• Aproximaciones a las problemáticas del periodismo como género
profesional y a su ejercicio laboral
1. Introducción
Al iniciar esta reflexión acerca del periodismo, que se enmarca en una
propuesta temática para el próximo congreso de estudiantes a realizarse en la Universidad de Playa Ancha, surge la necesidad metodológica de poder dividir el análisis en dos cuerpos fundamentales: 1.- El análisis centrado en el campo de la teoría de la comunicación y 2.- El ejercicio periodístico en su dimensión laboral, ya sea en medios de comunicación, empresas, instituciones y en las áreas donde se pueda ejercer esta profesión en la actualidad. El desafío de poder delimitar el análisis a estos dos campos específicos, surge en la medida que entendemos en estos ejes temáticos las matrices para iniciar cualquier discusión acerca de nuestra profesión. En la medida que podamos aproximarnos a una comprensión de ambos ejes, iremos gradualmente incursionando en campos más específicos como análisis de géneros periodísticos y de medios. Lo que nos convoca a investigar la episteme del periodismo y su práctica concreta, no es solamente una vocación científica de descubrimiento sino por sobre todo los profundos intereses que agitan nuestro transitar por la academia, comprendiendo el conocimiento desde una perspectiva crítica en virtud de la construcción de un proyecto político de transformación social. La socialización del conocimiento como una práctica política con intereses revolucionarios y la educación revolucionaria desde el periodismo como herramienta al servicio de estos intereses, debiesen ser los pilares sobres los cuales se edifica el tan manoseado concepto de “nuevo periodismo”, hoy día carente de ideas y territorios en los cuales producirse. Queremos construir un periodismo militante, que se produzca y (se) reproduzca en la reivindicación histórica del valor de uso del trabajo (y del periodismo como un trabajo más), que actúe en función de principios humanos desde la clase trabajadora no como una máxima histórica universal, sino que como producto del desarrollo de una consciencia política que implique identificar el rol en el proceso de producción y la necesidad de transformar el orden establecido utilizando cada uno de los medios a disposición (o bien apropiarse de esos medios para disponerlos). El desarrollo de esa consciencia no será el resultado de la explosión repentina de las contradicciones dentro del sistema capitalista; esa consciencia, esos intereses se deberán construir, lo que implicará asumir desafíos aún mayores. Esa construcción debe considerar la creación de un poder, y que ese proceso logre determinar con claridad el qué hacer del periodista en la sociedad, entendiendo que los medios de comunicación no son un fin en si mismo sino un instrumento al servicio de intereses de clase, hoy encubiertos bajo el manto de la objetividad como práctica y el informacionalismo como ciencia de la comunicación por excelencia.
2. Saberes son poderes
Todo lo que la “teoría postmoderna” defiende como parte de una
superación de la modernidad, no son más que las consecuencias de una modernidad en crisis (posmodernidad u oposición a las lógicas modernas). La crisis se expresa entre los niveles de acumulación de capital, la fortaleza del sistema de dominación (en detrimento de los sectores populares) y la aparente desaparición de las ideologías en el mundo (como discurso de la verdad). Alguno de los hitos que marcan este transitar entre la modernidad y la postmodernidad, se refieren a la caída de los regímenes socialistas, a la explosión de la innovación tecnológica (como parte de una cultura de dependencia tecnológica, desconfianza de la razón humana y mercado de consumo), y a los nuevas instituciones que median en la sociedad. Diría un postmoderno: “si antes fueron los partidos políticos, hoy son los medios de comunicación”. Lo cierto es que la característica fundamental de la organización de un discurso de la verdad en las sociedades actuales, es que ha hecho desaparecer de la vista pública las voluntades de verdad, y con ello los saberes que desprenden intereses (diría Marx) y deseos (diría Freud). Las ha hecho desaparecer en el enunciado mismo del discurso que se asume como verdad, que se expresa como conducta ideológica sin asumirse a si misma como tal. Mediadores de este proceso son los Medios de Comunicación de Masas, que poseen la característica de ser parte de un oligopolio económico y por supuesto un monopolio ideológico que conforman una comunidad de intereses (parte de una clase), por tanto, se constituyen como instrumentos de reproducción ideológica.
