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La Universidad en crisis: revelaciones de una huelga y asignaturas pendientes

José J. Rodríguez Vázquez


Programa de Estudios Iberoamericanos
Universidad de Puerto Rico en Arecibo

Para los estudiantes que estuvieron allí. Para Luis


Colón, el padre y el profesor.

Es que en política nos las habemos con advertencias


y no con profecías.
Hannah Arendt
Lo que tiene que ser examinado no son tanto las
personas como los argumentos con los que se
justifican a sí mismas a sus propios ojos y a los de
los demás. Sobre esos argumentos tenemos derecho
a pensar.
Hannah Arendt

En política, los aciertos o el éxito de un movimiento no son, necesariamente, el

que se alcancen las propuestas que orientaron su acción en el espacio público. Existe, más

allá de que se realicen o no esos proyectos específicos, la posibilidad de que los actos de

un grupo ayuden a revelar o hagan visible eso oculto que está allí amenazando con

socavar la vida de una comunidad. Por eso, más allá de los logros plasmados en el

acuerdo logrado entre el Comité Nacional Negociador (CNN) y la mayoría de la Junta de

Síndicos de la Universidad de Puerto Rico (JDS), me parece que lo más trascendental, o

lo que considero más pertinente pensar de esta huelga estudiantil, han sido los efectos que

pueden parecer imprevistos o colaterales y que, sin embargo, marcan tendencias en el

ambiente político y en el futuro próximo del país. A esta huelga estudiantil universitaria

le debemos el revelarnos la presencia de una mentalidad perversa que se mueve

subrepticiamente en los actos de una burocracia política y universitaria empeñada en

destruir a los grupos disidentes, la experiencia democrática y el proyecto universitario


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público. La huelga universitaria, que comenzó como reacción contra una más de las

certificaciones impuestas por la Junta de Síndicos, ha terminado exponiendo la situación

de un país amenazado por un movimiento político anexionista en el que pulula una

perspectiva ultraconservadora maniquea que piensa la lucha política como el conflicto

entre “nosotros, los buenos” y todos esos otros malvados y pecaminosos. Con un

lenguaje neoliberal, la fuerza que gobierna busca imponer el achicamiento del espacio

público y la destrucción de la pluralidad y del debate que son indispensables para que se

ejerza la experiencia democrática.

Esta tradición conservadora -que forma parte del pensamiento político moderno-

considera que el Estado, o el gobierno, es el representante del pueblo y define a este

último como una sustancia y una totalidad armoniosa que ha expresado su preferencia por

un determinado grupo o partido. El modelo de representación y la definición de la

comunidad como un todo unificado y unívoco terminan desconociendo que la política

requiere de muchos diferentes que discuten sobre lo que existe, lo que se desea ser y lo

que se piensa posible. El peligro principal es que en la tradición conservadora la

experiencia democrática se corrompe a través de su propio lenguaje. El Estado-gobierno

singulariza al pueblo-nación, se afirma como su único representante legítimo y reduce la

política a una despolitización técnico-administrativa de gobierno, mientras la

participación ciudadana queda disminuida a la simple obediencia al poder y su orden

jurídico. Temerosos de la política, entendida como eso que se produce cuando muchos

están en conflicto pero se respetan unos a otros, un partido, sustentado en una mayoría

electoral, opta cómodamente por la violencia, y su ansiedad de orden reduce los valores

cívico-políticos a la práctica de la servidumbre voluntaria. El principal peligro que


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acarrea esta tradición política conservadora anexionista es que definiendo el mal y

postulándose como portavoz del bien, termina imponiendo el mal bajo la apariencia del

bien. La huelga estudiantil universitaria nos ha revelado que el peligro que enfrenta la

tradición democrática no proviene sólo de los que la rechazan por considerarla

equivocada, sino, sobre todo, de los que hablan en su nombre y malean su sentido.

