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LA CASA DE SANDERS Y« fue como decidi presentarme como aspirante a cadete: en una oficina llené un formulario de papel amarillo, tratando de que me saliera buena letra. Esperé una semana, dos semanas, tres semanas, y me lamaron. : El jefe de los cadetes, el sefior Greve, me miré con severidad y me tendié un uniforme. —jA prucha! —me dijo, para que yo no diera por sentado que el trabajo era mio. No se habjan preocupado por buscar un uniforme de mi tamaio. Intenté protestar. —jA prueba! —me record6. el sefior Greve. ‘Todo me quedaba grande: los borceguies, duros y negros, acordonadas; los pantalones, Ja camisa gris. Inclusive el paiiuelo que debia atarme al cuello tenfa el tamano de una sibana. Una parte fundamental del uniforme era un tubo metilico con correas de cuero que debia ajustarme a la espalda, También tenfa que usar unos guantes gruesos de goma negra. 18, —2Para qué quiero guantes? —pregunté. EI sefior Greve no se digné a contestar me, pero uno de los cadetes, Nogueras, alto y Tubio, me respondié con tal ceremonia que me di cuenta de que me habia tomado a la ligera una cuestién de suma importancia: —Los cadetes marchamos tan ripido que las suelas de los borceguies generan electricidad estitica. Apenas tocamos algo de metal salta una chispa y se nos chamuscan Ios dedos. ‘Todo el uniforme tenia el aire un poco ridiculo de los exploradores, pero gracias a los guantes, los superabamos, Apenas sali de lasala de cadetes me saqué los guantes. Media hora mas terde, después de haber subido y bajado las escaleras, me decid a usar el ascen- sor. Apenas toqué el bot6n de Hamada la des- carga fue tan furerte que cai sentado. El ascensor se abrié y el ascensorista se qued6 mirando cémo me frotaba los dedos chamuscades. é —Los guantes, muchacho. Me puse los guantes de inmedi entonces no me los volvi a sacar. iato y desde Durante mas de un mes trabajé sin salir del edificio. Era un trabajo agotador, todo el dia subiendo y bajando las escaleras. Ademés mis pies bailaban dentro de los enormes borceguies. A pesar del cansancio 19 estaba contento: todos los dias vera trabajar a los dibujantes y a los letristas. Estos eran unos treintay estaban siempre mucho mas angustia- dos que los dibujantes. Vivian pendientes de los rumores; esperaban ansiosos que alguno de los dibujantes se jubilara o se fuera a vi a una isla o sufriera algdn accidente que le impidiera el uso de la mano, para poder asi ocupar su lugar. Conoci también a los guionistas y escri- tores, que ocupaban el octavo piso. Habia unos cincuenta escritorios, cada uno con st maquina de escribir, de donde salian todas aquellas historias de amor, de terror, del Oeste, y las vidas de los Héroes de la Vida Real (préceres, inventores, cientificos). Los guionistas y escritores tenian siempre los dedos manchados de tinta o de grasa, por que siempre estaban hurgando en el corazén secreto de las maquinas. La primera ver. que visité el octavo piso uno de los escritores me pregunté: —2Material de Sanders? Yo ni siquiera sabia quién ‘era Sanders. El escritor parecié muy decepcionado. Desde entonces, siempre que entraba me recibian con la misma pregunta: —zMaterial de Sanders? Pero yo venia a buscar guiones para los dibujantes 0 a traer mensajes de los dibujantes 18, —;Para qué quiero guantes? —pregunté. El sefior Greve no se digné a contestar me, pero uno de los cadetes, Nogueras, alto y rubio, me respondié con tal ceremonia que me di cuenta de que me habfa tomado a la igera una cuestién de suma importancia: —Los cacletes marchamos tan ripido que las suelas de los borceguies generan electricidad estatica. Apenas tocamos algo de metal salta una chispa y se nos chamuscan los dedos. Todo el uniforme tenia el aire un poco iiculo de ‘os exploradores, pero gracias a los guantes, los superabamos. Apenas sali de la sala de cadetes me saqué los guantes. Media hora mas tarde, después de haber subido y bajado las escaleras, me decid a usar el ascen- sor. Apenas toqué el botén de llamada la des- carga fue tan fuerte que caf sentado. El ascensor se abrié y el ascensorista se quedé mirando cémo me frotaba los dedos chamuscados. : —Los geantes, muchacho. Me puse los guantes de inmediato y desde entonces no me los volvi a sacar. Durante mas de un mes trabajé sin salir del edificio. Era un trabajo