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AY aa Conor DES Max Weber Ensayos sobre metodologia sociologica v5 Bea Los cuatroensayon de Mix Weber escogidos ara ex f volumen se presentan ordenados roto a uno sene un tema central (def ideale, coneepein de a causa a ipologa de a acin cena reali y sma un todo coherent, yp fla una herranienta insu para tiene hoy tons vigencia san a0 i i ; A Amorrortujeditores Amorrortujeditores Il los trabajos de la edicién alemana ya fue traducido al espafio! con el titulo «La ciencia como vocacién».* Estos ensayos de Weber son susceptibles de diferentes Jectu- ras, Los temas considerados continian siendo, de uno u otro modo, el centro de Jos debates metodoldgicos, no solo en so- ciologia, sino en las ciencias humanas en general. Una de esas lecturas posibles seria el estudio del pensamiento de Weber en relacién con el materialismo histérico. Weber procura de- limitar su método respecto del empleado por Marx, y parece considerar cientificamente correctos los andlisis econdmicos de este Ultimo en la medida en que aplican de manera implicita el método de los tipos ideales.** Por otra parte, Lukdcs, en una de sus primeras obras, ha utilizado la categoria weberiana de «posibilidad objetiva», y autores marxistas posteriores in- tentaron reivindicar para si el método de la «comprensidn». Sin embargo, siguiendo él ejemplo de la tercera edicidn ale- mana, hemos preferido presentar el texto sin notas explicati- vas. En cambio, nos parecié oportuno incluir la «Introduccién» redactada por Pietro Rossi para la versién italiana de los en- sayos (11 metodo delle scienze storico-sociali, Turin, Einaudi, 1967, traducida de la segunda edicidn alemana por Pietro Rossi, quien agreg6 también notas propias). Se trata de un excelente trabajo, que permite encuadrar el pensamiento de Weber en el ambiente cultural de la Alemania de comienzos del siglo xx y dilucida exhaustivamente sus supuestos filosé- icos. * En M. Weber, El politico y el cientifico, Madrid: Alianza Editorial, 1961. ** Cf. a este respecto, I. Zeitlin, Ideologia y teoria sociolédgica, Bue- nos Aires: Amorrortu editores, 1970, cap. 11. Introduccién Pietro Rossi Las formulaciones metodolégicas de Max Weber encuentran su presupuesto histérico y su término de referencia mas ade- cuado en las discusiones y polémicas que, a partir de mediados del siglo x1x, empefiaron a la cultura alemana en una determi- nacién més precisa de la tarea de Jas ciencias histérico-sociales y de la validez de sus procedimientos de investigacién. En esas discusiones y polémicas entraba en crisis, a través de un proceso gradual y solo en parte consciente, el programa que la escuela histérica habia establecido en su esfuerzo por reali- zar, en el terreno de la investigacién concreta, los presupuestos de la concepcién roméntica. Cuestiondbase, de esta manera, el edificio de las ciencias histérico-sociales que la escuela histérica habia construido de acuerdo con su proyecto de proporcionar un fundamento historiogrdfico a las disciplinas relativas al mundo humano; al mismo tiempo, sometianse a la critica los instrumentos elaborados por aquella escuela. Desde la econo- mia politica hasta la investigacién socioldgica, desde las cien- cias sociales hasta el derecho, la confrontacién entre los he- rederos directos de la escuela histérica y aquellos que, en di- versa medida, procuraban desvincularse de sus posiciones pro- gramaticas, dio lugar a un prolongado debate metodoldgico que caracterizé, durante casi medio siglo, el desarrollo de Ja historiografia v de las disciplinas concernientes a ]a existencia social del hombre. El origen de aquel se remonta a divergen- cias de enfoque gue se manifestaron dentro de cada disci- plina, a propésito de problemas especificos y de orientaciones concretas de la investigacién: solo mds tarde se amplidé hasta abarcar la funcién de las ciencias histdrico-sociales, transfor- mdandose en una discusién acerca de su fundamento y su vali- dez. La actitud polémica frente a la metodologia positivista, respecto de la cual el desarrollo de las ciencias histérico-socia- les de Alemania permanecié en sustancia ajeno, no impedia, sin embargo, que la exigencia de una investigacién objetiva con- tribuyese también, de manera indirecta, a delinear tal discu- sin. Por esta via, el planteo programatico de la escuela his- térica no era refutado en bloque; antes bien, sufria un proceso de correccién y de transformacién mediante el cual el edificio de las ciencias histdrico-sociales —y la fisonomfa de cada dis- ciplina perteneciente a él— cobraba un nuevo aspecto. Esta crisis encontré su primera manifestacién en el campo de la economia con la critica planteada por Menger en 1883 en contra del historicismo econédmico. Desde los ultimos afios de la primera mitad del siglo, los herederos de la escuela histérica —primero Roscher, luego Hildebrandt y Knies-— habian entrado en polémica con el modelo de anélisis elabo- rado por la economia clasica, asignando a la investigacién cien- tifica la tarea de determinar las tendencias de desarrollo que rigen el funcionamiento y la sucesién de las formas histéricas de economia. A Ja abstracta economfa claésica, fundada en la ficcidn de un homo oeconomicus que tiende a la exclusiva sa- tisfaccién de sus necesidades individuales, siempre idéntico en su estructura intemporal, oponian una economia histérica di- rigida a discernir las leyes del desarrollo econédmico, sobre la base del estudio de la conexién orgdnica que liga los fenéme- nos econdédmicos con los fenédmenos sociales de cualquier otro tipo. Servianse, de tal modo, de instrumentos conceptuales de origen romantico, persiguiendo en el mundo econémico un es- quema de desenvolvimiento necesario de las formas histéricas de economia como parte integrante de la vida de un pueblo, es decir, como manifestaciones de su «espfritu» peculiar en sus diversas épocas. Con las Untersuchungen iiber die Metho- de der Sozialwissenschaften und der politischen Oekonomie (Investigaciones sobre el método de las ciencias sociales y de la economia politica), en particular, Menger atacaba el planteo de la escuela histérica de economia, ilustrando el alcance me- todoldgico de los esquemas formulados por la economia clasica y tefiriendo el andlisis econémico a la elaboracién de modelos hipotético-deductivos. Por un lado, en consecuencia, la heren- cia de Ja escuela hist6rica se transformaba, en Schmoller y sus discfpulos, en la exigencia de una indagacién verdaderamente histérica de los fenémenos econdmicos; por el otro, la ciencia econdmica, que cobraba conciencia de Ja funcién espectfica de sus propios modelos analiticos, podia reivindicar de nuevo su autonomfa frente a la consideracién historiogrdfica, La sintesis entre investigacién histérica e investigacién cientifica, que Ja escuela histérica habfa intentado remitiéndose a presupuestcs de origen romdntico, se disociaba de tal modo para dejar sitio a dos procedimientos, a dos direcciones del conocimiento in- dependientes entre sf. 10 La Methodenstreit (disputa metodoldgica) econdémica ilumi- naba también, por reflejo, las cuestiones andlogas que subsis- tian en otras disciplinas sociales; mientras tanto, el problema de la relacidn entre estas disciplinas y la investigacién histéri- ca se configuraba gradualmente en términos mds definidos: aquellos con que Weber se encontraria, y a los cuales aplicarfa su esfuerzo de solucién. En efecto, al mismo tiempo, la polé- mica desencadenada en el terreno de la economia volvia a pre- sentarse, en forma diversa, a propdsito de una disciplina que por aquellos afios empezaba a adquirir autonomia y a definir sus tareas: la sociologia. La escuela histérica, mientras cons- trufa un edificio cientifico con fundamento histérico, no habia abierto la posibilidad de una investigacién socioldégica auténo- ma; antes bien, habfa procurado resolver toda ciencia social en la obra de sistematizacién de un material histéricamente individualizado, obra subordinada al fin de la comprensién histérica. En cambio, el camino de la sociologia habia sido em- prendido por el positivismo francés e inglés, frente al cual la cultura alemana se veia constrefiida ahora a tomar posicién. Al rechazo del método de investigacién sociolégica empleado por Comte o Spencer —y por los estudiosos que seguian sus huellas— debia sumarse, en consecuencia, o bien un rechazo de la sociologia en cuanto tal, o bien un esfuerzo positivo por definir sobre otra base el modo de consideracién que la socio- logia puede adoptar, asf como sus relaciones con la historio- grafia y las otras ciencias sociales. La primera solucién habria sido la mds coherente con los presupuestos de Ja escuela his- térica; la segunda, en cambio, fue la elegida por la cultura ale- mana, con una critica de las consecuencias filosdficas de la sociologia positivista, critica a la que se sumaba, sin embargo, | el empefio por asignar a la investigacién sociolégica otra tarea y por cOnstruir para ella otro_aparato conceptual. De tal mo- 0, ya no era posible sostener Ja reduccidn de las ciencias so- ciales a la filosoffa, como atin lo pretendian, en ocasiones, los herederos de la escuela histérica: se imponia la necesidad de diferenciar la funcién de 1a sociologia y de formular un sistema de_categorias socioldgicas que poseyesen un uso especifico. Aun cuando estuviese todavia vinculado con los presupuestos ideolédgicos del Romanticismo, Tonnies se esforzaba, en Co- munidad y sociedad, por marchar precisamente en esa direc. cién, y echaba las bases de una distincidn que habria de re sultar fundamental para el posterior desarrollo de la sociologia alemana, hasta Weber y aun més alla. Una vez rechazado el presupuesto positivista de un orden necesario de leyes sociales : Me ~ ees 11 que la sociologia debe determinar, y que permitiria una pre- visién infalible de los fendmenos de la sociedad, y rechazada, por lo tanto, la analogia comteana entre fisica y sociologia, la “Gultura alemana asignaba a la investigacién socioldgica la ta- rea de analizar las formas tipicas de rélacién social, tal como pueden resultar de la consideracién del modo en que la vida del hombre en sociedad se ha configurado en las diversas épo- cas. Trazaba con ello, junto con una diferenciacién de la so- ciologia frente a la historiografia, una conexién entre esas dos orientaciones de la investigacién; al mismo tiempo, la socio- logia podfa abandonar la pretensién de constituir la ciencia de la sociedad como totalidad y reconocer su funcidén especifica dentro de un conjunto de otras ciencias sociales. Plantedbanse entonces, en forma diversa en cada uno de los grandes repre- sentantes de la investigacién sociolédgica alemana, problemas de este tipo: ¢Cdémo se configura la conexién entre sociolo- gia e investigacién histérica? ¢Sobre qué base se distingue la Sociologia de las otras ciencias sociales? He ahi, precisamente, el_tipo de problemas que aparecen tratados en la Sociologia (1910) de Simmel, y después en Von Wiese y en Vierkandt, dando lugar a la tentativa de ela- borar una sociologia formal como anélisis de las formas de relacién social, es decir, de formas que subsisten con iridepen- dencia de las variaciones del contenido histdérico; por otra par- te, esos mismos problemas aparecen en Oppenheimer o en Alfred Weber, dando lugar a una tentativa opuesta: la subor- dinacién funcional de la sociologia a la consideracién historica ‘de Ta cultura. El debate metodoldgico, iniciado con relacién a “Ya ciencia econdédmica, se extend{a de ese modo a todo el edi- ficio de las ciencias sociales; en efecto, para cada una de ellas se trataba de definir el campo de investigacién que garantiza- se su autonomia, y, mds atin, de determinar su relacidén posi- tiva con la historiografia o con otras disciplinas. Y aquel de- bate alcanzaba también al derecho, planteando el problema de la distincién entre la consideracién jurfdica, dirigida a estable- cer el significado de las normas, y la consideracién empirica de las ciencias histérico-sociales, vuelta hacia el estudio de su génesis y de su aplicacién de hecho en determinado grupo so- cial. Quien hojee las revistas mds importantes de ese periodo —en primer lugar el Schmollers Jahrbuch ( Anuario de Schmo- Her) o bien el Archiv fur soziale Gesetzgebung und Statistik (Archivo de legislacién y de estadistica sociales), que se con- vertira en 1903, siendo uno de los codirectores Max Weber, en el Archiv fir Sozialwissenschaft und Sozialpolitik (Archivo 12 _del procedimiento de ese g de ciencia social y de politica social)— puede comprobar en seguida de qué modo la labor de investigaciédn concreta que la cultura alemana desarrollaba en todos aquellos sectores se entrelazaba, a cada paso, con la controversia acerca de los mé- todos, hallando en esta su guia cotidiaha. Dentro de este panorama de discusiones y polémicas, a las que se agregaban otras cuya resonancia politico-ideolégica era mds directa, plantedbase, por lo tanto, la exigencia de precisar la fisonomia de las ciencias histérico-sociales sobre bases distin- tas de las establecidas por la escuela histérica. El debate me- todolégico que se desarrollaba dentro _de cada disciplina con- ufa en un problema de orden mds general: la determinacién aiento de ese grupo de disciplinas en cuanto dife- ria del propio de aquellas que constituyen la ciencia de la na- turaleza. Ya la Methodenstreit econdmica habia puesto de re- lieve Ios caracteres peculiares de la investigacién econdémica frente al método de investigacién naturalista; el propio Men- ger lo habia reconocido, Ademés, la polémica en contra de la sociologia positivista insistia a cada paso en el cardcter infun- dado de Ja analogia comteana entre fisica y sociologia, En me- dio de su Ehuereo por Tiberaise propresivamente de fa heren- cia de la escuela histérica, la cultura alemana mantenfa la co- nexidn entre ciencias sociales y consideracién histdérica, cual- quiera que fuese el modo en que se definiera luego tal relacién. Con ello, su tarea se presentaba como heterogénea respecto de la de la ciencia natural, por lo cual surgia la necesidad de establecer el alcance de esa heterogeneidad y las condiciones bajo las cuales las ciencias histérico-sociales podfan ser reco- nocidas como una forma de conocimiento objetivamente valida. Conocidas son las soluciones(divergentesi que Dilthey, por un lado, y Windelband y Rickert, por el otro, propusieron para este problema metodoldégico y gnoseoldgico. SegtinCDilthey,’ las ciencias histérico-sociales forman parte, junto con la psi- cologia, de las ciencias del espiritu; y estas se contraponen a las ciencias de Ja naturaleza en virtud de una diferencia origi- natia en cuanto al campo de investigacién, que condiciona la diversidad del método empleado, pero que, a su vez, solo puede ser comprendida remontdndose a la diversidad de la relacién entre el sujeto que investiga y la realidad estudiada, la cual es, en un caso, el mundo de la naturaleza extrafio al hombre, y, en el otro, el mundo humano al cual pertenece el sujeto. El punto de partida de las ciencias del espiritu ser, en consecuencia, segtin afirma Dilthey en la Introduccién a las ciencias del espiritu (1883), la Erlebnis en_su inmediatez, la —w . oN ° ~ 13 z experiencia vivida que el hombre tiene de su mundo; y su procedimiento fundamental, segiin precisard luego en los es- critos mds maduros del periodo 1905-11, ha de sefialarse en la relacién entre el plano inmediato del Erleben, la expresién en la cual este se objetiva histéricamente, y la «comprensién» que recoge tal objetivacién remitiéndola a su origen. Por ello estas disciplinas emplean categorias que constituyen la traduc- cién a términos abstractos de las formas estructurales de la vida —categorias como las de valor, significado, fin—; ellas crean métodos particulares para remontarse desde cada mani- festacién histédricamente determinada hasta el espiritu de los hombres que la produjeron, en lo cual consiste el procedimien- to de la comprensidn, andlogo al de la introspeccién. Las cien- ‘clas dé Ja naturaleza, en cambio, se valen de la categoria de causa, y, a través de la dilucidacidn de las relaciones causales, edifican un sistema de leyes: pero el mundo que indagan per- manece siempre extrafio al hombre, es un mundo con el cual el hombre se encuentra en constante relacién, pero al cual re- conoce como distinto de sf e inteligible sélo con otros instru- mentos. En su reivindicacién de la obra de investigacién po- sitiva de Ja escuela histérica, y en su esfuerzo por justificar criticamente sus adquisiciones, Dilthey mantiene, por lo tanto, la conexién entre ciencias sociales y consideracidén historiogré- fica, sefialando Ja comprensién como el procedimiento comin a ambas. Las ciencias del espfritu desempefian su labor, sea mediante el andlisis de las regularidades y recurrencias de com- portamiento de los fendmenos histdricos, sea mediante la de- terminacién de la individualidad que caracteriza a cada uno de ellos; orientacién