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Cuando el último de sus camaradas en las Guerras de la Independencia murió, el r

ecuerdo de María Remedios, se perdió, salvo para unos pocos historiadores.


Es verdad, que ella no esperaría otra cosa, cuando sus contemporáneos habían sid
o tan ingratos.
Concluidos sus servicios, no se la considero digna de entrar a la historia a esa
negra testaruda, temeraria, que se jugaba el pellejo con alegría si de defender
sus ideales se trataba.

Es que la historiografía argentina no fue pródiga a la hora de reconocer a las m


ujeres que ayudaron a construir la patria, salvo que se tratara de damas aristoc
ráticas. María Remedios, por el contrario, era pobre, pero tan imbuida por las i
deas de mayo, que al mes del pronunciamiento, ya se había apuntado en el Ejércit
o del Norte al que arrastró a hijos y marido.

Combatió en las batallas de Desaguadero, Tucumán, Salta, Vilcapugio y en Ayohuma


donde fue herida de bala y cayó prisionera de los realistas. Presa y enferma or
ganizó la fuga de varios oficiales patriotas, pero fue descubierta y castigada.

Por nueve días la azotaron públicamente. Remedios no se rindió, huyó para contin
uar combatiendo.

Cuando terminó la guerra tenía grado de Capitana y estaba sola en el mundo, todo
s los suyos habían muerto en las acciones.

Cuenta Carlos Ibarguren, que años después de la Independencia, una anciana encor
vada, desdentada, frecuentaba los atrios de San Francisco, Santo Domingo y San I
gnacio. Se la veía también en la Plaza de la Victoria ofreciendo pastelitos o to
rtas fritas, o en ocasiones mendigando por el amor de Dios.

Llegaba de lejos, de la zona donde comenzaban las quintas, por donde tenía un ra
ncho; para asegurarse las sobras de los conventos de las que se alimentaba.

Sin saber porqué, la llamaban “la capitana” y cuando la anciana mostraba sus bra
zos zurcidos por cicatrices, y contaba que las había recibido en la guerra por l
a Independencia los que la oían sentían compasión por su senectud y locura.

Así trascurrían inviernos y veranos, hasta que cierto día el general Viamonte, q
ue había sido compañero de armas de Remedios, topó con la anciana.

- Pero si es “la capitana”, “la madre de la Patria”, la misma que nos acompañó a
l Alto Perú- Se dijo.

La mendiga le contó cuantas veces había golpeado a su puerta en busca de socorro


y, como en cada ocasión la habían espantado por pordiosera.

Viamonte, como diputado, solicitó para ella, en septiembre del 27, una pensión p
or sus servicios en la guerra emancipadora.
El 11 de octubre la Comisión de Peticiones dijo haber “examinado la solicitud de
doña María Remedios del Valle por los importantes servicios rendidos a la Patri
a, pues no tiene absolutamente de que subsistir”. Consideraban la justicia del r
eclamo pero tenían temas más importantes que atender.

En julio de 1828, Viamonte consiguió que la legislatura volviera a tratar la pet


ición. Algunos diputados objetaron. Entonces tomó la palabra:
“Yo conocí a esta mujer en el Alto Perú y la conozco aquí; ella pide ahora limos
na… Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al Ejército de la Pa
tria desde el año 1810, no hay acción en la que no se haya encontrado en el Perú
. Era conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el ejérci
to. Ella es bien digna de ser atendida porque presenta su cuerpo lleno de herida
s de balas y lleno además de cicatrices de azotes recibidos de los españoles ene
migos, y no se la debe dejar pedir limosna como lo hace”
Movido por las palabras de Viamonte, el diputado Silveyra exclamó: “Esta infeliz
es una heroína, y si no fuera por su condición de humilde, se habría hecho céle
bre en todo el mundo”

Pese a los alegatos, la diputación se enfrascó en una discusión bizantina: la pe


nsión debía pagarla La Nación o la Provincia?

Indignado, Tomás de Anchorena intervino:


“Yo me hallaba de secretario del general Belgrano cuando esta mujer estaba en el
ejército, y no había acción en la que ella pudiera tomar parte que no la tomase
, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valient
e; era la admiración del General, de los oficiales y de todos cuantos acompañaba
n al ejército. Ella en medio de ese valor tenía una virtud a toda prueba y prese
ntaré un hecho que la manifiesta: El General Belgrano, creo que ha sido el gener
al más riguroso, no permitió que siguiese ninguna mujer al ejercito; y esta Marí
a Remedios del Valle era la única que tenía facultad para seguirlo”….” Ella era
el paño de lágrimas, sin el menor interés de jefes y oficiales. Yo los he oído a
todos a voz pública, hacer elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad
con que cuidaba a los hombres en la desgracia y miseria en que quedaban después
de una acción de guerra: sin piernas unos, y otros sin brazos, sin tener auxilio
s ni recursos para remediar sus dolencias. De esta clase era esta mujer. Sino me
engaño el General Belgrano le dio el título de Capitán del Ejército. No tengo p
resente si fue en el Tucumán o en Salta, que después de esa sangrienta acción en
que entre muertos y heridos quedaron 700 hombres sobre el campo, oí al mismo Be
lgrano ponderar la oficiosidad y el esmero de esta mujer en asistir a todos los
heridos que ella podía socorrer… Una mujer tan singular como esta entre nosotros
debe ser el objeto de la admiración de cada ciudadano, y a donde quiera que vay
a debía ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a una general; porque
véase cuanto se realza el mérito de esta mujer en su misma clase respecto a otr
a superior, porque precisamente esta misma calidad es la que más la recomienda”

La sala conmovida le concedió el sueldo correspondiente al grado de Capitán de I


nfantería.

Remedios jamás cobró su pensión, ya que el ejecutivo sepultó el expediente.


“Entre tanto se donaba al gobernador Dorrego la suma de cien mil pesos en señal
de gratitud por los importantes y distinguidos servicios que acababa de prestar
a la República (la paz con el Brasil), donativo que fue aceptado por el gobernad
or, como prueba de la generosidad con que el gran pueblo de Buenos Aires está si
empre dispuesto a recompensar aún los más pequeños servicios de sus hijos.”

María Remedios murió en 1847 en la indigencia y el olvido.

Cuando el presidente del Consejo de Educación, Dr. Octavio Pico, leyó el artícul
o de Ibarguren, se sintió tan conmovido, dió a una calle el nombre de la invenci
ble guerrera.
© Ana M. di Cesare

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