Sie sind auf Seite 1von 171
Alianza Forma E. H. Gombrich Imagenes simbdlicas Estudios sobre el arte del Renacimiento Version espaiiola de Kemigio Gémez Diaz Alianza Editorial Titulo original: Svnbolic Images - Studies in the Art of the Renaissance I Primera edicién en «Alianza Forma»: 1983 Primera reimpresion en «Alianza Forma»: 1986 © 1972, by Phaidon Press Ltd. © Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A.. Madrid. 1983,1986 Calle Milan, 38: @ 200 00 45 ISBN: 84-206-7034-0 Depdsito legal: M. 9.235-1986 Papel fabricado por Celupal. S. A. Impreso en GREFOL. S. A.. Pol. I] - La Fuensanta Méstoles (Madrid) Printed in Spain Indice BEERACIG © oes cases (ssn wtess a cennt a BOS SOON Ob aie UNE SENS Wie A wate d WTO ee 9 Introduccidn: objetivos y Ifmites de la iconologfa...............050 2005 13 La indefinicién del significado — Iconografia ¢ iconologia — La teorfa del decorum — La falacia del diccionario - Filosoffas del simbolismo — :Niveles de significado? — La dptica psicoanalitica - Cédigos y alusiones — Los géneros. Apéndice: El programa de Annibale Caro para Taddeo Zuccaro 48 Tobias y el dngel 0.2. eee eee 53 Las mitologfas de Botticelli: Estudio sobre el simbolismo neoplaténico de su efkeule sams sowie os aka We Lemme dea aR saw aeawO i wesERe 63 Una postdata a modo de prefacio 63 Introduccién 68 «La primavera» 69 Interpretaciones anteriores —- La Optica histérica: la carta de Ficino al mecenas de Botticelli - Venus, segtin Apuleyo — ;Interpretaciones erré- neas del texto? — Descripcién y simbolismo en Apuleyo — Las Gracias y cl problema de la exégesis — Explicacién tipoldgica .. 2.2.0.0... La Academia platénica y el arte de Botticelli 102 Ficino y el mecenas de Botticelli - Marte y Venus ~ Palas y el Cen- tauro — El nacimiento de Venus — Los frescos de la Villa Lemni — Fi- cino y el arte. Apéndice: Tres cartas de Lorenzo de Pierfrancesco de Médicis no publicadas hastaahora 118 Una interpretacién del «Parnaso» de Mantegna. ..... 6.66.66 eee eee 131 La Stanza della Segnatura de Rafael y la indole de su simbolismo.......... 135 Hipnerotomaquiana . 2.0... 66 ce eee eee 175 Bramante y la Hypnerotomachia Poliphili 175 E] jardin del Belvedere como arboledade Venus 177 Giulio Romano y Sebastiano del Piombo 188 La Sala dei Venti del Palazzo del Te... 0.0.0.0. 0c ccc cece cee eee 191 8 — Imdgenes simbdlicas El asunto del Oridin de Poussin. 2.2.26... 25ers trees vs, F 6 er 4 atte. Icanes Symbolicae: Las filosofias del simbolismo y su relacién con el arte. 213 Introduccién = 213 L La personificacién de las ideas 216 IL Latradicidn diddctica 219 — La sociedad de los conceptos — Los atributos — La deseripcién y la definicién cn cl arte medieval — Ripa y la tradicién aristotélica. UL. El neoplatonismo: Giarda y sus antecesores 233 El universo platénico — La’ interpretacidn cristiana — Dionisio cl Arco- pagita — Las dos vias - El simbolismo analégico — La imagen mistica. IV. La confluencia de tradiciones 263 ; / La filosofia de la impresa - La funcién de la metdfora — La paradoja y la trascendencia del lenguaje. V. Elsignificado y la magia 273 7 El poder del simbolo — Efecto y autenticidad — Apariciones y por- tentos — Arte y creencia. VI. Laherencia 281 / De Giarda a Galileo — La Era de la Razén — Alegoria versus simbolo — El resurgimiento del neoplatonismo, de Creuzer a Jung. : Apéndice: Introduccin a Christophoro Giarda, Bibliothecae Alexandrinae Icoues Symbolicae 292 FN (or ee ee ee ee 297 Nota bibliografica. .... 0.0.5. ee eee tenner sete n eet e ene 333 Lista de ilustraciones.. 2.0.62. 60sec eee eee enter ener e tenes 335 339 Indice alfabético . 0... eee ee eee e ree Prefacio En el prefacio de mi obra Norm and Form, dedicada a los problemas del estilo, el mecenazgo y el gusto en el Renacimiento italiano, decfa que se hallaba en preparacién una segunda parte sobre el tema del simbolismo renacentista. Resulté luego que tardé més tiempo del previsto en terminar esta continuacién, pues decidi apartarme del principio al que me habjfa atenido en el libro anterior y también en Meditations on a Hobby Horse. Eran éstos recopilaciones de trabajos ya publicados, mientras que mds de un tercio de la presente obra es material nuevo. Senti la necesidad de actualizarla, no ya afiadiendo referencias bibliograficas (que nunca pueden ser completas), sino tratan- do de clarificar la situacién actual de esta importante rama de los estudios sobre el Renacimiento. Para el siglo XIX el Renacimiento era un movimiento de liberacién del frailuno dogmatismo