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Exeuels de Animacion Josué Llull Pefialba TEORIA Y PRACTICA DE LA EDUCACION EN EL TIEMPO LIBRE EDITORIAL CCS Tema 2 MODELOS HISTORICOS DE OCIO {lo ELMUNDO ANTIGUO J.J. INTRODUCCION De una u otra forma, todas las civilizaciones se han enfrentado al problema de la distribucién de los tiempos, si bien es evidente que cada una de ellas ha concedido a esta cuestién significaciones distintas, segin las épocas, la interdccién de los grupos sociales, los valores morales imperantes y hasta la propia legislacién vigente. La conciencia de que existe un tiempo libera- do de las ocupaciones laborales y de los compromisos sociales a que el hombre se ve sometido en su vida cotidiana, es tan antigua como la propia historia. La evolucién que ha sufrido la nocién de tiempo libre en el transcur- so de los siglos ha marcado indefectiblemente la conquista progresiva de la libertad humana y de los derechos sociales, puesto que el tiempo libre es eso antes que nada, libre. En este sentido, podemos establecer con bastante claridad la contrapo- sicién entre dos tesis fundamentales que han tratado de explicar a lo largo de la historia la dificil relacién sociolégica subyacente entre el tiempo libre y el tiempo de trabajo. aoe Por una parte, aquel modelo antropolégico que considera el ocio como lo. més importante de la vida de las personas, el lugar reservado a los valo- tes humanos mds culfos y elevados, Desde este punto de vista, el trabajo no iene otra funcién que la de crear las condiciones necesarias para que el hombre pueda disfrutar mejor de su tiempo libré, mientras que este Ultimo se considera algo auténomo y con valor propio. La tesis contraria es la que considera el trabajo como el aspecto mas re- leyante de la experiencia humana, alli donde el hombre se realiza. Segén esta premisa, el tiempo libre queda completamente subordinado al ritmo de trabajo, y sdlo sirve de descanso y reponedor de las fuerzas necesarias pa- ta continvarlo. En esta linea, la doctrina estajanovista que radicalizaba la bondad suprema del trabajo, llegé a hacer del tiempo libre algo practica- mente innecesario y superfluo. -35- Tal dialéctica ha provocado desde siempre una lucha por aumentar la cantidad de ambos tiempos, tanto el de trabajo como el de descanso. Sin embargo, hasta la Revolucién Industrial, este enfrentamiento no se vivid de manera tan contrapuesta, sino que se produjo una relacién de equilibrio mu- tuo y de complementariedad mucho més sutil. La vida del hombre tenia an- tes un cardcter mds continuo y unificado, de forma que era bastante facil re- veriir las preocupaciones fundamentales del trabajo en las actividades de tiempo libre (Puig-Trilla, 1996, p. 27). Esto era lo normal en el mundo antiguo, donde el componente lidico, lo festivo y el ritual se unfan en celebraciones profundamente coneciadas con las necesidades mas basicas del ser humano, necesidades que se atendian justamente en el tiempo de trabajo. Eran habituales las expresiones folcléri- cos —cantos, danzas— ligadas a la agricultura, la meteorologia 0 el paso de las estaciones (Bonilla, 1963, p. 27). Las pinturas rupesires del Paleolitico nos han legado multitud de expresiones creativas relacionadas con la caza, la fertilidad y diversos.ceremoniales magicos de proteccién contra las fuerzas nocivas de la naturaleza (Jensen, 1964). El juego, segin Huizinga (1996), servia como representacién de la lucha por la supervivencia, como ficcién guerrera de las felaciones entre los pueblos, como lugar donde adquirir des- frezas y habilidades, o como iniciacién erética que-marcaba el paso de la in- fancia a la vida.adulta. Y los contadores de historias —muy al undantes en Egipto y en Mesopotamia— se preocuparon de perpetuar las tradiciones ora- les, el saber cientifico y las normas sociales que explicaban la organizacién céamica de la existencia, ademés de continuar los mitos y los miedos hacia lo extrafio, necesarios para mantener el sistema establecido. la actividad més reveladora de este universo simbélico propio del mundo antiguo fue quizé la cinegética. El arte de la caza no tenia en principio otro fin que el de satisfacer el hambre o asegurarse la subsisten- cia, pero también se trataba de una lucha encarnizada del hombre por dominar los elementos mas salvajes de la naturaleza y demostrar su supre- macta’evolutiva sobre ellos. Esta nueva significacién se volvié atin mas in- feresante cuando en Egipto, en Mesopotamia o en Persia, la caza se con- virtié en entretenimiento suntuoso de la realeza, pues a través de este ejercicio el monarca hacia ostentacién de las virtudes ecuestres y militares que le permitian conquistar y someter a sus enemigos —los animales en la ficcién, los imperios limitrofes en la realidad—. Es sintomatico que el jue go simbdlico del rey cazador qus legitima de este modo el poder absoluto de su soberania, se haya mantenido con ese significado a lo largo de to- da la historia. Hasta épocas bien recientes, la caza ha sido un deporte de’ elite diferenciador de clases sociales, y como tal, reservado sélo a unos pocos (Veblen, 1995, p. 48). -36- 1.2. EL IDEAL DE OCIO ATENIENSE Hemos dicho que el rasgo mds caracteristico de las sociedades primitivas fue la continuacién en el tiempo libre de las preocupaciones humanas fun- damentales que ocupaban el tiempo de trabajo. La definitiva separacién en- tre ambos aspectos de la vida no se produjo hasta la Grecia Clasica, donde se defendié explicitamente el ocio como modelo de conducta ideal frente a un trabajo considerado servil y poco gratificante, es decir, la primera de las fesis que apuntamos al inicio de este capitulo. El término griego scholé indica solaz, reposo, interrupcién del trabajo. Para Aristételes era un fin en sf mismo, un ideal de vida que proporcionaba la felicidad de manera intrinseca. Sin embargo, esta sobrevaloracién de la esfera del ocio se sustenté en un modelo de sociedad esiratificada y escla- vista, que hizo posible la desocupacién sélo para una elite acomodada, que vivia a costa del trabajo de los demas; asi, los hombres considerados li- bres —los ciudadanos varones aborigenes de cada polis o Estado— podian disfrutar del ocio, pero no las mujeres, los extranjeros o los esclavos (Mun- né, 1980, p. 40). : Desde el punto de vista politico, la condicién de ciudadano convirtié a las personas en controladoras de su propio destino, que dejaba de estar so- metido a la voluntad arbitraria de un principe despético. Al contrario que en el mundo antiguo, los ciudadanos podian dedicar parte de su tiempo a participar activamente en la ekklesia o asamblea publica, donde se discutfa sobre los problemas sociales que afectaban a toda la comunidad. Asi que- daba explicitado en este comentario realizado por el héroe Teseo en el dra- ma Las suplicantes de Euripides: «gQuién tiene un consejo util que dar a la ciudad y desea darlo a conocer? Tal es Ia libertad. Cada cual puede salir a la Juz piblica o, si le parece, callarse. gHay algo mejor acaso para una ciudad?», En Atenas, esta dedicacién.a la politica llegd a considerarse como un privilegio y una obligacién mds importante incluso que el trabajo, segin ad- verlié Pericles (Troncoso, 1988, p. 25]: «Una misma persona puede ocuparse a la vez de los problemas de su casa y de la polis, y personas con trabajos muy diversos conocen sufi- cientemente la cosa publica; pues somos los tinicos en considerar como initil, y no como pacifico, a quien se desentiende de los asuntos de la comunidad». De hecho, el mayor castigo reservado a los criminales en Atenas fue el Ostracismo, 0 exilio y pérdida de los derechos como ciudadano, y por tanto la consideracién de indeseable e indtil para la vida en sociedad. Este siste- 37a ma de vida comunitario, basado en la libertad de expresién y en la sobera- nia popular, era completamente opuesto a cualquier organizacién social de lo Antigiedad, y en cierto modo podrfamos valorarlo como precursor de un ideal de participacién democrética muy cercano al que todavia hoy perse- guimos desde la Animacién Sociocultural. Para Ortega y Gasset, la dimensién politica de la cotidianidad griega provocé también cambios fundamentales en las ciudades del Atica, puesto que dejaron de ser simples aglomeraciones residenciales para convertirse en el gran escenario de la vida civil. La primera consecuencia fue un nota- ble movimiento migratorio del campo a las ciudades, porque la gente de- seaba estar presente en el meollo de la cuestién para poder debatir sobre sus problemas. Pero ademés, las soluciones urbanisticas proyectadas para cerrar los espacios abiertos del campo dieron lugar al agora o plaza pibli- ca donde hacer factible la reunién o asamblea. Este aspecto no sdlo afecté a la