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Salud ele-Mental: Con toda la mar detrás
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Salud ele-Mental: Con toda la mar detrás

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Este vagar del pensamiento […] por caminos sin metas es semejante al pensar pensando, donde cada tanto nos sorprende un descubrimiento con valor de meta. En cuanto a las metas sin caminos, entiendo que se corresponden con hacer pasar los resultados de ese pensar distraído por el trazado que reconoce los rigores de la escritura. Algo así como trazar caminos para esas metas descubiertas en la distracción […]. Esta soltura me ayuda y me reconcilia con el escribir en este momento".
Salud ele-Mental. Con toda la mar detrás recorre, por momentos "hablando al azar de la memoria y sus vicisitudes", conceptos clave de la psicología social como la Numerosidad Social, entre otros, al tiempo que propone una reconceptualización de la salud mental, desde (mejor dicho, con) la propia voz de su autor. Fernando Ulloa nos dejó en estas páginas no sólo parte de su vasta experiencia como "operador en la producción de salud mental", sino también muchas de sus percepciones sobre temas que trascienden el campo de la psicología, del cual es considerado nada menos que uno de sus precursores en nuestro país.
LanguageEspañol
Release dateOct 1, 2020
ISBN9789875993174
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    Salud ele-Mental - Fernando Ulloa

    Fernando O. Ulloa

    Salud eleMental

    Con toda la mar detrás

    © Libros del Zorzal, 2012

    Buenos Aires, Argentina

    Impreso en la Argentina

    Hecho el depósito que previene la ley 11.723

    Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de esta obra, escríbanos a:

    Asimismo, puede consultar nuestra página web:

    www.delzorzal.com

    Índice

    Introducción

    Preescrito que se recibió de prólogo | 5

    Capítulo I

    Introducción gradual al concepto de numerosidad social | 38

    Capítulo II

    La producción de Salud Mental | 86

    Capítulo III

    El síndrome de padecimiento | 112

    Capítulo IV

    Barriletes en bandada | 155

    Bibliografía

    Introducción

    Preescrito que se recibió de prólogo

    Este resultó un libro demorado durante algunos años, pero no todo fue vana espera. Mientras se fue armando, se nutrió con nuevas ideas y métodos, y maduró, al menos en mi pensamiento. Soy el primer destinatario de este preescrito que, al promediar su escritura, tuvo el mérito de ponerme en evidencia el nombre definitivo de la obra, con todo lo que se cifra en un nombre, apelando a una gloria nacional de las letras, en general, más citado que leído. Suele ocurrir no sólo en nuestro país.

    Esta demora tiene distintas razones lógicas; debe de haber otras más personales, pero que si sólo aluden a mí las tomaré en cuenta con beneficio manteniendo en reserva sus contenidos. Es lo que corresponde. Sé que la escritura es un momento privilegiado de la clínica y también del propio análisis. Bien lo supo Freud a partir de lo que él llamó autoanálisis. Un verdadero acontecer que fue fundamento no sólo de El libro de los sueños, sino además de todo el psicoanálisis.

    Volveré a las razones lógicas. En primer término, dedico el tiempo necesario a la atención de pacientes que me consultan. También al intercambio de conocimientos con mis colegas, atento a la propia capacitación. Cuando una vocación encamina nuestro trabajo, y este a la vocación, con el tiempo resulta una manera de vivir, no sólo en el entorno familiar, sino incluyendo el interés por el entorno ciudadano. Distingo al respecto un matiz diferencial entre un analista que vive en la ciudad y otro que vive en su ciudad, no ajeno a los problemas de esta última. Diré, con aires antiguamente franceses, que este analista mantiene la aspiración de ser un ciudadano psicoanalista. Uno más.

    Hace ya cincuenta años que Pichon Rivière –a partir de la Experiencia Rosario,¹ de la que participamos activamente varios de sus discípulos– marcó el inicio de las prácticas clínicas plurales que yo denomino de la numerosidad social, práctica de la que también resultó enriquecido el psicoanálisis; el cual hizo otro tanto en beneficio de los equipos asistenciales y docentes, sobre todo aquellos que se esfuerzan en las miserias de la marginalidad.

    Dos palabras sobre el origen del término numerosidad, uno de los ejes de este libro. Cuando al dueto analista/analizante, situación bicorporal y de hecho tripersonal –por la multitud social que nos habita y se acrecienta en los procesos transferenciales–, se agregan uno, más uno –y la suma puede aumentar–, sujetos de cuerpo presente que además mantienen su condición hablante, se constituye el campo de la numerosidad social. Con la aclaración de que reservo el término numerosidad para designar una intervención del psicoanálisis en el campo sociocultural, me extenderé sobre esto en el capítulo destinado al tema.