agotador, todo el dia subiendo y bajando las escaleras. Ademas mis pies bailaban dentro de los enormes borceguies. A pesar del cansancio 19 estaba contento: todos los dias veia trabajar a los dibujantes y a los letristas. Estos eran unos treintay estaban siempre mucho mds angustia- dos que los dibujantes. Vivian pendientes de los rumores; esperaban ansiosos que alguno de los ntes se jubilara o se fuera a vivir a una isla o sufricra algiin accidente que le impidiera el uso de la mano, para poder asi ocupar su lugar; Conoci también a los guionistas y escri- tores, que ocupaban el octavo piso. Habia unos cincuenta escritorios, cada uno con su maquina de escribir, de donde salian todas aquellas historias de amor, de terror, del Oeste, y las vidas de los Héroes de la Vida Real (préceres, inventores, cientificos). Los guionistas y escritores tenian siempre los dedos manchados de tinta o de grasa, por que siempre estaban hurgando en el corazén secreto dle las maquinas. La primera vex que visité el octavo piso uno de los escritores me pregunt6: —;Material de Sanders: Yo ni siquiera sabia quién era Sanders. El escritor parecié muy decepcionado. Desde entonces, siempre que entraba me recibian con la misma pregunta: —¢Material de Sanders? Pero yo venfa a buscar guiones para los dibyjantes o a traer mensajes de los dibujantes 20 (preguntas sobre algo que no habian entendi- do) 0 de los letristas, que habian encontrado una contradiccién en las historias. Cuando les decfa que no trafa nada de Sanders, que ni siquiera conocfa a Sanders, se quejaban como chicos. — cémo voy a seguir? O sino, sefialando el gran calendario que habia en la pared: —jlenge que entregar la historia pasado mafana! ¢Cémo quiere que haga? Yo no tenia ningtin consuelo para estas quejas. Un dia Greve, el jefe de cadetes, me llamé y me dijo, como de costumbre: —iA prueba! Pero luego agregé: p —A prueba estuviste hasta ahora. Hoy te voy a encargar un trabajo de la Mayor Responsabilidad. (Dibujata con el indice las letras en el aire para que yo supiera que se trataba de maytisculas) —Vas a ir a buscar materiales a I> casa de Sanders. — Entonces me entregé un sobre grande, que conteniz, imaginé, varias hojas de papel, y me explicé cémo llegar a la casa de Sanders. El tal Sanders vivia cerca de la estacion del ferrocartil: el barrio habia conservado las 21 casas bajas y las calles empedradas. La casa de Sanders, tan vieja como las otras, tenia los postigos cerrados. El timbre —una pieza de bronce- colgaba de un cable, Preferi golpear Ia puerta, para evitar el peligro de quedar elec- trocutado. Lo hice una, dos, tres veces, hasta que una vor me pregunté quién era: —Un cadete de la Editorial Libra. —2Uno nuevo? Val otro qué le pas6? go interceptaron? —No sé. La puerta se abrié unos centimetros. Entregué el sobre; a cambio recibi una caja de cartén atada con cordel amarillo, —iHsta ahi todavia? —pregunté la vor—. Mis tiempo tarda, mas rapido lo interceptan. Almarcharme me di cuenta de que en nin- gtin momento habia visto la cara de Sanders. Caminé a paso vivo. La caja, tan liviana, pare- cfa vacia. ToDo LO QUE VIENE DESPUES D=: entonces, dos 0 tres veces por sema na me enviaban a la casa de Sanders. —2Quién iba antes de mi? —pregunté a Greve, mi jefe. —Maldani —me contesté de mal modo—. | Esti de vacaciones. ¢Por qué me lo pregunta? —Por nada. Me acordaba de Maldani, bajito, medio colorado, Lo habia visto dos o tres veces. Después, nunca mas, El ascensorista, como vefa subit y bajar a | : todo el mundo, estaba al tanto de todo. El me | | novedades sobre Maldai —iQué va a estar de vacaciones! Tiene parte de accidentado. Parece que se cay6 por unas escaleras cuando cruzaba el puente del | ferrocarril. Unos moretonés, nada més. Yo debia pasar por ese puente siempre que iba a casa de Sanders. Era un puente de hierro y siempre estaba desierto See eae) 24 ‘A vveces les cajas que me entregaba Sanders eran livianas, y otras, pesadas, como si hubiera ladrillos en sw interior, Cuando Hegaban las cajas al piso donde trabajaban los escritores, estos me arrancaban el tesoro de las manos sin decir ni gracias. Con la cara iluminada por la curiosidad, se asomaban a su interior. Una vez me animé a acerearme para ver qué era lo que causaba tanta ansiedad. Esperaba encontrar un falisman, un objeto magico que justificara aquellas miradas