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MITOLOGÍA Y MITOS DE LA HISPANIA

PRERROMANA III (recensionando a Marco García Quintela)

Los estudios de historia antigua peninsular tradicionalmente se hayan


insertos en una tradición empirista dedicada más que nada a una labor de recopilación de
materiales de estudio textuales y a la consiguiente confección de listados a los que se
habrían de remitir los investigadores sucesivos para ubicar experiencias pasadas . El
problema ha sido que esos estudiosos se han quedado ahí, sin hacer pasar a sus objetos
de estudio de carácter literario por el tamiz de un análisis crítico. Su esfuerzo nominalista
no ha sido combinado con otro de carácter más abstracto que procurase una teorización
previa sobre cómo se ha de afrontar estudio de las fuentes antiguas. El bosque es
diferente para un cazador, un guardabosques o para un hombre de ciudad; lo observado
y el observador configuran dos polos que dan forma a la percepción de una imagen que
hace asequible al segundo la aprehensión de la realidad (a la cual ese mismo proceso
retroalimentatorio se encarga de simplificar, pues de su exceso podría resultar un
anonadamiento terrible). Pero en las fuentes para la antigüedad no nos encontramos
simplemente con esas percepciones del observador sobre el “bosque” en estado puro,
sino que, además, estas han debido de ser moldeadas para ajustarse a una imagen
portadora de un saber que ha de fluir del autor clásico a su público.
Sucesivas imágenes así constituidas llegan a definir algo mayor, una colección de
creencias, actitudes y supuestos que implican a la persona como un todo, que tienen
alguna clase de coherencia y universalidad, y que se imponen con un poder mucho
mayor que el poder de los hechos y de las teorías estrechamente conectadas con los
hechos. En definitiva, se crea una imagen del mundo contra la cual será muy difícil
presentar cualquier tipo de evidencia que la contradiga.
Pues bien, la obra de Marco Virgilio García Quintela se enmarca en una postura de
reacción ante la historiografía española dominante en materia de historia antigua, que
desde la posguerra civil hasta ahora mismo (la serie documental “Memorias de España”
creo que es un ejemplo apabullante), ha mantenido su posición de fuerza basada en una
lectura cuasiacrítica de las fuentes, en la que la tradicional Quellenforschung se ha
mostrado insuficiente. Es decir, su poder no es otro que el de esa imagen del mundo
construida hace mucho, mucho tiempo entre políticos, militares, comerciantes e
intelectuales (o todo a la vez junto) que levantaron el edificio de una ideología imperial
de corte grecolatina profundamente etnocéntrica. Parece así que los intelectuales
contemporáneos en materia de historia antigua acumulasen errores, pues al propio
etnocentrismo, cuyo combate siempre ha de estar presente en cualquier tipo de reflexión
sobre el Otro, se le añade el propio de esos autores antiguos.
Es preciso entonces poner la cartas sobre la mesa y abordar cuestiones
epistemológicas “¿Cómo conocer a los bárbaros a través de la compleja trama de textos
moralmente condicionados que se refieren a ellos y que se elaboran, en muchos casos, desde
culturas ajenas cuando no enemigas?”(pag. 30). Algo se conseguirá en este empeño
elaborando lo que el autor llama “conocimiento excéntrico”, enfocando desde diversos
ángulos a esas sociedades en estudio, superando al la Quellenforshung con los “peros” que
contra ella pueda esgrimir la más moderna estética de la percepción.
Los bárbaros con los que tratamos no produjeron textos transmisores de sus propios
pensamientos, así que el único conocimiento que podamos tener sobre ellos será por
definición excéntrico. De esta manera, lo que en la antropología americana se denomina
perspectivas emics, bien sean éstas referidas a la vida mental o bien al flujo
comportamental (seguimos a M. Harris), están vedadas de nuestra labor de conocimiento
sobre los bárbaros, no así las explicaciones emics para los autores grecolatinos, que
podemos contrastar con otras explicaciones de corte etics para que de su confrontación
saquemos a la luz puntos de vista novedosos.
Marco Virgilio, sin explicitar el uso estas categorías de explicación antropológica,
nos proporciona un buen ejemplo de los positivos resultados de este tipo de
aproximaciones a las fuentes que tengan en cuenta estas dos perspectivas. Lo
encontramos en el capítulo 14, dedicado al “Caso Galba”: aquí el análisis emics nos dice
que Galba fue desmedidamente cruel por la masacre que realizó a una población lusitana
durante su propretura en Hispania, mientras que otros generales como T. Sempronio
Graco fueron benefactores de las comunidades a las que sometieron concediéndoles unas
tierras que rescatarían a esos indígenas de una situación de penuria económica. Así,
partiendo de este punto de vista, la historiografía tradicional diferencia entre
administradores romanos positivos o negativos. Pero acudiendo a explicaciones etics
Marco encuentra que tanto la concesión de tierras como el exterminio de los sometidos
forman parte –junto a la deportación/venta como esclavos- de la praxis romana a la hora
de tratar con poblaciones vencidas, y tanto las matanzas como la concesión de tierras
persiguen un mismo fin, el control político de esas comunidades recién conquistadas por
su fijación a unidades políticas territoriales fieles a Roma (unas se desmiembran y otras se
promocionan). Vemos, entonces, que el exceso cometido por Galba formaba parte del
programa de dominación romano, y no era algo exclusivo de él.