La huelga universitaria ha dejado a nuestra inteligencia frente a dos tareas

fundamentales: la de repensar la política y lo político, deconstruyendo nuestro léxico y

nuestras creencias y, también, la de llevar a cabo la crítica decidida del imaginario

político del neoconservadurismo anexionista penepeista. La protesta estudiantil ha

revelado que en la cultura política puertorriqueña habita una visión pérfida y paranoica de

la política, entendida como guerra de unos contra otros, y que esta tradición cree en la

destrucción-desaparición del otro –pensado como enemigo y no como adversario- y

rechaza la pluralidad y el conflicto que son los fundamentos de la experiencia

democrática. El país ha tropezado con la militarización de un gobierno que criminaliza a

sus ciudadanos tomando en consideración sus posiciones ideológicas. No está de más

dotar a esta revelación de una mirada histórica y señalar que desde la década de 1990

venimos presenciando una expansión de los aparatos represivos –desde la policía hasta

los tribunales y las nuevas legislaciones criminalizantes- que está proyectada en una

apuesta política: los anexionistas criollos están convencidos de que cuando llegue la

estadidad Estados Unidos no tendrá que ensuciarse las manos reprimiendo una posible

reacción de los grupos independentistas porque ya se tienen preparadas las fuerzas

militares locales que permitirán aplastar a los subversivos. El discurso de ley y orden ante

la criminalidad es el disfraz de una agenda política. En su Discurso sobre la primera


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década de Tito Livio, Nicolás Maquiavelo explicaba el derrumbe de la experiencia

republicana florentina como el resultado de la corrupción política, la ambición clasista y

la ausencia de virtudes cívicas ciudadanas. No hay que decir que corrupción, ambición y

destrucción de los valores cívicos son las características del anexionismo penepeista

puertorriqueño. Corrupción que se ha tornado conducta descarada y repetida, ambición

organizada como Alianza Público-Privada y destrucción de los valores cívicos

convirtiendo en virtudes la brutalidad policíaca y la apatía de las llamadas mayorías

silenciosas. La huelga universitaria ha revelado que el PNP es un movimiento político

que amenaza el país y parece empeñado en la antipolítica de la confrontación. No es un

logro menor, éste de haber hecho visible su brutalidad, su cinismo y su deseo de

convertirnos, si no en estado de la unión norteamericana, en jungla.

Sin lugar a dudas, pensar lo político consiste, más que en una radiografía de las

personas, en analizar los argumentos con los que los individuos se justifican a sí mismos

ante sus propios ojos y ante los de los demás. Sobre esos argumentos, advertía Hannah

Arendt, “tenemos derecho a juzgar”. No obstante, el ámbito político no esta fraguado sólo

de argumentos y creencias. Existen también las personas. Por eso hay que decir que,

además de revelar a la tradición anexionista conservadora y de hacer visible el terrorismo

de Estado, -la tecnología moderna de cámaras y videos nos permitió presenciar, entre

asombrados y rabiosos, la barbarie- la huelga universitaria ha puesto al descubierto la

incapacidad absoluta de las autoridades universitarias. Un espíritu senil, deambulando

entre la Fortaleza y el Capitolio en busca de ordenes, y la malicia leguleya, retocada de

colorete y crema facial, de un personaje, hasta ayer desconocido en la Universidad, son la

encarnación plena de la antiuniversidad. El presidente camorrista y la abogada autoritaria


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han tenido sus cinco minutos de fama. La presidencia de la Universidad se ha revelado

como figura caricaturesca y la Presidencia de la Junta de Síndicos se ha destacado

asumiendo un protagonismo que hizo de su triste compañero una marioneta mass-

mediática. Entre los dos se convirtieron en fabricantes de confusiones, en engatusadores

de la opinión pública, en destructores malintencionados de la imagen de la Universidad y

en denostadores de la juventud universitaria. Así, mientras los estudiantes se mostraban

dispuestos a dialogar, ellos procedían a poner en práctica sus burlas a puerta cerrada y se

expresaban públicamente contradiciendo lo que habían acordado. La estrategia de esta

burocracia es simplona y burda: en sus embrujos los estudiantes se iban convirtiendo en

huelguistas, secuestradores, comunistas y criminales. Transformados en monstruos, había

que emplazarlos, enjuiciarlos, sentenciarlos, expulsarlos y bueno, en lo que se cumplía el

proceso, macanearlos y humillarlos. La burrada de serios creyentes en la ley y el orden

-nuestros sanos y bienintencionados dirigentes universitarios- no iba a permitir el caos, la

anarquía, la locura, la orgía y el fanatismo de esos jóvenes universitarios que, por

jóvenes, no pueden ser otra cosa que torpes, ignorantes, ilusos, fantasiosos, vagos,

incultos, irrespetuosos y agresivos. Le debemos a la huelga estudiantil universitaria el

revelarnos algunos de los significantes de la poética del conservadurismo anexionista

puertorriqueño como filosofía del desprecio, así como las artimañas de esta burrada

perfumada.