extasiadas: lo que vi fue wna patilla vieja. Cada vez que visitaba el séptimo piso, para buscar dibujos que enrollaba y pona en el tubo de metal que cargaba a la espalda, me detenia a hablar con Lauren: cuando le pregunté por Sanders, me respondié: —Sanders es un buscador de finales. Qué es eso? —Que él mismo te lo explique. Es facil definir un triangulo. O una maquina de coser. Mas dificil ¢s definir el color amarillo, 0 la Tu- via, 0. a.un buscador de finales. —No creo que quiera hablar conmigo. Es un viejo amargado que ni siquiera me abre fa puerta, Todavia no le he visto la cara. Laurens suspir6. —Los guionistas y los escritores de novelas siempre se aban cuando Iega el momento 25 de escribir el final de la historia. Y cuando vacilan, todo parece vacilar: los cowboys dis- paran sin ganas, los amantes se besan de puro compromiso, los monstruos, cansados, dejan de asustar. De eso se ocupa Sanders. Lee la his- toria y guiado por un sexto sentido encuentra un objeto que le permite al guionista terminar la historia. —2Todo eso solo para un final? —Es que el final lo es todo. 2No viste el cartel? Esta en la sala de Escritores, al fondo. Lo puso Jacobo Libra, el duejio de la editorial, para que nadie olvide la importancia de los finales, Apenas terminé de ‘hablar con Laurenz subi por la escalera hasta el octavo piso. cierto: ahi estaba el cartel. Sra sol que entraba por las ventanas habia destenido las palabras hasta convertirlas casi en un mensaje secreto. Yi 'INAL, AMIGO, LO VES? ES LO QUE VIENE DESP HABA UNA VEZ. Fue durante mi quinto 0 sexto envio cuan- do la curiosidad me vencié y empecé a mirar lo que habia dentro de las cajas. No era dific desatar el nudo de piolin amarillo y luego vol- ver a atarlo tal como estaba. Aquellos objetos no parecian tener ningtin sentido. Encontré: 26 -Una pluma de paloma. -Un reloj de bolsillo. -Una pigina de diccionario, -Un boleto de tren (en esa época cran de cartén). —Un paraguas roto. —Un grillo muerto. Entonces pensé: FE facil la vida, seiior Sanders se gana jINTERCEPTADO! L: viajes hasta la casa de Sanders se hicie- ron costumbre, Siempre lo mismo: la mano que se asomaba para recibir el sobre (huesuda, con algo de garra) y Inego la caja de cartén atada con corde! amarillo. Nunca un saludo o un comentario amable. Yo lefa siempre los guiones de historietas y las novelas inconclusas que le enviaban a Sanders, y luego estudiaba con mucha aten- cién los objetos enviados por el viejo. Habia aprendido que no habfa una relacién directa enttre los objetos y las historigs, ni siquiera entre los objetos y los finales que estés inspiraban. Sanders actuaba de un modo muy indirecto. Recuerdo por ejemplo una historia en que Cormack, detective de lo sobrenatural, investiga os ataques que sufren reconocidos especialistas en botanica. El Doctor Caletra recibe de regalo un ejemplar de la planta Pictorica Aquinea, cuyo olor narcético lo desmaya y casi lo mata, Una hiedra de crecimiento rapido acaba con la vida del gato de Melchor Rancagua. El doctor 28 Janer aparece envenenado por la espina de una rosa. Cormack investiga y descubre que aiios atrés los tres cientificos habian colabo- rado en Ia tarea de echar de la Universidad al Doctor Zack, especialista en plantas vene- nosas. Hace aios que Zack no sale de su casa, hace afios que nadie lo ha visto; Cormack va a ‘sitarlo, pero Zack no lo recibe. Entonces, de noche, Cormack trepa la alta pared que rodea la casa y salta dentro del jardin prohibido Aqui se interrumpia la historia. Yo imaginaba que Sanders iba a enviar al guionista una muestra del mundo vegetal: una rama con espinas, la hoja de una planta cargada de leyendas (como la mandragora © el muérdago) alguna planta que pusiera en peligro a Cormack (una planta venenosa 0 camnivora). Sanders, en cambio, habia enviado un puiiado de sal. Ese puiiado de sal gruesa no tenia ninguna relaci6n con las plantas, ni con la historia, ni con Cormack, y sin embargo le habia indicado al guionista el final que contaré a continuacién: Cormack salta la pared que separa el jar din de Zack del mundo. En lo alto del muro hay vidrios rotos pegados con cemento y el héroe, a pesar de sus guantes, se hace un corte en la mano, Cormack se prepara para saltat sobre lo que, imagina, es un jardin poblado de plantas exéticas y peligrosas, pero cuando 29 pone los pies en