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NIETZSCHE INTRODUCCION
El siglo XIX es el siglo del romanticismo, que se caracteriza, más o menos, por lo
siguiente:
LENGUAJE
Nietzsche promueve el análisis del lenguaje y toda manifestación de una cultura como
símbolos de realidades naturales. Considera que a través de los símbolos expresivos de la
antigüedad es posible llegar a descubrir cómo era entonces la vida real. Por ello, se sirve del
análisis del lenguaje y la cultura como método básico para el estudio de la realidad histórica,
la cual entiende como el proceso concreto de los acontecimientos y la vida real.
Por ejemplo, en latín y en alemán el significado de 'moral' —y, con ello, de lo que se
considera bueno o correcto— (en alemán sittlich), está asociado a 'lo que se acomoda a la
Carlos López Baeza © NIETZSCHE [Año
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costumbre (en latín mos, moris, y en alemán Sitte). Esto evidencia el intento de cada grupo de
hacer prevalecer sus propias costumbres, considerando bueno sólo lo que se adapta a ellas, y
malo todo lo ajeno. Pero, precisamente por lo mismo, cuando una comunidad se impone
sobre otra, produce una inversión en la significación de estos conceptos, de manera que
propone como malo lo que, sin embargo, era acostumbrado hasta su imposición, y bueno lo
que ella misma impone en adelante. Por ello, Nietzsche llama la atención sobre el hecho de
que todo lo bueno alguna vez debió ser desacostumbrado y aparecer con el desagrado de la
mala conciencia. La vinculación del valor de los valores con las condiciones y circunstancias
históricas lleva, cuando menos, a una concepción relativista de la moral; pero la crítica de
Nietzsche va, en realidad, aún más allá, hasta proponer una superación de toda moralidad.
VOLUNTAD DE PODER
Teniendo esto en cuenta, se puede decir que Nietzsche concibe la voluntad de poder
como la vitalidad, la vida misma o la fuerza vital que hay en toda realidad viviente, por la que
éste se afirma o mantiene en la vida desarrollándose y extendiéndose cuanto le es posible por
su propio impulso vital y a costa de otros vivientes inferiores. Todo viviente aprecia y se
apodera de cosas ajenas para seguir viviendo (vivir más, vivir mejor). Ese apreciar y
apoderarse son manifestación de su voluntad de poder. La voluntad de poder es la síntesis de
todos los impulsos o apetencias vitales del viviente. La voluntad de poder no es propiamente
y concretamente ambición del poder, sino afirmación espontánea de la propia vida que tiende
por sí misma a desplegarse en diversas direcciones según sus aspiraciones naturales. La
voluntad de poder no es una aspiración concreta, sino la base de toda aspiración vital. En el
ser humano debe entenderse referida no sólo a su vida física o biológica, sino a todos sus
aspectos, y, por tanto, también a lo social y cultural, en la medida en que su vida se desarrolla
también en estos ámbitos.
HOMBRE Y SUPERHOMBRE
Como hemos visto, Nietzsche concibe el hombre como una realidad viviente, y, como
tal, como «algo que debe ser superado», como una realidad en evolución, no sólo biológica
(fisiológica), sino también cultural y social, a través de su capacidad de valorar.
Nietzsche concibe al hombre no como algo fijo y estático, sino como algo dinámico,
vital, que se encuentra en estado de tensión y riesgo («puente») entre dos extremos: de
animal a superhombre. El hombre es algo esencialmente inacabado, con tendencia a
completarse, a realizarse, por su propia decisión y actividad, mediante la propuesta de
proyectos. El hombre no es nada fijo y establecido —limitado—, sino que es producto de sí
mismo: el hombre es lo que llega a hacerse de sí mismo. Por su condición temporal, es un ser
dependiente del pasado, como punto de partida (por eso Nietzsche se refiere con frecuencia al
hombre como animal que...), pero con capacidad de aspiración a superarse mediante
proyectos de futuro.