La crisis del conocimiento, contrastado con la masificación en el número
de instituciones y en el acceso a la Educación Superior, condiciona un escenario de precarización del conocimiento a raíz de su mercantilización y un campo laboral saturado de profesionales. Los saberes son la comprensión del funcionamiento y las relaciones entre sí de todo lo que existe, donde la razón medió para su entendimiento, sistematizándolo, transformándolo en conocimiento. En el correr de las transformaciones (entre los años 80 y 90), se pasó desde el activismo puro como negación del teoricismo, hasta un teoricismo abstracto ajeno a la experiencia. Llegamos y quedamos enfrentados a un escenario donde la racionalización de saberes pareciera ser “un insulto” a la necesidad de diversidad, abstracción, descubrimiento, innovación (paradigma de la complejidad). Los grandes relatos cambiados por pequeños y fragmentados relatos, han posibilitado un fenómeno que explicaremos de la siguiente manera: se ha dejado caer sobre nosotros una interpretación desastroza que cree poder explicar la dicotomía entre teoría y práctica, desconociendo su unidad dialéctica, aproximándose a las interpretaciones de una sociedad compleja, dejando a un lado los mapas que permiten orientar el curso de las interpretaciones, dejando con alevosía “que los árboles les impidan ver el bosque”, para fundamentar forzosamente su propia tesis de que no existe verdad única ni hegemonía emanada de un poder dominante, y que habitamos en el reino de la diversidad, abarrotado de posibilidades de hacer sentir las voces de cada uno de los habitantes de la aldea global, mediante las nuevas tecnologías multimediales. Coincidiendo en la dureza del planteamiento, es una forma concreta de expresar la sensación de desalojo que sentimos quienes consideramos la actividad teórica como un producto de la experiencia, frente a la idea de postmodernidad y todo lo que ella ha implicado.
Señalaremos dos cosas: la ideología como saber no ha desaparecido y
el conocimiento sigue siendo privativo de la clase social dominante. El discurso de la no existencia de una única verdad (como crítica a los macrorelatos) es una errática postura. La multiplicidad de relatos, de pequeños relatos, de fragmentarios discursos, es el correlato de un gran relato, de un gran discurso de la verdad. En tal caso, recorrer un laberinto sin conocer un mapa de éste nos destinaría irremediablemente a la incomprensión de sus entradas y salidas, y daríamos vueltas dentro de él hasta que el azar nos diera la pista de salida. Pero pretendemos también dejar de manifiesto, sin miedo a equivocarnos, la voluntad de saber detrás de esta “no-teoría de la diversidad” bajo las condiciones de fragmentación. Se trata no más que del paradigma de una modernidad en crisis, el paradigma de la derrota emanado de los proyectos políticos de transformación social. De pronto se apagaron las luces y los únicos que perdimos la visión fuimos quienes quedamos subsumidos en el yugo lúgubre donde habitan los dominados. En el exterior, los verdaderos intereses que dan vida a cada saber y a cada discurso de la verdad, como organización de un discurso que se le asigna el valor de verdad, habitan en condiciones inmejorables. Entonces, ¿no podría parecernos que este afán por la diversidad, esta valoración de la fragmentación, no es parte necesaria de la reproducción de las condiciones de dominación, basadas en una pérdida de sentido ligada al conocimiento, que precariza sus componentes allá abajo, donde dijimos que habitan los dominados?. Lo cierto es que debemos pretender descubrir los saberes y ordenar nuestros propios discursos de la verdad (sabiendo que toda verdad aumenta su valor de acuerdo a las voluntades de verdad detrás del discurso que la enuncia). Deberemos conocer los callejones del laberinto, mirarlo desde lo alto: deberemos pararnos sobre los hombros de los gigantes, nuestros gigantes. Renunciar a los mapas es renunciar a la necesidad de construir instrumentos de poder para la liberación de quienes habitamos en el cuarto oscuro donde la gente no se ve entre sí y no se conocen ni las entradas ni las salidas. Deberemos descubrir los saberes con los medios a nuestra disposición, con nuestro conocimiento crítico (nuestra luz y razón), con nuestro discurso de la verdad, con nuestra voluntad de verdad que es la transformación de la sociedad capitalista por una sociedad sin clases, con un sistema económico que planifique centralmente su funcionamiento en función de las necesidades sociales. No nos cabe duda que Saberes son Poderes, y esta batalla se debe dar en todos los frentes.