medieval que expresaba su recién hallado: goce del placer sensual en la celebraci6n artistica de la belleza fisica. Algunos de los historiadores mas importantes de la pintura renacentista, tales como Berenson y Wélfflin, se mantuvieron bajo el hechizo de esta interpretacidn, para la que ocuparse del simbolismo resultaba una pe- danterfa irrelevante. Uno de los primeros eruditos en reaccionar enérgicamente contra este esteticismo fin de siécle fue Aby Warburg, fundador del Instituto Warburg, al que he estado ligado durante la mayor parte de mi vida académica. En su biografia intelectual, publicada por mf recientemente, he puesto de relieve lo penoso que le re- sulté emanciparse de esta dptica histérica para hacernos comprender Ia importancia que los mecenas y artistas de la época concedifan a ciertos asuntos que ya no se pueden explicar sin recurrir a tradiciones esotéricas olvidadas. Fue esta necesidad la que dio origen al estudio sistemético del simbolismo del Re- nacimiento, estudio que frecuente y unilateralmente se suele identificar con las actividades de] Instituto Warburg. Tuvo su representante mds influyente en el gran Erwin Panofsky, a quien debemos que esta nueva y fertilfsima disciplina sea conocida con el nombre de Iconologfa. Este nuevo planteamiento también hubo de modificar necesariamente el cardcter de la literatura artistica: mientras que a los antiguos maes- tros del género les era dado analizar las armonias formales de las obras maestras del Renacimiento en fluidas paginas de lucida prosa, los estudios iconolégicos tienen que llevar un nutrido ntimero de notas a pie de pdgina en las que se citan e interpretan textos oscuros. Este trabajo detectivesco tiene, por supuesto, sus peculiares emociones, 10 Inmdgenes siinbélicas y espero que mi extenso y polémico ensayo sobre Las mitologtas de Botticelli transmita parte de la alegria que sentf al reemprender este tipo de investigacién después de seis afios de trabajo durante la guerra. Sin embargo, ya en aquellos momentos tuve la sensacién, y dejé constancia de ello, de que la relativa facilidad con que podia recurrirse a textos neoplaténicos para encontrar las claves de las pinturas mitolégicas renacentistas planteaba un problema de método: écédmo decidir si en un caso concreto estamos autorizados a usar esta clave y cudl de las muchas posibilidades que se nos ofrecen elegir? El problema se agudizaba cuando distintos expertos nos presentaban interpretaciones dispares, todas ellas susten- tadas por un enorme caudal de erudicién. El ntimero de relaciones nuevas entre pinturas y textos que un tribunal de justicia aceptarfa como prueba resultaba lamenta- blemente bajo. El paso del tiempo y la asiduidad con que se ha aplicado el método sin los controles adecuados no han hecho més que alimentar estos recelos. El mismo Er- win Panofsky manifest6 sus escruipulos con su cortesfa y agudeza inagotables en una observacién que he adoptado como lema de la Introduccién a la presente obra. Esta nueva introduccién sobre Objetivos y liinites de la iconologia va dirigida principalmente a los colegas estudiosos de una técnica que seguird siendo indispensable para los historia- dores del arte. En mi conferencia hasta ahora no publicada sobre la Stanza della Segnatura de Rafael, el mds importante de los ciclos simbélicos de] Renacimiento, se examina una cuestién estética que puede preocupar mds atin al amante del arte. Por incompleta que pueda resultar esta conferencia, basta para poner de manifies- co, creo yo, que los reparos que tantas veces se le han formulado a la iconologia por concentrarse supuestamente més en los aspectos intelectuales del arte que en los for- males nacen de un malentendido. No podemos escribir la historia del arte sin tener en cuenta las distintas funciones que las diferentes sociedades y culturas asignan a la ima- gen visual. En el prefacio de Norm and Form sefialaba yo que Ja creatividad del artista s6lo puede desenvolverse en cierto clima, y que é€ste tiene sobre las obras de arte re- sultantes tanta influencia como el clima geogrdfico sobre la forma y la indole de la vegetacion. Podrfa afiadir aquié que la funcién que se pretende cumpla una obra de arte puede orientar el proceso de seleccién y reproduccién no menos de lo que Jo hace en jardineria y agricultura. Una imagen con la que se pretenda revelar una reali- dad superior, religiosa o filos6fica, adoptard4 una forma diferente de otra cuya finalidad sea la imitacién de las apariencias. Lo que nos ha