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El Solitario

Crónicas de Viaje
Franco Salcedo del Rio

El Solitario
El Solitario
© Ningún derecho es reservado.

Mordaza de las Sombras & El Camino de las Tardes


<delasombras@yahoo.com>

Es posible la reproducción de este libro por cualquier


medio, total o parcialmente.

¿Por qué viaja Ud. Tanto? ¿Acaso huye de alguien?


Correspondencia con el autor:
carlofranko@gmail.com

Hecho el Depósito Legal en la


Biblioteca Nacional del Perú Nº 2009-16761

ISBN: 978-612-00-0167-7
a Aldo y Mariano, por su amistad

a Rose
Pero una tarde, no sé cómo, me hallaron en
los bosques. Y tuve que regresar a la
ciudad.
Y ahora, que estoy sentado en la puerta
del invierno, comprendo que aquel no fue
un tiempo perdido. Estuve en otros sitios,
caminé por otras plazas, otras arenas pisé,
vi otros árboles, pareme en las ruinas de
otros tiempos.

Y en vez de buscar un tiempo no perdido,


contaré viajes no sucedidos, viajes
imaginarios.

Javier Heraud
UNO
El Solitario

En cada pueblito, entre Huaylas y Conchucos,


El Solitario exhibe su letrero amarillo.
Agencia de transportes por la ruta de Huari.

Los viejos buses cortan los cerros poblados


de eucaliptos, atraviesan los nevados de la
Cordillera Blanca, paran en todos los
pueblitos altoandinos para que la gente, en
quechua y castellano, lleve el polvo de sus
zapatos siempre con retraso, El Solitario.
La biblioteca

Paola me ha dicho que se casa en Enero.


Ha estado dos años en Santiago y luego
un año acá en Yauya. Se le escapa una
sonrisa, dos sonrisas… otra vez está seria
porque mañana es el cabildo abierto y
hay que sustentar el proyecto para la
nueva biblioteca.

Un terreno donado, el canon minero; si no


nos incluyen en el presupuesto participativo
nos jodimos, me dice. Consuelo fuma
preocupada, se pasea por la huerta de la
casa bajo las estrellas. Si no nos incluyen,
se joden ellos —repite, mientras mira a lo
lejos el terreno donado junto a la posta
médica.

Paola, te casas en enero, le digo, pero esta


vez nadie sonríe.
Luchito Hernández es abogado

Se llama como el poeta, le escribo a María


Luisa. Luchito es abogado y hace años que
no venía donde su tía Consuelo. Él me está
esperado en San Luis, capital de la provincia
de Fitzcarrald, para acompañarme hasta
Yauya. Se pasa todo el trayecto leyendo como
si el viaje le fuera indiferente. Yo miro por
la ventana. Un eucalipto, dos eucaliptos,
ciento sesenta mil eucaliptos… y entonces
paro de contar.

Los demás hablan en quechua, se ríen en


quechua, es gente sencilla que me mira con
recelo. Yo en cambio desconfío del gringo de
mi costado. No habla, no se mueve, no se
saca los audífonos para orinar; no baja a
estirar las piernas, como hago yo cuando
se cae un bulto de la cúster y todos celebran
en quechua.
Qhapaq Ñam

Por las noches, después de la cena, salimos


a lo del teléfono comunitario. Uno a uno
hacemos nuestras llamadas, en orden,
disciplinadamente. Mientras los demás
vuelven a casa conversando, como una
pequeña familia saliendo del supermercado,
yo me voy a la cabina de Internet satelital
que se cuelga cada dos o tres minutos.

Escribo en el block de notas, corto y pego en


el yahoo mail y cruzo los dedos. SEND.

Por esta zona pasaba el Camino Inca.


Consuelo me dice que Yauya se formó casi
como un tambo, luego la casitas se
aglutinaron una a una hasta que vinieron los
salesianos y pusieron una iglesia. Y luego
otra. Y ya no pararon de venir hasta ahora.
Me enseña el lugar donde se casó su
hermana cuando ella era joven. No existe
más, la capilla fue dinamitada por los
senderistas en los 80’s. Ahora en cambio,
los curas italianos del proyecto Matto grosso
están cambiándolo todo, trayendo algo de
“progreso y modernidad”.

En unos días es el cabildo abierto, nosotros


sólo queremos crear una biblioteca (en
enero se casa Paola en una iglesia de la
capital).
Because Marie

Desde nuestro rompimiento no he vuelto a


ver a Marie. Salvo en ese mundo alterno de
los sueños. A veces se equivoca y no sabe
cómo llegar, entonces la veo deforme, o no
la reconozco. Anoche apareció así,
desdibujada. La encontré triste aunque ella
me dijo que todo estaba bien; nos tomamos
un trago y me habló de un viaje, de unos
sicomoros, de una obra de teatro. Después
me preguntó qué hacía yo en Conchucos. No
supe qué responder.

