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LA RESPONSABILIDAD DE PROTEGER:

ORÍGENES, CARACTERÍSTICAS Y DEBATES*

José Manuel González-Casanova

1. ANTECEDENTES
El principio de la Responsabilidad de proteger, a pesar de haberse formulado en los
primeros años del siglo XXI, guarda una estrecha relación con los acontecimientos,
experiencias y debates que han definido la problemática de la seguridad desde los
primeros años 90. Entre los más significativos habría que destacar: el final de la
Guerra Fría, las intervenciones de la comunidad internacional en los conflictos que
tuvieron lugar durante esos años y la articulación de enfoques teóricos como el de la
Seguridad humana.

1.1 Un nuevo escenario internacional


El final de la Guerra Fría supuso un cambio en las relaciones que determinaron,
desde la Segunda Guerra Mundial, el escenario internacional. La confrontación entre
dos superpotencias, los EEUU y la URSS, se caracterizó por generar equilibrios de
poder que dotaron de cierta estabilidad al sistema. Una de las expresiones más claras
de esta situación fue el bloqueo constante, salvo en contadas ocasiones, de cualquier
decisión que se pudiera tomar en el marco del Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas. El fin de la bipolaridad tuvo como consecuencia el establecimiento de un
nuevo orden mundial de corte hegemónico y encabezado por los EEUU. Esta nueva
configuración de poder, recibida mayoritariamente con optimismo, fue interpretada
como una oportunidad para el inicio de una nueva era de paz y estabilidad en el
concierto internacional. Sin embargo, los buenos deseos de los primeros años fueron
progresivamente sustituidos por el escepticismo y la inquietud. Nuevos conflictos,
principalmente en los países del Tercer Mundo, tomaron protagonismo y la comunidad
internacional tuvo que hacer frente a situaciones que, nuevamente, constituían un
riesgo para el mantenimiento de la paz.

En estos años se va consolidando un escenario caracterizado por la


“transformación de la naturaleza de los conflictos armados y la multiplicación de las
amenazas a la seguridad” (Morillas Bassedas, 2007). Respecto a la primera
característica, cabe hacer mención a lo que algunos autores han denominado “nuevas
guerras” (Kaldor, 2006). Un tipo de conflicto caracterizado por: desarrollarse,

*
Comunicación presentada al VIII Congreso Vasco de Sociología y Ciencia Política (Bilbao, 10-12 de Febrero de 2010).
1
principalmente, dentro de las fronteras de Estados “frágiles” o “fallidos” (Doornbos et
al., 2006); contar con la participación de actores armados estatales y no estatales;
cimentar nuevas identidades (religiosas, étnicas o tribales) que cuestionan el sentido
de comunidad política compartida, y tener como resultado un alto porcentaje de
víctimas civiles. En definitiva, las guerras entre Estados, que enfrentan a sus ejércitos
en defensa del interés nacional, dejan de ser la norma para convertirse en la
excepción.

Durante los años de la Guerra Fría el concepto de amenaza estuvo restringido a lo


dispuesto en el artículo 39 de la Carta de las Naciones Unidas, es decir, que el
“Consejo de Seguridad determinará la existencia de toda amenaza a la paz,
quebrantamiento de la paz o acto de agresión”. Nunca se especificó qué tipos
concretos de amenazas podrían ser consideradas como tales y la decisión, en todo
caso, estaba subordinada a la discrecionalidad del Consejo. En la práctica, sólo se
consideraron amenazas a la paz y la seguridad internacionales: las guerras entre dos
o más Estados o los conflictos derivados de luchas por la autodeterminación. Los
trágicos acontecimientos que se sucedieron, desde el inicio de la década del 90,
instaron a la comunidad internacional a ampliar la restringida definición de amenaza
que había estado vigente. Desde espacios políticos y académicos se señalaron qué
acontecimientos constituían nuevas amenazas a la paz y la seguridad internacionales,
como por ejemplo: los ataques indiscriminados contra población civil, las violaciones
masivas y sistemáticas de los Derechos Humanos, los desplazamientos forzados de
población, la proliferación de armas de destrucción masiva, el terrorismo o las
catástrofes medioambientales. Estas propuestas fueron recogidas en algunas
resoluciones y documentos aprobados por las Naciones Unidas1.