No voy a detenerme mucho sobre lo que esta huelga universitaria nos ha enseñado

sobre el estudiantado. En un escrito ya expresé mi lectura, así que aquí me limito a unos

pocos señalamientos. Primero, que social, política e ideológicamente el estudiantado no

constituye una comunidad homogénea. Segundo, que este pluralismo -más allá de la
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conducta pusilánime de algunos pseudolíderes estudiantiles que actuaron como

representantes ideológicos del partido gobernante y a pesar de esos ensimismados para

los que sus yo y sus intereses constituyen el horizonte de sus pensamientos sobre el país y

la Universidad- ha sido la base para la puesta en práctica de la experiencia democrática.

Le toca a los estudiantes expresar con sus palabras eso que se fue tejiendo con el tiempo

en ese espacio, los significados que fueron adquiriendo los días repetidos, los cambios de

contexto, las noches extendidas, el calor de las mañanas, los aguaceros y sus ríos

pequeños, los olores del caldero, los sabores tan distintos de la risa y del miedo, el

encuentro con el otro que hace posible la amistad y el amor, las reuniones para planificar

acciones y establecer acuerdos, la ansiedad de sus padres y madres y ese animo asediado

por el cansancio que insiste, obstinado, renaciendo. Por mi parte sólo puedo decir que

estoy convencido de que los participantes en esta huelga estudiantil aprendieron no sólo a

decir lo que creían, sino a escuchar lo que otros opinaban; aprendieron a vivir y manejar

sus diferencias, tanto ideológicas como personales; aprendieron a pensar la Universidad y

repensaron su lugar como estudiantes y descubrieron valores para soñar otro país, otra

institución educativa y otros proyectos personales. La huelga estudiantil universitaria

reveló que todavía existen los que creen indispensable pensar en torno a lo justo y el bien

común, y exhibió a todo el país -incluso a los fabricantes de odio que se llaman analistas

políticos, a los fanáticos rencorosos y a los egos inflados de algunos enanos espirituales-

la inteligencia, la creatividad, la verticalidad, el valor, el respeto entre iguales y el amor al

proyecto universitario; al proyecto universitario que no se reduce a la universidad que

existe y se abre hacia otra universidad posible. Los que yo vi y escuché, de aquellos con

los que conversé y por los que me preocupé, me reveló una dimensión más humana que
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política, si es posible decir que existe algo humano que no tenga efectos políticos, una

dimensión humana que debe servir de contrapeso contra el hastío y el cinismo.

La estrategia de las autoridades universitarias ya está leída. Primero se comienza

con el discurso de la crisis presupuestaria, en parte fabricada por el propio gobierno,

como caballo de Troya para destruir el ámbito universitario público. Aquí se trata de algo

un poco más complejo y hay que concluir que la huelga les fue útil o supieron

aprovecharse de ella para desplegar una imagen pública de la universidad como espacio

ingobernable. Ya no hay forma de ocultarlo. El proyecto más inmediato de la burrada es

disminuir el número de estudiantes y, por lo tanto, de ofrecimientos académicos,

canalizando a la población estudiantil del sistema de la Universidad de Puerto Rico hacia

las aulas vacías y deslustradas de las universidades privadas. La universidad ingobernable

es la imagen que debe incitar al éxodo. Los jóvenes que están a punto de iniciarse en sus

estudios universitarios –y por supuesto sus padres-, atemorizados por la incertidumbre y

los vientos de huelga, concluirán que para poder realizar “exitosamente” sus estudios

deberán desplazarse a la “seguridad” que les prometen las universidades privadas. La

misma conclusión terminará asumiendo algún por ciento de estudiantes que ya se

encuentran formando parte de la universidad. Si sale bien el plan, la UPR tendrá menos

estudiantes y las universidades privadas habrán encontrando a esos clientes tan añorados.