politica: los filésofos estoicos de la Escuela del Pértico tendrian aqui su espacio més representative durante el periodo helenfstico. gQué mejor ex: ponente de un tiempo de ocio culturalmente activo que filosofar a través de petulics eruditas en la plaza? (Ortega y Gasset, 1981, p. 174): «Hasta entonces sélo existia un espacio: el campo, y en él se vivia con todas las consecuencias que esto trae para el ser del hombre. El hombre | campesino es todavia un vegetal. Su existencia, cuanto piensa, siente y “|: quiere, conserva la modorra inconsciente en que vive la planta. Las grandes civilizaciones asidticas y africanas fueron en este sentido gran- des vegetaciones antropomorfas. Pero el grecorromano decide separarse del campo, de la naturaleza, del cosmos geobotinico. {Como es esto po- sible? Cémo puede el hombre retraerse del campo? éDénde iré, si el campo es toda la tierra, si es lo ilimitado? Muy sencillo: limitando un trozo de campo mediante unos muros que opongan el espacio incluso y finito al espacio amorfo y sin fin. He agui la plaza [..] es campo aboli- do y, por lo tanto, un espacio sui generis, novisimo, en que él hombre se liberta de toda comunidad con la planta y el animal, deja a éstos fuera y crea un émbito aparte, puramente humano. Es el espacio civil». : La importancia que adquirié la politica en la Atenas de los siglos vi y va. C. motivd Ia dedicacién casi exclusiva a estos asuntos por parte de algunas per- sonas que se vieron liberadas de otras fareas U obligaciones. La necesidad de instruirse para tales menesteres hizo posible la aparicién de los que podria- | mos llamar los primeros animadores-de la cultura durante el lempo libre, los sofistas. Un sofista era un profesional de'la ensefianza, un intelectual que iba “| de ciudad en ciudad cobrando por dar clases parficulares. Sus discipulos eran hombres adultos y acomodados, que deseaban cultivar las virtudes humanisti- cas y las estrategias retéricas que les permifiesen conseguir al antieladoéxtio~ en la vida politica (Martinez Marzoa, 1988, p. 97). ~38- La ensefianza de los sofistas era voluntaria y tenia lugar eh los ratos de ocio. Completaba a la paideia, que era la educacién lirica, musical, estéti- cay gimndstica de los nifios desde los 7 afios, y a la efebia, como se cono- cia al servicio militar bienal que los muchachos empezaban a los 18 afios. Era, pues, una educacién superior elitista, que tenia como pilares fundamen- tales la politica, la oratoria o el arte de pronunciar discursos, y la retérica o el arte de conducir a los otros por medio del lenguaje —en palabras de Pro- tagoras, «hacer mds fuerte el argumento mds débil»—. Pero ademas de eso, los sofistas disertaban acerca de la religién, la literatura, la estética, la mo- ral, la filosofia..., es decir, todo aquello que conformaba el saber mas selec- to del hombre virtuoso. Es en este contexto educativo amplio, integral, donde se comprende bien el despertar de Ia filosoffa. La necesidad de instruir el espiritu encontré su suprema expresién en el amor gratuito al saber. Atrds quedé la concep- cién mitica religiosa y la ciencia puramente utilitaria de las civilizaciones primitivas. El modo de vida urbana llevé a los griegos a un distanciamiento de la naturaleza suficientemente objetivo como para poder enfrentarse al mundo fisico con cierta perspectiva cientifica. El hombre empezé a indagar entonces sobre el origen del mundo, profundizé en su estructura y traté de abstraer sus procesos de cambio y evolucién. La observacién experiencial, la contextualizacién, la definicién de conceptos seculares y el conocimiento racional son los grandes indicadores de un saber que se hizo muchas veces por el mero disfrute de la contemplacién. En oposicién a los sofistas, Sécrates inventé el método dialéctico en la ensefianza, una estrategia educativa mds participada que luego serfa reco- gida por dos famosas instituciones: la Academia de Platén y el Liceo de Aristételes. A este dltimo se debe la conocida maxima «el hombre es un ani- mal politico»; que incidia en esa educacién intelectual dirigida a la practica de la vida social. Las actividades politicas y filosdficas conformaron asi el concepto de scholé u ocio cultivado, junto con otras actitudes puramente contemplativas que eran valoradas como la mejor forma de encontrar la ver- dad del mundo. Para Aristételes, la contemplacién estética era el Unico mo- mento en que el hombre disfrutaba realmente de su libertad; hacia lo que le gustaba hacer sin otro fin que el autotelismo; buscaba el saber por si mismo y no necesitaba nada; en consecuencia, nada podia determinar o deformar su pensamiento (De Grazia, 1966, p. 28). La misma idea fue defendida por Epicuro, que definié el ideal de vida intelectual como la ataraxia, un estado de serenidad interior ociosa y contemplativa. Es por ello que el ocio auténtico sdélo erd posible en tiempos-de ‘paz, cuando se daban las condiciones de reposo’y benevolencia suficientes co- Pese-estade-ai otesesses er atide-_Esec le-las-cosas;-En-este-sentido; Esper nunca logré asimilar el ideal de vida ocioso de los atenienses, pues todo su wMEnico- ~39- tiempo de paz lo emplearon para preparar nuevas guerras, y el sistema educativo se orienté por completo al perfeccionamiento de las aptitudes mili fares. Por el contrario, una obra como el Banqueie de Platén recoge de for- ma elocuente la idea ateniense de la scholé, que tiene su desarrollo justa- * mente en momentos de relax y distensién, como esta tertulia filosdfica acontecida en la sobremesa de un convite (Platén, 1966, p. 575): «Pues bien, una vez que se ha aprobado que se beba lo que cada uno quiera y que no haya coaccién alguna, propongo a continuacién que se mande a paseo a la flautista que acaba de entrar —ique toque su instru- mento para ella sola, o si quiere, para las mujeres de dentrol— y que no- sotros pasemos la velada de hoy en mutua conversacion. Y, si no tenéis inconveniente, estoy dispuesto a proponeros qué clase de conversacion ha de ser esa. Todos entonces dijeron que les parecia bien y le invitaron a” hacer su propuestar. Pero si el ocio fue, en Atenas, el momento propicio para la meditacién y la creacién intelectual, reservado s6lo a unos pocos hombres libres exen- tos de la necesidad de trabajar —los politicos y los filésofos—, la diversién publica se cofivirfié en un concepto mucho més amplio y democrético, del cual pudieron‘disfrutar todos los habitantes del Atica. La diversién fue con- siderada comé el tiempo de descanso indispensable para poder reincorpo- rarse a las tareas y ocupaciones. Todos los-ciudadanos participaban gratui- tamente de las innumerables festividades publicas repartidas por el calendario —hasta setenta dias anuales—, ademas de los grandiosos Jue gos alléticos que sirvieron de escenario a incomparables hazafias deport: yas —los Olimpicos en honor de Zeus, los Piticos en honor de Apolo,” eic.—. La Atenas del siglo v a. C. sé convirtié en una auténtica capital de las artes, las letras y las ciencias, mientras que la arquitectura se esforzd en digefar el marco fisico necesario para la nueva e ingente oferta cultural del helenismo. El odedn, por ejemplo, era el edificio destinado a las audi- ciones musicales, los teatros acogieron tragedias moralistas y comedias sa- fiticas, la conocida «linterna de Lisfcrates» era un monumento destinado a sostener el tripode simbélico que se concedia al poeta vencedor de los cer- tamenes musicales... En fin, no resulta menos revelador que la mitologia | griega prestara especial imporfancia a divinidades como Apolo, las Mu- | sas, Dionisios o Atenea, como inspiradoras del sublime placer que otorga ba la vivencia del tiempo libre. ie ~40- 1.3. EL PROBLEMA MORAL DEL OCIO EN ROMA El amor a la vida ociosa disfrutada en paz y armonia, tan caracteristico del mundo heleno, se convirtié en un verdadero problema para los romanos. La palabra latina ofium, ademds de calma y de fiesta religiosa, servia para de- signar en lenguaje militar al silencio de las armas. Este Ultimo matiz recogia laccitada asociacién entre el ocio y los moinentos de paz en que la comuni- dad podia recoger las cosechas del campo, celebrar sv riqueza derivada de la estabilidad econémica, organizar fiestas en honor de los dioses, y re- gresar a la normalidad de la vida cofidiana. Pero esta ociosidad pesitiva contenia al mismo tiempo la peligrosa amenaza de muchos guerreros deso- cupados y ansiosos de actividad, que podian ser origen de trastornos socia- les de diversa consideracién (Lanfant, 1978, p. 28). Esta ambigiiedad latente en la semdntica del término, otorgé al fendme- no del tiempo libre un cardcter bastante conflictivo. Porque lo que si estaba daro era la preferencia generalizada por la tesis griega del