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Voy a señalar que el Ensayo sobre la lucidez me parece una excelente novela, en
la cual la aventura se sigue con emoción y con fascinación, pero en la que estamos
sobre todo ante un texto de contenido político. Lo que hay allí, en mi opinión, es
una gran metáfora sobre algunos de los problemas centrales de las sociedades
contemporáneas. Esa metáfora impone la estructura de la narración del libro y hasta
el título de ensayo parece sugerir que no es una novela, y sin embargo lo es, se lee
como una novela. Es una historia en la que, como tal vez ya la mayoría lo sabe, un
grupo, una ciudad entera comete un acto en el que rompe con las expectativas que
funcionan normalmente en la democracia; votan todos en una forma diferente de lo
que esperan las estructuras de poder, y esa votación inesperada, que parecería
haberse producido como resultado de una conspiración, de un esfuerzo de
convicción, parece producirse por un cambio inesperado en la opinión de la gente,
por un ataque súbito de lucidez, que desafía profundamente las reglas del juego
político. El libro tiene unas páginas de extraordinaria sátira en las que vemos toda
esta rutina ridícula, pero al mismo tiempo trágica, del ejercicio del poder; después
continúa con una aventura en parte policial, en parte política, en la que actúan unos
personajes que representan, en mi opinión, la conciencia lúcida y los valores de
ética política, de ética de la comunicación, de verdad de la información que deberían
regir en una sociedad moderna.
Como no quiero entrar en muchos más detalles en relación con la obra, deseo
pedirle al maestro Saramago que nos explique hasta dónde este acto político de
votar en blanco puede tener, en la realidad, tanta significación como la que se le da
en la novela o si eso pertenece solamente al reino de la política ficción. Digo esto
porque la izquierda y la oposición en Colombia predicaron la abstención durante 30
o 40 años como forma de rechazo al sistema. Por supuesto, la abstención es una
forma menos activa de protesta que el voto en blanco, porque quedarse en casa es
más fácil y dice mucho menos que ir a votar. En ese orden de ideas, ¿el voto en
blanco sí tiene tanta fuerza como para producir todo el caos, todo el desorden, toda
la crisis que genera en la novela?

José Saramago

La única respuesta que honestamente se puede dar a la pregunta es que no se sabe


qué pasaría un día si en una ciudad 83% de los votos introducidos en las urnas
fueran votos en blanco. Como no ocurrió, no sabemos qué sucedería.
En el caso de la novela podría ocurrir sencillamente que el gobierno, en una
especie de iluminación, de lucidez, podría decir que es un fenómeno extraño, pues
siempre hay votos en blanco, pero no en ese porcentaje. Entonces podría decir que
va a estudiar el caso, esto seguramente significa algo y, por tanto, hay que pensar.
No hace falta decir que si el gobierno, del que se habla en este libro, optara por
pensar, pues no tendríamos novela. Lo que pasa es que el gobierno decide entrar
por el camino aparentemente más fácil y por el que se supone que podrá alcanzar
mejores resultados, por lo menos más rápidos: la represión. Ahora sí, con la
represión ya hay novela. Cuando la novela se presentó en Lisboa, a finales de marzo
del 2004, estaban en la mesa principal cinco personas, una de las cuales era el
expresidente de Portugal Mário Soares, que tiene un pasado político extraordinario,
de luchador contra el fascismo y deportado. En lo más encendido del debate, Soares
me puso la mano en el brazo y me dijo: «Pero hombre, ¿usted no se da cuenta de
que 15% de votos en blanco significaría el descalabro de la democracia?». Yo lo
miré ahora sí con una superioridad total y le contesté: «¿Entonces 40 o 50% de
abstenciones no son, no representan o no significan un descalabro para la
democracia?». Bueno, la conclusión es muy fácil: los políticos prefieren la
abstención al voto en blanco. Con la abstención han vivido siempre y han
encontrado una forma de justificarlo todo: por la lluvia, por el sol, por la playa, por
la gripa, por la enfermedad, o sencillamente porque a la persona no le apeteció
votar. Es distinto que 40% de sufragantes tengan intención de votar pero las
propuestas existentes no les interesan, por lo que deciden sufragar en blanco.
Cuando la novela salió, en las dos primeras semanas se publicaron 40 o 50 artículos
en los periódicos de Portugal, algunos de los cuales escritos por personas que no
habían leído el libro, pero que sí sabían que en él se hablaba del voto en blanco.
Nunca he sido tan insultado, tan calumniado, tan vergonzosamente tratado como en
esos quince días. Afortunadamente tengo una virtud, quizás la única, y es que no
contesto nada que se diga de mí. Me acusan de todo, fundamentalmente de destruir
la democracia, pero lo extraño es que el voto en blanco es un voto democrático; lo
que pasa es que a veces digo que no invento nada y la única cosa que hago es
apuntar lo obvio, pero curiosamente lo obvio es muy difícil de observar. En la vida
hay numerosas cosas obvias que nos rodean y por eso mismo no les prestamos
atención, pero no hay nada mejor que descubrir y poner a la vista de los demás la
singularidad de lo obvio. Una cosa es cierta: el sistema democrático, el sistema
electoral, tienen en las leyes que reconocen el voto en blanco un instrumento de
cambio radical, de revolución. ¿Ocurrirá una revolución en la democracia?
Sinceramente no creo, pero sí creo en la conciencia de la gente, en que cada uno
piense aquello que el gobierno podría haber hecho. Eso es, en el fondo, lo que les
pido a los lectores. Si todo el mundo está muy contento con lo que ocurre, entonces
el libro no tiene ninguna importancia, no vale la pena, pero si al menos hay un
granito de inquietud en la conciencia de cada uno de nosotros, y seguramente lo
hay, esta novela merece algo de atención.

