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DOCUMENTACION CULTURAL E INFORMACION BIBLIOGRAFICA Eduardo Nicol 1. Textos de E. Nicol Del oficio {Qué esté implicado en ta palabra oficio, cuando se emplea en relacién con la filosofia? Decimos oficio y pensamos en una profesiGn Pensamos en que la filosofia puede ejercerse, como Ja medicina, o la abogacfa, o la carpinteria. Ejercitar viene de exercere y denota alguna suerte de activi- dad: el empleo de alguna potencia o capacidad pro- ductiva o remuneradora. Para que esto constituya un oficio, se requiere que el ejercicio sea repetido y que lo eecuten varias personas. Ademés, Ia filosofia se ejerce por vocacién. Pero alguna vocacién exi como el sacerdocio, que se ejerce, y es profesién, pero no es oficio. La filesofia se profesa y es oficio. Esto aclara el asunto y lo complica a la vez. ,Qué tienen en comiin el oficio de abogado, el de carpin- tero y el de fil6sof0? Por alguna razén que no se explica, atribuimos ‘mayor rango a la profesién que al oficio. Pensamos en los oficios manuales, y pensamos en las profesio- nes intelectuales. Decimos que un pintor 0 un poeta «tiene. mucho oficio». Sin precisar de momento en qué consiste eso de tener oficio, puede creerse que también el fildsofo puede tenerlo, y que no hay ‘mengua en Ia dignidad social de la filosofia si habla- mas del oficio de filosofar. Al fin y al cabo, todo quehacer regular constituye un oficio. Pero el ejerci- cio no es entonces singular o individual. Para que haya oficio tiene que haber comunidad de oficiantes. ‘También es necesario que la comunidad se benefi- cie. Tenemos, pues, que la comunidad es un compo- nente del oficio filoséfico. Existen, en efecto, los profesionales en filosofia. Entre ellos se establecen una relaciones particulares; con ellos se constituyen unas agrupaciones, tales como las escuelas, las instituciones académicas. De Jas relaciones eventuales y de las insttuciones per- manentes quedan excluidos los demés. Cuando hay tun oficio, los demas son los profanos. La profanidad cs el extremo opuesto a Ia profesionalidad. La filo- sofia ¢s un oficio profanable. Entre estos dos extre~ ‘mos se sidan aquellas personas que no son ni profa- nas, 0 Sea por completo ajenas a Ia filosofia, ni ofi- ciales 0 ejercitantes. A estas personas las llamamos aficionadas. Si las cosas se presentan asf (y me parece que no cabe duda en esto) entonces ellas pueden resultar desconcertantes. En el ejercicio de oficios y profe- siones interviene el amor (aunque esa virtud ya es hoy poco frecuente, o més atenuuada que antafio). Se ‘rata del amor por el producto del ejercicio, y hasta por el ejercicio mismo. En el oficio de pensar que es la filosofia, el amor aparece ya en su propia defini- cci6n. Philo-sophia, amor de ia sabiduria. Esto signi- fica que la sophia no s6lo se ejerce, sino que es pro- ducto ella misma de: un ejercicio. Que la philia, mo una de las varias formas del amor, es algo que requiere un ejercicio, ya todos lo sabemos. Que haya ademés un oficio de la philia, 0 sea literalmente un amor oficial, como es el amor de la sabiduria, esto sf es cosa que nos pilla de nuevas. Aqui tenemos un oficio que consiste en amar. Se comprende que Ia gente sospeche, aunque no lo diga, que el fil6sofo es un tipo raro. Los aficionados también aman. La afici6n es una de esas variadas formas del amor a las que acabo de EDUARDO NICOL SUANTHROPOS EXTRA 167 ‘ludir, Pero entonces los profesionales dela filosofia setfan los verdaderos aficionados: aquellos cuya afi- idn es bastante fuerte como para empear el ser en- {ero, como para dedicarle lo principal de la vida. Y si la philo-sophia no es més ni menos que una afi- Cin por la sabiduria, resulta de ahi que los fildsofos oficiales son doblemente aficionados (lo cual no es cosa tiviana): son los