ensefiado la iconologfa es hasta qué punto ese objetivo de reflejar el mundo invisible de los entes espirituales sé daba por supuesto no sdlo en el arte religioso, sino también en muchas disciplinas del secular. Tal es el tema de mi trabajo Icones Symbolicae, del que recibe nombre la presente obra. Es el mas largo y me temo que el mds técnico de los ensayos aqui reunidos. En su forma originaria trataba concretamente del concepto neoplaténico de las imdgenes como instrumentos de una revelacién mistica. Luego he aumentado considerable- mente su alcance para tener mds en cuenta las también influyentes ensefianzas de la filosoffa aristotélica, que relacionan la imagen visual con los mecanismos didacticos de las escuelas medievales y con la teorfa retérica de la metdfora. He ensanchado asimis- mo el espacio cronolégico de esta investigacién para mostrar la supervivencia de estas ideas en el romanticismo y hasta en las teorias del simbolismo propuestas por Freud y Jung. En esto, confio, reside la justificacién de hacer accesibles al ptiblico en general es- Prefacio 11 la introduccién a su catdlogo (de Peter Bir apunta hacia un mundo invisible de sentin cional de los enigmaticos sfmbolos crea d): «Una imagen de algo trascendente que aento € imaginacién», La alabanza conven- dos por los artistas contempordneos sigue que conviene aceptar o rechazar tales pretensiones. Deseo alti i por ultimo agradecer a los editores de las publicaciones en que aparecieron per of the Waban ensayo, mr todo a mis colegas del Consejo Editorial del Jour- of the F nd Courtauld Institutes, el haberme itid i Sr. David Thee’ ad ; ; t permitido reproducirlos, El y la Srta. Hilary § ili pteparar el manuccrke, velit Ger aes tuvieron la amabilidad de ayudarme a 1 e la Phaidon Press, se 5 1 ; mostré ¥ perspicaz como siempre con su apoyo y su consejo. mn tmeansable Londres, junio de 1971 EHG. Introduccidn: Objetivos y limites de la iconologia Hay que reconocer que existe €l peligro de que la iconologia no sea lo que la etnologia frente a la etnograffa, sino lo que la astrologia frente a la astrograffa. Erwin Panofsky, Meaning in the Visual Arts, [El significado de las artes visuales, Alianza Editorial], Nueva York, 1955, pag. 32. La indefinicidn del significado En el centro de Piccadilly Circus, el corazén de Londres, estd la estatua de Eros (figu- ra 1), lugar de encuentro y distintivo de los barrios de diversion de la metrdpoli. Las celebraciones populares que en 1947 saludaron el regreso, como sefior de los festejos, del dios del amor, procedente del lugar seguro a que habja sido trasladado el monu- mento al comenzar la guerra, demostraron lo mucho que este sfmbolo habfa llegado a significar para los londinenses!. Sin embargo, se sabe que la figura del joven alado que lanza sus flechas invisibles desde lo alto de una fuente no representaba en la intencién de su autor al dios del amor terreno. La fuente fue erigida entre 1886 y 1893 como monumento a un gran fildntropo, el séptimo conde Shaftesbury, paladin de la legisla- cidén social cuya conducta en este terreno le habfa convertido, en las palabras de la inscripcién de Gladstone en el monumento, en «un ejemplo para su orden, una bendi- cién para este pueblo y un nombre que siempre serd4 recordado por él con gratitud». La declaracién que hiciera el Comité pro-monumento dice que la fuente de Albert Gilbert «es puramente simbélica, y representa la Caridad cristiana». En palabras del propio artista, recogidas diez afios mds tarde en una conversacién, su deseo fue cierta- mente simbolizar la obra de lord Shaftesbury: «el Amor con los ojos vendados lanza indiscriminada, pero deliberadamente, sus proyectiles de bondad, siempre con la cele- ridad que al ave le dan sus alas, sin detenerse nunca a tomar aliento o a reflexionar criticamente, sino elevéndose cada vez més, insensible a los riesgos y peligros que corre». Ocho afios més tarde, otra afirmacién del artista nos lo muestra inclindndose li- geramente hacia la interpretacién popular de la figura. «El conde llevaba en el corazon la idea del mejoramiento de las masas», escribid en 1911, «y sé que le preocupaba enormemente la poblacién femenina y su empleo. Por ello, sumado este conocimien- to a mi experiencia de las costumbres continentales, proyecté la fuente de manera que una especie de imitacién de la alegrfa fordnea pudiera tener cabida en el sombrfo Lon- dres». éNo serd Eros, a fin de cuentas, Eros? Pero existe todavia un motivo mds de confusién. Un persistente rumor ha