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Ludovic de Besse capuchino LA CIENCIA DE LA ORACION Traduccion selectiva por Juan Antonio Sdenz Lopez, Vicario Episcopal de Vida Consagrada APOSTOLADO MARIANO ecaredo, 44 41003 - SEVILLA Con licencia eclesiastica ISBN: 84-7693-236-7 Depésito Legal: B- 43.686-92 Printed in Spain APSSA, ROCA UMBERT, 26 U'HOSPITALET DE LL. (Barcelona) Capitulo 1 DEFINICION DE LA ORACION El medio infalible para orar mal es conce- bir una idea demasiado baja de la oracion. Se pretende, con ayuda de la oracién, forzar al Creador a hacerse un humilde servidor de su criatura. Si observamos la respuesta del Sefior a los Apostoles, cuando le preguntan respecto de la oracién, notamos que la oracién es propia- mente el ejercicio de las tres virtudes teologa- les: fe, esperanza y caridad. En efecto, ha redu- cido todo al Pater que comienza por estas peti- ciones: «Santificado sea tu nombre: venga a nosotros tu reino, hdgase tu voluntad en la tie- rra como en el cielo». La oracion es, por tanto, primeramente un ejercicio de fe. A continuacién es ejercicio de esperanza santa y de pura caridad. Decimos: iVenga a 3 nosotros tu reino! No se trata de un reino tem- poral. Dios posee esencialmente ese reino so- bre las criaturas materiales. En ese aspecto todo es ya perfecto. El sol y los astros en el cie- lo; el aire, el agua, el fuego, las plantas y los animales de la tierra han observado siempre y observaran hasta el fin de los tiempos las leyes del Creador. En cuanto a los hombres, en pri- mer lugar se da el gobierno temporal. Pero Dios no quiere ejercerlo directamente aqui abajo. Jesucristo respondio a Pilato (Jn. 18,36): «Mi reino no es de este mundo». éAsi, pues, cual es el reino de Dios, cuya venida hemos de desear y pedir? Es un reino espiritual, sobre nuestros corazones, fruto de la confianza y del amor. Decir a Dios: «Venga a nosotros tu reino», equivale a decir: Dilatad mi corazon mediante el sentimiento de vuestra bondad y llenadlo de confianza filial hacia Ti; hacedme apreciar en su valor los beneficios con que me colmais... y la gratitud desbordard de mi alma. Dignaos re- velar vuestra belleza y perfecciones infinitas... y pondré mis complacencias en Ti, amandote sobre todas las criaturas. Si, establece en mi tu reino mediante la esperanza y la caridad. Sed el sefior de mis sentimientos. Desde esta segunda peticion, hay que de- sear sinceramente el establecimiento de su rei- no en nuestro corazon. Y no se podria tener 4 este deseo, si no se creyera en la posibilidad de este reino. Hay que creer no solo en su posibi- lidad, sino que hay que esperarlo con certeza. Esta peticion es, pues, un acto de la virtud de la esperanza. Por otra parte, seria temerario el esperar todo de la bondad de Dios. Conviene unir a nuestra esperanza la resolucién de hacer lo que depende de nosotros para el estableci- miento de ese Reino. Asi, Nuestro Sefior nos hace afiadir inmediatamente: «Hdgase tu vo- luntad como los angeles la llevan a cabo en el cielo». Lo cual es un acto de amor, de pura ca- ridad. Dios pasa a ser asi el Sefior de todas nuestras acciones, tras haber llegado a ser el Sefior de nuestra inteligencia y de nuestros sentimientos. Cuando en el Carmelo se pidid a Santa Te- resa que les ensefiara a hacer oraci6én, la Santa respondio escribiendo un tratado delicioso, un modelo de direccién espiritual, EL CAMINO DE PERFECCION. Todo en ese libro desem- boca en la explicacién del PATER. Se ora en el cauce de las peticiones colocadas por Nues- tro Sefior en la Oracidn dominical. No se ora o se reza mal, si se presentan a Dios peticiones no vinculadas a las del PATER. Por tanto, toda oracién debe vivirse en fe, esperanza y ca- ridad. Solamente asi puede llegar a ser una oracion perfecta. Termino este apartado con una definicién de oracién, debida al Doctor Angélico. La en- contramos en San Alfonso Maria de Ligorio, con los comentarios correspondientes. Ese pe- quefio libro de San Alfonso se titula: SOBRE EL GRAN MEDIO DE LA ORACION. «El Apéstol, dice él, escribia a Timoteo: Ante todo recomiendo que se hagan ‘‘plega- rias”, “oraciones”, “‘suplicas” y “‘acciones de gracias” (1 Tim. 2,1). »El doctor angélico, Santo Tomas, explica este texto (2.4 2ae Sent. p. 83, art. 17), diciendo que /a oracién es una elevacion del alma hacia Dios para obtener alguna gracia. Cuando tiene por objeto cosas determinadas, la oracién se llama propiamente peticidén; cuando las cosas no son determinadas, por ejemplo, cuando de- cimos: ‘Dios mio, ven en mi auxilio;Deum, in adjutorium meum intende’’; es una oracién- suplicacién. La plegaria-obsecracién es una instancia piadosa para obtener la gracia que se desea, como cuando decimos: Por tu Cruz y tu Pasion, libranos, sefior. Finalmente, la accion de gracias lo es por los beneficios recibidos, mediante la cual, dice Santo Tomas, merece- mos recibir otros beneficios mayores: Gratias agentes meremur accipere potiora». Limitémonos a estas definiciones y conti- nuamos nuestro estudio. Capitulo 2 NECESIDAD DE LA ORACION Hay un medio para llegar a la dicha eterna, es cumplir el primero y mayor de los manda- mientos: «Amards al Sefior tu Dios con todo tu corazon, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espiritu» (Lc. 10,27). Ahora bien, este mandamiento se lleva a cabo en la oracion y por la oracién. Para amar a alguien, hay que conocerlo, tratarlo... Orad a Dios y asi os acercaréis a El. San Pablo ensefiaba a los sabios del Aréopago: «Aunque Dios no esté lejos de nosotros, pues- to que tenemos en El la vida, el movimiento y el ser, sin embargo debemos buscarlo con la esperanza de tocarlo o al menos encontrarlo» (Hech, 17,27-28). No podemos ver a Dios en este mundo; pero El hace sentir su presencia a los cora- zones rectos que lo invocan con respeto, con- fianza y amor. Al mandarnos amarle y adorar- le, se ha comprometido a escucharnos y aten- dernos. La oracién es necesaria para adquirir la amistad con Dios, si se ha perdido la gracia bautismal, cayendo en el pecado mortal. Si se ha conservado esta gracia, la oracién es nece- saria para cultivar, fortificar y desarrollar 7 nuestra intimidad con Dios, mediante un ejer- cicio frecuente de las virtudes teologales. Finalmente es necesaria para triunfar de las tentaciones que nos conducen al mal y que proceden de nuestra naturaleza corrompida, de la malicia del demonio o los escdndalos del mundo. Abandonados a nosotros solos, somos demasiado débiles para resistir a ello. Necesi- tamos la ayuda de Dios y, para obtenerla, hay que pedirla. «Sed perfectos, como vuestro Padre celes- tial es perfecto» (Mt. 5,48), ha dicho Jesucris- to. El medio de agradar a Dios es tender a esta perfeccién por amor a El. Se logra, cuando, mediante oraciones asiduas y fervorosas, se procura la ayuda de su gracia con abundancia. El que ama a Dios sinceramente esta segu- ro de vencer a sus enemigos, acudiendo a la oracion. Si cayera, la oracidén seria su tabla de salvacion. Le permitiria levantarse e incluso sacar bien del mal, aprovechando su caida para ser mas humilde, mas prudente, mas unido a Dios por la confianza, por el amor y por un deseo ardiente de reparar sus faltas en el ejerci- cio de las buenas obras y de la penitencia. Recordemos algunas sentencias del Sefior: «Es necesario orar siempre, sin desfallecer» (Le. 18,1). «Vigilad y orad para no caer en la tentacién» (Mt. 26,41). «Pedid y recibiréis» (In. 16,24). 8 San Agustin ha dicho «Dios quiere darnos sus gracias; pero se las da al que las pide» (So- bre el Salmo 102). Y afiade: «Como nuestro cuerpo se nutre de alimentos, el hombre inte- rior (es decir el hombre moral, virtuoso) se nu- tre de sus oraciones». San Juan Criséstomo emplea el mismo len- guaje (De Orat. D., 1.1.). Seguin San Alfonso M. de Ligorio, se trata aqui de una necesidad no de precepto que ad- mite excepciones en caso de ignorancia, impo- sibilidad, etc., sino de una necesidad de medio. Si despreciais el orar, no iréis nunca al Parai- so. San Alfonso M. de Ligorio concluye en es- tos términos: «Todos los bienaventurados, ex- cepto los nifios, se han salvado por la oracion. Todos los condenados se han perdido por no haber orado. Su mayor desesperanza en el in- fierno es y sera siempre el haber podido salvar- se con tanta facilidad, pidiendo a Dios las gra- cias necesarias, y no poder hacerlo ya». Por tanto, hay que elegir: o bien os acercais a Dios, orando; asi os haréis su amigo; os enri- queceréis en virtudes y méritos, en proporcién al fervor de vuestras oraciones e iréis con toda seguridad al cielo, a gozar de la dicha eterna. O bien, rechazais el orar, y permaneceréis lejos de Dios. Pero estar lejos de Dios, es en la tie- tra, una miseria moral grande, aunque se la 9 cubra de bellas apariencias; y vivir lejos de Dios tras la muerte, es el infierno. Capitulo 3 LA ORACION ES UNA GRACIA Hay diferentes clases de gracias. La primera gracia actual concedida a las almas por el Es- piritu Santo es la gracia de la oracién. Es El quien nos hace orar. San Pablo lo ensefia ex- plicitamente: «No sabemos pedir como convie- ne; pero el Espiritu mismo intercede por noso- tros con gemidos inefables» (Rom. 8,26). Y afiade: «Habéis recibido un espiritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: iAbba, Pa- dre!» (Rom. 8,15). Por una bondad infinita, esta gracia de la oracion se concede a todos los hombres sin ex- cepcion y no se les retira jamas. Esta a su dis- posicion hasta su ultimo aliento. Cuando se ha echado a Dios del corazén por el pecado mor- tal «El esta a la puerta y llama» (Ap. 3,20). Provoca en los pecadores el arrepentimiento mediante el temor y la esperanza del perdon. Bastaria a los pecadores entrar en ellos mismos y escuchar la voz de su conciencia para captar esas exhortaciones del espiritu Santo. A veces, 10 Dios afiade a las solicitaciones interiores de su gracia llamadas exteriores, empleando diversos medios que deben forzar la atencién de las al- mas y hacerlas orar. «La Sabiduria clama por las calles, por las plazas alza su voz... ¢Hasta cuando, insensatos, amaréis el mal que os hara desgraciados? Aceptad mis correcciones y con- vertios. Voy a derramar mi Espiritu sobre vo- sotros. Os llamo y no queréis escucharme» (Prov. 1,20-24). San Alfonso M. de Ligorio termina su li- bro: «Sobre el gran medio de la oracién», de- mostrando largamente esta verdad, que llena todo un capitulo titulado: «Dios da a todos los hombres la gracia de orar, si quieren. Para orar basta la gracia suficiente que es comun a to- dos». Este capitulo esta dividido en tres gran- des apartados. El primero aporta el testimonio de los principales tedlogos que ensefian esta doctrina. El segundo cita la autoridad de la Sa- grada Escritura, del Concilio de Trento y de varios Santos Padres. El tercero contiene razo- namientos teoldgicos. En esta demostracién aparece que incluso los mayores criminales tienen gracias suficien- tes para obrar su salvacién. En verdad, esta gracia suficiente no basta para hacerles triun- far directamente sobre sus pecados; pero basta y es eficaz, si quieren, para hacerlos capaces de orar y disponerse a otros actos buenos y faci- 11 les, como seria el hacer una lectura piadosa. por este medio, obtendrian una gracia mas fuerte, con la que cumplirian los deberes mas dificiles. «Segiin este principio —dice San Alfonso-, los pecadores que pretenden no tener fuerza en absoluto para vencer sus tentaciones, no tienen ninguna excusa; pues, si oraran, como pueden hacerlo con la gracia ordinaria dada a todos, obtendrian la fuerza que les falta y se salvarian (Ib. 11.4 parte, cap. IV, 53). San Francisco de Sales ensefia la misma doctrina, al hablar de la perseverancia final: «El don de la oracién y la devocién es genero- samente concedido a todos los que, con buen corazon, quieren consentir a las inspiraciones celestiales. Por tanto, esté en nuestra mano el perseverar» (Tratado del amor de Dios, lib. 3, cap. 1). La liberalidad divina irrumpe especialmen- te en su facilidad en dar a las almas el don de oracion. El Espiritu Santo es paciente con los pecadores que le rechazan. Se mantiene sin ce- sar junto a ellos para ayudarles a orar. El profeta Zacarias lo habia anunciado: «Extenderé sobre la casa de David y los habi- tantes de Jerusalén, un espiritu de gracia y de oracion. Entonces se volveran hacia mi, al que han atravesado, y me contemplardn con amor» (Zac. 12,10). Era la prediccién del milagro de 12 Pentecostés. Este milagro se renueva en todas las almas, cuando se entregan al espiritu de oracién. Capitulo 4 COMO AUMENTA EN LAS ALMAS LA GRACIA DE LA ORACION Tenemos un medio para tocar el corazon de Dios y sacar a manos llenas el tesoro de sus gracias. Es hacer lo contrario del fariseo; es orar, no queriendo hacer valer nuestros méri- tos, sino confesando nuestra indignidad e invo- cando la misericordia infinita del Senior. El hombre profundamente humilde encan- ta a Dios por su honradez. Cuanto mas se aba- ja, mas gana su confianza. La humildad de corazon sera incompleta si no se traduce sin cesar en peticiones dirigidas a Dios con una confianza firme y en amor filial. Ensefidndonos a orar. Nuestro Sefior ha queri- do que nuestra primera palabra fuera, diciendo a Dios: Padre nuestro, Pater noster. El medio infalible de atraer sobre nosotros gracias abundantes, es ir a Dios con un cora- zon humilde y confiado. Cuando hayamos comprendido bien estas 13 verdades, tendremos en el coraz6n el deseo de adquirir la humildad y la confianza. Este de- seo, Si es sincero, se traducird en peticiones fer- vientes y no nos faltara el solicitar con insis- tencia el don de oracién. Lo obtendremos cier- tamente, y llegaremos poco a poco a la unién con Dios, mediante una oracion continua. Capitulo 5 LA GRACIA DE LA ORACION NO SE COMUNICA A LAS ALMAS DEL MISMO MODO Los autores espirituales enumeran tres cla- ses de oraciones ordinarias completamente di- ferentes. A saber: la oracién discursiva Ilama- da comunmente meditacion, la oracién afecti- va y la oracién de fe o contemplacién oscura. En los tres casos, hay influjo de la gracia. El Espiritu Santo estd alli y atrae al alma hacia Si y la hace orar; pero emplea procedimientos que varian con las diversas oraciones. Durante la meditacién, el Espiritu Santo ejercita su influencia sobre nuestras facultades intelectuales. Despierta en la memoria recuer- dos piadosos. Los hace vivos y los embellece mediante el trabajo de la imaginacion. Nos lle- 14 va a profundizar en las verdades religiosas me- diante el razonamiento. Ademas, se sirve de nuestras reflexiones para tocar nuestro cora- zon. Suscita santos deseos, adecuados a los pensamientos que nos ha dado, y asi concluye nuestra oracién. Los deseos se transforman en peticiones. Adoramos, amamos, damos gra- cias, etc. Asi es la oracion discursiva. En la oracion afectiva, el Espiritu Santo de- tiene en la inteligencia la necesidad de razonar y deja alli solamente una luz sencilla que actiia directamente sobre las facultades sensibles. hace nacer asi en el alma sentimientos muy vi- vos de temor de sus juicios, de dolor de nues- tros pecados, de esperanza en su misericordia, de amor, de confianza filial y de reconocimien- to. A veces, la emocion, extremadamente pro- funda, se traduce en suspiros, gemidos y lagri- mas abundantes. Todo ello desaparece en la oracion de fe o de recogimiento espiritual. El Espiritu Santo entonces no da nada a las facultades intelec- tuales, ni a la sensibilidad. Y como, sin el au- xilio de su gracia, esas facultades son incapaces de producir actos sobrenaturales, permanecen, de algun modo paralizadas y en la impotencia de ayudar al alma para la oracidn. No se tiene en la cabeza ningun buen pensamiento. El es- piritu se encuentra en el vacio y las tinieblas. El corazén de carne no sirve para nada. Esta 15 completamente seco, Frecuentemente se expe- rimenta desagrado y aburrimiento. Pero al - mismo tiempo, se necesita a Dios; se le busca con angustia, la voluntad esta atraida por una fuerza dulce y suave. Evidentemente una atraccién de este tipo es obra del Espiritu Santo, que esta alli como en las dos oraciones precedentes. Se nota su accion de modo extrafio al que el alma no es- taba acostumbrada. En lugar de pasar por las facultades intelectuales y sensibles para llegar a la voluntad, acttia directamente sobre ella. En efecto, en el lugar de las ideas particulares, pone sencillamente en el espiritu la fe en su presencia, fe oscura que lleva a creer que Dios esta alli sin dejarse ver. El coraz6n de carne no esta emocionado; pero el corazon espiritual que es la voluntad siente muy bien la presencia divina. Tiene la certeza de ello y, si quiere prestarse a esta accion del Espiritu Santo, ex- perimenta inmediatamente una paz profunda. Tiene una gran facilidad para amar a Dios y adorarlo, mirdndolo en silencio en medio de las tinieblas interiores. Hablando de estas tres clases de oracion, los autores espirituales dicen que responden a tres estados del alma. la meditacion es la ora- cién de la vida purgativa, durante la cual el alma se purifica de sus pecados y se corrige de sus defectos. La oracion afectiva corresponde a 16 la vida iluminativa. Es un tiempo durante el cual el alma se ilumina mediante la adquisi- cién cada vez mas completa de la Sabiduria di- vina y mediante la practica de las virtudes. La oracién de fe seria la de las almas santas que viven habitualmente en la presencia de Dios y estan unidas con Dios en ardiente amor. Esta correlacion es exacta. Pero lleva consi- go muchas excepciones. El P. José du Trem- blay lo observa justamente. Seguin él, no existe una linea divisoria infranqueable entre la vida purgativa, la iluminativa y la unitiva, ni entre las oraciones correspondientes. No se practica estas vidas ni estas oraciones sucesivamente, en épocas diferentes, tras un cierto periodo de afios. Frecuentemente se las practica todas a la vez, casi al mismo tiempo, segun la accion de la gracia. Solamente, que segun el estado en que uno se encuentra, se da mas tiempo a la oracién que le corresponde especialmente. Asi se medita mas en la vida purgativa y menos en la vida unitiva (Método de oracién 11, cap. 13. El P. José du Tramblay, capuchino, fund6 la Orden de las Calvarienses y publicd tratados misticos de mucho valor). A veces, en el ferrocarril, se colocan trenes considerablemente largos entre dos locomoto- ras, una a la cabeza y otra en la cola. Es preci- so regular con armonia y acuerdo perfectos la direccion y la velocidad de esas maquinas. Si 17 estas maquinas tiran en sentido inverso, su fuerza se neutraliza y el tren no se mueve, a menos que las cadenas se rompan, separando el tren en dos, de suerte que cada una de las partes siga a su locomotora. Por el contrario, si las dos maquinas marchan una contra otra, el tren acabara rompiéndose. Ese es el estado de ciertas almas, Ilenas de ardor para ir a Dios, pero que no saben discer- nir las inspiraciones de la gracia y se resisten al Espiritu Santo. Esas almas se obstinan, por ejemplo en ascender a la perfeccion, entregan- dose a las practicas exteriores de penitencia, cuando Dios las solicita para buscar la perfec- cidén en el desprecio de ellas mismas y en su abajamiento interior en la presencia de Dios. Esas almas se esfuerza por experimentar una devocion sensible, discurren lo indecible por tener pensamientos hermosos;... pero el Espiri- tu Santo las lleva al silencio interior y a la paz del abandono filial, en la oscuridad de la fe y en la sequedad del corazon. Esas almas se ven asi torturadas. No llegan a ningun sitio y a ve- ces caen en un profundo desanimo. Todo cambiaria como por encanto si hu- bieran estudiado la ciencia de la oracién. De verdad, esas almas nos dan mucha pena y para ellas escribimos este librito. 