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CHARLES MOELLER LITERATURA bu SIGLO XX Y CRISTIANISMO Ill LA ESPERANZA HUMANA MALRAUX — KAPKA — VERCORS — SHOLOJOV — MAULNIER BOMBARD — FRANCOISE SAGAN — LADISLAQ REYMONT & EDITORIAL GREDOS MADRID TITULO DE LA OBRA EN SU ORIGINAL FRANCES LITTERATURE DU XX* SIECLE ET CHRISTIANISME EDITIONS CASTERMAN. PARIS ET TOURNAT CHARLES MOELLER LITERATURA ps SIGLO XX Yy CRISTIANISMO IE LA ESPERANZA HUMANA MALRAUX ~- KAFKA — VERCORS -- SHOLOJOV —~ MAULNIER BOMBARD -- FRANCOISE SAGAN — LADISLAQ REYMONT Version EsraNio.a ps VALENTIN GARCIA YEBRA RDETORIAL ci REDOS MADRID Quedan hechos los depésitos que marca la Ley Reservados todos los derechos para a versidn espafiola Copyright by Editorial Gredos, Madrid, 1957 Tallexes Gréfices «Jura, San Lorenzo, 11. Madrid. PROLOGO A LA TRADUCCION ESPANOLA Este tercer velumen de Literatura del sighe XX 4 cristianismo llega al ptiblico de lengua espafiola con bastante retraso. Sin duda compensaré al lector el resultado de esta demora: un volumen que, sin merma de su calidad, supera en mds de cien piginas al primero y en casi trescientas al segundo. Seguin el plan inicial de ta obra, e] autor pensaba estudiar aqui a los cinco autores siguientes: Kafka, Malraux, Vercors, Simone de Beauvoir y Thierry Maulnier. Aquel plan ha suftido modifica- ciones importantes: no sélo se ha alterado el orden en que se anun- ciaban los estudios, en lo que atafie a Malraux y a Kafka, sino que se ha dejado a Simone de Beauvoir para un volumen ulterior, y, en cambio, son estudiados otros cuatro autores: Sholojov, Bom- bard, Frangoise Sagan y Ladislao Reymont. El libro ha cobrado asi una amplitud imprevista. El autor se excusa diciendo que también a esperanza humana, que es el gran tema de este volumen, ha experimentado en los dltimos afies un desarrollo sorprendente. Pero el nuevo plan da tanta variedad al libro, que su mayor extensién es uno de sus atractivos. EL estudio sobre Malraux lena la primera parte. Es el mds ex- tenso, y quizd también el mds profundo. En él se abren perspec- tivas amplisimas sobre la historia en general, y en especial sobre fa historia del arte, consideradas desde un punto de vista que abarca sus implicaciones filoséficas y teoldgicas, El dedicado a Kafka, que 8 Literatura del siglo XX y Cristianiemo constituye la segunda parte, se acerca en extensién y profundidad al anterior. Charles Moeller, ganado por la atormentada hurnildad del gran eseritor cheeo, penetra con amor en el Jaberinto psicols- gico de Kafka, que es, en el sentido fundamental de este libro, el polo opuesto de Ja actitud malrauxiana. Ambas partes constituyen, por decirlo asi, el nuicleo denso de este valumen. Como fas faenas de una cosecha ubérrima, la lectura resultard a veces algo trabajosa, pero la cantidad y calidad del fruto endulzard el trabajo y ahuyen- tard la fatiga. En fa tercera parte, cambian el compds y ¢l tone, Se agrupan en ella los estudios dedicados a los seis autores restantes. Y, aunque la tensién es en cada caso tan grande coma en las dos partes prece- dentes, la relativa brevedad de cada estudio presta al conjunto un movimiento extraordinario. Los personajes. aqui descritos quedan en Ia memoria del lector como si, en vez de un comentario sobre las obras en que se mueven, hubiera leido las cbras mismas. El Piette Cange de Vercors, con sus hotribles recuerdos del campo de concentracién: el Grigori de Shofojov, altive y viclento, pero conocedor también de la ternura, semejante a un héroe de epopeya antiguia; todos los que aparecen en la «casa de la nochen de Maul- niet —el ministro Wernet, que quiere huir hacia el Oeste, con Catalina, su secretaria y amante; Ja pobre Lisa, fundamentalmente desgraciada; Lazaro Krauss, el carcdngel furioso de la esperanza marxistay: su camarada Hagen, desengafiado ya de esta esperanza y carente de cualquier otra, pero, al fin, abierto a la compasién humana; Lidia, tan dulce y frigil, simbolo de la inocencia aplas- tada por espantosas fuerzas invisibles; la extravagante condesa, el humorista y desgatrade Klossowski, el misterioso y profunde Ad- Jet; la emocionante aventura de Bombard, en que el propio escritor es protagonista: las inconsistentes heroinas de Francoise Sagan, abutridas y tristes en su aparente dicha, y, por fin, los cam- pesinos de Reymont, tan apegades al terrufio natal, pero ingenuos y misticos..., todos ellos, una vez leido este volumen, serdn amigos © conocides del lector, dificilmente olvidables. La Conclusién, en que el autor resume Ja sustancia del libro y expone mds directamente su actitud ante fa esperanza humana, acentiia el dificil optimismo de toda la obra: Jas tinieblas, la an- gustia, la opresin, el miedo, que atenazan a los humanos, son coino tos dolores inevitables de un nacimento trabajoso, pero que pondrd fin a la vida intrauterina y ciega en que todavia gime Ja humanidad. wae En fos dos volimenes anteriores, al fin de la presentacién de Ia traduccién espafiola, iba una lista de las obras mds importantes de los autores estudiados, Pero, teniende en cuenta que Charles Moeller, al indicat las obras y ediciones utilizadas, da al comienzo de cada estudio una nota bibliogedfica bastante completa ', nos limi- taremos aqui a sefialar las traducciones espaficlas de que tenemos noticia. André Matraux: Los conquistadores, trad. por José Viana, Ma- drid, 1929; Dias de desprecio, por Julio Gémez de la Serna, Madrid, 1936; Arte, ciencia y Libertad, por Luis Gatela Es- cascega, México, 1954; Las voces del silencio, por Damidn C. Bayda y Elva de Léizaga, Buenos Aires, 1956; La condiciéa humana, B. A. Franz Karka: La metamorfosis, Rev. de Occidente, 1945; Ameé- rica, por D. J. Vogelmann, Buenos Aires, 1950; EI castillo, por D. J. Vogelmann, Buenos Aires, 19513 EP proceso, por Vicente Meadivil, Buenos Aires, 1951. Bn el Catélogo de la distribuidora «Hispano Argentina de Libros», sin indicar traductor ni afio, se anuncian las siguientes obtass La condens, La maralla china, 1 Véase para Malraux, p. 43, 0. 