuestros hijitos.
Así se hizo y el Zorzal, como es un ave muy amigable
y servicial, trinó con silbo largo y sonoro en forma
insistente alrededor de las copas de los árboles para
no dejar dormir al malvado Búho durante el día.
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El problema se solucionó. Todos los animales


quedaron contentos; y el único desorientado fue el
Búho enojón.
Desde esa vez el Zorzal, que es un ave muy servicial
con toda la fauna silvestre, entona sin descanso su
alegre silbo en todo el Valle para no dejar dormir, de
día, al insolente Búho.
- Fiuuuú …fiuuuú …fiuuuú fit - fit – fit - fiú-
fiú…fiuuuuuu

Manchita, la Chivita regalona

Temprano Santos fue a buscar a su amiguita


Teodora para ir a la escuela. Aún saboreaba, del
desayuno, el rico tostado de maíz con charqui.
-¿Por qué lloras Teodora?
- Se me ha perdido mi Manchita, mi chililita
regalona.
- ¿Busquémosla? – Invitó Santos.
Por el camino barroso buscaron hasta que
encontraron unos rastros pequeños.
-¿Son de Manchita?- Santos preguntó.
-¡Sí, sí son!- Dijo Teodora, respondiendo sollozante -
Muy cerca de aquí escucho su balido.
Ambos fueron a buscarla tras de la loma.
Allí estaba la regalona chivita mascando la paja brava
que, cubierta de fresca agua de lluvia, expedía una
fragancia particular a paja mojada.

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Teodora, en sus brazos, contenta la trajo de vuelta


hasta el corral; mientras su pequeña y curtida manito
acariciaba el suave pelaje de su chivita Manchita.
-¡Es linda mi chililita! – musitó.

El Niño Vertiente

A un Niño le gustaba llorar mucho, y no se callaba


cuando su mamá se lo pedía.
Un día llegó al pueblo una Bruja que no le gustaba
que hicieran algarabía.
La Mamá le decía al Niño que no llorara porque la
Bruja podía enojarse. Entonces el Niño más lloraba.
La Mamá le dijo:
-Mira hijo, si quieres seguir llorando anda a llorar a
la rinconada del cerro.
Y el Niño contento se fue a llorar al cerro. Pero en
ese lugar había mucho eco, y su llanto se hizo más
largo y más fuerte.
La Bruja se cansó de escuchar el llanto. Dijo unas
palabras raras y de inmediato ya no se escuchó más el
llanto del Niño; pero sí, en ese mismo momento
comenzó a botar muchas, pero muchas lágrimas. El
Niño se asustó y quiso dejar de llorar y volver a su
casa, pero ya no pudo hacerlo porque la Bruja lo había
convertido en Vertiente.
Al Niño nunca más se le vio en el pueblo.
Y lo que no sabe la Mamá es que el agua que bebe
de la Nueva Vertiente son las lágrimas de su Niño. Y

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cada vez que la Mamá va a buscar agua a la Vertiente,


ésta llora, llora y llora más.

La apuesta del Zorro con el Cóndor

Abajo, en la llanura cordillerana, se encontraba el


Zorro sentado en sus patas traseras observando como
en las alturas volando se desplazaba el Cóndor.
-¡Qué bello! Cómo me gustaría ser como el ―mallku‖
ese, señor de las alturas, para poder ver todo desde
arriba – mascullaba el Zorro sin apartar los ojos de la
espléndida ave de rapiña que señoreaba los cielos
andinos.
-¡Eh, Cóndor…ven! ¡Baja! – vociferó entusiasmado
el canino, haciendo musarañas con sus patas
delanteras.
El Cóndor logró oírlo, y enseguida estuvo al lado
del soñador.
-¿Cómo haces para poder volar tan hermoso? –
preguntó ansioso el Zorro - ¡Enséñame, por favor!
El Cóndor rodeó al carnicero estudiándolo de nariz
a rabo.
-No, amigo Zorro. Tú nunca podrás volar –
respondió el carroñero con una sonrisa en sus ojos –
Para poder volar se debe ser muy fuerte – prosiguió el
Cóndor – y tú no lo eres. ¡Además no tienes alas!
¿Cómo podrías volar como yo?
-Verdad, tienes razón. No tengo alas, pero soy más
fuerte que tú. ¡Te lo puedo demostrar querido amigo! –
protestó el Zorro.
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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