generalizante y orientacién individuali- zante se ptesentan siempre como paralelas y conexas. Lo que distingue a las ciencias del espfritu de las ciencias de la satu- raleza en el terreno metodoldgico es la antitesis entre expli- caciédn y comprensidén, entre la causalidad y el «comprender». Muy distinta es, en cambio, la solucién de Windelband y de Rickert, quienes abordan el problema en el plano Idgico de- finido por e] neocriticismo alemdn. Con su critica de la distin- cién diltheyana, porque esta se refiere a un fundamento meta- fisico, Windelband se propone, en Geschichto und Naturwis- senschaft (Historia y ciencia natural; 1894), diferenciar ambos términos segtin la diversidad abstracta de su fin cognoscitivo: existen ciencias orientadas hacia la construccién de un sistema de leyes generales (las ciencias nomotéticas) y ciencias orienta- das hacia la determinacidn de Ta individualidad de determinado fenédmeno (las ciencias idiogrdficas). Desde este punto de vis- 2 ee ett en 14 atura rencia a ral; Ja histo ta, /a_contraposicin.diltheyana ‘entre naturaleza_y_espttitu° pierde su importancia. Cualquier fendmeno, en efecto, sea na- tural 6 espiritual, extrafio o perteneciente al mundo del hom- bre, puede ser investigado con miras a insettatlo como caso particular dentro de un conjunto de uniformidades ajustadas a ley, o bien con miras a dilucidar su cardcter individual e irrepetible. Con ello desaparece la conexidn entre ciencias so- ciales_y consideraci6n_historiogrdfica, desde el momento en que las primeras —en la medida en que procuran establecer uniformidades expresables en forma de leyes— son ciencias naturales lo mismo que la ffsica, y la segunda resulta aplicable, en principio, también a sucesos carentes de relacién con el hombre y sus condiciones de existencia. En Die Grenzen der naturwissenschaftilichen Begriffsbildung (Los limites de la for- macién de conceptos en las ciencias de la naturaleza; 1896- 1902), Rickert procuré, en cambio, recuperar una distincién objetiva que permitiese mantener aquella conexién sobre nue- vas bases. La n leza_es la realidad considerada con refe- alidad considerada con refe- rencia a lo individual. Pero considerar un objeto como indivi- ual significa determinarlo en forma de individuo, fundado sobre una «relacién de valor» con ciertos criterios que han permitido aislarlo y caracterizarlo. El mundo histérico se pre- senta, en consecuencia, como una multiplicidad organizada de individuos, pertenecientes a una totalidad e insettos en un proceso de desarrollo; su base est4 constituida por la referen- cia de la realidad empirica al mundo de los valores, que lo califica como el mundo de la «cultura». El campo de investi- gacién del conocimiento histérico es la cultura; los valores a los cuales ella refiere su objeto propio son los valores cultu- rales; las disciplinas que la constituyen son las ciencias de la cultura, y estas comprenden también disciplinas nomotéticas subordinadas a la orientaci6n fundamental del conocimiento histérico{Et editicio de Tas ciencias Istorico-sociales se cons nuevo como el edificio de las ciencias de la culturg sobre la base de la «relacién de valor»{ que tepresenta e sig icado del objeto Orico; por fin, en 1921, Rickert admitirg la nocién de «comprensién», para calificar con ella la compren- sién del significado a que tienden las ciencias de la cultura. Formulada inicialmente en el puro terreno Idgico, la distin- cidn entre ciencia natural y conocimiento histérico se transfor- maba, de este modo, en una distincién de campos de investi- gacién, justificada por la ausencia o la presencia de una «re- lacién de valor». -_ 15 Me Durante casi dos decenios, desde 1883 hasta los umbrales del nuevo siglo, la antitesis constituida por estas dos posiciones éstuvo en el centro de la controversia sobre el método y sobre las condiciones de validez de las ciencias histdrico-sociales. Las discusiones y polémicas que se desarrollaron en torno de ella —y en las cuales se inserté la original labor de Simmel— tuvieron su constante término de referencia en tal alternativa, y, con frecuencia, se agotaron en el intento de probar o re- futar una u otra tesis, 0 bien de conciliarlas de algtin modo. Determinando, como procedimiento propio de las ciencias del espfritu la comprensidn, Dilthey sefialaba el fundamento de su validez en la relacion circular entre Erleben, expresién y Vers- tehen: las ciencias del espiritu estén validadas —si bien de manera limitada y condicionada— por la identidad del sujeto cognoscente con el. mundo que constituye su campo de inves- tigacién. El hombre puede comprender su mundo, el mundo histdrico-social, porque forma parte de él y lo capta desde adentro. La justificacidn de la validez de las ciencias del es- piritu se remite, en consecuencia, a una tesis fundamental del historicismo diltheyano —también Simmel la admite en forma no muy disfmil—, y se inserta en la compleja relacién entre la critica de la razén histérica y el esfuerzo por lograr la de- terminacién de la historicidad humana. Para Windelband_y Rickert, en cambio, una vez reconocida la «relacién de valor» “como_esencial_al_objeto histérico, las cienclas de la cultura obtienen_su_validez —que en tal caso es una validez incondi- cionada que se realiza en resultados incontrovertibles, adqui- Fidos e ria Vez pata siempre— de la validez de Tos valores _que ellas asumen como criterios para Ja_seleccién del dato empftico. La justificacién de la validez de las ciencias de Ia “cultura se encuadra, por lo tanto, dentro de la filosoffa ricker- tiana de los valores, y encuentra su base ina en_la tesis del cardcter_absoluto que es preciso _atribuir a tales valores. La contraposicidén entre el punto de vista de Dilthey y el compartido, al menos en sus Ifneas principales, por Windel- band y Rickert, revélase de este modo en su alcance gnoseo- Idgico, mostrando su relacién con una diferencia m4s funda- mental de prospectiva filosdéfica. En este ambiente formése la metodologia de Max Weber, que representa, precisamente, el esfuerzo orgdnico por resolver los lante or el debate interno de las ciencias problemas 7 istérico-sociales y por el debate general acerca de su funcién, esarrollado por la cultura alemana en los dos iltimos dece- 16 nios del siglo x1x y que proseguia atin. En efecto, Weber habia tropezado con esos problemas en su propia labor de historiador y de sociélogo, en cuanto habia debido precisar las condiciones de uso de sus propios instrumentos de investi- gacion y la relacién de la investigacién objetiva con sus pro- pios intereses polfticos. Mientras estudiaba la historia del de- recho comercial en el medioevo, y la historia del derecho agratio romano, habia debido enfrentar el problema de la relacién entre Jas instituciones econdmicas y la elaboracién de los conceptos juridicos correspondientes, y, por Jo tanto, la cuestién de Ja diferencia entre investigacién histérica y con- sideracién juridica; del mismo modo, el andlisis de la decaden- cia econdémico-social de la civilizacién antigua lo habfa enfren- tado con el problema del «peso» de los factores econémicos en el curso histérico. Por otra parte, su participacién en los trabajos del Verein fiir Sozialpolitik (Unidn para la politica social) y en la encuesta sobre las condiciones de vida de los campesinos de Alemania oriental lo habia puesto frente a la problematica de una investigacidn sociolégica «sobre el te rreno», y frente al problema més vasto de la relacién entre esta investigacién y la posibilidad de una toma de posicién politica orientada hacia la transformacién prdctica de las con- diciones dilucidadas empiricamente. Cuestiones andlogas plan- tedbanle también el andlisis de las condiciones humanas del trabajo industrial y su influencia sobre la vida de los obreros, o bien el estudio de algunos aspectos caracterfsticos de la economia moderna. En cada uno de estos casos, la labor de investigacién se mostraba ligada al planteo de problemas me- todoldgicos, a la formulacién légica de instrumentos que per- mitiese lograr los resultados a que se aspiraba. La metodolo- gia weberiana construfase, de este modo, en el curso de la in- vestigacion concreta, dia tras dia, hallando su micleo genuino en la exigencia de definir la funcién respectiva del andlisis empirico de las ciencias histérico-sociales y de la actividad politica. Su primera manifestacién explicita puede discernitse en un ensayo dedicado a la discusién de un problema clave del debate metodoldgico de los ltimos afios del siglo xrx: el ensayo Roscher und Knies und die logischen Probleme der bistorischen Nationalékonomie (Roscher y Knies, y los problemas Idgicos de la economfa politica histérica; 1903- 1906). Es a través del andlisis de los presupuestos de la escuela histé- rica de economia como Weber toma posicién frente a la he- rencia metodoldgica romantica y, al mismo tiempo, define su 17 | actitud con relacién a la antitesis entre el punto de vista de Dilthey y el compartido por Windelband y Rickert. Retomando las criticas de Menger, Weber destaca de qué modo el procedimiento del historicismo econdédmico no es, en realidad, un procedimiento historiografico, sino que constituye una investigacién de tendencias evolutivas inficionada por el empleo de categorias romdnticas. La contrapartida positiva de esa critica es, por un lado, la exigencia de investigaciones de historia econdémica propiamente tales, orientadas a determinar la estructura de las diversas formas de economia y el proceso que conduce de unas a otras, y, por otro lado, el reconocimien- to de la validez del planteo de la economia clasica, dentro de los limites ya sefialados por Menger. Rechazando la nocién de «espiritu del pueblo» como fundamento real de las mani- festaciones de desarrollo de determinada sociedad, asi como la indebida trasposicién de conceptos bioldgicos al estudio de los fenédmenos econdmicos, trasposicién implicita en la con- cepcién «orgdnica», Weber amplia el alcance de su andlisis hasta convertirlo en una critica rigurosa de los presupuestos que el historicismo econédmico de Roscher y de Knies habfa heredado de la escuela histérica, y, en consecuencia, en una critica de la herencia roméntica sobreviviente dentro de las ciencias histérico-sociales. Aquel proceso de liberacién gradual respecto de tal herencia, gue el debate metodolégico de los ultimos dos decenios del siglo x1x habia iniciado, se transforma aqui en una ruptura explfcita, en un rechazo de principio. La obra de la escuela histérica se muestra inficionada por la introduccién de presupuestos metafisicos que, dado que implican una pretensién valorativa, no permiten desarrollar una investigacién objetiva. Sobre esta base adquiere signifi- cado la polémica que, partiendo del andlisis de las formula- ciones de Knies, la metodologia weberiana emprende en contra de Wundt y Miinsterberg, de Simmel y Gottl, y, por ultimo, de Lipps y Croce. La autonomfa del conocimiento histédrico, en cuanto forma de conocimiento provista de validez propia, no puede ser garantizada mediante un objeto especifico (la realidad «psiquica» por contraposicién a la realidad «fisica») ni mediante un procedimiento psicoldgico especifico (Ja com- prensién como intuiciédn inmediata); en efecto, ni el objeto ni el procedimiento, tomados por si_o en su relacidn, pueden caracterizar la estructura Iégica de una disciplina, asi como tampoco fundar su validez objetiva. De este modo, la polémica antirroméntica, y el esfuerzo a ella ligado por justificar el caracter objetivo del conocimiento histérico, constrifieron a la <—_ 18 -metodologia weberiana a elegir entre la posicién diltheyana y aquella que Rickert, por esos_mismos anos, acababa de. de- finir en los Grenzen. La elecci6n de Weber es explicita a este respecto. A través del rechazo del objetivismo y del intuicio- nismo_ histérico, descarta Weber en los hechos algunas tesis del andlisis de Dilthey: las ciencias histérico-sociales no se dis- tinguen por tener como objeto el espiritu antes que la natu- raleza, o bien porque procedan mediante la comprensién in- terna del significado de cierto fenémeno antes que mediante su explicacién causal. Lo que distingue al conocimiento his- tdrico, y a las disciplinas que pertenecen a su dmbito, de la ciencia natural es su particular estructura ldgica, es decir, la orientacién hacia la_individualidad. Precisamente, el recurso ‘al punto de vista elaborado por Rickert ofrece a la metodolo- gia weberiana los instrumentos para llevar la polémica en contra de la herencia roméntica de la escuela histérica y para encontrar una primera definicién positiva. No el objeto, sino el fin con miras al cual es indagado y el método de su elabora- cién conceptual; no la comprensién como _procedimiento _psi- coldégico, sino el modo en que ella encuentra verificacién em- \ Fs op £- A pirica y se traduce en una forma especifica de explicacién cau-* sal, he ahi lo que distingue a las ciencias histérico-sociales. “Sin embargo, esta eleccién en favor de las posiciones de Win- delband y Rickert no constituye un rechazo integral de las tesis diltheyanas. Lo que Weber combate en estas —y es sig- nificativo que la toma de posicién frente a Dilthey sea por lo comin solo implicita— es su aspecto roméntico, no las adquisiciones positivas que ha logrado. Weber no niega, en efecto, que las ciencias histérico-sociales tengan un campo de investigacién y un procedimiento particular propios: niega solamente que ambos basten para caracterizar su estructura ldgica. La posicién diltheyana, en consecuencia, es sometida a un proceso de reinterpretacién, por cuya via sus tesis pue- den entrar en relacién con las de Rickert. Afirmar que las ciencias histérico-sociales deben emplear un procedimiento de comprensién adecuado a su objeto es plenamente legitimo, si tal procedimiento no es ya un Verstehen inmediato, un acto de intuicién, sino que se convierte en la formulacién de hipé por lo tanto, que se las asuma sobre Ja base de una expucacién ~” causal. La comprensién ya no excluye la explicacién causal sino que coincide ahora con una forma especifica de esta: con la determinacidn de relaciones de causa y efecto individuadas. Las ciencias histérico-sociales son, por lo tanto, aquellas dis- 19 t ciplinas que, sirviéndose_del_proceso_de interpretacién, pro- ° ° Fo ” eo. wi curan discernir relaciones causales entre fendmenos indivi- ‘ duales; es decir, explicar cada fendmeno de acuerdo con las -felaciones, diversas en cada caso, que lo ligan con otros: la comprensién del significado coincide con la determinacién de las condiciones de un evento. Por la via de este andlisis, Weber determinaba algunas direc- ciones de investigacién que habrian de ser fundamentales para el desarrollo de su metodologia; al mismo tiempo, precisaba el planteo del. problema central que esta enfrentaria: el pro- blema de la objetividad de las ciencias histdérico-sociales. La polémica en contra de la herencia romantica de la escuela histérica ya ha puesto de relieve las dos condiciones que pue- den garantizar tal objetividad:{ 1); Las ciencias histdérico-so- ciales no deben recurrir a presupuéSfos que impliquen una toma de posicién valorativa, ¥ 2) las ciencias histdrico-sociales de- ben verificar sus propios asertos mediante el recurso_a la ex- licacién causal. En el andlisis de estas dos condiciones y de su posibilidad de realizacién efectiva, la metodologia webe- riana se constituye en sus lineas directrices, primero en el ensayo «La “objetividad” cognoscitiva de la ciencia social y de la politica social» (1904), y luego, a través del estudio del esquema explicativo historiografico, en los sucesivos «Estudios criticos sobre la Idgica de las ciencias de la cultura» (1906); al mismo tiempo, encuentra el modo de afirmarse polémica- mente mediante toda una serie de discusiones contenidas en diversos ensayos de menor relieve. E] andlisis de la primera condicién es realizado con referencia a la distincidn rickertiana entre juicio de valor y «relacién de valor». Pero también aqui, tras Ja abstracta ormula enunciada por Rickert, existen problemas de investigacién concreta y divergencias metodoldgicas que Weber encontraba presentes en el ambiente de las ciencias histérico-sociales de Alemania, a saber: los problemas que también él habia debido enfrentar en su labor de historiador y de socidlogo, y aquellas divergen- cias que habfa procurado resolver en la confrontacién cotidia- na entre tal labor y sus intereses polfticos no menos vigorosos. Los presupuestos metafisicos en los que se habia basado la escuela histérica tenian muchas veces un alcance politico con- servador; en efecto, la concepcidén «orgdnica» de la sociedad designaba por lo comtin, no solo un método de estudio, sino también un ideal polftico-ideolédgico que servia como criterio de valoracién. La liberacién respecto de aquellos presupues- tos habfa significado, por lo tanto, al mismo tiempo, una libe- 20 racién respecto de sus consecuencias politicas; por otra parte, el desarrollo de las