tierra... no hay jardin. Es tie- rra seca, arenosa, estéril, Ni un yuyo crece en el jardin de Zack Avanza hacia la casa y entonces algo -algo que se parece a Zack~ salta a su encuentro La silueta del atacante es humana, pero en su cuerpo se retinen cientos de plantas prodigio- sas: hay hojas afiladas en su mano derecha, y en Ia izquierda espinas. Cormack comprende que Zack es el jardin, La masa vegetal se abalanza contra Cormack, que no puede contra la fuerza sy las raices, Cuando esta a punto de abandonarse, la herida de su mano empieza a sangrar en abundancia, y esa sangre debilita a su enemigo. Cormack comprende que su san- gre es veneno para Zack. El detective se debilita a medida que la sangre mana, pero asf puede vencer a Zack. Mientras el ser se envenena, las plantas se separan unas de otras, y el enemigo pierde su forma hasta desintegrarse. Guantdo el combate termina, es apenas un montén de tallos cortados y flores marchitas. @Pero por qué el guionista habia escrito todo eso a partir de la sal? Le pregunté a mi madre, que sabia mucho de plantas. —Porqne la sal arruina la tierra. Si se echa sal sobre un campo, no crece nada. —Cuando el guionista abrié la caja y encontré la sal, supo que no debia haber nin- giin jardin en el terreno de Zack. gEs asi? 30 —Si. Y si el jardin no estaba alli, ¢dénde estaba entonces? Empezaba a entender el método de Sanders. Una tarde pas6 lo que tenia que pasar: fui interceptado. Cruzaba el parque, hacia mucho frio y los juegos estaban vacios. Las hamacas se movian Ievemente, empujadas por el viento, y chirriaban sus cadenas oxidadas. Yo caminaba distrafdo, sin prestar atencin, cuando senti el empuj6n. Frené la caida con las manos. Quedé aturdido; cuando miré a mi alrededor vi que alguien se perdfa entre los arboles. Me habian robado la caja. EL FONDO DE LOS CAJONES ‘uando iba después de las seis ala casa de Sanders, no estaba obligado a pasar luego por la editorial, sino que entregaba la caja al dia siguiente. Asi que regresé a casa con una resolucién: iba a esconder el robo. Si decia que habia sido interceptado, me cam- biarian de destino, y volveria a subir y bajar escaleras sin salir de la editorial. Cada vez me parecia mas lejano el puesto de dibujante de historietas. Saludé a mi madre, que estaba en la cocina, me encerré en mi cuarto y me puse a pensar qué hacer, Ya no tenia la caja y debfa reemplazarla de algiin modo. Revolvi os cajones de la casa, Henos de esas cosas imitiles que se multiplican sin fin (frascos de remedios, nueces intactas de alguna navidad, dados solitarios y relojes muertos), pero no me decian nada sobre el arte de contar his- torias; mas bien contagiaban una impresion de insignificancia (yo no era todavia un buscador de finales, no sabia cémo hacerlas hablar). 82 : En la historieta inconclusa -la historieta del final robado-, el cowboy Montana se hos- pedaba en un hotel de una ciudad que visitaba por primera yez, pero la noticia corria y sus enemigos rodeaban el edificio. Sabian que si alguno de ellos lo mataba, pasaria a formar parte de la leyenda, Montana miraba por la ventana el lento despliegue de sus enemigos. Calculaba sus posibilidades, y la cuenta le daba cero. El cowboy no tenia salida, Yo mpoco. EL PALACIO DE Los BOTONES M padre se habia ido de casa muchos aiios atris y desde entonces mi madre no supo nada de él. Yo casi no lo recordaba; a partir de algunas fotografias me habia inven- tado recuerdos: ita al zool6gico, un partido de futbol lida de pesca en la que sacbamos un pez gigantesco, que luego regresibamos al mar. Con el paso del tiempo esos recuerdos se Henaban de mis detalles, pero yo sabia que cuanto mas perfectos eran, ms inventados. Mi madre mantenia la casa con el sueldo que cobraba en El Palacio de los Botones. Era la mas antigua casa de botones de la ciudad; techos altos, un enorme mostrador de madera lustrada, en forma de U, donde atendian el sefior Carey, hijo del duciio original, la setio- ra Haydée y mi madre. Ella trabajaba desde hacia diez aftos en El Palacio de los Boton pero como el sefior Carey habia nacido ally la sefiora Haydée llevaba medio siglo en el nego- cio, a mi madre la consideraban “la nueva” 34 —Me sorprende que, a pesar de que es tan nuevz en el oficio, haya encontrado la caja de los botones perlados nimero 5 —decia el sefior Carey con aprobacién. ‘También para la