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Voy a señalar que el Ensayo sobre la lucidez me parece una excelente novela, en
la cual la aventura se sigue con emoción y con fascinación, pero en la que estamos
sobre todo ante un texto de contenido político. Lo que hay allí, en mi opinión, es
una gran metáfora sobre algunos de los problemas centrales de las sociedades
contemporáneas. Esa metáfora impone la estructura de la narración del libro y hasta
el título de ensayo parece sugerir que no es una novela, y sin embargo lo es, se lee
como una novela. Es una historia en la que, como tal vez ya la mayoría lo sabe, un
grupo, una ciudad entera comete un acto en el que rompe con las expectativas que
funcionan normalmente en la democracia; votan todos en una forma diferente de lo
que esperan las estructuras de poder, y esa votación inesperada, que parecería
haberse producido como resultado de una conspiración, de un esfuerzo de
convicción, parece producirse por un cambio inesperado en la opinión de la gente,
por un ataque súbito de lucidez, que desafía profundamente las reglas del juego
político. El libro tiene unas páginas de extraordinaria sátira en las que vemos toda
esta rutina ridícula, pero al mismo tiempo trágica, del ejercicio del poder; después
continúa con una aventura en parte policial, en parte política, en la que actúan unos
personajes que representan, en mi opinión, la conciencia lúcida y los valores de
ética política, de ética de la comunicación, de verdad de la información que deberían
regir en una sociedad moderna.
Como no quiero entrar en muchos más detalles en relación con la obra, deseo
pedirle al maestro Saramago que nos explique hasta dónde este acto político de
votar en blanco puede tener, en la realidad, tanta significación como la que se le da
en la novela o si eso pertenece solamente al reino de la política ficción. Digo esto
porque la izquierda y la oposición en Colombia predicaron la abstención durante 30
o 40 años como forma de rechazo al sistema. Por supuesto, la abstención es una
forma menos activa de protesta que el voto en blanco, porque quedarse en casa es
más fácil y dice mucho menos que ir a votar. En ese orden de ideas, ¿el voto en
blanco sí tiene tanta fuerza como para producir todo el caos, todo el desorden, toda
la crisis que genera en la novela?
José Saramago
J.O.M.: Uno de los temas del libro tiene que ver con la manipulación, la mentira, la
capacidad de transformar un hecho en otro por parte de los medios de
comunicación. La democracia mantiene rasgos de buena salud, pero en realidad
padece de grandes males, uno de los cuales parece ser la calidad de la información
y la capacidad de manipular y de engañar.
J.O.M.: Esa frase la dice el comisario, y dice también otra cosa que me llamó la
atención: que él había leído esa frase hace mucho en un libro que ya olvidó. Voy a
tomar esa alusión para preguntar algo en relación con el libro, con la cultura, con la
literatura: hasta dónde hoy, con la estructura cada vez más comercial del mundo de
la cultura, el libro, las bibliotecas, las demás experiencias culturales, etcétera,
pueden ayudar algo a que se produzcan revelaciones como la que tiene el comisario,
que descubre de pronto, recordando una frase que ha leído una vez, que él tiene
una conciencia moral a la que ha de responder y que debe actuar con lucidez y
claridad.
J.S.: Bueno, es cierto que el comisario, para no pasar por vanidoso, por soberbio,
dice que la ha leído en un libro y que se olvidó del nombre y del autor. No, no la ha
leído, esto es lo que está diciendo él; el narrador inventó esta frase para ponerla en
la boca del comisario, pues lógicamente él no podía decirla: hay muchas cosas que
aparentemente nosotros no podríamos ni decir, ni hacer, y de repente las decimos y
las hacemos, y este es el caso. Yo creo que sí, que el libro ha sido eso, un espacio,
un lugar, unas hojas de papel donde unas cuantas personas han puesto y siguen
poniendo ideas, opiniones, sentimientos; todo está ahí. Y nos alimentamos todos de
eso, es decir, los que lo dicen, los que lo reciben, esa especie de intercambio
constante que en el fondo, aunque no sea muy visible, existe entre autores y
lectores. Pero se necesita algo más. Cuando alguien me decía que una de mis obras
le había cambiado la vida, yo al principio le preguntaba cómo, pero después me
pareció estúpido porque en el fondo no se puede esperar que una novela cambie la
vida de una persona; puede modificar una percepción determinada de esto o de
aquello, pero cambiar la vida no, no puede. Lo que sí se puede hacer para cambiar
la vida es que cada uno de nosotros ponga su parte, no su grano de arena, sino su
parte de lo que llevamos dentro de la cabeza, para hacer un debate. Ahora mismo
en todo el mundo se están reuniendo miles de congresos, miles de mesas redondas,
miles de simposios, y puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que hay una sola
cosa que no se está discutiendo: la democracia. Es como si fuera un dato
descubierto de una vez por todas y para siempre, y por tanto sobre él no vale la
pena hablar y yo digo que, al contrario, sí vale la pena, hablar interminablemente,
pensar, reflexionar, discutir con nuestros seres más cercanos, aclarar cosas.
Nosotros vivimos en lo que se puede llamar hoy, sin ninguna exageración, un
desierto de ideas; no hay ideas, no hay ideas nuevas, no hay ideas que movilicen,
no hay ideas que hagan levantar a las personas de su resignación, pues todos nos
hemos resignado a una especie de fatalidad que no acepta cambios. Pero las ideas
tampoco nacen así como así, es la propia sociedad la que tiene que generar eso, y
cuando ocurra, empezaremos a hacer algo.
Hace unos años se reunieron diez escritores y filósofos para debatir algo tan
interesante y a la vez tan inútil como presentar diez propuestas para el milenio,
como si el milenio estuviera preocupado con las propuestas, y yo era uno de ellos.