-Eso habrá que verlo. Hagamos una apuesta - retó


el rey de las alturas – Si pierdo, todos los días te llevaré
a dar una vuelta por las altas montañas nevadas, de
esa manera cumplirás tu sueño de volar.
-Trato hecho – sentenció satisfecho el Zorro.
-Sube a mis espaldas que volando te llevaré al
punto más alto de la cordillera.
El Cóndor, entonces llevó al Zorro en sus espaladas
hasta la parte más alta de la cordillera.
-Si eres fuerte deberás dormir aquí, al borde de este
abismo, sobre este picacho saliente de la montaña –
apuntó el Cóndor.
El Zorro miró hacia abajo, y de sólo pensar que
desde allí podría caer empezó a temblar de miedo.
-Que pases buenas noches Zorrito. ¡Hasta mañana!
– y en un par de aletazos el Cóndor se fue a dormir a
unos cuantos picachos más al lado.
La noche empezó a caer, y con ella un intenso frío.
El pobre Zorro no podía estar un momento quieto de
tanto tiritar. El frío era el rey y señor del lugar y el
viento calaba hasta los huesos al pobre Zorro. El Zorro,
que estaba acostumbrado a dormir en abrigadas
cuevas, ahora se sentía al borde de la congelación;
pero no debía quedarse dormido o el Cóndor de
inmediato sabría y vendría a comérselo.
Al rato el Cóndor gritó:
-¿Eh, Zorro, cómo te encuentras?
-Muuy...muuuyy bien Cóndoooooooor…duérmete
tranquilo no mássssss…- respondió el Zorro
sobándose todo el cuerpo para entrar en calor.
Así pasó durante toda la noche. El Cóndor contento
y entusiasmado consultaba, y el Zorro muy afligido
respondía cada vez más cadencioso.
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- Sííííííííí… Zorrito, quédate tranquilito…


Y antes de caer la helada más fría del amanecer,
congelado el Zorro fue a parar al fondo de la quebrada.
En aquel momento el Cóndor despertó para preguntar
nuevamente como lo había hecho durante toda la
noche.
- ¡Eh, Zorro! ¿Estás durmiendo?
Y el lugar permaneció en silencio.
Cuando salió el resplandeciente sol por detrás de
la fría montaña, el Cóndor bostezó largo y sonoro y,
dando grandes carcajadas, emprendió un hermoso
vuelo para ir a servirse un exquisito desayuno.

El Niño Lombriz

Estaba un niño jugando con barro en la huerta


recién regada, y en la huerta había muchos bichitos. El
Niño encontró primero un Saltamontes, luego una
Chinita, y con ellos se puso a jugar. Jugaron mucho,
pero al Saltamontes y a la Chinita los llamaron sus
madres para lavarse, y ellos fueron de inmediato.
El Niño quedó solito y empezó a escarbar en la
tierra; y encontró allí… ¡Muchas lombrices! Él quería
jugar con ellas, pero no podía porque las lombrices se
metían debajo del barro.
La Mamá empezó a llamar al Niño para lavarlo, pero
éste no quería ir, y entonces tanto deseó ser una
lombriz, para no lavarse nunca más y estar siempre
metido en el barro, que sin darse cuenta se convirtió en

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una pequeña lombriz. Ya caída la tarde las lombrices se


fueron a dormir, y el Niñolombriz quedó solo.
Se hizo la noche. La Mamá empezó a llamar al
Niñolombriz, pero él no podía contestar; y no lo
pudieron encontrar.
A la mañana siguiente la madre emprendió
nuevamente la búsqueda con el fin de hallar a su
amado hijito, y como él no podía comunicarse con su
madre se puso a llorar sobre una roca; el llanto
despertó a una Cuculí, y ésta, de piquero, voló para
comérselo; entonces él deseó gritar muy fuerte para
que su mamá lo oyera... y de milagro pudo hacerlo.
-¡Mamá, mamá, ven a salvarme, que ya nunca más
jugaré con barroooooooooooo!
La Mamá lo escuchó y con una caña de maíz
espantó a la Cuculí.
Llamaron a una Bruja, quemaron una ojota,
mascaron coca, y recién la Lombriz pudo convertirse
otra vez en Niño.

Por qué las tunas tienen espinas

Hace mucho tiempo atrás la tuna no tenía espinas


como ahora. Siendo un fruto muy delicioso, siempre
por las mañanas llegaban las bandadas de zorzales a
posarse sobre las verdes paletas de los tunales para,
con su filoso pico, comer de la tuna el sabroso néctar
precordillerano.
Gemía el Tunal por el desastre que causaban estas
aves en sus pequeñas tunas.
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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

Saciados, los malhechores, emprendían fugaz vuelo


por las congeladas brisas de la ―Comarca de
Saguara‖, para retornar, al día siguiente, a la misma
faena.
Sufría el Tunal por esta situación diaria. Por las
noches imploraba al cielo una solución.
Le escucharon los gigantescos saguaros de la
pampa, y prontamente respondieron a la súplica.
– Tunal – susurró el Saguaro mayor a través del frío
soplo nocturno – Recibe de mí las espinas que te envío
a través del viento.
El Saguaro vibró fuerte sus brazos y esparció por
los aires cientos de sus espinas, las que llegaron
presurosas a los muchos tunales que había en la
comarca. Como dardos se clavaron en las paletas de
los tunales; y también, gran cantidad de ellas, en las
diminutas tunas.
Al otro día, cuando llegaron los zorzales a posarse
sobre los tunales se pincharon sus frágiles patitas.
Sin embargo insistieron sobre las ovoides frutos, pero
ahora, y con gran dolor, se clavaron las espinas en su
lengua, las cuales rabiosamente la perforaron.
Desde aquel momento los zorzales ya no visitan
más los tunales, porque su lengua rota les recuerda el
gran dolor que causan las agudas espinas de las
tunas.
Fue así que, por una forma de defensa contra las
aves dañinas, las tunas obtuvieron sus espinas.