atribuido al artista la intencidn de aludir al nombre de Shaftesbury presenténdonos a un arquero con su arco apuntando hacia abajo, como si la flecha (shaft) hubiera que- 14 Imdgenes simbélicas dado enterrada (buried) en el suelo. Por lo menos un testigo decfa en 1947 haber escuchado esta explicacién de labios del artista antes de descubrirse el monumento. Por desgracia el propio Gilbert, en su informe de 1903, situaba este «tonto juego de palabras» de «algtin ingenioso Solén» entre las muchas afrentas que tuvo que soportar cuando se exhibié la fuente, que no le habfan dejado terminar con arreglo a su proyecto. Su idea era construir una fuente de agua potable, y reconocfa en el mismo contexto que las cadenas que sujetaban las cubetas las habfa proyectado basdndose en las iniciales de Shaftesbury, idea que evidentemente consideraba muy superior a la que con tal vehemencia rechazaba. Pese a lo préxima a nuestros dias que es esta historia —Gilbert murié en 1934— el concienzudo autor del Survey of London a cuya investigacién debemos los datos an- tedichos confiesa que existe cierto grado de incertidumbre. ¢Cudnto significado tenfa en mente el artista? Sabemos que era enemigo de la «escuela de chaqueta y pantalén» de monumentos publicos y que se esforzé por convencer al Comité para que aceptase una imagen diferente para el monumento. Habja ganado fama esculpiendo temas mi- tolégicos come «Icaro», y le cautivaban a todas luces las posibilidades artisticas de incorporar al monumento otra de esas figuras que exigfan levedad de toque; su Eros sosteniéndose de puntillas constituye una variante del famoso problema escultérico del que es ejemplo tan brillante el Mercurio de Juan de Bolonia (figura 2). No serfa 16- gico decir que fue éste el significado de la obra que conté para el artista, independien- temente de la referencia simbdlica o de las alusiones con juegos de palabras que han pasado a ser preocupacién del iconélogo? Pero cualesquiera que fueran los motivos que determinaron a Gilbert a elegir este tema, también se veria obligado a convencer al Comité adaptando sus deseos a un en- cargo y a una situacién dados. La disputa sobre si fue el Comité o el artista quien determiné el «verdadero» significado de la escultura no nos Ilevarfa a parte alguna. Lo que tras semejante discusién podriamos sacar en limpio serfa tan sdlo que «significado» es un término escurridizo, especialmente si se aplica a imagenes en lugar de a afirma- ciones. En realidad el icondlogo puede mirar con melancolfa la inscripcién de Gladstone anteriormente citada. Todo el mundo entiende lo que significa. Tal vez a algunos de los que pasan por delante haya necesidad de explicarles la frase de que Shaftesbury fue «un ejemplo para su orden», pero ninguno pondré en duda que tiene un significado que es posible determinar. Es como si las imdgenes ocuparan una curiosa posicién a medio camino entre las frases del idioma, que se pretende transmitan un significado, y los seres de la naturale- za, a los que tan solo podemos atribuir un significado. Al ser descubierta la fuente de Piccadilly, uno de los oradores la calificé de «monumento a lord Shaftesbury de lo mds apropiado, pues siempre da el agua por igual a ricos y pobres..». Una comparacién facil de hacer, un tanto trivial incluso; nadie sacarfa de ella la consecuencia de que las fuen- “tes simbolicen la filantropfa, dejando aparte el hecho de que el darle al rico seria algo no cubierto por este concepto. Pero, éy el significado de las obras de arte? Parece bastante plausible hablar de va- rios «niveles de significado» y decir por ejemplo que la figura de Gilbert tiene un significado representacional —un joven alado—, que esta representacién puede remitir- se a un joven concreto, a saber, el dios Eros, que la convierte en ilustracidn de un mito, y que a Eros se le utiliza aquf como simbolo de la Caridad*. Pero, miradas las cosas mas Objetivos y limites de la iconologia de cerca, esta manera de entender el significado se viene abajo a todos los niveles. En cuanto comenzamos a formular preguntas delicadas desaparece la aparente trivialidad del significado representacional y nos sentimos tentados a cuestionar la necesidad de remitir invariablemente la forma del artista a alguna significacién imaginada. A algu- nas de estas formas, por supuesto, se las puede designar y clasificar, como es el caso de un pie, un ala o un arco, pero otras se zafan de esta red de clasificacion. No cabe duda de que se ha pretendido en parte que los