18 Capitulo 6 SOBRE LA ORACION DE MEDITACION En primer lugar, hay que tener ideas justas sobre este tema y no confundir la meditacién con la oracion, ni creer que ambas son de igual necesidad. Meditar es reflexionar. Ahi se da un trabajo de cabeza. Hacer oracién, es rezar, es decir, es levantar nuestro corazén hacia Dios para ofre- cerle nuestra adoracion, nuestro amor, y diri- girle nuestras peticiones. Orar, hacer oraci6n, es necesario absoluta- mente. Meditar, reflexionar sobre las verdades religiosas es también necesario. Con todo, esta necesidad es puramente relativa y permanece subordinada a los derechos de la oracién. Al darnos sus gracias actuales, el fin del Espiritu Santo es tocar nuestro corazén y ganarlo para su amor. Pero para llegar a nuestro corazon, necesita, al menos en los comienzos, iluminar nuestra inteligencia, a fin de que nuestro amor sea libre, reflexivo, digno de El y de nosotros. De ahi viene la necesidad de la meditacion. Es el medio mediante el cual Dios nos conduce a la oracion. El fin que hay que alcanzar es la oracion, fruto del amor. En esta linea, David ha dicho esta hermosa 19 palabra: «In meditatione mea exardescet ignis. La meditacién iluminard en mi corazén un Juego ardiente de amor de Dios» (Salmo 38,4). Estamos obligados a amar a Dios con todo el corazon. Es el primer mandamiento, el mayor de todos los mandamientos. El espiritu en la meditacidn, hace lo nece- sario, a fin de que el corazon se impregne de amor de Dios. San Buenaventura dice que la verdadera sa- biduria consiste en saber mas para amar mejor (Prologo a las sentencias). Por su parte, santa Teresa escribe que el progreso del alma en la-perfeccién no consiste en pensar mucho, sino en amar mucho». Capitulo 7 LOS PELIGROS DEL ESPiRITU EN LA MEDITACION El breviario trae una formula de oracién para recitarla antes del oficio: «Sefior, abrid mi boca para ayudarme a bendecir tu santo nom- bre, y purificad mi corazén de todos los pensa- mientos vanos, malos y extrafos». De entre es- tas tres clases de pensamientos nocivos para la oracion, los mas peligrosos ciertamente son los pensamientos vanos. 20 En efecto, su unico defecto es el ser vanos, es decir, inutiles. No proporcionan ningun amor al corazon; divierten al espiritu y hacen perder el tiempo. Entre los pensamientos va- nos, los hay de varias clases. Los primeros son reflexiones sobre uno mismo, hechas.con el pretexto de examinarse uno. San Francisco de Sales hace una descrip- cién humoristica de esos pensamientos para mostrar su ridiculez. «Son —dice él- los replie- gues o auto-miradas perpetuas sobre nosotros mismos, mediante las cuales queremos pensar cudles son nuestros pensamientos, considerar cuales son nuestras consideraciones, ver nues- tros puntos de vista, discernir nuestros discer- nimientos, lo cual echa al alma en un laberinto y embrollo que quita toda la buena orientacion a nuestras acciones y seca toda la savia de la piedad. La oracion de esa gente es confusion y turbacion en la misma oracién, a la que privan de sus dulces movimientos para poder ver cémo se conducen ellos mismos: si estan muy contentos, si su tranquilidad esta muy tranqui- la, su quietud suficientemente aquietada; ja- mas se ocupan de Dios, sino que estan siempre atentos a sus propios sentimientos». (Tratado del amor de Dios, VI, 20-X). Bossuet completa esta descripcién: «Hay una diferencia grande entre las reflexiones san- tas, inspiradas por el amor de Dios, y los re- 21 pliegues sobre uno mismo, inspirados por el amor propio». Por tanto, si queremos conocer perfecta- mente nuestras miserias y librarnos de ellas, en vez de mirarnos a nosotros mismos, contem- plemos a Dios y supliquémosle que haga El solo un trabajo para el que somos incapaces. Lo hard, ayudandonos a perdernos cada vez mas en su amor. Esas miserias son las mil fi- bras del amor propio; ahora bien, el amor pro- pio se entierra en un amor a Dios, Ilevado has- ta el olvido completo de uno mismo. La segunda clase de pensamientos vanos consiste en las reflexiones curiosas, que tienen por objeto el penetrar los misterios, bajo el pretexto de admirarlos. Esta curiosidad exalta el orgullo del espiritu y seca el corazon. Es, al menos, una pérdida de tiempo. En ese camino, la meditacién se cambia en estudio y se deja de orar. Es la tentacion de los predicadores, pro- fesores de teologia, superiores religiosos, hom- bres y mujeres que tienen la misién de dar conferencias espirituales. Creen que asi se pre- paran mejor para instruir a los demas. Se pre- paran para interesarlos, divertirlos y se despre- cia el acumular, mediante la oracién, los teso- ros de amor, con los que tocarian los corazo- nes. Finalmente, el peligro de los pensamientos vanos es sobre todo considerable cuando las al- 22 mas consideran que son instruidas directamen- te por Dios, durante sus meditaciones, ya que Dios les habla y les confia sus ensefianzas, consejos e incluso sus érdenes. Terminan por querer someter sus superiores y confesores a esas pretendidas voluntades divinas que les son comunicadas en la oracién. En nuestra relacidn con Dios necesitamos mucha humildad y sencillez de espiritu. Nues- tro Sefior, ensefiando a los apéstoles a orar, les hacia esta recomendaci6n: «Al orar, no char- Iéis mucho, como los gentiles que se figuran que por su palabreria van a ser escuchados. No sedis, pues, como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitais antes de pedirselo». (Mt. 6,7-8). No tenéis nada que ensefiarle; sino que lo que debéis es tocar su corazon mediante vuestra confianza y humildad. Capitulo 8 SOBRE LA ORACION AFECTIVA El Espiritu Santo, para atraernos y unirnos libremente a El por un amor ardiente de nues- tra voluntad, ejerce su influencia sobre todas nuestras facultades naturales. Se dirige prime- ramente a nuestra inteligencia. No podemos 23 amar sin conocerle, y si queremos conocer sus perfecciones y sus obras, debemos darnos la pena de estudiarlas. El trabajo del espiritu es, por tanto, una preparacion necesaria para la oracion. Pero este trabajo del espiritu es peligroso. Es preciso moderarlo. Por otra parte, si ha- biendo puesto en practica la regla fundamental de la meditacién, un alma ha reflexionado para amar, su amor de Dios se ha desarrollado poco a poco. Ha tomado fuerzas. Cuando se comienza a entregarse a la oracion, se necesita reflexionar mucho para llegar a conocer las bondades de Dios y para decidirse a amarle ti- midamente; pero, avanzando en ese conoci- miento, la timidez se disipa, y se llega a amar mas, al mismo tiempo que se da un tiempo mucho mas corto a las reflexiones. Asi se opera insensiblemente el paso de la meditacion a la oracién afectiva. En lugar de hacer razonamientos largos y numerosos sobre una verdad religiosa, se la considera de modo general. Este recuerdo basta para tocar el cora- zon e impregnarlo de amor. Se realiza asi el progreso sefialado por Santa Teresa: «No con- siste en pensar mucho, sino en amar mucho». Gracias a la oracion afectiva, se entra en esta via: se piensa cada vez menos y se ama cada vez mas. Claro que Dios puede quemar etapas; pue- 24 de hacerlo sin inconveniente alguno e incluso con gran provecho para las almas a las que concede este favor. Asi actua ordinariamente con la gente sencilla del campo, cuya fe per- manece simple y que no siente la necesidad de razonar al modo de los tedlogos. Cuando esas personas pasan a ser piadosas, hacen inmedia- tamente oracion afectiva. Entre las personas instruidas, aquellas cuyo corazon es sensible y que no tienen gusto por las especulaciones teoldgicas, son conducidas pronto a hacer oracion afectiva. Muchas muje- res se encuentran en ese caso. El Espiritu Santo se acomoda a la naturale- za de cada uno de nosotros. Asi nos permite corresponder mas facilmente a las operaciones de su gracia. Esta oracion afectiva lleva a cabo un autén- tico progreso respecto de la meditacién. Con todo, se esta lejos aun de la oracion perfecta. Aqui existen igualmente escollos que no se sabe evitar. De ellos, vamos a sefialar los prin- cipales. El primero y mas peligroso consiste en exa- gerar las emociones sensibles y hacer consistir la perfeccién de la oracién en la vivacidad de esos sentimientos, La verdad esta en todo lo contrario. Dios prefiere a las emociones de nuestros sentidos, los ardores espirituales de nuestra vo- 25 luntad; es la adoracién en espiritu. Y cuando esos ardores prueban su sinceridad, traducién- dose en actos de virtud, se da la adoracién en verdad. También se puede chocar contra otro esco- Ilo que no es menos peligroso. Se trata de creer que se ha hecho bastante en la oracion afecti- va, porque se han experimentado sentimientos grandes de amor. Si uno se limita a eso, esa oracién tiene poco valor en tanto que oracion, ya que esos sentimientos no constituyen en si mismo una peticién formal, y orar es pedir. Hay que hacerlo humildemente, revistiendo la peticién de diversas condiciones necesarias para su eficacia. Es el unico medio para obte- ner de Dios las gracias que necesitamos para practicar la virtud y adecuar la conducta a los sentimientos experimentados durante la ora- cién. Ya se trate de la meditacidn, ya de la oracién afectiva, hay que llegar siempre a las peticiones, so pena de haber hecho un trabajo incompleto. Hablando de las reflexiones hechas en la meditacién sobre los mandamientos de Dios, sobre los vicios y las virtudes, san Alfonso Ma- ria de Ligorio dice: «De qué sirve conocer nuestras obligaciones y no cumplirlas, si no es para hacernos mds culpables ante Dios. Lea- mos y meditemos lo que queramos, que no cumpliremos nunca con nuestras obligaciones, 26 si no pedimos a Dios la gracia de cumplirlas». El comentario de San Agustin es: «Melius est orare quam legere. Mejor es orar que leer y meditar.». La misma reflexion se ha de hacer sobre los sentimientos experimentados en la oracion afectiva. San Alfonso insiste en ello, apoyando asi al P. Segnery, quien decia de si mismo: «Al principio, en la meditacion, me empefiaba mas en producir afectos que en orar... Pero, poste- riormente, habiendo reconocido la necesidad y la inmensa utilidad de la oracién, he empleado la mayor parte del tiempo de mis oraciones mentales en oram. Santa Teresa ensefiaba la misma doctrina, escribiendo a su hermano Lorenzo: «Una cosa es desear la devocidn y otra distinta el pedir- la». Capitulo 9 SOBRE LA ORACION DE FE La meditacién bien hecha conduce a la oracion afectiva. Esta, por su parte, cuando se evitan los escollos, conduce a la oracién de fe. Es el término en que culmina generalmente la gracia de la oracién. Entonces la oracién llega 27 a su grado de perfeccién comun. Mas alla se encuentran las oraciones extraordinarias que participan del milagro. Necesitamos hablar de la oracién de fe algo largamente, y sobre todo con claridad extrema. En efecto, la mayor par- te de los autores ascéticos no dicen nada de ello; y entre los que hablan de ello, muchos lo hacen en términos inexactos, a veces de modo totalmente erréneo, con gran detrimento de las almas Ilamadas a ese género de oracion. Comencemos por explicar la naturaleza de esa oracion. La gracia de la oracién se comuni- ca primeramente a la inteligencia, para des- cender a continuacion a la sensibilidad y ter- minar por arrastrar la voluntad hacia Dios. Es la meditacion. En la oracion, afectiva, esta gracia apenas toca la inteligencia. Actua directamente sobre las facultades sensibles. Excita en ellas emocio- nes muy vivas que arrastran la voluntad hacia Dios y la impregnan de un amor ardiente de caridad. Pero cuando el Espiritu Santo atrae el alma a la oracion de fe, el Espiritu Santo no pone ninguna idea particular en las facultades inte- lectuales, no excita ninguna emocion en las fa- cultades sensibles. Va directamente a la volun- tad y la alcanza, revelando al alma su presen- cia mediante una luz de fe que se dirige ha- cia la cima de la inteligencia, sin despertar la 28 imaginacion ni las otras facultades inferiores. Al sentirse cerca de Dios, de este modo, la vo- luntad experimenta la necesidad de amar a Dios y de darse a El sin reserva. Tres cosas acontecen con esta oracion. Pri- mero, el espiritu es golpeado bruscamente con una especie de pardlisis; se encuentra en la im- posibilidad de pararse en las cosas de Dios, de saborearlas. Antes de orar, se tenia gran fuerza intelectual. las verdades religiosas eran estu- diadas con placer. éPero, se quiere orar? Ya no se tiene ninguna idea en la cabeza. Como Da- vid, se siente la obligacién de decir: Ut jumen- tum factus sum apud te. - Sefior, soy ante ti, como una bestia de carga (Salmo 62,3). En segundo lugar, el mismo fendmeno se produce en la sensibilidad. El corazon esta seco. Lejos de experimentar emociones dulces y suaves que le llevan a Dios, experimenta mas bien alejamiento y disgusto. Pero, por el contrario, la voluntad esta fuertemente asida a Dios. Necesita de Dios: tiene paz vinculandose a Dios, descansando en El. Cuando se encuentran reunidas estas tres sefales, no se puede dudar. El Espiritu Santo esta ahi. Da al alma la gracia de la oracién, pero no conforme a los esquemas precedentes. Si el alma, desviada por ensefianzas engafiado- ras, quiere echar marcha atrds, cueste lo que 29 cueste, desprecia la gracia que se le ofrece, se cansa en vano buscando algun pensamiento bueno o tratando de excitar en su corazon al- gun sentimiento piadoso. San Pablo lo ha di- cho: «No que por nosotros mismos seamos ca- paces de atribuirnos cosa alguna, como propia nuestra, sino que nuestra capacidad viene de Dios» (2 Cor. 3,5). Siendo la oracidn el efecto de una gracia actual, cuando el Espiritu Santo la da directamente a la voluntad, es absurdo ir a buscarla por otros derroteros. Anteriormen- te, El ofrecia esta gracia a nuestras facultades intelectuales y sensibles, y convenia recibirla, haciendo actuar estas facultades. Pero si en adelante no quiere darles mas, hay que dejarlas en paz, y contentarse haciendo actuar la vo- luntad, que se ve favorecida con esta gracia. Alser el Espiritu Santo el duefio, hemos de obedecerle. Nos pide nuestra voluntad desnu- da, sin los adornos de pensamientos hermosos o devocién sensible; démosle nuestra voluntad. Undmonos a El, en esa oscuridad de la fe en su presencia, mediante una mirada llena de amor, de docilidad y abandono. Quedemos en paz en ese estado. Es una excelente oracion. A la luz de la ensefianza de San Juan de la Cruz, notamos que ese modo de oracién es el contacto de sustancia a sustancia. Asi escribe en el Cdntico Espiritual, sobre la cancién 19, verso 2.°: 30 «y mira con tu haz a las montatias» «En esto pide el alma todo lo que puede pedir, porque no anda ya contentandose en co- nocimiento y comunicacién de Dios por las es- paldas, como hizo con Moisés (Ex. 33,23), que es conocerle por sus efectos y obras, sino con la haz de Dios, que es comunicacién esencial de la divinidad sin otro algin medio en el alma, por cierto contacto de ella ‘en lla ‘Divini- dad; lo cual es cosa ajena de itodo sentido y ac- cidentes, por cuanto es toque de sustancias desnudas, esa ‘saber, del alma y Divinidad». La accion de Dios sobre el alma se produce por el contacto inmediato de sustancia :a sus- tancia. Esos contactos pueden variar entre ellos hasta el infinito. los hay extremadamente lige- TOs que proporcionan al alma un amor de Dios débil. Otros, en cambio, son muy profundos. Producen en el alma, segin el llenguaje de San Juan de la Cruz, una laga grande de amor, un cauterio inmenso. Eso es ilo que !llevé a decir a San Francisco: «El amor me ‘ha puesto en el fuego, el amor me ha puesto en el fuego». —Entre esos contactos extremos, hay diferencia de grado, de imtensidad, no thay diferencia esencial. 