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Joan A. Medrano Cucurella

Lec. Mr. 16, 9-19; 1 Co. 15, 1-14

Lucas 24, 1-35

Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe (1 Co. 15,14)

Cómo es la resurrección no lo sabemos, y está bien un poco (o mucho) de


misterio en la vida ya que eso, de vez en cuando, nos recuerda que algo se escapa
a nuestra intelectualidad y que todo en la vida no es fruto de ella.

Somos poco conscientes, pero en la vida resucitamos muchas más veces de las
que creemos. Todas esas etapas que pasamos malas, por las cuestiones que sean,
y que nos permiten saborear posteriormente de manera profunda los buenos
momentos de la vida, son pequeñas pasiones que evidentemente conllevan
resurrecciones.

En estas situaciones, Cristo siempre está con nosotros, pero su presencia, tan
peculiar y real, muchas veces se da en la ausencia más total. Y no es que Él se
vaya, es que cuánto más cerca lo tenemos, menos lo vemos y si no que se lo
pregunten a los apóstoles, que lo acompañaron durante toda su vida pública sin
entender nada y cuando resucita y no le ven, empiezan a encajar las piezas. Lo
mismo que los discípulos de Emaús, que lo sintieron de verdad en la ausencia,
tras haber caminado juntos.

Aquí entramos en el misterio más hondo de la fe, porque la comunión más


profunda e íntima con Cristo siempre sucede en la ausencia. Hay muchas cosas
de la vida pública de Jesús que nos llaman la atención, nos resultan chocantes y
todo lo que queramos, pero Él está ahí. Tras la resurrección está, pero ya no hay
manera de verle y gracias a esa ausencia, paradójicamente, lo podemos tener más
cerca. Porque su ausencia física significa presencia permanente del Espíritu de
Cristo, del Espíritu Santo

Inexplicable pero es así. Tampoco sabemos nada de cómo será esa resurrección
nuestra. Todas las imágenes que podemos utilizar pueden ser válidas como meras
y lejanas aproximaciones a esa realidad que viviremos algún día y que otros
disfrutan ya.

Esto no debe llevarnos a no decir nada sobre la Resurrección. Tenemos que


anunciar la Resurrección de Cristo de manera que la gente mire y vea, que es
muy importante.

Anunciar la Resurrección a creyentes y no creyentes es decirles que Dios sigue


de nuestra parte, que quiere que nos desarrollemos como personas en igualdad y
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respeto con la tarea de hacer del mundo un lugar justo y de la Iglesia un signo de
la cercanía de Dios.

Es decir que la forma de comportarse Jesús, se ha convertido en el barómetro con


que medir nuestro propio comportamiento y la doctrina que transmitimos.

Es decir que los cuerpos de los seres que amamos (y los de todos, pero siempre
nos afecta más lo más cercano) están destinados a la vida, a la alegría y que todos
brillaron (y brillamos), un poquito ya, en aquel amanecer de la Resurrección de
Cristo.

Es decir que si Jesús ha resucitado, todo ha comenzado a crecer hacia la plenitud


y pese a los horrores del mundo y de la vida, cualquier logro positivo, por
pequeño que sea, es un anuncio de Resurrección.

Es decir que Jesús está, que sigue, que nunca se fue y que anima a todos aquellos
que, en cualquier parcela de la vida, hacen lo posible por mostrar los efectos de la
Resurrección. Estos efectos tienen de hecho muchas facetas y todas positivas.

Me consumo suspirando por los atrios del Señor,


todo mi ser se estremece de gozo anhelando al Dios vivo (Sal 84,3) , dice el
salmista.

Para manifestar algo hay que sentirlo y sentirlo desde lo hondo de nuestro ser

Todas las pequeñas resurrecciones que hemos experimentado, nos han causado
una gran alegría, incomparable por otra parte, con la alegría de la Resurrección,
pero podemos decir que hemos experimentado el gozo y el placer y encontramos
la manera de manifestarlo a los demás. Pero con el centro nuclear de nuestra fe,
con la Resurrección de Cristo, que es también la nuestra, encontramos cierta
dificultad para manifestar la alegría.

Alguien tachado (tópicamente) de persona poco alegre como Lutero describía el


cielo como el lugar en el que el hombre jugará con el cielo y la tierra, el sol y
todas las criaturas, y añadía, y todas las criaturas conocerán el placer, el amor, la
alegría contigo y Tú con ellos, incluso corporalmente. ¿Por qué no vivir el cielo
aquí, ahora en la tierra y manifestarlo? ¿Por qué dejar el gozo y el placer de la
Resurrección siempre para después?

Gracias a los sermones de Basilio de Cesarea en el siglo IV, sabemos que en la


celebración de la Pascua de Resurrección, las mujeres bailaban sobre las tumbas,
y sin velo, para manifestar en la comunidad y a la comunidad, la alegría de la
Resurrección de Cristo. ¿Dónde hemos dejado la espontaneidad?

Hablamos en voz baja, decimos, muy bajito: ¡Cristo ha resucitado, aleluya! ¿Es
así como buscamos y anunciamos al Dios vivo?
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Decía Joseph de Maestre que la razón solo puede hablar, que es el amor el que
canta, y yo añadiría, y le cuerpo el que expresa. dejar que nuestra vida exprese lo
que sentimos, porque sentimos la Resurrección, ¿verdad?

Jesús proclamó bienaventurados a todos los desgraciados de la tierra. En Él se


cumplen todos los sueños del hombre, porque es el Camino, la Verdad y la Vida
y como siempre, no hizo nada para sí, sino que resucitó para nosotros. Sabemos
que Jesús disfrutaba de la vida y no era reacio a participar de la fiesta.

No le hagamos a Dios esta jugada, porque no estamos celebrando sólo para


ahora, celebramos también para el futuro. La Resurrección nos desinstala de la
comodidad del día a día, nos abre horizontes dignos de ser explorados y
comunicados a los demás.

A nadie le podremos explicar como fue el hecho de la resurrección de Cristo ni


cómo será la nuestra, pero sí le podremos decir que no lo deje todo para el final,
que la seguridad del más allá tiene que removernos a vivir aquí de manera plena
aceptando los retos, las inquietudes, las esperanzas.

Puestos a mirar a lo que otros nos dijeron, miremos a los artesanos de la Edad
Media. Ellos representaban la Resurrección de Cristo en sus relieves con un
huevo que se rompía, simbolizando el sepulcro que quedaba vacío y la vida que
de él salía.

¡Rompamos el cascarón nosotros!

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