J.O.M.: Uno de los temas del libro tiene que ver con la manipulación, la mentira, la
capacidad de transformar un hecho en otro por parte de los medios de
comunicación. La democracia mantiene rasgos de buena salud, pero en realidad
padece de grandes males, uno de los cuales parece ser la calidad de la información
y la capacidad de manipular y de engañar.

J.S.: Bueno, yo soy un poquito más radical, para mí no tenemos democracia. Se me


puede objetar que sí la tenemos porque somos ciudadanos electores, porque las
instituciones funcionan, pero ¿qué es lo que está funcionando? El gobierno está ahí
porque la voluntad popular lo ha querido. Tiene una fisonomía y una composición
porque la mayoría lo ha querido así. Pero, ¿de qué está hecha la voluntad popular?
Los conceptos son muy fáciles cuando uno los manipula, los comunica, como una
especie de moneda de cambio, pero mientras no se investigue qué es lo que eso
significa, qué es lo que ha pasado allí para que esa supuesta voluntad popular se
haya expresado, seguiremos sabiendo muy poco. Sin embargo, esto no acaba aquí
porque el problema central, el problema fundamental es que por encima de lo que
llamamos el poder político hay otro poder no democrático, el económico, que desde
arriba le determina toda la vida a un poder que está por debajo. Pienso que no se
puede decir, con toda la ligereza del mundo, que vivimos en democracia cuando esa
democracia no dispone de medios ni de ningún instrumento para controlar o para
impedir los abusos del poder económico. Y es que todo el poder abusa, o por lo
menos lo intenta, sea el poder político, sea el poder económico, cualquiera, no sólo
corrompe sino que es corruptor, pero sobre todo tiende a abusar de su propia
fuerza. El poder económico no es una excepción, en especial cuando sabemos que,
salvo una excepción particular, el poder político en cada país no aspira, no tiene en
principio sueños imperialistas; no es que no haya una excepción, y la conocemos
todos, pero antes que se inventara la net, ya se había inventado la red, compuesta
por las conexiones del poder industrial y financiero que, como en una especie de
Olimpo, determina y decide nuestras vidas. Por ejemplo, un organismo que tiene
una importancia fundamental en la economía mundial, como prácticamente todos
los países lo saben, en algunos casos con mucho dolor y mucho sacrificio, es el
Fondo Monetario Internacional (FMI), el cual, paradójicamente, no es democrático.
Por un lado, las Naciones Unidas tienen una cosa un poco extraña que es el Consejo
de Seguridad, que en el fondo funciona como el Fondo Monetario Internacional en
todo lo relacionado con el dinero. El FMI lo manejan representantes de las cinco
grandes potencias del mundo. Por eso los otros países no tienen nada que hacer: se
someten, aceptan las condiciones, o de lo contrario se les cierra el grifo.
Así las cosas, mi pregunta es ésta: ¿podemos seguir hablando de democracia
como algo real o convendría reconocer que ésta es una democracia secuestrada por
el poder económico, que en un momento determinado no le repugna nada recurrir a
una dictadura sangrienta? Ahora sí entiendo que la cosa puede funcionar un poquito
mejor con la democracia pero que no está excluido que mañana, por esto o por
aquello, no se vuelva a presentar.
Esto me parece clarísimo y les voy a dar un ejemplo. Hubo un tiempo en que
toda la ambición, la ilusión de un gobierno que se prometía a los ciudadanos era lo
que se llamaba entonces el pleno empleo, lo que significaría empleo para todo el
mundo y para toda la vida. Era un ideal inalcanzable, pero por lo menos de eso se
hablaba. En 20 años, o quizás menos aún, pasamos del pleno empleo a la realidad
brutal del empleo precario, a lo que eufemísticamente llamo movilidad social.
¿Cómo ocurrió esto? En el fondo, es como un ejercicio de prestidigitación
asombrosa, por medio del cual el poder económico, muy respetado, les ha hecho
saber a los gobiernos que necesitamos tener las manos libres, que si tenemos que
