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Epicuro
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Epicuro

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En este volumen se aborda la filosofía de Epicuro (341 - 270 a.C.), que constituye una revuelta contra los grandes maestros de su pasado: Demócrito, Platón y Aristóteles. Su pensamiento representa una renovación vital que promete al hombre una realización verosímil en el mundo, sin falsas promesas ni exigencias imposibles. El hedonismo, pilar fundamental de su filosofía, no consiste para Epicuro en una mera búsqueda desenfrenada del placer, sino en una práctica sofisticada que busca evitar la turbación del alma. Todo ello en el marco de su escuela, el Jardín, pequeño refugio que, basado en la concordia y la amistad, fue capaz de proteger al hombre epicúreo de las acechanzas de un mundo cada vez más convulsionado tras la disolución del Imperio de Alejandro Magno.
LanguageEspañol
Release dateAug 10, 2016
ISBN9789505566747
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    Epicuro - Esteban Bieda

    Epicuro

    Epicuro

    Estudio preliminar, selección y traducción de textos de

    Esteban Bieda

    Índice de contenido

    Portadilla

    Legales

    Estudio preliminar

    I. La revuelta filosófica de Epicuro

    II. Una nueva filosofía desde el Jardín

    III. Una ética hedonista

    IV. El tópico de la muerte

    V. Una física de cuño atomista:

    VI. La revuelta de Epicuro

    VII. Reapropiaciones de Epicuro en la modernidad

    Selección de textos

    Carta a Meneceo

    Máximas capitales

    Gnomologio Vaticano

    Carta a Heródoto (selección)

    Selección de testimonios y de fragmentos de obras perdidas

    Bibliografía

    Agradecimientos

    Diseño de tapa e interior: Margarita Monjardin

    ©2015, Esteban Bieda

    ©2015, Queleer S.A.

    Primera edición en formato digital: julio de 2016

    Digitalización: Proyecto451

    Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.

    Inscripción ley 11.723 en trámite

    ISBN edición digital (ePub): 978-950-556-674-7

    Colección La revuelta filosófica

    Dirigida por Lucas Soares

    ESTUDIO PRELIMINAR

    I

    LA REVUELTA FILOSÓFICA DE EPICURO

    Y así han también vivido hombres singulares, así se han sentido permanentemente en el mundo y al mundo en sí, y entre ellos uno de los hombres más grandes, el inventor de una manera heroico-idílica de filosofar: Epicuro.

    Friedrich Nietzsche (1)

    La filosofía antigua ha sido, a lo largo de la historia de Occidente, un territorio recurrente no sólo para filósofos, sino también para poetas, científicos, teólogos e intelectuales en general. Rastrear los orígenes griegos de cualquier afirmación o idea propia fue, durante siglos, un modo prácticamente incuestionable de darle relevancia y envergadura filosófica. Una prueba más o menos evidente de esto es el hecho de que, con adhesiones y detracciones, las áreas principales de la filosofía occidental han sido, y siguen siendo, las griegas: ética, gnoseología, epistemología, estética, lingüística, política, historiografía, psicología, entre otras disci-plinas, fueron fundadas y desarrolladas, en sus primeras versiones, por pensadores griegos. Hay quien ha llegado a afirmar –aunque exageradamente, sin dudas– que toda la filosofía occidental no es más que un conjunto de notas a pie de página de la filosofía de Platón. Es difícil, en este sentido, encontrar algún filósofo de los últimos dos mil quinientos años que no haga referencia, aunque más no sea marginal, a cuestiones o problemas presentes en el pensamiento griego clásico.

    Sin embargo, con el correr de los siglos, y muy especialmente en las últimas décadas, la filosofía antigua fue encerrándose progresivamente en claustros académicos cada vez más especializados y ajenos, en muchos casos, a los temas y problemas que las propias teorías estudiadas abordan. Esto ha hecho que los especialistas en la materia se enfrenten con un interrogante que, poco a poco, fue adquiriendo tintes de acusación: ¿qué actualidad puede tener una investigación en torno al pensamiento de Parménides, Heráclito, Platón o Aristóteles? ¿Qué otro sentido, además del puramente histórico-arqueológico, tiene conocer el pensamiento de quienes han vivido en un mundo no globalizado, sin medios masivos de comunicación, bombas nucleares o redes sociales?

