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Naturalmente mi mam y yo asumimos que era narco. Nada de eso, nos dijo
la abuela que, por su agitada vida social, se saba la vida de todo el mundo.
El lobo era el potentado de las salas de internet del norte de Cali: tena ms
de 25 establecimientos entre Santa Mnica y La Flora. A la abuela, por
supuesto, le pareci que el individuo era una curiosidad pintoresca que
adornara sus fiestas y, para mi horror, lo invit a la siguiente que ofreci.
Desde el primer momento me puso los ojos encima. A cada rato me los
encontraba eran verdes mirndome con una mezcla de cinismo y
morbo. Entonces elaboraba una sonrisa retorcida y yo le volteaba la cara
ostentosamente. Nunca intent ponerme conversacin ni me sac a bailar.
Afortunadamente. La msica lo arrebataba y alzaba los meiques y animaba
a su pareja zumbndole epa, mami, eeeso, as, as. Se dedic a mirarme
nada ms, apostado contra las paredes, desde la pista de baile, en las
esquinas, mientras botaba el humo de sus kool frozen nights, mientras
sorba whisky del vaso, mientras conversaba con alguien o frotaba a otra en
un bolero lento.
Cuando vio que nos bamos se abri paso por la fiesta como un tiburn y le
pregunt a mi mam a ella y no a m si quera que nos llevara en su
carro. No, gracias, le dije yo y, sin ms, agarr mi impermeable rojo de
caperuza del perchero.
Qu, le dije. Se haba parado, las manos en la cadera, los ojos vivos con un
punto de socarronera. Qu, insist. No puedo creer que no te des cuenta. De
qu, me impacient. Siempre didctica, en vez de responder a mi pregunta,
mi mam elabor otra. Explicame una cosa, empez suspicaz, por qu
sabs que te estuvo mirando toda la noche? No me dio tiempo de explicar
nada, ella misma se respondi: porque vos tambin lo estuviste mirando, lo
miraste tanto que hasta sabs qu marca de cigarrillos fuma y cmo baila,
ja, se buf. El odio que le tens no es sino una mscara para tapar lo que
realmente sents. Suspir, me mir a los ojos y finalmente sentenci: a vos
ese lobo te encanta. Ahora me buf yo. Ay, mam, por favor. Ella estaba
caminando otra vez, la segu dando zancadas. Yo no soy tan sucia.
Pero lo era.
Cuando acabamos, no necesit mirarme al espejo para saber que tena una
sonrisa maliciosa de satisfaccin puesta en la cara. En cambio, el lobo me
estaba mirando enternecido.
Era tan viejo y extico como ella. Se pona camisas de leador y botas de
caucho para andar por el apartamento, lleno de plantas, como un vivero. Le
salan pelos por la nariz y se coga los tres que le quedaban en la cabeza en
una cola de caballo baja.