23: para Kafka, p. 2655s. m. 2. 3 y 4s para Vercors, p. 435, n. 1; para Sholojay, p. 473s, n. fy 2: para Maaulnies, p. 516, n. 1; para Bombard, p. 582, n. 14; para Frangoise Sagan, p. 593, n. 13; para Ladislec Reymont, p. 606, a. 1. 10 Carta « mi padre y otros escrites y Cartas a Milena, publicadas pot EMECE; La colonia carcelaria y Paginas intimas, por Edi- ciones La Reja; Carta a su padre, por Ed, Alpe, y El guardidn dei sepulcro, por Ed. Losange. Vercors: No tenemos noticia de que haya sido traducida al es- pafiol ninguna de sus obras, Miguel StioLojov: Sobre ef Don apacible, por Vicente S. Medina y José Carbé, Madrid, 1930; El Don apacible, por Pedro Ca- macho, Bareclona, 1943; Campos roturados, por J. Ledesma y Me Teresa Leén, Barcelona, 1936. Thierry Mautner: Tampoco conocemos ninguna traduccién de sus ebras, Alain Bomparp: Ndufrago voluntario en wna balsa a través del Atldntico, por Francisco Payarols, Barcelona, 1953. Francoise: SaGan: Buenos dias tristega, por Francisco Oliveros, Mé- xico (s. a); Bonjour tristesse, por Noel Clarasé, Buenos Aires (6 a); Una cierta sonrisa, ed. Themis, Buenos Aires. Francoise Sagan acaba de publicar su tercera novela, titulada Dans un mois, dans un an. Ladislao ReYMONY: Los campesinos, por R. J. Slaby y Fernando Girbal, con introduccién y estudio critic de Fernando Girbal, 2 ed., Barcelona, 1953, Las obras de Kafka son citadas por Ch. Moeller unas veces segiin la traduecién francesa y otras por su propia version de la edicién alemana. En Jo que se refiere a Sholojow y a Reymont, Moeller cita siempre por la edicién francesa. La traduccién espafiola sigue en todos los casos la fuente utilizads por Moeller. Vv. GY. Ala «Cittd-fiore di Firenze y a su alcalde, Gior- gio La Pira, porque preparan los desposorios de la esperanza humana con la esperanga teo- logal; A la memoria de los doscientos sesenta y tres mineros de Europa mucrios en la catdstrofe de la mina de carbén de Cazier, en Mareinelle, al 8 de agosto de 1956; A los cuatrocientos seis nifios huérfanos desde aquel dia; A la memoria de los miles de hengaros y hiin- garas que, en octubre y noviembre de 1956, encarnaron nuestra esperanza humana, y vie- ron pisotear la verdad, pero prefirieron la muerte o el destierro a la esclavitud; A todos aquellos y aquellas que, en estas trage- dias de la esperanza humana, han perdido al «hijo de la promesas; A fin de que, como Abraham, «esperen contra toda esperanza...» Yahué dije a Abraham: «Abandona tu terra, iu familia y la casa de tu padre, por la tierra que te mostraé...» (GEN. XH, 1). INTRODUCCION La cuestién planteada en este libro es la misma que planted una muchacha de 15 afios: Amsterdam, viernes, 26 de mayo de 1944, Mas de una vez me pre- gunto si ne habria sido mejor, para todos nosuiros, no escondernos y estar muertos @ estas horas, antes que pasar por toda esta miserias so- bre todo, por nuestros protectores, que, asi, no estarfan en peligro. Pe- 10 slo pensar esto nos hace retreceder: atin amamos la vida; no he- mos olvidado atin Ja vor de {a naturalezas atin tenetos esperanza, frente te a tode y contra todo. Martes, 6 de junio de 1944. Lo mas hermoso del desembarco es ef pensamiento de volver a accecarme 2 mis amigos, A pesar de haber te- nido ef cuchillo a Ja garganta, a pesar de haber sido oprimidos tanto tiempo par esos hortibles nazis, ao podemos dejar de sertienes impreg- nados de confianza al pensar en [a salvacién de nuestros amigos. Margot dice que a lo mejor podré, al fin, ira fa escuela para sep- tiembre o para ectubre, Ana Frank era judia, y tuve que esconderse durante aneses, en la trastienda de una casita holandesa. Bi texto que acabe de citar lo encontré en un libro de estampas dedicado a {stacl. En frente, 16 Literatura de siglo XX _y Cristionsmo a toda pagina, la fotografia de una adolescente. Esta eva en su mano alzada an pequefio abeto: une de los seis millones que la javentud va a plantar cerca de Jerusalén: bosque de los martires, bosque de los «seis millonesn de judios asesinados por los nazis, y testimonio de que el desierto vuelve a florecer. Esta adolescente. pa- rece pensar en Ana Prank, de la que me dice un texto que no fué a la escuela, porque «murid, deportada, en el campo de Bergen- Belsen», La cabeza de la muchachita esta ligeramente vuelta hacia el que contempla ef libro (a su derecha se perfila el brazo de un muchacho, que lleva también un retofio de abeto); su cuerpo esta envuelto en telas pesadas, por encima del pantalén masctilino; sélo un leve pafiuelo de seda feminiza la silueta; sus rasgos son infan- tiles, pero graves, porque los jévenes de esta generacién han ere- cido de prisa; ei cabello es espeso, peinado 4 la diable, negro y duro; fos labios, fines y llenes. Son sus ojos los que no pueden ser olvidados: ampliamente abiertos, serenos y oscuros; mivan, Alli esta lx esperanza, que nace, inserita en un gesto, y can- tada por Ezequiel cuando dijo: «Hijo de hombre, estos huesos son toda a casa de Israel. He aqui que dicen: nuestros huesos estén resecos; nuestra‘esperanza, destrufda...» Asi habla el Ererno: «Yo abriré vuestros sepulcros, yo os haré salir de vuestros sepuleros, ch pueblo mio, y os Hevaré de nuevo a la tietta de Israel», A qué «tierra de Israel» ba vuelto Ana Frank aqui abajo? La pregunta nos la hace esta muchacha judia, porque el pueblo de Is- rael es la imagen mds desnuda, la mas vulnerable, la mds verda- dera, de Ja condicién humana, La misma pregunta nos hacen esos