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1 233743 233743 Ut | ISOSZOZ RCE GY GN fs OM ef of El sefior Lépez ‘ —iTrin... trin... trinnnnn!...—¢Quién? —Central?— ¢Que desea? —Comunica- cién con el teléfono numero 200. —Restaurant de Los dos Gansos?—Pre- cisamente.—Enseguida va. —Oiga, Central... Seforita... — :Qué hay?——repitid Pepe Lopez que caminaba de sorpresa en sorpresa Si. — Como?... A su debido tiempo lo sabra usted. Y agreg6, conteniendo al afortunado se- ductor que, desdefando practicamente los misterios que rodeaban aquella extraha aventura, se disponia a abrir la portezuela del lando. —Estaba usted cenando con mujeres? Si. —Y con amigos? —También. —Es_ posible? ¢Piensa usted enamorarse de todos nosotros? Si. —Pero usted es bondadosa como la ma- dre tierra que se da a todo el mundo? Por toda contestacién, la desconocida exclamé mirando a Pepe Lopez triste- mente: —jPobre Lépez! —¢Pobre, yo? —Si. —No lo entiendo. —Pobre... porque, tanto por su varonil hermosura, como por su simpatia, no me- rece usted lo que le sucede, —Esto creo... —Pero usted, jdesdichado ciego! lo dice porque supone no merecer la posesién de una mujer como yo, ¢verdad?... Mientras yo lo digo porque usted no es acreedor a sufrir las desgracias de familia que le Se Si aquejan... Oyendo estas palabras, Lopez se enco- gid de hombres, pensando que, indudable- mente, aquella sefiora, que prometia tener un desvan capaz de hacer pecar aun santo, estaba «completamente loca.» La desconocida agregé: —Cree usted que sus amigos gustaran de-mi? —jPues no faltaba mds! —Lo dice usted por galanteria? —Lo digo porque la hermosura de usted si evidente, indiscutible, como la luz del sol, . —En ese caso, vaya usted a buscarles. —Y luego? -Después se vendran ustedes conmigo. Los tres? --Todos. Sin perder segundo, Pepe Lopez pene- tro en Los dos gansos, llegé al comedor donde sus amigos continuaban trasegando y besando, les llamo aparte y en dos pala- bras les puso al tanto de lo que sucedia. Lo descomunal del lance encanté a Leo- nardo y a Pedro, quienes empezaron a ba- tir palmas. -¢Y, qué hacemos con esas? ‘Con blanca, Margarita y Natalia? Si. --¢Tenéis mas que mandarlas a tomar uTees viento en popa y veniros conmigo? --jEs verdad! Un momento después, los tres camara- das volaban en el landé de la Descono- cida, hacia las regiones de lo extravagante. IV Llegaron los cuatro a una casa lujosa- mente amueblada, cuya puerta abrio la joven con un Ilavin que a prevencion lle- vaba --¢Quién vive aqui?--pregunto Lopez. --Una intima amiga mia, que me ha ce- dido su hogar para que pueda vengarme de los que me ofendieron. —zComo se llama usted? —Artemisa. —jBonito nombre! —Y, diga usted, Artemisa: ¢nos conce~ deria usted muchas noches como esta? —Esta, nada mas. —De modo, que mafana... e —Como si no nos hubiéramos conocido. Lépez se volvio hacia sus amigos riendo a carcajadas. —iYa lo sabéis, compafieros— exclamo— hay que amarrarse bien los calzones y be~ ber cuanto se pueda, porque luego nos - 19 - despediran y estaremos en la calle. Con la encantadora gracia de una sacer- dotisa de Venus 0 de Baco, la gallarda Ar- temisa se habia puesto un poco a la fresca. Los tres hombres siguieron su ejemplo, y cuando los cuatro se hallaron en comple- ta alegria, la dicha inund6 con oleadas de locura, todas las cabezas: — ¢Hay champagne? — pregunto Pepe Lépez? —Si, vida—repuso la joven que repenti- namente habia adquirido Ios ademanes de una despreocupada — aqui hay de todo cuanto pueda contribuir a vuestro placer. —Queremos emborracharnos—dijo Pe- dro. —iY besar... y hasta tomar café!--agre- go Leonardo— pues los hombres, una vez metidos en faena, deben aceptar la orgia con todas sus consecuencias. Artemisa trajo varias botellas de cham- pagne y de Jerez, que fueron descorchadas enseguida. El exquisito zumo de las cepas francesas y andaluzas empez6 a Ilenar los est6magos. —jExcelsior, voto va!--gritaba Lopez;-- ilevantemos los corazones a la alegria! —Levantemos las rebosantes copas y sera mas practico. --Brindemos. =O --{Si, brindemos! --Por la risa. --Por la juventud. --Por el corazon generoso de las muje- res que nos dan el deleite! --Pero brindemos antes -- interrumpid Pepe Lopez——por la divina Artemisa, ‘que nos brinda sin interés, el tesoro de su aco- gida incomparable. Artemisa pertenece al exiguo numero delas mujeres que regalan. iViva nuestra amada de esta noche! --iTodas las hembras son adorables!