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En una ocasin estaban Quevedo y el joven rey, iban subiendo unas escaleras, y se le
desat el zapato [a Quevedo]. Y al atrselo, como se le puso el culo en pompa, le dio el
rey un manotazo en el culo para que siguiera, y Quevedo se tir un pedo.
Le dice el rey:
Hombre, Quevedo...!
Y [Quevedo] contest:
Cuando acab la lectura del primero, quiso conocer la opinin del maestro:
Entre sus famosas ancdotas se encuentra la que le sucedi al encontrarse con una
mujer en un balcn. La mujer, al ver al escritor, comenz a insinuarsele hasta que lleg
a un punto en el que Quevedo subi al balcn gracias a una polea que haba. Lo que
ignoraba es que a la mujer le acompaaban unos amigos, que eran quienes tiraban de la
polea y que todo era una broma. Cuando recorri la mitad del tramo que va desde la
calle al balcn, dejaron al escritor colgado mientras los amigos de la mujer se rean de
l. Esta situacin caus gran espectacin entre los viandantes, lo que alert a la guardia
nocturna. Cuando llegaron a instaurar el orden preguntaron:
Quin vive?
Soy Quevedo, que ni sube, ni baja, ni est
quedo
Cuentan que en el XVII, momento en el que las medidas de higiene de las ciudades
espaolas (como las del resto de Europa, no nos engaemos) eran inexistentes, la gente
meaba en cualquier lugar, eligiendo casi siempre rincones entre edificios o portadas de
las casas. Como medida disuasoria algunos vecinos colocaban hornacinas con santos y
cruces y como el respeto que se tena en esos momentos a la religin era casi reverencial
(bueno, y sin casi, que por esas calles andaban los Inquisidores) la gente evitaba vaciar
la vejiga en esos lugares. Quevedo, muy dado a transgredir normas, orinaba siempre en
el mismo lugar, el portaln de acceso a una casa. Los dueos, hartos, pusieron una cruz
pero ni eso disuadi al literato, as que a la cruz le aadieron un cartel con las siguientes
palabras:
"Donde se ponen cruces, no se mea"
La anecdota ms famosa fue la que involucra a la reina. Los amigos apostaron a que
Quevedo no era capaz decirle a la reina Mariana de Austria, segunda esposa de Felipe IV,
que sufra una cojera.
A esto Quevedo dijo que era capaz de decirselo en la cara sin que se enfadase.
Al parecer, la apuesta aument de cantidad ya que segn dicen "Mil dineros pusieron
sobre la mugrienta mesa y si Quevedo ganaba, recibira otros mil del Marqus de
Calatrava".