millones que han muerto, cautives y angustiades, en sus cucrpos o en sus almas: «¢Qué habéis hecho de la esperanza de los hom- bres? gQué habéis hecho del Sefior, esperanza del mundo?» u «Vivimos en un tiempo en que muchos carecen de esperanger, afirma el Consejo Ecuménico de las Iglesias, reunide en Evanston ex agosto de 1954, Un testigo clarividente escribe, por su parte: cLa desesperanza ree a nuestra época, Nuestros contemporénees ya no aman fa vida. Padecen una tremenda gratuidad, Consienten en mor rit, a condieién de pensar que su muerte no sitve para nada. Aceptan, mds a regaiiadientes, vivir; pero con la misma condicién... Los observar cores mds perspicaces de nuestro tiempo deseubren, @ intervalas, una ine mensa aspiracin a Ja mucrte. Los pucblos se aburren. Los hoinbres no tienen apego 2 nada; ya no tienen fe en lo que hacen, ya no tienen #izones para vivir. El acontecimiento, la muerte, la guerta, los sorpren- derin en una horrible disponibilidad, despegados, prontes a cualquier aventura que fos releve del cuidaco de ocuparse de si mismos... Jeane Paul Sartre, en Los catinos de la Whertad, desctibe a» sus compatsio: tas en visperas del pacte de Munich. Los hécoes son toslos seres sin fa- milia, sin fe, sin patria, sin deberes ni amor verdaderos, hombres tris- temente Rbtes. Estin lejos de ser belicistas o excesivamente patriots, y» sin embargo, ef autor los muestra Jevantados, aspirados sin resisten- cia por fa aproximacién dele Acontecimiento, arrancados uno tras otzo de su existencia individualista por la amenaza, por la esperanza de la guerra, desarraigados sin esfuerzo, y luego bratalmente Hicenciados. por Ja paz de Munich, restituidos, con airentosa decepeidn, a on existencia insignificamte y mezquina, cayo vaclo han experimentado * En nombre de su generacién, la que tenia quince afios al ter- minar la guerra, un joven esctibe: Recogemos hoy los frutos del absurdo. Frutes secos, amargos, co gidos demasiado pronto, y que se tian al ptimer bocade. De este aby surdo se han nutrido varias generacioness nosotros merimas de él, Le que, en esto como en otras cosas, nos diferencia de nuestros herma- > L. EVELY, Lespérance, en Droit et Libertd, febrero, 1953. pp. 3-4. 2 _Literatura del siglo XX y Cristienismo Introduccién vp nos miyores es que nosotos vemos un comienzo donde ellos han vis- to un término, Para ellos, la nada era un fruto maduzo, en ef que mor- dian con delectacién. Desde Nietzsche hasta Sartre, los escritores han vivid de empadtonar el absurde; en cierto modo, el absurdo era un nuevo continente que explotar. Pero he aquf que todos los continen- tes se han sumergids, excepto éste, y es en éste donde setd preciso vivir en adelante. De su drido suelo tendremos que sacar auestro sus- tente 2. Demasiados ctistianos, pot su parte, han hecho de su «espe- ranza» una caricatura, una especie de coartada que encubre su di- misién frente a las tareas de Ja vida: Se parecen a un hombre asegurado contra incendics, No tome ef siniestro, rata vez piensa en é1, lo evita em lo posible, pero, en defi- nitiva, si un dia bubiera de producitse, no le cogeria desprevenido. ‘También, ellos pagan con tants regulatidad Ia prima de sus misas do- minieales, mds o menos completas, y de sue confesiones sin enmienda, gue se sienten tranquilos por ese lado. No es que rchusen ctecr en los acontecimientos que la lelesia anuncia. Los aceptan con docilidad, pero sin interés, sin ver en ellos nada que es atalia. Por otra parte, cuando Jas cosas van demasiado mal, cuando ef herizonte mundial se entencbrece, cuando fas relaciones familiates, sociales, internacionales, se envenenan, entonces declaran que se avecina el fin del mundo, ven en esto una respuesta prefabricada bara las cuestiones que no estén a sw aleauce, y ast se dispensan de 2 Paul VAN DEN Bosc, Les enfants de Pabsurde, cal. Opéea, Paris, 1956, p. 159. Este pequedio libro es un testimonio notable, pero que sdlo patcialmente responde a su titulo: las paginas sobre Ja pintura flamenca, sobre Ia arguitectura, euperan con mucho Ia visidn de Malraux y orientan en ef sentido de una significacién objetiva de lo reals por eso no se com, prende por qué el autor se obstina en citar a Malraux, Sartre, Camus, come tinicos representantes de la épocas su manera de hablar de Mauriac ¢s ca- racteristica de una desazdn: parece violentarse curndo afiema que el uni verso de Mauriac, segin ous ideales, asté superado; en realidad, Ia inquie- tud espiritual estd siempre presente. reactionat, de otar, de inventar y crear soluciones, y se descubren, complacides, un alma de Heles de la primitiva Iglesia *. If Hoy ya no se sabe lo que quieren decir fas palabras; «en los buenos tiempos pasados»; entonces Ja esperanza era «esperanza de... algo», aspiracién hacia un puerto, hacia una ensenada, que sefialaban los ojos, hicientes faros, de Ja «dulee amada», y que imantaba los esfuerzos def ndufrago. Se sabia muy bien que la es- peranza era ardua, que requerla esfuerzos —-y las damas imponian incluso algunas proezas suplementarias—; pero «la esperanza hace vivira, se deca, porque, algin dia, Hegard a pucrto. ¢Habremos «cambiado tode estov? Ahora, la esperanza sdlo puede nacer més allé de fa desesperacién: sin duda queremos; pero gsignifica esto que no pueda ser nunca satisfecha? gQue deba, so pena de convertirse en «una innoble complacencia hurguesay, ser «esperanza de nadap, exaltaci6n tanto mds fuerte porque se siente destinada al absurdo? Lo sé: cuando se habla de vuelta a una me- tafisica objetiva, hay que guardarse de una representacién ingenua- mente realista, de una recaida, de una «exposiciény en ef plano del «dato» brute. Pero «una filosoffa, por respetuosa que sea con la existencia, no poded dejar de suponer, por el hecho mismo de hablar y queter ilustrar, cierta estructura general de la existencia.... implica una inteleccién de lo que ye es; .. Ja aprehensién de lo real como real implica una sumisién a principios y valores que estén por encima det dato inmediato» 4. Estos términos, un poco abstractos, tienen al menos Ia ven- taja de recordar que la esperanza sin contenido se niega a si misma 2 L. BVELY, art. cit., p. 7. 