31 Capitulo 10 DIVERSOS NOMBRES DE LA ORACION DE FE La oracion de fe ha tenido la buena o mala fortuna de ser designada con un gran numero de nombres diferentes. Ello depende de su na- turaleza misteriosa. En primer lugar, no es muy facil entender en qué consiste. Por su par- te los santos, para dar una idea justa de ella, han buscado el nombre mas adecuado a su sensibilidad y a las disposiciones de sus disci- pulos. De donde se origina una variedad grande de palabras para decir, en el fondo, la misma cosa. Lo cual desorienta a los espiritus superfi- ciales. Pero los espiritus serios, reflexivos, en- cuentran en esa variedad una ayuda poderosa para llegar mds répidamente a entender ese tema tan delicado. Vamos a enumerar esas di- versas denominaciones de la misma cosa, ha- ciendo seguir a cada una de ellas breves expli- caciones. Es inutil afiadir algo a la expresion oracidn de fe. A la luz de lo que precede, se comprende que se toma la palabra fe en un sentido gene- ral. Se trata de la fe en Dios presente en todas las verdades que se hallan en El o en una ver- dad considerada en su conjunto, sin reflexion 32 especial. Dice Bossuet: «Es una simple mirada 0 atencidn amorosa hacia algtin objeto divi- no... El alma, abandonando el razonamiento, se sirve de una contemplacién dulce que la mantiene atenta, en paz, acogiendo las opera- ciones e impresiones divinas que el Espiritu Santo le comunica: el alma hace poco; su tra- bajo es dulce, pero mas fructifero: y como se acerca a la fuente de toda luz, de toda gracia y de toda virtud, se le concede también en mds abundancia» (Manera corta y facil. 111). Tras la denominacidn de oracidn de fe, el nombre mas empleado generalmente es el de contemplacién, al que se afiade frecuentemente la palabra «oscura». Se dice contemplar por oposicion a razonar, analizar, reflexionar, etc. En vez de mirar un objeto en detalle, se fija la mirada en su conjunto, y se mantiene esa mi- rada fija, sin moverla, en un sentimiento de admiracion. Asi, en la contemplacién, no se lleva a cabo reflexién alguna particular, ni ra- zonamiento, ya sea sobre Dios, ya sobre Jesu- cristo, 0 sobre otro objeto religioso. Dios esta ahi; y se tiene el sentido y sentimiento de ello, la certeza de su presencia; lo mira en la oscuri- dad de la fe. Lo cual basta para la inteligencia. El corazon hace el resto del trabajo. Se habla de contemplacién «oscura» preci- samente porque no se busca la luz. Se trata con Dios frecuentemente mediante una simple 33 mirada, llena de respeto y amor: «Trinidad santa, Padre, Hijo y Espiritu Santo, estas pre- sente a mi alma. No pretendo verte, creo en Ti. Me veis y me escuchais; eso me basta. Per- mite a mi corazon que te ame, que Te adore, etc.». La oracién continua de este modo, nor- malmente sin formular frase alguna, en movi- mientos tranquilos del corazén, que se entrega y vuelve a entregarse a su Dios sin cesar. Si el objeto de la contemplacién es Jesu- cristo, la Santisima Virgen, etc., el procedi- miento es el mismo. Se mira a Jesucristo en cruz, en el pesebre, en la Eucaristia... Se mira a Maria en Dios 0 a Dios en Maria... Pero la mirada es sencilla, sin curiosidad; no busca de- talle alguno. Es un acto de fe en la presencia del que arrobaré nuestro corazon. Poco impor- ta la oscuridad en que se encuentre. no se pre- tende el instruirse, sino el amar. Ahora bien, las tinieblas de la noche son mas favorables para el amor que la luz molesta del sol. La oracion de fe es llamada con propiedad «contemplacion oscura». Se la llama también oracién «de atencién amorosa hacia Dios pre- sente». Aqui la atencién ha de entenderse confor- me a las explicaciones precedentes. No se ve a Dios, pero se tiene el sentimiento intimo de su presencia, y se une a El, no con una atencién curiosa del espiritu, sino con una atencién 34 amorosa del corazon. Cuando se abraza a un amigo, si se le quiere de verdad, se le retiene largamente en los brazos. Asi actuamos con Dios, multiplicando los apretones de nuestro amor hacia El. La oracién de fe lleva también el nombre de oracién de «recogimiento». No se trata del recogimiento exterior, necesario para toda cla- se de oracién, incluso para la meditacién. Se trata de un recogimiento interior. Santa Teresa describe esta oracién profusamente en el Ca- mino de Perfeccién y dice: «El alma recoge to- das sus potencias». Si el sentimiento de la pre- sencia divina alcanza al mismo tiempo a la vo- luntad, al corazon y al espiritu, el recogimien- to es entonces completo y extremadamente suave. Todas las abejas, es decir, todas nues- tras facultades, han regresado a la colmena donde se alimentan de miel. El alma, separada de las criaturas y perdida en Dios, saborea en El una dicha extremada. Pero en la contem- placion ordinaria, no esta en nuestra mano el poder dar a las facultades de ese modo esa cal- ma y ese recogimiento. La voluntad sola tiene la fuerza de desinteresarse de lo que pasa en la naturaleza sensible y en la inteligencia. La vo- luntad se retira, se oculta en el seno de Dios y ascendiendo hacia la parte superior del alma, sobre la cima del espiritu, permanece alli con El en una soledad profunda. Con todo el re- 35 cogimiento, tal y como es descrito por Santa Teresa, es frecuentemente sdlo una oracién afectiva. Bajo el nombre de «reposo» 0 «quietud», se entiende también la oracién de fe. Como en el recogimiento, se puede sefialar aqui un reposo general de todas nuestras facultades, una quie- tud completa de nuestra alma, impregnada to- talmente de amor de Dios. Llegada a este gra- do, si la quietud dura mucho tiempo, nos acer- camos al milagro; hablaremos de ello mas tar- de. pero hay una oracién de quietud ordinaria, en que el reposo del alma es parcial. Existe so- lamente en la voluntad. Las otras facultades quedan abandonadas a su estado natural y pueden verse entregadas a tentaciones muy pe- nosas. En efecto, cuando la voluntad acoge do- cilmente la gracia que el Espiritu Santo le ofre- ce, se llena rapidamente de un gran sentimien- to de paz. «Paz a los hombres de buena volun- tad» (Le. 2,14), cantaron los angeles al nacer Nuestro Sefior. Por el contrario, Job decia: «Quién ha gozado de la paz, habiendo resisti- do a Dios?« (Job, 9,4). El secreto de la paz del alma esta en obedecer a Dios, dejarse conducir por El en todas las cosas con docilidad de nifio. Por tanto, cuando la voluntad, durante la contemplacién oscura, se entrega a Dios por amor, enteramente, sin reserva alguna, no es solamente buena, sino perfecta. Asi entra in- 36 mediatamente en un profundo reposo, y esta quietud subsiste, incluso cuando el espiritu se viera acosado por las distracciones mas peno- sas, e incluso cuando la sensibilidad hubiera de hacer frente a sequedades y disgustos. Santa Juana Francisca Chantal, explicando la oracion de las de la Visitacién, decia: «Se trata de una oracién de presencia de Dios de unidad muy simple y de sencillez unica, me- diante un abandono integro de ellas mismas a la voluntad de Dios y al cuidado de la Provi- dencia divina». La oracion de fe es todo ello. Hay en ella una mirada sencilla de fe, fijada unicamente en Dios presente al alma, en abandono completo a El, mediante un amor sin reserva y una con- fianza filial. Capitulo 11 EXPLICACIONES NECESARIAS Segun un axioma de filosofia, toda volun- tad se ve precedida por un conocimiento. «Nil volitum nisi praecognitum». Ahora bien, di- versas clases de conocimientos ejercen su in- fluencia en esa facultad. Las primeras y menos nobles son las que proceden de los sentidos. 37 Antes del uso de la raz6n, los nifios estan limi- tados a esa clase de conocimientos. Los nifios quieren coger cuanto encandila a sus ojos; quieren comer todo lo que atrae su glotoneria. Ese conocimiento no difiere mucho del instin- to de los animales. Los actos que produce, fal- tos de razon, no son todavia actos humanos. Hablaremos sin embargo de ello, puesto que los sentidos continian dandonos conocimien- tos tras el desarrollo de la razon. Los sentidos excitan en nosotros apetitos que, demasiado frecuentemente, arrastran la voluntad, aunque no sean razonables. Entre los conocimientos producidos por los sentidos y los conocimientos puramente intelec- tuales, hay los que vienen de la imaginaci6n. Esta facultad es al mismo tiempo del cuerpo y del espiritu. Combinando imagenes y otras im- presiones sensibles de la naturaleza, se esfuerza en arrastrar la voluntad, ofreciéndole mil repre- sentaciones interiores hechas para seducirla. Es una fuente inagotable de ilusiones y de pecados. Por encima de la imaginacién tenemos la razon. Esta facultad examina las ideas, profun- diza en ellas, las coordina, sacando conclusio- nes y formando el razonamiento. Es ella la que debiera ajustar los actos de la voluntad confor- me a la ley de Dios. Desgraciadamente, sin ce- sar, se deja cegar por pasiones criminales y empuja la voluntad a hacer el mal. 38 La fe viene en ayuda de la razon, aportan- dole luces superiores, reveladas por Dios, que enderezan sus juicios. Pero estas luces pueden ser alteradas por las reflexiones que sugieren los deseos de la carne y las desviaciones de la imaginacion. Finalmente, por encima de los sentidos y de la razén que permiten al alma enriquecerse con conocimientos particulares, hay una inte- ligencia superior, llamada la cima del espiritu. Esta contempla las ideas en su simplicidad y pureza, sin someterlas al andlisis. Las conside- ra integras y globalmente de una sola mirada. Si son buenas, las admira y excita la voluntad a amarlas. Este es, en resumidas cuentas, el mecanis- mo de los actos humanos. Esas son las relacio- nes entre la inteligencia y la voluntad. Para instruirse, el alma cuenta con tres facultades intelectuales, que se pueden llamar superiores o cima del espiritu que es la misma inteligen- cia. la voluntad avanza por el camino sefialado por las luces que le llegan por una de esas cua- tro puertas. Tras esta exposicién, volvamos al misticis- mo. Qué hace Dios para atraernos hacia EI? A la puerta de nuestra alma, llama «Ecce sto ad ostium et pulso». Si le abrimos, nos esti- mula para pensar en El, amarle, someterle nuestra voluntad, para que nos conduzca a 39 nuestra dicha eterna. Ese estimulo y excitacio- nes constituyen la gracia de la oracién. La mi- sericordia infinita de Dios ofrece liberal y fiel- mente esa gracia a todos los hombres. Muchos se resisten a la llamada de Dios. Se niegan a abrir la puerta de su corazon. No pretendemos ocuparnos aqui de esas almas. otras almas, afortunadamente, reciben con docilidad esa gracia, y entonces, Qué acontece? Otro axioma de filosofia dice: «Quidquid recipitur, ad modum recipientis recipitur»; es decir, el contenido toma la forma del que con- tiene o contenedor. El agua derramada en un jarron, si ese jarrén es redondo o cuadrado, toma una de esas dos formas. Ahora bien, en- tre los hombres que corresponden a la gracia de la oracién, muchos viven de sentidos. Su voluntad esta, por asi decirlo, encadenada a las emociones sensibles de su naturaleza. Para esos, la Iglesia, conducida por el Espiritu San- to, ha establecido las pompas del culto exte- rior. La Iglesia multiplica las ceremonias, los cantos, todas las maravillas de la escultura y de la arquitectura, cuyo efecto es elevar los es- piritus y los corazones sensibles a ese género de impresiones hacia Dios. Ahi tenemos una primera manera de orar. Cuando las almas le toman el gusto a esa ma- nera de orar y adquieren ese hdbito, Dios las mueve a una oracién superior. Dios se ha en- 40 carnado para hacérsenos visible y llegar asi a ser nuestro modelo. Debemos fijar nuestra atencion en El, para imitarlo, a ejemplo de San Pablo que decia: «Sed imitadores mios, como lo soy de Jesucristo» (1 Cor. 4,16). Aqui los sentidos ceden su puesto a la imaginacién, que, reproduciendo en nosotros los ejemplos de Dios hecho hombre, siguiéndole desde el Pesebre de Belén hasta la Ascensién, logra ha- cérnoslo admirar, amar y vincularnos en su servicio. A continuacion le toca la vez a la razén. Jesucristo no se ha contentado con darnos y dejarnos ejemplos. A ellos, ha unido sus ense- fianzas. El Evangelio esta lleno de palabras su- blimes propuestas a nuestras reflexiones. Es necesario profundizar en ellas para llegar a co- nocerlas bien. Es el mismo Jesucristo quien lo exige, al decir: «Si permanecéis en mi palabra, conoceréis la verdad y la verdad os hard libres» (Jn. 8,31-32). Cuando las almas se muestran mas y mas déciles a las llamadas de la gracia, llegan a esa tercera manera de orar. Es la me- ditacion propiamente dicha. Es superior a las dos oraciones precedentes, en el sentido de que se eleva el alma cada vez mas por encima de las cosas corporales. El alma avanza mas por el ambito de la verdad pura, de la sabiduria celeste que debe condu- cirla hasta Dios. En esta ascension hasta el cie- 41 lo, el alma sube al primer grado, apoyandose en el sentido; franquea el segundo grado, em- pleando la imaginacion. Ahora la razon lleva al alma hasta el seno de las verdades que bro- tan de la boca de Jesucristo como otros tantos rayos luminosos. Pero la razén no seria capaz de elevarse mas. Pues, por encima de esos rayos, esta el mismo Dios que «habita en una luz inaccesible» (1 Tim. 6,16). éDebera el alma detenerse alli donde la ra- zon lo hace? Si alguna gracia no nos ayuda a proseguir la ascensién, seremos incapaces de ello. Dios lo hace con toda seguridad, segiin el testimonio de los misticos. Cuando un alma ha buscado a Dios con perseverancia, por la via de la medi- tacion, si, perdiendo la posibilidad de meditar, sin embargo, se siente a pesar de todo atraida cada vez mas hacia la oracién, el alma no tar- dara en llegar a ser contemplativa. El alma se pone a amar a Dios en las tinieblas de la fe. Ora de un modo secreto, misterioso, mistico. Esa es la contemplacién oscura u oracién de fe, de que acabamos de hablar. San Juan de la Cruz, a lo largo de todas sus obras, no cesa de atribuir la unién divina a la fe, a la esperanza y a la caridad. pero no habla de la fe que medita el detalle de las verdades de la revelacion habla de la fe general y oscura que contempla a Dios en Si mismo. La fe que 42 medita hace al alma enormes servicios. Sin embargo, en vez de elevarla hasta la union di- vina, podria ser un obstdculo para esa union. De suerte que San Juan de la cruz ensefia que hay que prohibir el meditar a las almas que son atraidas hacia la contemplacién (Llama de Amor, estrofa 3,5). Al leer al gran mistico espafiol, hay que ha- cer la misma observacion y distincion en refe- rencia con la esperanza y la caridad. La espe- ranza une nuestra alma a Dios, no cuando nos hace esperar algun bien en particular, aunque se tratara de una virtud; sino cuando nos hace suspirar por Dios, con la esperanza de poseer- lo. La caridad por su parte comienza a unirnos de verdad con Dios cada vez que conformamos nuestra voluntad a la suya, por la observancia de sus mandamientos. Con todo, la unidén divi- na completa exige un movimiento de nuestro coraz6n que nos eleva directamente hasta Dios para amarle y descansar en El. Es asi como en- contramos la paz interior, con una conformi- dad perfecta de nuestra voluntad a la voluntad divina. Esta es la significacién especial dada por San Juan de la Cruz a las tres virtudes teologa- les. Si olvidamos este punto capital, nos expo- nemos a leer las obras del santo sin compren- der lo mds minimo. Pero, si cuando habla el santo de la fe, entendemos la fe general y oscu- 43 ra que contempla a Dios presente en nuestra alma; si se da la misma significacién general a las palabras esperanza y caridad, entonces la doctrina del santo se capta bien. Se puede ad- mirar, saborear esa doctrina y ponerla en prac- tica. Para evitar a nuestros lectores confusiones, vamos a precisar el sentido de diversas expre- siones que brotan frecuentemente de nuestra pluma. Una de ellas, por ejemplo: «En la oracién de fe, Dios no da nada a las facultades intelec- tuales y sensibles. Dios ofrece unicamente la gracia de la oracién a la voluntad». Nos equivocariamos gravemente si, segun esta proposicion, se nos hiciera decir que la voluntad, en la contemplaci6n, acttia sin con- curso alguno de la inteligencia. la voluntad esté privada del concurso de las facultades in- Jeriores; ora sin pedir conocimiento alguno a los sentidos, a la imaginaci6n, y ni siquiera a la razon. Pero la voluntad conserva el uso de la inteligencia superior o cima del espiritu. Ahi se produce el acto de la fe oscura de la pre- sencia intima de Dios; y ahi culminan los co- nocimientos experimentales de las perfeccio- nes divinas, producidos por el amor, en el que la voluntad esta abrazada. Expliquemos esto mediante una compara- cidn. Os encontrdis, por la noche, en medio de 44 las tinieblas mas espesas, en un sitio en el que esta rigurosamente prohibido hablar. De pron- to, un amigo, acercandose a vosotros sin ruido, os abraza tiernamente y os dice a la oreja: «Soy yo». -La caricia de ese amigo produce in- mediatamente en vuestro espiritu la certeza de su presencia y llena vuestro corazon de senti- mientos afectuosos. Pero eso es todo. No abri- réis los ojos para verlo, porque estdis en tinie- blas. No iniciaréis una convyersacién con él, puesto que estd preceptuado el silencio. Os contentaréis con corresponderle a sus abrazos con los vuestros. A ello se limitaran los actos de vuestra inteligencia y de vuestra voluntad. En la oracion de fe. Dios hace sentir su pre- sencia a nuestra alma de la misma manera. Se- gun San Juan de la Cruz, se lleva a cabo me- diante un contacto de sustancias, sin imagenes. Como el abrazo del amigo, un contacto pareci- do da al espiritu la certeza de la presencia divi- na e inflama la voluntad de amor. Nuestras otras facultades no son tocadas por la gracia de Dios. Permanecen en tinieblas y en el vacio. Al no recibir nada, no cooperan para la ora- cién. Solo la voluntad es excitada para la ora- cién mediante un toque divino. Es falso, por tanto, considerar la contem- placién oscura como oracion pasiva. Pasa a ser pasiva cuando se transforma en rapto. Pero en tanto que no llega a ese nivel, permanece acti- 45 va.. La actividad! del! alma: se desplaza sencilla- mente: Se concentra em las alturas: del espiritu y de la voluntad:. Durante ese tiempo, las: fa- cultades: infériores: del alma no estan em estado pasivo;. puesto que la graciai de Dios no pone nada: ahi. Esas: facultades inferiores quedan abandonadas: a sw estado natural. Si um alma ha practicado biem la mortificacién interior, esas: facultades: podraém permanecer en calma durante la contemplacién,, que: pasard a ser en- tonces: muy facil! y muy dulce. Si, por el con- trario, no se ha sido mortificado, las facultades inferiores. experimentarin una agitacién que molestara a la oraciém de fe, haciéndola drida y penosa, sobre todo cuando el demomio viene a agitar um poco mds esas facultades inferiores. En cuanto) a la inteligencia superior y la vo- luntad,, tampoco estim em estado pasivo. La gracia: de la: oraciém les es: dada com modera- cién, como les es dada a las facultades inferio- res, cuando Dios nos invita a meditar. Para co- rresponder a esta gracia, durante la contempla- ciém oscura, la cima del espiritw debe renovar de vez em cuando el acto de fe em la presencia de Dios, y la voluntad! debe mantenerse en el amor, mediante actos; muy espirituales de los que hablaremos; mas; adelante. No hay, por tanto,, nada de pasivo,, sino que hay una activi- dad espiritual’ de sencillez extremada que no se parece: en nada a las facultades intelectuales y 46 sensibles, de las que se practican en la medita- cidn y en Ia oraci6n afectiva. Frecuentemente, a causa de la rapidez del discurso, los misticos designan con una sola palabra, los actos de la contemplacién, atri- buyéndolos ya sea a la voluntad, ya sea al espi- ritu. Pero, contentandose con nombrar una sola facultad, sobrentienden siempre los misti- cos aquella facultad de la que no hablan. Co- tresponde al lector el acordarse si no quiere confundirse en esas ensefianzas. Debemos aclararnos también en torno al sentido de las palabras natural, comuin, ordi- nario, que empleamos frecuentemente, al ha- blar de Ia oracién de fe. En el lenguaje teoldgico, se toma la palabra natural por oposicién a sobrenatural. Significa lo que no va mas alld de las fuerzas de la natu- raleza. Los actos ejecutados con espiritu de fe, con el auxilio de la gracia, son por el contrario sobrenaturales. Como somos Ilamados a llevar una vida de fe, una vida sobrenatural, hemos recibido a ese respecto, con la gracia santifi- cante, las virtudes infusas y los dones del Espi- ritu Santo. Dios nos da ademés la gracia actual que nos ayuda, ya sea a orar, ya sea a hacer ac- tos de virtud. Pero recibimos las virtudes infu- sas y los dones del Espiritu santo en estado de gérmenes delicados. Tienen necesidad de ser fortalecidos y desarrollados por el ejercicio. 