    Este interrogante es, así planteado al menos, demasiado vago, pues los filósofos griegos han tematizado una diversidad tal de problemas que, si hablamos de filosofía griega sin más, es tan sólo porque sus protagonistas han escrito y vivido en una misma época y territorio geográfico. La pregunta necesita ser, en ese sentido, especificada. Si por actualidad se entiende algo así como ¿qué tiene para decirnos hoy acerca del cosmos la física aristotélica, irremediablemente geocentrista?, la salida casi estandarizada sería que siempre es útil conocer el pasado para delinear mejor el futuro. Algo similar ocurre con los intrincados problemas metafísicos que los griegos han abordado, hoy más parecidos a una pieza de museo que al pensamiento acerca de la naturaleza del mundo contemporáneo y del hombre que lo habita. Sin embargo, más allá de las dudas, desarrollos y observaciones ulteriores que todo esto podría merecer, hay un territorio filosófico que parece más permeable a la diacronía: la filosofía práctica. Porque si es indudable que el mundo de los griegos no es nuestro mundo, las preguntas del hombre en relación con su propia vida no parecen haber cambiado demasiado, al menos esencialmente: qué está bien y qué está mal; el conflicto entre los deseos que presionan y la racionalidad que trata de contenerlos; las dudas acerca del placer como criterio para determinar los cursos de acción a seguir; el lugar del prójimo ante el insoslayable egoísmo que define a la raza humana, entre otras, son todas cuestiones que nos siguen interpelando como seres sociales que somos. Lo que suele denominarse filosofía práctica, esto es, el pensamiento acerca del porqué y el cómo de nuestras acciones en virtud de su corrección o incorrección, no resulta tan alejada, en sus versiones griegas, de nuestras propias problemáticas. Quizá la razón sea sencilla: desde sus orígenes, la filosofía práctica tuvo un objetivo claro y preciso, a saber: formular cómo los hombres podemos convivir del mejor modo posible, en armonía con nosotros mismos y con los demás. Aunque con excepciones, claro está, siempre se ha tratado de lo mismo: cómo ser feliz. Y ocurre que, en este terreno tan estrechamente vinculado con el hombre, las cosas no han cambiado tanto como en cuestiones cosmológicas, astronómicas, gnoseológicas o metafísicas. De allí que la actualidad de la filosofía antigua no sea, en este territorio, algo tan difícil de justificar, habida cuenta de la existencia contemporánea de éticas comunitaristas, universalistas o hedonistas, cuyos fundamentos pueden rastrearse en sus pares griegos.

    En el presente libro nos dedicaremos a exponer la obra de uno de los filósofos griegos cuyo pensamiento sigue resonando en la actua-lidad. Identificado como uno de los referentes del hedonismo, Epicuro fue un pensador comprometido con la consecución de las metas que su filosofía pregona: alcanzar una felicidad entendida como la obtención de la mayor cantidad de placer posible y la evitación de la mayor cantidad de dolor, tanto en el cuerpo como en el alma. La irrupción de Epicuro en la escena filosófica ateniense resultó, sin dudas, renovadora frente a referentes como Sócrates, Platón o Aristóteles. Según veremos, tras la caída del sistema político-cultural de la ciudad-estado griega, la pólis, Epicuro se diferencia tanto de sus antecesores que es posible considerarlo parte de algo así como una revuelta filosófica. Basta con ver, a modo de anticipo y resumen, las siguientes palabras de Ateneo, escritor del siglo II d.C.:

    Recordaré al más amigo de la verdad, Epicuro, quien era considerado feliz por no haber sido iniciado en la educación ordinaria. A quienes se acercaban a la filosofía de modo semejante, les acercó estas palabras: Te considero feliz porque, puro de toda educación, te aproximas a la filosofía (fr. 117). (2)

    Esa educación de cuya purificación surge la felicidad es ni más ni menos que la educación tradicional, aquella que, como veremos en lo que sigue, fue la del propio Epicuro quien, urgido por los tiempos, encontró un nuevo camino del filosofar capaz de asistirlo en un presente distinto al de los grandes maestros de su pasado. La filosofía epicúrea constituye, así, una revuelta contra ese pasado, una renovación vital que promete al hombre una realización verosímil en el mundo, sin falsas promesas ni exigencias imposibles. En su simplicidad, en su inmediatez y empatía, la filosofía epicúrea habría de hallar sus tintes revolucionarios.