4 A. og Wastiens, La philosophic de Martin Heidegger, Lovaina, 1942, pp. 301, 317-318. La carsiva es def autor mismo. ee Literatura del siglo XX y Cristianismo y sélo puede tenet realidad en un juego de palabras puramente li- teratio. Es cierto que Ja generacién presente «regresa del pais de la muerten, y ha experimentado [a maldad, el riesgo, la amenaza, que roe las empresas humanas; pero yo ne veo por qué «el mds alld de la desesperacién» ha de ser la ausencia de esperanza, la su- presién de todo valor y de toda verdad, el cnaufragion de toda tierra prometiday en las aguas del caos primitive. Basta yas Ja hora es demasiado grave para que podames atin pagarnos de palabras: Es indudable que hemos cultivado la desesperacién y que nos he- mos complacido en un nuevo romanticismo >. Yo no digo que estes «muchachos», come los Ilama cierto cri- tico, exageren, ni que «las cosas no son tan tristes», y que «acabardn arreglindosen, porque este optimismo no tiene nada que ver con la esperanza; pero apruebo a este mismo ensayista cuando escribe: No tenemos arquitectuta porque no ten: rat’ def mundo ¢, . 3 una concepeién ge- Le aplaudo més atin cuando afiade: Hoy, una tragedia demasiado continua aos invita a fa dicha, Tor da la accién de Nietzsche consistié en hacer afiicos una felicidad burs fade, para despectar en nosotros el deseo de una dicha merecida. Pero no quiso ver def todo que la densidad que él buscaba en el suftimienta podfa habitar en nuestras tentutivas de dicha 7. Millones y millones de hombres esperan la dicha. Y tienen ra- zént hay que tener el valor de decirlo. ¢Qué piensan estos hom- * BP. VAN DEN BoscH, Les enfants de Vabsurde, p. 18. * Did, pe 129. : * Ibid., p. I7L. Estos textos explican ta falta de légica de que hati on Ia nota 2. Introduccién ai bres de la cubierta de un semanario que muestra, en primer plano, soldades con casco, y en segundo plano, la humareda de incendios que devoran casas cuyas tejas redondas y rojas se adivinan, y en el horizonte, montafias descladas? Esta estampa se titula: Ofen- siva esperanza. Nle permitirfa recordar que «el papel lo soporta todo», si mientras tante ne me hubiera entetado de que voces hu- manas se han atrevido a denominar agi una operacién de guerra. Iv «Nuestro tiempo es wn tiempo de esperanza», proclama la mo- cién final del Congreso para la Paz y la Civilizacion cristiana, re- unido en Florencia en 1955, Para verlo asi, es preciso descifrar el sentido de los acontecimientos. Los cristianos deben convencerse de la ambigtiedad de todas las situaciones histéricas concretas, en las cuales han de encarnar su esperanza teologal *. Un pensador cris- tiano explica: * Sartre mismo parece, con harta frecuencia, tentado a sabandonar» el mundo, al menos segdn Merleau-Ponty: «La aparente paradoja de su obra, escribe el profesor del Colegio de Francia, consiste en que le ha hecho cé- lebre al describir un medie entre Ix conciencia y las cosas, pesado como las cosas y fascinante para la conciencia: la rafz en La ndusea, Jo viscoso 0 fa situacién en El ser y la nada, el mundo social aqul..., y sin embargo el pensamiento esti en rebeldia contra esi medio, en el que no encuentra inis que una invitacién a pasar de latgo, a recomenzat ex nihilo todo este mundo descorazonador» (Les aventures de la diclectique, p. 185). Sactre, a pesar de todo, produce fa impresiga de ser un mandarin. En cambio, el pensamiento de Merleau-Ponty ya no tiene absolutamente nada de racionalista; su petspectiva es fa de un campo de presencia intrasubjer tiva, ambiguo, histérice: su mundo filoséfico es «an mundo de sentido, y ol sentido esté siempre en devenics nuestro str e6, por consiguiente, un seren-camino: hacia un futuror. Nadie parte de un punto cero ab- soluto; todos los problemas se presentan en el enredija histbrico, forzosa- mente ambiguo, del cual es necesatio desprender un sentide. La esperanza 2 Literatura del siglo XX y Cristianismo 7 Muchos fildsolos y tedlogos se ocupan de los fines trastendentes ‘de tal modo que es pricticamente nula fa atencién que presian al sen- fido que se forma en ef mundo, a Ja esperanza que tenemos en este mundo, No comprenden las promesas que posee la vida «murdanar. Nuestra coexistencia (stmen-ziin) en el munda nos pone ante proble- mas que exigen toda nuestra atencién. Es un hecho may chocante! 3 duras penas se encucatra un filéscfo catdlico que pueda hablar com petentemente de! marxismo. Hay que buscar, como Sécrates (sic), Main para en mano, si se quiere hallar un filésofo catslico que se ocupe, de una manera profunda, de los problemas concretos de la comunidad mo- derna. Se buscan sin cesar las verdades eternas, pero se pasa de largo ante la que se refleja en el movimiento conceeto de la historia. Pot eso hay tanta distancia entre el pensador catdlico y el hombre corrientes nuestros pensadores se ocupan de las verdades eternas, de nucstra espe ranza teascendente; el hombre corciante es requerido por los problemas que atefien a nuestro futuro terrestre. Todo sucede convo si ef pensador catdlico temiera comprometerse en el «mundo de sentido ambiguor de Ja comunidad concreta. Y es que se inclina 2 buscar una especie de verdad que ciertamente no encontracs aqui... Hay también para nos- ‘otros una esperanza en este mundo... Bn esto, Merleau-Ponty nos muestra el camino *, Una de