Pero el sentido más propio de la situación del hombre, de su realidad viviente como
devenir, lo da, según Nietzsche, aquello hacia lo que el hombre se dirige en ese proceso de
evolución o superación: lo que Nietzsche llama el «superhombre». El hombre, en cuanto
realidad que aspira o que es capaz de superarse, tiende, por tanto, hacia una realidad en
cualquier caso superior, que es el superhombre.
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Pero, de todos modos, conviene tener en cuenta que con esta expresión Nietzsche
tampoco se refiere a alguien o algo en concreto como sujeto de acciones. El «superhombre»
expresa el gran deseo de Nietzsche de ver a los hombres elevándose por encima de sí
mismos, como muestra de su concepción no necesariamente limitada del ser humano. Tender
hacia el «superhombre» no significa tender hacia un modelo concreto de realidad superior,
sino el inconformismo con respecto a la situación presente y el despertar de toda capacidad
de esfuerzo para conseguir algo mejor de manera indefinida. Esto es algo semejante a cuando,
al hablar de voluntad de poder, no se refiere Nietzsche a una voluntad racional de alcanzar
algo en concreto, sino al impulso espontáneo a extenderse en función de las propias
capacidades vitales. La expresión «superhombre» implica el reconocimiento y el fomento de
la capacidad humana de proyecto, riesgo y osadía de aspirar a más, de expandirse en virtud de
la voluntad de poder. Por ello, Nietzsche afirma que «El superhombre es el sentido de la
tierra», es decir, la realización del hombre vinculada a su naturaleza puramente vital y
terrena.
2º. Por su vitalidad, que se manifiesta en la afirmación dionisíaca del mundo: alegría
de la vida natural, frente a la tristeza y la moderación de las virtudes cristianas.
ETERNO RETORNO
La doctrina del eterno retorno está relacionada con la afirmación y aceptación trágica
de la vida y la realidad natural tal como se presenta espontáneamente, asumiendo tanto la
alegría como el dolor. La afirmación de la vida lleva a no querer que nada sea distinto, amar
el destino, aceptar que todo está bien como está, y, en definitiva, querer que siga siendo
siempre así.
MUERTE DE DIOS
Según Nietzsche, para que se pueda dar la superación del hombre en el superhombre
es preciso que tenga lugar la «muerte de Dios». Sólo el hombre libre —ilimitado— puede
pensar y expandirse sin temor a quebrantar ningún dogma. El superhombre debe liberar a los
hombres del temor a los dioses. Para ello es preciso que se extingan en los hombres todas sus
esperanzas ultraterrenas, que lo alejan de su naturaleza original terrena, y que proceden, en
última instancia de la creencia en Dios. Sólo la «muerte de Dios» puede lograr que los
hombres se sientan, por una lado, huérfanos, pero, por otro lado, emancipados, dueños de su
propio destino.
La «muerte de Dios» significa simplemente que los hombres dejen de creer en El,
pues, en realidad, según Nietzsche, Dios no es más que una creación de los hombres, una
idealización de un mundo nuevo ultraterreno. De la creencia en Dios y en el mundo
ultraterreno surgió la moralidad vigente, que falsifica y limita las posibilidades de la realidad
natural. La muerte de Dios permite que el hombre pueda reconducir libremente y más
eficazmente toda su fuerza creadora hacia su propia naturaleza vinculada a lo terreno,
cambiando el sentido de las cosas, de su existencia, y creando una nueva moral sobre nuevos
valores vitales, mediante la voluntad de poder.