1.2 La experiencia y cuestionamiento de la intervención humanitaria


Como se mencionó con anterioridad, los primeros años de post-guerra fría, lejos de
suponer el inicio de una era de paz y estabilidad en el escenario internacional,
estuvieron marcados por una sucesión de “conflictos internos y regionales,
intervenciones humanitarias a gran escala y programas de reconstrucción social que
han originado nuevos desafíos” (Duffield, 2004). Se trataba de conflictos, en la
mayoría de casos, “surgidos del colapso de estructuras de Estado y de la desaparición
de la competencia geopolítica entre dos superpotencias” (Garrigues, 2007). Hay cierto
consenso en afirmar que la comunidad internacional no supo reaccionar con eficacia y
a la altura de las circunstancias; los casos de Somalia en 1993, Ruanda en 1994,
Srebrenica en 1995 y Kosovo en 1999, son ejemplo de ello. El evidente fracaso puso

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en tela de juicio la adecuación de los medios, utilizados por la comunidad
internacional, para hacer frente a los nuevos tipos de amenazas.

La primera reacción significativa fue la publicación del Informe del Grupo sobre las
Operaciones de Paz de las Naciones Unidas en el año 2000, que proponía transformar
el modelo tradicional de las operaciones dedicadas al mantenimiento de la paz. Las
intervenciones militares serían sustituidas por las denominadas “misiones integradas”
que, bajo mando y presencia significativa de civiles, servirían de apoyo a la labor de
los cascos azules y tendrían como objetivo principal consolidar los cimientos para una
paz duradera. Estos debates también se desarrollaron en el seno de instituciones
académicas y ONG‟s, entre otros.

Por un lado, Bernard Kouchner, fundador de Médicos Sin Fronteras, impulsó la idea
del “derecho a intervenir”. Este planteamiento ponía en cuestión la soberanía de los
Estados y defendía el uso de la fuerza, como instrumento de intervención ante crisis
humanitarias. Sin embargo, organizaciones como la Cruz Roja y algunos gobiernos,
principalmente los más indefensos, criticaron esta formulación. Para la primera, la idea
de confundir ayuda humanitaria con intervención militar acabaría con la supuesta
imparcialidad de la ayuda. Los segundos, reivindicaron los principios de no injerencia y
de soberanía ante lo que consideraban una posible amenaza neocolonial.

1.3 Un nuevo paradigma: la Seguridad Humana


Paralelamente a los cambios producidos en el panorama internacional y al
cuestionamiento de la intervención humanitaria aparece, ofreciendo una propuesta
capaz de asumir las transformaciones que estaban teniendo lugar, un nuevo
paradigma de seguridad: la Seguridad Humana. Y, aunque se inspira en corrientes de
pensamiento anteriores, se ha considerado que su primera formulación se encuentra
en el Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD del año 1994.

La Seguridad Humana supone una ruptura con la concepción tradicional de abordar


los temas de seguridad. Se trata aún de un paradigma en proceso de construcción y
debate, aunque con la intención de definir sus márgenes se podrían destacar como
sus principales características:

 La concepción de la persona como sujeto de la seguridad, sustituyendo a la


figura preeminente del Estado.

 Es una enfoque que apuesta por la convergencia entre las dimensiones de


la seguridad y el desarrollo. En este sentido, establece una relación de
complementariedad con el Desarrollo Humano.

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 Permite realizar análisis integrales abarcando sus dimensiones locales y
globales.

 Tiene un potencial transformador y progresista.

Asimismo, habría que señalar que los debates en torno a la Seguridad Humana2
han ido delimitando dos interpretaciones: un enfoque “restringido” y otro “amplio” El
primero, concibe la seguridad como “freedom from fear” -libertad frente al miedo-, es
decir, ausencia de violencia o su amenaza para las personas. El segundo, que
corresponde a la versión que promoviera el PNUD, entiende la seguridad como
“freedom from want” -libertad frente a la necesidad- y señala como objetivos el
Desarrollo Humano y el bienestar de las personas. La Responsabilidad de proteger,
como se explicará más adelante, se posiciona dentro de los márgenes teóricos de la
Seguridad Humana y, más concretamente, en su “versión restringida”.

Como se ha comentado, el nuevo panorama mundial, las diferentes experiencias de


la comunidad internacional en intervenciones humanitarias y la gestación y desarrollo
del paradigma de la Seguridad Humana, son elementos fundamentales para entender
la aparición de la Responsabilidad de proteger en los primeros años del siglo XXI. A
continuación, se expondrán las principales características de esta propuesta.