fas razones mis poderosas de Ja propagacién de la es- peranza marxista —y este libro dard algunos testimonios de ello—~ esté en esta dimision de la cristiandad: tiene, pues, un sitio central en ef pensamiento de Mecleau, mucho mas que en Sartre, pero sigue siendo contingente, esti presa en una situacién inex- tricablemente enredads, aunque fositiva. Intrasubjetividad, temporalidad inelustabie: tal es ef cuadro para realizar la esperanza come acercamiento a Jo real. Para Merfeau-Ponty, no hay esperanza més alld del horizonte de este mundo, ni mis fundamento de esta esperanza que el hombre mismo: pero, advertide esto, conviene notar que también para el cristiano, antes de Iz fijacién en la gloria final, todas las realizaciones concretas de la espe- yanza son ambiguas y frdgiles. (Todo esto es resumen del excelente articulo de R. C, Kwant, Maurice MerleauPonty en de Hoop in de wereld, en Kul- tuurleven, febrero, 1956, pp. 37-147), * RC, Kwanr, Ibid, p. 144, Introduccion B El suftimlenio y ef fracaso son Ja intervencién de Dios para que el hombre no se instale en una condiciéa que ne es la bienaventuranza a la que esté Hamado. En Ja historia de! Israel antigue, como en fa de Ja Iglesia, los enemigos y Jos adversarios ejercen una funcién pro- videncial. Cada vez que lz Iglesia deja perderse 0 descuida una pacte de la verdad de que es depositaria y que esté obligada a hacer fruc- tificar, se levanta un adversario, en nombre precisamente —jironia de la historia | de ese frigmento de verdad abandonado por Ia Iglesia, y ataca a la ctistiandad usando como arma esa verdad parcial, Pignsese en la utilidad del Renacimiento, que salvé a la Iglesia de la tentacién de dominio temporal y de tirania intelectual; piénsess en Nietzsche, que nes ayada a no convertir ef cristlanismo en una ética morbosat piénsese en Freud y en Marx, Cadz adversario ha sido indispensable a causa de un fallo de Ia cristiandad. Si la cristiandad ya no anuncie nada a los pobres. otros anunciarin a los pobtes Ia justiciat pero, al mismo tiempo, stacarin a la cristiandad y la devastarin, como en otro tiempo el asitio y ef egipcio atscaban a Israel y lo devastaban cuande era infiel al Dios de la Alianza. La verdad ya no puede estar ausente de Ia tierra. Cuando fa verdad deja de ser custodiada y servida con fuerza suficiente por el Cuerpo encargado de hacerlo, emigea y suscita un hombre 09 ua movimiento que se convierte en campedn de Ja pat- cela de verdad abandonada por [a cristiandad **, «La gran desgracia de la Iglesia en el siglo XIX es haber per- dido la clase obrera», decia Plo XI. Vamos a estudiar pacientemente la realidad, paca volver a ella, siguiendo las venas secretas del universo vivo, reveladas al que busca y espera, La esperanza de los hombres debe ser cultivada por Jos cristianos mds que por otro cualquiera, La esperanza humana no estd separada, aunque es distintz, de la esperanza cristiana. Pe- netro ahora en el «San Gotardo» de la cordillera que estoy explo- rando, porque la esperanza humana y la teologal constituyen el 1® C, TRESMONTANT, Essai sur la pensée hébraique, col. Lectio divina, Paris, 1953, p. 150. En vez de ia palabra «lglesia», yo preferiria 1a de «Cris tlandad». 24 Literatura del siglo XX y Cristianismo nudo de estos Alpes espirituales, Dedico un volumen entero a la esperanza de les hombres, porque no he queride absorber Jo bu mano en fo sobrenatural, Era preciso dar a la esperanze humana todas sus dimensiones, porque es verdad la sentencia de Maurise, proclamada en la Semana de los Intelectuales Catélicos, en noviem- bre de 1955: Hemos robado al Sefior, y el sesto del mundo no sabe dénde Jo he- mos puesto... Acaso fa grandeza de nuestro siglo consista en hacer que Cristo, si me es Heito hablar asi, vuelva a ser comunicable al resto del mundo. ¢Cuantos millones de hombres consideran al cristianismo como fa religion que sdlo salva «ef alman, cuando no Jo identifican con una evasién morbosa, una obsesidn de la came»™, un miedo de todo? v ¢Ayudard este libro a disipar tal equivoco? Este tomo ha co- brado una amplitud que yo no habia previsto. Pero también la es- peranza humana, desde hace tres afios, ha expetimentado un des- arrollo sibito. Se me criticard, sin duda, la eleccién de los autores, y acaso su repatticién : acepto el riesgo, Malraux me patece rico por la in- 44 go hemos elegido fa incredulidad: hemos abierto los ojos en ella. Es cierto que, al salir de la adolescencia, cada uno echa sue cuentas, y nues- tra actitud cobra entonces visos de eleccidn. Yo he sido uno de esos per quefos malos catélicos, alumno de un colegio episcopal, educado en ef te- mor de Dios y en el horror de Ja carne. A pesar de algunos brotes de pie- dad, el nito que habla en mi apenas se interrogabs acerca de Dios: por su parte, mis maestros sdlo se preacupaban de ponerme en guardia contra ef camine que aleja de Dios, descuidando mostrarme previamente el que conduce a El». P. VAN BRN BoscH, Les enfants de Pabsurde, pp. 52-53: eff. también pe 70. tensidad de su testimonio, en sus obras novelescas, sobre todo en su obra maestra, La condition humaine, El largo capitulo sobre el arte plantea cuestiones graves: las intuiciones, a veces geniales, del autor de las Vote du silence se expresan en férmulas tan Hricas co- mo imperiosas. Trataré de exponetlas y de contestar a ellas. Me gusta Kafka... ¢A qué ocultarlo? Admiro a este judi des- gatrade por las angustias de Europa central en un cambio de rum- bo de su historia. Marcado por ef mesianismo de su raza, este «hijo perdido en la noche», alejade de la morada paterna, afirma al me- nos que esta morada existe. Ningin testimonio nos es mds neces satio, hoy, en el terreno literario. Supongo que, a le largo de los cinco capftulos de