3. La tesis de los sindicatos
La salud del régimen político se ha visto fortalecida en las últimas
décadas a causa de una dispersión de ideas reinante en el campo de las ciencias sociales, donde los periodistas somos alumnos aventajados. Adentrarnos a la comprensión de una sociedad compleja sin las herramientas conceptuales requeridas para tal desafío científico, ha significado estancarnos en la reproducción de ciertos estatutos conductuales diseñados para la mecanización del trabajo y la enajenación del sujeto. La crónica informativa como recurso periodístico, es la fuente primaria (y que cuenta con mayor experticia entre los profesionales) al momento de abordar a la sociedad desde el periodismo. La construcción de relatos, como una sistematización de hechos a través de los medios a nuestra disposición, se hace de muy mala manera. La obligatoriedad de la despolitización no es una imposición gerencial: el periodista es quien dice y no quiere tener posición política, al mismo tiempo que trabaja en medios de comunicación, empresas o instituciones con marcados perfiles ideológicos. La contradicción más escandalosa no es no saber para quién se trabaja, sino que no saber para qué se trabaja. En la cultura periodística, es común escuchar entre colegas conversaciones acerca de cuántos millones de dólares al mes se embolsan los Edwards o de cuántas injusticias suceden en las empresas periodísticas del Grupo COPESA. El discurso de los oligopolios parece conducirnos a la conclusión más esperada por los dueños de la prensa, que es la aparente necesidad de democratizar los medios de comunicación. El derrotero se establece “de forma lógica” y la tarea es abrir muchos medios de comunicación independientes (independientes de qué o de quién) que democraticen el acceso a la información y se transformen en grupos de presión formando anheladas redes comunitarias, sin ponerse a pensar en algo fundamental: para qué se hace periodismo. El periodismo construye subjetividades como todos los trabajos, para lo cual utilizaremos un ejemplo cotidiano: el carpintero que construye una silla o una mesa entrega un valor de uso a quienes compran esa silla o esa mesa, y de ser sillas o mesas cómodas, la gente lo agradece y considera que el carpintero es además un buen carpintero, un buen trabajador y hasta una buena persona. El hecho de realizar de buena manera su trabajo le ha permitido no sólo ganar mayor clientela para su taller sino que además intervenir el estado de ánimo de las personas, quienes al asociar el uso de la silla o la mesa a su propia comodidad, han modificado en alguna medida su forma de vida. Lo que el carpintero identifica, y que le da valor a su trabajo, es el precio que le pagaron por su trabajo, es decir su trabajo tiene un valor de cambio.
El que el periodista sea un profesional tan deslegitimado socialmente
(sobre todo el periodista que trabaja en medios de comunicación de masas), se da precisamente por la relación existente entre la propiedad privada de los medios y quienes trabajan en ellos. La prensa por si misma no es un cuarto poder, lo que le da esa cualidad es la relación estrecha que históricamente ha mantenido con el poder dominante. En el caso de la representación de intereses a través de la prensa, cabe destacar que ni siquiera los propios periodistas se ven representados en el diario, la radio o el canal de televisión en el cual trabajan. Su labor se limita al reporteo y a la aplicación de ciertos estatutos de redacción y/o manuales de estilos, es decir a la reproducción de la línea editorial donde tampoco participa. Los dueños de la prensa utilizan al medio precisamente como un medio para reproducir una ideología que se enmarca en sus intereses de clase, toda vez que los periodistas siguen siendo educados en las falacias de la verdad objetiva y el periodismo informativo como principal valor ético. El periodista, en esa senda, sigue sin identificar para qué hace periodismo. En las universidades, el conocimiento precarizado como producto de la masificación de la Educación Superior bajo los parámetros del mercado (masificación de instituciones y flexibilización de sistemas de créditos para masificar la posibilidad de acceso), ha potenciado la débil capacidad crítica de los profesionales del periodismo, quienes condicionados por los valores sociales instalados, se automarginan de cualquier actividad colectiva y optan por una línea “autónoma” (individualizada) o bien por pequeños proyectos que irradian voluntades bienintencionadas por combatir el oligopolio comercial contribuyendo a la atomización al mismo tiempo, que nos hace más débiles como gremio. Decir que el periodismo es un trabajo y que debe generar medios para luchar por intereses de clase y que también debe apropiarse de otros medios para disponerlos en virtud de esos intereses, significa construir una mirada programática de la prensa, donde se identifiquen las tareas de los periodistas al momento de ejercer su trabajo. Rechazamos la tesis de la “prensa independiente autónoma” por considerar que propende a la atomización organizativa y a la fragmentación de relatos múltiples que no logran confluir en un proyecto político, además de considerar de que los medios son precisamente medios para luchar por intereses de clase, desde las ideas que se materializan en un proyecto político, y no un fin en si mismo para democratizar el régimen político. En tal sentido, consideramos que las tareas del periodista para la transformación social pasan por su formación político- ideológica (desde una perspectiva de clase) que signifique asumir una postura entendiendo el para qué de su profesión (valor de uso) y la construcción de instrumentos de poder en sus lugares de trabajo que le permitan ganar un espacio en los medios de comunicación donde ejerce su labor. Esos instrumentos de poder serán los sindicatos, espacios organizativos por excelencia para los trabajadores.