2. LA RESPONSABILIDAD DE PROTEGER: GÉNESIS Y DESARROLLO


Dando continuidad a los debates que cuestionaron la práctica de la intervención
humanitaria y al amparo de los nuevos enfoques sobre la seguridad, el gobierno de
Canadá creó en el año 2000 la Comisión Internacional sobre la Intervención y la
Soberanía del Estado (ICISS, por sus siglas en inglés). Un año más tarde, se hará
público el informe The Responsibility to Protect, como resultado de las deliberaciones
del grupo de expertos internacionales agrupado en torno a la Comisión. Esta primera
formulación será debatida en el seno de las Naciones Unidas y aparecerán nuevos
documentos que alteran, en algunos casos sustancialmente, algunas de sus
principales propuestas. A continuación se presentarán algunos de los más
significativos.

2.1 Formulación inicial. Propuesta de la ICISS


En el informe The Responsability to Protect la ICISS planteó un cambio en los
términos en los que se estaban desarrollando los debates en materia de seguridad. No
planteó la defensa del “derecho a intervenir”; quiso hacer entender que la comunidad
internacional debía asumir la “responsabilidad de proteger”, subsidiariamente, a las

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poblaciones de los Estados en situaciones de crisis humanitarias. En su propuesta, la
responsabilidad primera seguiría correspondiendo al Estado, y sólo si no puede y/o no
quiere garantizar la protección, esta tarea sería competencia de la comunidad
internacional. Como indica, García Pérez (2006), la “base para justificar este cambio
conceptual reside en el concepto mismo de soberanía del Estado que pasa de ser
concebida como un ejercicio de control y autoridad a un ejercicio de responsabilidad”.

Por otro lado, la responsabilidad de proteger tendría un sentido más amplio que la
intervención humanitaria; implicaría prevención, intervención y reconstrucción (ICISS,
2001). Estas herramientas pretenden servir para dar una respuesta eficaz a diferentes
tipos de circunstancias. Para los proponentes del término, el primer elemento es el
más importante, pues podría evitar que se necesitara una intervención por la fuerza.
La prevención será la principal preocupación.

Al hacer referencia a la responsabilidad de prevenir, sus proponentes recuerdan


que el principal obstáculo para la prevención no es la falta de información sino de
voluntad política. Se destacan para este fin el papel de la mediación y de los buenos
oficios, como instrumentos adecuados para acercar posiciones entre las partes
enfrentadas y favorecer el diálogo. También se juzga como imprescindible la creación
de mecanismos de alerta temprana a escalas nacional, regional e internacional. En
este sentido, se tratará de aprovechar el cúmulo de conocimientos que puede aportar
la sociedad civil local, para entender más profundamente los conflictos y poder aportar
una solución consensuada. Algunas organizaciones internacionales, como Amnistía
Internacional o Human Right Watch, ofrecen un modelo a imitar por el Sistema de las
NNUU.

El segundo elemento constitutivo de la responsabilidad de proteger es la


responsabilidad de actuar. Este será el paso a dar cuando las medidas preventivas no
surtan el efecto esperado o deseado. En el informe se presentan desde medidas
coercitivas (económicas, políticas o judiciales) hasta la intervención militar, como
posibles respuestas ante una situación de elevado riesgo para la vida de una
población. Evidentemente, las medidas de tipo coercitivo no militar podrán aplicarse
sin requerir las exigencias del uso de la fuerza. Entre este tipo de medidas se incluyen
los embargos de armas, las sanciones financieras, las prohibiciones sobre el tráfico
aéreo, la restricción de viajes a individuos y la suspensión o expulsión de Estados de
organizaciones internacionales o regionales. La acción militar se considera el último
recurso y se estipulan unas condiciones mínimas, a las que se hará referencia más
adelante, para que pueda llevarse a cabo; al ser la cuestión más discutida, los

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ponentes del documento han tratado de enmarcar, más o menos rigurosamente, los
casos en los que debe aplicarse.