monstruos ornamentales que rodean la base (figura 3) representen criaturas marinas, pero en semejante composicién édénde ter- mina el significado y dénde empieza el esquema decorativo? En la interpretacién de las convenciones representacionales hay mucho mis de lo que «ve el ojo» literalmente. E] artista depende mucho més que el escritor de lo que en Art and Illusion he amado ela participacién del espectador». Es caracteristico de la representacién e] que nunca se pueda llevar la interpretacién mis alld de un cierto nivel de generalidad. La escultura no sélo excluye el color y Ja textura, sino que tampoco puede denotar escala de tama- fio alguna més allé de sf misma. En la imaginacién de Gilbert lo mismo pudo ser Eros un nifio que un gigante: no podemos decirlo. Aunque al intérprete ansioso de Iegar al significado del conjunto puedan parecer- le de poca importancia estas limitaciones de la imagen, el siguiente nivel de ilustracién presenta problemas més graves. Es evidente que se ha buscado que algunos aspectos de la figura faciliten la identificacién; el joven arquero alado (figura 143) evoca, en la mente del occidental culto, una tinica figura: la de Cupido. Esto es aplicable a las im4- genes exactamente igual que al texto literario. La diferencia crucial entre los dos reside por supuesto en el hecho de que una descripcién verbal nunca puede dar tantos detalles como necesariamente ha de darlos una imagen. De aqui que cualquier texto ofrezca multitud de posibilidades a la imaginacién del artista. Un mismo texto se pue- de ilustrar de incontables maneras. Por eso nunca es posible reconstruir a partir de una tinica obra de arte dada el texto que ilustraba. Lo tinico que sabemos de seguro es que no todas sus propiedades pueden figurar en el texto, pero sdlo podremos averiguar cudles sf y cudles no una vez que hayamos identificado el texto por otros medios. Mucho se ha hablado sobre la tercera tarea de la interpretacién, el establecimiento de referencias simbélicas en nuestro caso particular, tratando de demostrar lo esquivo que es el concepto de significado. Eros significaba una cosa para los juerguistas londi- nenses y otra para el Comité pro-monumento. El juego de palabras de las flechas enterradas parece dar cuenta tan cabal de las circunstancias que se podria afirmar que no puede tratarse de un mero accidente. Pero, épor qué no? La esencia del ingenio consiste en explotar tales accidentes y descubrir significados donde nadie pretendid que los hubiera. éPero importa eso? ¢Es realmente la intencién lo que primero ha de preocupar a un icondlogo? Se ha puesto casi de moda el negarlo, y més atin desde que el descubri- miento del inconsciente y de su papel en el arte parece haber socavado el concepto usual de intencién, pero yo dirfa que ni los tribunales de justicia ni los de la critica po- drfan seguir funcionando si verdaderamente prescindiéramos de la nocién de signifi- cado intencional. Afortunadamente esta opinién la ha sostenido ya con enorme acierto D. E. Hirsch en una obra sobre critica literaria, Validity in Interpretation}. El principal objetivo de este sobrio libro es precisamente el de rehabilitar y justificar la vieja idea de sentido 16 Imdgenes simbélicas comtin de que una obra significa lo que su autor pretendié que significase, y que es esa intencién la que el intérprete debe hacer lo posible por averiguar. Para dar cauce a esta restriccién del término significado propone Hirsch introducir otros dos que tal vez prefiera usar el intérprete en ciertos contextos: significacién e implicacién. Hemos visto por ejemplo que la significacién de la figura de Eros ha cambiado desde la época en que fue erigida hasta hacerse irreconocible. Pero precisamente en raz6n de tales situaciones rechaza Hirsch la facil idea de que una obra signifique simplemente lo que significa para nosotros. El significado era el pretendido de simbolizar la Caridad de lord Shaf- tesbury. Sin duda puede decirse también que la eleccidn de la figura de Eros ha tenido implicaciones que explican tanto su significado como su posterior cambio de significa- cin. Pero mientras que la interpretacién del significado puede dar por resultado una afirmacién sencilla como la realizada por el Comité pro-monumento, la cuestién de la implicacidn siempre queda abierta. Y asf hemos visto que Gilbert se oponfa a la «es- cuela de chaqueta y pantalén» y deseaba con su eleccién aportar una nota de alegria fordnea a la cargada atmésfera de la Inglaterra victoriana. Para explicar e