    1- Nietzsche (1996 [1878]: 209).

    2- Citamos los fragmentos de Epicuro según la numeración de Usener (2010 [1887]), con la abreviatura fr. seguida del número de fragmento (salvo cuando se indica otra cosa).

    II

    UNA NUEVA FILOSOFÍA DESDE EL JARDÍN

    Epicuro en su contexto histórico y filosófico: las enseñanzas del Jardín

    Los años 323 y 322 a.C. constituyeron, sin dudas, un antes y un después en la historia de la Grecia clásica. En esos años no sólo murieron una serie de figuras fundamentales de la cultura ateniense como Aristóteles, Demóstenes y el cínico Diógenes de Sinope, sino también Alejandro de Macedonia, responsable de la magnífica expansión del imperio macedónico dentro y fuera de territorio griego. La importancia de estas muertes no radica, sin embargo, en el mero renombre de los fallecidos, sino en el cambio de época al que dieron lugar. Muchos historiadores de la Grecia antigua coinciden en hacer del año 323 a.C. la frontera que separa un período usualmente denominado clásico o propiamente griego, ­de otro denominado helenístico o helenístico-romano, período este último signado, en gran medida, por las consecuencias de la muerte de Alejandro Magno y la caída de su imperio en los terrenos político, económico, social, y cultural. (3) No obstante, si bien esto implica que la distancia que separa la filosofía socrático-platónica de la aristotélica no es cualitativamente equivalente a aquella que separa a Platón y a Aristóteles de la filosofía estoica o la epicúrea, la diferencia no resulta tan esencial como para descartar alguna clase de diálogo filosófico entre ellas. Es decir, aun cuando en cierto sentido el mundo griego de los siglos quinto y cuarto antes de Cristo dista mucho de la convulsionada era post alejandrina, con todo, tanto los estoicos como los epicúreos y los escépticos tenían herramientas conceptuales para descifrar el legado presocrático, socrático, sofístico, académico o peripátetico sin demasiada dificultad. En este sentido, sería recomendable discriminar la historia política de la historia de las ideas sin que esto implique, desde ya, un escorzamiento que autonomice radicalmente dos planos que en el fondo conviven en la conformación de una totalidad única. (4) Es decir, aun cuando la nueva realidad post alejandrina se distancie en diversidad de sentidos de un pasado que súbitamente se vuelve remoto, no debemos por ello creer que los pensadores de ese ‘nuevo mundo’ no retomen un estado de la cuestión legado por dicho pasado. Cierto es que, de todos modos, esta distancia tiene consecuencia críticas tanto en lo que respecta al modus filosófico anterior como a sus metas y resultados. No obstante, el hecho de que, por ejemplo, la física epicúrea sea fundamentalmente atomista (democrítea), da la pauta de la supervivencia de algo así como un suelo común que permite vincular al primer helenismo con los tiempos de la Academia, el Liceo, o incluso anteriores.

