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LA CALIDAD DE LA EDUCACIÓN Conocimiento e innovación

Francisco Cajiao. Columnista de EL TIEMPO. Hay que mejorar la enseñanza y el


aprendizaje desde el inicio de primaria.

¿Qué tenía el teléfono de mi abuela que no tenga un celular? Pensándolo, pareciera que
en lo fundamental son la misma cosa: ambos disponen de parlante, micrófono, sistema
para marcar números y posibilidad de comunicarse a larga distancia para conversar sobre
asuntos importantes o triviales. En ambos casos cobrarán el valor de la llamada por el
tiempo de conexión. Claro que el celular tiene cosas que no tenía ese moscorrofio negro y
pesado de 1950: es bonito, no tiene cables, cabe en el bolsillo, saca fotos, recibe mails,
hace cuentas, toca música... en esencia, es lo mismo, pero ahora tiene dentro una enorme
cantidad de conocimiento. En la cajita mágica se condensan décadas de investigación
científica y tecnológica que permiten que lo mismo sea otra cosa.

Creo que esta es una buena imagen para avanzar en la discusión sobre la calidad de la
educación. Si nos preguntamos qué diferencia nuestro sistema de otros países como
Finlandia o Japón, tendríamos que contestar que el nuestro se parece al teléfono de la
abuela y los otros al celular. A simple vista son la misma cosa: hay colegios, maestros,
currículos, computadores y niños, y después de once o doce años se les certifica para ir a
la universidad. Pero por dentro, los sistemas avanzados tienen mucho más conocimiento
acumulado: por eso, los chicos salen mejor preparados, las universidades generan más
investigación y los países avanzan más rápido en su desarrollo económico y social.

Es necesario, entonces, poner el debate en el terreno del conocimiento sobre la


educación, antes que en las estadísticas que nos muestran los resultados obtenidos por el
sistema. Todos estos indicadores son importantes como punto de referencia: número de
niños que asisten a la escuela, puntaje en pruebas, número de científicos y grupos de
investigación, número de patentes, conectividad, etc. Pero cuando los indicadores salen
mal, el remedio es meterle conocimiento al sistema y no inventar trucos triviales para
mejorar las cifras. No sirve gastar recursos para "entrenar" a los jóvenes en las pruebas
del Icfes: de lo que se trata es de mejorar la enseñanza y el aprendizaje desde el inicio de
la primaria y eso significa investigar más sobre modelos curriculares, evaluación,
organización escolar, formación de maestros y expectativas sociales.

Esta semana se realiza el Seminario Internacional sobre Políticas de Ciencia, Tecnología e


Innovación, promovido por Colciencias, Planeación Nacional y el Ministerio de Educación.
En este contexto, es imprescindible enfrentar el tema de los estudios científicos sobre la
educación, que, salvo por experiencias aisladas, está muy atrasado en Colombia. Muchos
de quienes administran la educación en sus distintos niveles son más políticos que
expertos, y ven con reticencia a quienes conocen a fondo las complejidades del tema que
tienen entre manos: así suelen elaborar sus planes más guiados por la intuición y la
conveniencia inmediata que por el conocimiento. El resultado es que muchos recursos se
utilizan de forma ineficaz. Pero los estudiosos no siempre tienen una proyección práctica
que les permita dar pertinencia a su trabajo y traducir su conocimiento en la elaboración
de propuestas que tengan expresión en el día a día de las instituciones educativas.

Este encuentro sobre ciencia, tecnología e innovación debería dar luces sobre la necesaria
conexión entre la administración de la educación y los grandes desafíos que competen a
una academia que debe avanzar en innovaciones que permitan mejorar la calidad a partir
del conocimiento acumulado en los últimos cincuenta años. No se pueden ignorar los
progresos de las neurociencias, la sociología, la economía, la antropología y la psicología,
y seguir invirtiendo recursos en lo que una loable e ingenua buena voluntad señalan como
derrotero.

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