Nosotros nos conocimos en Huaraz ¿no es


cierto? —me dice. Tiene miedo de encontrarse
con esa otra Marie, así que se despide con
un beso que me deja ardiendo la cara.
Después todo se vuelve confuso, lleno de
muertes violentas, resurrecciones y muertes
otra vez.

El gallo está cantando, me visto, me voy a la


cocina, preparo el desayuno, me olvido de todo.
Caminando mi alma por la niebla

Como un demonio contento, escribe Arguedas


en un texto que encontré en la antigua
biblioteca. Así me siento cuando vago en esta
sierra cuando no tengo nada que hacer. Otros
demonios vienen a visitarme, a veces contentos,
otras, malgeniados. Algunos hallazgos
maravillosos:

Las Olas / V. Wolf. Diván del Tamarit / Lorca.


Viaje al final de la noche / Celine.

Por la tarde recorremos escuelas alejadas


del pueblo. Mientras Luchito conversa con
Paola, yo me retraso para sacar fotografías;
las mamachas que aparecen de la nada, los
cerdos que pastan libres como ovejas, algunos
escolares que cortan camino en medio de las
lomas. Antes de alcanzarlos aparece Soledad
parada en una pirca mirando algo que no
logro reconocer. Guardo la cámara y me
apuro. Por la noche, extenuados y sin hablar,
regresamos a la casa, me voy de frente a
dormir. No sé qué tipo de demonio es Soledad,
pero sueño con ella hasta la mañana.
Warma Kullay

Soledad es una niña de 7 años con falda


gris y chompa amarilla. Tiene una belleza
extraña para su edad, un sombrerito blanco,
unas manitos juntas para rezar, en los
bolsillos para mirar. Tiene un gato, varios
perros, algunos cerdos, una abuela, una casa
de adobe, un colegio rural.
Mecánica de fluidos

Al medio día voy a buscar a Lucho en la vieja


biblioteca;; lo encuentro leyendo el periódico
(que llega con 2 ó 3 días de retraso).

— Te invito una cerveza.


— Una o dos...
— Bueno, dos.

Vuelve otra vez a mirar el diario. ¿Tú no eras


aliancista? Van de goleada en goleada, mira,
y me entrega la página deportiva.

Finjo interés y salgo caminando como si


leyera, me voy al mercadito, allí está Ramón
tomando chicha de jora, me hace una seña
para que me una. Ramón, ¿Ud. No es
aliancista? Van de goleada en goleada, mire
—mientras le extiendo el diario. Me siento y
me sirvo un vaso de chicha y me importa
poco lo demás.
El cabildo

La comunidad se reunió en el antiguo toril.


Vinieron delegados de los principales
caseríos. Todos tienen algo que decir. Casi
todos están molestos con el ex alcalde. El
contador habla de costos y presupuestos. Un
regidor menciona el sobrecanon minero, las
escuelas rurales, el agua potable, la posta
médica que se está derrumbando. Ismael dice
que hay que mudar todo de una vez por
las filtraciones de agua. Nadie habla de la
nueva biblioteca. Excepto Consuelo.
Calientito

Ismael, el médico del pueblo, prepara el


calientito sobre la fogata que los niños
mayores arman con entusiasmo. Una olla de
barro, azúcar rubia, añade agua, canela, un
par de hojas de eucalipto y una buena
cantidad de pisco. Después bota a los niños
y los adultos nos congregamos para recrear
antiguos mitos y cantar los huainos de
siempre. Ismael saca una guitarra o se une
alguien con un violín, y la noche se contagia
de ánimas y después amanezco con todo el
sol por la ventana.
Wild Horses

El día del cabildo, de pronto se metió un


caballo blanco entre la gente. Asustado y sin
saber por dónde escapar, sólo atina a dar
vuelas, relinchar… hasta que alguien puede
echarle un lazo. Y aún así es difícil tranquilizarlo.

La súbita aparición nos distrae a todos, como


si de pronto lo realmente importante no
fuese ese diálogo de sordos. La epifanía dura
poco… otra vez empiezan con el dedo
acusador que a su vez no puede tapar el sol.

“[…]tienen mucha suerte los caballos, ya que


si bien padecen la guerra como nosotros, no
se les pide que la suscriban ni que tengan el
aire de creer en ella. ¡Desdichados pero
libres caballos! El entusiasmo, ese puto, por
desgracia es sólo patrimonio del hombre”.

en: Viaje al final de la noche.