ciencias histérico-sociales habfa constituido una tentativa por ilustrar y enfrentar !as cuestiones prdcticas planteadas a cada momento por el cambio de Ja estructura econdmico-social de Alemania y su nueva posicién en el campo internacional. No por casualidad muchos de los exponentes mds importantes de ese desarrollo —desde Schmoller hasta A. Wagner y desde L. Brentano hasta muchos otros— fueron también los representantes de aquel «socialismo de cdtedra» que aunaba el estudio cientifico de los problemas econémico- sociales con la aspiracién a una transformacién en sentido moderno del ordenamiento social de Alemania. Y no por ca- sualidad, en las revistas de ese perfodo, la discusién de las cuestiones de politica social marchaba a la par del planteo de los problemas teéricos y de Ja elaboracién de los instrumen- tos de investigacién. Precisamente, estos eran los hombres con quienes més ligado se sentia Weber, como estudioso y como politico: recuérdese su participacién en la encuesta promovida por el Verein fir Sozialpolitik. También eran esas las revis- tas con las que colaboraba. Por eso, en el momento de asumir la codireccién del Archiv fiir Sozialwissenschaft und Sozial ‘po- litik se vio obligado a tomar posicién con respecto a eso, y a deslindar su punto de vista metodoldgico del de Schmoller, y en general de los exponentes del «socialismo de cdtedra». Las ciencias histérico-sociales pueden, por cierto, tomar sus temas de la vida polftico-social y contribuir a la orientacién ideolégica con la solucién de determinados problemas. Pero su_investigacién debe ser objetiva. Esto significa que no pue- den formular juicios de valor, y que sus resultados no eden convertirse en la base de una posicién politica. El plano en que se mueven no es el de la validez ideal de los valores, sino solamente el de la existencia de hecho; no pueden decirnos si estos valores valen o no, ni prescribir un comportamiento en lugar de otro: pueden solamente indagar los valores en su génesis histérica. La investigacién cientifica que las ciencias histérico-sociales desarrollan es independiente de cualquier toma de posicién valorativa: discierne lo que es, no determina lo que debe ser. Entre ellas y el juicio de valor media una heterogeneidad radical, una solucién de continuidad. Sobre esta base Weber puede adoptar la distincién rickertiana entre juicio de valor y «relacién de valor»: las ciencias histérico- sociales no admiten en su 4mbito ninguna valoracién préctica, sino que estan en relaci6n —una relacién nte tedrica— con los valores que delimitan su objeto dentro de la multipli- 21 cidad de los datos empfricos. Y Ja «relacién de valor» no es, por lo tanto, un principio de valoracién, sino un principio de seleccién: sirve para determinar un campo de investigacion, éntro del Cual la indagacién procede de manera objetiva a fin de lograr la explicacién causal de los fenémenos. La metodologia weberina encuentra el punto de partida de su elaboracién sistematica, por lo tanto, en el andlisis del_cono- cimiento_bistérico realizado por Rickert, del cual extrae al- gunos de sus presupuestos mds importantes. La «relacién de valor» vuelve, posible la determinacién del objeto histérico, el cual se constituye como tal en virtud de su «significado cultural»; este significado es siempre individual —es decir, el de un cierto fenémeno condicionado por relaciones particulares con otros—; el conocimiento histérico, por lo tanto, es siem- pre una «ciencia de realidad». Pero, a través de esta exigencia, la doctrina del método formulada por Rickert en los Grenzen sufre una transformacién interna de importancia decisiva; el punto crucial de esa transformacidn es el modo en que. Weber interpreta la relacién del objeto histérico con los valores. Para Rickert, esta relacion constituia, no solo un principio de seleccién, sino también el fundamento de la validez incondi- cionada del conocimiento histérico, en cuanto los valores que presiden la seleccidn son —segin el postulado central de la teorfa windelbandiana y rickertiana de los valores— univer- sales y necesarios. Para Weber, en cambio, la referencia del dato empirico a los valores no representa ya una garantia absoluta, y la seleccién entre la multiplicidad de los datos estd dirigida por criterios que no son universales y necesarios, sino que, a su vez, son el resultado de una seleccién. Esta no recae ya solo sobre el dato empirico, sino también sobre los valores a los cuales es referido; y el procedimiento de las ciencias his- térico-sociales aparece encuadrado dentro de,una dimension se- lectiva fundamental. En consecuencia, el plano trascendental e la doctrina rickertiana del método deja sitio al plano meto- dolégico de un andlisis dirigido a ilustrar la_funcié s valores como ctitsrios-dle-selecci6n, y el modo en que las cien- Cias histérico-sociales se organizan sobre esta base. La relacién con los valores pasa a designar la particular direccién del in- ferés cognoscitivo que mueve la investigacidn, es decir, el espe- cifico punto de vista que esta adopta, delimitando su campo. De aqui se sigue que las disciplinas pertenecientes al edificio del conocimiento histérico no tienen un 4mbito determinado a priori, sino que se lo constituyen sobre la base de un cierto punto de vista o de un cierto conjunto de puntos de vista; 22 X la conexién interna de sus investigaciones y, mas atin, su rela- cidén con otras disciplinas tienen una base, no ya sistemética, sino problemética. De alli se sigue también que la cultura, antes que constituir un campo de investigacién determinado de una vez para siempre mediante la referencia a valores uni- versales y necesarios, pasa a ser un complejo de campos de investigacién auténomos, coordinados entre si de una manera que varia con el desarrollo histdrico de las diversas disciplinas. A través de este cambio el problema de la explicacién causal en el dominio de las cieficias histérico-sociales adquiere, sin embargo, nueva fisonomia. Weber se aplica a su andlisis en la segunda parte de los «Estudios criticos sobre la Idgica de las ciencias de la cultura». Si la ciencia natural explica los te- ndémenos id n si enerales, y las ciencias histdérico-sociales quiere i en cambio, en su individualidad, y, por lo tanto, en el proceso especifico de cual surgen, ¢c6mo es empero posible esta forma de explica- cidn —que al mismo tiempo es comprensidn— de un objeto histdrico, y mediante qué procedimiento es posible llegar a ella? También la explicacién de un objeto histérico, en los hechos, implica una selecci6n dentro de Ja multiplicidad del dato empirico y de las infinitas relaciones que ligan a cada uno de sus elementos con otros, infinitos. Puesto que la tota- lidad de las relaciones de causa y efecto de las que depende la ocurrencia de un fenémeno es conceptualmente inagotable, el campo de investigacién dentro del cual se mueve la investi- gacidn debe ser delimitado sobre la base de una seleccién; y esta se encuentra ligada al punto de vista especffico desde ¢l cual se realiza la investigacién. La explicacién se restringe, por lo tanto, a una serie finita de elementos, determinada en cada caso sobre la base de cierto punto de vista, y de este modo se desarrolla siguiendo una direccién particular de rela- ciones entre los fendmenos, abstractamente aislada de las otras direcciones posibles de investigacién. Tal es el proceso de «imputacién» de un acontecimiento a sus «causas», segtin se configura en las ciencias histérico-sociales. En este punto se presenta, sin embargo, el problema de la posibilidad de veri- ficar empiricamente la «imputacién», esto es, la determinacién de una relacién de causa y efecto en forma individual: deter- minada cierta serie de relaciones sobre la base de una selec cién, gcédmo es posible establecer que ellas y no otras han conducido al acaecimiento del fenédmeno a explicar? La de- mostracién_pu olamente, afirma Weber, me- ‘diant onstruccidn de un proceso hipotético —diverso del 23 proceso real por la exclusién preliminar de uno o de varios elementos— y_la posterior comparacién entre el proceso real y.el proceso hipotéticamente construido. Segiin qué ta éxclu- sién de tal elemento conduzca a la construccidn de un proceso posible més o menos diferente del proceso real, debera. infe- rirse que su importancia causal en el proceso en cuestidn es” mayor o menor. Por lo tanto, la «imputacién» de un aconte- cimiento se produce de manera indirecta, a través de juicios de «posibilidad objetiva», los cuales se disponen siguiendo una serie de grados comprendidos entre dos casos limite: la «causacién adecuada» y la «causacidn accidental». En el caso en que el proceso hipotético no conduce ya al objeto que se debe explicar, se deberd inferir que el elemento excluido esta ligado a él por una relacidn de «causacién adecuada», es decir que es imprescindible en_el conjunto de sus condiciones; en - el caso eh que e ~ Jogo al proceso reat; se debera inferir que el elemento excluido S3t4 ligado con el objeto mediante una relacién de «causacidn sucidental», ea decir que su presencia o ausencia resultan in- diferentes. La comparacién entre el proceso construido hipo- téticamente y el proceso real permite establecer, en cada caso, la importancia causal de cierto elemento, con relacidn al fe- némeno que debe ser explicado. Solo que, de esta manera, las «causas» dilucidadas de este modo no son ya todas \as causas del acontecimiento en cuestidn, sino solamente las con- diciones individualizadas siguiendo cierta direccién de la in- vestigacién, correlativa a la adopcién de un punto de vista especifico; en segundo lugar, el nexo de causalidad admite una serie de grados que van desde la «causaciédn adecuada» a la «causacién accidental». Con esta doble restriccién del proce- dimiento explicativo de las ciencias histérico-sociales, Weber realiza el abandono del modelo clasico de explicacién causal y el pasaje a un esquema de explicacién que ya no es causal sino, antes bien, condicional. Cuando ponen de manifiesto una serie finita de fendmenos —diversa de acuerdo con el punto de vista de la investigaci6n—, de la cual depende un cierto fendmeno considerado en su individualidad, las ciencias his- torico-sociales no establecen sus factores determinantes sino que determinan ux cierto grupo de condiciones que, junto con otras, lo vuelven posible. La relacién de causa efecto, inter- retada como relacién necesaria, es_sustituida por una rela- cién de condicionamiento, Si desde el punto de vista del mo- “delo clasico de explicacién causal podia darse por explicado cierto fenédmeno si, y solo si, habian sido descubiertos en su 24 proceso hipotético tenga ésenlacé ana- ’ \ totalidad los factores determinantes de su ocurrencia, en el ambito del esquema explicativo condicional existe la_posibi- lidad_de_ di érdenés licaci6n, con relacién a Ia iversidad de los puntos de vista que indican la direccién de las relaciones indagadas. De esta manera, la metodologia weberiana lograba ilustrar el alcance de las dos condiciones fundamentales arantizan a_objetivi iencias histdrico-sociales, A través de la distincién entre investigacién objetiva y juicio de valor, deter. min6é primero tal objetividad de modo negativo; en cambio, a través del estudio del procedimiento de explicacién causal, obtiene una determinacién positiva. Las ciencias histérico-so- ciales, en cuanto condicionadas en su punto de vista y en la delimitacién del campo de investigacién por el interés del estudioso, y, por lo tanto, por la situacién cultural dentro de la cual este actta, -barten_de—un_término subjetivo:, pero en _el ambito_ del campo de investiga { delimitado, sus_re- Sultados son_obietivamente-validos, y lo son en virtud de la “estructura ldgica del procedimiento explicativo. La tunica ga- rantia_de tal objetividad se encuentra, en consecuencia, en la recta aplicacién de los instrumentos que, en su conjunto, cons- tituyen_tal estructura légica, y no en la referencia a valores incondicionados sustraidos a la seleccién. El deslinde respecto de Rickert se muestra, en este punto, nftido e incontroverti- ble. Pero de ello se sigue también una diversa interpretaci6n del edificio de las ciencias histérico-sociales. Para Rickert, el conocimiento histérico estaba constituido por un conjunto de disciplinas —las ciencias de la cultura— ligadas por relaciones inmutables y provistas, cada una, de un campo objetivo de indagacién. Para Weber, la conexién entre tales disciplinas es problemdtica, y puede variar en relacién con el surgimiento de nuevos problemas propuestos por situaciones nuevas; nue- vas disciplinas pueden constituirse, transformarse otras, y los Comtin as es, solame rientacién ez vi limites entre ellas pueden variar y de continuo lo hacen. { pina de la —_~ > explicacién de las acontecimientos del mundo humano_en su individualidad or lo el empleo a! instrumentos que permiten_tal explicacién, Las ciencias histérico-sociales son por eso, en ultimo anélisis, disciplinas de conocimiento histérico. gCudl_es, entonces, el los conc le las reglas ‘generales —e érminos: del sal olé- ~Sico—en_el_ambito—del_canacimiento_histdrico? ¢Forman parte de ella sistemas de conceptos abstractos —por ejemplo, los de la ciencia econédmica— y, en caso afirmativo, qué fun- 25 — cién ejercitan? De la respuesta a estos interrogantes surge we teoria_weberiana del tipo ideal. La ciencia natural procura “determinar un sistema de leyes generales a fin de explicar sobre la base de ellas la multiplicidad de los fenédmenos, progresan- do hacia un nivel creciente de generalizacién; el conocimiento histdérico se sirve, en cambio, de las uniformidades, formula- das como _reglas generales de] devenir, con el propdsito de; ograr la explicacid os fendmenos en su individualidad. No Ia presencia o ausencia del saber nomoldgico, sino su diversa funcidn distingue entre si la ciencia natural y las cien- “cias hist6rico:sociales: Jo que en Ja primera es el término de Ta investigacién, en las segundas, en cambio, es un momento rovisional de ella. Hasta qué punto ello es tiene To demas. tra la misma construccidn de un proceso posible, que no puede i realizarse sin recurrir a reglas generales del devenir que per- mitan trazar la sucesidn de los fenédmenos, que deberfa haberse producido sobre la base de la exclusién de uno o varios ele- mentos: la explicacién de la individualidad presupone el_saber nomolégico, es decir un conjunto de aniformidade tipicas Formidades, lo mise que los conep'os generales, estén cons. | tituidas mediante un procedimiento abstractivo que, aislando | | i dentro de la multiplicidad de lo empiticamente dado algunos elementos, procede a coordinarlos en un cuadro coherente, sin contradicciones. De este modo, el resultado de tal procedimien- to abstractivo es siempre un tipo ideal, que por un lado se diferencia de la realidad y no puede ser cakindide con ella, pero que, por el otro, debe servir instrumentalmente para la J explicacién de Jos fendmenos en su individualidad; es siempre (Su criterio de comparacién al cual debe ser referido el dato ' empirico, es decir, es un concepto-limite ideal que debe pro, _Porcionar ‘un esquema conceptual orientador para la investi- | gacion. Cada venta general det devenir y cada concepto general “revisten un cardcter tipico-ideal en este sentido Las reglas ge- nerales del devenir son construcciones abstractas dotadas de una validez probable, que revisten un significado heurfstico; los conceptos generales son conceptos que ponen abstracta- mente de relieve los elementos esenciales de cierto fenémeno 0 cierto grupo de fenédmenos, reuniéndolos en un cuadro libre de contradicciones, y que se organizan en diversos niveles de ah generalidad (desde los conceptos tipico-ideales de especies hasta los de objeto éricos particulares). Una disciplina ‘como Ia ciencia econédmica, y de manera anéloga el aparato tedrico de cualquier ciencia social, no es otra cosa que una : conexién sistemdtica de gonceptos y de reglas que presentan caracter tipico-ideal. Todas Tas clencias histérico-sociales, en ‘su _conjunto, tienden hacia lo individual. Pero el camino hacia o individual pasa, en cada caso, a través de lo general, del ) | saber nomoldgico. De esta manera, la investigacion historio- grafica y las disciplinas sociales abstractas —como la ciencia econémica o la sociologia, etc—— confluyen en el mismo pro- cedimiento de elaboracién tipico-ideal y en la misma orienta- cién hacia un fin fundamental comin. Reconduciendo la validez del conocimiento histérico a la va- lidez incondicionada de los valores, Rickert habia subordinado el andlisis metodoldgico a la teoria del conocimiento. Su doc- trina del método se movia, de hecho, en un plano trascenden- tal, a saber, en el plano de discusién adoptado por el neocriti- cismo aleman. Para Weber, en_cambio, el problema de la ob- jetividad de las ciencias histérico-sociales encuentra su sola- “Cién_genuina a través del exas diciones_discerfi- bles en Ja estructura Idgica interna de tales disciplinas. La teoria