47 Cuando un alma generosa practica frecuente- mente los actos de las virtudes infusas, adquie- re una facilidad grande para producirlos. el alma coge ese habito y termina por realizarlos sin esfuerzo, sin tener necesidad de prepararse para ello mediante la reflexion. El habito, como se sabe, es una segunda naturaleza. Con- siguientemente, se puede decir de esa alma que lleva a cabo naturalmente actos sobrenatura- les. No habiendo ninguna contradiccién en ese modo de hablar. Ya que la palabra natural- mente significa en ese caso facilmente. Luego veremos que, segun San Juan de la Cruz, cuando un alma ha adquirido el habito de la contemplacién oscura, la hace a su gusto. Al principio, necesitaba atencién para no equivocarse sobre la naturaleza de sus impre- siones interiores, para discernir con certeza las que procedian del Espiritu Santo. El alma ne- cesitaba también animo para dejarse arrastrar por una gracia totalmente nueva, que le causa- ba admiracién. Poco a poco, el habito suprime esas dudas y esos esfuerzos. Puesto que el habi- to es una segunda naturaleza, cuando se ha ad- quirido el habito de la contemplacion, esa ora- cién se hace, por asi decirlo, natural. El alma, Ilegada a ese estado, contempla a su gusto, del mismo modo que practica naturalmente actos de humildad, dulzura y de toda otra virtud so- brenatural. 48 Donde se ve cémo se equivocan los que es- tablecen una diferencia entre la contemplacién adquirida y la infusa. Las dos hacen una, que es infusa del lado de Dios y adquirida del lado del alma, en tanto que ella ha adquirido el ha- bito de corresponder décilmente a la gracia que atrae. Esta terminologia: adquirida e infusa es desconocida para los autores de la Edad Me- dia. Para encontrar una distincién real entre la contemplacién adquirida y la infusa, es preciso llegar hasta las contemplaciones que presentan el caracter del milagro, como los raptos y los éxtasis. Entonces la oracién es verdaderamente infusa y pasiva; no es adquirida. Pero si no se encuentra nada de milagroso en la contempla- cién oscura, ésta sigue siendo una oracién or- dinaria y comun. Se lleva a cabo mediante la actividad del alma, combinada con la gracia de Dios, como sucede en la meditacién yen la oracion afectiva. Acabamos de pronunciar la palabra ordi- naria. Cuando decimos de la contemplaci6n, considerada en si misma, en su esencia, que es una oracién ordinaria, es para subrayar su di- ferencia respecto de las oraciones milagrosas, las cuales solas son verdaderamente extraordi- narias. Si en vez de enfocar la contemplaci6n en su 49 naturaleza, consideramos las personas que practican la contemplacion, nos vemos forza- dos a reconocer que el numero de los contem- plativos es exiguo. Con todo, la contemplacion sigue siendo ordinaria y comun del lado de Dios que concede facilmente esta gracia a las almas de buena voluntad. Si la contemplacién es, no una gracia extraordinaria, sino un hecho extraordinario, ello es debido al aspecto huma- no, al lado de los hombres, que, desgraciada- mente responden raramente a las llamadas de la bondad divina. Acontece con la contempla- cion como con la Eucaristia. En las regiones en que poca gente comulga, se debe no a Dios que ordena que todos comulguen, sino a los cristia- nos que se resisten a las invitaciones y a las or- denes de Dios. Afiadamos una ultima explicacion sobre las palabras: «priére y oracién». «Priére» = ora- cion, es palabra genérica. Significa toda clase de elevacién del alma hacia Dios, ya sea inte- rior, ya exterior, corta o larga, oral 0 mental, privada o publica, etc. «Oraison» = oracion, indica solamente la oracién mental de una cierta entidad y dimension, minimamente lar- ga, mas bien larga. Si la oracion es muy corta y expresa solamente un rapido movimiento de nuestra alma hacia Dios, se denomina jacula- toria. La oracién —«oraison» se divide ademas en diversas clases que toman una denomina- 50 cion particular: meditacién, oracién afectiva y contemplacién. Llamamos al libro «LA CIENCIA DE LA ORACION» porque expo- nemos diversas reglas que se aplican a todas las maneras de orar. Capitulo 12 LA ORACION DE FE Y LA TEOLOGIA MISTICA La palabra griega teologta significa ciencia de Dios. Nuestra razon conoce a Dios por sus propias luces y contemplando las maravillas de la creacién. Se trata de una teologia o cien- cia natural de Dios. A Dios lo conocemos me- jor estudiando el conjunto de las verdades re- veladas; se trata entonces de la teologia propia- mente dicha, conteniendo la exposicién de los dogmas catdlicos. Estas dos teologias pueden iluminar nues- tros espiritus sin producir en nosotros ningun amor de Dios. Los demonios conocen ambas teologias y los desgraciados son incapaces de amar. Muchos pecadores también las han estu- diado sin llegar a amar a Dios. No sucede lo mismo con la teologia mistica, o ciencia inti- ma de Dios. Esta llega al espiritu a través del 31 corazon. Es fruto del amor de Dios practicado en la contemplacion. A diferencia de las dos primeras teologias, que enriquecen el espiritu con conocimientos precisos, la teologia mistica ilumina al espiritu de una manera secreta, misteriosa. Es el senti- do de la palabra mistica. Se aprende a conocer a Dios, no por la via del razonamiento, sino de un modo experimental, mediante el vivo senti- miento de su bondad, de su grandeza, de sus infinitas perfecciones. Esto supuesto, vamos a mostrar como la oracién de fe procura al espiritu conocimien- tos verdaderos; los mas preciosos de todos, pues ayudan al alma eficazmente a hacer pro- gresos en la virtud. Lo cual no se puede decir de los conocimientos distintos de la teologia natural y de la teologia revelada. Con demasia- da frecuencia ambas aprovechan principal- mente al amor propio. Lo que afirmamos es la ensefianza de toda la tradicién catélica, Vamos a probarlo invo- cando el testimonio de los santos. Durante mucho tiempo, la misma palabra teologia se veia reservada para designar unicamente los conocimientos de Dios adquiridos en la ora- cién. Junto a ellos, poco valian los otros que parecian desdefiables. Habia muchas verdades reveladas que no eran ensefiadas a los fieles hasta después del 52 bautismo. Permanecian ocultas para los cate- cumenos. Era la ley del secreto que existia in- cluso entre los fildsofos. Se Ilegaba a ser tedlo- go cuando se conocia a Dios de una manera intima y secreta mediante la practica de la contemplacion. Lo cual resulta claro a partir de la afirmaci6n categérica de los santos. El primero, San Diadoco (s. VI), define al tedlogo en los términos siguientes: «Theologus, id est rerum divinarum contemplatos». -— «El tedlogo es el que contempla lo divino», San Juan Climaco dice por su parte: «Han merecido el nombre de tedlogos los que, en su oracion, estan penetrados por un fuego sagrado y divino». éCémo ilumina la oracién de fe ala inteligencia? Diversos santos nos lo ensefian. Primeramente, San Alberto Magno: «La cien- cia que procede de los datos de la razon, pone en relieve las verdades que deduce sin embar- 80, esa ciencia mistica no procede de los datos de la raz6n, sino mas bien de wna cierta luz di- vina que no es la afirmacién precisa de una verdad. El objeto captado por el alma (Dios mismo) acttia tan fuertemente sobre la inteli- gencia que el alma desea unirse a El cueste lo que cueste. Al estar ese objeto por encima del alcance de la inteligencia, no se deja conocer claramente, apoyandose la inteligencia en algo que no es determinado» (In Libr. De myst. theol.). 53 Escuchemos ahora a San Juan de la Cruz y admiremos la precision de su ensefianza. En el «Céntico Espiritualy, en el comentario a la cancion 27, sobre el verso: «alli me ensend ciencia muy sabrosa», n. 5: «La ciencia sabro- sa que dice aqui que la ensefid, es la TEOLO- GIA MISTICA, que es ciencia secreta de Dios, que Ilaman los espirituales contemplacion, la cual es muy sabrosa, porque es ciencia por amor, el cual es el maestro de ella y el que todo lo hace sabroso. Y, por cuanto Dios le comunica esta ciencia e inteligencia en el amor con que se comunica al alma, esle sabrosa para el entendimiento, pues es ciencia que pertene- ce a él; y esle también sabrosa a la voluntad, pues es en amor, el cual pertenece a la vo- luntad». En el mismo CAntico, vuelve el santo sobre este tema, en la estrofa 39, comentando el ver- so «en la noche serena», n. 12: «Esta noche es la contemplacién en que el alma desea _ver es- tas cosas. Llamala noche, porque la contem- placién es oscura, que por eso jlama por otro nombre, MISTICA TEOLOGIA, que quiere decir sabidurta de Dios secreta o escondida, en la cual, sin ruido de palabras y sin ayuda de al- gun sentido corporal ni espiritual, como en si- lencio y quietud, a oscuras de todo lo sensitivo y natural, ensefia Dios ocultisima y secretisi- mamente al alma sin ella saber cdmo; lo cual 54 algunos espirituales llaman entender no enten- dido. Porque esto no se hace en el entendi- miento que llaman los fildsofos activo, cuya obra es en las formas y fantasias y aprehensio- nes de las potencias corporales; mas hacese en el entendimiento, en cuanto posible y pasivo el cual sin recibir las tales formas, etc., sdlo pasi- vamente recibe inteligencia desnuda de ima- gen, la cual le es dada sin ninguna obra ni ofi- cio suyo activo.» Afiadamos inmediatamente a ese testimo- nio el de Santa Teresa, con los comentarios de Bossuet. «En esta oracion, dice ella, se oye sin oir y se ve sin ver. En efecto, al salir de alli, se en- cuentra todo como si se hubiera visto y oido. éPor qué? Porque Dios nos ha revestido alli de los efectos de su palabra... Ha infundido en el alma todas las luces y todos los sentimientos que ha tenido a bien, como se imprime toda una hoja de papel de una sola vez». Del mis- mo modo, afiade la santa: «En la oscuridad y en el silencio profundo de esa escuela divina», se aprende mas en el tiempo de un Credo, que lo que se aprenderia en diez afios en la escuela de los sabios». (Citado por el P. de Caussade, «Instructions spirituelles sur Voraison d’aprés Bossuet». Primera parte, didlogo 8). Aunque las palabras de la santa se aplican sobre todo a la quietud sobrenatural y milagro- 55 sa, también son verdad si se refieren a la quie- tud ordinaria, guardando la debida propor- cién. Pues esas dos oraciones misticas son de la misma naturaleza. Difieren sdlo por su gra- do de union con Dios, siendo mucho mayor la union en la quietud extraordinaria. Ya hemos citado otras palabras de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa afirmando que la contemplaci6én oscura ilumina al alma y la enriquece con una verdadera ciencia. He- mos reafirmado su autoridad con la de varios santos que han escrito sobre la teologia mistica y han impartido la misma ensefianza. Nos falta espacio para reproducir todos esos textos. Per- mitasenos terminar con una cita de San Bue- naventura; escribe en su «/tinerarium mentis ad Deum»: «Para captar bien las cosas interiores de la espiritualidad, o ciencia mistica, hay que ir al deseo, no al entendimiento; al gemido, no a la lectura; a Dios, no al hombre: a Jesus esposo, no a los doctores; a las tinieblas misticas, no a la luz; al fuego que quema y no a la luz que ciega». De este modo, todos los misticos han reco- nocido a la oracién de fe el don de enriquecer al alma con verdaderos conocimientos sobre Dios. Incluso han adoptado al respecto un axioma, diciendo: «Se conoce a Dios mucho mejor por la via negativa que por la afirmati- 56 va». Se busca el conocer a Dios por via afirma- tiva, cuando se afirma sobre El alguna verdad clara, precisa, sobre sus perfecciones o sus obras. Se entra en la via negativa, si se va mas alla de esas verdades particulares, exclamando: «Dios esta infinitamente por encima de todo lo que acabo de ver»; y nos arrojamos a las tinie- blas de la fe general, para llegar a conocer me- jor a Dios. San Juan de la Cruz nos ha dejado un her- moso comentario sobre este axioma de la teo- logia mistica, en el comentario al Cantico Es- piritual, al comienzo, explicando el verso: «cAdonde te escondiste, Amado,...? Dice el santo doctor, en el n. 12 del comen- tario a la primera cancién: «Muy bien haces, ioh alma!, en buscarle siempre escondido, por- que mucho ensalzas a Dios y mucho te Ilegas a él teniéndole por mas alto y profundo que todo cuanto puedes alcanzar. Y, por tanto, no repa- res en parte ni en todo lo que tus potencias pueden comprender. Quiero decir que nunca te quieras satisfacer en lo que entendieres de Dios, sino en lo que no entendieres de El; y nunca pares en amar y deléitate en lo que no puedes entender y sentir de El; que eso es, como hemos dicho, buscarle en fe. Que, pues es Dios inaccesible y escondido, como también hemos dicho, aunque mas te parezca que le 57 hallas y le sientes y le entiendes, siempre le has de tener por escondido y le has de servir escon- dido en escondido. Y no seas como muchos in- cipientes, que piensan bajamente de Dios, en- tendiendo que, cuando no le entienden o le gustan o sienten, esta Dios mas lejos y mas es- condido; siendo mas verdad lo contrario, que cuanto menos distintamente le entienden, mas se Ilegan a El pues como dice el profeta David: Puso su escondrijo en las tinieblas (Salmo 17,12). Asi, llegando cerca de El, por fuerza has de sentir tinieblas en la flaqueza de tu ojo». «Gustate et videte quoniam suavis est Do- minus». — «Gustad y ved qué suave es el Se- fiom. Se ha hecho Eucaristia para ser nuestro alimento, para ser comido por nosotros. Tene- mos que hacer esta experiencia, si queremos conocer bien al Sefior. Ahora bien, se hace esta experiencia en la oracién, principalmente en la contemplacién, que da calidad espiritual y afina al paladar, sin el cual no podriamos sa- borear el pan eucaristico. Cuanto mas se desa- rrolla ese gusto sobrenatural y se aumenta, mas crece en el alma la ciencia experimental de Dios. 58 Capitulo 13 LA ORACION DE FE_ ES UNA GRACIA COMUN Con la oracidn de fe es mucho mas facil lle- gar a Orar sin interrupcidn, que con la medita- cidn o con la oracion afectiva. Estas dos ulti- mas exigen una aplicacién del espiritu y de la sensibilidad, absolutamente imposible en la vida presente, en la que mil deberes nos obli- gan a pensar en otras cosas y a polarizar en ellas nuestro ardor. Por el contrario, la oracién de fe, ejercitandose en la sola voluntad y de- jando libres nuestras otras facultades, no es imposible conservar nuestra voluntad abraza- da al amor de Dios, en medio de ocupaciones y distracciones de todo tipo. Casiano y San Clemente de Alejandria ha- blan frecuentemente de la oracién continua que produce el habito de la oracién de fe. Pero esto exige una mortificacién animosa que haya desapegado y desafectado completa- mente a la voluntad del amor a las criaturas, para unir a la voluntad enteramente con solo Dios. El alma entonces llega al estado de union divina y su oraci6n no se detiene, por asi decirlo, nunca. Esto exige el habito de to- das las virtudes. Lo cual hace que esta oracién sea mucho mas rara. 59 Por ello, hablamos sdlo del ejercicio de esta oracién; ejercicio Ilevado a cabo de vez en cuando, a veces tras largos intervalos. Personas muy imperfectas, que caen facilmente en el pe- cado, a veces incluso en el pecado mortal del que se levantan raépidamente, tienen el habito feliz de consagrar cada dia algunas horas a la oracion, por ejemplo, asistiendo a la Misa to- dos los dias. Seran capaces esas personas de hacer oracion de fe? éSeran dignas? 