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Curso Evaluación Educativa

Profesor: Jorge Fabres Campos


II Semestre - 2009

Evaluación Continua

Tenemos al alumno establecido en el nivel correspondiente y ha sido evaluado


inicialmente. Ahora el diagnóstico elaborado será útil para emitir un pronóstico de
resultados previsibles. El alumno, a partir de este momento, estará sometido a un continuo
y progresivo estudio valorativo por parte del profesor.

Este tipo de evaluación descansa en una fijación precisa de objetivos, y en una


programación de actividades ordenadas a la consecución de los mismos. Indiscutiblemente,
éste es uno de los principios esenciales de toda evaluación continua: evaluar sobre
objetivos previstos.

La evaluación continua posee un fuerte carácter de estímulo por realizarse al hilo de


la actividad educativa. No hay nada más motivador que el conocimiento inmediato de
resultados, pues ello orienta al alumno por el camino adecuado. Quizá empero, su
mayor valor radique en el diagnóstico inmediato, que evita la demora en la posible
recuperación. Por eso se ha afirmado que la evaluación progresiva es la base permanente
de la planificación diaria, semanal, quincenal del trabajo escolar.

Así pues, la evaluación continua es una actividad fundamental dentro del conjunto
de actividades que se llevan a cabo en una institución docente, pues tiene por objeto el
seguimiento continuo de los aprendizajes en todos y cada uno de los escolares, en los que
se precisa la consecución de unos objetivos y unas metas que harán de ellos seres aptos
para la vida.
Así entendida, la evaluación es una práctica inherente a la propia acción
educativa, formando parte de ella de una manera solidaria e indivisible. No puede
concebirse un proceso educativo sin un sistema de evaluación que garantice y estimule
los progresos personales.
No obstante, no siempre se hace un buen uso de la evaluación, resultando a
veces incluso deformante. Algunos profesores aplican un solo examen, o dos, al final
de un largo período y juzgan el progreso del alumno sin tener en cuenta más datos.
Como consecuencia de ello, el alumno descuida la preparación diaria, no presta la
atención debida a las explicaciones y tampoco subsana las deficiencias de aprendizaje
porque no se le da la oportunidad de hacerlo.
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Es mejor rectificar a tiempo y sobre la marcha que más tarde, cuando los defectos
tienen difícil remedio. Como se ha dicho, el principal valor de la evaluación consiste en
permitir detectar una deficiencia apenas se produce, con lo cual se puede poner remedio
inmediato. Ningún alumno debe quedar obstaculizado en su proceso de culturización
ascendente por el hecho de no haberle prestado la ayuda necesaria en el momento preciso
que nos indica la evaluación.

Por otra parte, a falta de estímulo diario, no se crean hábitos de trabajo. Los esfuerzos
son discontinuos, cortos y ocasionales, sólo cuando “hay examen”. Es frecuente oír a los
estudiantes que han estudiado tanto o cuanto en los días de exámenes y nada en las fechas
exentas de pruebas. No hay más que observar con qué fuerza rechazan los intentos de control
que no han sido programados e incorporados a las fechas establecidas.

Además, la evaluación lo mismo sirve para calificar al escolar que para comprobar la
eficacia de los métodos de enseñanza.

La evaluación significa reflexión, y tanto es punto final como punto de partida,


puesto que se realiza para fundamentar actuaciones posteriores. De ahí la necesidad de
que se tenga un conocimiento próximo e inmediato de los aprendizajes. La evaluación
nos lleva a determinar si lo que hemos hecho vale o no vale, sirve o no sirve.

En efecto, los aprendizajes suponen en sí mismos una complejidad, porque se


realizan en sujetos en los que juegan papel decisivo los factores aptitudinales y emotivos y
son función de la singularidad que significa cada uno en particular. No es probable que se
den ritmos de aprendizajes homogéneos entre escolares; por lo tanto, es preciso
personalizar la evaluación si se quiere estar al día de los progresos de cada estudiante y
aprovechar bien sus recursos potenciales.

En conclusión, para evaluar con acierto es necesario comprobar los progresos de


los alumnos, no sólo al final del proceso, sino desde su principio y a lo largo del mismo,
para no alejarse de la trayectoria individual y sintonizar con el ritmo de los distintos
aprendizajes. La evaluación debe estar presente desde el principio de la acción
educadora. No es algo que surge al final para comprobar unos resultados.

De esta forma, y puesto que el rendimiento no se entiende como algo que aparece
repentinamente al final de un período de actividad, su evaluación puede, y de hecho debe,
llevarse a cabo de un modo constante. De esta manera se logra que interactúen los
objetivos, el rendimiento y la continua supervisión de los resultados.

Llevar la evaluación continua a la práctica implica, en primer lugar, tener muy claro qué
es aquello que queremos observar. El llegar a concretar las llamadas “unidades de
observación” es la primera dificultad que surge. Por unidades de observación se entienden
aquellos aspectos de la conducta del alumno que deben ser observados y tenidos en
cuenta.

El siguiente problema que presenta la evaluación continua es el análisis de las


tareas realizadas por el alumno. Si se ha especificado suficientemente los objetivos que
queríamos que alcanzase el alumno, nos va a resultar más fácil esta tarea de análisis, ya que
se limita a constatar la superación o no de unas metas concretas y concisas.

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En la evaluación continua, un profesor no puede tener dudas, ante un examen, sobre
la calificación que tiene que dar, puesto que las actividades de los alumnos son observadas
continuamente, y por lo tanto evaluadas. Se trata de convertir la clase en una actividad
orientada hacia la consecución de objetivos cuyo alcance se hace patente a través de la
propia actividad. Basta entonces poseer y poner en práctica unos criterios de observación,
y la evaluación se hace continua con la misma actividad. De este modo el aprendizaje, la
evaluación y la recuperación son tres manifestaciones de una misma realidad.

Algunas técnicas de evaluación continua: Observación de los trabajos realizados en


clase y fuera de ella, preguntas orales de carácter colectivo, preguntas individuales,
preguntas rápidas de corrección automática, a todos o una parte de los alumnos, realización
de comentarios de texto, de imágenes, mapas y diagramas, exposiciones orales de los
alumnos ante sus compañeros, formulación de problemas y cuestiones de la vida real,
autoevaluación del propio trabajo y evaluación entre los estudiantes.

Favorecen la evaluación continua la clase activa y participativa, y la perjudican las


clases magistrales, la enseñanza frontal y expositiva, y el desconocimiento de las técnicas
de observación.

Podrían indicarse varios sistemas docentes que posibilitan la evaluación continua.


Veamos los tres más representativos:

a) Seguimiento pormenorizado de los objetivos que va consiguiendo cada


alumno o alumna a lo largo del curso. El problema de la heterogeneidad en los ritmos de
aprendizaje se puede resolver ofreciendo objetivos individuales a los más avanzados y
reforzando el trabajo de los más retrasados con objetivos comunes.

b) División del tiempo docente en dos periodos didácticos. El primero, de


unos quince días, destinado a los objetivos comunes, y el segundo, de otros quince días
aproximadamente, destinado, unos alumnos a recuperar, y otros, a los objetivos
individuales u optativos.

c) Controles diarios orales o escritos, semanales, quincenales, mensuales y


trimestrales. Se trata de un sistema de exigencia continua y acumulativa por el que se puede
conseguir un trabajo al día de los estudiantes y, por lo tanto, un aprendizaje continuado. En
cada evaluación son evaluados los objetivos propios de la evaluación más los comunes de la
anterior o anteriores, de suerte que al final del curso las evaluaciones son globales,
consiguiendo un dominio bastante seguro y actualizado de los objetivos programados.

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