    Pero otro hecho relevante ocurre en el año 323 a.C. Epicuro, un joven nacido dieciocho años antes en la isla de Samos, visita por primera vez Atenas a fin de cumplir con los exámenes cívicos reglamentarios para poder ser inscripto como ciudadano con plenos derechos. Si bien no permaneció en Atenas durante mucho tiempo, no resulta un dato menor que el joven Epicuro haya estado presente en la ciudad precisamente en el año en que desaparecían grandes referentes del pensamiento griego, como Aristóteles, Demóstenes o Diógenes. Luego de esta primera visita a Atenas se traslada a la ciudad de Colofón, en el Asia Menor, para luego, diez años después, establecerse en Mitilene, principal ciudad de la isla de Lesbos. Cerca de Colofón, en la isla de Teos, vivía Nauxífanes, filósofo atomista discípulo de Demócrito, y en Mitilene existía una escuela de filosofía fundada por Aristóteles en sus viajes a Lesbos. Según algunos, Epicuro abrió en Mitilene su primera escuela de filosofía. (5) Luego de Mitilene vivió algunos años en la ciudad de Lámpsaco, famosa, como muchas de las ciudades de la costa de Jonia, por su riqueza y diversidad cultural y, también, por haber sido el sitio donde murió Anaxágoras, filósofo a quien el propio Sócrates afirma haber seguido de joven. (6) Como se ve, entre los dieciocho y los treinta y cinco años Epicuro vivió en ciudades con una marcada, a la vez que variada, tradición filosófica. (7) Finalmente, en el año 306 a.C. se instala definitivamente en Atenas, donde vivirá hasta su muerte en el año 270 a.C. Durante esos años, la ciudad se erige como centro intelectual de diversas escuelas filosóficas en disputa, muchas de ellas herederas de la Academia platónica y el Liceo aristotélico, pero muchas otras fundadas con posterioridad a los tiempos de Platón y Aristóteles. (8)

    Ya en Atenas Epicuro adquiere una propiedad cuya característica sobresaliente acabaría siendo su jardín, pues tanto él como sus discípulos encontrarán allí el lugar y contexto apropiados para llevar adelante lo que, como veremos en los apartados que siguen, no fue una filosofía de tipo abstracto o meramente teórico, sino un real y concreto modo de vida. Este Jardín, como terminó denominándose la escuela, no tenía pretensiones intelectuales, científicas o incluso políticas como las de la Academia o el Liceo –escuelas ambas cuyo carácter eminentemente dogmático se fundaba en las enseñanzas de sus fundadores–, sino que se trataba, más bien, de un retiro para la vida en común y la meditación amistosa de unas personas dedicadas a filosofar […]. Se buscaba, ante todo, una felicidad cotidiana y serena mediante la convivencia según ciertas normas y la reflexión según ciertos principios. (9) En efecto, en el Jardín era impensable un cartel como aquel que supuestamente colgaba en el pórtico de la Academia platónica: nadie entre que no sepa geometría. En el Jardín podía entrar cualquiera, sin necesidad de formación o conocimientos previos: no existe alguien más sabio que otro, afirma el fragmento 561 de Epicuro, echando por tierra, así, las nociones mismas de maestro y discípulo. (10) Algo similar comenta Diógenes Laercio: Epicuro se acercó a la filosofía tras reprochar a sus maestros, pues no habían podido interpretar para él lo relativo al ‘caos’ en Hesíodo (X, 2). (11) Esto hace que Epicuro vea en la filosofía transmitida por sus maes-tros algo estéril en términos prácticos, dado que el conocimiento de abstrusas teorías y laberintos dialécticos poco aportan para la obtención de placer y tranquilidad:

    Vacía es la palabra de aquel filósofo por acción de la cual no se cura ninguna afección del hombre. Pues tal como no existe ningún beneficio propio de la medicina si no expulsa las enfermedades de los cuerpos, del mismo modo ocurre con la filosofía si no expulsa la afección del alma (fr. 221). (12)

    Una filosofía que no sirva para alejar la afección (páthos) del alma es lisa y llanamente inútil. Esto debió ver Epicuro en muchos de los tratados filosóficos de su época y legados por la tradición, perocupados por discutir problemas demasiado alejados, a su juicio, de las inquietudes inmediatas que le generaba el estado actual de cosas. La filosofía debe servir para volver feliz al hombre: la filosofía es una actividad que con palabras y razonamientos procura una vida feliz (fr. 219). Sin embargo, no se trata, como se ve, de abandonar la razón o el lenguaje en pos de la frugalidad propia de una vida dedicada al ocio, sino de dirigir los esfuerzos dialécticos siempre a la obtención de placer y tranquilidad. Si esto supone, como condición de posibilidad, una ruptura con el pasado filosófico; si esto supone, como hemos visto en la cita de Ateneo más arriba, renegar de muchas de las figuras dogmáticas que signaban la filosofía de su época,

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