del conocimiento se resuelve con ello dentro dela me- todologia, y esta se configura como un andlisis que se atiene al modo de laborar efectivo de las ciencias histérico-sociales. Na- cida como esfuerzo de solucién de problemas planteados por el desarrollo de estas disciplinas, y con los que el propio We- ber habia tropezado en su obra de investigador, la metodolo- gia weberiana toma de continuo su material —y obtiene su vitalidad— de la referencia a cuestiones de investigacién con- creta. Las polémicas siempre renovadas que Weber entablé desde 1903 hasta su muerte —con Stammler, con Brentano, con Ostwald, ademds de la que sostuvo con Eduard Meyer— son el mejor testimonio de esa referencia y de la tentativa de mostrar la validez de los resultados del anélisis metodolégico en el banco de prueba de la clarificacién de problemas espe- cificos. Pero la relacién e i igacid ienci histérico-sociales las primeras_haci segunda: es, par relacién CP de-orentar Ta bor de ie Gece oa lowUs-sostbllided e orientar la labor de las diversas disciplinas mediant - gacion. EI esquema explicativo condicional, determinado en la teorfa, encuentra de hecho su realizacién, primero, en la «sociologia de la religisn» —desde los dos ensayos La ética protestante y el espiritu del capitalismo (1904-1905) y Die protestantische Sekten und der Geist des Kapitalismus (Las 27 sectas protestantes y el espfritu del capitalismo; 1906), hasta Die Wirtschaftsethik der Weltreligionen (La ética econémica de las religiones universales; 1915-19)—, y luego en Econo- mia y sociedad (editada pédstumamente en 1922); el uso de los conc {pico-ideales que se_muestra en estos estudios representa la contraparti efiniciones ted- Ticas. examen de la relacién entre desarrollo econédmico y desatrollo religioso, considerada desde el punto de mira de la diversidad de la ética econémica propia de cada forma histé- rica de religién, se realiza en la «sociologia de la religidn» so- bre la base del presupuesto de un nexo de condicionamiento reciproco, al que se procura, en cada caso, discernir en cuanto a su direccién y a sus limites. Y en Economia y sociedad el andlisis sistematico de las relaciones entre fendmenos econd- micos y otros tipos de fendmenos sociales se configura como el andlisis del condicionamiento de los primeros por parte de los segundos y, al mismo tiempo, de acuerdo con estos. Del mismo modo, el andlisis comparativo de las religiones univer- sales, con la tipologia elaborada con ese fin, sirve en la «so- ciologia de la religidn» con miras a la determinacidén de su di- versidad y de la diversidad de la ética econédmica correspon- diente a aquella. En Economia y sociedad, la obra de la socio- logia se presenta como la construccién istema de con- Pier Ene . La posibilidad de tomar posici4 los valores mediante 36 37 1. La «objetividad» cognoscitiva de la ciencia social y de la politica social} (1904) La primera pregunta que se suele dirigir a una revista de cien- cias sociales —-y, mds todavia, de politica social— en el mo- mento en que aparece o se hace cargo de ella una nueva re- daccién es la concerniente a su «tendencia».? Tampoco nosotros podemos rehusar una respuesta, y en este lugar debemos dar- 1 Siempre que, en Ja primera parte de las consideraciones que siguen, se habla en nombre de los editores o se proponen las tareas del Ar- chiv fur Sozialwissenschaft und Sozial politik no se trata, naturalmente, de opiniones privadas del autor sino de formulaciones expresamente autorizadas por los coeditores, La responsabilidad por la segunda parte recae exclusivamente sobre el autor, tanto en cuanto a la forma como al contenido. El Archiv jamés caerd en el sectarismo de una determinada opinién dog- matica, pues ello esté garantizado por la diversidad de puntos de vista, no solo entre sus colaboradores, sino incluso entre sus editores, aun en materia de metodologfa. Naturalmente, un acuerdo en cuanto a ciertas concepciones fundamentales fue prerrequisito de la direccién colectiva. Consiste, en particular, en la apreciaciédn del valor del conocimiento tedrico desde puntos de vista «unilaterales», asi como en la exigencia de la formacién de conceptos precisos y \a estricta separacion entre sa- ber empirico y juicios de valor, tal como aqui se la sostiene, aunque sin que se pretenda decir con ello algo nuevo. La amplitud de la discusién (en la segunda parte) y Ja frecuente repe- ticién de la misma idea sirven al exclusivo fin de alcanzar con tales consideraciones el maximo posible de comprensibilidad. En aras de este interés se ha sacrificado —esperamos que no excesivamente— el rigor de la expresién, y en virtud de ello también se ha dejado de Jado el intento de presentar, en lugar de la ejemplificacién de algunos puntos de vista metodoldgicos, una investigacién sistemdtica. Esta habria exi- gido introducir una multitud de problemas de teorfa del conocimiento que en parte se encuentran situados en un nivel de profundidad toda- via mayor. No hemos de tratar aqui cuestiones de Idgica, cizo ciertos notorios resultados de la ldgica moderna, a fin de que los podamos aprovechar; tampoco hemos de resolver problemas, sino ilustrar su significacién pa- ta los no especialistas. Quien conozca los trabajos de los Iégicos mo- dernos —mencionaré sdlo a Windelband, Simmel y, para nuestros fines, en especial a H. Rickert— advertird en seguida que aqui lo esencial se relaciona con ellos. 2 Este ensayo se publicd en el momento del traspaso del Archiv fiir 39 la, con relacién a nuestra «Nota introductoria»,* dentro de un planteo mds fundamental. Con ello se ofrece la oportunidad de ilustrar, siguiendo varias direcciones, la especificidad de la labor de la «ciencia social» tal como la entendemos, lo cual puede resultar util, si no para el especialista, si para muchos lectores alejados de la practica cientifica, a pesar de que se trata de «nociones obvias», o quizds a causa de ello. Propédsito expreso del Archiv fue, desde su nacimiento, junto a la ampliacidn de nuestro saber acerca de las «condiciones so- ciales de tddos los paises», y, por lo tanto, de los bechos de la vida social, la formacidén del juicio acerca de los problemas practicos mismos y, con ello —en la medida limitada en que semejante meta puede exigirse de estudiosos particulares—, !a critica de la prdctica politico-social, incluida la legislacién. A pesar de ello, también desde el comienzo el Archiv ha sosteni- do que pretendia ser una revista exclusivamente cientifica y que laborarfa con los solos medios de la investigacién cienti- fica. Surge, de este modo, una pregunta: ¢Cémo se concilia en ptincipio aquel fin con la limitacién a estos medios? ¢Qué significa que el Archiv dé cabida en sus columnas a juicios acerca de reglas legislativas o de administracién, o proyectos de tales? ¢Cudles son las xormas para estos juicios? ¢Cual es la validez de los juicios de valor formulados o que determina- do autor supone en los proyectos prdcticos sugeridos por él? ¢En qué sentido se mantiene este, con ello, en el terreno de la dilucidacién cientifica, ya que lo caracteristico del conoci- miento cientifico ha de hallarse en la validez «objetiva» de sus resultados en cuanto verdades? Ilustraremag primero nues- tro punto de vista sobre tales cuestiones, para pasar luego a esta otra: ¢En qué sentido existen «verdades objetivamente validas» en el terreno de Jas ciencias de la vida cultural en general? Pregunta esta que no puede ser esquivada en vista de los continuos cambios y las enconadas polémicas suscitados en torno de los problemas aparentemente mds elementales de nuestras disciplinas, del método de su trabajo, del modo de formacién de sus conceptos y de su validez. No hemos de ofrecer aqui soluciones sino indicar problemas, a saber, aque- llos a los cuales nuestra revista, a fin de cumplir cabalmente sus tareas actuales y futuras, debe prestar atencidn. Sozialwissenschaft und Socialpolitik a los editores Werner Sombart, Max Weber y Edgar Jaffé. (N. de Marianne Weber.) * Se refiere a la nota programdtica que iniciaba la nueva serie del Archiv. (N. del T.) 40 Todos sabemos que, como cualquier otra ciencia cuyo objeto sean las instituciones y los procesos de la cultura humana (y exceptuada, quizd, la historia politica), la nuestra partid histd- ticamente de perspectivas prdcticas. Formular juicios de valor sobre determinadas medidas del Estado en materia de econo- mia politica constituyd su fin mds inmediato y, en un comien- zo, el unico. Fue una «técnica», en el sentido en que también lo son las disciplinas clinicas de las ciencias médicas. Ahora bien, es sabido cémo esta posicién se modificé de manera progresiva, pero sin que se trazase una divisidn de principio entre el conocimiento de «lo que es» y el de «lo que debe ser». En contra de ello operé, ante todo, 1a opinién de que los pro- cesos econdémicos estaban presididos por leyes naturales in- mutables o por un principio de desarrollo univoco, y que, en consecuencia, el deber ser coincidia, o bien —en el primer ca- so— con lo que inmutablemente es, o bien —en el segundo— con lo que inevitablemente deviene. Con el despertar del sen- tido histdrico, pasé a predominar en nuestra ciencia una com- binacién de evolucionismo ético y de relativismo histérico que buscaba despojar a las normas éticas de su cardcter formal, determinarlas ex cuanto a su contenido, introduciendo la to- talidad de los valores culturales en el dmbito de lo «ético», y, con ello, elevar la economia politica a la dignidad de una «cien- cia ética» sobre bases empiricas. En cuanto se aplicaba a la totalidad de los ideales de cultura posibles el sello de lo «éti- co», se volatilizaba la dignidad especifica del imperativo mo- ral, sin que por ello se ganase nada en cuanto a la «objetivi- dad» de la validez de aquellos ideales. Por el momento pode- mos y debemos dejar de lado una confrontacién de principio con esa posicién: nos atendremos sencillamente al hecho de que, todavia hoy, no ha desaparecido la opinién imprecisa —antes al contrario, es muy comin entre los prdcticos— de que'la economia polftica deba producir juicios de valor a par- tir de una «cosmovisidn econémica» especifica. Nuestra revista, como representante de una disciplina empi- tica, debe —queremos establecerlo de antemano— rechazar por principio ese punto de vista, pues opinamos que jamés puede ser tarea de una ciencia empirica proporcionar normas e ideales obligatorios, de los cuales puedan derivarse precep- tos para la prdctica. Pero, gqué se desprende de esa afirmacién? En modo alguno 41 que los juicios de valor hayan de estar sustraidos en general a la discusién cientifica por el hecho de que derivan, en ultima instancia, de determinados ideales y, por ello, tienen origen «subjetivo». Ya la prdctica y el fin mismos de nuestra revista ; desautorizarfan semejante afirmacion. La critica no se detiene’ ante los juicios de valor. Antes bien, la cuestidn es la siguiente: éQué significa y que se propone la critica cientifica de los idea- les y juicios de valor? Esto requiere una consideracién més atenta. Cualquier reflexi6n conceptual acerca de los elementos wlti- mos de la accidén humana provista de sentido se liga, ante todo, a las categorias de «fin» y «medio». Queremos algo en con- creto «en virtud de su valor propio» o como medio al servicio de aquello a lo cual se aspira en definitiva. A la consideracién cientifica es asequible ante todo, incondicionalmente, la cues- tidn de si los medios son apropiados para los fines dados.:En cuanto podemos (dentro de los limites de nuestro saber en ca- da caso) establecer vdlidamente cudles medios son apropiados O ineptos para un fin propuesto, podemos también, siguiendo este camino, ponderar las chances de alcanzar un fin determi- nado en general con determinados medios disponibles, y, a partir de ello, criticar indirectamente la propuesta de los fines mismos, sobre la base de la situacién histérica correspondien- te, como prdcticamente provisea de sentido, 0, por lo contra- rio, como sin sentido de acuerdo con las circunstancias dadas. Podemos, también, sé la posibilidad de alcanzar un fin pro- puesto aparece como dada, comprobar las consecuencias que tendria la aplicacién del medio requerido, ademés del eventual logro del fin que se busca, a causa de la interdependencia de todo acaecer. Ofrecemos de este modo a los actores la posibi- lidad de ponderar estas consecuencias no queridas con las bus- cadas, y con ello de responder a la pregunta: ¢Cudnto «cues- ta» el logro del fin deseado en los términos de la pérdida pre- visible respecto de ofros valores?;Puesto que, en la gran ma- yoria de los casos, cualquier fin a que se aspire «cuesta» o puede costar algo en este sentido, la auto-reflexién de hom- bres que acttien responsablemente no puede prescindir de so- pesar entre sf fines y consecuencias de la accidn; justamente, hacer posible esto es una de las funciones mds esenciales de la critica técnica, que hemos considerado hasta aqui. Ahora bien, extraer una decisiédn de aquella ponderacion xo constitu- ye ya una tarea posible para la ciencia; es propia del hombre que quiere: este sopesa los valores en cuestidn, y elige entre ellos, de acuerdo con su propia conciencia y su cosmovisién 42 personal. La ciencia puede proporcionarle la conciencia de que toda accién, y también, naturalmente, segtin las circunstancias, la in-accidn, implica, en cuanto a sus consecuencias, una toma de posicién en favor de determinados valores, y, de este mo- do, por regla general en contra de otros —cosa que se desco-: ’ noce hoy con particular facilidad—. Pero practicar la seleccién es asunto suyo. Respecto de esta decisién, podemos ofrecerle todavia algo: el conocimiento del significado de aquello a que se aspira. Po- demos ensefiarle a conocer los fines que él procura, y entre los cuales elige, de acuerdo con su conexién y significado, ante todo poniendo de relieve y desarrollando en su trabazén 1é- gica las «ideas» que estén o pueden estar en la base del fin concreto. En efecto, una de las tareas esenciales de cualquier ciencia de la vida cultural del hombre es, desde luego, poner de manifiesto para la comprensién espiritual estas «ideas» por Jas cuales se ha luchado y se lucha, en parte realmente y en parte solo en apariencia. Esto no sobrepasa los limites de una ciencia que aspire a un «ordenamiento conceptual de la realidad empirica», ni los medios que sirven a esta interpretacién de valores espirituales son «inducciones» en el sentido corriente del término. No obstante, esta tarea, al menos en parte, rebasa los marcos de la economia politica como disciplina especiali- zada dentro de la divisién del trabajo habitual: trdtase de la- bores propias de la filosofia social. Pero la fuerza histérica de las ideas ha sido y es tan predominante para el desarrollo de la vida social que nuestra revista no puede sustraerse a esta labor; antes bien, hard de su atencién uno de sus més impor- tantes deberes. Pero el tratamiento cientifico de los juicios de valor permite, ademds, no solo comprender y revivir los fines queridos y los ideales que estén en su base, sino que también,.y ante todo, ensefia a «juzgarlos» criticamente. Esta critica, por cierto, solo puede tener cardcter dialéctico, es decir que solo puede constituir un enjuiciamiento légico-formal del material que se presenta en los juicios de valor e ideas histéricamente dados, y un examen de los ideales con respecto al postulado de la ausencia de contradiccién interna de lo querido. En cuanto se propone este fin, ella puede proporcionar al hombre que quie- re la conciencia de los axiomas ultimos que estdn en la base del contenido de su querer, de los criterios de valor ultimos de los cuales parte inconscientemente, o de los cuales, para ser consecuente, debiera partir. Ahora bien, llevar a la con- ciencia estos criterios iltimos que se manifiestan en el juicio 43 de valor concreto es, por cierto, lo mdximo que ella puede realizar sin adentrarse en el terreno de Ja especulacién. Que el sujeto que juzga deba profesar estos criterios ultimos es asunto suyo, personal, y atafie a su voluntad y a su conciencia, no al saber cientifico. Una ciencia empirica no puede ensefiar a nadie qué debe hacer, sino Unicamente qué puede hacer y, en ciertas circunstancias, qué quiere. Es verdad que, en el campo de nuestras ciencias, las cosmovisiones personales se introducen de continuo tam- bién en la atgumentacidn cientifica; la perturban siempre, y dejan trasliicir su gravitacidn de maneras distintas, aun en el campo del establecimiento de simples conexiones causales en- tre los hechos, con el resultado, en cada caso, de aumentar o disminuir las chances de los ideales personales, a saber: la posibilidad de querer algo determinado. En este respecto, a los editores y colaboradores de nuestra revista «nada humano les es ajeno». Pero hay mucho trecho entre este reconocimien- to de las debilidades humanas y la creencia en una ciencia «ética» de la economia politica que pudiera extraer ideales de si