acio como el aspecto més importante de la vida humana; por eso al trabajo se le denomi- naba negotium —ausencia o privacién del ocio—. El deseo de legitimar el aprovechamiento y la complacencia del tiempo libre a todos los estratos de la sociedad, encontré diferentes argumentos filoséficos que marcaron la evo- lucién histérica del empleo del ocio romano. Asi por ejemplo, a partir del siglo ila. G. se constituyé en Roma una cla- se de jefes militares, los Escipiones victoriosos en las Guerras Pinicas, que reivindicaron el derecho a disfrutar del ocio como contraprestacién al es- fuerzo realizado en el campo de batalla. Ellos introdujeron en Roma, toma- dos del helenismo, las costumbres refinadas, el interés por la estética y el -Al- gusto por lo suntuoso. La vida licenciosa del propio Escipién, opuesta a la tradicién moral republicana, dio pie a encendidos:debates sobre la morali- dad publica y la decencia de las costumbres. Las fiestas extravagantes y los fastuosos banquetes de algunos patricios encontraron su desarrollo ideal en los palacios y villas de recreo construidos expresamente para la ocasién * (Grypdonck, 1968, p. 86). Y es en este contexto donde se popularizaron también las bacanales o celebraciones religiosas consagradas a Baco, dios del vino y del delirio mistico. Estas reuniones, celebradas en Ostia cinco ve- ces al mes, se convirtieron a menudo en pretexto para la lujuria y el desen- freno, lo que motivé que el Senado emprendiese en el afio 186 a. C. un se- vero proceso judicial que afecté a mas de siete mil personas (André, 1966). En el fondo, los Escipiones no hicieron mds que aduefiarse del gusto por la vida y el derecho al placer defendidos durante el periodo helenistico por los epictreos de la Escuela del Jardin. Sin embargo, la vulgarizacién chabacana del pensamiento de Epicuro dio lugar a excesos hedonistas que alcanzaron sus cotas més elevadas en la época imperial. Contraria a esta mentalidad estaban las filosoffas de origen platénico o aristotélico, que en- focaban el problema del tiempo libre desde una perspectiva moralista. Pla- ién habia elaborado una moral de la contemplacién trascendente, mientras que Aristételes se mostré partidario de un ocio controlado e instruido, con el fin de no promover la anarquia. La misma perspectiva presidié el pense. miento de Didgenes el Cinico y Zenén de Citio durante los siglos wv a. C. en Grecia, El primero se decanté por un estilo de vida completamente apar- tado de los asuntos ptblicos, y el segundo dio origen al estoicismo como doctrina ética de la renuncia. Ya en Roma, en el siglo 1a. C., Cicerén defen- dié una equilibrada alternancia entre el ocio yel negocio; y se erigid en el mayor censor del hedonismo, invitando a los nobles ociosos a servir de ejemplo a la gran masa social. La disyuntiva moral no era facil de solucionar, desde luego, ya que el ocio seguia haciéndose necesario para contrapesar las tensiones acumula- das en el trabajo y en la politica. Esta necesidad era comin a todos los ciu- dadanos de modo que habfa que pensar en una respuesta mas o menos de- mocratica, y por supuesto atractiva. La réplica més imaginativa planteada desde las instituciones del Estado fue la gestién piblica de un ocio de ma- sas, ofertado con unos valores de consumo muy similares a los de la socie- dad moderna y, como veremos, cargado de connotaciones politicas cierta- mente interesantes desde el punto de yista de la sociologia. Los impresionantes restos arqueolégicos que nos han llegado de las ciu- dades romanas se asocian la mayoria de-las veces a-instalaciones construi- das especificamente para el tiempo libre: teatros para las representaciones dramdticas, anfitediros para batallas de giadiadores-y naumaquias,circos—} para competiciones ecuestres y deportivas, palestras para ejercicios gimnds- -42- 4 ficos, termas y bafios para el relax fisico del cuerpo. Sabemos que muchas wradades de segunda fila no posefan edificaciones publicas de esta indole, y para sustituirlas consiruian tablados y gradas efimeras que albergaran es- fos espectaculos. Ni que decir tiene que la estructura arquitecténica y las so- luciones ingenieras de estas edificaciones sigue imitandose hoy en nuestros estadios de futbol, plazas de toros, teatros e hipédromos. El vocablo latino que designaba por igual todo tipo de espectéculos era ludus, es decir, «juego», con sus matizaciones: ludi circensi para el circo, lu- di gladiatorii para el anfiteatro, ludi scaenici para el teatro dramatic... La utilizacién de este término respondia perfectamente a la idea romana de frasposicién o representacién ficticia de la realidad. Este valor simbdlico del juego fue aprovechado intencionadamente por los emperadores y el resto Ue a elite social, quienes se sirvieron de los ludi como ejercicio de propa- ganda politica y ostentacién de su riqueza econémica. Para muchos particu- lores acomodados, costear la organizacién de espectéculos fue un medio in- mejorable para adquirir popularidad y prestigio ante la ciudadania, algo muy Util de cara a obtener éxito en el Senado. Las referencias documeniales conservadas son bastante abundantes a este respecto. Asi por ejemplo, Au- gusto no se olvidé de consignar en sus Memorias su contribucién personal a jos juegos (Mangas, 1988, p. 92): «Di tres juegos gladiatorios en mi nombre y cinco en el nombre de mis hijos y nietos, en los que tomaron parte en torno a diez mil hombres. Dos veces en mi nombre y una vez en el de mi nieto ofrect un espectécu- lo de atletas traidos de todas partes. En cuatro ocasiones hice que se ce- lebraran juegos en mi nombre y veintitrés veces en nombre de otros ma- gistrados. Cuando presidt el colegio de los XVviros teniendo a M. Agripa como colega, hice que se celebraran los Juegos Seculares durante el con- sulado de G. Furnio y de G. Silano. Durante mi consulado XIII, celebré por primera vez los Juegos Marciales y después, siguiendo un decreto del ‘Senado y lo establecido, los siguieron celebrando los cénsules posterio- res, En mi nombre o en el de mis hijos o nietos ofreci al pueblo el espec- taculo de cacertas de bestias africanas, en el circo o en el foro o en los anfiteatros, en veintiséis ocasiones, en las que murieron en torno a tres mil quinientas bestias (Res Gestae, 22)». Incluso en la Ley de la colonia de Osuna se ofrece un texto preciso so- bre la obligacién contraida por los magistrados piblicos de patrocinar jue- gos y espectaculos, como uno de los compromisos ineludibles de su ministe- tio (Mangas, 1988, p. 90): «Los dunviros, con excepcion de los primeros nombrados después de es- ta ley, durante el desempefio de su magistratura y conforme a la aproba- —$~idrrde-los-decuriones, estarén-obligados-a-une-carga-ec are costear juegos escénicos de cuatro dias de duracién'y de modo que se -43- prolonguen la mayor parte del dia en honor de Jipiter, Juno y Minerva asi como de los dioses y diosas. Y para estos juegos y esa carga, cada" uno de ellos gastard un minimo de dos mil sestercios de su dinero y pue- de gastar como méximo la cantidad equivalente de los fondos piiblicos; y les estard permitido hacer esto sin cometer un fraude mientras no ‘aporten, ni gasten dinero alguno del destinado, conforme a esta ley, a los rituales que se realicen con cardcter piiblico en la colonia o en otro lugar (Lex Ursonensis, cap. 70)». Normalmente, la celebracién de unos juegos se acompafiaba de missi- | lia 0 gestos grandilacuentes de generosidad ofrecidos por los patrones, co- mo el repario sorpresivo de regalos, vales 0 monedas que provocaban el ‘ aplauso y la general aprobacién de todos los asistentes. Por otra parte, en el desarrollo mismo de los juegos quedaba claramente manifestado el mode- lo de autoridad y la jerarquia social que ordenaba iodo el orbe romano. Las localidades preferentes se reservaban a los patricios de la nobleza, y el mandatario organizador asumia un papel protagonista en el transcurso de la funcion: inauguraba, clausuraba, actuaba de juez que perdonaba o con- 2 denaba, imponia los premios... Ademds, no cabe duda de que un aconteci- mierito piblico-de esta dimensién servia de escaparate, punto de encuentro y escenario de intrigas para la jetset de la época. Es comprensible, pues, que los emperadores contribuyeran muy interesa- damente a la proliferacién de celebraciones de esta indole, especialmente a partir del Decieto de Marco Aurelio y Cémodo, a mediados del siglo 1, que | teguld los tipos de actividades y los niveles de precios de todos los juegos © gladiatorios. La duracién y modalidad de los juegos dependia fundamental °- mente del dinero que quisiera gastar su patrocinador, pero en Roma se cele- braron de fijo, cada afio, los Grandes Juegos Romanos del Circo Maximo || en septiembre, los