2No les basta aplicarse a la meditacién, 0, como maxi- mo, a la oracion afectiva? Si la contemplacion oscura, practicada de vez en cuando, consti- tuyera la santidad, la respuesta no se haria du- dar. Puesto que se supone que se trata de per- sonas que no son santas, que incluso son muy imperfectas, diriamos resueltamente que se equivocan; su oracién no es la contemplacion. Pero la oracién de fe, cuando no es habi- tual, no es de ningtin modo fruto ni signo de una vida perfecta. Como las dos oraciones pre- cedentes, constituye un medio de elevarse a la santidad. Es sélo un medio, y es preciso ver como nos servimos de él. Se obtienen resulta- dos proporcionados seguin se use mds 0 menos, mejor o peor. Esto supuesto, la cuestién se simplifica. Se trata de conocer las reglas con- forme a las cuales el Espiritu Santo ofrece a las almas un modo de orar concreto. De suyo, la gracia de la oracién no es una recompensa; los 60 infieles y pecadores se verian privados de ella. Ahora bien, Alfonso Maria de Ligorio lo ha demostrado: «La misericordia infinita de Dios deja esta gracia a la disposicién de todos los hombres, éSe conduciria de otro modo respecto de esta manera de orar o la otra? Dios es igualmente liberal a este Tespecto, teniendo en cuenta nuestras necesidades y aptitudes, mas que nuestros méritos». Hablamos del acto de la contemplacién y no.del habito. Aunque ese acto sea un don de Dios, no es un acto extraordinario, fuera de nuestro alcance. La gracia de la contempla- cidn se concede con generosidad divina a las almas generosas que quieren aplicarse a la ora- cion. En cuanto al habito de la contemplacion, hay que hablar de otro modo. Exige una co- rrespondencia fiel y larga a la gracia, un traba- jo animoso y perseverante que quita los obs- taculos que se oponen a ese hdbito, Los santos animan vivamente a desear la contemplacién, a pedirla y a prepararse para ella. Para que se haga un hdbito nuestro, nos aconsejan incluso intentar esta manera de orar, cuantas veces se presente la ocasién para ello. Asi, durante la meditacion, la lectura o el oficio, cuando nues- tro corazon se siente cogido por algun senti- miento de amor de Dios, nos impulsan a pa- 61 rarnos y a hacer pausas pequefias, aplicando- nos a amar, sin razonar. Si la contemplacién fuera algo extraordina- rio acercandose al milagro, los santos no hu- bieran dado consejos de este tipo. Al contrario, nos hubieran disuadido de ello, como disuaden de los éxtasis y las revelaciones. En el orden natural, todos actuamos de la misma manera. Asi, ningin hombre sensato aconsejaria caminar sobre las aguas, arrojarse desde un sexto piso para aprender a volar, ira acostarse dentro de un horno que arde, para dormir alli con calor. pero se aconsejara mon- tar a caballo, ir en bicicleta, y subir a las mon- tafias mas altas. Todo consejo de hacer algo supone, pues, la posibilidad de ello y se situa en el nivel de las cosas ordinarias. La experiencia de las almas de oracion aporta una prueba mas en apoyo de nuestra te- sis. Si la gracia de la contemplacion fuera un don sobrenatural extraordinario reservado a privilegiados, la mayor parte de los que hubie- ran intentado esta oracién hubieran desembo- cado en humillantes fracasos 0 en ilusiones de- plorables. Pero no es ése el caso. Las personas que han seguido en esa materia la ensefianza de los santos, han tenido éxito. Daremos la prueba de ello. Nos encontramos aqui sobre un terreno de hechos, que pasan a ser ciertos cuando descan- 62 san en testimonios numerosos de valor excep- cional. Citamos algunos de ellos. Todavia en vida de Santa Teresa, las car- melitas eran generalmente monjas fervorosas. Pero no todas eran canonizables. Pues, bien, en el libro de las Fundaciones, cap. V, su ma- dre habla en estos términos: «A penas se en- cuentra en cada casa una monja a la cual el Maestro Divino conduzca por el camino de la meditacién. Todas las demds son elevadas a la contemplacion perfecta. Algunas, ademas, se ven favorecidas con éxtasis». Observemos que la Santa, colocando la contemplacion perfecta entre la meditacién y los éxtasis, muestra claramente que habla de una contemplacién que no es milagrosa, es de- cir, trata de la contemplacién ordinaria. Podra ser mds 0 menos perfecta segun el mayor o menor fervor de las personas que la practican. Pero, no llega, en ese momento, al milagro, sino que permanece en el nivel de la contem. placion ordinaria. Cuando Dios otorga esta gracia, no la retira nunca, pues sus dones son irrevocables dice San Pablo (Rom. 11,29). Cuando se correspon- de a esta gracia fielmente o no, su misericordia nos la deja, asi como deja a otros la gracia de la meditacién o la de la oracion afectiva. Suce- de con este don lo que acontece con la gracia santificante y los méritos adquiridos mediante 63 ‘la practica de la virtud. Se pierde la gracia y los méritos por el pecado mortal. Pero se los recupera mediante la absolucién o la contric- cién perfecta. Devolviéndonos la gracia santifi- cante, Dios nos devuelve generosamente todos los méritos adquiridos antes del pecado. Otro tanto hace en cuanto al don de la contempla- cion. Capitulo 14 LA IGNORANCIA DE LA VERDAD EXPUESTA EN EL CAPITULO PRECEDENTE ES MUY DANOSA La mayor parte de los autores espirituales no dicen nada sobre la contemplaci6n oscura u oracion de fe. El paso de la meditacion a la oracion afec- tiva se hace de una manera totalmente natural. Cuando se ha meditado cien veces el mismo tema, la curiosidad el espiritu se desvia instin- tivamente para buscar en otros pasos algo nue- vo. Entonces, si el corazon ha tomado confian- za en Dios, se dilata y enternece. El alma do- mina las agitaciones del espiritu. En lugar de pensar, el alma se pone a amar. Es el momen- to de la oracion afectiva. Pero la sensibilidad 64 por su parte se embota. Las emociones vivas cansan. El alma termina por encontrarse pri- vada de las ayudas del espiritu y de las del corazon. Le queda solamente la buena volun- tad de orar. Dios no le abandona en esta hora critica. Lejos de violentar nuestra naturaleza, se pone al alcance de nuestras necesidades. Ofrece al alma la gracia de la oracio6n, comuni- candosela directamente a la voluntad. Le hace sentir su presencia en la oscuridad de la fe yle invita a un amor espiritual, silencioso, en cal- ma. La manera como se realiza este paso de la oracion afectiva a la contemplacion termina por desorientar a las almas. Pues Dios evita el violentarnos. No nos transporta con brusque- dad y forzadamente de un estado a otro. Proce- de lentamente. Varia la accion de su gracia, que se ejerce adecuadamente sobre el espiritu, el corazon y la voluntad. Nos Ileva asi poco a poco a abandonar nuestra antigua manera de orar para asumir otra nueva. estas variaciones duran hasta que la contemplacion se hace ha- bitual. Entonces es necesario iluminar las almas sobre la accién del Espiritu Santo, para impe- dirles que se resistan a El. A falta de luces, las almas caen en la tristeza y el desdnimo. Si esta situacién sé prolonga, aguantan un verdadero martirio. No sélo las personas poco instruidas. 65 Al contrario, la gente sencilla sale mas facil- mente, sin ayuda, de esta prueba. Hay que la- mentar mas a las personas instruidas que han sido formadas erréneamente sobre este tema en las lecturas desafortunadas. Los presbiteros, tedlogos, no suelen escapar a este suplicio. Re- cuerdo uno de éstos muy inteligente, autor de obras importantes, que se encontraba en esta situacion y me oyo en una conferencia sobre la oracion de fe. Me dijo que le habia devuelto la vida. La imposibilidad de meditar lo habia su- mido en el desanimo mas profundo y no sabia como orar. Ahora veia cémo orar con facili- dad. Hubo en él una transformacion inmedia- ta. Se necesita mucho animo para conservar la voluntad de orar cuando, sometido por Dios a la prueba del atontamiento del espiritu, a la prueba de la sequedad del corazon, para llegar por ese camino a la contemplacion, no se com- prende la accidn de la gracia y no se decide a seguirla. Las voluntades débiles sucumben ra- pidamente bajo el peso de esta cruz. Habiendo intentado con frecuencia meditar, tener afec- tos, sin lograr nada, a no ser cansarse excesiva- mente, terminan por rendirse totalmente al de- sanimo y renuncian a hacer oracion. Si, por vi- vir en comunidad, se ven forzadas a la practica de la oracién, van a ella con un aburrimiento inaguantable y, renunciando a esfuerzos reco- 66 nocidamente inutiles, se entregan sin modera- cidn a las distracciones de su imaginacion, o se duermen. 6Qué hacer para devolver a esas almas el gusto de la oracién? Es preciso sacarles de su ignorancia, expo- niéndoles la sana doctrina sobre la contempla- cién. Es posible orar a Dios en silencio; se le puede adorar y amar contentandonos con mi- rar a Dios. Se trata de una oracion excelente, ordinaria y comin, a la que podemos entregar- nos sin orgullo y sin peligro. Si se persevera en dar estas ensefianzas, hasta que se vean libres de sus dudas y temores, no tardaran en alcan- zar el habito de la contemplacién. Entonces su propia experiencia les confirmara, viendo en ello, con claridad, la doctrina de los santos, que aceptaran con fe gozosa. En la contemplaci6n se toca a Dios, lo sa- boreamos, adquirimos sobre El una ciencia ex- perimental. En cuanto a este género de conoci- mientos, nada substituye a la experiencia. San Juan de la Cruz lo dice en términos claros: «Esto creo no lo acabara bien de entender el que no lo hubiere experimentado, pero el alma que lo experimenta, como ve que se le queda por entender aquello de que altamente siente, llamalo un no se qué: porque asi como no se entiende, asi tampoco se sabe decir, aunque, como he dicho se sabe sentim». (Cantico Espiri- 67 tual, cancion 7.*, p. 10, verso: «un no se qué que quedan balbuciendo»). Capitulo 15 OBJECION Y RESPUESTA Las razones y hechos expuestos en los dos capitulos precedentes no lograran convencer a todo el mundo. Algunos lectores no faltaran de decir: «En realidad, los contemplativos son muy raros. Cémo puede ser la oracion de fe una gracia ordinaria ofrecida comunmente a las almas de buena voluntad? Sin embargo, examinemos las almas que se aplican desde hace algun tiempo a la oracion, en los conventos o en el mundo. Interrogadlas. Decidles: «i Tenéis siempre gusto en meditar?» Si proponeis esta cuestion a 100 personas, 99 os responderan probablemente: «En otro tiem- po lo tenia. Desgraciadamente la meditacion ha pasado a ser para mi una fatiga. No en- cuentro ninguna persona que me toque y me de un poco de amor de Dios. Me veo obligado a tener siempre un libro en la mano. Si me im- pacta un pensamiento, me detengo, lo cual dura unos segundos. En seguida, las distraccio- nes vuelven y tengo que retomar la lectura, si quiero:liberarme de esas distracciones». 68 Proseguid el interrogatorio y preguntadles: «éPodéis, al menos, amar a Dios con ternura y hacer oracién, ofreciéndole los sentimientos de vuestro corazon?» —Os responderdn que su co- razon esta seco y temen decir a Dios que le aman, por estar su coraz6n frio e indiferente. «Como ora, si continua haciendo oracién?». Cuando, Ilegados a este momento critico, se tiene la dicha de encontrarse en el Carmelo 0 en la Visitacién: iluminados por las ensefian- zas de Santa Teresa y San Juan de la Cruz, de San Francisco de Sales y Santa Juana Francis- ca de Chantal, en seguida pasan a ser contem- plativos. Con toda seguridad, veriamos multiplicarse las almas contemplativas entre las personas instruidas y fieles a la oracion, si se les impar- tiera en el tiempo oportuno la ensefianza nece- saria. No se les rehusa en absoluto la gracia de la contemplacién. Lo que les falta es la luz in- dispensable para corresponder a esta gracia. En cuanto se les presenta y ofrece esta luz, co- mienzan a hacer oracién de fe dichosamente. 69 Capitulo 16 SEGURIDAD DE LA ORACION DE FE Vamos a examinar los pretendidos peligros de la contemplacion, uno tras otro. Primeramente, el peligro de la inteligencia. EI misticismo, pretenden algunos, es peligroso para el cerebro. Conduce directamente a ilu- siones e incluso, a veces, a la locura, ete. Ahora bien, precisamente la oracién misti- ca no hace trabajar al cerebro. En la medita- cién el espiritu se entrega a numerosas refle- xiones, pudiéndose desviar. Por el contrario, la oracién de fe supone la imposibilidad momen- tanea de detenerse en una idea particular. Todo se pasa en la cima del espiritu. Habién- dose producido el acto de fe en la presencia di- vina, solo la voluntad se pone a trabajar, uniéndose con Dios mediante actos de amor. O mejor todavia: esta oracién debe excluir los conocimientos particulares que llegan hasta nosotros por via sobrenatural, como las visio- nes y las revelaciones. San Juan de la Cruz ha consagrado todo el libro segundo de LA SUBIDA AL MONTE CARMELO a mostrar como estos conoci- mientos particulares no pueden unirnos con Dios Es preciso despojarnos de ellos, renunciar 70 a ellos generosamente para encerrarse en las ti- nieblas de la fe oscura, sola ella capaz de llevar a cabo esta unién. Escribe a este respecto 32 capitulos, en los que demuestra hasta la evi- dencia esta necesidad. El segundo peligro se referiria a la salud. Seguin este punto de vista, las oraciones misti- cas serian demasiado absorbentes. Podrian Ile- var a la enfermedad, etc. También aqui la acusacién se equivoca de direccion. Como maximo, se podria decir esto respecto del exceso de meditacién o de oracién afectiva, en las que se emplean facultades que se fatigan en seguida. Si no hay moderacién, puede haber peligro. Asi, largas meditaciones producen dolores de cabeza. En la oracién afectiva, las emociones demasiado vivas, perju- dican el sistema nervioso y pueden causar en- fermedades. Nada de esto es de temer en la oracién de fe, puesto que ni se emplea la sensibilidad, ni las facultades intelectuales. Por supuesto, si se deseara ejercitar la oracién de fe dia y noche, sin tomarse el tiempo debido para comer y dormir, se caeria enfermo. Pero la enfermedad vendria de la falta de alimento y suefio, no de la oracién. De suyo, esta manera de oracién mas bien reposa. Cuando San Francisco de Asis, en casa de Bernardo de Quintavalle, pasé la noche repitiendo: Deus meus et omnia - Mi 71 Dios y mi todo; quiza se cansd, al no tomarse el tiempo adecuado para dormir; pero no se provocd dolores de cabeza por reflexionar, puesto que no reflexionaba. Tampoco agoto las fuerzas de la sensibilidad, puesto que ese grito de amor dimanaba de su voluntad, sin arrancar lagrimas o gemidos, como en las ora- ciones sobre la Pasion. Como nuestra voluntad se despliega en un cuerpo sometido a _necesidades imperiosas, como la de alimentacion y suefio, esto se ha de respetar. Pero, cuando se tiene esto en cuenta, la voluntad vuelve a ser libre y si se pone a amar, puede hacerlo durante bastantes horas seguidas, sin esfuerzo, ni sufrimiento, sabo- reando una dulzura cada vez mds suave. A ciertas personas les cuesta repetir a Nuestro sefior: «Te amo; te amo». Temen no ser sinceros. Confunden el amor sensible con el espiritual. No se es sincero si se hace una declaracién de amor a una persona antipatica, puesto que se trata entonces de amor de natu- raleza. Pero se es sincero cuando, en la ora- cidn de fe, se dice a Dios: Te amo, puesto que Dios entonces nos pide amor de voluntad. Repetid lealmente a Dios: «Te amo». Asi, podéis alargar indefinidamente vuestra ora- cién. Alargando este ejercicio de amor, se llega a veces a la quietud perfecta. Otro peligro: el de encontrar desagrado en 72 la vida comun, cayendo en singularidades, en actos extrafios que llegan a escandalizar al pro- jimo. Con frecuencia se reprocha esto a las personas de oracién. Pero no se merecen esto las que se entregan a la contemplacion. En esta manera de orar, se evitan los deseos particulares, contentandose con el deseo gene- ral de estar unido con Dios, mediante un amor décil a todas sus voluntades. No se formulan peticiones especiales excepto las del Pater, u otras andlogas. Se ama, como en el cielo, y se dispone a testimoniar este amor, prepardndose a obedecerle en todo. En cuanto al detalle de este amor, no se piensa en ello. Dios lo concre- tara, mediante la voluntad de los superiores, los acontecimientos de cada dia, etc. Fuera de la oracién se pensard en esos detalles, y se aceptardn las manifestaciones de la voluntad divina. Si se da alguna singularidad, no proce- dera, por tanto, de la oracién. Capitulo 17 LOS ACTOS EN LA ORACION DE LA FE En los comienzos, las almas atraidas por el Espiritu Santo hacia la contemplacién oscura, 73 se encuentran desorientadas por el silencio profundo que se hace en su interior. Estaban esas almas acostumbradas a barajar muchos y buenos pensamientos para encontrar en ellos el medio de elevarse a Dios. Excitaban en su corazon muchos sentimientos afectuosos, transformados en deseos y peticiones. Todo eso se acabd. Solamente la voluntad se experi- menta atraida por Dios. Despojandose de los sentidos, los actos del alma se hacen simples. Es una primera dificul- tad para constatar su existencia. Ademas, en la contemplacién, esos actos son directos. parten del corazon para ir directamente a Dios, sin transformarse en frases 0 discursos. El espiritu, como no ha cooperado en su formacion, tam- poco los observa. Todo ello inquieta a los principiantes, inclinandoles a pensar que no hacen nada en la presencia de Dios. Supongamos una madre que, sentada junto a la cuna de su nifio, lo mira dormir. Por mie- do a despertarlo, no hace movimiento, ni rui- do alguno; incluso retiene su respiracién. Lle- na de amor hacia ese fruto de sus entrafias, lo devora con sus ojos. Permanece asi horas. 4En qué piensa? GQué experimenta en el fondo de su coraz6n? Si le interrogdis mas tarde a este respecto, la pondréis en un aprieto. Quiza no sepa responder. Dird: «He estado amando a mi nino, y eso es todo». 