    Frente a la actividad clínica en el escenario plural, no dudo en embarcarme con entusiasmo en esta suerte de proceso psicoanalítico azaroso; quizá por ese entusiasmo demoro en escriturar sus resultados. También juegan las lógicas dudas acerca de en cuánto pueden ser psicoanalíticas estas actividades clínicas colectivas.

    El encontrar los fundamentos de esta conceptualización, bajo el nombre de reconceptualización de la salud mental, es otro de los ejes de este libro.

    Tampoco descarto que en esa (¿meditada?) demora en la escritura (¿lo será?) juega algo propio de mi estilo, que se manifiesta cuando intento transmitir psicoanálisis psicoanalíticamente. De hecho, esto también ocurre cuando opero como psicoanalista en lo que he llamado numerosidad social. En ambas situaciones suelo hacerlo hablando al azar de la memoria y sus vicisitudes; frase que tomé de Borges, aplicada por él a Macedonio Fernández y su manera de hablar en público; lo constaté las pocas veces que operé de público.

    Me voy a permitir la anécdota de alguna oportunidad que estuve en grupo con Macedonio y a partir de una de sus particularidades. Él solía andar en pleno verano con sobretodo, y yo, joven estudiante, tuve la impertinencia de preguntarle: Don Macedonio, ¿por qué usted suele andar siempre tan abrigado, aun en pleno verano?. Macedonio puso en juego otra de sus originalidades, y haciendo hablar a mi amigo Oscar Sturzzenegger –creo que era él–, dijo: Como dice Oscar, a las ideas las incuba el calor. Luego, mirándome a la cara, me lo dijo directamente: Mocito muerto de frío. No tengo dudas de que, viniendo de quien venían, tomé aquellas palabras casi como un elogio. Sé que hay varias versiones de este estilo; la que traje aquí se remonta allá por 1940 y tantos...

    Vuelvo al azar de la memoria y sus vicisitudes. Es claro que este estilo resulta una manera algo expuesta de transmitir, pero sin duda eficaz, por lo siguiente: con frecuencia aproxima fallidos, olvidos, tardíos retornos de lo olvidado y otras particularidades de la temporalidad inconsciente. A esto se suma el riesgo de las arborizaciones por parte de quien así expone, aunque no necesariamente se vaya por las ramas. Cuando esto sucede, puede perderse algo el hilo de la narración y se hace difícil volver a encaminarlo. Si me ocurre, no dudo en preguntar a los presentes por lo que venía diciendo –siempre alguien me da una pista acerca del rumbo discursivo central– incluso con el beneficio de un auditorio participante. Tal vez esto sea porque cada persona del público lee distintos ejes centrales del discurso; dije leer, por parte del público, porque de un efecto de lectura se trata, como ocurriría con cualquier lector de un mismo texto. Evidentemente, cada lector es un lector singular, y es importante conseguir este efecto en un público, si luego se quiere abrir un debate.

    Este estilo narrativo es otra de las causas de este preescrito, con la intención de ir encontrando el modo apropiado de una escritura, propicia para que se exprese en libro.

    Sin embargo, al mismo tiempo, es este estilo del que vengo hablando el que puede determinar que las ya señaladas arborizaciones –las mismas que ocurren cuando hablo– ahora se documenten en texto.

    No habiendo en lo inmediato público al que requerir acerca del hilo secuencial, recurro a lecturas por parte de mi entorno habitual. Puede tratarse de Chichú, mi mujer, quien a su primera carrera terciaria de Física agregó una segunda: Ciencias de la Educación. Lo señalo porque esta suma y conjunción le confiere rigor epistémico en cuanto a evaluar una transmisión por escrito. También recurro a Nilda Prados, lúcida colaboradora –con buena formación psicológica, aunque no ejerce– y poseedora de una vena poética, que le confiere criterio secuencial. Tampoco son ajenas, por el hábito que cuentan desde hace años como colaboradoras, Marita Spanto y Gisela Sánchez. Ellas ya conocen de memoria, a través de múltiples adelantos, lo que quiero decir, lo cual las habilita sobre todo en cuanto a lo secuencial. Todas han releído este preescrito haciéndome sugerencias al respecto, bajo mi atenta atención –vale la redundancia–, señalando mi cuidado en cuanto a que estas miradas no avancen más allá de mis redundancias, cuidadosas de que lo conceptual quede solamente a mi cargo.