aficionados a una aficién. ;Y Aquellos a los que llamamos aficionados, sin juegos de palabras? Estos son, sencillamente, aficionados sin oficio; son aquellos que tienen un amor marginal Por el saber; aquellos cuya aficién por el saber no Constituye forma de vida. En el lenguaje ordinario, «hacer uno su oficio» significa «desempefiarlo bien»; es decir, empefiarse fen su ejercicio para obtener el mejor de los resulta- dos. Pero ,qué es hacer filosofia? Un oficio es un hacer. Filosofar, en efecto, es un hacer, 2Qué clase de hacer? {Qué es lo que hace? La pregunta es portuna, porque eso del profesionalismo filos6fico no existié desde el comienzo. ;Cusndo empez6 a haber un oficio de filosofar? Lo hbo desde muy ‘emprano, Existia la vocaciGn. Esto es claro, porque Ja vocacién esta implicada en la conciencia que tu- vieron los primeros, los presocriticas, de que la filo- soffa era una cosa distnta de todas las que se hacfan entonces. Los primeros filésofos fueron realmente unos hombres extraordinarios, por lo que ya todos sabe~ ‘mos; y ademas por esto: por la conciencia vocacio- nal. Lo que vale tanto como decir: por la conciencia oficial. Eran innovadores de oficio. Después de ellos, nadie més ha producido, naturalmente, algo con ese grado de originalidad. A todos nosotros, ‘cuando se nos plante6 la cuestién vocacional, dispo- nifamos del ejemplo de los profesionales contem- porsineos, y ademés disponfamos de informacién so- bre los primitivos. En estas condiciones, si llegamos 4 sentir alguna aficién por la filosofia, ya sabfamos a Jo que nos arriesgabamos. Los milesios fueron valerosos. El camino de vida {que eligieron era inexplorado. Lo desconocido inti- ‘mida; pero también atrae. Quizis por esto, ustedes, los estudiantes de hoy, sean més temerarios. Porque ya saben que vivir filosofando require mucho es- fuerzo y trae escasas recompensas (si no es que trae hostlidades y persecuciones). Los primeros fildsofos ‘NO sabjan nada de esto. De suerte que su temeridad Contenfa una alta dosis de inocencia. Los oficiantes de hoy no son tan céindidos. Si se tiene vocacién se tiene oficio, pero no en el mismo grado. La vocacién puede ser auténtica ¢ i tensa, y el oficio nada més que regular. Al principio, | notoriedad acompafia a la vocacién. Un griego del siglo V aC. pudo haber dicho: «sos que se dedican ‘Ia filosofiay. Claro esté que entonces todavia no ‘estaba en uso la. palabra filosofia. Da lo mismo. Ha- bfa en el seno de la comunidad algunos. hombres (muy pocos) que se distingufan del resto; que se ‘comportaban de una manera peculiar (el caso més, patente fue el de Hericlito). Esos hombres decian co- sas raras (aunque cada uno parecfa comprender de ‘qué hablaban los otros). Sin embargo, no llamaban la atenci6n por la rareza, sino precisamente porque esta- ban creando una base nueva de entendimiento entre Jos hombres; que no era de fécil acceso, pero a Ta que se podia llegar mediante aprendizaje. Pronto se vio ‘que la filosofia cra una paideia. Hoy veremos que la paideia es parte del oficio. Pensar y explicar estén ‘encadenados. (Por esto yo no creo mucho en el filé- sofo callado: en Ia filosofia silenciosa. La filosofia es habladora. El oficio es pericia en la expresi6n). Un oficio nuevo crea un mundo de profanos. Lo que distingue al profano, si es consciente de su esta- do, es el deseo de dejar de serlo. Esas cosas raras que decfan y escribfan los presocréticos eran en principio comprensibles: comunicables, 0 sea desti- nnadas al comiin de los mortales. Si estos se interesa- ban es porque, ademas, el filésofo planteaba cuestio- nes que incumbfan a todos: que despertaban en to- dos un afin de saber que estaba latente Los oficiantes de la filosofia revelan que el hom- bre es el tinico ser que interroga. Todo cuanto le rodea suscita preguntas. Quiere decir