senora Haydée era una recién lezada: —Cuidado con las cajas del fondo: a la gente nucva siempre se le caen encima. Ni el seftor Carey ni la sefiora Haydée habian teaido hijos, asi que solo tenian a mi madre para cuidar y reganar, De vez en cuando yo visitaba El Palacio. Me parecfa el lugar mas aburrido del mundo. —eCuindo vendrés a trabajar aqui, joven- cito? Nunca es demasiado temprano_ para empezar. El trabajo de vendedor de botones ¢s de los més dificiles del mundo, Hay que memorizar formas y colores de mas de veinti- cinco mil Lotones. En eso de la dificultad, el seftor Carey no se equivocaba. Las cajas trepaban hasta el techo, pero lo que estaba a la vista de los clientes no era todo lo que habia: los botones continuaban en el depésito, detris de una cortina azul. Los clientes, en general mujeres, entraban con el botén en la mano, buscando dos, tres, cuatro que fueran iguales, y mi madre, después de estudiar el botén, trepaba a una escalera de madera para alcanzar la caja adecuada. Si mi madre no teconocia la pieza, lo que ocurria 35 y de tanto en tanto, se Ja pasabaa la seftora ydée, que mordia el botén ligeramente y luego partia en su busca, Pero el gran oon to Megaba cuando tampoco la seviora Haydée reconocfa el botén, y se lo pasaba al sefior Carey. Esto ocurria solo dos o tres veces por aii, y entonces en el negocio, hiahitualments lleno de sefioras que parloteaban, se pee oa grave silencio. Carey miraba, las eare ol aa fe bot6n y luego partia hacia el fondo. Al regre sar, parecia derrotado, pero er Solo un poco de teatro; como un mago, mostraba de oe en su palma abierta, los botone’ idénticos, tesoro hallado. Todos aplaudian- Aveces el sefior Carey regalabaa mi madre piezas raras; entonces mi madre cambiaba los botones comunes y corrientes de mis a y abrigos por anclas plateadas, botones laques dos, discos que brillaban en la ner . protestaba porque no queria Hamar la aten: cidn, pero mi madre me interretmpia —Los botones son el tinico Injo que nos odemos dar : Después de que me interceptaran fui a E] Palacio de los Botones para tratat de dar con algo que pudiera Hevar de part de puders Le expliqué al seiior Carey el problema, y me indicé que fuera al fondo, donde i guar: daban, en grandes cajas de madera, botones sueltos, piezas tinicas, 36 —Ese es el 1c6n de nuestras rarezas. Los botones para los que ya no existen abrigos en cl mundo. Hundi las manos entr las piezas y revolvi bien hasta dar con uno dorado, chato, que me gust6, También busqué hasta dar con una caja parecida a las que enviaba Sanders, y puse en ella el botén. Esperaba que en la editorial no in la diferencia. Y de hecho, en los dias siguientes, nadie me reclamé, ni me regaiié, Dos semanas después aparecié la revista con Ia historia completa. Cuando Montana esta ya desesperado y a punto de escribir su testamento ~algo bastante 1, porque sélo tiene para legar sus pistolas ysu caballo- entra un botones a la habitaci6n. A pesar de su cargo, es un hombre entrado en afios, con la espalda encorvada de tanto subir y bajar valijas. Montana le dice que ha caido en una trampa, y le seal através de la ventana, a los hombres que lo acechan con sus ponde: usted cl que ha cafdo en ella, sino los otros. Usamos este hotel para atraer a los malhechores. Invitamos de tanto en tanto, con alguna excu sa, a un pistolero legendario, como usted, © a un gran jugador de poker, para que los delincuentes de la zona vengan a robarle 0 a matarlo, Entonces sacamos nuestras armas: 37 el cantinero, el pianista, yo, Lucy, que es la chica que canta en el bar, algunos hombres del pueblo. Montana no puede creer en la historia, hasta que oye los primeros tiros. Los que rodeaban el hotel caen como moscas. El vigjo botones, que habfa salido a la calle armado con un fusil, entra en la casa, malheridg, Montana se arrodilla ante él, Antes dem el viejo botones le dice: —Igual, ya estaba cansado de subir y bajar el equipaje. Yo me maravillaba de que nada bubiera salido mal: de que nadie se-hubiera enterado de la sustitucién de la caja robada. La siguien- te vez que me tocé ir a la casa de Sanders, Jo hice sin miedo, Pensaba que él no tendria modo de averiguar que yo habia puesto oro objeto en lugar del suyo. La puerta se entreabrid, como siempre, ro cuando le tendi el sobre, nadie lo toms. — {Seftor Sanders? ¢Esta usted alli? Alargué