La alforja viajera

El Japchi se hace con queso fresco, culantro


molido, rocoto, cebollita china. Queda muy
bien con la papa serrana, el café pasado, las
galletas de agua. A Consuelo le gusta. A
Paola no. De todas formas, nos hartamos de
pan amasado y rosquillas arenosas.

Hablamos del proyecto y de los libros que


llevaremos a los pueblitos más alejados.
Paola me nota ojeroso, parece que no has
dormido bien, mientras me pasa la mano
por la cabeza ¿Otra vez esos sueños raros?.
Le voy a pedir a Ismael unas pastillas para
dormir, le digo, luego nos olvidamos del
asunto.

Por la noche, después de otra larga caminata,


encuentro unas pastillas anaranjadas en el
velador de mi cama. No tienen nombre.
Día Libre

Mañana hay capacitación de docentes en los


colegios de la zona. Durará todo el día (el
municipio nos ha encargado el salón de
reuniones y un pequeño presupuesto).
Consuelo está otra vez muy tensa; no para
de fumar y de dar órdenes, tienen que
preparar el almuerzo para 20 personas
desde la noche anterior. Como es mi día de
descanso, ayudo en lo que puedo y me largo
a leer y a tomar fotografías a los niños de
Inicial. La profesora hace que todos me
saluden en coro y de pie. La mayoría tienen
nombres anglosajones impresos en las
diminutas mesas rectangulares donde a cada
uno le toca sentarse. Jhonatan, Stefany,
Anthony.
Me despido pronto de la clase y me tiro en el
jardín de columpios malogrados con el libro
entre mis ojos y el sol. Leo Las gacelas, Las
casidas, Poeta en Nueva York, el Llanto por
Ignacio Sánchez Mejía. Entonces pienso en
María Luisa y su viaje a Santa María de Nieva
en busca de Ignacio, en que un día dejó todo
para irse a ese pueblito perdido en la selva
como si huyera de la peste.
La estrella más cercana

Consuelo se pasó toda la mañana cocinando


con Teresa para 20 profesores que no llegaron.
Vinieron 9. Nunca la vi tan deprimida, qué
ganas de tirar la toalla, me confiesa. La
nueva biblioteca se construirá en el terreno
donado con plata de la minera y será el
elefante blanco más bello de la región.

Después de la cena, salimos todos a caminar,


andamos con las manos en los bolsillos
mirando el cielo. Ramón me pregunta por
qué todas esas estrellas no se ven de día.
Es por el sol, le digo, esa otra estrella.

Antes de acostarme le doy un abrazo a Consuelo

— Que duermas bien.

— Tú también.

Pero ella no duerme, se sienta en la banca


del patio con un cigarrillo, esa otra pequeña
incandescencia entre los labios. Y esa tristeza.
Rayán

Los domingos hay campeonato de fútbol en


Rayán. Vamos a pie junto con Ramón, el
jardinero, su esposa Teresa y su hijo de seis
meses (se alternan para cargarlo, ella con
una manta a la espalda, él con los brazos
contra el pecho). Me adelanto o me retraso
con el pretexto de sacar fotografías, a veces
realmente lo hago: tomo dos perros cachando
después de haber estado mordiéndose
ferozmente.
Llegamos al medio día y el evento es todo
un éxito, debe haber cerca de mil personas
dispuestas alrededor de la cancha. Los
partidos se juegan 30/30 sin entretiempos.
El árbitro no tiene asistentes, aunque hay
una mesa de delegados.

Se come chocho, pollada, cuy, cancha, se toma


chicha o cerveza. Se habla, se ríe, se insulta
al equipo contrario, se orina, se enamora, se
conversa, se vuelve a comer y a tomar y los
partidos se suceden hasta que cae la noche.
El ex alcalde de Yauya juega junto al actual
contador y a varias personas que se
insultaban el día del cabildo. Ganamos 3-2
en el último minuto y todos estamos
contentos. Al parecer se puede estar con Dios
y con el Diablo; e incluso ganar.
La realidad y el deseo

Consuelo se fue de repente. Nos deja una


nota que no explica nada, la cocina vacía, las
llaves de la casa, el jardín lleno de flores,
varios cartones de cigarros. Paola, que la
conoce más, dice que no me preocupe, ella
es así y en cualquier momento estará de
regreso.

Ahora desayunamos solos. Cuando me demoro,


toca mi puerta y entonces bajo al comedor y
hablamos del proyecto (desayuno de trabajo).
Almorzamos en el mercadito municipal por
separado, a veces está Teresa, a veces
Ramón. En cambio casi siempre vamos juntos
a cenar, y en la sobremesa vemos TV un rato.
La antena parabólica capta el canal estatal,
otro guatemalteco, y TNT. Dicen que ampliarán
la cobertura el próximo año.