    Pero estos accidentes del habla que contaminan la escritura –me refiero en especial a las organizaciones– tampoco son sólo perturbaciones de la narración; con frecuencia migran a capítulos posteriores y viceversa, enriqueciendo este preescrito. En ambos sentidos enriquecen su nuevo destino, para el caso, la producción de salud mental en cuanto producción ligada a la capacitación con cualquier equipo de trabajo, en general docente o asistencial.

    Respecto del término salud mental, no es vocablo fácil de delimitar –pese a su aparente claridad–, sobre todo cuando la salud resulta calificada de mental, expresión muy arraigada en el imaginario colectivo.

    Salud proviene del latín sanus, y su derivación española remite a sensato, en el sentido de ‘estar en su sano juicio’, aproximando a algo que la liga a ‘salud mental’ y, por consiguiente, capaz de un juicio atinado en cuanto a su lucidez mental. También remite a ‘buen estado general’. Desde ahí deriva a sanador, esto como una virtud o don propio de un sujeto –más allá del rol médico–, de antiguo predicamento popular, en el sentido de ‘curador’; así como en el algo peyorativo ‘curandero’. También, y por contraste, se emparienta con insano, tanto referido a un ámbito en el amplio sentido de lugar como a los hábitos insanos. Pero si se trata de un sujeto, ya será cuestión de insania, cuyo exceso arriba a vesania, expresión esta última que nos devuelve –por vía de su contrario– al comienzo de las consideraciones sobre salud mental, en el sentido de ‘alguien en su sano juicio’, en tanto vesania remite directamente, nada más y nada menos, que a ‘loco furioso’, en franco sentido antitético respecto de un sujeto juicioso o atinado en sus consejos.

    Un recorrido que apunta a dignificar la expresión salud mental, pese a que salud y enfermedad comparten apellido, y esto no deja de tener sus consecuencias confundidoras, lo cual justifica que nos ocupemos de ese apellido común: mental.

    Para aclarar lo concerniente a mental, me voy a dejar llevar por antiguos senderos del lenguaje, donde la etimología también avanza en sus argumentos, no siempre sólidos, pero válidos para mi interés de acompañarme en el abordaje de territorios poco delimitados, que comparten tanto salud, de la cual acabo de ocuparme, como el vocablo mente.

    Sus raíces latinas lo enlazan, por un lado, con mens, del que derivan mención y mentar, y por otro, con demens, que dio demente, demencia, amencia; en tanto vehemens –‘impulsivo’, ‘empeñoso’– conduce a vehemente, ‘no siempre juicioso en sus opiniones’.

    Por otra parte, en el registro conceptual, tuvo y tiene una gran incidencia en el valor del término mente el modo según el cual la psicología filosófica elaboró la diferencia entre lo psíquico y lo físico, lo biológico y lo mental.

    Desde esta perspectiva, el concepto de mente –o su correlato más moderno, la psique, lo psíquico– reconoce como un antecedente de peso el vocablo alma, usado por Freud en algunos pasajes de sus textos. Ya Aristóteles hacía de ella, como sustancia, el quid esencial articulado con el cuerpo humano. Lo ejemplificaba diciendo: Si el ojo fuera un animal, la vista sería su alma, pues la vista es calidad sustancial del ojo.

    Mucho después, Descartes retomará aquella referencia aristotélica al animal para situar lo propio del espíritu. Plantea así dos principios que darían cuenta de nuestros movimientos. Uno, enteramente mecánico y corpóreo, que depende sólo de la fuerza y que compartirían el ser humano y los animales. El otro –por completo incorpóreo– corresponde al espíritu o el alma, sustancia que piensa.

    Autores como Jaspers y Ortega y Gasset se han ocupado de hacer la diferencia entre el alma –ligada a los afectos y sentimientos– y el espíritu, sede de ciertos actos racionales que permiten formular juicios, al menos pretendidamente objetivos. De esta distinción derivarán otras, como las establecidas entre subjetividad y objetividad, inmanencia y trascendencia.

    En todo caso, la lengua española ha conservado para el vocablo mente connotaciones que se funden, por una u otra vía, con las de psiquis, espíritu y alma. Se fueron sumando a ellas, en tiempos más próximos a los nuestros, las que acentúan el aspecto intelectual, en particular el entendimiento como facultad de comprender.