Finalmente, la responsabilidad de proteger incluye, teniendo en cuenta las grandes


dificultades y riesgos presentes en las sociedades de post-conflicto, la responsabilidad
de reconstruir. Este elemento guarda relación con el objetivo de garantizar una paz
duradera y construida en colaboración con las autoridades locales. Así las tareas de
reconstrucción se desarrollarán en diversas áreas: reconciliación, justicia, seguridad,
desarrollo, etc. Además, el informe de la ICISS indica que, antes de una intervención,
debe elaborarse un plan de retirada. Será necesario estar el menor tiempo posible en
el territorio y evitar la aparición de lógicas de dependencia respecto a los recursos de
la comunidad internacional. Se busca, con este tipo de medidas, reforzar la autonomía
y la legitimidad de las autoridades locales, que serán las encargadas de garantizar la
protección ciudadana en el futuro.

2.1.1 Las condiciones para la “intervención militar”


La Comisión, dando respuesta a las dudas respecto a en qué casos se debía
intervenir militarmente, elaboró una lista de criterios que se tomarían en cuenta antes
de adoptar una decisión. Los criterios son los siguientes (ICISS, ob. cit.):

En primer lugar, se requiere causa justa. Para que pueda ser justificable el uso de
la fuerza será necesario que se produzca o esté a punto de producirse un daño
irreparable para la vida de gran cantidad de seres humanos. Los casos de genocidio,
limpieza étnica, matanzas, expulsiones forzosas, actos de violencia y violaciones
masivas serían motivos suficientes para justificar el uso de la fuerza. Aunque, como se
expuso anteriormente, la responsabilidad primera de actuar recaería sobre el propio
Estado, siempre que no fuera éste el presunto culpable de los actos.

En segundo lugar, se requiere intención correcta. Debe quedar claro, desde un


primer momento, que el objetivo de la intervención es impedir el sufrimiento de la
población. Para cumplir con este requisito, será necesario conocer la opinión de la
población a la que se quiere ayudar, o en su defecto, de los países de la zona.
Además, en caso de intervención militar, ésta se debe realizar de forma colectiva y
multilateral; nunca por un país en solitario.

En tercer lugar, la intervención militar debe constituir el último recurso. Solamente


puede recurrirse al uso de la fuerza si se considera, previamente, que todas las
medidas no bélicas aplicables no tienen ninguna posibilidad de éxito.

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En cuarto lugar, se deben aplicar medios proporcionales. La magnitud, duración e
intensidad de la intervención militar, si es el caso, debe guardar relación con el
cumplimiento mínimo de los objetivos.

En quinto lugar, deben existir posibilidades razonables de éxito. Únicamente se


iniciará una intervención militar si existen posibilidades razonables de éxito, si la no
intervención supone un riesgo mayor, y si no hay riesgo de desencadenar un conflicto
de mayores dimensiones.

Por último, la decisión de actuar debe ser tomada por una autoridad competente.
Se considera que la autoridad más legitimada para tomar decisiones que afectan a la
paz y la seguridad internacionales es el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas. Aunque, si este órgano se encuentra bloqueado, se podrá pedir un
pronunciamiento de la Asamblea General, según el procedimiento de “Unión por la
Paz”3, o pedir la actuación de organizaciones regionales, conforme al Capítulo VIII de
la Carta de las Naciones Unidas, y posteriormente solicitar la autorización del Consejo
de Seguridad4.

Como puede observarse, la finalidad de estos requisitos es tanto evitar una


intervención innecesaria, como llevarla a cabo si las circunstancias lo exigen. En
definitiva, constituyen una propuesta que pretende evitar los excesos y defectos de las
intervenciones humanitarias que fracasaron en los años anteriores.

2.2 La adopción de la responsabilidad de proteger por las NNUU


A partir del informe publicado por la ICISS, las Naciones Unidas han realizado
algunos trabajos con el objetivo de insertar la responsabilidad de proteger en su
ideario. En este sentido, cabe destacar, en primer lugar, la publicación del informe del
Grupo de Alto Nivel sobre las Amenazas, los Desafíos y el Cambio titulado Un mundo
más seguro: la responsabilidad que compartimos (GAN, 2004); y en segundo lugar, el
informe del Secretario General (2005), Un concepto más amplio de libertad: desarrollo,
seguridad y derechos humanos.