Con la muerte de Dios, Nietzsche pretende hacer desaparecer cuanto ha podido ser
falseado para los hombres con la palabra «Dios». Nietzsche considera «Dios» como
referencia de los valores religioso-culturales del monoteísmo impuesto por las comunidades
judía y cristiana. Y piensa que la «muerte de Dios» se ha debido precisamente a la
desvirtuación de lo verdaderamente divino que se produce en estas religiones, pues conciben
a Dios acomodándolo a sus respectivos intereses o intenciones y crean en base a tal concepto
un nuevo orden moral para la defensa de estas comunidades —de naturaleza débil— frente a
sus enemigos poderosos, los romanos —mejor dotados por la naturaleza. Según Nietzsche, la
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«muerte de Dios» se produce porque la propia fe en ese concepto creado por tales
comunidades se llega a hacer increíble, al descubrir las verdaderas intenciones que se ocultan
bajo él, y, por tanto, la mentira y la falsificación. Nietzsche rechaza y critica radicalmente el
cristianismo, como doctrina imperante en Occidente, por consistir en una mera
conceptualización (invención, ficción racional) que se implantó avasalladoramente, de
manera que impide el libre y rico despliegue de la vida espontánea y natural (contrario a la
vida).
NIHILISMO
Esta crisis pone de manifiesto el engaño y la falsedad en que se vivía cuando todo
había de fundarse en un mero concepto, Dios, concebido o fingido de acuerdo con intereses
que se ocultan o disfrazan. Esta falsificación había hecho que se perdiera la atención a la vida
verdadera y primaria, a lo natural, a lo terreno, que es lo único que, en realidad, queda cuando
desaparece Dios, y en lo que entonces no nos sabemos mover por haber vivido enajenados.
Al concebir a Dios como lo perfecto y absoluto, y abandonar todas nuestras esperanzas en el
«más allá» —en lo sobrenatural, en la inmortalidad—, entonces se valora la naturaleza, lo
natural, el instinto, como lo contrapuesto a esto; y, así, si, por un lado, Dios ha de ser el
objeto del amor, en cambio, por otro lado, lo natural —lo real— quedará como lo que ha de
ser objeto del odio.
El nihilismo es, por tanto, una cierta situación de enajenación del propio hombre, que
ha vivido apartado de la que es su condición terrena, no aceptando su verdadera realidad, no
queriendo ser lo que en realidad es, pero, sin embargo, queriendo lo que, en realidad, no es
más que una ilusión o espejismo; queriendo, en definitiva, la nada. Los cristianos llaman
«más allá», «Dios», «vida verdadera», «salvación», «bienaventuranza», etc., lo que, en
realidad, es NADA.
La transmutación de los valores que propone Nietzsche para la nueva época que
sucede a la muerte de Dios no es simplemente la sustitución de un código moral por otro,
sino algo así como la reclasificación general de la jerarquía de todos los sistemas de valores,
que en la cultura imperante atribuye una importancia primordial a los valores morales,
religiosos y filosóficos (racionales), en general. Nietzsche considera, por el contrario, que
deben proponerse como primeros los valores estéticos, basados en la sensibilidad. Por ello, su
postura se califica frecuentemente como inmoralista o amoral, pues los valores que defiende
como primeros no se adaptan al esquema básico de los valores morales, fundados en lo que se
considera ideal de acuerdo con un modelo racional, y, en definitiva, en el deber, no en el ser.
Pero no debe considerarse que lo que propone es la indiferencia moral, sino que lo que busca
es que los valores se ajusten más a una elevación de la vida. Nietzsche considera al hombre
como un «animal que valora», por lo que la moral resulta inevitable y es algo inseparable y
propio de él.
El criterio que sigue y propone Nietzsche para establecer la crítica de todos los
valores y la nueva jerarquía es el carácter vital de los valores, es decir, si afirman la vida y
sirven para el natural desarrollo de ésta, o, por el contrario, se enfrentan a ella y la inhiben,
atentando contra la naturaleza y la realidad. Nietzsche critica y rechaza, a veces con crueldad,
todo cuanto supone un impedimento a la vida, pues atenta contra la propia naturaleza
humana, que consiste en una continua superación.
Por otro lado, Nietzsche, en realidad, no propone unos valores concretos, sino tan sólo
el criterio o la actitud general con la que éstos deben ser elegidos por cada uno singularmente.