interpretar una intencién de este tipo habrfa que escribir un libro, y ese libro no harfa mds que arafiar la superficie, aborde la herencia del puritanismo o la idea del qjtibilo fordneo» prevaleciente en la pentiltima década del XIX. Pero esta caracteristica de ser inter- minable la interpretacién de las implicaciones de ninguna manera es exclusiva de las obras de arte, sino que es aplicable a cualquier declaracién inserta en la historia. Glads- tone, se recordaré, calificaba a lord Shaftesbury en la inscripcidn del monumento de «ejemplo para su orden». No todos los lectores modernos captardn de inmediato el sig- nificado de ese término, pues ya no solemos decir que los pares constituyen un orden. Pero en este caso, como siempre, es evidente que el significado que buscamos es el que Gladstone se propuso transmitir. Querfa exaltar a lord Shaftesbury como alguien a quien los que eran pares como él podian y debfan emular. Las implicaciones de la inscripcidn, por otra parte, estén quizds mds abiertas a la es- peculacién. ¢Se insinuaba una polémica politica al llamar al conde «ejemplo para su orden»? ¢Querfa Gladstone dar a entender que otros miembros de su orden se intere- saban demasiado poco por la legislacién social? Investigar y explicar estas implicacio- nes nos llevarfa de nuevo a una inacabable vuelta atrds. Hallarfamos sin duda de camino testimonios fascinantes sobre Gladstone y sobre la situacién de Inglaterra, pero esa tarea excederfa con mucho la mera interpretacién del significado de la afirmacién de Gladstone. Refiriéndose como lo hace a la literatura mas que al arte, Hirsch llega a la conclusién de que el significado pretendido de una obra s6lo lo podemos determinar una vez que hayamos decidido a qué categoria o género li- terario se pretendié que perteneciera la obra en cuestién. Si primero no tratamos de averiguar si se pretendid que una determinada obra literaria fuera una tragedia seria o una parodia, es probable que nuestra interpretacién resulte errénea. Puede parecer a pri- mera vista sorprendente que se insista tanto sobre la importancia de este paso inicial, pero Hirsch demuestra de modo muy convincente lo dificil que resulta volver sobre los propios pasos una vez emprendido un camino falso. Se sabe de algunos que se han refdo de una tragedia por haberla tomado por una parodia‘. Aunque las tradiciones y funciones de las artes visuales difieren considerablemente de las de la literatura, la importancia que para la interpretacién tienen las categor{as 0 géneros es la misma en ambas esferas. Una vez establecido que Eros pertenece a la tradi- Objetivos y limites de la iconologia 17 cidn © institucién de las fuentes conmemorativas, ya no es probable que nuestra interpretacién resulte gravemente errénea. Si lo tomadsemos por un anuncio de la zona teatral londinense nunca podrfamos encontrar el camino para volver al significado pre- tendido. Iconografia e iconologia Podrfa argiiirse que las conclusiones sacadas de un ejemplo tomado del arte victoria- no tardfo diffcilmente pueden aplicarse a la situacién muy diferente del arte renacentista que, al fin y al cabo, constituye el tema principal de estos estudios: Pero siempre convie- ne al historiador proceder de lo conocido a lo desconocido, y le. sorprender4 menos toparse con ese cardcter esquivo del significado que asedia al intérprete del arte del Re- nacimiento después de haberse encontrado con un problema equivalente a la puerta misma de su casa. Ademiés, los principios metodoldégicos sentados por Hirsch, en especial el principio de la primacia de los géneros —si asf puede llamarse— son aplicables al arte del Renaci- miento con mayor propiedad atin que al del siglo XIX. Si no existieran tales géneros en las tradiciones del arte occidental, la labor del icondlogo serfa en verdad desesperada. Si una imagen cualquiera del Renacimiento pudiera ilustrar un texto cualquiera, si no pu- diéramos presumir que una hermosa mujer con un nifio en brazos representa a la Virgen con el Nifo Jestis, y ello fuera una posible ilustracién de cualquier novela o re- lato en el que nazca un hijo, o incluso de un manual sobre crianza de nifios, nunca podrfamos interpretar las imdgenes. Gracias a que existen géneros tales como el retablo y repertorios tales como leyendas, mitologias o composiciones alegéricas, es factible identificar los temas. Y aqui, lo mismo que en la literatura, un error de partida en la de- terminacién de la categorfa a que pertenece la obra 0, peor todavia, el desconocimiento