el brazo para ver si Sanden se decidia a tomarlo, Cuando ya habia pasady el codo, senti que una mano de pajaro me afe- rraba la muiieca y me tiraba hacia adentro, SANDERS E- alto y huesudo. Era viejo. Nada raro que su mano me hubiera parecido una garra: todo él tenfa algo de pajaro. Vestia un traje ajado, una corbata negra, deshilachada. Me confesaria después que compraba su ropa en el Ejército de Salvacién: —Prefiero la ropa usada. Asi no tengo que andar. sacando etiquetas ni alfileres. ?No sé cuanto ganaba como buscador de finales, pero en el yestuario no se iba su fortuna, —aDénde las tiene? —pregunté. —2Dénde tengo qué? —Las cosas. —No son cosas. Son finales. Si se tratara de poner cualquier cosa en una caja, lo prime- ro que uno encuentra en uno de esos cuartos yaltillos apestosos donde las familias vulgares guardan sus recuerdos para tenerlos ahi ence- rrados y no recordarlos nunca mas, entonces cualquiera podria hacer el trabajo. Hasta un nifio estipido. 40 Me hizo sentar frente a una mesa en la que habia una botella de vino, un vaso y un mazo de cartas, El mazo, en realidad, esta- ba formado por cartas de mazos distintos. Empez6 un solitario que, para mi, no tenia mucho sentido. —Lef el final de Montana. El hotel tram- pa. No era mi final. Habia una distancia. —La imaginacién de los guionistas es imprevisible. Golpeé la mesa con furia. Las cartas saltaron. —iLo tinico imprevisible es su descar ngafiarme a mi, a Sanders, al buscador de finales! Sin mentiras: digame qué pasé. —Fui interceptado. —2 ro lo confes6? —Tenia miedo de terminar como cadete interno. De piso en piso. A mi me gusta salir, n serio le gusta salir, ir por la calle, ver la cara de la gente, venir aca? —Me gusta ir a cualquier parte. aqui. Se quedé unos segundos cavilando. —2 entonces? ¢Qué puso en la caja? Describf el botén dorado, brillante, puli- do. Un espejo redondo. Sanders se sirvi6 un vaso de vino. —Our9s lo intentaron antes, pero les sali6 mal. Los guionistas se-dieron cuenta. Pero esta ver. ellos no lo notaron, lo que significa que usted tiene algo de intuicién. No la suficiente: hay que pulirla, trabajarla. Mientras tanto, lo pondré a prueba. —iA prucha! —grité, imitando involunta- riamente al jefe de cadetes. Me miré con extrafieza. Siempre da esos gritos, asf de repent Escuche bien: no me va a venir mal un asis- tente. No es que esté viejo, pero... Venga el jueves. —2A la tarde? —A la noche. Los finales siempre se bus- can de noche. OFICINA DE Opietos PerDIDos M madre me desperté al dia siguiente icon el uniforme ya remendado. Lo dejé, lavado y planchado, sobre la silla de mi cuarto. Antes de salir dijo la frase temible: —Ademas, tuve que cambiarle los botones. Decidé levamtarme dé una ver, para saber a qué iba a tener que enfrentarme: los ante- riores botones, sobrios y grises, habian sido reemplazados por soles dorados. —Mamé, no puedo ir al trabajo con cso: Mi madre me interrumpié: no acostum- braba a discutir sus decisiones sobre botones: —Hablando de trabajo, el seftor Carey te ofrece un empleo en el depésito, Para poner orden en ese lio. —Vamos, mama. No existe en el mundo: un sitio mas ordenado que el depésito del sefior Carey. — Pero el otro dia aparecié un botén de camisa en la caja de los botones forrados! Al seiior Carey casi le da un ataque al coraz6n. —No puedo, mama. Ya tengo un trabajo. 44 —Pero ese trabajo te obliga a estar en | calle, El frio, Ia Iuvia, los automéviles —Me gusta n Ademds el sefior Sanders me ha pedido que me convierta en su asistente. —Eso est muy bien. Suena mejor asisten- te que cadete. Todoslos dias eran agotadores: primero el colegio, luego la editorial y subir y bajar esea- eras con guiones, con fotos, con colecciones de revistat viejas. Llegué a la casa de Sanders con la esperanza de que el viejo cancelara su invitacién, Pero apenas golpeé el buscador salié con un manojo de Ilaves. —Nos vamos. —2A donde —A buscar un final. Dos finales en reali- dad; uno para una historia de amor, otro para un naufragio. —Pensé que encontrai en su casa. —2En mi casa? ;Cémo voy a tener finales en mi casi? Yo habia abierto las cajas y no habia encon- trado nunca nada que no pudiera encontrarse en cualquier casa. —Pensé que sacaba las cosas del fondo de los cajones —Las cosas no se pueden sacar de cualy quier parte. mos los finales 45 Caminamos por una avenida. El