74 Cuando un alma hace la oracién de la aten- cién amorosa a Dios presente, se comporta del mismo modo. Ama a Dios simplemente y en silencio. Eso es lo que sabe. Esa impotencia del espiritu, que procede del silencio al que ha sido condenado durante la contemplacién, no prueba en absoluto que la voluntad no haya hecho nada y que haya perdido el tiempo. Como la madre de que aca- bamos de hablar. Los actos de la voluntad son muy reales. Frecuentemente, incluso, hay va- rios actos reunidos en un mismo movimiento del corazén, y se hace mas dificil el analizarlos y conocerlos en detalle. Sin embargo, los actos de la contemplacién no son totalmente imperceptibles. Cuando se adquiere el hdbito de esta oracion, se llega mas facilmente a discernirlos. Vamos a examinar algunos de ellos, a causa de su importancia particular. Capitulo 18 EL PRIMER ACTO DE LA ORACION DE FE Como su nombre indica, el primer acto de esta oracion, por el que hay que empezar nece- 75 sariamente, es un acto de fe. No se trata de una fe respecto de alguna verdad particular de la revelacién, sino de una fe general en Dios, en su presencia en nuestra alma, en sus perfec- ciones infinitas. Cuando el Espiritu Santo quiere elevar un alma a la contemplacion, le quita la posibili- dad de meditar durante ese ejercicio. Cada vez que le impulsa a la oracién, hace un vacio de buenos pensamientos en su inteligencia. Le provoca un desagrado insuperable hacia las re- flexiones y razonamientos que anteriormente le hacian tanto bien; le lleva a contentarse con esa fe general y oscura, mediante la cual le hace creer en su presencia y le atrae a su amor. San Juan de la Cruz, ensefiando a las al- mas, en la SUBIDA DEL MONTE CARME- LO, sobre los medios para llegar a la union di- vina, establece, como fundamento necesario, un desasimiento completo de la voluntad, no solo de los bienes naturales, sino incluso de los bienes sobrenaturales, en tanto en cuanto que el amor propio pudiera apegarnos a ellos. Las verdades reveladas son bienes sobrena- turales. Tenemos necesidad de creerlas con fe firme e inquebrantable. Tenemos que meditar- las. Son deberes imperiosos. Pero esos deberes no nos dan el derecho de atarnos a esas verda- des por amor propio de hacer nuestras esas verdades, sirviéndonos de esas verdades para 76 nuestro provecho, para la satisfaccion de nues- tra vanidad, de nuestro orgullo o de otro senti- miento interesado. Todos los hombres, si correspondieran fiel- mente a la gracia de la oracion, llegarian poco a poco a esa fe perfecta. En su misericordia in- finita, el sefior concede a todos la gracia de poder orar. Paganos, judios, musulmanes, he- rejes y cismaticos, todos la reciben. El primer efecto de la correspondencia a esta gracia debe ser el pedir luz. Como San Pablo, derribado en el camino de Damasco, el que pide con cora- zon sincero, dird: «Qué quieres, Sefior, que haga?» —Si persevera en esta peticién, oira una respuesta equivalente a la que Jesus hizo a San Pablo, cuando le dijo: «Levantate; entra en la ciudad; alli, se te dira lo que debes hacer» (He- chos 9,7). Capitulo 19 OTROS ACTOS DE LA ORACION DE FE Los adversarios sistematicos de la oracién de fe le reprochan la negligencia de la practica de las virtudes. Es una calumnia. En la con- templacién oscura, se contentan los que la Dh ejercitan, con situar las virtudes en su sitio, su- bordinandolas todas ellas a la caridad perfecta y pura que es su reina. Las virtudes valen poco, si no sirven para glorificar a Dios. En la oracion de fe, no se polariza la aten- cion en particular en el detalle de las pequefias virtudes aunque, fuera de la oracién, no se des- precia su practica; pero el amor de Dios, al que se aplica el sujeto de la vida espiritual constantemente con ardor, practica, durante este ejercicio, ciertas virtudes generales que cooperan, con la caridad, a hacernos perfectos. La primera de esas virtudes es la obedien- cia. El que toma la resolucién de obedecer siempre, de corazén y con alegria, no despre- cia ninguna virtud. Se prepara a practicarlas al hilo de los acontecimientos. Lo hard con ani- mo y perfeccién. Ahora bien, en la oracién de fe, se ejercita constantemente esta obediencia. Al someter nuestra alma a los mandamien- tos de Dios, la obediencia quita los obstaculos para la practica de las virtudes. Lo cual no basta para adquirirlas. Precisamos la ayuda de la gracia divina, sin la cual no podemos reali- zar acto alguno sobrenatural, digno de las re- compensas del cielo. Ahora bien, es la humil- dad lo que atrae la gracia. La paciencia es igualmente una virtud ge- neral que nos hace adquirir todas las virtudes. iSe necesita paciencia para perseverar en una 78 oracién tan crucificante! Muchas almas aban- donan su prdactica, porque no tienen animo para sufrir y aburrirse en la compafiia de Dios. Es un hecho de experiencia constatado por muchos santos y abundantes directores. La contemplacion oscura es un ejercicio ge- neroso de fe, de sumisién a la voluntad de Dios, de humildad, de paciencia. Capitulo 20 LA CARIDAD EN LA ORACION DE FE La contemplacién comienza por la fe; con- tinua por la caridad. Es un camino largo que exige animo y generosidad. Se le llama tam- bién a esta oracién: Oracién de atencién amo- rosa a Dios presente. La oraci6n de fe introduce en el camino del amor verdadero y puro, del que nos pide Dios, y nos ayuda a adquirirlo, a fortalecerlo, a Ile- varlo a la perfeccién mas alta. Las reglas de este amor se encuentran en las tres primeras peticiones del Pater. El espiri- tu aporta un juicio exacto sobre la grandeza de Dios. Lo ve en una altura infinita, por encima de las criaturas, y la voluntad le ofrece enton- 79 ces un amor de alabanza, diciendo: «Sanctifi- cetur nomen tuum». Dios no sdlo es grande; es hermoso, ama- ble; tiene los encantos que resultan de todas las perfecciones reunidas. Sobre todo es bueno y misericordioso para con sus criaturas. Por lo tanto, merece reinar sobre nuestros corazones por el amor. El amor de complacencia se ex- presa diciendo: «Adveniat regnum tuum». Finalmente, Dios es todo poderoso. Es el Sefior, maestro absoluto de todas sus criatu- ras. ninguna de ellas tiene la capacidad de re- sistirsele con éxito. El amor de obediencia se expresa diciendo: «Fiat voluntas tua, sicut in coelo et in terra». La voluntad se somete a la autoridad soberana de Dios, llena de santo res- peto. En tanto que nuestra voluntad permanezca esclava de las pasiones que se agitan en la car- ne y de los pensamientos que la vista de las criaturas arroja en el espiritu, no puede levan- tarse a las alturas. Por ello, Dios le presta un servicio inmenso, concediéndole la gracia de la contemplacién. De este modo, le arranca de las desviaciones de la imaginacién y de las de- bilidades de la sensibilidad. Dios independiza la voluntad del cuerpo. En medio de las tinie- blas del espiritu y de la aridez del corazon, la voluntad aprende a hacerse sefiora de si mis- ma. En adelante, tomara sus decisiones a la luz 80 pura de una razon iluminada por la sabiduria divina que llenara el amor de Dios. Conocemos la respuesta de santo Tomas de Aquino a su hermana, cuando le preguntaba, qué hacer para ser santo. «Hay que quererlo». Ante la insistencia de la hermana, el Santo re- pitid hasta tres veces: «Querer ser santo». Esa es la clave para llegar a la santidad. Muchos van a la deriva, como restos de un naufragio, llevados por las olas, sin llegar nun- ca a puerto. Otros lo logran a base de una vo- luntad enérgica. Desgraciadamente su volun- tad esta ciega por una pasion ardiente, de amor al dinero, ambicion, vanidad, etc, Para llegar a Dios, hay que tener voluntad, pero una voluntad desasida de todo y entregada to- talmente a los ardores del amor divino. Esta voluntad se obtiene mediante la oracion de fe, y si se persevera en el habito de esta oraci6n, poco a poco el alma avanza por el camino de la perfeccién. San Juan de la Cruz, habiendo narrado, en el CANTICO ESPIRITUAL, los progresos del alma contemplativa, termina describiendo su estado, cuando esta preparada para recibir la recompensa de sus méritos. Asi escribe en la «declaracion y anotacién» de la cancién 40, redaccién B, n. 1: «Cono- ciendo, pues, aqui la esposa que ya el apetito de su voluntad esta desasido de todas las cosas 81 y arrimado a su Dios con estrechisimo amor; y que la parte sensitiva del alma, con todas sus fuerzas, potencias y apetitos, esta conformada con el espiritu, acabadas ya y sujetadas sus re- beldias; y que el demonio, por el vario y largo ejercicio y lucha espiritual esta ya vencido y apartado muy lejos; y que su alma esta unida y transformada con abundancia de riquezas y dones celestiales; y que, seglin esto, esta ya bien dispuesta y aparejada y fuerte, arrimada en su Esposo (Cant. 8,5), para subir por el de- sierto de la muerte, abundando en deleites, a los asientos y sillas gloriosas de su Esposo». Este amor de Dios no seria sincero si no se manifestara al exterior por un puro y perfecto amor al prdjimo. Aqui, también, el obstaculo viene de nuestro espiritu y nuestro cuerpo. Vi- vimos en medio de criaturas, cuyo contacto y cuya vista producen en nosotros las impresio- nes mas vivas y opuestas. A veces, simpatias ardientes nos arrastran tras si; otras veces, la antipatia, el odio, etc. nos alejan. (C6mo amar a unos y otros en amor de caridad? éSabemos en qué consiste ese amor? Impo- sible el practicarlo, sin conocer su naturaleza. Ante todo, es preciso tener las ideas precisas. De otro modo, con la mejor fe del mundo, po- driamos entregarnos a obras en las que la cari- dad no tuviera el minimo sitio, aunque pare- ciera inspirarlas. 82 Nuestro Sefior no ha querido dejarnos en la ignorancia sobre un tema tan importante. An- tes de El, se habia escrito: «Amaras a tu proji- mo como a ti mismo». iPero los hombres se aman de tantas maneras! Para zanjar el asunto, Jesucristo ha dicho a sus discipulos: «Os doy un mandamiento nue- vo. Sera el distintivo en el que os conocerdn que sois mis discipulos: Amaos unos a otros, como Yo os he amado». (Jn. 8,34-35). En adelante, la regla es unica. Es clara. Je- sucristo, obedeciendo a ese amor, se ha sacrifi- cado totalmente. Nos ha dado su sangre y su vida, y continua dandonoslas hasta el fin del mundo en su Iglesia y en los sacramentos. éComo obtener la inteligencia de ese amor, para que nos sirva de regla de nuestra conduc- ta? Mediante la meditacién, sin duda. iPero cuanto mds eficaz es la contemplacién para conducirnos a ese fin! Por ejemplo, pocas personas Ilegan por el camino de la meditacién a captar bien ya practicar el gran deber de perdonar las injurias y amar a los enemigos. La contemplacién viene a ayudar a los que tienen esos resentimientos o esas debilidades. Les da el animo para olvidarlo todo. Los lanza al interior del Corazén de Jestis, y les hace ad- mirar la altura, la profundidad, la anchura de su caridad inmensa hacia el projimo. Asi pier- 83 den la posibilidad de pensar en si mismos, y, olvidados de todo interés personal, se entregan aamar a los demas, como Jesus les ha amado. Capitulo 21 LA PRACTICA DE LA ORACION DE FE Santa Teresa de Jestis exhorta a no desani- marse, si Dios no concede en absoluto la gra- cia de la contemplacién. Basta, manteniéndose en la via de la meditacion, atenerse a lo esen- cial, que es reflexionar sobre las verdades reli- giosas, no para ser mas sabio, sino para amar mas, y tener mas dnimo en el servicio de Dios. En ese estadio, no se esta exento de seque- dad. Es una prueba transitoria; Dios ejercita asi en humildad y paciencia; para dar, a conti- nuaci6n, las alegrias espirituales de la medita- cién. No es lo mismo respecto de los llamados a la oracion de fe. Se reconoce esta llamada en tres sefiales. San Juan de la Cruz las describe con precisidn en los capitulos 13 y 14 del libro 2.° de LA SUBIDA DEL MONTE CARME- LO y en los capitulos 9 y 10 del libro 1° de LA NOCHE OSCURA. 1. La pardlisis de las facultades intelectua- 84 les y sensibles se produce regularmente desde que se quiere hacer oracién. Esas potencias no proporcionan ya nada al corazén para ayudar- le a amar a Dios. Por mds que se esfuerce por despertarlas, no lo logra. 2. Ese estado de paralisis se limita al tiem- po de la oracion. Si durara siempre, seria un signo de enfermedad. Pero, fuera del tiempo dedicado a la oracién, se vuelve a encontrar la libertad para pensar y sentir. Se puede entre- gar, con gusto, al estudio de las verdades reli- giosas; gusto que desaparece solamente cuando se quiere poner a orar. 3. En medio de este embotamiento de la inteligencia y la sensibilidad, la voluntad per- manece viva; experimenta profundamente la necesidad de Dios, se siente fuertemente atrai- da hacia El, con la conviccién de que El esta ahi y que se le puede adorar y amar, mirando- lo en silencio. Esta ultima sefial es la mas importante. Las otras dos primeras no bastan para indicar la llamada a la oracién de la fe. Cuando a las dos primeras sefiales se afiade la tercera, la llamada a la contemplacién se hace manifiesta. La necesidad de amar a Dios sentida por la voluntad, al no salir ni de las operaciones del espiritu, ni de las emociones del corazon, es producida evidentemente por el Espiritu Santo, mediante la fe en su presen- 85 cia. Esta fe alcanza directamente la voluntad y la impulsa a orar. En adelante ya no es posible la duda. Se concede la gracia de la oracion al alma de una forma nueva. Y para orar util- mente, hemos de cooperar a la gracia y acoger- la como Dios lo disponga. Cuando estas tres sefiales se encuentran reunidas, hay que ejerci- tar con resolucién la oracién de fe. Este paso de una oracion a otra es delica- do e interesa mucho no equivocarse, en rela- cin con los signos que indican el momento oportuno. San Juan de la Cruz nos aconseja esta prudencia. En definitiva todo descansa en el gran man- damiento de la caridad. Si no podéis amar a Dios sin reflexionar, reflexionad sobre la ver- dad religiosa que corresponda, y ella abrirad e inflamara vuestro corazon. Pero si podéis amar sin razonar, dejad los razonamientos, por muy hermosos que os parezcan. Una vez ya en la contemplacién, observan- do las reglas de prudencia obvias, hay que per- severar, a pesar del sufrimiento que le causen, el vacio de su espiritu y la aridez de su cora- zon. Es un estado muy penoso. 86 Capitulo 22 LOS PROGRESOS DE LA ORACION DE FE Si se deseara progresar en la contempla- cién, hay que reunir unas condiciones impor- tantes. La primera es llevar a cabo cada dia este piadoso ejercicio. Empleando una compara cién de Santa Teresa, hay que imitar la con- ducta de los que se encuentran en fase de no- viazgo. Se preparan para el matrimonio me- diante entrevistas diarias. Vivid vuestras. entre- vistas con Jesucristo, y sed fieles a ellas. Santa Teresa en los capitulos 21 y 22 del CAMINO DE PERFECCION, aconseja a este respecto tomar una resolucion inquebrantable. Hay que prolongar la duracién de esas en- trevistas, tanto cuanto sea posible, para que las entrevistas sean cada vez mas provechosas. Esas entrevistas deben producir la unién divina, la transformacién en Dios por el amor. Esta transformacion es imposible sin un de- sasimiento de la voluntad que vacie el corazon de sus antiguas afecciones y deja a Dios solo el lugar que ocupaban anteriormente. San Juan de la Cruz, describiendo el estado de la esposa que se ha hecho digna del matri- 87 monio espiritual, pone en sus labios las pala- bras siguientes: «Lo cual es como si dijera: Mi alma esta ya desnuda, desasida, sola y ajena de todas las co- sas criadas de arriba y de abajo, y tan adentro entrada en el interior recogimiento contigo, que ninguna de ellas alcanza ya de vista el inti- mo deleite que en ti poseo, es a saber, a mover mi alma a gusto con su suavidad, ni a disgusto y molestia con su miseria y bajeza». (CANTI- CO ESPIRITUAL, cancion 40, n. 2, comen- tando el verso: «Que nadie lo miraba»). Dios no nos pide, para unirse a nosotros, la renuncia del uso de los bienes de este mundo. Ese uso nos es necesario para vivir. Dios se contenta con las disposiciones de nuestra vo- luntad. Si ésta conserva su independencia en medio de las emociones del cuerpo o del espi- ritu; si, segtin la expresidn de San Pablo, usa de las cosas como si no usara, si ninguna im- presion de alegria o dolor, esperanza o temor, puede arrastrarle al olvido de sus deberes, Dios se complace. Otro es el caso cuando la voluntad esta es- clava de sus impresiones naturales. San Juan de la Cruz, indicando el camino que conduce a la union divina, pone como puerta de entrada, la necesidad absoluta de mortificar, sin piedad, las cuatro pasiones de alegria y dolor, de espe- ranza y temor que sin cesar despiertan en el 88 alma sus contactos perpetuos con los bienes y males de este mundo. Si la voluntad no hace esfuerzos perseverantes para purificarse de es- tas pasiones y dominarlas, se parara en el ca- mino. El santo escribe al respecto capitulos impactantes. Muestra las pasiones haciendo destrozos en el alma, que esclavizan. La tortu- ra; ciegan su juicio; la cubren de manchas; de- bilitan sus fuerzas y la vuelven anémica. Final- mente, la sujetan encadenada, lejos de Dios. Asi, para llegar a ser sefior de si mismo, para conservar la paz del coraz6n y la sereni- dad del espiritu, en medio de todas las vicisitu- des de la vida presente, es preciso practicar con animo la mortificacion interior de las pa- siones. En el momento en que éstas se despier- tan, la voluntad, mediante un esfuerzo enérgi- co, debe levantarse hacia Dios debe sostener este esfuerzo, perseverando en el silencio y la oracion, hasta que la calma vuelva a las facul- tades intelectuales e incluso a los sentidos. Cuando se habla de mortificacién, muchas personas, incluso muy piadosas, piensan en las austeridades corporales unicamente. Al no ser siempre pecado la alegria y la tristeza, la espe- ranza y el temor, se los cultiva sin escripulo y sin remordimiento. Como brotan con cual- quier ocasi6n, el espiritu y el coraz6n de cier- tas personas parecen frecuentemente un mar en tempestad. Se ven asaltadas dia y noche por 89 mil pensamientos y sentimientos que les impi- den toda paz interior. Y es en este estado lasti- moso como se presentan a hacer oracidn. Por lo demas, incluso con la mejor volun- tad del mundo, es extremadamente dificil, ob- tener sobre estas pasiones una victoria comple- ta. San Juan de la Cruz, en el primer libro de la NOCHE OSCURA, aporta una prueba cu- riosa sobre ello. Hace el examen de conciencia de las personas fervorosas, pasando revista a los siete pecados capitales que pueden come- ter, no en el orden natural, sino en el orden es- piritual. Enumera, por ejemplo, ciertos peca- dos de avaricia espiritual, glotoneria espiritual, lujuria espiritual, etc. A este respecto hace des- cripciones de grande y doloroso realismo. Ahora bien, ninguna mortificacién activa pue- de librar a las almas completamente de todo ello. Maxime cuando frecuentemente no tie- nen conciencia de esas faltas. A veces, incluso, se las toma por virtudes. Una conclusién se impone. La necesidad de la intervencién de Dios para suplir nuestra impotencia. Viene en nuestro auxilio, introdu- ciéndonos en la noche de los sentidos, median- te la contemplacion oscura. Ese es el motivo principal que hace a oracion de fe tan util para nuestros progresos espirituales. El lector lo sabe: durante esta oracion, Dios paraliza las facultades intelectuales y sensibles para desen- 90 cadenar la accién de la voluntad sola. En ese momento, si la voluntad acepta ese sufrimien- to, si se acostumbra a las operaciones de la cima de la espiritualidad, toma fuerza, se puri- fica de sus culpas y adquiere poco a poco las disposiciones necesarias para la unién divina. Se hace necesario prolongar la contempla- cion para hacerla rentable. Una oracién corta no lograria transformarnos, unimos a Dios, si, sobre todo nos falta Animo para practicar la mortificacién interior. Nos queda una condicién indispensable para asegurar nuestros progresos. Es el aportar un gran fervor a la oracion de fe. Por tanto, nos hemos de persuadir ce que la contemplacién oscura es una oracién ordi- naria y hay que trabajar activamente en ella, como en la meditacién y en la oracién afecti- va. La diferencia entre esas tres oraciones ordi- narias viene del numero y de la naturaleza de las facultades que se aplican al trabajo de la oracion. En la meditacion, el trabajo lo hace principalmente el espiritu que arrastra y lleva poco a poco el coraz6n y la voluntad a la ora- cién. En la oracién afectiva, el papel principal lo desempefia la sensibilidad. En la contempla- cién, la voluntad se entrega integramente a amar. Pero en cada una de esas oraciones es preciso trabajar, y los éxitos son proporciona- les a la energia de nuestro trabajo. 