misma, o bien producir normas concretas por aplicacién, a su materia, de principios éticos universales. Es verdad, ade- mds, que precisamente aquellos elementos mds intimos de la «personalidad», los juicios de valor ultimos y supremos que determinan nuestra accidn y confieren sentido y significado a nuestra vida, son percibidos por nosotros como algo «objeti- vamente» valido. Podemos sostenerlos solamente cuando se presentan como validos, como derivados de los valores supre- mos de nuestra vida, y, por lo tanto, cuando se desarrollan en lucha contra los obstaculos de esta. Sin duda, la dignidad de la «personalidad» reside en que para ella existen valores a los cuales refiere su propia vida, y si estos, en el caso particular, residiesen exclusivamente dentro de la esfera de la propia in- dividualidad, el «exteriorizarse» en aquellos de sus intereses para los cuales exige la validez en cuanto valores constituye para ella, precisamente, la idea a la cual se refiere. De todos modos, solo en el supuesto de la fe en valores tiene sentido el intento de sostener desde fuera juicios de valor. No obs- tante, enjuiciar la validez de tales valores es asunto de la fe, y, junto a ella, guizd tarea de una consideracién e interpretacién especulativas de la vida y del mundo con respecto a su sentido; con seguridad, no es objeto de una ciencia empirica en el sen- tido que se le debe atribuir aqui. Respecto de esta diferencia- cién no tiene —en contra de lo que a menudo se cree— peso decisivo el hecho, empiricamente demostrable, de que aquellos 44 fines ultimos varian y han sido cuestionados histéricamente. En efecto, también el conocimiento de las proposiciones més seguras de nuestro saber tedrico —de las ciencias naturales exactas o de la matemdtica— es, lo mismo que el afinamien- to y aguzamiento de la conciencia, ante todo un producto de la cultura. Solo cuando reflexionamos en especial acerca de los problemas prdcticos de Ja politica econémica y social (en el sentido corriente del término), muéstrase con claridad que existen numerosas, y hasta incontables cuestiones particulares practicas para cuya discusidn se parte, de comin acuerdo, de ciertos fines que aparecen como obvios —piénsese, por ejem- plo, en la ayuda previsional, en tareas concretas de la salud publica, el socorro a los pobres, o en disposiciones como las inspecciones de fabrica, los tribunales industriales, las bolsas de trabajo y gran parte de las normas legales de proteccién para los trabajadores—, y respecto de los cuales solo se cues- tiona, al menos en apariencia, los mzedios para lograrlos. Pero aun si confundiésemos —cosa que la ciencia jamds podria ha- cer impunemente— la apariencia de lo obvio con la verdad, y quisiésemos considerar los conflictos a que de inmediato con- duce el intento de realizacién prdctica como cuestiones técni- cas de oportunidad —lo cual a menudo seria erréneo—, nos percatariamos, sin embargo, de que también esta apariencia del caracter obvio de los criterios reguladores de valor desapa- rece en cuanto, desde los problemas concretos de los servicios del bienestar, nos elevamos hacia las cuestiones de la politica econdmica y social. El signo del cardcter polético-social de un problema consiste, precisamente, en que no se lo puede resol- ver sobre la base de meras consideraciones técnicas 4 partir de fines establecidos, y en que los criterios reguladores de va- lor pueden y deben ser puestos en cuestion, porque el proble- ma pertenece a la regién de las cuestiones culturales generales. Y tal disputa no se produce solo, como se cree hoy con tanta facilidad, entre «intereses de clase», sino también entre cos- movisiones, aunque sigue siendo verdad que la eleccién, por parte del individuo, de una cosmovisién determinada depen- de, entre otros factores y con seguridad en alta medida, del gtado de afinidad que ella presente con su «interés de clase» —para aceptar aqui este concepto, unfvoco solo en aparien- cia—. Pero una cosa es segura en cualquier circunstancia: cuanto mds «universal» sea el problema en cuestién, es decir, €n nuestro caso, cuanto mds amplio sea su significado cultural, tanto menos susceptible ser4 de una respuesta extraida del material del saber empirico, y tanto mayor el papel de los 45 axiomas personales ultimos de la fe y de las ideas valorativas. Es sencillamente una ingenuidad, aunque también caigan en ella ciertos especialistas, considerar que sea preciso, para la cien- cia social prdctica, erigir ante todo «un principio», demostrado cientificamente como vdlido, a partir del cual puedan dedu- cirse luego, de manera univoca, las normas para la solucidn de los problemas singulares practicos. Por mds que en la ciencia social sean necesarias las explicaciones «de principio» de pro- blemas prdcticos, es decir, la referencia de los juicios de valor, que se introducen de manera no reflexiva, a su contenido de ideas; y por mds que nuestra revista se proponga consagrarse de manera particular precisamente a tales explicaciones, la determinacién de un comin denominador prdctico para nues- tros problemas en la forma de ideales ultimos universalmente validos no puede, con seguridad, ser su tarea, ni, en general, la de una ciencia empirica: como tal seria, no solo insoluble, sino también carente de sentido. Y por mds que sea posible sefialar el fundamento y el modo de obligatoriedad de los im- perativos éticos, es seguro que a partir de ellos, en cuanto normas para la accidn concretamente condicionada de los in- dividuos, es imposible deducir de manera univoca contenidos de cultura que sean obligatorios, y por cierto tanto menos cuanto més abarcadores sean los contenidos en cuestién. Solo las religiones positivas —-expresado con mayor precisién: las sectas ligadas por un dogma— pueden conferir al contenido de valores culturales la dignidad de un mandato ético incon- dicionalmente vdlido. Fuera de ellas, los ideales de cultura que el individuo quiere realizar y los deberes éticos que debe cum- plir poseen una dignidad fundamentalmente distinta. El des- tino de una época de cultura que ha comido del drbol de la ciencia consiste en tener que saber que podemos hallar el sen- tido del acaecer del mundo, no a partir del resultado de una investigaci6n, por acabada que sea, sino siendo capaces de crearlo; que las «cosmovisiones» jamd4s pueden ser producto de un avance en el saber empirico, y que, por lo tanto, los ideales supremos que nos mueven con la mdxima fuerza se abren camino, en todas las épocas, solo en la lucha con otros ideales, los cuales son tan sagrados para otras personas como para nosotros los nuestros. Solo un sincretismo optimista, cual surge a veces del relativis- mo histérico-evolutivo, puede engafiarse tedricamente acerca de la extrema seriedad de este estado de cosas o eludir en la practica sus consecuencias. Como es obvio, en casos particula- res puede ser obligatorio para el polftico practico conciliar 46 opiniones contrapuestas, o tomar partido por una de ellas. Pero esto nada tiene que ver con la «objetividad» cientifica. La «linea media» en modo alguno se acerca mas a la verdad cientifica que los ideales partidistas mds extremos, de derecha o de izquierda. En definitiva, nada ha perjudicado mds el in. - terés de la ciencia que el que no se quieran ver los hechos incomodos y las realidades de la vida en su dureza. El Archiv lucharé incondicionalmente en contra de la grave ilusién de que se pueda, a través de la sintesis entre opiniones partidis- tas, o siguiendo la diagonal entre muchas de ellas, obtener normas prdcticas de validez cientifica; en efecto, puesto que estas tentativas gustan de encubrir de manera relativista sus propios criterios de valor, son més peligrosas para una inves- tigacién imparcial que la antigua fe ingenua de los partidos en la «demostrabilidad» cientifica de sus dogmas. La capacidad de diferenciar entre conocer y juzgar, y el cumplimiento, tan- to del deber cientifico de ver la verdad de los hechos, como del prdctico de adherir a los propios ideales, he ahi aquello con lo cual queremos familiarizarnos cada vez més. Es y seguird siendo —esto es lo que nos interesa—, en cual- quier época, una diferencia insalvable el que una argumenta- cién se dirija a nuestro sentimiento y a nuestra capacidad de entusiasmarnos por fines prdcticos concretos o por formas y contenidos de cultura, o bien a nuestra conciencia, en caso de que esté en cuestidn la validez de ciertas normas éticas; o bien el que se dirija a nuestro poder y necesidad de ordenar conceptualmente la realidad empirica de un modo que preten- da validez como verdad empirica. Y esta proposicién sigue siendo correcta no obstante que, como mostraremos, aquellos «valores» supremos del interés prdctico tienen importancia decisiva, y la tendrén siempre, respecto de la orientacién que la actividad ordenadora del pensamiento introduce, en cada caso, en el dmbito de Jas ciencias de la cultura. En efecto, es y seguiré siendo cierto que una demostracién cientifica meté- dicamente correcta en el 4mbito de las ciencias sociales, si pre- tende haber alcanzado su fin, tiene que ser reconocida también como correcta por un chino. Dicho con mayor precisién: debe aspirar en cualquier caso a tal meta, aun cuando esta, por de- ficiencia de los materiales, no sea alcanzable. Esto significa también, que el andlisis /égéco de un ideal en cuanto a su con. tenido y a sus axiomas ultimos, y la indicacién de las conse- cuencias que su persecucién produciré en los terrenos Idgico y practico, han de ser validos también para un chino, si es que deben considerarse logrados. Y ello aunque este pueda 47 carecer de «sensibilidad» para nuestros imperativos éticos, y aunque rechace —como seguramente lo har4 muy a menudo— el ideal mismo y las valoraciones concretas que de é] derivan, pues nada de eso afecta el valor cientifico de aquellos andlisis conceptuales. Nuestra revista en modo alguno ignorard los intentos, que siempre y de manera inevitable se repiten, de determinar univocamente el sentido de la vida cultural. Por lo contrario, ellos se cuentan, precisamente, entre los mds im- portantes productos de esa misma vida cultural y, en ciertas circunstancias, también entre sus mds poderosas fuerzas im- pulsoras. Pdr ello seguiremos siempre con cuidado el curso de las discusiones de «filosofia social» en este sentido, Més to- davia: en nada compartimos el prejuicio de que las considera- ciones de la vida cultural que procuran interpretar metaffsica- mente el mundo, yendo més allé de la ordenacién conceptual de los datos empiricos, no puedan, por causa de este cardcter suyo, contribuir de algiin modo al conocimiento. En qué con- sista esta contribucidén es un problema propio de la doctrina del conocimiento, cuya respuesta debemos y también podemos dejar de lado aqui para nuestros fines. Con respecto a nuestra labor, en efecto, una cosa es segura: una revista de ciencias sociales en el sentido en que la entendemos debe, en la medida en que tiende a ser ciencia, ser un lugar donde se busca la ~ verdad, y tal que —para seguir con nuestro ejemplo— exija también de un chino el reconocimiento de la validez de cierto ordenamiento conceptual de la realidad empirica. Por cierto, los editores no pueden prohibir de una vez por todas, a si mismos y a sus colaboradores, que expresen los ideales que alientan, incluso en juicios de valor. Pero de ello brotan dos importantes deberes. En primer lugar, el de que tanto el autor como los lectores tengan clara conciencia, en cada instante, acerca de cuéles son los criterios empleados para medir la realidad y obtener —partiendo de ellos— ei juicio de valor; ello en lugar de engafiarse acerca del conflicto entre los ideales y de pretender «ofrendar un poco a cada uno», como sucede con demasiada frecuencia mediante una confusién imprecisa de valores del més diverso tipa. Si este deber es observado estrictamente, Ja toma de posicién prdctica puede resultar, respecto del puro interés cientifico, no solo inocua, sino directamente util y hasta necesaria: en la critica cientifica de las propuestas legislaiivas y de otros proyectos practicos, la elucidacién de los motivos del legislador y de los ideales del publicista criticado muy a menudo no puede 48 ser realizada en todo sw alcance, en forma intuitivamente comprensible, si no es mediante la confrontacién de los cri- terios valorativos que estén en su base con ofros, y por cierto también, ante todo, con los propios. Ninguna valoracién pro- vista de sentido de una voluntad ajena puede consistir en otra cosa que en una critica cumplida a partir de la propia «cosmovisién», en una lucha en contra del ideal ajeno condu- cida sobre la base del propio. Por lo tanto, si, en el caso par- ticular, el axioma de valor ultimo que esta en la base de una voluntad prdctica debe ser, no solo comprobado y analizado cientificamente, sino también presentado en sus relaciones con otros axiomas de valor, es inevitable una critica «positiva» realizada por medio de una exposicién de la conexién reci- proca de estos ultimos. Por ello, en las columnas de la revista se hablar4, en especial en el tratamiento de las leyes, de ciencia social —el ordena- miento conceptual de los hechos—, pero inevitablemente tam- bién de politica social —la exposicién de ideales—. Pero en modo alguno nos proponemos hacer pasar tales polémicas por «ciencia», y emplearemos nuestros mejores esfuerzos en pre- cavernos de que se mezclen y confundan con ella. En tal caso, no serfa ya la ciencia quien hablara. En consecuencia, el se- gundo imperativo fundamental de la imparcialidad cientifica consiste en lo siguiente: En tales casos, es preciso indicar © al lector (y —digd4moslo nuevamente— a nosotros mismos) cuando calla el investigador y comienza a hablar el hombre como sujeto de voluntad, dénde los argumentos se dirigen al | intelecto y dénde al sentimiento. La confusidén continua entre | elucidacién cientifica de los hechos y razonamiento valorativo es una de las caracteristicas mds difundidas en nuestras dis- ciplinas, pero también la mds perjudicial. En contra de esta confusidn, precisamente, se dirigen las anteriores considera- ciones, y mo por cierto en contra de la intromisién de los propios ideales. Descaracterizacién y «objetividad» cientifica nada tienen en comtin. Nuestro Archiv, al menos de acuerdo con sus propésitos, jamds ha sido ni deber4 ser un lugar don- de se polemice contra determinados partidos politicos o de politica social; menos todavia un sitio donde se haga prose- litismo en favor o en contra de ideales politicos o de politica social; para ello existen otros érganes. Antes bien, desde el ~ comienzo, la caracterfstica de la revista ha sido, y deberd ser en el futuro, en cuanto esté al alcance de los editores, la colaboracién, en la labor cientifica, de los mds encarnizados enemigos polfticos. Hasta aqui no ha sido un 6érgano «socia- 49 lista», ni serd en el futuro un érgano «burgués», Nadie que quiera permanecer en el terreno de la discusién cientifica ser4 excluido del circulo de sus colaboradores. No puede ser la arena en que se debaten «respuestas», réplicas y contrarrépli- cas, pero tampoco protegerd a sus colaboradores, y menos to- davia a sus editores, de quedar expuestos a la més aguda critica basada en hechos cientificamente comprobados. Quien no pueda soportar esto, o bien se encuentre en tal situacién que no quiera colaborar con personas que est4n al servicio de un ideal distinto del suyo, el ideal del conocimiento cien- tifico, puéde mantenerse alejado de nuestra revista. Por desgracia —-no queremos engafiarnos acerca de esto—, con esta ultima afirmacién se ha dicho mucho més que lo que a primera vista parece. Ante todo, comc ya hemos sefialado, la posibilidad de colaborar imparcialmente con opositores po- liticos en un terreno neutral —social o ideal-— tiene sus limitaciones psicolégicas en todas partes; m4s todavia en las condiciones de Alemania. Digno de ser combatido en s{ como signo de estrechez fandtica y de atraso en materia de cultura politica, este rasgo cobra para una revista como la nuestra gravedad decisiva por la circunstancia de que, en el 4mbito de las ciencias sociales, el impulso para el tratamiento de los problemas cientificos proviene, por regla general, de «cuestio- nes» prdcticas, de manera que el mero reconocimiento de la existencia de un problema cientifico se liga estrechamente, en lo personal, con la voluntad de hombres vivientes, orientada en un sentido preciso. Por ello, en las columnas de una revista que ha nacido bajo el influjo de un interés general acerca de un problema concreto, cominmente han de agruparse, en calidad de colaboradores, hombres que prestan su interés personal a ese problema en cuanto consideran que ciertas circunstancias concretas estén en contradiccién con los ideales en que creen, los cuales estén amenazados por ellas. Muy pronto la afinidad de tales ideales acercaré ese circulo de colaboradores y permi- tird reclutar otros, nuevos, lo cual conferir4 a la revista, al