Yo también acaricio la idea de irme, sólo que


no sé a dónde…
Blanco es el sueño de la noche

— Seguro que hace tiempo no la ves. —me


dice Paola riendo.
— Tú tampoco, pero tienes cerca la luna de
miel para desquitarte.

Conversaciones como ésta se suceden con


frecuencia. Cuando se baña deja la puerta
entre abierta y a veces yo hago lo mismo.

No es que ella me atraiga mucho, pero es


verdad lo de la abstinencia. En los últimos
meses con Marie ni siquiera había sexo, sólo
reproducciones tristes de una ceremonia
antigua que ya habíamos olvidado.

A veces me masturbo antes de dormir y mi


cuarto oscuro resplandece, por unos segundos
todo es blanco y mi cuerpo lumbre, y en la
noche constelada me siento menos solo.
Hermano cerdo

Aquí los chanchos se pasean libres por las


calles, a veces se meten en las casas cuando
no hay nadie; caminan por las lomas, la
carretera, la plaza del pueblo. Casi todos pardos
o negros y lanudos, más grandes que un
perro.

Si hace mucho sol se tiran bajo cualquier


sombra en grupos de tres o de a cuatro. Cuando
paso cerca de alguno me dan ganas de
patearlo, jalarle la oreja, meterle un cocacho.
Desisto por miedo a que me muerdan, aunque
son más cobardes que cualquier humano que
conozca.

Para mi amiga Gabriela, el cerdo es un pan


con chicharrón para el desayuno del domingo.
O unas lonjas de tocino ahumado, o un
sándwich de jamón del norte, o un lechón al
horno amordazado con una manzana, o un
adobo, o un cerdo con piña, macerado en
jugo de naranjas o en crema de ajos a la
parrilla.
En cambio, yo aquí, por las noches sólo
escucho sus gruñidos, a lo lejos, desde mi
cuarto, sus gruñidos.
Una llama francesa

Modernidad, post modernidad, interculturalidad…


nada de eso existe, María Luisa. Las cosas
simplemente son, y me cago en lo que escriba
cualquier antropólogo. Le cuento por mail,
que así como las mamachas usan polleras,
el traje típico de los hombres es la camiseta
de fútbol (Principalmente de Boca Juniors,
pero también del Barza y del último campeón
mundial) con sombrero de paja; algunas
quinceañeras usan jeans con chompas de lana
tejidas a mano.

Luchito se va mañana para la ciudad. Mientras


arregla sus cosas me cuenta de unos
franceses que se encontró en la plaza, son
dos muchachos y una llama. Los tres andan
recorriendo el mundo desde hace un año; en
este valle se quedarán una semana porque
dicen que la llama se aburre rápido.

Paola viene con una botella de Calientito para


despedir a nuestro abogado —que parte de
madrugada— aunque ella apenas toma y él
apenas un poco.
Escondidas

Waytacha, nuestra vecina, viene a la casa


de vez en cuando, pregunta por Paola. Le
digo que no está. Ella no entiende que la
biblioteca esté cerrada; después me sigue
hablando y hablando y me pide que juguemos
a las escondidas, así que me pongo a contar
en voz alta.
— ¡Todavía!
Repitiendo cada número lentamente
— ¡Todavía!
Haciendo largas pausas
— ¡Todavía!
Hasta que…
— ¡Yaaaa!
Me demoro mucho en encontrarla. Está en la
huerta jugando con los gatitos que han nacido
hace pocos días. Waytacha se ha olvidado
del otro juego y se entretiene como si nada
más existiera en el mundo. Cuando oscurece
la llevo de la mano, waytacha Soledad, deben
de estar preocupados por ti. Y ella ríe,
solamente se ríe.
Fin de partida

Me ha despertado un mal sueño. El alba se


arrima a través de un velado fulgor entre las
ventanas del balcón. Me visto, arreglo la
mochila.

No escribo ninguna nota.

Al cruzar el patio siento que aquella casa


guarda también una secreta amenaza.

Dejo sobre la mesa del comedor los libros


que había tomado de la biblioteca. Y me voy.
DOS
Al llegar a una especie de callejón sin salida,
Marie me da a entender que si la había, lo
que hubiere tras esa desembocadura sería
equiparable al cuadro futuro de nuestra
relación. Cuando llegamos, para desilusión
suya, encontramos casi escondida una única
escalera que descendía quebrándose sobre
su centro, como una flor aplastada.

