EL misterio
de la casa
encantada
David A. Adleri (Gran
Eric Shelton conducia un pe-
quefio coche de carreras en un
parque de atracciones. Se volvié y
grité a su amiga Cam Jansen:
—iVale ya! Deja de chocarte
conmigo.
Se agarré al volante con las dos
manos y apreté el pedal con sua-
vidad. El coche avanz6 despacio
hasta quedarse cerca del que es-
5taba delante. Luego, pisé ligera-
mente el pedal del freno. Su coche
se paro.
Eric cerré los ojos y apreté los
dientes. Sabia que Cam también
avanzaria. Estaba seguro de que
se chocaria contra él. Esperé, y
enseguida not6 que el coche de
Cam tocaba el suyo suavemente.
Se volvié y dijo:
—Eso esta mejor.
Avanz6 de nuevo con su coche
y par6. Se desabroché el cinturén.
de seguridad y salté a la platafor-
ma que habia al lado de la pista.
iCrash!
Cam se habia chocado contra la
parte trasera del coche de Eric. Se
baj6 y se encontré con Eric a la
salida.
—Ha estado genial —dijo Cam.
Eric comenté:
—Ha sido divertido, menos al
final. ¢Por qué no dejabas de cho-
carte conmigo?
—Mi pedal estaba suelto. De to-
das formas, los coches llevan esos
grandes parachoques porque se
supone que nos vamos a chocar.
Era una primaveral tarde de do-
mingo. Cam y Eric habfan ido al
parque con los tios de Cam: Katie
y George.
—Alli estan —dijo Cam. Senalé
a dos ancianos que estaban sen-
tados en un banco. Tia Katie ha-
blaba con una mujer que empu-
jaba un cochecito de nifios. Tio
George descansaba apoyado en su
bast6n. Tenia los ojos cerrados
y las piernas estiradas hacia de-
lante.
—No es un bebé monisimo?
—le dijo tia Katie a Cam.—Si, es muy mono —Cam miré
a su alrededor y pregunto—:
¢D6nde nos montamos ahora?
—iMira qué pelo! jMira qué ri-
zos tan pequenitos!
—Ya veo su pelo, tia Katie. Es
muy bonito —dijo Cam. Después
afiadié en voz baja—: Eric tiene
un hermanito que se llama Ho-
wie. Puedo verlo siempre que
quiera, pero ésta es la tinica opor-
tunidad que tengo de montarme
en las atracciones.
Tia Katie se levanto y asintio:
—Tienes razon. Te dije que nos
montarfamos en todo lo que pu-
diéramos, y lo haremos. ¢Ad6nde
vamos ahora?
Cam cerré los ojos y dijo:
—Click.”
—Qué hace? —pregunté la mu-
jer del cochecito.
8Eric explicé:
—Cam tiene una memoria fo-
tografica. Puede echar una mirada
a algo y recordarlo perfectamente.
Es como si tuviera una camara
mental y las fotografias estuvieran
almacenadas en su cabeza. Cada
vez que quiere recordar algo, dice
«click». Ese es el sonido que hace
su cémara mental.
Tia Katie continu6 con las ex-
plicaciones:
—Cuando Cam era un bebé, la
lamabamos Jennifer. Ese es su
verdadero nombre. Pero en cuan-
to descubrimos lo de su asombro-
sa memoria, empezamos a Ilamar-
Ja «La Camara». Pronto, «La Cé-
mara» se redujo a «Cam».
—Estoy recordando el dibujo
del plano que habia a la entrada
del parque —dijo Cam. Todavia
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tenia los ojos cerrados—. Si subi-
mos por la calle de la izquierda,
pasaremos por el paracaidas, el
tren y la casa encantada. A la de-
recha estan el tiovivo, los ponis y
la tienda de regalos.
—Asombroso —dijo la mujer
del cochecito.
—iCuidado! —grit6 Eric.
Cam abrié los ojos.
Dos chicos con patines se diri-
gian hacia ellos.
Cam se eché a la izquierda. Eric
y la mujer, a la derecha. Tia Katie
no sabia para donde tirar. Prime-
ro se echo a la derecha. Después
se eché a la izquierda.
iCrash!
Uno de los chicos no pudo pa-
rar y choco contra tia Katie.
—iAy, madre mia! —dijo ella al
caerse al suelo.
ibLos chicos intentaron ayudarla,
pero no podian. Cada vez que em-
pezaban a levantarla, rodaban y
se volvian a caer. Al final, Cam,
Eric y tio George consiguieron que
llegara al banco.