menos en cuanto al tratamiento de problemas politico-sociales practicos, un «cardcter» determinado, como inevitable secuela de Ja cooperacién de hombres sensibles, que ni aun en la Ja- bor puramente tedrica sofocan sus tomas de posicién valora- tivas respecto de los problemas, y que se expresan con total legitimidad también —dentro de los prerrequisitos que ya hemos aclarado— en la critica de proyectos y medidas prac- ticos. Ahora bien, el Archiv aparecié en una época en que ocupaban el primer plano de las discusiones de ciencia social 50 determinados problemas practicos relativos a la «cuestién obrera» en el sentido tradicional del término. Aquellas per- sonalidades para quienes los problemas que la revista se pro- ponia tratar se ligaban con las ideas de valor supremas y de- cisivas, y que de este modo se convirtieron en sus colabora- dores regulares, pasaron a ser, precisamente por eso, repre- sentantes de una concepcidn cultural caracterizada, de manera si no idéntica al menos semejante, por esas ideas de valor. Todo el mundo sabe, pues, que si la revista rechazé de modo expreso toda «tendencia», no obstante poseyd con seguridad un «cardcter» en el sentido ya expuesto, a pesar de su limita- cidn a las discusiones cientificas y a su invitacién a «los miem- bros de cualquier sector politico». Ese cardcter fue creado por el circulo de sus colaboradores regulares. Se trataba de hom- bres que, por mds que sus opiniones difirieran en cualquier otro campo, tenian por meta la defensa de la salud ffsica de las masas laboriosas y su creciente participacién en los bienes materiales y espirituales de nuestra cultura, para lo cual, sin embargo, consideraban que el medio consistia en aunar la intervencién del Estado en las esferas de intereses materiales con el libre desarrollo ulterior del ordenamiento estatal y ju- ridico existente; ademds, cualquiera que fuese su opinién acerca de la forma del ordenamiento social para el futuro remoto, defendian para el presente el desarrollo capitalista, no porqre este les pareciera el mejor respecto de las formas mds antiguas de articulacién social, sino porque lo considera- ban inevitable en la prdctica y pensaban que el intento de llevar una lucha fundamental en contra de él significarfa, no el mejoramiento, sino un obstdculo al ascenso de la cla- se obrera hacia las luces de la cultura. En las condiciones existentes en Alemania —que no necesitan aqui una exposi- cidn detallada— esto era inevitable, y lo seria también hoy. En realidad, redundé en beneficio de la mds amplia participa- cién en las discusiones cientificas, contribuyendo a prestar fuer- za ala revista y hasta —en las condiciones dadas— constituyd uno de los titulos que justificaron su existencia. Ahora bien, no hay duda de que el desarrollo de un «cardcter» en el sentido mencionado puede constituir, en el caso de una revista cientifica, un peligro para la imparcialidad de la labor cientifica, y que, de hecho, debe constituirlo si la seleccién de los colaboradores fuese deliberadamente parcial: en tal caso, admitir tal cardcter equivaldria a sostener una «tendencia». Los editores tienen plena conciencia de Ja responsabilidad que les impone esta situacién. No se proponen modificar delibera- 51 damente el Archiv, ni conservarlo de manera artificial median- te la restriccién premeditada del circulo de colaboradores a los especialistas que sostengan determinadas Opiniones. Lo aceptan como algo dado y conffan en su ulterior «desarrollo». Cémo se configurard en el futuro y cémo se transformaré quizds, a consecuencia de la inevitable ampliacién del circulo de nuestros colaboradores, es algo que dependerd, en primer lugar, del cardécter de aquellas personalidades que, con el pro- pdsito de ponerse al servicio de Ja labor cientifica, ingresen en ese circulo y tomen las pdginas de la revista como algo pro- pio, o bien’ permanezcan en ellas en esa condicién. Dependerd, también, de la ampliacién de los problemas cuya indagacién se proponga. Con esta observacién Ilegamos al problema, no considerado hasta aqui, de la delimitacién objetiva de nuestro 4mbito de labor. No es posible responder a él, sin embargo, sin conside- rar la indole del fin cognoscitivo de la ciencia social. Hasta ahora, en cuanto distinguimos por principio «juicio de valor» y «saber de experiencia», hemos presupuesto que existia un tipo de conocimiento incondicionalmente valido, esto es, el ordenamiento conceptual de la realidad empirica en el campo de las ciencias sociales. Ahora tal supuesto se convertird en problema, pues hemos de averiguar qué puede significar la «validez» objetiva de la verdad a que aspiramos en nuestro dmbito. Que este problema existe como tal, y que no lo creamos aqui por gusto de ergotizar, es algo que no puede escapar a nadie que observe la lucha en torno de métodos, «conceptos bdsicos» y presupuestos, as{ como el continuo cam- bio de los «puntos de vista» y la constante reelaboracién de los «conceptos» en uso, y que contemple cémo un abismo al parecer insalvable separa los modos de consideracién histé- rico y tedrico, al punto de que existan «dos economias politi- cas», segtin se quejé cierta vez en Viena un apesadumbrado examinando. ¢Qué significa aqui «objetividad»? Es esta la tinica cuestidn que queremos examinar en las consideraciones que siguen. II Desde el comienzo, la revista concibié los objetos de que se ocupaba como objetos econdmico-sociales. Poco sentido ten- dria que emprendiéramos aqui determinaciones de conceptos 52 y deslindamientos de ciencias; no obstante, debemos aclarar sucintamente qué significa ello. Que nuestra existencia fisica, asi como la satisfaccién de nues- tras necesidades més espirituales, choquen en todas partes con la limitacién cuantitativa y la insuficiencia cualitativa de los medios externos necesarios para tal fin, y que tal satisfac- ci6n requiera la previsidn planificada y el trabajo, al par que la lucha contra la naturaleza y la asociacién con los otros hom- bres, he ahi —expresado del modo més impreciso— el hecho fundamental al que se ligan todos los fenémenos que carac- terizamos, en el sentido més lato, como econémico-sociales. E] caracter «econédmico-social» de un fendmeno no es algo que este posea objetivamente. Antes bien, esté condicionado por la orientacidn de nuestro interés cognoscitivo, tal como resulta de la significacién cultural especffica que en cada caso atribui- mos al proceso correspondiente. Cada vez que un proceso de la vida cultural est4 anclado, de manera directa o mediata, en aquel hecho fundamental, en cuanto a aquellos aspectos de su especificidad en que para nosotros consiste su significacion particular, entonces contiene un problema de ciencia social, o, en la medida en que ese sea el caso, puede al menos conte- nerlo; representa, pues, una tarea para una disciplina que se proponga elucidar el alcance de aquel hecho fundamental. Dentro de los problemas econémico-sociales podemos distin- guir, en ptimer lugar, procesos y complejos de estos, normas, instituciones, etc., cuya significacién cultural reside para no- sotros esencialmente en su aspecto econémico, y que —como los procesos de la vida bursdtil y bancaria— en lo esencial nos interesan solo desde este punto de vista. Esto ocurrir4 como regla general (aunque no exclusivamente) cuando se trate de instituciones que fueron creadas o que son utilizadas cons- cientemente con fines econédmicos. A tales objetos de nuestro conocer podemos denominarlos procesos 0 instituciones/«eco- Aémicos». A estos se afiaden otros —por ejemplo, los proce- sos de la vida religiosa— que no nos interesan (con seguridad al menos no en primer lugar) desde el punto de vista de su significacidn econédmica y en virtud de esta, pero que, en ciertas circunstancias, cobran significacién en ese sentido por- que producen efectos que si nos interesan desde aquel punto de vista: los Ilamaremos fenémenos! «econémicamente perti- “nentes». Por ultimo, entre los fendmenos que o son «econé- micos» en nuestro sentido, existen algunos cuyos efectos eco- némicos carecen de interés 0 lo tienen muy escaso (por ejem- plo, la orientacién del gusto artistico de una época), pero que 53 en casos individuales estén influidos en mayor 0 menor grado, en ciertos aspectos significativos de su especificidad, por mo- tivos econémicos (en el ejemplo mencionado, digamos por la organizacién social del ptiblico interesado en el arte). Los llamaremos fendmenos «econdmicamente condicionados». El complejo de relaciones humanas, de normas y de vinculaciones determinadas normativamente, al que denominamos «Estado» es, por ejemplo, un fendmeno «econdémico» con respecto a sus finanzas; en la medida en que opera por la via legislativa u otra sobre la vida econdédmica (e incluso allf donde rige de ma- neta consciente su comportamiento segin puntos de vista por entero distintos que el econdmico) es «econémicamente perti- nente»; por Ultimo, en cuanto su comportamiento y sus carac- terfsticas, también respecto de relaciones no «econémicas», es- tan codeterminados por motivos econémicos, esté «econdmi- camente condicionado». Compréndese de suyo, de acuerdo con lo dicho, que por un lado Jas fronteras de los fenémenos «eco- ndémicos» son imprecisas y no susceptibles de nitida delimi- tacidn, y que, por el otro, los aspectos «econémicos» de un fendmeno, como es natural, en modo alguno estan solo «eco- ndédmicamente condicionados» ni son solo «econdédmicamente operantes», y que, en general, un fendmeno tiene la cualidad e «econdémico» solo en la medida y por el tiempo en que nuestro interés se dirija de manera exclusiva a la significacion que posee respecto de la lucha por la existencia material. Nuestra revista, como lo ha hecho la ciericia econdédmico-social a partir de Marx y Roscher, se ha ocupado no solo de los fenédmenos econdémicos, sino también de los «econédmicamente pertinentes» y de los «econémicamente condicionados». El Ambito de tales objetos se extiende naturalmente —de manera fluctuante, de acuerdo con la orientacién de nuestro interés en cada caso— a la totalidad de los procesos culturales. Mo- tivos propiamente econdmicos —o sea aquellos que en su especificidad para nosotros significativa tienen sus raices en el hecho fundamental que hemos mencionado— operan siempre que la satisfaccién de una necesidad, por mds inmaterial que esta sea, se liga al empleo de medios externos escasos. El peso de estos, por lo tanto, no solo ha codeterminado y modificado en todas partes la forma de la satisfaccidn, sino también el contenido de las necesidades culturales, aun las de naturaleza mds intima. La influencia indirecta de las relaciones sociales, instituciones y agrupamientos humanos sometidos a la presién de intereses «materiales» se extiende (a menudo sin que se tenga conciencia de ello) a todos los 4mbitos de la cultura, sin 34 excepcién, incluidos los mds delicados matices de la experien- cia religiosa o estética. Los procesos de la vida cotidiana, lo mismo que los acontecimientos «histéricos» de la alta poli- tica y los fendmenos colectivos y de masas, asi como las ac- ciones «singulares» de los estadistas o las realizaciones litera- rias y artisticas individuales, estan co-influidos por aquellos intereses: estén «econdédmicamente condicionados». Por otra parte, la totalidad de los fenédmenos y condiciones de vida de una cultura histéricamente dada opera sobre la configura- cién de las necesidades materiales, el modo de satisfacerlas, la formacidén de grupos de interés material y los tipos de sus instrumentos de poder, y con ello sobre el curso del «desa- trollo econédmico». Tal totalidad se vuelve, pues, «econdmi- camente pertinente». En cuanto nuestra ciencia, en el regreso causal, impute a los fendmenos culturales econdmicos causas individuales —sean 0 no de cardcter econdmico—, procura un conocimiento «histérico». En cuanto persiga un elemento especifico de los fendmenos culturales, a saber, el econdémico, en su significacién cultural, a través de las mds diversas cone- xiones de la cultura, procura una interpretacidn histérica des- de un punto de vista especifico, y ofrece un cuadro parcial, una contribucion preliminar para el pleno conocimiento histd- rico de la cultura. Si bien no en todos los casos en que entran en juego momen- tos econdédmico-sociales, como consecuencias o causas, existe un problema econdémico-social —pues este se presenta sdlo cuando la significacién de tales momentos es problemdtica y el inico modo de determinarla con precisién es el empleo de los métados de la ciencia econédmico-social—, con ello se es- tablece el 4mbito de labor, prdcticamente inabarcable, del mo- do de consideracié6n econdémico-social. En virtud de una ponderada autolimitacién, nuestra revista ha renunciado a considerar toda una serie de campos especia- les muy importantes de nuestra disciplina, por ejemplo, la economia descriptiva, la historia econdémica en sentido estricto y la estadistica. Del mismo modo, ha dejado en manos de otras publicaciones el tratamiento de las cuestiones de técnica financiera y de los problemas econémico-técnicos de formacién del mercado y de los precios en la moderna economia de in- tercambio. Su dmbito de labor estuvo constituido por ciertas constelaciones y conflictos de intereses, considerados en su significacién actual y en su desarrollo histérico, que brotan del papel dominante que en la economia de los modernos paises civilizados desempefia el capital avido de valorizarse. No se ha 55 limitado, en consecuencia, a aquellos problemas practicos y de desarrollo histérico incluidos en la expresién «cuestién so- cial» en sentido estricto, esto es, las relaciones de las modernas clases trabajadoras con el orden social vigente. Es cierto que la profundizacién cientifica del interés que por esta cuestién especial se difundiéd en Alemania a partir de la década de 1880 tuvo que ser una de sus tareas esenciales. Sin embargo, en la medida en que el tratamiento prdctico de las relaciones obre- ras fue convirtiéndose en objeto permanente de la actividad legislativa y del debate piblico, el centro de gravedad de la labor cientifica debié desplazarse hacia la determinacién de las conexiones mds universales en que se insertaban tales proble- mas, y, por lo tanto, debiéd desembocar en el andlisis de todos los problemas culturales engendrados por el cardcter especi- fico de las bases econdémicas de nuestra cultura, problemas que, en consecuencia, son especificamente modernos. Por ello la revista comenzéd muy pronto a tratar también desde los puntos de vista histérico, estadistico y tedrico las mds diversas condiciones de vida, en parte «econédmicamente pertinentes» y en parte «econémicamente condicionadas», de Jas restantes grandes clases de las naciones civilizadas modernas, asi como sus relaciones reciprocas. No haremos ahora otra cosa que ex- traer las consecuencias de este comportamiento si designamos como 4mbito propio de labor de nuestra revista la investiga- cién cientifica de la significacién cultural general de la estruc- tura econdmico-social de la vida de la comunidad humana y sus formas histéricas de organizacién. Esto y nada mds qui- simos significar cuando Ilamamos a nuestra Revista Archiv fiir Sozialwissenschaft. La expresi6n debe abarcar aqui el es- tudio tanto tedrico como histérico de los mismos problemas cuya solucién prdctica es objeto de la «politica social» en el sentido mds lato del vocablo. Con ello hacemos uso del de- recho de emplear Ja expresién «social» en su significado determinado por los problemas concretos del presente. Si las disciplinas que consideran los procesos de la vida humana des- de el punto de vista de su significacién cultural han de deno- minarse «ciencias culturales», la ciencia social, en el sentido en que la entendemos, pertenece a esta categoria. Pronto veremos qué consecuencias de principio tiene esto. Sin duda, destacar los aspectos econémico-sociales de la vida cultural implica una sensible limitacién de nuestros temas. Se diré que el punto de vista econémico o «materialista», como se lo ha denominado de manera imprecisa, desde el cual se considera aqui la vida de la cultura, es «unilateral». Lo es, 56 por cierto, pero tal unilateralidad es deliberada. La creencia en que la ciencia, a medida que progrese en su labor, tendrifa por misién poner remedio a la «unilateralidad» del enfoque econdmico mediante su ampliacién en una ciencia social ge- neral adolece ante todo de un defecto, a saber, que el punto de vista de lo «social» (esto es, de las relaciones entre los hombres) solo posee determinacién suficiente para delimitar problemas cientificos cuando estd acompafiado por un predi- cado especial en cuanto al contenido. De otro modo, conce- bido como objeto de una ciencia, comprenderia naturalmente, por ejemplo, la filologia, asi como la historia de la Iglesia y, en especial, todas aquellas disciplinas que se ocupan del ele- mento constitutivo mds importante de cualquier cultura —es decir, el Estado— y de la forma més importante de