Juegos Plebeyos del Circo Flaminio en noviembre, los Jue- gos Seculares de cardcter privado, y multitud de acontecimientos religiosos que convirtieron a la ciudad del Tiber en la mds ociosa, Itdica y festiva de todo el Imperio. Por si esto fuera poco, no faltaron oportunidades para que los emperadores convocaran juegos extraordinarios, desfiles heroicos, y mu- * chas més fiestas en conmemoracién de una victoria militar o cualquier otro pretexto (Clavellavéque, 1984). En resumen, Roma inventé el ocio de masas, vulgarizandolo hasta una simple ociosidad manipulada por el consumo. A través de esta oferta cultu- ral dirigida y habilmente gestionada, los poderes publicos consiguieron dis- traer la atencién de la plebe respecto a otros graves problemas sociales y econémicos. La droga del «pan y circo», como la definié Juvenal, funciond igual que funciona hoy la del futbol televisado, y esta dindmica del ocio consumista acabé en gran medida con la idea de ocio formativo que viinos en la Grecia Clasica. Ademds, la espléndida economia con que se organi- ~44- zaron siempre los juegos provocé que muchos de ellos estuvieran reserva- dos sdlo a una elite acomodada, que se sirvié del pueblo llano para demos- rar su estatus de superioridad y su estilo de vida ocioso, en oposicién al tra- bajo de los esclavos. La utilizacién de hombres no libres, como prisioneros de guerra, para el entretenimiento y diversién de las clases sociales pudien- fes era un signo muy elocuente de la opresién que el imperio ejercia sobre los pueblos conquistados, considerados inferiores y de escasa cultura. Por otra parte, se daba una curiosa contradiccién entre la desmedida aficién de los romanos por los juegos, y la escasa aceptacién y estima so- cial que se atribuia a los profesionales dedicados a los mismos. Ya hemos comentado que los gladiadores eran casi siempre barbaros, prisioneros de guerra o esclavos —aunque hubo diferencias de precio bastante notables a la hora de contratar a unos 0 a otros—, y los actores eran también esclavos 0 gente de bajo estatus social y mala reputacién. Gozaron de mejor estima los alletas que actuaban en el circo o en la palestra, en gran medida por- que se trataba de deportes caros. Incluso nos han llegado noiicias de algu- nos deportistas famosos cuya representatividad social podria equipararse en parte a la de algunos profesionales de hoy dia; tal fue el caso del hispa- no Diocles, llamado en su época «as de los circos romanos» (Mangas, 1988, p. 88). la irrupcién del cristianismo aportaria al mundo cldsico una nueva con- cepcién de la vida, y por ende, un modelo filoséfico de tiempo libre bastan- te distinto. Su objeto no era ya la ficcién lidica de la realidad mundana gestionada como espectéculo ptblico, sino la contemplacién mistica de la divinidad, y la religién se convirtié en. el nuevo centro de atencién, tanto en el ocio como en el trabajo. Ag ——jeionalize como dia sagrado-enrel- que quedabo-ierminantemente-prohibido— 2, LAEDAD MEDIA Y EL RENACIMIENTO 2.1. LA RELIGION Y EL CONTROL DEL TIEMPO DURANTE LA EDAD MEDIA Con el Cristianismo, el hombre entiende el transcurrir del tiempo como algo sometido al dictado omnipotente de Dios. El tiempo, la vido, proviene de Dios; le pertenece y se encamina inexorablemente hacia El. Al fin y-al cabo, la existencia terrenal no es mds que un recorrido fugaz hacia la eternidad, el Gnico tiempo verdcideramente importante. Dios es quien ordena Ia historia y otorga a cada persona el tiempo que le esié predestinado, por tanto, ‘quel que intenta apropiarse del tiempo comete el pecado gravisimo de ro- bar lo que no le pertenece. Este era el caso de los judios usureros y los mer-, caderes, que sé aprovechaban de las dificultades de la gente para pagar | sus deudas, hipotecando su tiempo hasta que saldaban la totalidad del dé- bito. Pero también era una seria advertencia moral que prohibia de forma implicita la pereza o la ociosidad, o sea, la pérdida del tiempo (Le Goff, 1983, p. 45). ; En consecuencia, la Iglesia se erige en el auténtico organizador de los fiempos de las personas. El trabajo en la Alia Edad Media era fundomental- menie agrario y estaba consagrado a Dios, desarrollandose sin prisas, al rit mo de las estaciones meteoroldgicas. La jornada diaria de sol a sol era medi- da tan sélo por la marca de las horae canonicae que tafifan las campanas de la iglesia. la campana era el reloj que daba inicio 0 término a las labores del campo, y también era la Gnica que podia interrumpirlas para rezar o asistir a misa (Cacérés, 1973, p. 27). En cuanto al fiempo libre como tal, es- tuvo determinado por las numerosas festividades religiosas que jalonaban el aio litérgico. Estas fiestas se relacionaban siempre con el santo patrén de la parroquia, la catedral o alguno de los gremios. Ademds, el domingo se insti- trabajar, lo mismo que la Semana Santa y la Navidad. ~46- Lo cierto es que el calendario anual se poblé hasta de ochenta y cinco dias festivos por causa de la religién, lo que podria parecer una enorme contradiccién respecto de lo que comentamos anteriormente sobre el peca- do de perder el tiempo. Y sin embargo no es asi, porque todas estas cele- braciones se vivieron en realidad como una especie de prolongacién del tiempo de trabajo, y asi, las frecuentes rogativas, procesiones y romerias de las que participo tan activamente el pueblo llano, se tomaron como una obli- gacién mas de las muchas que habia que dedicar a Dios y a las cosechas. Esta continuacién del trabajo en los momentos de ocio se relaciona muy di- rectamente con ese concepto unificador de la vida que vimos en el mundo antiguo, y explica en gran medida el aspecto sacralizado que adquirié la cotidianeidad durante el Medievo, donde practicamente todo tenfa una ex- plicacién religiosa. A finales del siglo xii, con la revolucién mercantil de las ciudades bur- guesas, se quiere controlar con mayor precisién la distribucién de los tiem- pos y se inventa el reloj. Paulafinamente, el tiempo comienza a ser una im- portante preocupacién para todos los instrumentos de dominacién social, que ven en la medicién del mismo una expresién de poderio. Resulta revela- dor que, en 1370, el rey Carlos V de Francia ordenara que todas las cam- panas de Paris quedasen reguladas por el reloj del palacio real, lo que con- yertia el tiempo en un tiempo de Estado y sometia a la Iglesia al arbitrio de la Corona (Le Goff, 1983, p. 73). Esta preocupacién de los poderes facticos por controlar el tiempo de tra- bajo huye completamente del ideal de vida ociosa grecorromano, para po- sicionarse a favor de la segunda tesis apuntada al comienzo de este capitu- lo: la de que el trabajo es el aspecto més significative de la vida de las personas, y en este caso era también un medio de acercarse a Dios. Desde este punto de vista, el ocio pasé a ser un privilegio exclusive de unos pocos escogidos. El sistema de eleccién a este respecio venia determinado por la Providencia divina, y los agraciados con Ia posibilidad de disfrutar de su tiempo libre fueron los religiosos. Fue santo Tomds de Aquino, en el siglo xii, quien explicé la ordenacién jerarquica del mundo mediante la predestinacién, segin la cual cada hom- bre recibia al nacer la obligacién de trabajar o el derecho al ocio. Esta idea entroncaba muy directamente con el postulado aristotélico que admitia la existencia de una clase social de politicos y filésofos que, por el bien ge- neral de la comunidad, debian permanecer exentos de obligaciones para ocuparse de los asuntos sociales o de la creacién intelectual. Santo Tomas sustituyé a esos beneficiarios griegos por los religiosos de la Edad Media, y “les encomends el encargo de velar por la espiritualidad del mundo (Pieper, 1952, p. 142). -47- E| modelo de ocio religioso fue entonces la contemplacién mistica de Dios, tal como la describié san Agustin, que imaginé la Jerusalén Celeste la’ Ciudad de Dios— como un lugar inactive, arménico y dedicado por completo a la oracién. Este concepto de ocio sublime era el Unico capaz de elevar al hombre por encima de su condicién de mortal, y esa caracteristica era la que se oponia por entero a la simple ociosidad de los siervos de la gleba. El tiempo libre como momento de descanso y distraccién era posible més 0 menos para todo el mundo —especialmente para la nobleza posee- dora de los resorles econémicos del poder—, pero el ocio como ideal de vi- da contemplativa, consagrado totalmente a Dios, sdlo se produjo en los mo- nasterios. la regla de san Benito «ora et labora», que presidié el estilo de vida de Ja mayoria de las comunidades monésticas de Europa, traté de definir esa intima compenetracién entre la vida activa y la contemplativa, El trabajo y la ascesis, 0 renuncia estoica hacia las