91 Adentrémonos por la via abierta por los santos. Oremos con su fervor. Hagamoslo fiel- mente cada dia empleado en ello todo nuestro tiempo disponible, y seremos escuchados. Capitulo 23 LA ORACION DE FE Y LOS PECADOS Los progresos de la oracion se traducen en progresos de las virtudes. Con todo, la contem- placién, aunque sea habitual, no nos hace im- pecables. Es imposible que un alma de oracion viva con el habito del pecado mortal. Pero no esta al abrigo de las faltas aisladas, incluso de las graves. Una negligencia, una sorpresa, un momento de temeridad durante el cual se ex- pone, bajo falsos pretextos, a ocasiones peli- grosas, una fuerte tentacién del demonio, pue- den causar a veces caidas lamentables. Pero hay un hecho consolador que deberia bastar para vincularnos a la oracién y no abandonarla nunca. Si la oracién no nos impi- de el caer, nos ayuda a levantarnos rapidamen- te. Asi detiene las consecuencias de nuestras caidas. Y por muy malignos que sean los peca- dos en si mismos, lo son mas todavia en sus 92 consecuencias, cuando producen la tristeza, el desdnimo y a veces la desesperanza. Asi un pe- cado grave conduce a otros muchos. Pero los que se entregan a la oracion se ven preservados de esa triste desgracia. Tienen el habito de corresponder fielmente a la gracia de la oracién. Dios no retira esta gracia a los que caen en pecado. Asi, pues, cuando después de su caida, el alma vuelve en si, se siente inclina- da a orar, y conforme a su habito, al mostrarse docil a la inspiracién de Dios, se levanta rapi- damente por la contricién. Se apresura a con- fesarse y a veces saca bien del mal, y transfor- ma el veneno en remedio. Pues la causa principal de nuestros jpecados es nuestro orgullo. Nos fiamos demasiado de nosotros mismos y poco de Dios. Esto nos pierde. Para acabar con el orgullo hay que aceptar las humillaciones, sin murmurar, con- fesando que se han merecido. De entre todas las humillaciones, las mas crueles para el amor propio son los pecados. Asi se experirnentara lo que escribe San Pablo: «En todas las cosas interviene Dios para el bien de los que le aman» (Rom. 8,28). S. Agustin aflade: «Todo, incluso los pecados coopera al bien de los ele- gidos». Tratemos ahora una cuestion mas delicada, la de las mil pequefias faltas, cometidas por la debilidad de nuestra naturaleza, sin ninguna 93 malicia de la voluntad. Se deplora esas faltas y se daria lo que fuera por evitarlas. Cientos de veces se hacen propésitos al respecto, pero se vuelve a caer sin cesar. Muchas personas, poco instruidas en los te- mas de oracién y vida interior, se desorientan y desaniman en exceso por esas faltas. El error esta en exagerar su importancia y querer com- batir esas debilidades como se debe combatir los verdaderos pecados. El método que hay que seguir es diferente. Ante actos importan- tes, visibles y palpables, hay que tomar resolu- ciones precisas, determinadas. Pero la situacion no es la misma en faltas minimas de las cuales hablamos. Santo Tomas de Aquino compara esas faltas veniales a las gotas de la Iluvia. Os volvéis a la izquierda para evitar las gotas de agua que caen a la de- recha; pero durante ese tiempo se es alcanzado por las gotas que caen a la izquierda. Creed en la omnipotencia de Dios; creed en su misericordia infinita. Capitulo 24 LA ORACION DE FE Y LA UNION CON DIOS ZEs posible Ilegara la unién divina median- 94 te la oracion de fe, sin éxtasis u otras oraciones milagrosas tan frecuentes en la vida de los san- tos? La cuestién no ofrece duda. Vamos a pro- barlo. Expliquemos primeramente lo que enten- demos por uni6n divina. Es un estado interior en el que el alma permanece completamente sometida a la accién del Espiritu Santo. El alma conserva la actividad de las potencias de su cuerpo y su espiritu. En multitud de peque- fos movimientos, de pequefios actos irreflexi- vos, esas potencias conservan su espontanei- dad. Pero en los actos reflexivos que pueden originar mérito o demérito, el alma ha tomado tal hdbito de solicitar el auxilio de la gracia y de adecuarse décilmente a los impulsos del Es- piritu Santo, que termina por obrar en colabo- raci6n permanente con Dios. Asi puede decir con San Pablo: «Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mi»c (Gal. 2,20). Este estado es la perfeccién a que se puede llegar en este mundo. En lo interior, la perfec- cidn es completa. Dice Santo Tomés que la perfeccién consiste en que el corazon del hom- bre esté totalmente vinculado, unido a Dios (2.2. Sent. q. 86, atr. 1. in c.). éQuién ha realizado esta unién? El amor; no un amor pasajero, sino permanente. Por muy ardiente que sea el amor de los extaticos, 95 si no dura tras el éxtasis cesa de producirse la union. Los éxtasis pasan pronto, por tanto es necesario adquirir la union divina permanente, mediante otra clase de oracioén que no pase. Pues bien, solamente la contemplacién oscura puede llegar a ser habitual y perseverar, en es- tado latente, incluso después de haber cesado de entregarse enteramente a su ejercicio. No siempre es posible meditar. El espiritu se agotaria en ese trabajo, y ademas ha de pen- sar en mil cosas que le mantienen alejado de Dios. Andlogamente, la oracion afectiva no puede durar siempre. La sensibilidad se cansa antes que el cerebro. Nos queda, pues, la vo- luntad, iluminada por la cima del espiritu, es decir la potencia espiritual con la que hacemos la oracién de fe. Si, mediante la perseverancia en hacer esta oracion, mediante nuestro 4nimo para retirar nuestra voluntad de toda afeccion natural hacia las criaturas, mediante nuestro fervor en entregar la voluntad a Dios para que la abrace en su amor, obtenemos el ser escu- chados; lo hemos logrado: hemos Ilegado a la union divina. Pues el alma, una vez abrazada en el amor, no cesa ya de amar. El alma lleva su amor en ella en toda las ocupaciones de la vida y, como Dios le devuelve amor por amor, de ahi se sigue que el Espiritu Santo no la abandona y la dirige en toda su conducta. Dios dijo un dia al patriarca Abraham: 96 «Anda en mi presencia y se perfecto» (Gen. 17,1). Se concluye de esta palabra que la per- feccién es el fruto de la presencia continua de Dios en nosotros. El unico medio para vivir constantemente en esta presencia, es e| amor. Si es imposible pensar siempre en Dios, no lo es el amarlo con tal fervor que el corazén no se aparte jamds de El. Asi el ejercicio de la pre- sencia de Dios nos lleva al amor de voluntad, y éste a la contemplacién oscura. Por ello, no nos extrafiamos, si los santos atribuyen igual- mente la unidn divina y la perfeccién, ya sea al ejercicio de la presencia de Dios, ya a la ora- cion continua. La contemplacién nos abraza en el amor y el amor nos mantiene unidos a Dios mediante una oracién continua. Hay un texto de San Buenaventura sobre la unién de la oracién y las virtudes, citado enteramente por San Pedro de Alcantara y reproducido por muchos autores. Dice asi: «Si queréis soportar con paciencia las adversidades y miserias de esta vida, sed hombres de oracién. Si queréis lograr el dnimo y la fuerza para vencer las ten- taciones del enemigo, sed hombres de oracién. Si queréis mortificar vuestra propia voluntad, con todas sus inclinaciones, y discernir las as- tucias y engafios de Satands, vivir en la alegria y avanzar sin fatiga por los caminos de la peni- tencia, alejando las moscas importunas de los vanos pensamientos y preocupaciones, sed 97 hombres de oracién. Si queréis fortalecer y reafirmar vuestro 4nimo en los caminos de Dios, sed hombres de oracién. En la oracién se recibe la union y la gracia del Espiritu Santo que ensefia todas las cosas. Aun mas, si queréis ascender a la altura de la contemplacion... He- mos visto y vemos cada dia un gran numero de personas sencillas que han obtenido todos los bienes que hemos enumerado y otros mayores por medio de la oracién». San Juan de la Cruz por su parte ensefia: «El alma enamorada es alma blanda, mansa, humilde y paciente. El alma dura en su amor propio se endurece. Si tu en tu amor, ioh buen Jesus!, no suavizas el alma, siempre persevera- ra en su natural dureza». (Dichos de luz y amor, 33-35). Capitulo 25 LAS ORACIONES MILAGROSAS Habiendo escogido Nuestro Sefior a Santa Teresa para reformar el Carmelo, la singulari- z6 ante la opinion publica, enriqueciéndola con arrobamientos y éxtasis. Mas tarde, hacia el final de su vida, tras haberla elevado hasta el 98 matrimonio espiritual, recibiendo interiormen- te los dones mds sublimes, desaparecieron poco a poco sus éxtasis. Extrafidndose la San- ta, al pedir una explicacién, el Sefior le dijo: «Al principio, necesitabas credibilidad. Te la he dado mediante los éxtasis, Hoy tu credibili- dad esta asegurada, y ese medio es intitil». Indicaci6n valiosa. Una segunda argumentacién, tomada de San Juan de la Cruz, nos ensefia a terner mu- cho ese tipo de favores. Comencemos por si- tuar esas gracias en dos categorias diferentes: 1.- Las oraciones milagrosas que pueden permanecer misticas. Aqui el alma contintia la contemplacion oscura de modo sobrenatural. A veces, estas oraciones sacan al alma de las tinieblas del misticismo y la transportan a la claridad de las luces celestes existentes en algu- nas verdades particulares. Es el caso de las re- velaciones y visiones. Si la oracién permanece mistica, no presenta peligro en si. Guarda las ventajas inestimables de la contemplacién os- cura. Incluso las posee en grado superior, pues pasa de ser activa a pasiva. La accidn del espi- ritu santo sustituye completamente a la accion del alma, que recibe, de modo secreto y miste- rioso, un alto conocimiento de Dios, mientras que su corazon queda abrazado en amor. El peligro de esta clase de oracién viene de la manifestacion del arrobamiento a los ojos de 99 los demas. No faltaran quienes acepten y vivan impresiones profundas en ese espectaculo. Unos se Ilenarian de admiracion, otros quiza de envidia y mostrandose incrédulos, formula- rian criticas malévolas o sospechas injuriosas, etc. En el primer caso, se veria tentado de va- nidad y de amor propio; en el segundo, se ve- ria sometido a sufrimientos crueles. Mejor es no verse expuesto a tales pruebas. 2.- Si la oracién milagrosa deja de ser mis- tica, entonces se vuelve peligrosa. San Juan de la Cruz, midiendo la gravedad de este peligro, sabiendo las ilusiones que des- vian a muchas almas en este punto, no duda en tratar largamente este tema. Establece el principio de que nunca hay que desear las vi- siones ni las revelaciones. Va mas lejos: ensefa la necesidad de resistirse enérgicamente ante esa clase de favores. Si se ha tenido que acep- tarlos, no hay que tener en cuenta lo que se ha oido o visto. Es preciso esforzarse por olvidar, tras haberlo contado con sencillez a un direc- tor prudente. No se tema el ofender a Dios con esas resistencias y olvidos, atin teniendo la cer- teza del cardcter divino de esas visiones y reve- laciones. Actuando asi, se agrada a Dios me- diante una prdactica generosa de las virtudes de la prudencia y la humildad. Teniendo la posibilidad de reproducir nuestra imaginacion cosas vistas u oidas, las almas cautivadas por 100 las visiones y revelaciones, se exponen a equi- vocarse por el trabajo de su memoria. habien- do tenido verdaderamente una visién sobrena- tural, tienen, o mejor creen tener, otras, que son la misma, acomodada a los diversos modos de su fantasia. Capitulo 26 LA ORACION DE FE Y EL CULTO A LOS SANTOS La oracion de fe o la contemplacién oscura no obstaculiza en nada la devocién a la Santi- sima Virgen Maria 0 a los santos. Por el con- trario, sirve mucho para fortalecer y desarro- llar esas devociones importantes. Como nos recuerda Bossuet, «los misticos ensefian que todo objeto de fe puede ser objeto de contemplacidn». Consiguientemente, se puede hacer la oracidn de fe, contemplado a Maria o los santos, Ilegando asi a amarlos y honrarlos mejor, segtin la voluntad de Dios. Por ejemplo, el saludo del arcangel Gabriel a Maria,, Ilamdndola /lena de gracia. Lo cual significa: llena de Dios; Ilena del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo. iPlenitud maravillo- sa! 101 Capitulo 27 éiCUAL ES LA MEJOR DE LAS ORACIONES? Para responder adecuadamente a esta pre- gunta, necesitamos distinguir algunos puntos importantes: Primeramente, podemos considerar las ora- ciones en si mismas, prescindiendo de la per- sona que ora. Considerando asi las distintas clases de oraciones, éstas se ordenan en diver- sas categorias. Las hay publicas y privadas; vo- cales y mentales; ordinarias y extraordinarias 0 milagrosas. Cada una de estas especies tiene su valor intrinseco, y si las comparamos unas con otras, veremos que su valor no es el mismo. Pero sea cual sea el valor objetivo de una oracién, hay que considerar practicamente la persona que ora, ya que solo entonces la ora- cién adquiere todo su valor real, aumentado o disminuido por las buenas o malas disposicio- nes de la persona que ora. Comencemos por examinar el valor de las oraciones consideradas éstas en si mismas. En el primer puesto hemos de colocar las oraciones publicas, es decir, la Misa, el Oficio y las otras solemnidades religiosas. La Misa: El Hijo de Dios desempefia en ella el papel prin- cipal. Renueva de manera misteriosa y pacifica 102 el sacrificio sangriento que ha ofrecido en la cruz por la redencién del mundo. Ese mismo sacrificio lo ofrece perpetuamente en el cielo, en la asamblea de los angeles y los saritos, pre- sentando al padre sus llagas sagradas. Cada Misa es una parte de ese inmenso concierto que se ejecuta, al mismo tiempo, en /a iglesia triunfante y en la militante, para la gloria del Altisimo y el bien, ya sea de las almas del pur- gatorio, ya de los fieles que viven en la tierra. No es posible imaginar una oracién mas bella, sublime y eficaz. Todos los instrumentistas cooperan a la belleza de un concierto. Cada uno tiene su parte cooperando al culto publi- co, y esa parte, generalmente supera el mérito de las oraciones privadas. En consecuencia, nada es comparable a la celebracién de la Misa 0 a la asistencia piadosa a ese augusto sacrifi- cio. Y guardando la debida proporcién, se ha de decir otro tanto del Oficio. Descendiendo algunos grados, Ilegamos las oraciones vocales privadas, como las letanias de los santos y de la Santisima Virgen, el rosa- rio y las otras formulas piadosas, tan conocidas Por los fieles. El origen de estas férmulas, debi- das generalmente a los santos, los sentimientos hermosos que expresan, y, sobre todo la apro- bacidn de la Iglesia, les dan un valor singular, que no se puede desdefiar. 