Abajo, un jardín, un par de bancas; a lo lejos,


una avenida poco transitada. Tuve que
consolarla todo el trayecto a casa. Al llegar,
su llanto se transformó en sonrisa; entonces
supe que era el momento de marcharme.
La estación de buses está desierta. Un farol
alumbra la ventanilla con poco ánimo. Un
borracho dormita más allá. Pasa mucho
tiempo hasta que llega el viejo vehículo. Los
pasajeros parecen dormir, incluso los animales
en el pasillo guardan silencio.

Me siento al fondo, junto a dos niños que


duermen abrazados.

(No sé lo que sucede, no logro pedir ayuda ni


tomar plena conciencia de mi situación. Al
parecer, algo funciona mal en alguna parte.
En un asiento de adelante viaja un antiguo
condiscípulo. Ha perdido mucho cabello, y su
rostro tiene marcas que le hacen parecer más
viejo, pero su sonrisa es la misma que
recuerdo de niño. Él tampoco sabe bien por
qué demoramos tanto).

De día se ve casi sólo desierto, mientras que


de noche pareciera que estuviéramos
atravesando un bosque espeso.
Llueve mucho en las mañanas y, cuando se
rompe una ventana, entra la tierra lodosa,
salitrosa, que se pega a la ropa y a la piel.
Es asqueroso, pero nadie le da mucha
importancia.

Seguimos avanzando, hora a hora, día y


noche, eternamente.

Una tarde he visto a Marie parada junto a un


sicomoro. Su vestido de flores de astromelio
ondulaba con el desierto.
No sé si es un sueño o es el mar, la consistencia
es parecida, un letargo salado, lleno de ruidos
amortiguados que vienen de un lugar lejano.

Llegamos a la orilla. En silencio nos quedamos


observando los pequeños aullidos del mar
cuando oscurece, pálido, desde el muelle
artesanal, malva o azul… y a veces negro.

— Franco, quítate la ropa —dice sin mirarme.

No sé por qué le hago caso, entro tibiamente


entre las olas llenas de espuma, braceo largo
rato. Cuando volteo, ella ya no está. Su
vestido yace arrugado junto a una piedra.

Le he prendido fuego en esa ominosa


oscuridad, hay voces que arrullan la noche o
son las flores de su vestido que se despiden
de nosotros, de ella y de mí.
Sigo buscando la ciudad. Transcurro como
nubes en invierno, palpo grietas de una
promesa que no recuerdo; me alojo en
hostales todo el tiempo, me lleno de jadeos,
de cerveza, me contagian las muecas de los
transeúntes, la risa de los niños que me
entretienen con su lenguaje de geranios, de
arboleda que me cubre al despertar, todo
junto como la marea.
(En mi mochila llevo los vestigios, algunas
piedras, un cuaderno viejo. Siempre es
invierno o primavera, siempre es desierto o
es el mar. En el camino, trazos incomprensibles,
fragmentos de una melodía que no alcanzo a
descifrar).

— Franco, qué pasa, por qué no duermes…

— Hay ruidos, Marie, ¿No los oyes?

— Los oigo, sí, vuelve a la cama y quédate


tranquilo. Duérmete, son los fantasmas…
nada más que los fantasmas...
TRES
El Rinconcito Huaracino

Después de un viaje interminable, de Yauya


a San Nicolás, de ahí a Chakas y a San Luis
hacia Huaraz, cruzando entre los nevados de
la Cordillera Blanca, he podido descansar mi
cuerpo en esta habitación nada costosa.
Duermo toda la tarde, me baño largo rato,
salgo a tomar un trago con los turistas del
Tambo. Una holandesa con acento peninsular
me ha llevado a su hotel cinco estrellas
después de muchas cervezas, varios huiros,
un poquito de coca.

Al mediodía otra vez estoy caminando bajo


el rigor de esa estrella medianera.

María Luisa se ha marchado con su esposo a


una isla del Titicaca, así que compro un pasaje
para Trujillo. Carolina me habló de un bar
que está junto al Museo del juguete. Mientras
tanto, deambulo por la ciudad buscando una
dirección: «Eulogio del Río 512. Parque F.A.P
– 4 cuadras. Marie».
No direction home

No he podido encontrar la dirección. La calle


ha sido reconstruida. Quizás no supe llegar,
aparecí en el sueño de Marie desdibujado,
terroso, y no supo reconocerme. Hace años
nos conocimos aquí y la casa existía bajo el
mirador de la ciudad, cerca del templo de los
cuatro apóstoles evangelistas: Mateo,
Marcos, Lucas y Juan.
La iglesia está repleta y, a un lado, el
santuario de velas arde en honor al difunto
de cuerpo presente. Es un ataúd blanco, de
niño. Me quedo un rato a escuchar las
letanías, no sé por qué me reconfortan.