su regula- cién normativa —el derecho—. Que la economia social se ocupe de relaciones «sociales» es un fundamento tan endeble para considerarla precursora necesaria de una «ciencia social general», como lo es el que trate acerca de fenémenos de la vida o bien se refiera a procesos que acaecen en uno de los planetas para considerar que forma parte de la biologia o de una astronomia futura, ampliada y perfeccionada. No las co- nexiones «de hecho» entre «cosas» sino las conexiones con- ceptuales entre problemas estén en la base de 1a labor de las diversas ciencias. Una nueva «ciencia» surge cuando se abor- dan nuevos problemas con métodos nuevos, y, por esa via, se descubren verdades que inauguran nuevos puntos de vista significativos. No es accidental que el concepto de lo «social», poseedor en apariencia de un sentido totalmente general, muestre, en " cuanto se examina cuidadosamente su empleo, un significado por entero particular, coloreado de manera especifica, aunque ta. més de las veces indefinido. Su «generalidad», en efecto, consiste precisamente en su cardcter indeterminado. Cuando se lo toma en su significaci6n «general», no proporciona nin- gin punto de vista especifico desde el cual se pueda echar luz sobre la significacién de determinados elementos de la cultura. Liberados como estamos de la fe anticuada en que todos los fenédmenos culturales pueden ser deducidos, como producto o funcidn, de constelaciones de intereses «materiales», cree- mos, sin embargo, que el andlisis de los fendmenos sociales de los procesos de la cultura desde el especial punto de vista de su condicionamiento y alcance econdmicos ha constituido, y constituira para el futuro previsible, un principio cientffico 37 a2 Sa sumamente fecundo, en caso de que se lo aplique con circuns- peccién e independencia de cualquier estrechez dogmitica. La denominada «concepcién materialista de la historia», como cosmovisién o como denominador comin para la explicacién causal de la realidad histérica, ha de rechazarse de la manera mds decidida; no obstante, uno de los fines mds esenciales de nuestra revista es la interpretacién econdmica de la historia. Esto requiere elucidacién més precisa. La llamada «concepcidn materialista de la historia» en su vie- jo sentido, genialmente primitivo, del Manifiesto Comunista, por ejemplo, sdlo sigue prevaleciendo hoy en las cabezas de legos y diletantes. Entre estos atin se encuentra difundido por cierto el curioso fendmeno de que no quedan satisfechos en su necesidad de hallar una explicacién causal de cierto he- cho histérico hasta que, de algiin modo o en alguna parte, no se muestran causas econémicas coactuantes (o que parez- can serlo). Pero cuando este es el caso, en cambio, se confor- man con las hipétesis més socorridas y los lugares comunes mds generales, ya que entonces han satisfecho su necesidad dogmatica de creer que las «fuerzas impulsoras» econdémicas son las «auténticas», las inicas «verdaderas», las «decisivas en Ultima instancia». Este fendmeno en modo alguno es tnico. Casi todas las ciencias, desde la filologfa hasta la biologia, han pretendido en su momento producir, no solamente un saber especializado, sino también «cosmovisiones», Y bajo la impre- sién del profundo significado cultural de las transformaciones econdémicas modernas y, en especial, de la importancia domi- nante de la «cuestién obrera», espontdéneamente se desliza por esta via la inevitable tendencia monista de cualquier tipo de pensamiento carente de conciencia critica. Esta misma ten- dencia se manifiesta en la antropologia hoy, cuando la lucha politica y comercial de las naciones entre si por el dominio del mundo se estd librando con encarnizamiento creciente: estd difundida la creencia en que, «en ultima instancia», todo acaecer histérico es resultado de la accién reciproca de «cua- lidades raciales» innatas. En lugar de la mera descripcidn acri- tica de «caracteres nacionales» sobrevino la ereccién, todavia mas acritica, de las propias «teorias sociales» sobre la base de las «ciencias naturales». En nuestra revista hemos de seguir atentamente el desarrollo de la investigacién antropoldégica en la medida en que resulte pertinente para nuestro punto de vista. Es de esperar que se supere gradualmente, mediante la labor metodoldgicamente disciplinada, este estado de cosas en que la explicacién causal de los procesos culturales por medio — 58 de la «raza» documenta sdlo nuestra ignorancia, lo mismo ue en su momento la referencia al «medio» o, antes atin; a is «circunstancias de la época». Si algo ha perjudicado esta investigacién es la creencia de ciertos fervorosos diletantes en que ella pueda proporcionar para el conocimiento de la cultura algo especfficamente diferente, y superior, que no la amplia- cid de la posibilidad de una segura imputacidn de procesos culturales concretos de la realidad histérica a causas concretas, bistéricamente dadas, imputacién efectuada mediante la ob- tencién de un material de observacidn exacio, recogido sobre la base de puntos de vista especificos. Solo en la medida en que pueda ofrecernos esto, sus resultados revestirdn interés para nosotros y calificardn la «biologia racial» como algo mds que un producto de la fiebre moderna de fundamentacién cientffica. No otro es el significado de la interpretacién econdémica de la historia. Si después de un periodo de ilimitada sobrestimacién hoy casi existe el peligro de que se la subestime en cuanto a su capacidad de logros cientificos, ello es resultado del acriti- cismo sin precedentes con que la interpretacién econémica de la realidad fue aplicada como método «universal», en el sen- tido de una deducciéin de todos los fendmenos culturales —esto es, de todo lo que en ellos es esencial para nosotros— en cuanto en ultima instancia econédmicamente condicionados. La forma Idgica en que hoy se presenta no es del todo unitaria. Cuando aparecen dificultades para una explicacién econémica pura, se dispone de diversos medios para mantener su validez general como factor causal decisivo. A veces, todo aquello que en la realidad histérica mo. es. deducible dé motivos econdmi- cos es considerado por esa misma razén como un «accidente» que carece de significado cientifico, O bien se extiende el con- cepto de lo «econémico» hasta lo incognoscible, de modo que cualquier interés humano que de alguna manera esté vinculado a medios externos queda inserto en su 4mbito. Si se comprue- ba que en dos situaciones histéricas, iguales respecto de lo eco- ndémico, se obtuvieron empero respuestas distintas en virtud de diferencias de los determinantes politicos, religiosos, climé- ticos u otros innumerables de cardcter no econdémico, entonces, para mantener la supremacia de lo econdémico, se reducen to- dos esos momentos a la categoria de «condiciones» histérica- mente accidentales, tras de las cuales los motivos econdémicos acttian como causas. Es obvio, sin embargo, que todos, esos aspectos que, de acuerdo con la interpretacién econédmica de la historia, serfan «accidentales», siguen sus propias leyes en d9 el mismo sentido que los aspectos econdémicos, y que, pata un modo de consideracién que atienda a la significacién especi- fica de aquellos, las «condiciones» econdmicas son, a la in- versa, «histéricamente accidentales» en cada caso y en el mis- mo sentido. Por ultimo, un intento muy socorrido para salvat la supremacia de lo econdémico a pesar de todo, consiste en interpretar la correspondencia y sucesién constantes de los elementos singulares de la vida cultural como dependencia causal o funcional de unos respecto de los otros, o, més bien, de todos respecto de uno, a saber: el econémico. Alli donde cierta institucién, no econédmica, ha desempefiado también de- terminada «funcién» al servicio de intereses econédmicos de clases; alli donde, por ejemplo, ciertas instituciones religiosas admitieron ser utilizadas, y en efecto lo fueron, como «policfa negra», toda la institucién es imaginada como si se la hubiese creado para esa funcién 0 —de manera por entero metafisi- ca—- como informada por una «tendencia de desarrollo» que parte de lo econédmico. Hoy ya no es preciso explicar a ningtin especialista que esta interpretacién del fin del andlisis econdmico es en parte ex- presibn de determinada constelacidén histérica que centré el interés cientifico en ciertos problemas culturales econdémica- mente condicionados, y, en parte, de un rabioso patriotismo cientifico; tampoco es preciso demostrar que esa interpreta- cién estd4, por lo menos, envejecida. La reduccién a las Solas: causas econdédmicas en ningvin sentido es exhaustiva en ningun’ campo de la vida cultural, ni siquiera en el de los proceso «econdémicos». En principio, una historia bancaria de cualquier}: pueblo que pretendiese aducir solo motivos econdédmicos con miras a la explicacién, seria naturalmente tan imposible como una explicacién de la Madonna Sixtina basada en los funda- mentos econdémico-sociales de la cultura de la época en que fue creada. Y ella no seria, por principio, mds exhaustiva que, por ejemplo, el intento de derivar el capitalismo a partir de ciertas transformaciones de los contenidos de la conciencia religiosa que cooperaron en la génesis del espfritu capitalista, o bien una formacién politica cualquiera a partir de sus condiciones geograficas. En todos estos casos resulta decisiva, respecto del grado de significacién que hemos de asignar a las condiciones econémicas, la clase de causas a las que cabe imputar aquellos elementos especificos del fenémeno en cuestidn, a los cuales, por nuestra parte, conferimos importancia en cada caso. La justificacién del anélisis unilateral de la realidad cultural desde «puntos de vista» especificos —en nuestro caso, el de su con- 60 dicionamiento econémico— deriva, en el plano puramente me- todoldgico, del hecho de que el adiestramiento de la vista para observar la accién de categorias de causas cualitativamente ho- mogéneas y la utilizacién repetida del mismo aparato concep- tual y metodolégico ofrece todas las ventajas de la divisién del trabajo. En esa medida no es «arbitrario», como lo muestra su resultado, es decir, en cuanto proporciona el conocimiento de conexiones plenas de valor para la imputacién causal de procesos histéricos concretos. Sin embargo, la «unilateralidady y el cardcter irreal de la interpretaci6n puramente econémica de lo histdérico no es mds que un caso especial de un principio valido, en forma por entero general, para el conocimiento cientifico de la realidad cultural. Ilustrar las bases légicas y las consecuencias metodoldgicas generales de este principio es el propésito esencial de las discusiones que siguen. Ningtin anélisis cientifico «objetivo» de la vida cultural o —lo que quizds es algo més restringido, pero con seguridad no significa en esencia otra cosa pata nuestros fines— de los «fendmenos sociales» es independiente de puntos de vista espe- ciales y «unilaterales», de acuerdo con los cuales estos —ex- presa o tdcitamente, de manera consciente o inconsciente— son seleccionados, analizados y organizados como objeto de investigacién. La razén de ello reside en Ia especificidad de la meta cognoscitiva de cualquier investigacién de ciencias socia- les que quiera ir més all4 de una consideracién puramente for- mal de las normas —legales 0 convencionales— de la convi- vencia social. La ciencia social que queremos promover es una ciencia de realidad. Queremos comprender la realidad de la vida que nos citcunda, y en la cual estamos inmersos, en su especificidad; queremos comprender, por un lado, la conexidn yjsigntficacion cultural de sus manifestaciones individuales en su configura- cidn actual, y, por el otro, las razones por las cuales ha llegado histéricamente a ser asi-y-no-de-otro-modo. Ahora bien, tan pronto como tratamos de reflexionar sobre la manera en que se nos presenta inmediatamente, la vida nos ofrece una multi- plicidad infinita de procesos que surgen y desapatecen, suce- siva y simultdneamente, tanto «dentro» como «fuera» de no- sotros mismos. Y la infinitud absoluta de esta multiplicidad para nada disminuye, en su dimensidn intensiva, cuando con- sideramos aisladamente un objeto singular —por ejemplo, un acto concreto de intercambio—, tan pronto como procuramos con seriedad describirlo de manera exhaustiva en todos sus componentes individuales; tal infinitud subsiste todavia més, 61 como es obvio, si intentamos comprenderlo en su condiciona- miento causal. Cualquier conocimiento conceptual de la reali- dad infinita por la mente humana finita descansa en el supues- to tdcito de que solo una parte finita de esta realidad consti- tuye el objeto de la investigacién cientifica, parte que debe ser la unica «esencial» en el sentido de que «merece ser co- nocida». Pero, ¢siguiendo qué principios se seleccionard esa parte? Repetidas veces se ha creido que el criterio decisivo, también en las ciencias culturales, puede discernirse en defi- nitiva en la recurrencia «ccn arreglo a leyes» de ligazones cau- sales determinadas. Aquelio que contienen en si las «leyes» que podemos discernir en el curso infinitamente multiple de los fenédmenos debe constituir, de acuerdo con esta concepcién, lo unico cientificamente «esencial» en ellas: apenas hemos demostrado la «legalidad» de una ligazén causal, como vdlida sin excepciédn, con los medios de la induccién histérica com- prensiva, o bien la hemos vuelto intuitivamente evidente para la experiencia interna, y cualquiera que sea la formula que ha- yamos encontrado de este modo, una multitud de casos, por elevado que pueda concebirse su niimero, se subsume en ella. Y los elementos de la realidad individual que, una vez esta- blecida la «ley», quedan fuera de ella, son considerados resi- duos no elaborados cientificamente todavia, que habr4n de ser introducidos en el sistema «legal» a través del perfecciona- miento de este, o bien permanecerdn como algo «contingente» y se los dejar4 de lado por cientificamente inesenciales, en cuanto no son «concebibles legalmente» y no encajan, por ello, en el «tipo» del proceso; en tal caso, solo pueden ser objeto de una «curiosidad ociosa». De este modo, aun entre los re- presentantes de la escuela histérica reaparece de continuo la conviccién de que el ideal al cual tienden todas las ciencias, incluidas las ciencias culturales, y al cual deben tender aun en vista de un remoto futuro, es la obtencidén de un sistema de proposiciones del cual la realidad pueda ser «deducida». Como es sabido, un eminente naturalista crey6 que podfa ca- racterizar el objetivo ideal (inalcanzable en la practica) de tal elaboracién de la realidad cultural como un conocimiento «as- tronédmico» de los procesos de la vida. Por nuestra parte, no omitiremos examinar estos asuntos mds de cerca, sin que in- terese cudn a menudo se los haya discutido ya. Salta a la vista, en primer lugar, que ese conocimiento «astronédmico» en que se piensa en modo alguno es un sistema de leyes. Antes bien, obtiene las leyes que constituyen los presupuestos de su labor de otras disciplinas, como la mecdnica. La astronomia, sin em- 62 bargo, se interesa por la cuestién de qué resultado individual produce la accidn de estas leyes en una constelacién individual- mente configurada, en cuanto tales constelaciones individuales revisten significacién para nosotros. Cada constelacién indivi- dual que ella «explica» 0 predice es explicable causalmente solo como consecuencia de otra, igualmente individual, que la preceda. No importa cuanto podamos retroceder hacia la gris nebulosa del pasado remoto: la realidad a la cual se apli- can las leyes sigue siendo individual, no deducible a partir de leyes. Un «estado primordial» del cosmos que no poseyese ca- racter individual, o lo tuviese en menor grado que la realidad cdsmica del presente, seria naturalmente una representacfén sin sentido. Pero, ¢acaso no queda un resto de tales represen- taciones, dentro de nuestras disciplinas, en aquellas conjeturas, discernidas sobre la base del derecho natural o bien verifica- das por la observacién de los «primitivos», que postulan un «estado primitivo» econdmico-social exento de «accidentali- dad» histérica —por ejemplo: el «comunismo agrario primiti- vo», la «promiscuidad sexual», etc—, a partir del cual el de- sarrollo histérico individual surge mediante una especie de caida en lo concreto? E] interés de las ciencias sociales parte, sin duda alguna, de la configuracién real y, por lo tanto, individual de la vida social que nos circunda, considerada en sus conexiones universales, mas no por ello, naturalmente, de indole menos individual, asi como en sy ser-devenidas a partir de otras condiciones so- ciales que a su vez, evidentemente, se presentan como indivi- duales. Es manifiesto que aqui se presenta, con una intensidad especificamente mayor, la misma situacién que dilucid4bamos en la astronomfa como caso limite (por regla general, también aducido con el mismo propédsito por los Idgicos). Mientras que en la astronom{a los