cada seccién —que se cortesponden, en cada parte, simétrica e inversamente—, el lector experimentard dos sentimientes: primero, el de una fa- tigosa intensidad en Malraux; después, et de un ahogo progresivo en Kafka. En la tercera parte estudio autores que estin o creen estar en la terta prometida. Se respira mejor, aunque a veces ef aire parezca salido de una bombona de oxigeno. Espero que el lec tor lo veat progtesivamente, las realidades se aligeran, se simpli- fican; fa poesia, que antes era como chierba entre losas» ~~se- mejante a la juventud en los auditorios—, se carriesga y hace sa- fidas». Ya era tiempo: Tempus erat dapibus, sodales... De Vercors, he querido exponer a la vez su inteligencia y su pasién; de Sholojov, su potencia épica en fa evocacién de clos trabajos y los dfas», de la guerra y la paz, a lo largo de esas «se- manas de afios» que vieron el nacimiento, y luego la victoria, de Ja esperanza marxista; con Thietry Maulnier, he intentado trazar el itinerario espiritual que abre una conciencia marxista a una com- pasién que, més alld de la desesperacién, parece cualquier cosa me- nos sentimentalisme burgués. A partir de ahora, es al Occidente al que se le plantea fa cues- tid de Ja esperanza del mundo: tiene que optar entre el delicioso 26 Literatura del siglo XX y Cristianismo abuurrinuento de Frangoise Sagan y la bisqueda serena y paciente Ae Ly sierra prometida, Esta se vislumbra, de una manera sobtia, —“@i Ta obra’ de’Bombard; de una manera lirica, en la de Ladislao Reymont. EI método, ya conocido por mis lectores, de citar numerosos textos y ponerlos generalmente en pérrafe apatte, implica un cre- simiento en avalancha. Peto cra preciso oft a cada autor, con sa voz auiénticd, la que tal vez él mismo no oye jamds, pero que es percibida por sus hermanos fos hombres como una Hamada hacia af futuro, Era preciso que se oyera esta voz. Y no la mia. VI La esperanza se oculta en el tiempo en que vivimos. Dios pre- para el descubrimiente de la esperanza cristiana, para aquellos a quienes ama. Y ama a todos los hombres. Esconde esta esperanza, _ que televa a fa esperanza humana, en el surco de este siglo carnal. * GHabré lograco que se oiga este canto de esperanza humana, que es un triunfo, aunque modesto, porque ha resuicitado de entre los muertos? Si la comparacién no fuera impertinente, dirla que este grueso volumen ha sido construfdo a Ja manera de una sinfonia de Mable Jos temas aparecen, al principio, agrupades un poco desordenada- mente, desaparecen, tornan, se repiten, tratan de unirse a Ja ca- dencia. Yo quisiera que ésta, a la vez depurada y rica, como en Mahler, evocara estas palabras de un tedlogo: Esta admirable siatesis de movimiento y de reposo, de orden y de aventura, de riesgo y de certidumbre, es la duracién creadora, ef Kempo de la esperanga '2, 12 Jean Danullou, V Congreso de Florencia, junio de 1956, en Docur mentation catholique, n° 1236, cetubre de 1956, col, 1324. Porque Ja historia es también «profecia», y este ensayo qui- siera anunciar, y acaso contener ya misteriosamente, al que le se- yuird sobre La esperanza et Dios nuestro Padre. El volumen sobre La fe en jesticristo comenzaba evocando a julio Verne. Este podrfa emprender su camino en compafifa de un vexploradorn, Alain Rombard: «ndufrago voluntarioy, partié, es« perd, en medio de fa desesperacién; se confid a la Providencia, lu- ché, dié gracias a Dios, y Ilegd, Los mineros alcanzados por Ia catdstrofe de Marcinelle, y los mistires de la tragedia hiingara, legatén a la tierra prometida. Nos precederin en la Iegada, porque Dios les pidié que comenzaran antes su viaje «hasta el fin de fa noche», como a Abraham, como a Tobias, de quien se ha dicho que, «porque habia sido agradable al Sefior, era preciso que la tentacién lo probaran; como a Job, que «maldijo su nacimiento», pero también «se callé y esperéo; como a Cristo, en fin, sobre Ja Cruz. En esos ojos que ya no tienen lagrimas nacer§ una luz misteriosa. Esta tierra prometida es, sin duda, «la playa de Ja isla Barbadosn: pero también, pues toda tierra es «de Dios», es el Sefior, Cristo. Pero Cristo no estd «en otra partes; estd caquix, con nosotros, has- ta Ia consumacién de los siglos. Estd con los dichosos, pero sobre todo con los desgraciados, con los desesperados, especialmente cuande éstos no le conocen. Cx, Mortar PRIMERA PARTE ANDRE MALRAUX O LA ESPERANZA SIN TIERRA PROMETIDA Es en La acusacién de la vida donde se encuen- tra la dignidad fundamental del pensemiento, y todo peusamiento que justifique realmente ab universo, se envilece desde el momento on que es digo mds que una esperanga, Fa lo mds hondo, Gisors era esperanza, como también eva angustia, esperanza de nada, es- pera... Si, de los vives, apenas hemos unido los sue- fios, al menos hemos unide mejor a los muertos. André Matraux Capfruto I LA GENERACION DE ANDRE MALRAUX © EUROPA EN LA HORA DE ASIA André Malraux nacid ef 3 de noviembre de i901, en Paris. Alli estudia arqueologia del Extremo Oriente y, en 1923, parte hacia China, de donde regresa en 1927: gPor qué he ido a Asia?... Es lo que me preguaté Valéry cxando me encontré con él por vez primera... La obsesiin de otras civitiea- ciones es Jo que da a Ia mia, y quizé también a mi vide, eu acento peculiar. A mi modo de ver al menos (MPLM, p. 12. 18). Estas notas de Malraux, dirigidas a Gaétan Picon, elevan el debate af nivel planetario que le conviene. Hacia 923, China parecia definitivamente aletargada, a juicio de algunos, mientras que, segtin otros, se preparaba en ella un despertar formidable. Frente al enigma asidtico, Europa vacilaba. 