de las diversas categorfas posibles, causard el extravfo del més perspicaz de los intérpre- tes. Me acuerdo de un estudiante muy dotado al que tan lejos llev6 su entusiasmo por la iconologfa que interpreté a Santa Catalina con su rueda como una imagen de la Fortu- na. Como la santa habfa aparecido en el ala de un altar que representaba la Epifanfa, de ahf pasé a especular sobre el papel del Destino en la historia de la salvacién, linea de pensamiento que facilmente le hubiera llevado a pretender la presencia de una secta he- rética de no habérsele sefialado su error de partida. Se suele suponer que identificar los textos ilustrados en una imagen religiosa 0 secu- lar dada es misién de la iconograffa. Igual que ocurre en los demés trabajos de investiga- cién histérica detectivesca, para resolver los rompecabezas iconograficos hace falta suerte ademds de cierto bagaje de conocimientos bdsicos. Pero si esa suerte se tiene, los resultados de la iconograffa pueden a veces alcanzar las cotas de exactitud exigibles a una prueba. Si se puede hacer corresponder una ilustraci6n compleja con un texto que dé cuenta de sus principales rasgos, puede decirse que el icondgrafo ha demostrado lo que pretendia. Si existe una serie completa de tales ilustraciones que se corresponde con una serie andloga en un texto, la posibilidad de que esta correspondencia se deba al azar es verdaderamente remota. Creo que en esta obra hay tres ejemplos que satisfacen este re- quisito. Uno de ellos identifica el texto o textos ilustrados en la Sala dei Venti del Palazzo del Te (pégs. 191-207); el segundo explica la versién de la historia de Venus y Marte 18 — lindgenies simbdlicas del mismo palacio (pags. 188-189); y el tercero relaciona el Oridn de Poussin con un texto que no sdlo narra, sino que también explica la historia, explicacién que Poussin incorporé a su ilustracidn (pags. 209-212). Otros ensayos se detienen en interpretaciones mds especulativas, pero en ese caso los problemas que abordan son més iconoldégicos que iconogréficos. No es que la distincién entre estas disciplinas sea muy clara, o que importe mucho clarificarla. Pero a grandes rasgos entendemos por iconologia, desde los estudios pioneros de Panofsky, la recons- truccién de un programa més que la identificacién de un texto concreto. No hay mds que explicar el procedimiento para que se evidencien tanto su interés como sus riesgos. Existen en el arte del Renacimiento italiano cierto nimero de ima4- genes o ciclos que no pueden explicarse como ilustracién directa de un texto existen- te dado. Sabemos ademas que ocasionalmente los mecenas 0 se inventaban temas que querfan ver representados 0, las més de las veces, se agenciaban la colaboracién de al- guna persona culta que le diera al artista lo que llamamos un «programa». Resulta dificil averiguar si esta costumbre estaba o no tan generalizada, sobre todo en el si- glo XV, como parecen sefialar algunos estudios modernos; pero es cierto que ha llegado a nosotros una gran cantidad de ejemplos de esta especie de «ibretos» proce- dentes de la segunda mitad del siglo XVI en adelante. Si estos programas a su vez contuvieran creaciones originales o fantasfas, la empresa de reconstruir el texto perdi- do a partir de la imagen volveria a tener muy pocas posibilidades de éxito. Pero no ocurre asf. E] género de los programas estaba basado en ciertas convenciones, conven- ciones firmemente enraizadas en el respeto renacentista por los textos canénicos de la religién y de la Antigtiedad. Conociendo estos textos y conociendo la imagen, el ico- nélogo procede a tender un puente entre ambas orillas para salvar el foso que separa la imagen del tema. La interpretacién se convierte en reconstruccién de una prueba perdida. Esta prueba, ademds, no sélo debe ayudar al icondlogo a determinar cudl es la historia ilustrada, sino que su objetivo es averiguar el significado de esa historia en ese contexto concreto: reconstruir —en el caso de nuestro ejemplo— lo que se pretendia significase Eros en la fuente. Tendrd pocas posibilidades de éxito si no sabe hacerse cargo del tipo de programa que es probable impusiera a un artista un comité pro- monumento de la época victoriana. Pues, por lo que respecta a la obra como tal, no hay Ifmites en cuanto a las significaciones que pueden leerse en ella. Hemos dicho que las figuras como de pez que rodean la fuente son ornamentales pero, éno podrfan ha- cer alusidn al pez-simbolo de Cristo 0, a la inversa, representar a monstruos