que esto que ‘vemos con suma claridad no esté tan claro como pa- rece. La filosofia crea el oficio de preguntar. ¥ junto con el mundo que nos rodea, existe el mundo que nosotros albergamos; el que nosotros constituimos y que nos constituye; éste, que es el mas cercano, ¢s el que mayor nimero de preguntas suscita. Sécrates es el maestro en el oficio de preguntar. Pero no s6lo existe la filosofia como oficio de preguntar; ade- ‘mis existe un oficio especial de la pregunta misma. Gracias a Ia filosoffa, reparamos en que no todo el mundo sabe preguntar. Y entonces 1a cuestién de! oficio se ilumina, con una comprensién que ya nada odré enturbiar: el filésofo interroga por oficio. Las palabras del fil6sofo despertaban el interés de Jas personas cultas (y tal vez sigan despertindolo, ims 0 menos, en nuestros dias). Result6 incluso que, para ser cabalmente culto, era preciso estudiar esa nueva forma de sophia que se llamaria philo-sophia. Naci6 de este modo 1a aficién por una sapiencia educada, que ya no se extrafa solamente de la expe- riencia y del buen consejo de los hombres sabios. Los fil6sofos se hicieron maestros, y asf se acredité Pablicamente el profesionalismo. Tenfamos, pues, os oficios: el de pensar y el de ensefiar, BS antHnopos extane Los primeros maestros, que ya eran por consi- guiente profesionales, ensefiaban filosofia, pero no ensefiaban el oficio. Saber cusles eran las ideas no era, ni es, lo mismo que aprender el arte de manejar- las, El arte en griego se dice técnica, y la téenica es tun componente del oficio. Esto, al aficionado, no le interesaba. {Quiere decir que se puede filosofar sin oficio? Esta pregunta nos lleva a otra, no menos in- trigante: jquién es més auténticamente filésofo: el aficionado 0 el oficiante? ‘Sin duda el aficionado es mas libre que el profe- sional, tiene menos compromisos y responsabilida- des. También tiene menos oportunidades de Hegar.a la verdad. O no dice nada, guardando para sf mismo cl saber que pudo adquirir; 0 dice lo primero que le pasa por la cabeza, como un Jen6fanes, cualquiera. Este es un pensador, diriamas, sin oficio ni benefi- cio. Pues {qué beneficio trae In ocurrencia personal y eventual? Los profesionales (se entiende que los ‘buenos) brindan beneficios incluso cuando, alguna vez, incurren en errores. Los errores sin oficio son infinitos. Oficio. Oficio de pensar y de hablar. El primero implica la capacidad de articular las ideas; de esta- blecer sus conexiones; de dar la prominencia a las principales; en suma, de ir en cada caso al meollo del asunto. El oficio de hablar consiste, en suma, en Ja capacidad de utilizar del mejor modo todos los recursos expresivos del lenguaje, con especial cuida- do de la claridad. Porque un pensamiento cuya ex- presin no es clara es un pensamiento que permane- ‘ce oscuro en la mente. Oficio. Esta palabra deriva del latin officium, que significa servicio, funcién, y que est compuesto de las raices de opus, la obra y Jacere hacer. En algunas ocasiones, la buena calidad de la obra est implicada en el sentido del hacer. Entonces el oficio no designa una operacién, sino una excclencia. Y asf, cuando decimos «Este fulano no tiene oficio», indicamos que es un mal operario. En fin, a cualquier hombre dignificado por su oficio y beneficio, se le puede interrogar (en latin, para que entienda) empleando el verbo facere; Quid faciunt, que se traduce diciendo, «Para qué sirven? {Para qué sirven las obras de Ia filosofia?». Pronto descu- bre el estudiante que hay cosas que hace el hombre 4que sirven para set hombre. Si el officium es servi- cio, hay que dar por entendido que el filésofo presta un servicio. Lo que hace podri carecer de utilidad, pero es servicial. Estas divagaciones sobre el oficio del fildsofo van

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