Todos tomaron el tema propuesto seriamente y presentaron propuestas para el
milenio, evidentes casi todas ellas, y yo, que soy mucho más consciente de mis
propias limitaciones, propuse regresar a esa cosa tan sencilla, tan estupenda, tan
magnífica, tan deslumbrante que es el pensamiento. Pensar, no tener ninguna
aspiración, construir ahora un sistema filosófico, no dejar eso para aquellos con una
mente capaz de enfrentarse al universo; no, lo que tenemos para resolver tiene que
solucionarse mañana, si podemos. Cuando a veces me hablan de utopías yo siempre
digo que me quiten esa palabra de enfrente porque no me gusta el concepto de
utopía. Pero, ¿qué es una utopía?. Etimológicamente, ya se está diciendo que no se
sabe dónde está, cuándo se llegará y tampoco se sabe cómo se llegará; por tanto,
dejemos a la utopía en paz.
Umberto Eco decía hace pocas semanas en Milán que tenía miedo del futuro por
su nieto. Uno tiene miedo del futuro por su nieto, que va a vivir 60, 70 u 80 años, y
ya teme por cosas que no podemos imaginar, cosas de las cuales no tenemos
ningún conocimiento. Basta un ejemplo sencillo: si al final del siglo XIX se hubieran
reunido todos los sabios de ese tiempo para imaginar cómo sería el mundo en el año
2000, nada más cien años, pues seguramente habrían imaginado un mundo que
tendría que ver muy poco con la realidad, no sólo tecnológica, científica o
ideológica, sino también en lo referente a la mentalidad.
J.O.M.: Desde el siglo XIX existía la visión de que la política era fundamentalmente
una estructura manipulada y dominada por el poder económico. El problema es cuál
es la lógica para enfrentarlo, de dónde puede surgir algo diferente. En la novela hay
una clara metáfora, no sé si la interpreto bien, en la medida en que todo esto pasa
sin que nadie lo mueva, sin que haya un promotor, una persona que lo propone y
convence a los demás. En la vida real probablemente sea diferente, alguien tiene
que proponer algo para que ocurra mañana, pero en esta novela nunca se sabe qué
pasa, quién actúa, todos y nadie, una frase que evoca el viejo drama de
Fuenteovejuna. Y esto parece estar en la misma perspectiva de Marx, cuando nos
decía que el poder económico se expresaba en el poder político y lo controlaba. La
rebelión podía darse sólo por la solidaridad de todos, pero él lo planteaba en
términos de la organización de la clase social, los sindicatos, etcétera. Tal vez hoy
no lo plantearíamos igual, pero yo veo en la novela, de todas maneras, la reiteración
de que no hay salida, sino salidas de solidaridad y salidas de todos.
J.S.: Bueno, sí, pero volvemos a lo mismo. Nosotros vivimos hoy en un mundo que
Marx no conoció, vivimos en un mundo vigilado, somos vigilados. Se acabó la
privacidad. Si la vida privada se acabó en alguna forma, la conciencia privada, por
usar el mismo término, ha sufrido un atentado similar. La libertad, y ahora hablo de
la libertad de conciencia, a veces se arriesga a convertirse en algo utópico, con muy
poco contenido.
Hace pocos días, en Rosario, en un encuentro en una escuela normal donde había
niños que habían recibido sus premios, se cantó como siempre el himno argentino,
en el que suena de vez en cuando y repetidamente la palabra libertad. Cuando llegó
mi turno de hablar, les pregunté si en el tiempo de la dictadura se cantaba el himno.
La pregunta era innecesaria, por supuesto; también se cantaba libertad, ellos
cantaban libertad y los sometidos, los torturados, si pudieran, también cantaban su
himno y dirían libertad, libertad. Hemos tenido la libertad para torturar, para matar,
para asesinar, y hemos tenido la libertad para luchar, para ir adelante, para intentar
mantener la dignidad. Es aterrador el uso que se puede hacer de una palabra. Lo
importante es que haya presencia de un sentido de responsabilidad cívica, de
dignidad personal, de respeto colectivo; si se mantiene, si se construye, si no se
acepta caer en la resignación, en la apatía, en la indiferencia, eso puede ser una
simple semilla para que algo cambie. Pero yo soy muy consciente de que esto a su
vez no significa mucho. ¿Qué va a causar la palabra semilla? Algo que mañana
florecerá y fructificará. Yo creo mucho en que, si hay un debate, se pueden cambiar
las cosas, pero no puede limitarse a ese debate que a veces aparece en los medios
de comunicación, porque es una cosa entre una familia determinada de
comunicadores, de periodistas, de políticos también, que en el fondo manipulan los
conceptos, como hemos visto, como está claro para todo el mundo. Pero mientras
no se pueda cambiar lo que está arriba, va a ser muy difícil.
Hoy, cuando pasamos al lado de un cementerio de Bogotá, hablamos con mi
mujer del epitafio que yo iba a escribir en la lápida, suponiendo que los restos se
quedaran allí, y entonces yo dije que pondría «Indignado». Y realmente yo creo que
indignado por dos motivos: uno personal y otro egoísta. Indignado por estar
muerto, no hay derecho realmente, pero el otro más, indignado por haber pasado
por la vida y no haber podido cambiarla. Esto es terrible.
Texto tomado de entrevista concedida por José Saramago a Jorge Orlando Melo,
director de la Biblioteca Luis Angel Arango, Bogotá, acerca de su libro Ensayo
Sobre la Lucidez publicado por la Revista Número.
http://www.revistanumero.com/44/indig.htm