    Pero como esta aventura semántica –en compañía de diccionarios etimológicos, en especial Corominas– amenaza desviarme demasiado de lo que intento que asuma expresión escrita, prefiero recuperar algo del tono vacacionero, que guarde una mayor afinidad con este tiempo de descanso dedicado a la escritura. Quizá también consiga así modernizar términos añosos a la luz del psicoanálisis, sin descartar su arraigo en el imaginario social. ¿Acaso resignificar pasados no es menester psicoanalítico?

    ¡Claro que pensé en salud psíquica…! Más moderno y, sin embargo, por desarraigo cultural, poco frecuente. No dudo que mental, unido a salud –palabra que, como hemos visto, también se las trae, y sobre ella volveré– suena más familiar y polifacética, aunque comparta su apellido, lo cual aporta a lo confuso... Lo veremos en el capítulo que corresponde.

    Vuelvo al hablar azaroso y a esa manera de exponer-se. Tiene algo de la llamada asociación libre, aunque nunca es cruda asociación; no sería pertinente tal libertad, sobre todo si quien está a cargo de esa exposición tiene en claro lo que quiere decir y los efectos que pretende promover. ¿Por qué me demoro en esto? Porque cuando un analista habla en público –por el sólo hecho de hacerlo– la posibilidad de interpretar se aleja de él para depositarse en el auditorio. Está bien que así sea, sin por eso afirmar que ese expositor se está analizando, aunque no estará muy lejos de ello, si logra mantenerse atento no sólo a lo que hace, sino también a lo que le sucede (el lector descubrirá más adelante la procedencia de esta idea y el efecto interpretación que sobre mí cobró esta frase). Si este suceder cobra cierta jerarquía, ya no le corresponde este verbo –que connota lo que venía sucediendo–, sino que ahora expresa lo nuevo con valor de acontecimiento; el verbo que le corresponde es precisamente acontecer, tal vez con efecto interpretación para quien lo conjuga… ya que hablamos de verbos.

    ¿Cuál es el beneficio que supone enfrentar estos riesgos? No poco, pues pone en juego en cada sujeto singular –incluyendo al expositor– algo propio de la temporalidad inconsciente, si es que los toques del ánimo –luego aclararé este término– no se traducen en fastidio o explícito enojo. Nunca me sucedió tal cosa, pero no dejo de considerarlo posible, al menos en algún integrante del público. Y, sobre todo si no es explícito, puedo no percibirlo.

    Voy a otro enfoque en este preescrito. En cierto momento pensé darle por título a este libro, o al menos a algunos de sus capítulos, un fragmento extraído de nuestro Himno Nacional: Y los libres del mundo responden / ¡Al gran pueblo argentino, salud!.

    El saludo también remite a saludable, en el sentido del ánimo que articula –en una sola unidad– mente y cuerpo, un entrelazado propio de la subjetividad.

    Del fragmento entusiasta de nuestro Himno, leído con todo realismo, que lo confronta, así, a tantas escenas cotidianas que desdicen su letra, fue surgiendo el núcleo del título: Al gran pueblo argentino… salud eleMental, dicho sea esto connotando precariedad. Lo señalo porque la idea de sabiduría elemental es uno de los efectos buscados por la filosofía, con un sentido opuesto a esa precariedad. En realidad, mi intención es apelar a los dos significados de eleMental, el positivo y el negativo.

    La precaria salud eleMental condensa, consistente, la búsqueda de esa capacitación tan ligada a la producción de salud mental.

    Lo anterior conforma la primera parte del título pensado para este libro. Narraré cómo fue surgiendo el resto, atento, insisto, a una realidad social que toca a la comunidad toda. Sí, a toda, en primer término, y de forma destacada a la excluida del sistema, víctima de todas las calamidades de la marginación y la miseria. Una verdadera manicomialización nacional que cada vez se va extendiendo más a todo el mundo, países centrales y periféricos.

    También alcanza a la comunidad incluida, cuando quienes cuentan con este beneficio están atravesados por una crueldad indiferente, ante nuestros conciudadanos víctimas de la exclusión (digo conciudadanos porque lo son, nos guste o no nos guste este ligamen); pues los excluidos forman parte no descartable de la Nación (…así, con mayúscula, para destacar intencionadamente contrastes). Es lo que corresponde en un libro que se ocupa de la Salud y de la Enfermedad (también con mayúscula, los dos términos, con el criterio de apelar a letras mayores). Es más, desde ahora escribiré también con letras mayores: Salud eleMental, acercándome así al título del libro, perfilado a lo largo de los distintos momentos que ocupó su escritura.

