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Evaluación Continua
Así pues, la evaluación continua es una actividad fundamental dentro del conjunto
de actividades que se llevan a cabo en una institución docente, pues tiene por objeto el
seguimiento continuo de los aprendizajes en todos y cada uno de los escolares, en los que
se precisa la consecución de unos objetivos y unas metas que harán de ellos seres aptos
para la vida.
Así entendida, la evaluación es una práctica inherente a la propia acción
educativa, formando parte de ella de una manera solidaria e indivisible. No puede
concebirse un proceso educativo sin un sistema de evaluación que garantice y estimule
los progresos personales.
No obstante, no siempre se hace un buen uso de la evaluación, resultando a
veces incluso deformante. Algunos profesores aplican un solo examen, o dos, al final
de un largo período y juzgan el progreso del alumno sin tener en cuenta más datos.
Como consecuencia de ello, el alumno descuida la preparación diaria, no presta la
atención debida a las explicaciones y tampoco subsana las deficiencias de aprendizaje
porque no se le da la oportunidad de hacerlo.
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Es mejor rectificar a tiempo y sobre la marcha que más tarde, cuando los defectos
tienen difícil remedio. Como se ha dicho, el principal valor de la evaluación consiste en
permitir detectar una deficiencia apenas se produce, con lo cual se puede poner remedio
inmediato. Ningún alumno debe quedar obstaculizado en su proceso de culturización
ascendente por el hecho de no haberle prestado la ayuda necesaria en el momento preciso
que nos indica la evaluación.
Por otra parte, a falta de estímulo diario, no se crean hábitos de trabajo. Los esfuerzos
son discontinuos, cortos y ocasionales, sólo cuando “hay examen”. Es frecuente oír a los
estudiantes que han estudiado tanto o cuanto en los días de exámenes y nada en las fechas
exentas de pruebas. No hay más que observar con qué fuerza rechazan los intentos de control
que no han sido programados e incorporados a las fechas establecidas.
Además, la evaluación lo mismo sirve para calificar al escolar que para comprobar la
eficacia de los métodos de enseñanza.
De esta forma, y puesto que el rendimiento no se entiende como algo que aparece
repentinamente al final de un período de actividad, su evaluación puede, y de hecho debe,
llevarse a cabo de un modo constante. De esta manera se logra que interactúen los
objetivos, el rendimiento y la continua supervisión de los resultados.
Llevar la evaluación continua a la práctica implica, en primer lugar, tener muy claro qué
es aquello que queremos observar. El llegar a concretar las llamadas “unidades de
observación” es la primera dificultad que surge. Por unidades de observación se entienden
aquellos aspectos de la conducta del alumno que deben ser observados y tenidos en
cuenta.
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En la evaluación continua, un profesor no puede tener dudas, ante un examen, sobre
la calificación que tiene que dar, puesto que las actividades de los alumnos son observadas
continuamente, y por lo tanto evaluadas. Se trata de convertir la clase en una actividad
orientada hacia la consecución de objetivos cuyo alcance se hace patente a través de la
propia actividad. Basta entonces poseer y poner en práctica unos criterios de observación,
y la evaluación se hace continua con la misma actividad. De este modo el aprendizaje, la
evaluación y la recuperación son tres manifestaciones de una misma realidad.