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Por nueve días la azotaron públicamente. Remedios no se rindió, huyó para contin
uar combatiendo.
Cuando terminó la guerra tenía grado de Capitana y estaba sola en el mundo, todo
s los suyos habían muerto en las acciones.
Cuenta Carlos Ibarguren, que años después de la Independencia, una anciana encor
vada, desdentada, frecuentaba los atrios de San Francisco, Santo Domingo y San I
gnacio. Se la veía también en la Plaza de la Victoria ofreciendo pastelitos o to
rtas fritas, o en ocasiones mendigando por el amor de Dios.
Llegaba de lejos, de la zona donde comenzaban las quintas, por donde tenía un ra
ncho; para asegurarse las sobras de los conventos de las que se alimentaba.
Sin saber porqué, la llamaban “la capitana” y cuando la anciana mostraba sus bra
zos zurcidos por cicatrices, y contaba que las había recibido en la guerra por l
a Independencia los que la oían sentían compasión por su senectud y locura.
Así trascurrían inviernos y veranos, hasta que cierto día el general Viamonte, q
ue había sido compañero de armas de Remedios, topó con la anciana.
- Pero si es “la capitana”, “la madre de la Patria”, la misma que nos acompañó a
l Alto Perú- Se dijo.
Viamonte, como diputado, solicitó para ella, en septiembre del 27, una pensión p
or sus servicios en la guerra emancipadora.
El 11 de octubre la Comisión de Peticiones dijo haber “examinado la solicitud de
doña María Remedios del Valle por los importantes servicios rendidos a la Patri
a, pues no tiene absolutamente de que subsistir”. Consideraban la justicia del r
eclamo pero tenían temas más importantes que atender.
Cuando el presidente del Consejo de Educación, Dr. Octavio Pico, leyó el artícul
o de Ibarguren, se sintió tan conmovido, dió a una calle el nombre de la invenci
ble guerrera.
© Ana M. di Cesare