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Codicia Prohibida,
cercana ests, a un paso, hechicera.
Te ofreces con los ojos al que pasa,
al que te mira, madura, derramante,
al que pide tu cuerpo como una tumba.
Joven maligna, virgen,
encendida, cerrada,
te estoy viendo y amando,
tu sangre alborotada,
tu cabeza girando y ascendiendo,
tu cuerpo horizontal sobre las uvas y el humo.
Eres perfecta, deseada.
Te amo a ti y a tu madre cuando estis juntas.
Ella es hermosa todava y tiene
lo que t no sabes.
No s a quin prefiero
cuando te arregla el vestido
y te suelta para que busques el amor.
Casida de la tentadora.
Todos te desean pero ninguno te ama.
Nadie puede quererte, serpiente,
porque no tienes amor,
porque ests seca como la paja seca
y no das fruto.
Tienes el alma como la piel de los viejos.
Resgnate. No puedes hacer ms
sino encender las manos de los hombres
y seducirlos con las promesas de tu cuerpo.
Algrate. En esa profesin del deseo
nadie como t para simular inocencia
y para hechizar con tus ojos inmensos.
Doa Luz.
Llovers en el tiempo de lluvia,
hars calor en el verano,
hars fro en el atardecer.
Volvers a morir otras mil veces.
Florecers cuando todo florezca.
No eres nada, nadie, madre.
De nosotros quedar la misma huella,
la semilla del viento en el agua,
el esqueleto de las hojas en la tierra.
Sobre las rocas, el tatuaje de las sombras,
en el corazn de los rboles la palabra amor.
Dice Rubn.
Dice Rubn que quiere la eternidad, que pelea por esa memoria de los hombres
para un siglo, o dos, o veinte. Y yo pienso que esa eternidad no es ms que una
prolongacin, menguada y pobre, de nuestra existencia.
Hay que estar frente a un muro. Y hay que saber que entre nuestros puos que
golpean y el lugar del golpe, all est la eternidad.
Creer en la supervivencia del alma, o en la memoria de los hombres, es lo mismo
que creer en Dios, es lo mismo que cargar su tabla mucho antes del naufragio.
La luna.