Nietzsche considera que la capacidad y exigencia de valorar es algo propio y característico
del hombre mediante su voluntad de poder, que busca por sí misma el natural desarrollo de la
vida de cada individuo. Sólo hay valores en cuanto el hombre los crea y los hace efectivos en
sus creaciones culturales. Por eso, en realidad, más que de valores, habría que hablar de
valoraciones. Y nadie debiera contentarse con acomodarse a valores ya establecidos por otros
(que pueden resultar falsos para uno), sino que cada uno debiera descubrir y apreciar como
suyos los que su propia vida le exija. Hay una exigencia constante para cada uno de tener que
decidir, en cada momento, lo que más favorezca su propia existencia, y esto no se puede
estereotipar ni para sí mismo en todo momento, ni para todos los demás.
Nietzsche critica la tradición occidental porque los valores que sustentan esta
civilización revelan una vitalidad decadente, enfermiza, incapaz de encontrar nuevas y más
elevadas metas para la superación de la humanidad. "Decadencia", para Nietzsche, no
significa corrupción moral, sino actitud contraria al desarrollo natural y espontáneo de la
vida, renuncia a aspirar a nada más elevado.
1ª. ¿En qué condiciones creó el hombre esos valores, que se expresan mediante la
calificación de «bueno» y «malvado»? (Todo valor es creado por el hombre en unas
circunstancias determinables históricamente, pues los valores son producto de las
valoraciones o interpretaciones realizadas por el hombre sobre los fenómenos).
2ª. ¿Qué valor tienen esos valores? ¿Frenan o estimulan el desarrollo o la superación
del hombre?
[Es típica en Nietzsche la pregunta por la “Crítica de la cultura moderna occidental”: tal
cultura es la que se desarrolla sobre los cimientos de la filosofía griega (el racionalismo y
moralismo intelectual de Sócrates-Platón) y de las religiones judía y cristiana. Para componer
la respuesta considerar la crítica a la filosofía, a la metafísica y a la moral tradicional judeo-
cristiana]
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NIETZSCHE Sobre la crítica de la moral
El método histórico-genealógico.
Nietzsche se propone la realización de una crítica más profunda —que Kant no había
hecho—, que es la crítica atendiendo a los valores, en definitiva, la crítica de los valores
(estudio de las condiciones que explican las valoraciones de una cultura). Esta crítica se basó
en los conceptos de su nueva filosofía: vida, voluntad de poder, nihilismo, superhombre,
muerte de Dios, seducción del lenguaje, fijación en el lenguaje de errores de la razón, críticas
del sujeto, cosa en sí, ser, progreso, adaptación, utilidad, etc.
Para Nietzsche, la búsqueda del origen no es una búsqueda del fundamento o la causa
de una cosa, sino el esclarecimiento de los elementos o factores que han intervenido en la
constitución de una institución, costumbre o palabra, y del valor que ha adquirido cada
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referencia a ella en distintas situaciones. Nietzsche se propone indagar qué es lo que de hecho
ha dado lugar a una expresión o manifestación cultural, y qué valor se le ha dado en
diferentes situaciones, atendiendo a qué hay en ello de germinal (generador de vida) y qué de
caduco o decadente.
Para Nietzsche, en todo acontecimiento hay una voluntad de poder. Considera que
todo fenómeno —sobre todo en la órbita de lo humano— es siempre signo, síntoma o indicio
de algo, y, como tal, tiene un sentido. Y afirma que este sentido lo determina la voluntad de
poder o fuerza (voluntad que camina hacia un poder superior) que se ha apoderado de ello. El
cambio de fuerza (creciente o decreciente) produce un cambio de sentido, que es susceptible
de valoración.
1ª. Descripción de los hechos morales en todo espacio y tiempo, pueblo y época.
2ª. Comparación: los problemas morales sólo se hacen manifiestos por comparación
entre morales diferentes.
Y, de acuerdo con su método, hay dos peligros extremos que se deben evitar:
1º. Mitificar los orígenes, como hacen los genealogistas ingleses: suponer que los
inicios son ejemplares, sagrados e intocables, que tienen un valor fundamental, frente a
cualquier evolución o momento posterior.