Según el criterio de algunos especialistas, estos informes realizan una exposición


menos precisa que la que presenta la ICISS. La indefinición es palpable en las líneas
que hacen referencia al compromiso de obligatoriedad y a los criterios necesarios para
impulsar una intervención armada. Según García Pérez (ob. cit), tal como han sido
expuestos, se “dan por supuestas demasiadas cosas y ofrecen un margen a la
interpretación demasiado amplio, en función de cada caso, lo cual devaluaría
irremisiblemente su eficacia”. Otro aspecto débil, incluido en el informe del Secretario

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General, es la ausencia de una solución respecto a la posibilidad de que el Consejo de
Seguridad no tome ninguna iniciativa por encontrarse bloqueado. En un aspecto tan
controvertido sorprende el silencio del documento. El informe del Grupo de Alto Nivel,
sí aborda la cuestión, pero lo hace de una manera muy superficial. Plantea que en
“todos los casos habría que recabar autorización del Consejo de Seguridad para
operaciones regionales de paz, reconociendo que en algunas situaciones urgentes tal
vez haya que hacerlo una vez comenzadas las operaciones” (GAN, ob. cit.). Habría
que preguntar qué se entiende por “situaciones urgentes” y por qué se confía en
obtener la autorización del Consejo de Seguridad, después de iniciar la intervención, si
con anterioridad no se había conseguido. Parece que, lejos de resolver aspectos que
pudieron quedar confusos en el documento de la ICISS, estos informes dan un paso
atrás y generan una mayor incertidumbre en la comunidad internacional.

Durante los debates preparativos de la Cumbre Mundial de la Organización de las


Naciones Unidad de 2005, las indefiniciones e incertidumbres que provocó el concepto
de responsabilidad de proteger se plasmaron en la identificación de tres posturas. En
primer lugar, un grupo de Estados favorables a la aprobación de la normativa,
encabezados por la UE y Canadá, entre los que cabe destacar Argentina, Australia,
Chile, México, Japón y Sudáfrica. En segundo lugar, un grupo numeroso de Estados
reticentes, que incluye al Grupo de los No Alineados, Argelia, Cuba, China, India,
Indonesia, Pakistán, Rusia y Venezuela, entre otros. Estos Estados defendieron con
ímpetu los principios, reconocidos por la Carta de las Naciones Unidas, de no
intervención en los asuntos internos, soberanía e integridad territorial de los Estados.
El temor de estos países, teniendo en cuenta experiencias anteriores, de ser
intervenidos ilícitamente es totalmente justificable. Por último, la posición de los EEUU
que, aunque da su apoyo a la normativa, intentará hacer descender el listón desde la
obligación hacia la discrecionalidad de los Estados a la hora de ejercer la
responsabilidad de proteger.

En definitiva, en la Cumbre se produjo la adopción formal por parte de las Naciones


Unidas del principio de la responsabilidad de proteger. La principal innovación la
constituyó la aceptación de una nueva definición de soberanía. Ahora se entendería
como un conjunto de derechos y obligaciones de los poderes públicos respecto a sus
ciudadanos, entre los que se encontraría la responsabilidad de proteger. Este cambio
es el que determina una transformación de la concepción tradicional de seguridad
ligada al Estado. La seguridad, a partir de este momento, no sólo se entenderá

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referida al Estado, sino también a la vida de las personas que viven en el marco de
sus fronteras.

Finalmente, el cambio de Secretario General de las NNUU ha supuesto un nuevo


impulso a la responsabilidad de proteger. Ban Ki Moon, a principios de 2009, presentó
el informe Hacer efectiva la responsabilidad de proteger, respaldando una vez más en
el seno de la organización la propuesta. El informe no aporta nada sustantivo, aunque
introduce la metáfora de los “tres pilares” de la responsabilidad de proteger:
responsabilidad estatal, asistencia internacional e intervención internacional. Para el
Secretario General todos los “pilares” deben tener la misma importancia y
protagonismo. Esto constituye la principal diferencia respecto a los documentos
anteriores, en los que se daba prioridad a la prevención frente a la intervención. En
definitiva, la responsabilidad de proteger sigue siendo de interés para las NNUU y
habrá que seguir el desarrollo de los debates para tener una idea más definida del
futuro de esta iniciativa en el seno de la organización.