—iAy, madre mia! —repitié la
tia Katie al sentarse.
—Lo sentimos mucho —dijeron
los chicos. Después siguicron pa-
tinando calle abajo hacia el para-
caidas.
Tia Katie se sacudié la ropa. Tio
George la ayudé.
—Te has hecho dafio? —pre-
gunto Eric.
Ella sonrié y dijo:
—No, estoy bien. Vamos a la si-
guiente atraccion. Vamos a la
casa encantada.
—Ay, si —dijo Eric—. Me ape-
tece pasar miedo.
nDCam inflé los carrillos, levanto
los brazos, agité las manos y
grito:
—(Uuuh!
Tio George se puso las manos
en el coraz6n.
Tia Katie dijo:
—jAy, madre mia!
Eric comento:
—Sé6lo lo hacen para compla-
certe. La verdad es que no das
nada de miedo.
—Bueno, entonces, vamos a la
casa encantada —dijo tia Katie—.
Estoy segura de que alli si que pa-
saremos miedo.
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Caz Fric, tfa Katie y tio Geor-
ge subieron por la calle de la iz-
quierda.
—jBuaa! jBuaal!
—Ay, mira, alli hay un bebé
llorando —dijo Cam.
Ella y Eric se adelantaron rapi-
damente.
—2Por qué lloras? —pregunté
Cam a la pequefia.
—j(Buaa! jBuaa!~—
—Ha perdido su globo —dijo la
madre de la nifia—., Esta atrapado
en el arbol. Lo tenia atado al co-
checito, pero se ha soltado.
Cam propuso:
—Si me subo al banco, quizd
pueda alcanzarlo.
—Podrias caerte —dijo tia Ka-
tie—. Es mejor que aviséis a uno
de los vigilantes.
—Podriamos coger una escale-
ra —dijo Eric.
Tio George dio la vuelta a su
baston. Con el mango enganché
el hilo y bajo el globo. Se lo dio a
la nina.
—Muchas gracias —dijo la ma-
dre de la pequefa.
Tio George se coloco la gorra,
sonrié y camino hacia delante.
—No habla mucho, ¢verdad?
—pregunt6 Eric a Cam en voz baja.
16—Tio George dice que éste es
un mundo ruidoso, que la mayo-
ria de la gente habla mucho y de-
masiado alto.
—jAy, madre mia! —solt6 tia
Katie de nuevo.
Los chicos de antes venian pa-
tinando hacia ellos. Tia Katie y tio
George se apartaron rapidamente
hacia un lado de la calle y les de
jaron pasar.
—No les deberfan dejar correr
asi por aqui —dijo ella.
A la entrada de la casa encan-
tada habfa una larga cola.
Dejaron entrar a un grupo.
Cam, Eric y los otros avanzaron
hasta que estuvieron cerca de un
gran cartel. Cam ley6 en voz alta:
ATENCION: PROHIBIDA LA EN-
'TRADA A NINOS PEQUENOS Y ADUL-
TOS IMPRESIONABLES. DENTRO SE
18
PRODUCEN RUIDOS EXTRANOS Y
EFECTOS TERRORIFICOS. LA EMPRE-
SA NO SE HACE RESPONSABLE.
—Quiza seria mejor que fuéra-
mos al tiovivo —dijo tia Katie.
—No somos nifios pequefios
—dijo Eric—. Tenemos diez arios.
—Yo quiero entrar —dijo Cam
mientras se pasaba los dedos por
el pelo. Lo tenfa pelirrojo, aunque
quiz fuera mas naranja que rojo.
El pelo de Eric, en cambio, era de
color castafio oscuro.
Se abrié la puerta de salida.
Una nifia agarrada a la mano de
su madre salié sonriendo.
—Ha estado genial —dijo.
Salieron algunas personas mas.
Todas sonreian, hablaban y se
refan. De repente, aparecié una
19mujer con un vestido azul que
contrastaba con su pilido rostro.
—iQué miedo! —dijo—. No he
pasado mds miedo en toda mi
vida.
Cam, Eric y los otros la vieron
dirigirse hacia un banco y sen-
tarse.
—fsté horrorizada —dijo tia
Katie—. al vez seria mejor que
no entréramos.
La puerta de entrada volvid a
abrirse. El vigilante que estaba alli
dijo:
—Vamos. Avancen. Dentro hay
sitio para unos cuantos mas.
Cam, Eric y los otros se aproxi-
maron a la entrada.