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El Zorro que quería ser como el Perro Pastor

Cada vez que se acercaba una tropa de corderos y


chivatos a las llanuras de la precordillera, el Zorro,
puesto en una piedra se lamía sus tersos bigotes
imaginándose que alguno de esos animalitos podría
ser suyo para saciar su hambre. También admiraba al
Perro Pastor que siempre estaba al lado del ganado.

-¡Cómo quisiera ser como aquél; seguro que su


amo le tendrá todos los días con abundante carne
que comer! – Pensaba el hambriento Zorro.

Por la noche se dispuso a comprobar sus


pensamientos que tenía sobre el Perro Pastor. Se
acercó a la casa del amo para ver el trato del Perro,
pero cuan fue su sorpresa al ver al Perro Pastor
amarrado a un poste y tan sólo con un trozo de pan y
un tiesto de agua a su lado.

Entonces, muy contrariado, el Zorro emprendió


rápida la fuga hacia los cerros. Y en sus pensamientos
decía:

- ―Prefiero seguir siendo un Zorro hambriento y


caminar libremente por entre las piedras de la
cordillera, a ser un Perro Pastor apresado.”

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El Ratón y el Lagarto

En el campo se encontraron el ratón y el lagarto. Los


dos se pusieron a conversar.
Eran ya las cinco de la tarde.
- ¿Cómo estás?- Dijo el ratón.
- ¡Muy contento!- Respondió el lagarto.
- ¿Por qué estás tan contento?- Preguntó el ratón.
- Porque tengo el sol, el agua, las flores y los
mosquitos.
- Qué tonto eres, yo tengo lo mismo y no soy feliz-
Dijo el ratón y se fue del lugar.
(- ―Se debe ser feliz con lo que se tiene‖- musitó el
Lagarto.)

Clo, clo, clo

Vivían en el campo, cerca de un estero, todos los


animales en completa libertad. Juntos se protegían, se
ayudaban y hablaban una misma lengua.
Sucedió que en una oportunidad la gallina tuvo que
empezar a preparar su nido para poder poner sus
huevos. Pero en cada ocasión que ponía uno empezaba
a cacarear de una manera estrepitosa.
Así la gallina fue acumulando huevo tras huevo y se lo
pasaba todo el día con su: ¡Clo, clo, clooooo! ¡Clo, clo,
clooooo!
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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

Llegó a tal punto el alboroto que hacía la gallina, que el


resto de los animales se reunieron para tratar de
resolver el gran problema de tener una compañera tan
bulliciosa.
El conejo, entonces, dijo:
Amigos, debemos poner punto final a esta situación.
– ¡Sí, sí!– Exclamaron a coro el cerdo y el cordero.
– Debemos decirle que ya no meta tanta bulla, de lo
contrario la expulsaremos de nuestra comunidad–
Sugirió el tranquilo búho
Así que encargaron al sapo comunicarle tal decisión a
la bulliciosa gallina.
Pero todo fue inútil. Cada vez que la gallina ponía un
huevo era inmenso el alboroto que armaba con su
cacareo.
– ¡Tengo una idea!– parpó el pato. Para que no meta
más bulla le amarraremos el pico con una cuerda.
– ¡Excelente! ¡Viva!– corearon todos en general.
Llegada la mañana, y antes de que la gallina comenzara
a cacarear, la tomaron de sorpresa y con una cuerda,
firmemente, le amarraron el pico.
La gallina entonces ya no pudo cacarear más. Muy
triste y callada fue a echarse sobre sus azulinos
huevos.
Así transcurrieron uno tras otro los días en silencio.
Todos estaban pendientes de lo que pudiera pasar con
la sentenciada gallina.
Fue entonces cuando todos empezaron a preocuparse
y a preguntarse de qué si ya habría sido suficiente
castigo.
– Debemos soltarle ya el pico–, solicitó el amigable
flamenco, pues siento una gran culpa terminó diciendo.

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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

– Yo igual estoy arrepentido– comentaron uno tras otro


los animales.
Todos, entonces, fueron hasta el lugar en que se
hallaba echada la gallina; y fue la guallata con su fuerte
pico la que le soltó la amarra.
La gallina abrió su pico en silencio, los miró a todos
fijo a los ojos, y se levantó despacio del nido. Tras ella
una hilera de pomponcitos amarillos siguió sus
parsimoniosos pasos.
Todos los animales, al ver el bello espectáculo,
aplaudieron ruidosos y gritaron vivas por la gallina.
Al fin comprendieron que la gallina por su condición
natural cada vez que pone un huevo cacarea
anunciando quizás que se trata de un futuro lindo y
pomposo polluelito.

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Los Cuentos de la Casita del Cumpleaños Feliz Luis D. Milanés Mondaca

Patrimonio de la familia Milanés-Calvo

Obra acabada en Arica-Chile


1982

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