Tal vez sea mejor así.

Antes de ir a la estación, paso por una cabina


de Internet y le escribo un mail larguísimo,
confuso, confesional. Me arrepiento y lo borro.
Mejor no le escribo nada, mejor no le escribo.
Consuelo me llamó desde Mar del plata, no
dice mucho sobre su partida, tuvo algo que
ver con su hija que sufrió un accidente. Quizás
pierda una pierna, un brazo, una cabeza.
Consuelo no volverá, pero me ha girado un
cheque International Money Order que
alcanza para comprar otra cámara, pasear
por la ciudad, comer conchitas a la
parmesana, cuy chactado, tomar vino blanco,
cerveza en lata, chicha de jora, fumar scan,
cigarrillos mentolados.

En el mercado encontré un mapa antiguo de


la ciudad.

Eulogio del Río 512 no existe.


Trujillo

Hasta que llegué al bar del que me hablaba


Carolina. Estuve en la barra medio
emborrachándome bajo el Museo del juguete,
después de haber estado toda la mañana
—camino a Laredo— en el Museo de Arte
Moderno. Había un Roberto Matta, un
Venancio Shinki, ningún Szyszlo, nada de Tilsa
Tsuchiya; la conocida Procesión de la papa
de Gerardo Chávez, inmensa. A esa hora soy
el único visitante, y la encargada me
acompaña, me muestra los interiores, los
exteriores, los jardines, los proyectos para
el futuro, me invita una gaseosa en la
cafetería, me sonríe.

En el café bar estuve pensado en ella. Brindo


con todos los señores adosados a las paredes
en fotografías ampliadas en blanco y negro.
Me escudriñan desde su anonimato mientras
yo me pido otro pisco sour. Llegué muy tarde
al hotel (recuerdo haber estado discutiendo
con alguien).
Al medio día salgo de tomar jugo de linaza
con hielo en un lugar muy concurrido. Leo
en El Sol, un periódico donde antes trabajaba,
un especial sobre el terremoto, 7.9 en la
escala de Richter entre Chincha y Pisco. Media
hora después estoy caminando en línea
recta hacia las afueras de la ciudad. Tomo
fotos a unos columpios rotos, a contraluz,
de un lado, del otro. Un circo muy pobre
anuncia última función hacia la noche. Camino
largo rato, me entretengo viendo jugar pelota
a unos chicos en un pampón.

[No derrumben mi casa


vieja, había dicho.
no derrumben mi casa]
El Circo

Almuerzo en el mercado: caldo de gallina y


cabrito guisado. Después, en el hotel, veo
las noticias del sismo que dejó en escombros
muchas ciudades al sur de Lima hace unos
días. Necesitan voluntarios.

Tengo varias llamadas perdidas en el celular,


Adrián se ha ido con todos sus amigos
reporteros gráficos. También veo registrada
una de Paola en la madrugada de casi media
hora.

Duermo el resto de la tarde, la imperiosa


necesidad de llegar al circo me despierta
sobresaltado, tomo un taxi y llego a mitad
de la función. Me siento cómodo bajo esa
carpa tan gastada, riendo de los payasos,
viendo al niño trapecista y el perro
amaestrado. Cuando se han ido todos me
acerco a conversar, Martín y Mariana son los
adultos, ella se va pronto, se la nota muy
cansada así que los dos nos movemos a un
lugar cercano, Martín me invita una cerveza,
me cuenta su vida, su reclusión en el penal,
su infancia, su vida circense.
Huanchaco

Por la ventana puedo ver el mar, sentir su


sabor, su color. El pequeño cuarto de un tercer
piso muy alejado del balneario me sirve de
hábitat. En el de al lado, una pareja de
extranjeros muy jóvenes siempre está riendo.

Él tiene el cuerpo lleno de tatuajes. Ella


siempre en traje de baño.

Releyendo mi libreta de notas encuentro


muchas citas de libros que ahora se me hacen
intrascendentes. Las voy tachando una a una,
excepto una pequeña de Carver.

(Carolina me ha escrito un mail con unos


cuantos lugares que debo visitar, primero
debo contactar al Choco. Él siempre tiene
algún plan o un lugar a donde ir)
Raymond Carver

«Me desperté con una mancha de sangre


reseca pegoteada sobre uno de mis párpados.
Un arañazo, profundo, cruza transversalmente
las arrugas de mi frente. Sin embargo,
últimamente, he estado durmiendo solo.
Y me pregunto por qué un hombre, incluso
en un mal sueño, alzaría la propia mano para
lastimarse la cara. Esta mañana pretendo
responder esta pregunta y otras similares,
mientras observo en silencio mi rostro que
se refleja en los cristales de la ventana.»
Chocolate

A Choco lo conocí en el Cusco, nos quedamos


en casa de María Luisa en Urubamba un fin
de semana con otros amigos; ahora que nos
reencontramos en Huanchaco, me ha puesto
de buen ánimo pasear por los alrededores,
tomar chicha de tinajas de barro, conversar con
los pescadores, fumar yerba con sus amigas
extranjeras en el malecón al caer la noche.