cerrar unas fábricas pues las cerramos y no pidamos cuentas, las llevamos a otro
país donde los salarios son más bajos y donde los tiempos de trabajo no tienen
límite. Entonces, como una consigna que baja del cielo, poquito a poco, sin darnos
cuenta, pasamos al empleo precario. Esto se ha hecho de manera tal que ya nadie
recuerda, o nos portamos como si no lo recordáramos, que hubo un tiempo, no tan
lejano, en que se hablaba del empleo para todo el mundo.
Ahora vivimos en esto. Empresas que contratan a trabajadores por una hora, o lo
que en España llaman contrato basura. Lo peor de todo es que es igual a que nos
hubieran sacado una muela con anestesia. Sacaron la muela, no sufrimos nada,
pero ahora sentimos que hay un hueco que es la preocupación, el miedo a perder el
trabajo. Eso es lo que llamamos democracia. Es una fachada. Yo no quiero decir que
detrás de esa fachada no exista nada, pues todos los días se construye, todos los
días se intenta y todos los días se logra algo, pero no en lo fundamental, que es el
problema viejo y permanente: el poder. Quién tiene el poder, cómo ha llegado al
poder, para qué fines es el poder, y lo que hay que aceptar, porque es una evidencia
que los gobiernos se transformaron en los comisarios políticos del poder económico.
Es muy duro decirlo. Pueden acusarme de todo, pero en la realidad los gobiernos
son los comisarios políticos del poder económico, el concubinato entre el poder
político y el poder económico es de siempre. Creo que la democracia es el menos
malo de todos los temas políticos, pero se podría reinventarla, y para esto sólo se
requiere darle los medios adecuados, que son las convicciones de los ciudadanos, la
capacidad interventiva de cada uno de nosotros para que la democracia muy
sencillamente sea tal como debe ser, y la verdad es que no lo es.
El señor Bush, ganador de las últimas elecciones después del fraude de la
primera elección, y quien inauguró la nueva edad de la mentira, porque es el
hombre más mentiroso del mundo y sigue siéndolo, anda diciendo que va a cuidar,
que va a volver a preocuparse de Latinoamérica. Yo digo: echad a temblar si el
señor Bush decide preocuparse de Latinoamérica. Y en su primer discurso después
de la elección, porque ésta no es una reelección, manifestó que la política de
Estados Unidos avanzaría sobre dos pilares: patriotismo y religión, mezcla que ha
sido siempre explosiva. Preparémonos para cuatro años en que nos daremos cuenta
una vez más de cómo la democracia puede usarse como si fuera todo lo contrario.
Por ejemplo, los datos que tienen en Estados Unidos de quienes van a las
bibliotecas, incluyendo el nombre de la obra que están consultando, se transmiten a
una base de datos para que se sepa para dónde van las preferencias literarias o
filosóficas de los lectores: por tanto, están vigilados. Un profesor de la Universidad
de Harvard no tuvo ninguna duda en decirme, no hace muchos días, que esto era
fascismo. Lo dijo él, no yo.
Ustedes se estarán preguntando qué está pasando esta noche en la biblioteca,
una sesión de política o algo que tiene que ver con la literatura. Bueno, para qué
vamos a separar una cosa de la otra si esta novela se presenta a los lectores como
una novela deliberadamente política.
En este libro hay una frase que, en el fondo, resume la novela, la condensa, la
concentra en poquísimas palabras: «Cuando nacemos es como si firmáramos un
pacto para toda la vida, pero puede llegar el momento en que nos preguntemos
quién es el que ha firmado esto por mí». Yo creo que eso nos pasa. A Saulo, que iba
a perseguir a los cristianos, de repente se le aparece una luz inmensa, se cae del
caballo y se escucha una voz que dice: «¿Por qué me persigues, Saulo?». Y ahí se
convirtió. Claro que yo no aspiro a tanto, no soy tan iluso de poder decir que con
esta frase cambié el mundo, pero va a llegar el día en que preguntemos quién es el
que ha firmado esto por mí y no saldrá una voz que diga por qué me persigues,
pero quizás podamos decirnos los unos a los otros «qué bien, lo estamos
pensando».