—Venis juntos? —pregunté el
vigilante.
—Si —respondié Cam.
—Muy bien. Podéis entrar los
20.
cuatro. El resto tendré que’ es-
perar.
La puerta se cerré detras de
Cam, Eric, tia Katie y tio George.
Dentro estaba muy oscuro. Si-
guieron el recorrido indicado por
unas luces palidas de color mora-
do y pasaron por un cuadro con
ojos que se movian.
Una voz baja y grave dijo:
—Bienvenidos a mi casa.
—jAy, madre mia! —suspiré tia
Katie.
Colgados del techo habia esque-
letos de plastico que brillaban en
la oscuridad. Se ofa un sinfin de
ruidos terrorificos, que debian de
provenir de una grabadora.
Eric le dijo a Cam sin levantar
el tono de voz:
—Esto no da mucho miedo.
Una puerta se abrié con un chi-
21rrido y oyeron que alguien gri-
taba:
—iAy! jSocorro!
—Mas adelante si habra cosas
que den mds miedo —comenté
Cam en voz baja.
Eric se acercé mas a Cam y a
tio George.
Un gato negro de juguete, pero
que casi parecia de verdad, salt6é
desde una estanteria de libros.
Cay6 cerca de Cam y de Eric. En-
tonces, se par6. Estaba sujeto por
una cuerda.
—jAy, madre mia! —repiti6 tia
Katie.
—Yo no tengo miedo —dijo
Eric, y la agarro de la mano.
Entonces, algo vestido de negro
salt6 encima de tia Katie.
—iAy! iSocorro! —grit6 ella—.
iFuera de aqui!
22“ia Katie alcanz6 a tio George y
se agarr6 de su mano. Siguieron
las pequefias luces moradas pa-
sando junto a telarafias y muebles
que chirriaban. Una silla se desli-
26 por delante de ellos. Daba la
sensacion de que las paredes se
estaban cayendo.
Cam, Eric, tia Katie y tio George
caminaban cada vez mas deprisa.
25Se abrié una puerta. Ya esta-
ban fuera de la casa encantada.
—iAy, madre mia! —dijo tia
Katie—. He pasado miedo, pero
me ha gustado.
—A mi no me ha dado tanto
miedo —dijo Eric—, pero también
me ha gustado.
—iHabéis visto lo que me ha
pasado? —pregunté una mujer
que iba detras de ellos—. Algo ha
saltado justo encima de mi.
Abrié el bolso y sacé un cara-
melo.
—No, gracias —dijo Cam.
—Yo necesito algo, pero no ca-
ramelos —comenté tia Katie—.
Necesito una taza de té caliente.
Cam cerré los ojos y dijo:
—Click. Hay un puesto de re-
frescos justo al pasar la atraccién
26de los troncos —les informé. Lue-
go, abrié los ojos y afiadié—: Se-
guidme.
—Sera posible? —dijo tia Ka-
tie cuando llegaron al puesto de
refrescos—. Tenemos que hacer
cola hasta para comprar una be-
bida.
Tia Katie y tio George se pusie-
ron al final de la cola. Cam y Eric
aprovecharon para acercarse a la
atraccién de los troncos. Alli la
gente, sentada sobre troncos cor-
tados, se deslizaba hacia una gran
piscina.
—Parece divertido —comenté
Eric—. Quiza podremos montar-
nos después.
Luego, regresaron al puesto de
refrescos. Tia Katie y tio George
todavia estaban casi al final de la
cola.
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—Qué queréis comer? —pre-
gunté tia Katie—. Esta es la tinica
ocasion que vamos a tener de to-
mar algo. Me niego a hacer otra
cola.
Cam y Eric miraron la lista de
cosas que vendian.
—Me gustaria tomar un zumo
de naranja y galletitas saladas
—dijo Cam.
—2Y yo podria tomarme un cu-
curucho de vainilla, por favor?
—pregunt6 Eric.
—Humm —dijo tia Katie—. Té
de vainilla para mi, un cucurucho
de naranja para George, café y
galletitas saladas para Cam. ¢Y ta
qué querias, Eric?
—Yo quiero un cucurucho de
vainilla.
—Estoy hecha un lio —dijo tia
Katie—. ¢Por qué no esperdis has-
29ta que sea nuestro turno? Enton-
ces me podréis decir todos lo que
queréis.
La cola se movia despacio.
Cuando Ilegaron al mostrador, el
hombre que habia alli pregunto:
—