3. LA RESPONSABILIDAD DE PROTEGER A DEBATE


La mayoría de aspectos controvertidos de la responsabilidad de proteger tienen una
relación directa con la posibilidad del uso de la fuerza. Para entrar a valorar esta
cuestión se debe recordar que el uso de la fuerza armada está prohibido por la Carta
de las NNUU. Aunque como señala Espósito (2005), esta norma “admite la excepción
prescrita en el artículo 51 de la Carta, sobre la legítima defensa, y también aquellos
usos de la fuerza que sean autorizados por el Consejo de Seguridad actuando al
amparo del Capítulo VII de la Carta”. Por lo tanto, ante casos flagrantes y sistemáticos
de violación de los Derechos Humanos, y con la autorización del Consejo de
Seguridad, podría iniciarse una intervención militar ante la cual no cabría anteponer el
principio de no injerencia en los asuntos de un Estado. Este principio ha sido
esgrimido, junto a otros como la soberanía o el respeto a la integridad territorial, por
los opositores a la propuesta; aunque ante casos de genocidio, matanzas masivas,
depuración étnica u otros crímenes de lesa humanidad, una vez considerados como
amenazas o agresiones a la paz por el Consejo de Seguridad, el uso de la fuerza es
legítimo atendiendo al articulado de la Carta.

Otro aspecto controvertido, relacionado con el anterior, es el reconocimiento del


órgano capacitado para tomar las decisiones de intervención; especialmente si se trata
de una intervención militar. Como queda patente en el párrafo anterior, el único órgano
legitimado para el uso de la fuerza es el Consejo de Seguridad y así lo expresa el
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Secretario General en su informe. Sin embargo, este mismo órgano, en un número
considerable de ocasiones, se ha mostrado incapaz de llevar a cabo acciones para
impedir prácticas de genocidio o matanzas indiscriminadas. El informe del Grupo de
Alto Nivel (2004), a pesar de dedicar críticas al Consejo de Seguridad y realizar un
llamado a su reforma, considera que debe ser el órgano adecuado para tomar
decisiones que afecten a la paz y la seguridad internacionales. Así, finalmente, las
propuestas contenidas en el informe de la ICISS, que incluían la posibilidad de que
intervinieran organizaciones regionales, no fueron contempladas en los documentos a
debatir en el seno de las Naciones Unidas. Probablemente, si aceptar la autoridad del
Consejo de Seguridad inquieta a muchos Estados, mucho más complicado sería
reconocer a actores regionales o Estados su capacidad de actuar en defensa de la
responsabilidad de proteger. Por esta razón estas alternativas han sido eliminadas del
debate, alterando sustancialmente la propuesta de la ICISS.

Además, habría que hacer una referencia a la desconfianza que sienten,


principalmente los países subdesarrollados, ante el posible ejercicio de la
responsabilidad de proteger. Teniendo en cuenta el largo historial de injerencias,
protagonizado por los Estados más poderosos, no debe extrañar que los países más
indefensos expresen el temor a una reedición de estas prácticas. La indefinición de los
informes y la necesidad de interpretación de los mismos son elementos que pueden
servir para justificar intervenciones injustas. Como advierte García Pérez (ob. cit.), “la
adopción de un código de conducta que sea asumido y respetado por el conjunto de la
comunidad internacional permitiría establecer una regla común, sin dobles raseros,
que otorgaría legitimidad a estas operaciones”.

Por último, uno de los aspectos más cuestionados de la responsabilidad de


proteger es su acomodo con las tesis de la paz liberal (Chandler, 2004; Duffield, 2004).
Esta formulación, que nace al calor del auge del liberalismo en el periodo de post-
guerra fría, se concibe como un programa integral de desarrollo que se apoya en la
democracia representativa, la economía de mercado, el reformismo liberal y la
criminalización del conflicto como vía de transformación social.

4. CONCLUSIONES GENERALES
Una de las principales innovaciones que aporta la responsabilidad de proteger es,
como se ha destacado a lo largo del texto, la transformación de la noción clásica de
soberanía. El hecho de ser considerada como el reconocimiento de derechos y
obligaciones de los Estados, entre ellos y respecto a sus ciudadanos, implica un
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avance considerable en materia de seguridad humana. Esta definición supone el
reconocimiento de que los conflictos intraestatales tienen un impacto sobre la
seguridad y la estabilidad internacionales y es necesario abordarlos como tales. En
este sentido, la responsabilidad de proteger se configura como una herramienta útil
para el objetivo que persigue.