103 Sin embargo, por un lado, toda oracién vo- cal es inferior a la oracién mental, porque se pueden recitar formulas con la exterioridad de los labios, de pura rutina, sin participacion al- guna del espiritu y el corazon. Entonces la ora- cién vocal pierde todo su mérito. San Agustin compara a los ladridos de los perros las oracio- nes de los que rezan o cantan el oficio, sin jun- tar a su culto exterior, algun acto interior de religion. éCual es el valor respectivo de las oraciones mentales, comparadas entre si, prescindiendo del fervor de los que hacen esas oraciones? El mérito de esas oraciones se evalua en relacion con el mayor o menor amor de Dios que llena nuestra alma. Ahora bien, en la meditacion se pasa el tiempo frecuentemente en reflexionar. Poco o nada de tiempo queda para amar. Ade- mas, el alma se mantiene demasiado lejos de Dios. Ama a Dios a distancia, a través de las imagenes, de los razonamientos de su espiritu, lo cual favorece poco el ardor de un santo amor. En la oracion afectiva, el tiempo se con- sagra enteramente a amar, aunque con toda la debilidad y defectos de la sensibilidad. Por el contrario, en la oracién de fe, el amor se hace espiritual. La voluntad, ella sola vive y actua en actos de adoracion, humildad, obediencia, y abandono filial, con toda el alma. Asi, consi- derada objetivamente, la meditacién es inferior 104 que la oracion afectiva y ésta que la contem- placion. Continuando el examen del valor objetivo de las oraciones mentales, nos queda por tratar el de las oraciones sobrenaturales y milagrosas. estas ultimas preceden a todas las otras y no dependen de nosotros. En efecto, en toda ora- cion se da la parte del Espiritu Santo y la nues- tra. Evidentemente la parte del Espiritu Santo es la mejor. La nuestra aumenta o disminuye en mérito, segun la mayor o menor docilidad de nuestra sintonia a los impulsos de la gracia. Ahora bien, en las oraciones ordinarias, tene- mos total libertad para resistir al Espiritu San- to y de esa libertad abusamos con frecuencia. No sucede lo mismo con las oraciones extraor- dinarias. En ello esté precisamente su cardcter milagroso. La accién de Dios, por encima de la nuestra, logra el consentimiento de nuestra vo- luntad, haciendo imposibles nuestras resisten- cias. éDonde comienzan las oraciones milagro- sas? Por un lado, se podria situar a la entrada del milagro, a la quietud completa, detenién- dose ahi, sin llegar al rapto. En la contempla- cién ordinaria, Dios no toca la voluntad. La atrae hacia Si, dejando, en su estado natural, a las facultades inferiores. Las almas muy morti- ficadas conservan ordinariamente estas faculta- des en paz. La contemplacién les procura, por 105 tanto, facilmente una quietud completa, sin la ayuda de una gracia extraordinaria. Sin embar- go, sucede a estas almas, que el demonio esco- ge el momento de sus plegarias para agitarlas y molestarlas con recuerdos inoportunos y con impresiones penosas 0 incluso malas. En cuan- to a las almas no mortificadas, éstas llegan a la oracién con las divagaciones del espiritu y las arideces del corazon causadas por sus faltas ve- niales. En estos dos casos, de la intervencion del demonio o de la falta de mortificacion de un alma, es preciso para tener una quietud completa, una gracia que se acerca al milagro. En efecto, Dios ayuda al alma, mediante un acto de su misericordia infinita. Se digna proyectar su influencia sobre las facultades in- telectuales y sensibles, echando al demonio y procurando para el alma una paz profunda que ella no hubiera merecido. Dios no hace re- flexionar al espiritu; no excita emociones vivas en la sensibilidad. La impide solamente, man- teniéndolas en calma, de molestar al trabajo de amor hecho por la voluntad. La contempla- cién se vuelve asi muy dulce y suave. San Francisco de Sales, en el capitulo un- décimo del libro sexto del TRATADO DEL AMOR DE DIOS, enumera y describe diver- sas oraciones de quietud de grado cada vez mas elevado, que acercan al alma al éxtasis y al rapto, sin quitarle el uso de sus facultades. la 106 palabra milagro es demasiado fuerte para cali- ficar estas oraciones de quietud. En la contem- placién oscura, el alma conserva la posesion de si misma, la conciencia de su estado interior y la libertad para detenerse, dejando de hacer oracion; por ello, dificilmente se puede em- plear la palabra milagro. Con todo esas oracio- nes de quietud son muy superiores a la con- templacion ordinaria. El Espiritu Santo trabaja ahi mds que nosotros, y, de hecho, raramente no sucede el acortar esas oraciones, sin motivo serio, ni el disminuir el fervor mediante resis- tencias. La oracion pasa a ser totalmente milagrosa, cuando el alma no es capaz de comenzar la oracion, ni de terminarla segun su voluntad. Dios hace ahi casi todo, dejando al alma uni- camente la libertad para consentir con amor a sus operaciones sobrenaturales. El alma recibe asi tesoros de santidad, sacando todo e] prove- cho, sin perder el mérito de su oracion. Nos queda por mencionar al menos las ora- ciones ordinarias vocales y mentales, intenta- das por la persona que las hace. Ahora todo depende de nuestra buena vo- luntad. La oracién mental mas perfecta, si se hace con pereza, no vale lo que una pequefia oracién vocal, recitada con mucho fervor. Como nuestra buena voluntad se manifiesta en la correspondencia a la gracia del Espiritu San- 107 to, es inutil e incluso imprudente escoger una oracion mental seguin su valor intrinseco. Por ejemplo, no se debe decir quiero hacer la ora- cion de fe, pues es la mas fructuosa. Ejercitarse en esa oracién sin la llamada de la gracia es cansarse inutilmente. Hay que ajustar siempre la accién de nuestra alma al ritmo de la accién del Espiritu Santo. Seguin ese impulso, debe- mos meditar, hacer oracién afectiva, 0 con- templar, sin tener en cuenta el valor respectivo de esas oraciones. Es el unico modo de hacer nuestras oraciones eficaces. No sucede lo mismo con las oraciones vo- cales, sobre todo con las oraciones publicas. Podemos escogerlas perfectamente, conside- rando su valor intrinseco e inclinarnos prefe- rentemente por la mejor, la Santa Misa. Pero no olvidemos que nuestras disposiciones per- sonales deben contemplar el valor de esas ora- ciones. Decir, oir Misa, sin devocidn, tenien- do el espiritu y el corazon polarizados por asuntos profanos, no nos aporta provecho al- guno. Incluso nos podemos hacer muy culpa- bles, al faltar al respeto a ese sacrificio adora- ble. Al contrario, una pequefia oracién vocal, recitada con atencién y mucho amor de Dios nos procurara gracias grandes, incluso gracias de contemplacion. Santa Teresa nos aporta un ejemplo de ello: «hacéis mucho mas con una 108 palabra de cuando en cuando del Paternoster que con decirle muchas veces apriesa» (CAMI- NO DE PERFECCION, cap. 53, n. 9). Capitulo 28 LAS ORACIONES IMPERFECTAS La oracion es imperfecta cuando, alin sien- do buena en si misma, no reune todas las con- diciones requeridas para que sea eficaz. Los autores, en la linea de San Basilio y Santo To- mas, han enumerado esas condiciones. Las principales son la humildad y la confianza. Otra condicién muy importante es la elec- cién juiciosa de las peticiones. Hay que dirigir- las a Dios en el nombre de Jesucristo. Ahora bien, como observa San Agustin, no se puede pedir, en el nombre del Salvador, algo contra- rio a nuestra salvaci6n (IN EVANG. JO. V, 102). En la contemplacion, generalmente, el orante se abstiene de formular peticiones parti- culares. El alma suspira por Dios; aspira a es- tar unida con Dios por el amor. Al poseer a Dios, esta segura de poseer todos los bienes. Por ello, no necesita especificarlos. A lo sumo, se permite pronunciar las peticiones del Pater, en su generalidad. 109 Pero sucede a las almas contemplativas el dirigir a Dios peticiones, fuera de sus horas de oracion. En ese caso, han de cuidar mucho la perfecta pureza de intencion. Si necesitan algo, ya sea para si, ya para otras personas, han de solicitarlo con la maxima sumisién respetuosa al juicio de Dios. Nunca sabemos si los bienes temporales seran utiles o dafiosos para nuestra salvacion. En este ultimo caso, mejor es no ob- tenerlos. Seria impertinente exigirlos de Dios, apelando a sus promesas. El ha prometido ha- cernos bien, pero un bien real que nos conduz- ca al cielo. Por ejemplo, San Pablo pide tres veces ver- se libre de una tentacién vergonzosa. Nuestro Sefior le responderd: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza» (2 Cor. 12,9). En efecto, Jesucristo no habia di- cho: «Orad para veros libres de la tentacion..., sino para no caer en la tentacién» (Mc. 14,38). Otras dos condiciones para la eficacia son el favor del deseo y su perseverancia. Y se ne- cesitan especialmente cuando se formula la pe- ticién de modo absoluto, sin reserva alguna. Es el caso de las tres primeras peticiones del Pater e incluso de las siguientes, si no se altera su pureza, descendiendo a detalles muy particula- res. Antes de concedernos esas gracias, Dios quiere hacérnoslas apreciar en su justo valor. Si las recibiéramos demasiado aprisa, tendria- 110 mos el riesgo de apreciarlas poco. Esa es la causa de tardar en escucharnos. La manera de reunir todas esas condiciones de éxito, es prepararse para la oracion. El Es- piritu Santo nos lo recomienda. El Eclesidstico dice: «Preparad vuestra alma antes de poneros a hacer oracién, para que no sedis como el hombre que tienta a Dios». Capitulo 29 LAS ORACIONES FALSAS La oracion es falsa cuando, en lugar de apoyarse sobre la verdad, brota de un error re- ligioso, de una supersticién. La oracion es falsa: 1.° Cuando se dirige a falsos dioses, en vez de dirigirse al Dios verdadero. Lucifer trans- portdé a Jesucristo a la cumbre de una monta- fia, y mostrandole todos los reinos de la tierra, se atrevié a decirle: «Te daré todo eso, si pos- trandote ante mi, me adoras» (Mt. 4,9). Ha lo- grado alcanzar adoraciones de multitud de pueblos. Ahi radica la idolatria. Mediante el miedo y la mentira, Satands doblega a los hombres bajo su imperio. 2.° Cuando, dirigiéndose al verdadero 111 Dios, se le formulan peticiones inconvenientes. Si se quieren obtener de Dios bienes que El no ha prometido, o que ha prometido de otro modo, la oracién desagrada a Dios y se vue've inutil. Esta de moda hoy alabar la oracion de los budistas y exaltar su moral por encima de la oracién de la moral evangélica. Ahora bien, los budistas oran a la manera de los quietistas. Anhelan el reposo de la nada, se esfuerzan por entrar en el Nirvana, es decir en la cesacién de toda clase de actividad. 2Dénde quedan aqui el amor de Dios y el trabajo de la voluntad para servirle, 0 para parecerse a El y para merecer el unirnos un dia con El? Fuera del cristianismo, por ninguna parte aparece la oracién siguiendo a Santa Teresa, como «tratar de amistad, esperando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama» (LI- BRO DE LA VIDA, cap. VIII). 112 Capitulo 30 EL MEDIO MAS EFICAZ DE GANAR PARA DIOS A LAS ALMAS QUE NO TIENEN FE, ES LLEVARLAS A ORAR EN LA SENCILLEZ DEL ESPIRITU QUE CARACTERIZA A LA ORACION DE FE Podemos clasificar las personas que care- cen de fe en dos clases diferentes: Las que nun- ca la tuvieron y las que la han perdido. éQué hacer para ganar esas almas para Dios? La fe es indispensable para agradar a Dios. Esto y el obtener las misericordias de Dios se reduce a dos verdades. Primero, su existencia. Segundo, su bondad. En un alma completamente ignorante de toda revelacién, pero tocada por el sentimien- to de la existencia de Dios y de su bondad, de- seando escucharlo, decidida a creer, hay un acto que contiene un comienzo de fe verdade- ra; aunque privada todavia del conocimiento de las verdades reveladas. Pero las acepta en bloque, antes de asumirlas en detalle. Las acepta por la autoridad de Dios en quien espe- ra. éQué oracién podra hacer un infiel reduci- do a ese estado de espiritu? Por supuesto, su oracion estard muy lejos de la contemplacién 113 del catdlico, que obtiene una fuerza grande para amar a Dios en el recuerdo general de las verdades reveladas. Sin embargo, se puede de- cir que se trata de una contemplacién oscura de la bondad de Dios. Habra quien se extrafie de que llamemos contemplacion a esa oracién de un infiel. Pero no intentamos ponerla al nivel de la contem- placion del catolico. Existe una distancia infi- nita entre las dos. la primera es rudimentaria y uniforme; la segunda es perfecta. mediante la primera, el infiel llega a la fe y se prepara para creer humildemente las verdades reveladas, cuando le sean ensefiadas. En la segunda, se captan todas esas verdades de modo eminente; se las admira en su conjunto, saboredndolas. Tras haber sido instruido en la revelacién, el infiel abandonara su oracién de fe inicial para meditar las verdades reveladas; en tanto que el catdlico, por el contrario, se eleva desde la me- ditacion de esas verdades hasta la contempla- cién oscura. Consiguientemente, el infiel no es un contemplativo. Mientras no salga de las ti- nieblas de la infidelidad, su oracion no consti- tuye un estado mistico para elevarse a la union divina. A pesar de todas esas diferencias, la manera de orar del infiel no es una meditacién, sino una contemplacion oscura de Dios, considera- do en su existencia y su bondad. Entre esas dos 114 contemplaciones del catdlico y el infiel, tan distantes la una de la otra, existen algunos ca- racteres comunes, la ausencia de razonamien- tos, ausencia de reflexiones particulares; la ad- hesion del espiritu y del corazén a las verdades divinas, aceptadas en su conjunto, de modo ge- neral y oscuro. Esta adhesion, en el infiel, se produce por la gracia de la oracién, concedida directamente por Dios a la pureza del corazon de ese hombre. Nuestro Sefior dice a sus discipulos: «Si no os hacéis como nifios, no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt. 18,3). A Nicodemo le de- cia: «El que no nazca de lo alto, no puede ver el Reino de Dios» (Jn. 3,3). Por la oracion de la fe, incluso si es inicial, imperfecta y rudimentaria, como la pueden in- tentar hacer los infieles e incrédulos, el cora- zon se ve llevado a esa sencillez de los nifios. Se cumple el consejo del Espiritu Santo para los que viven lejos de Dios y sienten la necesi- dad de volver a El: «Pensad rectamente del Se- fior y buscadle con sencillez de corazén. Por- que se deja hallar por los que no le tientan, se manifiesta a los que no desconfian de El» (Sa- biduria, 1,1-3). Asi, nuestro gran enemigo es el orgullo de nuestro espiritu. Seamos humildes como los pequefiuelos. Asi se llega a orar con sencillez. La senci- 115 llez de esta oracidn fortalece la fe del cristiano y puede hacer recuperarla a los que la habian perdido. Capitulo 31 EPI{LOGO. LA ORACION ES UNA CIENCIA Veamos lo que San Juan de la Cruz nos en- sefia sobre la obligacién de conocer la ciencia de la oracion y sobre las pesadas consecuencias de ignorar una materia tan grave: «Es lastima ver muchas almas a quien Dios da talento y fa- vor para pasar adelante, que, si ellas quisiesen animarse, llegarian a este alto estado, y qué- danse en un bajo modo de trato con Dios, por no querer, o no saber, 0 no las encamina y en- sefia a desasirse de aquellos principios. Y ya que, en fin, Nuestro Sefior las favorezca tanto, que sin eso y sin esotro las haga pasar, llegan muy tarde y con mas trabajo, y con menos me- recimiento, por no haber acomodadose ellas a Dios, dejandose poner libremente en el puro y cierto camino de la union... Hay almas que en vez de dejarse a Dios y ayudarse, antes estor- ban a Dios por su indiscreto obrar 0 repugnas» (SUBIDA DEL MONTE CARMELO, prolo- 116 go, n. 3). «Hay otras (almas) que es lastima que trabajan y se fatigan mucho, y vuelven atras, y ponen el fruto del aprovechar en lo que no aprovecha, sino antes estorba, y otras que son descanso y quietud van aprovechando raucho. Hay otras que, con los mismos regalos y mer- cedes que Dios les hace para caminar adelante, se embarazan y estorban y no van adelante» (Ib., n. 7). éDénde buscar la ciencia de la oracién? Evidentemente, en la escuela de los santos. Ellos saben perfectamente lo que dicen, por haberlo practicado. En los escritos de los santos hay un calor comunicativo que caldea las almas y las abraza en el deseo de la santidad. Es un hecho de ex- periencia que se observa facilmente. Entre las obras misticas, las mas importan- tes son las de San Juan de la Cruz. Captando bien la doctrina expuesta por San Juan de la Cruz, se sabe lo esencial. Se leera, por supues- to, con provecho las obras espirituales de otros santos. Pero si no se dispusiera de tiempo, ni de medios, bastaria con San Juan de la Cruz, sin graves inconvenientes. Para concluir, digamos que la lista de los buenos autores es providencialmente muy lar- ga. 117 sup favtteal 29 nupstanielay'entia Fie (Ett og Y verte comes » .ofoutn meyihil sz y agsdan on -ayp of os redgswords lab ofl le. nonog fee sup esto 1 .atroles zie ofie .etosvongqe isin sbaerocrois fey buieiup y Gutmoeb tam Y 2oleger euineiin gel ioo sep asito yelT inistobe venrima2 sisqresed 241 2010 sup abso —————— ft it} Sn@meo sf ob gonsio ai wmoad ebro) eommme gol ab zlsuses ul 9 -sinserirabivd 100 Jtagib esr al sbterreios' toda eo : ones ahrsdsd voles au ved 2oltee aol Sb zatriozs val ad ssenvdés get qenmisesh psblk6 Sop ovitsoinrno “9 $b atson ou 2 Aebtame albsb vsesb toca Steines swisedo'se sup sisnsmeq ee ast zpsteline wado eek ont oan 3 ef Sb mal cunt ob ext tea 2ot * ak ale Awe te? 10q gigeugr aaTOOh ef avid =ebucaa 16q rast 9% Trionaes ol ody oe Se * aguo ab foksutnigas cardo ve! arserorg, aoo.,01 im eqmee sh iy fh. $e ah iz or9T eontae 0 tab asel og@ tio) shasted coibonr sb i aoverg.ale 2a ab ‘eit et owp wa oma me - tel unre otdombsmiebrveig #7 eonotien tomeud , 6 Cap. a ee is SYror FS INDICE Definicidn de la oracién ......... Necesidad de la oracion.......... La oraciOn es una gracia ......... Como aumenta en las almas la gra- cia de la oraciOn ................ La gracia de la oracidén no se co- munica a las almas del mismo MOD lisse ces leeele di gawliews Sobre la oracién de meditacion ... Los peligros del espiritu en la me- ditacidm i..ss sce ka ebb velndty. ok Sobre la oracién afectiva Sobre la oracién de fe ........... Diversos nombres de la oracién de FE i vttoweeicran nen ob LL Ee Explicaciones necesarias ......... La oracion de fe y la teologia misti- 3 7 10 13 14 19 31. 120 La oracién de fe es una gracia co- TUN ceisavesanns eeaeens ceRens La ignorancia de la verdad expues- ta en el capitulo precedente es muy PANOBR oi saxcicearcceanewasvseue Objecion y respuesta ............ Seguridad de la oracion de fe ..... Los actos en la oracion de fe...... El primer acto de la oracion de fe . Otros actos de la oracion de fe .... La caridad en la oracion de fe .... La practica de la oracion de fe .... Los progresos de la oracion de fe . . La oracion de fe y los pecados .... La oracién de fe y la union con DOS.) pitti oaie gis GL 2 aleve bE Las oraciones milagrosas ......... La oracién de fe y el culto a los BANOS) hs. wins bltie BAe on a oats ers éCual es la mejor de las oraciones? Las oraciones imperfectas ........ Las oraciones falsas»............. El medio mas eficaz de ganar para Dios a las almas que no tienen fe, es llevarlas a orar en la sencillez del espiritu que caracteriza a la oracion de fe ..............2.00. Epilogo. La oracidn es una ciencia 111

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