cuerpos celestes nos interesan solo en sus relaciones cuantitativas, susceptibles de medicién exacta, en las ciencias sociales nos concierne la tonalidad cualitativa de los procesos. A esto se agrega que en las ciencias sociales tratase de Ja accidn conjunta de procesos espirituales, cuya «comprension» por via de revivencia es, naturalmente, una tarea de indole especificamente distinta de aquella que pueden o pretenden resolver Jas férmulas de las ciencias naturales exactas en general. No obstante, estas diferencias no son tan fundamentales como a primera vista parecen. Tampoco las ciencias naturales exactas —salvo la mecdnica pura— proce- den sin cualidades. Adem4s, en nuestro propio campo trope- zamos con la opinién (francamente errénea) de que por lo me- 63 nos el fendémeno del intercambio monetario, fundamental para nuestra civilizacién, es cuantificable y, por esa razén, aprehen- sible segtin «leyes», Por ultimo, depende de Ja mayor o menor amplitud del concepto de kKley» el que este comprenda regu- laridades que, no siendo cuantificables, tampoco son suscepti- bles de expresién numérica. En lo que respecta, en particular, a la accién conjunta de motivos «espirituales», en ningtin caso excluye la formulacién de reglas de la accién racional. Y, so- bre todo, todavia hoy persiste el punto de vista de que la psi- cologia tiene por misidn desempejfiar, con relacién a cada una de las ciencias del espfritu, un papel comparable con el de las mateméaticas, puesto que ha de descomponer los complicados fenédmenos de la vida social en sus condiciones y efectos psi- quicos, reconduciéndolos a los factores psiquicos mds simples que se pueda, para clasificarlos luego en diversos géneros e in- vestigarlos en sus conexiones funcionales. Con ello se crearia una especie de «quimica», si no de «mecdnica», de los funda- mentos psiquicos de la vida social. No hemos de decidir aqui si tales investigaciones pueden proporcionar resultados parti- culares valiosos y —lo que no es lo mismo— utilizables para las ciencias culturales. Pero ello carece de toda importancia con respecto a la cuestién de si la finalidad del conocimiento econdmico-social en el sentido en que lo entendemos, esto es, el conocimiento de la realidad en su significacién cultural y su conexién causal, puede lograrse mediante la busqueda de re- currencias ajustadas a leyes. Supongamos que, por medio de la psicologia o de otra ciencia, se logre un dia descomponer todas las ligazones causales de fenédmenos sociales, observadas o imaginables para el futuro, en algunos «factores» simples Ultimos, y que se pueda abarcarlas luego de manera exhaustiva en una imponente casuistica de conceptos y de reglas que val. gan estrictamente como leyes: ¢Qué importancia revestiria el resultado de todo esto respecto de nuestro conocimiento de la cultura bistéricamente dada, o de cualquier fenédmeno indi- vidual de ella, como por ejemplo el capitalismo en su desarro- llo y significacién cultural? Como medio cognoscitivo, no re- vestiria utilidad mayor ni menor que la que tendria un caté- logo de las combinaciones de la quimica orgdnica respecto del conocimiento biogenético del mundo animal y vegetal. Tanto en uno como en otro caso, ciertamente, se habria dado un paso preliminar importante y util; pero en ninguno de los dos puede la realidad de la vida deducirse de «leyes» y «factores». Esto no se debe a que en los fendmenos de la vida residan «fuerzas» superiores y misteriosas, ll4meselas «potencias», 64 «entelequias» o de cualquier otro modo (pues ello seria una cuestién aparte), sino, sencillamente, a que, con relacidn al conocimiento de la realidad, nos interesa la constelacién en que se agrupan esos «factores» (hipotéticos) en un fenédmeno cultural histéricamente significativo para nosotros; se debe también a que, sé queremos «explicar causalmente» esta con- figuracién individual, debemos recurrir a otras configuracio- nes, igualmente individuales, sobre la base de las cuales expli- caremos aquella mediante el empleo, desde luego, de esos conceptos (jhipotéticos! ) de «leyes». Comprobar esas «leyes» y «factores» (hipotéticos), en todo caso, seria la primera de las multiples tareas que nos Ievarfan al conocimiento a que aspiramos. El andlisis y la exposicién ordenadora de la confi- guracién individual, histéricamente dada en cada caso, de aquellos factores, y su accién reciproca concreta, condiciona- da de ese modo y significativa en su especificidad, y ante todo la dilucidacién del fundamento y de la indole de este condiciénamiento, serfa la tarea siguiente por resolver, aunque en s{ misma por entero nueva y auténoma. Podria concebirse la tercera etapa como la indagacién de las propiedades indivi- duales, significativas para el presente, de estos agrupamientos en cuanto a su devenir, tan lejos en el pasado como se pueda, asi como su explicacién histérica a partir de configuraciones precedentes, individuales a su vez. Por ultimo, la cuarta etapa consistirfa en la prediccidn de configuraciones futuras posibles. Para todos esos fines, como es manifiesto, la existencia de con. ceptos claros y el conocimiento de aquellas «leyes» (hipotéti- cas) revisten considerable valor, y hasta son imprescindibles, como medios cognoscitivos —peto solo como tales—. Pero aun en esta funcién muestran pronto, en un punto decisivo, sus limites, establecidos los cuales alcanzamos |a peculiaridad decisiva del modo de consideracién de las ciencias de la cul. tura. Hemos designado «ciencias de la cultura» a las discipli- nas que procuran conocer los fenédmenos de la vida en su significacién cultural. La significacién de la configuracién de un fenémeno cultural, y su fundamento, no pueden ser obte- nidos, fundados y vueltos inteligibles a partir de un sistema de conceptos legales, por perfecto que fuere; en efecto, presu- ponen la relacién de los fenédmenos culturales con ideas de va- lor. El concepto de cultura es un concepto de valor. La realidad empirica es para nosotros «cultura» en cuanto la relacionamos con ideas de valor; abarca aquellos elementos de la realidad que mediante esa relacién se vuelven stgnificativos para noso- tros, y solo esos. Unicamente una pequefia parte de la realidad 65 individual considerada en cada caso est4 coloreada por nues- tro interés condicionado por aquellas ideas de valor; ella sola tiene significacién para nosotros, y la tiene porque exhibe re- laciones para nosotros importantes a causa de su ligazén con ideas de valor. Solo en cuanto ello es asi, esa parte serd para nosotros digna de ser conocida en sus rasgos individuales. Ahora bien, qué es lo significativo pata nosotros es algo que ninguna investigacién «sin supuestos» de lo empiricamente - dado puede discernir; antes al contrario, su determinacidn es prerrequisito.para que algo llegue a ser objeto de investigacidn. Lo significativo no coincide, naturalmente, en cuanto tal, con ninguna ley, y, por cierto, tanto menos cuanto més general sea aquella. En efecto, la significacién especifica que un ele- mento de la realidad tiene para nosotros no se encuentra en aquellas relaciones que comparte con muchos otros fenéme- nos. La relacidn de la realidad con ideas de valor, que le con- fieren significacién, asf como el aislamiento y el ordenamiento de los elementos de la realidad asi destacados desde el punto de vista de su significacién cultural, constituyen un modo de consideracidn por entero heterogéneo y dispar respecto del andlisis de la realidad basado en eyes, y de su ordenamiento en conceptos generales. Ambos tipos de ordenamiento con- ceptual de la realidad en modo alguno presentan relaciones Idgicas necesatias entre si. Pueden coincidir en algtin caso par- ticular, pero tendria desastrosas consecuencias que esa conjun- eién accidental nos indujera erréneamente a creer que no di- fieren en principio. La significacidn cultural de un fenédmeno, por ejemplo el intercambio monetario, puede consistir en que se presente en escala de masas, como componente fundamental de Ja cultura moderna. Pero el hecho histdérico de que desem- pefie este papel, precisamente, debe ser vuelto comprensible en su Significacién cultural y explicado causalmente en su ori- gen histdrico. La investigacidn de la esencia general del inter- cambio y de la técnica del mercado es una labor previa impor- tantisima e indispensable. Con ello, sin embargo, no solo que- da sin contestar la pregunta de cémo el intercambio alcanzé histéricamente esta significacién, hoy fundamental, sino que, ante todo, de ninguna de esas «leyes» se sigue lo que en defi- nitiva nos interesa, a saber: la significacién cultural de \a eco- nomfa monetaria, unica en virtud de la cual nos interesa la descripcién de la técnica del intercambio, y tinica en virtud de la cual existe hoy una ciencia que se ocupa de esa técnica. Los rasgos genéricos del intercambio, la compraventa, etc., in- teresan a los juristas; la tarea que nos concierne es el andlisis 66 de la significacién cultural del hecho histérico de que el inter- cambio sea hoy un fendmeno de masas. En cuanto él debe ser explicado, en cuanto queramos comprender qué es lo que dis- éingue nuestra civilizacién econdédmico-social de la propia de la Antigiiedad, por ejemplo, en la cual el intercambio presentaba los mismos rasgos genéricos que hoy, y, por lo tanto, quera- mos comprender dénde radica la significacién de la «economia monetaria», se introducen en la investigacién principios ldgi- cos por entero heterogéneos en cuanto a su origen: como me- dios de exposicién emplearemos, por cierto, los conceptos que nos proporciona la investigacién de los elementos genéricos de los fenémenos econémicos de masas, en la medida en que ellos contengan elementos significativos de nuestra cultura; pero la meta de nuestra labor no se alcanza con la exposicién de esas leyes y conceptos, por precisa que fuere. Mas ain, la cuestién de qué debe pasar a ser objeto de la formacién de conceptos genéricos no puede resolverse «sin presupuestos», sino solo por referencia a la significacién que, respecto de la cultura, poseen determinados elementos de esa multiplicidad infinita que llamamos «circulacién». Procuramos conocer un fendmeno histérico, esto es, pleno de significacién en su espe- cificidad. He aqui lo decisivo: solo mediante el supuesto de que Unicamente una parte finita entre una multitud infinita de fendmenos es significativa, cobra, en general, sentido légico la idea de un conocimiento de fendmenos individuales. Aun si poseyésemos el conocimiento mds amplio que pudiera conce- birse acerca de las «leyes» del acaecer, nos encontrariamos per- plejos frente a esta pregunta: ¢Cdémo es posible en general la explicacién causal de un hecho individual? En efecto, jamés puede concebirse como exhaustiva aun la descripcidn del seg- mento mas infimo de la realidad. El nimero y la indole de las causas que determinaron cualquier evento individual son siem- pte.iufinitos, y nada hay en las cosas mismas que indique qué parte de ellas debe ser considerada. El unico resultado de cualquier intento serio de conocer la realidad «sin presupues- tos» seria un caos de «juicios de existencia» acerca de innu- merables percepciones particulares. Pero aun tal resultado sdlo es posible en apariencia, ya que cada percepcién aislada, en cuanto se la considera con mayor atencidn, muestra infinitos elementos que jamds pueden ser expresados de manera exhaus- tiva en juicios de percepcién. Lo tinico que introduce orden en este caos es la circunstancia de que, en cada caso, solo una parte de la realidad individual reviste para nosotros interés y significacién, porque unicamente ella muestra relacién con las 67 ideas de valor culturales con \as cuales abordamos la realidad. Solo determinados aspectos de los fenédmenos individuales, siempre infinitamente multiples —es decir, aquellos a los cua- “Tes ahcibuimos significacion cultural general—, son por lo tanto, dignos de ser conocidos, y solo ellos son objeto de explicacién causal Esta, 2 su vez, denuncia el mismo fenémeno: un re- —a . . ? greso causal exhaustivo desde cualquier fenédmeno concrete en su realidad plena, no solo es imposible en la prdctica, sino sencillamente disparatado. Solo determinamos aquellas causas a las cuales son imputables, en el caso individual, los compo- nentes «esenciales» del acontecimiento. En cuanto se trata de la individualidad de un fendémeno, la pregunta por la causa no inquiere por leyes sino por conexiones causales concretas; no pregunta bajo qué férmula ha de subsumirse el fenémeno co- mo espécimen, sino cudl es la constelacién individual a la que debe imputarse en cuanto resultado: es una cuestién de impu- tacién. Siempre que entra en consideracién la explicacién cau- sal de un «fendmeno de la cultura» —o de un «individuo histérico», para emplear esta expresién, ya usada en ocasiones en la metodologia de nuestra disciplina y que ahora, en una formulacién més precisa, se vuelve habitual en Iégica—, el conocimiento de Jeyes de la causacidén no puede ser el fin de la investigacién sino solo un medio. Nos facilita y posibilita la imputacién causal de los componentes de los fenédmenos, culturalmente significativos en su individualidad, a sus causas concretas. En la medida en que cumpla eso, pero solo en esa medida, es valioso para nuestro conocimiento de conexiones individuales. Y cuanto mds «generales», es decir, cuanto mds abstractas sean las leyes, tanto menos pueden contribuir a la imputacién causal de fenédmenos individuales y, por via indi- recta, a la comprensién de la significacién de los procesos culturales. éCual es la consecuencia de todo esto? De lo dicho no se sigue, naturalmente, que el conocimiento de lo general, la formacién de conceptos de género abstractos, el conocimiento de regularidades y el intento de formular cone- xiones «legales» carezcan de justificacién cientifica en el 4m- bito de las ciencias culturales. Todo lo contrario; si el conoci- miento causal de los historiadores consiste en la imputacién de resultados concretos a causas concretas, seria totalmente imposible, respecto de cualquier resultado individual, una im- putacién vélida que no recurriese al conocimiento «nomolédgi- co», es decir, el conocimiento de las regularidades de las co- nexiones causales. Que a determinado componente particular, 68 individual, de una conexién se le haya de imputar en la reali- dad, en concreto, significacién causal respecto del resultado de cuya explicacién causal se trata, es algo que, en caso de duda, solo puede ser determinado estimando los efectos que general- mente esperamos de él y de los otros componentes del mismo complejo que consideramos.a los fines de la explicacién: en otras palabras, sdlo puede ser determinado 2 partir de los efec- tos «adecuados» de los elementos causales en cuestién. De- pende de los casos individuales la medida en que el historia- dor (en el sentido lato del término) podré Ilevar a cabo con seguridad esa imputacién a partir de su imaginacién, nutrida por su experiencia de vida y metdédicamente disciplinada, 0 bien requeriré la ayuda de ciencias especiales que le permitan realizarla. En todas partes, sin embargo, y por lo tanto tam- bién en la esfera de los complicados procesos econémicos, cuanto mds seguro y abarcador sea nuestro conocimiento ge- neta]; tanto mayor serd la seguridad de la imputacién. Que se trate siempre, aun en el caso de las denominadas «leyes eco- nomicas» sin excepcién, no de «leyes» en el sentido rigutoso de las cencias naturales exactas, sino de conexiones causales adecuadas, expresadas en reglas, y, en consecuencia, de una aplicacién de la categoria de «posibilidad objetiva» que no he- mos de considerar en detalle aqui, en nada menoscaba la afir- macién precedente. La determinacién de tales regularidades, sin embargo, no es la meta sino el medio del conocimiento; y en cada caso constituye una cuestién de oportunidad estable- cer si tiene sentido expresar en una férmula, como «ley», una regularidad de ligazén causal conocida a partir de la vida coti- diana. Para las ciencias naturales exactas, las «leyes» son tanto mds importantes y valiosas cuanto mds universalmente vili- das. Para el conocimiento de los fenédmenos histéricos en su condicién concreta, las leyes mds generales son por lo comin también las menos valiosas, en cuanto las mds vacias de con- tenido. Mientras mds amplio es el campo de validez de un concepto genérico —su extensi6n—, tanto més nos desvia de la riqueza de la realidad, ya que para contener lo comin al mayor numero posible de fendmenos debe ser lo més abstrac- to posible y, en consecuencia, mds pobre en contenido. En las ciencias de la cultura, el conocimiento de lo general nunca es valioso por si mismo. De lo dicho hasta aqui se infiere que carece de sentido un tratamiento «objetivo» de los procesos culturales, si por tal se entiende que, como meta ideal de la labor cientifica, haya de valer la reduccién de lo empirico a «leyes». Esto no se debe, 69

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