Así, contra este modo de afrontar el estudio de las fuentes, nace la serie Mitos y
Mitología de la Hispania Prerromana, de la cual aquí tenemos la tercera entrega, sin duda la
más explícitamente combativa de todas, en cuanto al tipo de historiografía desarrollada
por los fijadores de la comunis opinio en materia de historia de Hispania (Shulten, Caro
Baroja y Blázquez Martínez, sobre todo). En ella, como hemos visto, la utilización de
modelos antropológicos, sociológicos o psicológicos se plantea como una labor ineludible;
además del recurso a métodos comparatistas que amplían los horizontes historiográficos
y permiten afinar nuestro conocimiento sobre la ideología de esas sociedades , pues se
recurre a la comparación en contextos culturales más amplios en los que nuestro mayor
grado de conocimiento será de gran ayuda para la comprensión de estos casos de estudio
más particulares; bien sean estos contextos el pasado indoeuropeo común o bien el marco
de las religiones de la antigüedad clásica.
Una de estas vías a seguir dentro de este método tan interdisciplinario se ha visto
necesitada de una amplia defensa por parte del autor, dada la poca fortuna que ha tenido
en los ambientes académicos españoles: se trata del comparatismo indoeuropeo,
concretamente la rama cultivada por Dumèzil, en donde de los problemas filológicos se
salta a los contenidos ideológicos y sociales que vehiculan los textos estudiados.
Tal vía se ha querido cercenar por parte de una serie de autores productores de
discursos en diversos ámbitos; antropología, historia de las religiones e historia de la
historiografía, que bajo el “liderazgo” de A. Momigliano se han animado a verter sus
críticas sobre Dumèzil en base a unas motivaciones bastante oscuras, mezcla de desprecio
en lo ideológico y político, y de desprecio a nivel metodológico. Lo irracional del primer
tipo de desprecio se manifiesta en el análisis de Marco a la propia figura de Momigliano,
la cual presenta numerosos paralelismos biográficos con el propio Dumézil, lo que hace
sospechar que el primero haya utilizado al segundo como un alter ego/saco de boxeo en el
que descargar sus frustaciones. En cuanto al segundo tipo de desprecio podemos
sospechar dos fuentes diferentes; una más inocente y que correspondería a una falta de
entendimiento entre dos paradigmas diferentes (parece que Momigliano no entiende ni
palabra de los argumentos expuestos por Dumèzil), y otra mucho menos inocente en la
cual el sistema de investigación y escritura dumeziliano quieren ser abortados, al vérsele
como un competidor que pueda dejar traslucir las propias incapacidades de las
concepciones historiográficas dominantes.
Lo que siempre parece claro es que estos autores no entienden o parecen empeñados
en no entender; su posición alardea siempre de cientifismo, vemos como incluso el último
de ellos, Belier, realiza su ataque desde el un tanto desfasado racionalismo crítico
popperiano, que, además, es aplicado a un área de conocimiento no apropiada. B.
Lincoln, por su parte parece haber sido un seguidor un tanto obtuso de Dumèzil, pues si
bien este último venía rechazando desde la década de los sesenta la labor de
reconstrucción de los mitos indoeuropeos, el primero se dedica a tales menesteres
durante los setenta. En La Cortesana y los Señores de Colores, en un capítulo dedicado al
“ardor” y “rabia” en la Ilíada, tenemos una de esas correcciones que habitualmente
Dumèzil aplicaba a su obra o a los seguidores que hacían un mal uso de su sistema de
investigación, curiosamente aparece mencionado Bruce Lincoln, leemos:
“La segunda parte del esbozo 40 subrayó la necesidad de matizar en su definición y de limitar
en sus aplicaciones el furor guerrero, tal como lo describí sumariamente en Horace et les
Curiaces: la confrontación de hechos célticos y germánicos sigue siendo útil, pero es preciso
asimismo recalcar las diferencias. Por añadidura, una reciente publicación de B. Lincoln, “Homeric
lussa, Wolfish Rage”(aparecido en 1977), por un uso indebido de la etimología, ha introducido la
rabia homérica en su expediente.[…]”.
Así las cosas, parece indudable una cierta tendenciosidad en las críticas vertidas
contra la enorme y compleja obra dumeziliana. Y es mérito del autor el afán
rehabilitatorio de esta figura historiográfica, cuyos presupuestos pueden de ser de
enorme ayuda para superar la representaciones conformadoras de la comunis opinio sobre
las sociedades prerromanas hispánicas. Y lo fructífero de esta senda se deja traslucir en el
posterior análisis que Marco Virgilio realiza de diferentes relatos clásicos sobre Hispania,
que, evemerizados o no, contienen un fondo mítico que es preciso contextualizar. Las
bodas de Viriato, el río del Olvido o la descripción del territorio de celtíberos, vacceos y
lusitanos, resultan así ser fuentes de información útil para un acercamiento a unas
sociedades ágrafas fuertemente ideologizadas.
Así hemos asistido a una inventio de documentos. Una renovadora mirada a las
fuentes disponibles ha permitido extraer de ellas una información que antes permanecía
oculta. Lo cual es muchísimo si uno se dedica a hacer historiografía, además de muy
productivo, pues esa nueva mirada, libre de ataduras espaciales y temporales, parece
augurar un futuro fecundo en el que se esté saltando constantemente de lo general a lo
particular en beneficio de una mejora del conocimiento acerca de estos grupos humanos
ya desaparecidos.

Eduardo Velázquez Turnes

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