e prote- gia de la Hluvia con su gran paragtias negro; yo me mojaba. Habremos caminado unas doce cuadras. La Hluvia no cedia, Llegamos a un edifcio gris, pintado con paciencia por los aiios y qf hollin, En Jo alto colgaba una bandera destej ida, En una deslucida placa de bronce, lef: Ojcina de Objetos Perdidos. Sanders ya habia sacado de su byjsillo un manojo de llaves y estaba abriendo a _puer ta, Senti el frio de los lugares deshgbitados. Encendié la luz y los tubos fuorescentes empezaron a zumbar ¢ iluminaron Jo que parecia un gran depésito. Los estantes we- paban hasta el techo. También habia Targas mmesas de madera. En los estantes hapga toda clase de Cosas: paraguas, zapatos, maJetines, libros, méscaras de carnaval, méquinas foto- graficas. Todo era viejo. — Qué es esto? —pregunté Aqui se reunian todas las coss que se perdian en Ia ciudad. En los asientos del tren, ‘en las butacas de los cines, en los bantgs de las plazas: todo lo que no tenfa duefio venig a parar aqui. Cuando uno dejaba olvidado un tpxo en el vyag6n de Un tren, venia acd a ver si espa. —Pero ya no se usa mas. —No. Al final terminaron por perrar la Oficina. Desde entonces es toda para mi, 46 Sanders miraba a su alrededor como si se tratara de un palacio, y no de un edificio deprimente y helado—. Hace un cuarto de siglo que yengo a buscar mis finales. Porque solo sirven como finales las cosas perdidas, cosas que llegan por casualidad Mientras yo recorria la planta, Sanders haefa su trebajo. No caia en trance ni se dejaba arrebatar por espiritus; se limitaba a pasear entre las mesas y los estantes como si mirara aquellas cosas por primera vez, Para la historia de amor eligié un disco de pasta que parecia muy rayado; para la otra historia -EI nauyfragio del Capitéin Corti- cligié una oxidada lata de té. —Ripido —lo clogié. —Siempre trabajo ripido—me respondié con su habitual mal modo—. El frio se siente en los huesos. Y en verano el sol pega sobre el techo de ciac y esto se convierte en un horno. Ademds hay murciélagos. caminamos juntos un par de cuadras en silencio y luego nos despedimos Los NUMEROS ESPECIALES partir de entonces, Sanders empe76 a ermitirme que de vez en cuando lo acompaiiara. Seguia trabajando en Ia edito- rial, pero alguna noche, luego del trabajo, iba con él a la Oficina de Objetos Perdidos. —En vez de mirar‘lo que hago deberia buscar armas para defenderse de los int ceptadores. —No veo ningtin arma —dije. Pensaba en rifles de aire comprimido, honderas, arcos y flechas, Tomé u —Es lo que m Objetos Perdidos dle todo pequeiia transformacién qu paragnas automatico. en las Oficinas de mundo. Con una fan ‘convertidos en armas Sanders buscé una pinza y se pus bajar en. Luego hizo una demostracién, Oprimié el botén y la parte superior del paraguas pas6 volando sobre mi cabeza. Prometf que Hevz iempre un para- guas asi conmigo. No cump! > a trae 48, Llegé cl invierno y Sanders se enfer- m6, justo en el momento en que el material se acumulaba. Fn los meses de frio las ven- tas subjan bruscamente, porque abundaba la gripe, muchos estudiantes iban a parar a la cama, y los padres les compraban revistas para que no molestaran. Cuando subfan ventas el director de la revista se reunia con sus colaboradores y alguien levantaba la mano y decia: —Hora de hacer un niimero especial. Y hacian un niimero especial de ochenta Paginas, Cebido al cual los guionistas y los dibujantes y los cadetes y el sefior Sanders debjamos trabajar horas extras. Sanders estaba con fiebre, en cama, y me dijo: —Creo que deberd ir solo a la Ofici Y fui solo, en medio de la noche. Los gos me sobresaltaban, rias que me tocaba concltir los objetos que me parecieron adecua- dos: una vieja guia de la ciudad, uma taza de porcelana, un guante negro. Los niimeros especiales salieron en Ia fecha prevista y Sanders me [elicité. No fue una felicitacién comtin, pero yo lo tomé como si lo fuera. Miré las re y dijo: —Bien. ‘ 49 No hubo ninguna otra ceremonia, pero yo sabia que habia sido aceptado como busca- dor de finales. PACIENCIA jue yo supiera, Sanders no se vefa con nadie de la editorial (ni del mundo), pero de algtin modo se comunicaba con el sefior Libra, el duefio, porque yo noté que me empe- zaban a tratar mejor. Ya no me encargaban otros trabajos, solo las visitas a lt casa de Sanders. A veces el viejo me hacia advertencias