cosas, eran formas de preparar el cuerpo para ese sabio estado de equilibrio que posibilitaba la oracién, asi que, de alguna forma, el tiempo de las tareas trataba de crear las condicio- nes necesarias pata ese ideal de ocio (Weber, 1969, p. 12). Por ofra parte, fampoco el trabajo monacal fue nunca excesivamente arduo, y en muchas ocasiones se circunscribié tnicamente al espacio de la biblioteca. Esta fue la diferencia fundamental con respecto a la vivencia popular de los tiempos, en la que el trabajo era la tnica razén de ser y el tiempo libre slo se per mitia como continuacién trascendente del primero. Sin embargo, y a pesar de todo lo dicho, las actividades de tiempo li- bre también se encontraron en la practica, secularizadas en calles y plazas repletas de acrébatas, titiriteros, saltimbanquis, malabaristas, cuentacuentos, pitonisas, charlatanes y mercaderes, Por si fuera poco, en contraposicién al espiritu ascético de los monasterios y del tiempo litdrgico de,la Cuaresma surgié, proveniente de festividades paganas del mundo clasico, la celebra- cién del Carnaval, donde el clero toleraba la risa, la diversién, la mascara- da, la sétira, la gula y la licencia sexual, entre otros muchos libertinajes. De a misma indole fueron las famosas Fiestas de Locos, que se hacian a prime- ros de aiio con un desmedido afan por la bebida, lo lidico y lo fantastico, todo ello, como digo, consentido por las autoridades como contraprestacin indispensable para que el pueblo accediese a mantener el dificil equilibrio de la sociedad feudal (Cox, 1972, p. 17). El tiempo libre fue ademds el marco idéneo de actuacién de los trova- dores. El trovador era un personaje que andaba errante de pueblo en pue- blo, recogiendo tradiciones y leyendas a las que después daba forma poéti- ca y musical, Era, pues, compositor e intérprete, pero si no era famoso o buen cantor, solia contratar a un juglar virtuoso que entonase sus poesias ante el piblico, ayudado de un laid. Curiosamente, estos juglares prove- -A8 - ee nian casi siempre de las escuelas mondsticas, pues era alli tnicamente don- de podian aprenderse ciertas nociones musicales, ademds de la rigida y re- finada métrica de la lirica trovadoresca, La temdtica de estas composiciones eran los cantares de gesta, los romances sobre la Reconquista, las historias de caballeria y la lirica amorosa. A veces también contaban historias mora- listas como las fabulas 0 los enxiemplos que luego recogieron libros tan her- mosos como El conde Lucanor (1335), del Infante Don Juan Manuel. Durante la Baja Edad Media también se desarrollé el teatro, inicial- mente como prolongacién en la calle del teatro sacro de la liturgia cristiana —procesiones, jvicios inquisitoriales, autos de fe—, pero luego con entidad propia y casi siempre con cardcter moralista, como los conacidos pasos de lope de Rueda. Es a fines del Medievo cuando se erigen los primeros corra- les de comedia para escenificar estas obritas de cara a un publico cada vez mds permanente y numeroso, De todos estos entretenimientos folcléricos disfruté por igual la nobleza, que organizé alrededor del castillo un auténtico centro de vida social. Bufo- nes, juglares, bailarines, juegos de mesa como el ajedrez, los dados 6 los naipes, y grandes banquetes. fueron algunas de las férmulas que, giacias a su elevada posicién econémica, podian costearse de manera ostentosa. Pe- ro ademas, los concursos de iro con arco, la esgrima, la equitdcién, la ca- za, la cetreria y otros juegos derivados de lo militar, cuya concepcién estd muy directamente emparentada con la idea romana de los ludi gladiatorii. Una puntualizacién final: recibian el nombre de justas cuando se trataba de combates singulares con lanza, y torneos cuando batallaban grupos de ca- balleros. 2.2. EL HUMANISMO RENACENTISTA Y LA CONTRARREFORMA EI desarrollo cultural del Renacimiento fue parejo al imparable ascenso de una burguesfa urbana en franca expansién, que luchaba por liberarse polft- ca, econémica e intelectualmente de las coacciones del viejo sistema feudal. Su vida cultural y recreativa éxpresaba los nuevos valores y aspiraciones de una filosofia del hombre, que se oponia por completo al estoicismo y asce- tismio de la Cristiandad medieval (MillerRobinson, 1968, p. 67). Asi, desde fines del siglo xv, con el surgimiento del humanismo florentino, el ocio se constituyé como un valor en alza, democratizado a casi todas las clases so- ciales. £1 castillo dejé de ser el refugio de la nobleza, y ésta se vino a las ciudades a convivir con sus habitanies y a compariir sus mismos centros de interés. El estilo de vida caballeresco de los franceses, alemanes e ingleses ~A9— sonaba poco a sefiorio y mucho a ristico, barbaro o salvaje, lo cual, evi- dentemente, era un signo de inferioridad. El cortesano renacentista no que- ria porecer incivilizado; por consiguiente, fue asimilando los modos de com- portamiento urbanos y empezé a preocuparse por sus habilidades sociales. Esta necesidad de convivericia provocé que la educacién de la nobleza dejara de ocuparse tnicamente de la formacién militar para detenerse un poco més en las virtudes intelectuales y el arte de vivir. El estadista no sélo Gebfa ser un valiente soldado, un competente administrador y un astuto polt- fico, sino también una persona culta e ilustrada que fuese capaz de mante- ner conversaciones eruditas sobre ciencias o filosoffa, y hallara la mejor complementariedad posible entre las armas y las letras. El concepto italiano de nobilita deja de referirse sélo al linaje para identificarse mas bien a las dotes morales e intelectuales de que debfa hacer gala el hombre moderno si queria distinguirse entre sus congéneres. No habia otra nobleza que la del mérito personal, y el orden jerarquizado de las clases sociales en cierto mo- do se niveld, la excelencia y el donaire no eran privilegio exclusive de la nobleza, sino de cualquier persona, de forma que empezé a verse con buenos ojos la presencia de los no nobles en la Corte (Burckhardt, 1946, p.31l}. ce la moderna democratizacién de la vida entré pronto a formar parte del huevo modelo de civilizacién que queria imponerse en la Europa del Rena- cimiento. La mejor descripcién de este nuevo orden social la ofrecié el hu- manista inglés Tomas Moro en su Utopia (1516), donde se abordaba el pro- blema de la distribucién de los tiempos precisamente como uno de los sintomas mds representativos de la democracia. En la insula de Utopia todos los hombres trabajaban, pero sélo durante seis horas diarias: tres horas an- tes del mediodia y olras tres por la tarde, después de una sobremesa de dos horas. incluso los politicos, los religiosos, los letrados y los sifograntes —an- cianos sabios— trabajaban con el fin de dar ejemplo al resto de la pobl- cién. En cuanto al tiempo libre, cada cual disfrutaba de la autonomia sufi- ciente como para decidir por si mismo lo que preferia hacer. Pero aunque la moral predominante en Utopia era la epicureista, sus habitantes no se entre- gaban durante los ratos de ocio a la gandulerfa, al derroche o a la deca- dencia, sino todo lo contrario; el cultivo de las humanidades, la mdsica, la fertulia o los-paseos contemplativos por el jardin eran sus aficiones preferi- das. El hedonismo no perseguia entonces un placer egoista y efimero, sino la practica de a virtud y Ia felicidad comin a través del aprovechamiento de los propios dones legades por la naturaleza. Este ideal de ocio formativo, que se relaciona muy estrechamente con el de la scholé ateniensé, fue, én efecto, el que se practicé en el ambiente cul jo y elitisia dé i Florencia del Guaiirocentio; te sensibilided-hacia-le-belle za y el redescubrimiento del mundo clasico provocaron una fecundidad inu- -50- __-platénice partic) sitada en el campo de las artes, la literatura y la filosofia. El goce de la con- templacién estética se tradujo en una espléndida labor de mecenazgo cult ral, que abarcé desde la academia neoplaténica de Marsilio Ficino hasta los paseos por las calles de los gremios para ver el espectdculo de los arte- sanos en su trabajo, pasando también por el coleccionismo de antigiieda- des y las excursiones arqueolégicas en busca de vestigios grecorromanos. Recuérdese a este respecto el conocido viaje de Mantegna y otros humanis- tas de la corte de los Gonzaga al Lago de Garda, en septiembre de 1464. Durante esta excursién, a la vez lddica y cientifica, usaron el latin en sus conversaciones, se coronaron de flores como los antiguos, recitaron poemas y copiaron varias inscripciones arqueolagicas romanas. He aqui el origen del turismo y del alpinismo, pues este afan de contemplacién de la naturale- za llevé al mismfsimo Petrarca a escalar el Mont Ventoux, cerca de Avignon, en medio