Esta es la verdadera privatización de la educación. La que ya despegó. No se trata de la

venta de algunos adefesios deteriorados por el paso del tiempo y la falta de cuidado, sino

de la privatización de la población estudiantil del sistema universitario público.

La crisis presupuestaria justifica el encarecimiento de los estudios universitarios

como mecanismo para allegar recursos a la institución en bancarrota. La burrada grita:


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“No fuimos nosotros, fueron los que estaban”. Se confiesa públicamente: “No sabíamos

nada”. En otras palabras, que tenemos de Presidente de la Universidad a un individuo que

expresa públicamente su total ignorancia de la situación de la institución que pretende

dirigir. Y es verdad: de la Universidad este hombre ni sabía, ni sabe nada. Pero el

problema es que alguien tiene que pagar y quién mejor que los estudiantes. Por aquí fue

que se rompió la cadena, por el intento de eliminar las exenciones de matrículas

concedidas a los estudiantes o la archifamosa certificación 98. La medida era tan ridícula

que muchos sospecharon que era un señuelo. Y así fue. Luego de darle vueltas y más

vueltas al asunto, las autoridades decidió retirar la insensatez para sacar su carta de

triunfo: una cuota especial de la que no escaparía nadie. Pero lo que me parece

importante aquí son los efectos reales y simbólicos de la cuota. Con el encarecimiento de

los costos de la matrícula se reduce la brecha entre la universidad pública y las

universidades privadas. La beca Pell, que no todos reciben y varia de un estudiante a otro,

se convierte en el fondo económico legitimador de esta medida. Si la ayuda federal no

está disponible, queda siempre la generosidad de los banqueros y sus préstamos

estudiantiles. Como egresados universitarios ideales aspiraremos a producir una camada

de profesionales endeudados y desempleados. Esta reducción de la diferencia monetaria

de las matrículas en la universidad pública y las privadas hará más fácil la decisión de

emigrar o que los nuevos estudiantes universitarios cambien de selección. Muchas

personas, inclusos muchos universitarios, tienden a pensar que las diferencias entre

ambos tipos de universidad se reducen a una cuestión económica o de costo de estudio.

Esto es cierto pero es insuficiente. La brecha verdadera es cualitativa y esto porque,

aunque pueda sonar antipático, todo el mundo sabe que la UPR es la principal
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universidad de este país por la calidad de sus estudiantes y por la calidad de sus

profesores y trabajadores. Ya basta de convertir los negocios educativos alimentados con

becas Pell en baluartes de la cultura científica y humanista. Los estudiantes universitarios

y todo el país deben tener claro que la UPR no es sólo la universidad menos costosa, sino

que es la institución de educación superior de mayor excelencia en Puerto Rico. Aquí, ni

entran todos, ni todos los que entran se gradúan. Esta no es una fábrica de diplomas, sino

de profesionales y ciudadanos de excelencia.

Otra consecuencia de la llamada crisis presupuestaria es que hace posible

implantar un plan de descomposición del ámbito docente. La clave aquí es reducir la

parte creativa-investigativa, saturar la tarea docente y generar el desánimo. De esta

manera se pretende que sean los propios profesores los que terminen promoviendo el

deterioro de la calidad cultural de la Universidad. A la congelación de sueldos, ascensos,

licencias y plazas docentes; a la eliminación del pago de días por enfermedad y de la

obvención; a la reducción en las bonificaciones, las compensaciones y el bono de

Navidad, amenazan con sumársele medidas como el aumento en la carga académica, el

aumento en el número de estudiantes por sección y la disminución en la aportación

institucional al plan médico. Pero lo siento mucho por la burrada. Ustedes podrán tomar

por asalto la universidad, pueden afectar nuestros ingresos económicos y pueden

entorpecer nuestros trabajos investigativos y las tareas docentes, pero lo que no

conseguirán doblegar, porque no está en el mercado y trasciende sus capacidades, es

nuestro compromiso con la educación, con el conocimiento, con los estudiantes, con el

país y con nosotros mismos. Hay que decirlo alto y duro para que los burros se escondan

en las esquinas de lo oscuro y se encierren en sus oficinas a conspirar. Prepárense, que los
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vamos a combatir y a derrotar. Ustedes no nos pudrirán convirtiéndonos en rencorosos

desencantados. La huelga estudiantil universitaria ha revelado que hay que luchar,

resistir, trabajar y construir, hasta que sea posible deshacerse de estos asaltantes y

reinventemos, sobre una verdadera autonomía, el proyecto universitario.