misteriosas. —No hable de las biisquedas en Ia edito- rial. Hay muchos informantes pagados por la Agencia. —:Qué agencia? —Agencia Ultimas Ideas. Mis rivales. De dénde piensa usted que salen los intercep- tadores? De la Agencia misma. Ellos se han ido apoderando de todo. Buscan finales para todas las otras editoriales, para las peliculas. Serian duejios de todos los finales si no fuera por la Editorial Libra, que sigue confiando en mi. El dueito, Jacobo Libra, era mi compaiie- ro de banco en Ia escuela primaria, y ya en ese entonces yo le buscaba los finales para sus redacciones y sus cartas de amor, 52 —zUsted s6lo busca finales para la edi- 1? —No, también para Salerno, el escrit Marcos Salerno, imagino que lo conocer. Una vez por aio paso por su oficina, me entrega el manuscrito y le entrego su final. Hemos hecho asf por aiios. Pero hace ya un tiempo que no escribe nada. Ahora que ayudaba a Sanders, el trabajo se hacia mas rapido, y de pronto me encon- traba con dos o tres dias en los que no se necesitaba ningtin final. Uno de esos dias, el jefe de cadetes me hizo un encargo fue de mi recorrido habitual: debia Hevar una encomienda a una direcci6n en el centro. El encargo me alarm6, porque me habja creido fuera del circuito de los cadetes. Era uno de 808 viejos edificios de oficinas con una gale- ria en la planta baja que cruzaba la manzana. Habia mucha gente esperando el ascensor -funcionaba solo uno- asi que subi por Jas escaleras hasta el tercer piso. Con asombro descubri un cartel con el dibujo de una lam- parita y el nombre de Ia empresa: Agencia Ultimas Ideas. Empujé la puerta de vidrio. Cuando dije de la Editorial Libra la secretaria me hizo pasar a una oficina. Sentada frente a un escritorio habia una mujer que levaba un alto peinado fijado con spray. Su escritorio estaba to Teno de planillas y de vasos de papel con res- tos de café. En un cartelito estaba su nombre: PAcIENCIA BONET DIREGTORA GENERAL, —Pase, sefior Brum. —:C6mo sabe mi nombre? Tomé la caja que yo trafa y la tiré por la ventana sin ver qué habia dentro. —No ponga esa cara. Les pedi que pusie- ran cualquier cosa en el paquete. La cuestién era que usted viniera hacia aqui. —Pero la gente de la calle —Las posibilidades de que uno le acierte en la cabeza a alguien son remotas. Créame: tiro cosas todos los dias. A veces hasta me des- hago de muebles a través del sencillo tramite de tirarlos por la ventana, Me tendié la mano. Yo me saqué los guantes, porque sabia que era de mala educa- ci6n dar un apretén de manos enguantado. Entonces senti la peor descarga eléctrica de mi vida. Ella, que no habia sentido nada, se rio con ganas —Siempre tuve carga negativa. Y en exce- so. Mi marido, una vez, justo cuando estaba subido a una altisima escalera, tuvo la mala idea de pedirme que le aleanzara una lamparita. No se habia puesto guantes para hacer el trabajo Be yme roz6 la mano. Ay... antes de que mi mar do se viniera abajo, la lamparita se encendié en mi mano, ;Puede creerlo? AY su marido? —A pesar de mi juventud soy viuda, seiior Brum, Nos sentamos, mientras me frotaba la mano chamuscada, —Vamos al punto. Quiero que trabaje para mi. —Ya tengo trabajo. —En la editorial cobra muy poco. Y Sanders no le esta pagando nada. —Estoy aprendiendo. —El método Sanders no sirve de nada. No es cientifico. Yo confiaba en que el viejo aguantara un par de meses mas y luego renunciara. Pero ahora que lo tiene a usted... es como si hubiera recuperado las fuerzas. — Por qué le preocupa tanto Sanders? El apenas trabaja con la Editorial Libra... —Y con Salerno, no se olvide. Es el escri- tor mas famoso de la ciudad, y le sigue encar- gando los finales a Sanders. De qué sirve nuestro prestigio, nuestro método cientifico, si mo tenemos a Salerno? Y no hay modo de convencerlo: los viejos son muy apegados a lo que ya conocen, no quieren saber nada de experiencias nuevas... Venga conmigo. Abrié una puerta y me encontré con lo que parecia la redaccién de un periédico. Separadas por mamparas, encerradas en cubfeulos, habfa decenas de personas trabajando. Escribian a maquina, hacfan cuentas, consultaban mapas, guias de la ciudad, planillas, hablaban por teléfonos negros. Algunos hacian las cuentas con los dedos, otros usaban calculadoras 0 Abacos. —Se supone que buscan finales.

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