Por otro lado, supone profundizar en la línea de pensamiento que reconoce la


necesidad de una convergencia entre las agendas de la seguridad y el desarrollo. Su
enfoque integral, en el tratamiento de los conflictos, requiere un esfuerzo en materias
como desarrollo, gobernabilidad o justicia para cumplir con sus objetivos. Esta idea,
siempre que no signifique abrir una puerta para legitimar la intervención innecesaria en
los asuntos internos de un Estado, puede contribuir a lograr una resolución duradera y
definitiva de los conflictos. Sin embargo, el temor que produce en aquellos países que
quieren evitar la imposición de modelos de desarrollo hegemónicos, inspirados en los
principios de la agenda neoliberal, no debe ser ignorado. La responsabilidad de
proteger es únicamente una herramienta; los objetivos que se plantee y la dirección
que tome dependen de los organismos que la empleen. Será necesario, si quieren
evitarse nuevos fracasos, que los mecanismos de toma de decisión en la esfera
internacional cuenten con mayor representatividad y legitimidad.

Finalmente, relacionado con lo anterior, el mayor desafío que plantea la


responsabilidad de proteger es conseguir que se configure como una herramienta útil
para aquellas poblaciones que la requieran. Esto no es sencillo de conseguir, sobre
todo si se tiene en cuenta que, en muchas ocasiones, las prioridades de los Estados
donantes de la ayuda y las de los receptores no son coincidentes. Algunos ejemplos
de estas situaciones pueden encontrase en las intervenciones humanitarias de la
década del noventa. Por otro lado, no debe obviarse la configuración de las relaciones
de poder en el sistema internacional, que son, en última instancia, las que determinan
las acciones que pueden y no pueden llevarse a cabo. En este contexto desigual no
debiera extrañar que pueda intentarse utilizar la responsabilidad de proteger, como
elemento legitimador de aspiraciones neoimperialistas. Como ejemplo, recientemente,
se ha invocado este principio para justificar los motivos que provocaron la invasión
ilegal de Iraq por EEUU, Gran Bretaña y sus aliados en 2003. Por lo tanto, apoyar
incondicionalmente la responsabilidad de proteger no deja de suponer riesgos para los
países, que puedan temer una intervención por motivos ajenos a los estrictamente
humanitarios. Habrá que analizar y valorar la evolución, en la teoría y en la práctica de

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la propuesta, para poder saber si prevalecerá su dimensión universalista de los
derechos humanos o su dimensión como facilitadora de injerencias neocoloniales.

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BIBLIOGRAFÍA
Chandler, David (2004) “The Responsibility to protect? Imposing the „Liberal Peace‟ en
International Peacekeeping, Vol. 11, pp. 59-81.
Duffield, Mark (2004) Las nuevas guerras en el mundo global. La convergencia entre
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pp. 33-43.
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Garrigues, Juan (2007) “La responsabilidad de proteger: De un principio ético a una
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Kaldor, Mary (2006) “Un nuevo enfoque sobre las guerras” en Papeles de Relaciones
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Secretario General NNUU (2005) Un concepto más amplio de libertad: desarrollo,
seguridad y derechos humanos, (A/59/2005), Nueva York. Disponible en
http://www.un.org/spanish/largefreedom/.

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Notas

1
Sobre este particular pueden consultarse: Peral, Luis (2005) “Las amenazas a la seguridad
humana y el problema de los medios de acción”, FRIDE Working Paper n°15, disponible en
http://www.fride.org; Grupo de Alto Nivel sobre las Amenazas, los Desafíos y el Cambio (2004)
“Un mundo más seguro. La responsabilidad que compartimos” disponible en
http://www.un.org/spanish/secureworld/, y la Resolución 1296 (2000) del Consejo de
Seguridad.
2
Para más información sobre la Seguridad Humana y sus interpretaciones: Núñez Villaverde,
J. et al. (2007) “Seguridad humana: recuperando un concepto necesario”, Madrid, IECAH;
Pérez de Armiño, K. (2007) “el concepto y uso de la seguridad humana: análisis crítico de sus
potencialidades y riesgos” en Revista CIDOB D‟Afers Internacionals, n°76, pp. 59-77, y Morillas
Bassedas, Pol (2007) “Génesis y evolución de la expresión de la seguridad humana” en
Revista CIDOB D‟Afers Internacionals, n°76, pp. 46-58.
3
Este procedimiento se utilizó para operaciones de Corea en 1950, Egipto en 1956 y Congo en
1960.
4
Como ocurrió en las intervenciones de Liberia y Sierra Leona en la década de los noventa.

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