Por eso tengo que concluir diciendo que la huelga estudiantil universitaria nos ha

hecho levantar la cabeza y ver hasta donde habíamos llegado, demasiado inocentes,

demasiado cómplices con unos estilos administrativos burocratizados, demasiado

confiados en nuestras fuerzas, suponiendo solidaridades. Hay que decir que la huelga

estudiantil universitaria nos ha revelado que la universidad ha fracasado y esto hay que

aceptarlo y comenzar a trabajar para corregirlo. Ha fracasado porque no le ha dejado

saber a todo el país sus logros; ha fracasado porque no ha corregido a tiempo su ley y le

ha permitido a una pandilla apuñalarla; ha fracasado porque los propios universitarios

hemos arrastrado hacia su interior el virus de nuestras creencias y muchos se muestran

demasiado dispuestos al discurso administrativo de los puestos de confianza y de nos toca

dirigir a los que militamos en la tribu que resultó victoriosa en el ruedo político; ha

fracasado porque no hemos pensado el nexo universidad y democracia como única

fórmula legítima de la relación universidad y política. Hay que repensar la Universidad y

hay que elaborar una nueva ley universitaria que le impida a los partidos políticos

convertirla en una más de las agencias públicas a ocupar y destrozar. Hay que evitar que

la Universidad se convierta en un campo de guerra y hay que trabajar para que se

constituya como comunidad democrática donde los muchos distintos diluciden sus

diferencias, reconociéndose mutuamente como miembros de un proyecto cultural que los

necesita pero los trasciende. La Universidad no debe tener “un” norte, la universidad es
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precisamente donde se debe pensar y discutir sobre los diversos nortes posibles. Plural,

abierta, conflictiva, inteligente y creativa, no podrá ser derrotada y destruida. Su historia

no deberá ser la mudanza ideológica desde esa utopía estúpida de la casa de estudio a esa

otra utopía perversa de casa de mediocres, destartalada, en ruinas, expresión trágico-

cómica del país.

En política, decía Simone Weil, no se debe actuar siempre que es posible, sino

cuando es necesario y esa acción debe estar orientada por el reconocimiento del poder y

de las debilidades propias y ajenas. Todo acto político, como una huelga, debe ser

valorado por sus efectos, tanto los queridos como los no deseados. La huelga estudiantil

universitaria ha revelado quiénes son los enemigos del país y de la universidad y cuáles

son sus propósitos. También ha demostrado la calidad de nuestros estudiantes y nos ha

forzado a pensarnos a nosotros mismos. La huelga fue una elección y, por sus efectos,

hay que considerar que fue acertada como estrategia de lucha estudiantil. Pero la

prolongación de la huelga fue parte de las estrategias de las autoridades universitarias y

esto nos obliga a reconocer sus límites: ese bloqueo que termina aislando a sus

exponentes de las fuerzas humanas que los sustentan y son su razón de ser. En la huelga

universitaria, por momentos, cerrar terminó siendo encierro, aislar produjo aislamiento y,

como ya vimos, dejó a los estudiantes sin el estudiantado y sin el contacto con los otros

componentes de la comunidad universitaria. Estamos en el momento de la inteligencia y

no de las consignas, estamos en el momento de la prudencia y no de la insensatez. Este

presente no es el tiempo de los sacrificios catastróficos, ni de la apatía individualista, ni

de la resignación de los vencidos. Hay que tener mucho cuidado con esos heroísmos que

terminan en gestas de derrotados. La asignatura pendiente de los universitarios es pensar


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las tácticas y estrategias de la acción pasiva, la paciencia que pone en acción la potencia

creadora de la inteligencia. La Universidad abierta es el espacio vivo que hace posible

estar juntos, unos con otros, discutiendo sobre la realidad y lo que deseamos. Estamos en

el tiempo en que debe predominar esa forma de acción que es el pensamiento compartido.

La lucha debe hacerse en el ámbito de la cultura, de la educación, de la investigación y de

la comunicación. La lucha debe hacerse en la Universidad para la Universidad por los

universitarios. Parece poca cosa, pero es nuestro campo y es suficiente.

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