de los que triunfa el Eros-Caridad? Uno de los ensayos de esta obra aborda los problemas derivados de esta incerti- dumbre metodologica. Plantea la cuestién de si las interpretaciones de la Stanza della Segnatura de Rafael no habran ido con frecuencia demasiado lejos. Aun cuando es im- probable que sus planteamientos concretos alcancen asentimiento universal, no puede dejarse de abordar el problema de los Ifmites de la interpretacién en una obra dedica- da al simbolismo en el arte del Renacimiento. Pues toda investigacién iconoldgica depende de nuestra idea previa respecto a lo que estabamos buscando o, en otras pala- bras, de nuestra opinidn sobre lo que es o no plausible en el seno de una época o un ambiente dados. Objetivos y limites de la tconolegia —\¥ La teorta del decorum Volvemos de nuevo a la «primacfa de los géneros» antes postulada. No es este lu- gar, evidentemente, para ensayar la catalogacién de todas las categorfas y usos del arte que puedan documentarse en el Renacimiento. No es que tal catalogacién no fuera a tener éxito: Emile Male* ha mostrado los principios que podrfan servir de base a tal empresa en el terreno del arte religioso, y Pigler® y Raymond van Marle’ Ja han co- menzado al menos para temas seculares. Pero esto es de mds utilidad para el icondgra- fo, que asf puede contar con una lista de posibles temas, que para el iconélogo. Afortunadamente los autores del Renacimiento no han permanecido totalmente silenciosos acerca de los principios que debfan regir la aplicacién de estos temas en contextos concretos. Partfan obviamente de la consideracién dominante en toda la tradicién cldsica: el concepto de decorum. Este término tuvo en el pasado una aplica- cidén més amplia que hoy en dfa. Significaba «lo adecuado». Hay una conducta adecua- da en determinadas circunstancias, una manera de hablar adecuada en ciertas ocasiones y, por supuesto, también unos temas adecuados en contextos concretos. Lomazzo presenta, en el sexto libro de su Trattato®, una lista de sugerencias para lugares diversos comenzando, curiosamente, por los cementerios, para los que propo- ne varios episodios biblicos tales como la muerte de la Virgen, la muerte de Lazaro, el Descendimiento de la Cruz, el entierro de Sara, Jacob agonizante profetizando, el en- tierro de José y «esas historias ltigubres de las que tantos ejemplos encontramos en las Escrituras» (cap. XXII). Para las salas de consejo, por su parte, utilizadas por los «princi- pes y sefiores seculares», recomienda temas tales como Cicerén hablando sobre Catili- na ante el Senado, la asamblea de los griegos antes de embarcarse para Troya, las disputas entre militares y sabios tales como Licurgo, Platén y Deméstenes entre los griegos y Bruto, Catén, Pompeyo y los césares entre los romanos, o la controversia entre Ayax y Ulises por las armas de Aquiles. Prosigue con una lista atin mds larga de asuntos biblicos y de la Antigttedad para los tribunales de justicia y de hazafias de valor militar para los palacios, en tanto que las fuentes y jardines exigen chistorias de los amores de los dioses» en las que aparezcan «el agua, los 4rboles y otras cosas alegres y placenteras», tales como Diana y Acteén, Pegaso dando nacimiento a las fuentes de Castalia, las Gracias bafidndose en un manantial, Narciso junto al pozo, etc. Estas y otras historias semejantes estaban ordenadamente archivadas en el cerebro de las gentes del Renacimiento, de tal manera que les era fAcil enumerar, por ejemplo, relatos biblicas en los que interviniese el fuego, o narraciones de Ovidio en las que in- terviniese el agua. Y no quedé en letra muerta este principio del decorum. La Fuente de Orién de Montorsoli (figuras 4-6), en Mesina, constituye un ejemplo tan bueno como el que mds para mostrar cémo funciona este principio, con sus relieves decorativos en mérmol descritos por Vasari? que presentan veinte episodios mitoldgicos en los que desempefia algtin papel el agua, como Europa cruzando el mar, Icaro cayendo al mar, Aretusa convertida en fuente, Jasén surcando el mar, etc. (figura 6), por no mencionar las diversas ninfas, dioses fluviales y monstruos marinos que, en consonancia con las reglas del decorum, completan la decoracién. A lo que este ejemplo apunta, por tanto, es a un sencillo principio de seleccién que es facil de detectar. Podrfamos Ilamarlo principio de interseccién —teniendo en men- te la utilizaci6n de letras y ntimeros dispuestos a los lados de un tablero de damas o de

Das könnte Ihnen auch gefallen