Choco va a ser padre dentro de poco, su novia


regresa de Holanda en unas semanas y
vivirán juntos de algún negocio; lo veo
contento y preocupado, habla horas con ella
desde el locutorio público, sale pensativo,
bromea y me cuenta alguna historia sobre
los antiguos Moches.

Los Chinchas también eran navegantes —le


digo mientras subimos hasta el cementerio,
tenían una flota de barcas preparadas para
largas travesías; llevaban sus productos por
todo el litoral pacífico sudamericano. (Volvían
a Chincha con spondylus, esmeraldas y otras
piedras valiosas). Chocolate se queda mirando
el mar en cunclillas desde lo alto. Yo también
me pongo a mirar el mar y nos quedamos
en silencio largo rato. (Tengo una piedra de
spondylus anuda en el cuello como amuleto,
y pocas ganas de regresar).
Que otra vez será

Cuando trabajaba en el periódico solíamos ir


al patio pequeño de la redacción después
del almuerzo. Había una pequeña fuente que
a penas gorgoteaba y un cenicero siempre
repleto de colillas.

Adrián me invita un Marlboro rojo de los que


siempre carga y me pregunta por qué esa
cara.

— Es Marie, está embarazada otra vez.


Fumábamos lentamente haciendo anillos de
humo como en una competencia.
— ¿Y qué van a hacer?
— No lo sé.

Pero sí sabía, era la segunda vez y en estas


cosas ella era demasiado terca.

— No quiere tenerlo, ¿no?


Le digo que no con la mirada, y añado como
en la canción: otra vez será…
Antiguo post del Choco

«...Hace unos días estaba recién levantándome


y me llama Patty: si puedo conectarme al
Mensajero al toque, quiere hacerme una
proposición. Yo todavía tenía que lavarme y
bajar de las lomas al pueblo de Huanchaco
para ponerme al Internet más cercano.
Conectados los dos, me dice, mira, hay un
fondo que tienes que recoger en Trujillo ahora
en la tarde y comenzar a viajar a Cusco;
queremos tenerte allá el día viernes.

No tenía ningún plan. Agarré mis materiales


de artesanía, una mochila que me prestó el
chato Kike y con eso partí. A penas llegué,
tomo un carro para Urubamba; en el Terminal
de colectivos hice la respectiva llamada a
María Luisa, en unos minutos aparece ella
radiante en bicicleta con Félix, su fiel perro
guardián de nada. Qué bacán volver a
encontrarnos después de tanto tiempo.
Pero una cosa es importante:
cinco minutos antes de la llamada, yo me
consideraba el hombre más desafortunado
del mundo.

Hace 2 semanas que estoy en Cusco y no


paro de extrañar; soy un gallinazo
huanchaquero de 0 metros sobre el nivel del
mar que añora el pescado frito, el arroz con
mariscos, cabrito norteño, cebiche, sudado,
la chicha de jora. Extraño el shámbar de los
lunes con jamón, pellejo de chancho, cancha
y el ají mochero. Sin él es difícil andar por la
vida.

Aunque muchos digan que en Cusco hay buena


comida, lo dudo, o es que extraño los sabores de
mi pueblo, comerme un sudado del Luciano,
tomarme unas chichas del Raymundo; aquí no
es como la preparan en mi zona, ésta parece un
refresco o una avena. Con la de mi pueblo, los
oídos, la lengua, la nariz, los sentidos se te
ponen sabrosos con sólo dos potos. Extraño a
mi perro Sri lashmi, que recogí desnutrido y
sarnoso de la calle...
...Extraño mi casa a la que tenía que hacerle
todo el tiempo reparaciones, pero a la vez,
cuando estoy allá, odio estar parado sin
viajar, aunque extrañe el sonido que hacen
.
las olas al romper en la orilla del mar y que
se escucha en todas las casas de Huanchaco.

Hoy me desperté a las 4:30 a.m y ya no pude


dormir. Siempre es así cuando viajo y estoy
lejos del mar».
Just a little patience

Camino por el balneario hacia la tienda de


mp3’s en la que busco esa canción: Patience,
de Guns n’ Roses. En Huanchaco casi todos
los chicos corren tabla y hablan inglés bastante
bien, por eso el dependiente se ríe de mi mala
pronunciación. Me quedo largo rato escuchando
música sin comprarle nada.