32 La generacién de A, Malraux o Europa en la hora de Asia 1 EUROPA EN LA HORA DE ASIA 1. Ee rucipo pe Asta En octubre de 1923 eseribia Teilhard de Chardin: Darante largas semanas estuve sumergide en Ia profunda masa de pueblos asigticos... Ea ningdn sitio, ni en los hombres con quienes me crucé ni en aquellos de los que me hablaron, percibi ef menor ger- men dostinade a crecer para Ja vida future de Ja humanidad, Ausen- cia de pensamiente, o pensamieato envejecido, o pensamiento infantil: ‘no hallé otra cosa durante mi viaje... Peregrine del Futuro, regreso de un viaje totalmente cumplido en el Pasado (Lettres de voyage, p. 60-61) Sin embargo, en agosto de 1923 se habia producido un acer- camiento entre Sun Yat-sen y Joffé, emisario de la URSS*. El 31 de mayo de 1924, China reconocia a la. Unién Soviética «sobre una base de igualdad, reciprocidad y justicia» * Estos hechos son el colofén de una larga histotia. eQuién po- dia sospechar en Occidente que la Sociedad para la renovacién de China, fundada en 1894, era el embsién del Kuomintang? aQuién sabla que un chino desconccido, Hamado Sun Yat-sen, al dirigirse 1 En 1925, habla de cuna China nueva, tan diferente de fx de los an- tiguos letrades como de a de fos mariscales-bandidos que ahora dominan el pafss. En 1926, afiade que estd persuadide de que cel éxito del Sur seré el primer paso para Ia reorganizacién de China. (Op. cit., Paris, 1956, pp. %. 101). ® China, ed. by H. F. Mac Nam, Los Angeles, 1945, p. 141 fla obra esté dedicada «To the memory of Sun Yat-Sen the idealist, to the gene valissimo Chiang Kai-Shek the Statesman». Ya fecha de publicacién del fibro explica por qué el autor asocia estos dos nombres, que, después def triunfo de Mag, estin evidentemenie disociados. Cfr. también M. Baur MONT, La faillite de la paix (1918-1939), en Peuples et civilisations, t. XX, 1, Parle, 1945, p. 234. + ML Baumonr, p. 237. André Malraux o Ia esperanza sin tierra prometida El rugide de Ase a Londres en 1896, queria perfeccionarse alli en el conocimicnte de Occidente y de las ciencias sociales para Hevar a China «a una suerte mejor mediante ef desarrollo de los modernos medios de produccién, mediante la educacién y la prensa»? = ¢Quién conocla a Borodin, aquel judfo incansable, con quien Sun Yat-sen se ha- bia encontrado en los Estados Unidos? ¢Quién podia adivinar el papel que desempefiaria, a partir de 1924, en los acontecimientos de Cantén y, mds tarde, en la insurreccién de Shanghai? *. ‘Uno de los primeros episocios de fa sovietizacién de China fué la huelga general desencadenada en Cantén y en Hongkong. Es conocido el influjo de Ja China del Sur en las actividades de Sun Yat-sen: ya en enero y febreto de 1922 habian estallado huelgas contra Inglaterra, ccuyo dominio de Asia estaba simbolizado en la posesién del rico pefién de Hongkong. El gobierno de Cantén se apoderé de las aduanas*, Eué la tensién con Inglaterra la que pro- vood el acercamicnto a los sovidtices en el tratada de 1924: la rer volucién china de ganchete con la revolucién rusa. Los soviéticos han prestado grandes servicios a la Reptiblica Celeste; le han ayu- dado a recuperar la conciencia de sf misma y a realizar su unidad» '. Los sucesos de marzo-abril de 1927 en la China del Norte oca- sionaron un retroceso momenténee de ja ola marxista. El congreso extraordinatio del Kuomintang se haba instalaco en Hankow; es- taba dominado por fos elementos izquierdistas, incluidos los co- munistas y los no comunistas muy afines al pensamiento dltimo de + Jean-Jacques BREUX, La Chine, Du nationalisme au conmmumisme, col. Esprit, «Fromtidte ouverien, Paris, 1950, p. 78. 3 Mi. Baumowr, p. 234, * ML. Baumonr, po. 236237; J. J. Brisux, pp. 83, 290: H. F. Nac Nam, p. 141. * ML. BAUMONT, pp. 237-238: Les Conquérants, de André Malraux, gira en tomne a estos aconterimientos. de Asig 34 La generacién de A, Malraux 0 Europa en la Sun Yat-sen: «la revolucién no est terminada», decia éste; «nues. tres camaradas deben luchar para continuarla». El congreso form un gobierno popular, declarando a Hankow capital de Chinas séle faltaba la fuerza militar, en manos de Chang Kai-shek. Al mismo tiempo se preparaba en Shanghai una insureeccién popular: man- dada por los jefes marxistas, agrupaba a los obreros, que recibie. fon atmas. Preparada durante la noche del 21 de marzo de 1927, Ja insurreccién comenzé con una huelga general el dia 22 de marzo, a la una de Ja tarde, y fué apoyada por Ja entrada en Ja ciudad de los ejércitos de Chang Kai-shek, El generalisimo, que en 1925, en Cantén por ejemplo, habia apoyado a los elementos izquierdistas del Kuomintang, parecia favorable a [a causa de la unidad nacio- nal y de [a revolucién. Una gran esperanza animaba a los insu. trectos, que se habfan apoderado de los puestos de mando de Ja ciudad. Fué entonces cuande Chang Kai-shek se volvid hacia los ele- mentos conservadores del Kuomintang: los burgueses, antes par- tidarios de Ja xenofobia, pues querfan la China Hbre y una, co- meazaron a asustarse al ver que las tierras eran distribuidas entre los campesinos por el gobierno de Hankow: «da tierra, los impues- tos feudales, los préstasnos usuzarios, tales eran las fuentes de su fortuna, acrecentada con las ilicitas ganancias que ofrecia una in- dustria nacientes. La burguesia quiso, como la de Francia después de 1789, saseguratse los beneficios de su triunfo». Bused apoyo, primero, del lado de Chang Kai-shek y del ala derecha del Kuo- mintang; luego, entre los cextranjeros> interesados por Ja «esta- bilidad». El cénsul de Francia se encarg de la maniobra. La_re- presion se llevé a cabo desde el £1 de abril a mediodia hasia el 13 de abril por la mafiana: los focos de la insurreccién fueron sitia- dos; los encarcelamientos, los fusilamientos, las torturas, fueron el pan cotidiano durante aquellos dias atroces. El 14 de abril, Chang Kai-shek constitufa