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Es por eso que muchas de las antiguas tradiciones filosóficas orientales, como el
budismo, enseñan que no se puede ir contra lo que es. La razón es que todo lo que sea
emplear mi tiempo, mi energía, y mis recursos en no aceptar lo que es, y en querer
imponer a la realidad aquello que yo quiero, es ir a contracorriente.
Es una guerra perdida antes de lucharla, ya que es una lucha contra mi propia
naturaleza.
Aunque en la superficie pueda parecer que voy ganando batallas, y que voy
consiguiendo lo que quería, esto conlleva sufrimiento, y si uno está atento se dará
cuenta de que esto no trae la felicidad, por la sencilla razón de que uno ya es felicidad
en esencia, y lo único que ha de hacer para ser feliz es vivir esa felicidad que ya es, y
que no ha de buscar en ningún sitio.
Siguiendo la tendencia de lo que aparece como positivo o correcto, según la
naturaleza fractal de la realidad, se accede al tronco, luego a la raíz, luego a la tierra o
campo, y más profundo en la campo, a la causa del campo.
Una vez se viva uno desde la causa del campo, o nivel causal, se cierra el círculo
perfecto de relación en el que yo soy la causa y la consecuencia a la misma vez. Es mi
naturaleza esencial la que es causa de mí, y consecuencia a la vez.
Esta naturaleza esencial es un proceso, una relación, descrito en una formulación
matemática perfecta, cuya razón son los principios de movimiento o acción que se
retroalimenta, continua y eternamente, fuera de tiempo y espacio, ya que es causa de
éstos, Tanto tiempo como espacio solo tienen sentido como consecuencia.