de una sublime emocién (Burckhardt, 1946, p. 261): «Escalar un monte, sin un designio practico determinado, era algo inau- dito para las gentes que le rodeaban: no podta, pues, esperar que le acompafiasen amigos 0 conocidos. Petrarca llev6 consigo a su hermano mds joven y, desde el tiltimo descanso, se hizo acomparar ademés por dos campesinos. Ya en plerio monte, un pastor los aconsejé que se vol- viesen; hacta cincuenta afios —decia— que él habia intentado lo mismo y tuvo que arrepentirse de ello, pues sélo consiguid volver a casa con el cuerpo molido y la ropa desgarrada. No obstante, ellos continuaron la ascension con indecibles fatigas hasta que vieron flotar las nubes a sus pies, hasta alcanzar la cumbre. Initil seria aguardar una descripcién del panorama que desde alli contemplan, y no porque el poeta sea insensi- ble, sino justamente por todo lo contrario: porque queda anonadado an- te lo grandioso de aquella vision. Por su alma aténita pasan, en raudas imagenes, los recuerdos de su vida pasada, con todas sus torpezas; re- cuerda que hace diez afios salié joven de Bolonia y vuelve la mirada, nostdlgica, en direccin a Italia; abre un librito que entonces Ilevaba siempre consigo: las Confesiones de san Agustin. Y sus ojos tropiezan con el siguiente pasaje de la parte décima: “Y van alld los hombres y ad- miran las altas montafias y las vastas ondas marinas y el curso rugiente de los rios y el océano y el camino de los astros, y en esta contemplacién se olvidan de st mismos”. Su hermano, a quien lee en voz alta estas pa- labras, no puede comprender por qué, después de leerlas, cierra el libro y permanece en silencio». Es en este contexto en el que podemos comprender determinadas mues- tras de sensibilidad, dignas de la mayor admiracién, que fueron protagoni- zadas por algunos de los més renombrados gobernantes de la época. Lo- renzo el Magnifico, ‘por ejemplo, profundizé en las raices de la filosofia do_activemente-de-las-reunior en forno a Marsilio Ficino. El papa Leén X recibfa diariamente a misicos -51- s-de-sabios-congregades——___— profanos y a poetas latinos en su palacio de Roma. Y nuestro emperador Carlos | se agaché a recoger un pincel que se le habia caido a Tiziano mientras trabajaba. Es a través de estos gestos de afecto hacia la cultura co- mo los principes se aficionaron en sus ratos libres a escribir literatura, a di- bujar y a pintar, destrezas que pasaron pronto a formar parte integrante de su educacién. La conclusién légica de todo lo expuesto fue una enorme revalorizacién del tiempo libre como espacio privilegiado del humanismo. El hombre mo- derno enconiré su realizacién como persona en los ratos de ocio, extasién- dose ante la belleza y disfrutando de la cultura. Lorenzo Valla en De volup- tate (1431) defendid ta coexistencia posible de la moral oficial crisfiana con una teoria hedonista que diera respuesta a las aspiraciones mas profundas de la naturaleza humana. Y Baldassare Castiglione en El cortesano (1528) propuso un auténtico manual de comportamiento para los nobles ociosos del siglo xvi, donde se mostraba con deleite y complacencia este novedoso interés. por el tiempo libre, sin censuras ni moralinas. El principe moderno debia sor un hombre ilustrado y sensible, pero también debia hacer gala de sus mejores habilidades sociales en los innumerables juegos, fiestas y ban- quetes que se celebraban en la Corte, animando a sus interlocutores con gracia y donaire para mover a la risa y dar placer con gentil manera (Casti- glione, 1994, p. 271): «Porque el retr solamente se ve en los hombres y es casi siempre testigo de una cierta alegria que se siente dentro en el corazén; el cual natural- mente es inclinado al placer y apeiece el reposo y el desenfadarse; y ast vemos muchas cosas inventadas para este efecto, como las fiestas y tan- tas maneras de juegos comé se usan. Y porque nosotros comtinmente amamos los que nos dan estos pasatiempos, solian los reyes antiguos, los romanos y los atenienses y muchos otros, por ser bienquistos del pue- blo y deleitar los ojos y los sentidos de la gente, hacer grandes teatros y otros piblicos edificios y allé mostrar nuevos juegos, correr de caballos y de'carros, combates de lugares, estrafas animalias, comedias, tragedias y bailes de mil maneras. ¥ holgaban de ver esto hasta los mds graves fi- Tésofos; los cuales, con semejantes fiestas y con banquetes, recreaban sus almas fatigadas de aquellas altas especulaciones y divinos pensamientos. Este u otro cualquier género de desenfado buscan de buena gana todos los hombres, de cualquier calidad que sean; porque no solamente los la- bradores, los marineros y todos aquellos con dsperos exercicios ganan su vida; mas los santos religiosos y los encarcelados, que de punto en punto esperan la muerte, andan también buscando algtin camino y remedio para su recreacién y descanso. Ast que todo lo que mueve a risa decimos que alegra y da placer y hace que aquel rato el hombre se olvide de eno- josas pesadumbres que tienen nuestra vida lo mds del tiempo ocupada. "Por eso todos, como veis, huelgan con el reir; y es mucho de loar el que Te mueve en los otros a buena sazdn y por buen arte». ~52- El tono de la cita se aleja definitivamente del viejo ascetismo medieval; pronunciando en cambio una airada defensa del epicurefsmo al mds puro estilo grecorromano. La socorrida referencia a la Antigiedad Clasica es ademas un argumento de autoridad lo suficientemente fuerte como para le- gitimar ese empleo gozoso del tiempo libre. El arte de vivir que preconizé la filosofia del Humanismo concedié una importancia primordial a las pasio- nes y a los sentidos, aspectos que estuvieron siempre presentes en el pensa- miento filoséfico y en la practica social de la época. Pues bien, esa valora- cién tan positiva del hedonismo habia llegado a sus cotas mas elevadas poco antes de la publicacién del libro de Castiglione, en obras tan sugesti- vas como el Elogio de Ia locura (1511) de Erasmo de Rotterdam, donde se hacia una verdadera apologia de Ia estulticia como actitud desenfadada y fuente de placer en la vida (Erasmo, 1976, p. 129): «Hay hombres, principalmente ancianos, mas amantes de la bebida que mujeriegos, y que cifran su mayor placer en las reuniones de bebedores. ‘Si puede haber un convite espléndido en que la mujer no esté presente, Jo juzgaran otros mejor que yo. Pero lo que st parece evidente es que, sin la sazén de la necedad, ninguno en absoluto puede resultar agradable. Tanto es ast que, a falta de un comensal que con necedad real o simula~ da mueva a risa, se hace asistir a algin bufon retribuido o se procura la compania de un pardsito ridiculo que, con sus jovialidades, es deci, con sus necias palabras, quiebre el silencio y la tristeza del festin. Para qué serviria, en efecto, atiborrarse el vientre de tantos dulces, de tantas exqui- siteces, de tantas golosinas, si al mismo tiempo los ojos, los oidos yel 4nimo todo no se complaciesen entre risas, diversiones y bromas? [...] Hay ademés aquellas ceremonias de los convites, como designar por Sorteo un rey del banquete, jugar a los dados, invitacione’s mutuas a la bebida, competir en diversas rondas, cantar intercambiando ‘hojas de mirto, bailay hacer pantomimas... Todo eso no ha sido inventado por los siete sabios de Grecia, sino por mt [la Locura], para el bienestar del género humano. En realidad, ia naturaleza de todos estos pasatiempos es tal, que, cuanto mayor necedad comportan, tanto mayor beneficio su- Ponen para la vida de los mortales, pues si ésta resulta ser triste, parece que ni siquiera merece él nombre de vida. Y, en cambio, transcurre inevi- tablemente triste, si uno no se ocupa de borrar el tedio, que le es conna- tural, mediante esta clase de diversiones». la ociosidad como fin, descrita de forma explicita en este discurso, de- sembocé répidamente en ung grave crisis moral que atravesé Italia a princi- Pios del siglo xvi, y que destapd algunos excesos dificiles de tolerar. El saco de Roma por parte del emperador Carlos, en 1527, y la cafda de las gran- des figuras del Humanismo dieron al traste con esta filosofia de vida, que seria duramente reprobada por la Reforma Protestante y por la Contrarrefor- ma salida del Concilio de Trento. Una nueva ética puritana, basada en la -53- pureza de la conducta, considers el trabajo como la mas recta de las virtu- des y la diversién como un vicio indeseable. El protestantismo y el calvinis- mo condenaron las fiestas populares, la musica profana, el teatro, los espec- taculos y la belleza ariistica, todo lo cual seria drasticamente eliminado de las iglesias. Esta mentalidad austera y mecanicista de los pueblos anglosajo- nes se impuso en toda Europa como reaccién al desenfrenado hedonismo del