— replico ened a BOA ae todas dan algo, sea por interés o por calculo. Y afiadio, mientras levantaba su calva cabeza, envejecida antes de tiempo por la orgia, su copa de champagne: F -~Brindo por el amor, por las bellas mu- jeres, de las que somos eternos y apasiona- dos admiradores; por las gracias sin fin de nuestra deliciosa Artemisa. --jMuy bien! [bravisimo! --Creo, caballeros -- replicé6 Leonardo envanecido por aquellos pequeiios triunfos ~que no debe ponerse mas ingenio en co- sas que no han de firmarse. --jNaturalmentel... Pepe Lépez-habia cogido a Artemisa entre sus brazos, y después de darla mu- chisimos besos, la llevé en vilo por la ee habitacion. —¢Puedo saber ya—dijo--el por qué nos has traido a mis amigos ya mi aesta casa? --Todavia no. Cuando? --Mas tarde; después que la noche haya pasado. Por ahora no te preoucupes de eso; aqui es vuestra casa; podéis reir, can- tar, beber, y gozar cuando querdis Ni Lopez ni sus camaradas se hicieron repetir la invitacion; y uno tras otro se apercibieron a festejar a la joven. Quien primero la acaricio fué Lopez, que se colo- cé en una silla, muy juntito de la celestial Artemisa, que en aquellos momentos es~ taba encantadora, de suerte que la joven tuvo que sentarse en su regazo como en una comoda butaca, el busto inclinado ha- cia adelante, para mejor abrazar a su ado- rado. ‘Artemisa, sin dejar de besuquear a Lo- pez, murmur6: — Dime... cosas dulces... de esas que oyen todas las mujeres que son queridas... Lopez, que siempre que se ponia ca- chondo le daba por hablar, empezo a repe- tir las frases mas tiernas de su repertorio. _-Amor... cafifio... rica, vuélvete loca... dame tus labios... que me muero por ti... Ella respondia, entornando los ojos: oa --Mi cielo, mi bien... Lopez la acariciaba de diversos modos: besdndola; mordiéndola suavemente, y unas veces sus manos la rozaban los soba- cos, otras el talle o las esferas, que se ba- lanceaban voluptuosamente. Por no estar ocioso, Pedro arrancé una larga pluma de un hermoso plumero que hallo en el gabinete, olvidado sobre un mueble, y mientras Leonardo abria el des- cote y asomaban las espaldas perfumadas de la joven, él la rozaba con la pluma el cuello y los torneados hombros Artemisa, decia: —iAh, qué dulce, qué dulcel ;Ay, qué bueno!. Nunca he gozado tanto... Cuando Pepe Lépez acabé su repertorio de caricias, Leonardo cogié a Artemisa, y poniéndosela al lado, la rode el talle con su brazo derecho y también la bes6 mucho. Enseguida Pedro la tomé por su cuen- ta, la dijo frases carifiosas y la besuqued también, Cuando ya empezaba a amanecer, la jo- ven traté de despedir a sus amadores. —He cumplido lo que os ofreci--dijo;—- ahora podéis marcharos. --Antes--repuso Lépez--deseo conocer el secreto de tu venganza, --¢Quieres saberlo absolutamente? -23- --Si. --¢Y si tu dolor, entonces fuese dema- siado grande? --Por grande que sea, jamas obscurece- ra el placer que de ti he recibido. Hubo un rato de silencio, pasado el cual, Artemisa exclam6 con aire solemne: —Pues, bien, desgraciado; sabelo de una yez: jyo soy la esposa de Rodriguez! —iDe Rodriguez!—repitio Pepe Lopez que no recordaba tener ningun amigo de tal apellido, —Si, de Rodriguez... Y yo me he dejado besar por ti,, por vengarme de él; porque él, el miserable, nos_engafiaba a los dos, a tiy a mi... [Porque Rodriguez se divierte con tu mujer! —jCon mi mujer!—repitid Lopez. Si. Pero, sefora... Se ha vuelto usted loca? jSi yo soy soltero! —j1jComo!!!--exclamo Artemisa dando un grito tragico. --Lo que usted oye. -- No, sefiora; esos son otros Lopez... --|Dios mio, Dios mio!--balbuceé la in- os feliz Artemisa deshecha en lagrimas—-¢y para eso he padecido el triple tormento de beber, de besar largamente y de dejarme tomar el pelo por aquellos canallas? --Verdaderamente, sefiora, me parece que ha hecho usted un mal negocio. Los tres hombres, que en el fondo eran tres excelentes personas, estaban conster- nados. Artemisa agreg6, al fin, enjugando sus lagrimas: —Y entonces, ¢qué me aconsejan uste- des hacer? --Pues creo, sefiora, sinceramente--re- puso Pepe Lopez burlon—que nada hay perdido y que debe usted volver a em- pezar.

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