Después le envío un mail a Lida, una hermana


que vive en la selva a la que no veo hace
mucho tiempo, parece que necesita a alguien
que le ayude a atender su video pub mientras
ella se ocupa de los sembríos de café.
Le escribo advirtiéndole que en unos días
llegaré a Pichanaki —entre Satipo y La Merced.
Espero que la selva me contagie su vitalidad,
necesito encontrarme, probar ayahuasquitar
para elevarme sobre lo amargo, esa planta
sabia, administrada en la floresta lejana de la
forma más natural, sin rollos cosmogónicos de
ninguna clase, para poder quedarme un tiempo
en ese lugar que me está esperando.
Ven cuando quieras...

Te ofrezco mi casa, una mansión de troncos


y hojas de palmera en un terreno de tres mil
metros cuadrados, casa en altura al estilo
nativo, cuartos con vista al río, playa,
hamacas, perros, árboles frutales y
maderables, orquídeas salvajes, en un
pueblito sin agua ni luz de gente sonriente.
Despedida

Huanchaco es un buen lugar para vivir,


pequeño pueblo cosmopolita en el que
muchos extranjeros andan de paso, y donde
otros se quedaron sin saber bien cómo ni por
qué; hallaron un amor, un retiro, un hogar…
una trampa de vida.

La última noche voy al cineclub de la


biblioteca, proyectan 2001, una película que
no veía desde hace mucho, cuando niño, en
el viejo cine Inka de Chincha, seguramente
ahora derruido.

Al otro día, antes de partir, compro unas


novelas policiales y unas revistas de ciencia
ficción que un viejo coleccionista anda
rematando. Me despido de los amigos, las
nubes harapientas del verano, mi sombra que
solía hablarme en voz baja, una muchacha
cuyo rostro suelo ver en sueños iluminado
por la triste mirada de trenes que parten bajo
la lluvia. Y me voy.
Pronto estaré en la selva, pero no tengo fecha
exacta… María Luisa está por publicar una
guía de lugares en Cusco que vale la pena
recorrer (Carolina, no sé si ya lo sabes pero
no tengo planes de regresar). Si Adrián llega
a Iquitos en un par de meses, es probable
que le de el alcance o siga la ruta hacia
Pacaya-Samiria, donde un amigo administra
un albergue, no estoy seguro de que hacer a
continuación. Pero ya se me ocurrirá algo.
Hay cadenas que se van rompiendo mientras
viajo, unas alas que se fortalecen, unos ojos
que aprenden a ver de otra manera. La
soledad sigue insistiendo aunque cada vez
viajo más ligero. Un dolor sigue impulsándome
fuera de mí como una centrífuga, sin embargo
una sonrisa ha aprendido a dibujárseme cada
vez más seguido, en las mañanas, al
despertar, ciertas noches consteladas, antes
de acostarme.

Los dioses se retiran y me abandonan a


caminos que no les pertenecen, que yo voy
descubriendo paso a paso, día y noche. Mi
corazón no es un puño que late, sino un vasta
llanura en donde florecen silentes
detonaciones, breves alboradas en la mitad
de un ensueño...
FIN
Chinch@ City.
Créditos y agradecimientos:

A María Luisa del Río por No mires atrás (Ven cuando


quieras, 89). A Doris Bayly brevemente, a Carolina
Teillier como siempre; a Consuelo Pasco, la ONG
Jatun Nani y a la maravillosa gente de Yauya,
Ancash. A Ronald Tafur, «el Choco», por la
hospitalidad y la buena onda; A Bruno Llerena,
«El Véler» , por el soporte técnico. Las opiniones
de Gabriela Wiener sobre los cerdos (44) aparecen
en Sexografías. La imagen (contraportada) de
Felipe Varela, «El Chasqui», es cortesía de Silvia
Bermúdez. Las fotos del sol cayendo sobre el
mar (portada y 59) son de Vanessa Cabrera. La
imagen de la página 69 es una foto de Animal de
media noche, lienzo de Gerardo Chávez. Los
versos de 70 son de Javier Heraud: Mi casa
muerta. El Antiguo post del Choco (84) fue editado de
su blog recontramo.blogspot.com ; los versos de 91
son de Jorge Teillier (Despedida). La foto de la
página 93 es de Mariano Vargas. Aixa (94) fue foto-
grafiada por Adrián Portugal en Iquitos. Gra-
cias a Nancy, Enrique, Kike, Mirko, Lida, Tomy.

Gracias Andrés por La Lengua popular, que me


acompañó durante gran parte de este libro.

A toda la cerveza junto al mar de Huanchaco.

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