Renacimiento, derrocando en gran medida el estilo de vida ocioso tipico de los mediterraneos (Weber, 1984). ~54- 8. LA EDAD MODERNA 3.1. LA DOBLE MORAL DEL BARROCO Y EL LIBERTINAJE ROCOCO El nuevo orden ético surgido de la Contrarreforma sobrevaloré el trabajo co- mo via para la salvacién, y cualquier sintoma de desocupacién fue perse- guido por la rigida moral eclesidstica y condenado incluso por la ley (Puig- Trilla, 1996, p. 74). En Espafia, las disposiciones contra vcigos y maleantes se repitieron durante los reinados de Felipe Ill y Felipe IV, haciendo referen- cia en muchas ocasiones a un tipo social bastante genuino: el picaro. El pi- caro era un sujeto no exento de simpatia, nifio 0 mozo, sin oficio conocido ni posicién estable en la sociedad, que vivia de hurtar, irampear y timar en provecho propio, o todo lo mas, desempefiando algin trabajo ocasional. El personaje adquirié cierta representatividad gracias a la novela picaresca, pero las costumbres licenciosas y deshonestas que se le atribuian lo aproxi- maron a gente de baja calafia como gitanos, judios y criminales, persona- jes dificilmente aceptables por la nueva doctrina contrarreformista. Curiosamente; la censura a la ociosidad insistié en el cardcter predesti- nador que le habia caracterizado desde los tiempos medievales. La democra- tizacién del ocio que habia pujado con fuerza durante los dos siglos anterio- res perdié su razén de ser, acentudndose, por el contrario, la distincién entre clases a la hora de disfrutar este derecho. El tiempo libre se hizo privilegio exclusivo de aquellas personas que no se veian en la necesidad de trabajar para mantenerse, como la nobleza y el clero. Para el resto no habia otra al- ternativa que el trabajo, pues era la dnica forma de asegurarsé la subsisten- cia, de modo que el tiempo libre pasé a un segundo plano, o en Ultimo térmi- no se sacraliz6, dedicandose a la catequesis oa cumplir con los deberes religiosos, tal como lo ordenaban las Leyes de Indias, que obligaban al des- canso dominical para poder asisitir a misa (Cuadrado Tapia, 1974, p. 79]. ica-que-asolé-Espafia-dui Barroco, la vida se ajusté a unos pardmetros de inestabilidad y contingen- ~55- jite-e}——— cia, en la que todo adquiria un valor efimero y se desvanecia con prontitud. La muerte, al fin y al cabo, era el nico juez que acababa por poner a ca- da cosa en su lugar, y ésta podia hacer su aparicién en cualquier momento. El arte y la literatura de este periodo supieron plasmar con acierto la adver- fencia moralista hacia la vanidad de las glorias mundanas y los placeres fi- nifos, que el hombre apenas tiene tiempo de aprovechar. Cuando llega el instante final todo eso importa poco; lo tnico que queda son los frutos del trabajo y las acciones caritativas que hayan podido confeccionar el perfil de persona virtuosa y recta requerido para lograr la salvacién eterna. A pesar de esta aparente severidad, una sociedad tan hipécrita y clasis- ta como la del Barroco se presté facilmente a la proliferacién de entreteni- mientos lédicos cortesanos, que sirvieron de vehiculo de ostentacién del_po- der y la opulencia de unos pocos acomodades. El ocio en su significacién griega-renacentista fue sustituido por una ociosidad més cercana al ofium ue se practicaba en el Bajo Imperio Romano, y todos quisieron participar pi su privilegio, a tal punto, que los reyes delegaron casi todas las respon- sobilidades del gobiérno en sus validos, y muchos hidalgos venidos a me- nos prefirieron pas hambre y aciuar de manera ociosa antes que rebajar- se a hacer tareas manuales. Es sintomatico el caso de don Pedro Nufiez de Villavicencio, quien, para obtener su ingreso en la Orden de los Caballeros de Malta, a fines del siglo xvi, hubo de adjuntar diversas declaraciones j radas de lestigos que dijeron no haberle visto nunca realizar trabajo manual ninguno, requisito imprescindible para probar su nobleza (Gonzélez Ramos, 1996). Asi pues, el concepto florentino de nobilitas perdié también su valor y volvié cefiirse a la cuna, y en algunos casos también al dinero, es decir, todo aquello que posibilitaba permanecer liberado de ocupaciones. Por olra parle, no faltaron las ocasiones en que los especticulos fastuo- sos de la Corte o |a Iglesia se sacaron a las calles con el fin de provocar la admiracién del populacho, impresiondndolo con procesiones, autos inquisi- toriales, tarascas, gigantes y.cabezudos, tablados, arquitecturas efimeras, fuegos atlifciales, entradas triunfoles, obras tealrales y celebraciones mag. nificas, en las que los poderes publicos desplegaban todo su aparato, El sentido de la fiesta barroca, convertida en un ejercicio de propaganda poli. tica y religiosa, retomaba asi la estrategia romana de mantener acallado al pueblo, mediante la representacién imaginativa de lo aparente. Este juego mbiguo entre la realidad y la ficcién fue sufilmente manejado por los man- datarios de la época, que’supieron acrecentarlo hasta limites insospechados para darle al pueblo justamente-lo que queria ver: la novedad, el prodigio, la extravagancia y el morbo {Maravall, 1983), Contrariamente a la prohibicién reformista, es en esta época cuando el teatro y la misica profana alcanzan su maximo desarrollo, convirtiéndose ambos en entretenimientos habituales de la poblacién, tanto en el palacio ~56- como en los corrales de comedias. La unién de los dos serd el origen de la épera, donde la tramoya y la escenografia barrocas se expresarian con fo- do su fausto y esplendor. La enorme importancia que adquirieron estos pa- satiempos en las Cortes evropeas se comprende mejor si alendemos al he- cho de que una gran mayorfa de pintores de cdmara trabajaron frecuentemente a brocha gorda en andamios y decorados para estas gran- diosas representaciones. Con la moda rococé francesa y centroeuropea, la nobleza abundé en esa ociosidad frivola y despreocupada que experimentaba el tiempo libre como fuente de placer, y que ademds se exhibia de puertas afuera. El ocio ostensible era una forma de demostrar la posicién social y adquirié valor por sf mismo. En algunos circulos aristocraticos la reivindicacién de este tiempo de relax y divertimento se volvié bastante libertina, hedonista, mate- tialista y,atea, en parte como enfrentamiento subversivo conira el poder ab- soluto de los reyes y los criterios moralistas de la sociedad puritana estable- cida. La literatura libertina del Marqués de Sade, el Casanova o Las amistades peligrosas (1782) de Chordelos Laclos ofrecen una visién bastan- te rotunda de este nuevo arte de vivir (Lanfant, 1978, p. 35). El ocio de la elite acomodada en el siglo xvi discurrié a medias entre la gran ciudad y el palacio campestre. Paris se convirlié en la gran capital de las compras, la moda y las fiestas de sociedad. Proliferaron los salones, los bailes, los cafés conciertos, las ferias y las ediciones de libros de bolsillo, muchos de ellos de contenido erdtico (Caceres, 1973, p. 101). El progresi- vo traslado de las residencias a ambientes rurales buscé, por el contrario, un ritmo de vida més calmado e individualista, alejado del fuido y las aglo- meraciones de las grandes urbes. Este deseo de intimidad dejé su impronta en una arquitectura cortesana de cardcter privado, caprichoso y extremada- mente cursi, adornado de jardines roménticos y detenido en el encanto de los pequefios detalles: estatuas, estanques, fuentes, cascadas, puentes, gru- tas, campos de juego, prados, bosquecillos, senderos, cenadores, terrazas, quioscos, montafias arfificiales, rincones romnticos, pequefias granjas, jau- las con animales exdticos, etc. El anhelo de evasién de Ia aristocracia se tradujo en la observacién cu- tiosa de otras culturas consideradas extrafias o exéticas, y desde mediados del siglo xvu! el arte no opuso reparos en apropiarse de aquellas fuentes de inspiracién. Es el caso del gusto chinesco en la arquitectura o la porcelana, y la tematica popular costumbrista en la pintura 0 la moda. Asi, se convirlié en un pasatiempo muy recurrido el disfrazarse de majos y dejarse ver en fe- figs, juegos, romerias y corridas de foros junto al pueblo llano. Motivo de mayor reflexién, sin duda, es la crusldad y la falta de escripulos con que esta nobleza utilizé frecuentemente a enanos, monstruos y otros discapacita- dos como bufones y hazmerreires de palacio. En este sentido, conviene ad- LZ ieee SSC ee eee verlir cémo el concepto clasista y discriminatorio de este fipo de ocio, se ins- pird en el ancestral principio de superioridad, segin el cual esas subcultu- ras, consideradas como inferiores, no posefan otro valor en si mismas que el de servir a los requerimientos de la jerarquia social. Valga, si no, la referen- cia extraida de las Notas sobre el Estado de Virginia (1787) de Thomas Jef ferson, donde al hablar de los usos diversos que pueden hacerse del ocio, se negaba la posibilidad de que los negros y los indios estuviesen capacita- dos intelectualmenie para poder aprovecharlo igual que los blancos (Hollin- ger-Capper, 1989, p. 150): «En general, su existencia’parece participar mds de la sensacién que de Ia reflexion. A esto debe atribuirse su disposicién a dormir cuando se abstraen de sus diversiones, y del desempleo de sus labores. Un animal cuyo cuerpo estd en descanso, y que no medita, estd naturalmente dis- puesto a dormir. Compardndoles por sus facultades de memoria, razon @ imaginacién, me parece, que en memoria ellos son iguales a los blan- cos; en razon bastante mds inferiores, puesto que apenas pueden com- prender las investigaciones de Euclides; y que en imaginacién son mds torpes, sin gusto, y anémalos. [...] Nunca pude encontrar a un negro que hubiera exprésado un pensamiento mds alld del nivel plano de la narracién; ni si quiera vi unas minimas cualidades para la pintura o la escultura. En miisica generalmente estén mds dotados que los blancos con ofdo preciso para el tono y el tiempo, los cuales son bastante capa- ces de aprehender con rapidez. Si son igual de virtuosos para componer una melodfa mds extensa, o una armonta complicada, todavia esté por demostram. Naturalmente, no debemos criticar la cita de Jefferson —nada més y na- da menos que el redactor de la Declaracién de Independencia de los Esta- dos Unidos como un episodio aislado y fuera de contexto. Esta forma de ver las cosas era cominmente aceplada y compariida por la gran mayoria de los estratos sociales de la época. Lo que no deja de ser contradictorio es que se mantuviese este sistema de valores y al mismo tiempo se profesara famajia aficién al chocolate, al café, al #8, al tabaco, al rapé o al opio, substancias que poco antes se habfan considerado propias de hombres pri- mitivos e incivilizadés, 9.2, LA ILUSTRACION Y EL ROMANTICISMO La preocupacién moral por el empleo del tiempo libre siguié estando pre- sente durante los siglos xvill y XIX, manifestandose-repetidamente-en el dmbi- to-de-le-educative.-En-1Z39 aparecié en-Francia.unc_obra_titulada_ Dis sur emploi des loisirs, sin indicacién de autor pero con la aprobacién del -58- rey, que presentaba cuatro puntos vélidos sobre los que fundamentar la utili- zacién del tiempo libre (Monera Olmos, 1984, p. 316): «El ocio no es itil mas que si es bien empleado; es entonces solamente cuando puede ser ventajoso para el hombre que se entrega a ély a la so- ciedad general de la que es miembro. Cuatro aspectos indican con certe- za que una actividad de tiempo libre es ventajosa para el que la elige: le hace feliz, le ensena a conocerse, le ayuda a cambiar, le perfecciona». También en la famosa Enciclopedia francesa de 1751 se definia el ocio con este sentido edificante caracteristico de la scholé griega (Munné, 1980, p. 42}: «Ell ocio es el tiempo vacio que nuestras obligaciones nos dejan y del que podemos disponer de manera agradable y honesta; si nuestra educacion hha sido adecuada y se nos ha inspirado un vivo deseo hacia la virtud, la historia de nuestras actividades libres sera la parte de nuestra vida que més nos honrard después de la muerte, y que recordaremos con el mayor consuelo isna vez llegado el momento-de tener que abandonar Ia vida: la parte de las buenas acciones realizadas por gusto y con sensibilidad, s6lo determinadas por nuestro propio beneficio». Junto a reflexiones filosdficas como éstas, otras disposiciones legales y el sermonario moralista habitual, los instrumentos de poder absoluto supie- ron ingenidrselas para controlar cualquier sintoma de ociosidad que se sa- liese de lo esttictamente permitido. Una de las iniciativas mds ocurrentes a este respecto fue la reglamentacién de a loteria nacional —en Espafia en 1763, bajo el reinado de Carlos Ill—, como una forma de crear en el pue- blo unas expectativas de felicidad pecuniaria que a su vez contribuyeran generosamente a engrosar las arcas del Estado. Las rifas y sorteos de pre- mios habian existido mas o menos desde siempre —en Roma en la fiesta de las Saturnales, en la Edad Media a nivel local, y en el Renacimiento y Barro- co con cardcter real—, pero es ahora cuando se promueven de manera ofi- cial, como un medio de difigir desde arriba el ocio de la gente. EI Romanticismo, en fin, parecié responder a todas las inquietudes que despertaba el tiempo libre como fendémeno ambiguo que debia decantarse hacia cuestiones mdé edificantes. La vuelta hacia el pasado artistico se con- virtid en pretexto para viajes contemplativos: por toda la Europa Meridional, principalmente por Italia y Espaiia. Estos viajeros romanticos solfan acompa- fiarse de un cuaderno de notas en el que dibujaban o apuntaban detalles curiosos extraidos de sus vivencias personales. No cabe duda de que estas actividades gozaron“en muchas ocasiones dé”un’ cardcter inicidtico muy acorde-correl-espiriiv-ayeniurero-e-individuatisia-de-tos-romaniicos; pero-su dimensién cultural resulta evidente. Por otra parte este turismo, bastante pré- -59- ximo al de hoy en dia, entronca igualmente con el de aquellas excursiones arqueolégicas de los eruditos del Renacimiento. Con Ia Ilustracién, las expe- diciones adquirieron un cardcter mas cientifico' que lddico, intereséndose, por conocer de manera empirica las riquezas naturales de nuestro mundo. Asi, desde muchos organismos oficiales comenzaron a subyencionarse via- jes de exploracién dirigidos por botinicos, zodlogos, gedgrafos, marinos, historiadores, etc. En consonancia directa con esta serie de preocupaciones, se fundaron por toda Europa multitud de Academias, Ateneos, Museos y So- ciedades Filantrépicas dedicadas al estudio y conservacién del patrimonio cultural. La Revolucién Francesa secularizé la vida europea de la época, y la Igle- sia fue perdiendo su influencia en la regulacién de los tiempos; disminuyeron las fiestas religiosas y aparecieron las civiles, hasta el punto de proponer Gil- bert Rome; en Francia, un nuevo calendario de doce meses de treinta dias ca- da uno, al final de los cuales seguian cinco dias llamados complementarios. El calendario republican, que se mantuvo vigente de 1793 a 1806, suprimia el domingo y alteraba, por consiguiente, la relacién tradicional entre el trabajo y el tiempo de reposo (Monera Olmos, 1984, p. 317). Durante la Revolucién Industrial, el control de los horarios laborales pa- sé a manos de los empresarios burgueses liberalistas, quienes aumentaron la jornada y Ia intensidad de un trabajo sometido a los ritmos acelerados que imponian las maquinas.-El sentido del trabajo cambié completamente, pues dependia de una cadena de produccién en la que el obrero era sdlo una pieza mds del engranaje de la fabrica, y toda relacién existente entre el estuerzo desarrollado'y el producto manufacturado final desaparecia, al contrario de lo que ocurria en el trabajo artesano o campesino. Esta evolucién radical del sentido del trabajo provocada por el sistema econémico capitalista configuré la moderna relacién sociolégica entre el tra- bajo y el tiempo libre. El ocio no tenia lugar més que como momento de descanso y reposicién de fuerzas para continuar trabajando, y el tiempo se dividié en productivo y no-productivo, basdndose nicamente en un criterio de utilidad. El ocio se consideré entonces como algo casi innecesario y sin valor, de forma que casi todo el tiempo se obligaba a dedicarlo al trabajo, en jornadas de doce, catorce y hasta dieciséis horas, incluso para nifios. En definitiva, que la moral puritana del «ganards el pan con el sudor de tu fren- te» expresé de esta forma todo su significado. La dificil andadura del proletariado por tratar de reducir su tiempo de trabajo y aumentar a la vez la cantidad de tiempo libre disponible, unide a la justa teivindicacién por la democratizacién del ocio a todas las clases, serdn dos de los argumentos clave para la lucha por los derechos sociales en el mundo contempordneo. ~60- Bibliografi iS z ANDREE, J. ‘otium dans Ia vie morale et intellectuelle des Romains, des origines a I’époque augustéenne. Paris, PUF, 1966. BARTHEMY, S.-DOUREVITCH, D.: Les loisirs des Romains. Paris, 1975. BONET CORREA, A.: Fiesta, poder y arquitectura. Aproximaciones al Ba- rroco Espafiol. Madrid, Akal, 1990. BONILLA, L.: La danza en el mito y en la historia. Madrid, Biblioteca Nue- va, 1963. BURCKHARDT, J.: La cultura del Renacimiento en tialia. Madrid, Iberia, 1946, CACERES, B.: Loisir et travail du moyen ge & nous jours. Paris, Editions du Seu, 1973, CASTIGLIONE, B.: El cortesano. Madrid, Catedra, 1994. CLAVEL-LEVEQUE, M.: L'empire en jeux. 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