J.O.M.: Esa frase la dice el comisario, y dice también otra cosa que me llamó la
atención: que él había leído esa frase hace mucho en un libro que ya olvidó. Voy a
tomar esa alusión para preguntar algo en relación con el libro, con la cultura, con la
literatura: hasta dónde hoy, con la estructura cada vez más comercial del mundo de
la cultura, el libro, las bibliotecas, las demás experiencias culturales, etcétera,
pueden ayudar algo a que se produzcan revelaciones como la que tiene el comisario,
que descubre de pronto, recordando una frase que ha leído una vez, que él tiene
una conciencia moral a la que ha de responder y que debe actuar con lucidez y
claridad.
J.S.: Bueno, es cierto que el comisario, para no pasar por vanidoso, por soberbio,
dice que la ha leído en un libro y que se olvidó del nombre y del autor. No, no la ha
leído, esto es lo que está diciendo él; el narrador inventó esta frase para ponerla en
la boca del comisario, pues lógicamente él no podía decirla: hay muchas cosas que
aparentemente nosotros no podríamos ni decir, ni hacer, y de repente las decimos y
las hacemos, y este es el caso. Yo creo que sí, que el libro ha sido eso, un espacio,
un lugar, unas hojas de papel donde unas cuantas personas han puesto y siguen
poniendo ideas, opiniones, sentimientos; todo está ahí. Y nos alimentamos todos de
eso, es decir, los que lo dicen, los que lo reciben, esa especie de intercambio
constante que en el fondo, aunque no sea muy visible, existe entre autores y
lectores. Pero se necesita algo más. Cuando alguien me decía que una de mis obras
le había cambiado la vida, yo al principio le preguntaba cómo, pero después me
pareció estúpido porque en el fondo no se puede esperar que una novela cambie la
vida de una persona; puede modificar una percepción determinada de esto o de
aquello, pero cambiar la vida no, no puede. Lo que sí se puede hacer para cambiar
la vida es que cada uno de nosotros ponga su parte, no su grano de arena, sino su
parte de lo que llevamos dentro de la cabeza, para hacer un debate. Ahora mismo
en todo el mundo se están reuniendo miles de congresos, miles de mesas redondas,
miles de simposios, y puedo asegurar, sin temor a equivocarme, que hay una sola
cosa que no se está discutiendo: la democracia. Es como si fuera un dato
descubierto de una vez por todas y para siempre, y por tanto sobre él no vale la
pena hablar y yo digo que, al contrario, sí vale la pena, hablar interminablemente,
pensar, reflexionar, discutir con nuestros seres más cercanos, aclarar cosas.
Nosotros vivimos en lo que se puede llamar hoy, sin ninguna exageración, un
desierto de ideas; no hay ideas, no hay ideas nuevas, no hay ideas que movilicen,
no hay ideas que hagan levantar a las personas de su resignación, pues todos nos
hemos resignado a una especie de fatalidad que no acepta cambios. Pero las ideas
tampoco nacen así como así, es la propia sociedad la que tiene que generar eso, y
cuando ocurra, empezaremos a hacer algo.
Hace unos años se reunieron diez escritores y filósofos para debatir algo tan
interesante y a la vez tan inútil como presentar diez propuestas para el milenio,
como si el milenio estuviera preocupado con las propuestas, y yo era uno de ellos.
Todos tomaron el tema propuesto seriamente y presentaron propuestas para el
milenio, evidentes casi todas ellas, y yo, que soy mucho más consciente de mis
propias limitaciones, propuse regresar a esa cosa tan sencilla, tan estupenda, tan
magnífica, tan deslumbrante que es el pensamiento. Pensar, no tener ninguna
aspiración, construir ahora un sistema filosófico, no dejar eso para aquellos con una
mente capaz de enfrentarse al universo; no, lo que tenemos para resolver tiene que
solucionarse mañana, si podemos. Cuando a veces me hablan de utopías yo siempre
digo que me quiten esa palabra de enfrente porque no me gusta el concepto de
utopía. Pero, ¿qué es una utopía?. Etimológicamente, ya se está diciendo que no se
sabe dónde está, cuándo se llegará y tampoco se sabe cómo se llegará; por tanto,
dejemos a la utopía en paz.
Umberto Eco decía hace pocas semanas en Milán que tenía miedo del futuro por
su nieto. Uno tiene miedo del futuro por su nieto, que va a vivir 60, 70 u 80 años, y
ya teme por cosas que no podemos imaginar, cosas de las cuales no tenemos
ningún conocimiento. Basta un ejemplo sencillo: si al final del siglo XIX se hubieran
reunido todos los sabios de ese tiempo para imaginar cómo sería el mundo en el año
2000, nada más cien años, pues seguramente habrían imaginado un mundo que
tendría que ver muy poco con la realidad, no sólo tecnológica, científica o
ideológica, sino también en lo referente a la mentalidad.