    Retomando el fragmento del Himno donde se inspiró en un primer momento ese título, debo confesar que no soy original. Años atrás, desde H8 –un equipo cuya coordinación estaba a mi cargo–, ayudamos a un grupo de residentes del Hospital Pediátrico Gutiérrez, asesorándolos para unas jornadas que ellos titularon ¡Al gran pueblo argentino, salud!. Si alguno de aquellos residentes lee estas páginas, vaya mi reconocimiento. También a sus compañeros, porque su inventiva, hoy… estimula la mía. Entre tanto, reconozco la procedencia de esta idea.

    El título de este libro me surgió, de manera completa, una vez avanzado el texto. Habré de puntuar ese surgimiento cuando tuve una ocurrencia evocativa, la del fragmento de una antigua canción, cuyo autor, que en ese momento había olvidado –más adelante aparecerá–, decía así: Con toda la mar detrás. Venía usando esta expresión para aludir a la actitud positiva de los integrantes de un equipo asistencial, docente o de cualquier naturaleza, que se mostraban propicios a debatir –críticamente y a manera de un ensayo– su futuro accionar. Resultaban acreedores de este elogio, que alude a la fuerza colectiva que los impulsa y respalda. Pensé que esta fuerza bien podría convertirse en parte del título que buscaba. Creo que lo encontré, y lo imaginé diagramado así:

    Salud eleMental

    Con toda la mar detrás

    Una diagramación en escalera, destacando una producción de Salud Mental que avanza en ascenso, al menos para no naufragar en la adversidad.

    Cuando la canción apareció en mi memoria, había escrito, al diagramarla en escalera: Al menos para no naufragar. Algo se movía en mis recuerdos… La canción es la historia de un naufragio en pleno puerto.

    Armé primero Salud eleMental. Pero este título no contaba con la fuerza suficiente, pese a su procedencia. Le faltaba el contrapoder necesario para enfrentar las circunstancias adversas –aquellas del escenario de la numerosidad social– donde transcurren los hechos, a los cuales pretendo aportar los recursos clínicos del psicoanálisis. Me ocuparé de este contrapoder y su origen en el capítulo destinado a la Salud Mental.

    Respecto del pensamiento afectivo e intelectivo, que también pongo en juego en ese Con toda la mar detrás, aludo así a mi propio y largo pasado en estas prácticas. Pensemos que este año se cumple el medio siglo transcurrido desde la Experiencia Rosario.

    La búsqueda, como parte de una capacitación, de una producción cultural personalizada en quienes operamos en esos campos adversos, justifica que la expresión Con toda la mar detrás sea consecuencia de ese debate clínico-crítico a cuyo impulso es posible trabajar con esa población (a la que además de atender es necesario organizar). Se requiere carisma para hacerlo, carisma y convicción. Si el foro del debate funcionó, es posible lograr no sólo que ambos factores estén presentes en los operadores, sino también que lleguen a elaborar las decisiones necesarias para que la organización de esa comunidad sea viable.

    Cambiaré de óptica, haciéndome objeto de mi propio examen: Para ello apelaré a un antecedente, quizá sólo analógico, que me parece oportuno articular a esta falta de escritura de mi práctica. Un déficit en cuanto a este demorado libro pero (lo dije desde el comienzo) con los beneficios de una demora reflexiva (antes me pregunté, ¿meditada?) pensando en el intento de explorar áreas nuevas para y por el psicoanálisis, desde la perspectiva clínica. Sabido es que Freud logró valiosos aportes conceptuales, sin haber abordado el campo social desde la clínica. Es más, a sus clásicos trabajos El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura –nombro sólo estos, aunque hay otros– les quitó todo valor psicoanalítico. Somos muchos los analistas que intentamos recuperarlos como valiosos aportes a la disciplina.

    ¿Por qué digo intentamos? Porque en cierto modo, el psicoanálisis siempre es un intento. Lo ejemplifica la asociación libre –a cargo del analizante–, siendo que resulta imposible, claro que con el beneficio de que esta imposibilidad está sobredeterminada desde el inconsciente, pero el intento de hacerlo pone en evidencia esa sobredeterminación. Otro tanto ocurre con la escucha libremente flotante, a cargo del analista. También es cometido imposible y, en este caso, a la sobredeterminación inconsciente se suma la incidencia

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