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Nuestros malos alumnos (de los que se dice que no tienen porvenir) nunca
van solos a la escuela. Lo que entra en clase es una cebolla: unas capas de
pesadumbre, de miedo, de inquietud, de rencor, de clera, de deseos
insatisfechos, de furiosas renuncias acumuladas sobre un fondo de vergonzoso
pasado, de presente amenazador, de futuro condenado. Miradlos, aqu llegan,
con el cuerpo a medio hacer y su familia a cuestas en la mochila. En realidad,
la clase solo puede empezar cuando dejan el fardo en el suelo y la cebolla ha
sido pelada. Es difcil de explicar, pero a menudo solo basta una mirada, una
palabra amable, una frase de adulto confiado, claro y estable, para disolver
esos pesares, aliviar esos espritus, instalarlos en un presente rigurosamente
indicativo.
Naturalmente el beneficio ser provisional, la cebolla se recompondr a la
salida y sin duda maana habr que empezar de nuevo. Pero ensear es eso:
volver a empezar hasta nuestra necesaria desaparicin como profesor. Si
fracasamos en instalar a nuestros alumnos en el presente de indicativo de
nuestra clase, si nuestro saber y el gusto de llevarlo a la prctica no arraigan
en esos chicos y chicas, en el sentido botni-co del trmino, su existencia se
tambalear sobre los cimientos de una carencia indefinida. Est claro que no
habremos sido los nicos en excavar aquellas galeras o en no haber sabido
colmarlas, pero esas mujeres y esos hombres habrn pasado uno o ms aos
de su juventud aqu sentados ante nosotros. Y todo un ao de escolaridad
fastidiado no es cualquier cosa: es la eternidad en un jarro de cristal.
Maleficio del papel social para el que hemos sido instruidos y educados, y que
hemos representado toda la vida, es decir la mitad de nuestro tiempo de
vida: nos quitan el papel y hasta dejarnos de ser actores.
Estos dramticos finales de carrera evocan una angustia bastante comparable,
a mi entender, al tormento del adolescente que, convencido de no tener
porvenir alguno, vive el paso del tiempo con tanto dolor. Reducidos a nosotros
mismos, nos reducirnos a nada. Hasta el punto de que a veces nos matamos.
Esto indica, como mnimo, un fallo en nuestra educacin.