J.O.M.: Desde el siglo XIX existía la visión de que la política era fundamentalmente
una estructura manipulada y dominada por el poder económico. El problema es cuál
es la lógica para enfrentarlo, de dónde puede surgir algo diferente. En la novela hay
una clara metáfora, no sé si la interpreto bien, en la medida en que todo esto pasa
sin que nadie lo mueva, sin que haya un promotor, una persona que lo propone y
convence a los demás. En la vida real probablemente sea diferente, alguien tiene
que proponer algo para que ocurra mañana, pero en esta novela nunca se sabe qué
pasa, quién actúa, todos y nadie, una frase que evoca el viejo drama de
Fuenteovejuna. Y esto parece estar en la misma perspectiva de Marx, cuando nos
decía que el poder económico se expresaba en el poder político y lo controlaba. La
rebelión podía darse sólo por la solidaridad de todos, pero él lo planteaba en
términos de la organización de la clase social, los sindicatos, etcétera. Tal vez hoy
no lo plantearíamos igual, pero yo veo en la novela, de todas maneras, la reiteración
de que no hay salida, sino salidas de solidaridad y salidas de todos.

J.S.: Bueno, sí, pero volvemos a lo mismo. Nosotros vivimos hoy en un mundo que
Marx no conoció, vivimos en un mundo vigilado, somos vigilados. Se acabó la
privacidad. Si la vida privada se acabó en alguna forma, la conciencia privada, por
usar el mismo término, ha sufrido un atentado similar. La libertad, y ahora hablo de
la libertad de conciencia, a veces se arriesga a convertirse en algo utópico, con muy
poco contenido.
Hace pocos días, en Rosario, en un encuentro en una escuela normal donde había
niños que habían recibido sus premios, se cantó como siempre el himno argentino,
en el que suena de vez en cuando y repetidamente la palabra libertad. Cuando llegó
mi turno de hablar, les pregunté si en el tiempo de la dictadura se cantaba el himno.
La pregunta era innecesaria, por supuesto; también se cantaba libertad, ellos
cantaban libertad y los sometidos, los torturados, si pudieran, también cantaban su
himno y dirían libertad, libertad. Hemos tenido la libertad para torturar, para matar,
para asesinar, y hemos tenido la libertad para luchar, para ir adelante, para intentar
mantener la dignidad. Es aterrador el uso que se puede hacer de una palabra. Lo
importante es que haya presencia de un sentido de responsabilidad cívica, de
dignidad personal, de respeto colectivo; si se mantiene, si se construye, si no se
acepta caer en la resignación, en la apatía, en la indiferencia, eso puede ser una
simple semilla para que algo cambie. Pero yo soy muy consciente de que esto a su
vez no significa mucho. ¿Qué va a causar la palabra semilla? Algo que mañana
florecerá y fructificará. Yo creo mucho en que, si hay un debate, se pueden cambiar
las cosas, pero no puede limitarse a ese debate que a veces aparece en los medios
de comunicación, porque es una cosa entre una familia determinada de
comunicadores, de periodistas, de políticos también, que en el fondo manipulan los
conceptos, como hemos visto, como está claro para todo el mundo. Pero mientras
no se pueda cambiar lo que está arriba, va a ser muy difícil.
Hoy, cuando pasamos al lado de un cementerio de Bogotá, hablamos con mi
mujer del epitafio que yo iba a escribir en la lápida, suponiendo que los restos se
quedaran allí, y entonces yo dije que pondría «Indignado». Y realmente yo creo que
indignado por dos motivos: uno personal y otro egoísta. Indignado por estar
muerto, no hay derecho realmente, pero el otro más, indignado por haber pasado
por la vida y no haber podido cambiarla. Esto es terrible.
Texto tomado de entrevista concedida por José Saramago a Jorge Orlando Melo,
director de la Biblioteca Luis Angel Arango, Bogotá, acerca de su libro Ensayo
Sobre la Lucidez publicado por la Revista Número.

http://www.revistanumero.com/44/indig.htm

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