un nuevo gobierno en Nanking; el gobiemno EL mugido de Asia 35 de Hankow fué disuelto, y los marxistas desaparecieron en la clan- destinidad *. Desde 1927 hasta 1949, China fué gobernada por el poder na- cionalista de Chang Kai-shek: al salir de una anarquia como rara vez la habla conocido (de 1911 a 1928}, ef gobierno del Kuomin- tang (reducido esta vez al centro y a Ja derecha del partido} podia orientar la «revolucién china» en el sentido de los valores «morales y eficaces»*, Durante los afios 1930 y siguientes, el gobierno de Nanking prosiguié con serena energfa Ia obra perseverante de a re- construccién.,. «Durante algunos afios, una tranquilidad relativa hace posible un rdpido resurgimicnto. El orden es mantenido en las provincias litotales. Desde las ribetas del Pacifico hasta las fron- teras tibetanas se impone cierta autoridad. Las eseuelas y fos co- legios aumentan en ntimero y calidad, como también los hospitales, los orfanatos, los establecimientos benéficos de todas clases. Se desarrolla la ced de catreteras; se intreducen mejoras en los ferro- cartiles, indispensables pata la unificacién de China. Se emprenden importantes obras hidrdulicas. La agricultura se beneficia con la creacih de cooperativas y de industrias ageicolas. El vastisimo pats que, después de 1928, conqnisté pricticamente su autonomia aduanera, se transforma profundamente, y algunas comarcas egan hasta americanizarse. Se perfila una verdadera reconstruccién» ©. «Trdtase, esta vez, de integrar en los valores tradicionales la apor- tacién, formidable y agresiva, de Occidentey. Un pasaje de un informe de Ginebra (septiembre de 1935) describe «las renacientes fuerzas de renovacién, el despertar de una segunda juventud, en este pals milenario. Es dificil reconocer este pais, cuyos hijos, cuan- ® Hstoe sucesos constituyen fa trams de La condition umame, de Malraux. 1M, Baumonr, pp. 237-238. 30 ME. BAUMONT, pp. 440-441. 36__La generaciin de A. Malraux 0 Europa en la hora de Asie do tienen ocasién, practican los deportes o se inscriben en campar mentos andlogos a los de bays-scouts» 4. No faltan, sin embargo, buenos observadores que, a partir de 1937, se preguntan si China logrard integrar el Occidente en sus valores milenarios antes de que el fapén haya logrado sus desig- nics: «acaso sea ya demasiado tarde», afiade une de ellos, y ter- mina con estas Iineas: «El objeto de este libro era recordar los datos de la civilizacién china y mostrar su evelucién contemporinea. Les resultados de esta evolucién se inseribirda en un futuro proba- blemente lejano. Corresponde af lector formarse una opinién sobre cudles serdn estos resultados. Mi propésito era tratar del pasado y del presente de China. No pretendo hacer predicciones sobre su fu- turn *, Otros historiadores subrayan que el generalisimo tropieza con muchas dificultades politicas y que se le reprocha su debilidad frente al fapon *. La arevolucién traicionada» de 1927, cuya extincién en sangre y tortura nos cuenta Malraux, triunfard en 1949 con Mao Tse-tung. Un historiador simpatizante con el marxismo cita las palabras de Sun Yat-sen + ‘ Una mayorfa de mil setecientos cincuenta millones de seres huma- nds se ve oprimida y explotada por una minorfa de ciemto cincuenta millones. ¥ afiade que, pata esos mil quinientos cincuenta millones de hom- bres «que sobreviven en condiciones de miseria y de esclavitud que ni siquiera los animales sufren entre nosotros... el comunis- mo no es... una doctrina abstracta, Es su inica esperanza... por- 37 Citado en J. Escarra, La Chine, Passd et présent, col, Armand Co- Hin, n.° 202, Paris, 1948 (el coppright es de {937}, p. 206. 29 J. Bscarea, op. cit., p. 208 (es la Gltina del libro). 23° NL Bator, p. 441; BRigUx, pp. 100 ss. El rugido de Asia 2 que, gracias a él, millones de hombres asidticos estén a punto de traspasar el umbral del hambre, de Ja inseguridad, de la abyeccin, para hacerse duefios de su destino humano. Ei futuro del comu- nismo chino estd Tene de interés para fos chines, pero es mis im- portante ain su apertacién a la totalidad de Asia. La revolucién china rebasa ampliamente Jas fronteras del pais, porque el problema chino es, en realidad, e] de toda Asian. Y precisa: «Mil quinientos millones de miserables, de victimas, de oprimidos. Hacla mucho tiempo que ef quido hervia en [a olla. Pero los ingleses en 1a India, en Birmania, en Malasia; los franceses en Indochina, les holande- ses en Indonesia, los americanes en las Filipinas, y todos juntos en. China, tenian la cobextera bien sujeta. Y fueron sustituides por el Japon, hasta el dia en que, derrotado, tuvo que soltarla, Cuando volvieron los occidentales, en 1945, comprebaron que aquello her- via con mucha fuerza, y no padieron ponerle otra ver la cobertera. Y tos més tavieron que marcharse.., No queda més remedio que admitir estos dos hechos: la supremacia del blanco y del capita- lismo ha terminado en Asia; el mrundo asidtico tiene intereses comunes y busca una solucién especifica a sus especificos pro- blemas.n Estos problemas especificos son los siguientes: La tebelién de Asia es Ja lucha por 1a vida. Dejemos que Europa se asombre ante fa fuerza —-y a veces a violencla— de este gigentes- co movimiento popular. La «libertad eepirituale que tanta preocupa a un feudal como Tagore, © a un gran burgaés como Li Yutang, es un espejo para cazar alondras, con ef que esperan fascinar a fos crédules y apartarlos de los trescientos cuarenta millones de indios y de tos cuatrocientes setenta millones de chinos que han de ser liberados del hambre, def cdlera, del encatcelamiento atbitraria. De las cuatro Hbertades de Roosevelt —freedom of speech, freedom of religion, freedom from want, freedom from fear—, la Hibectad psi- 44 J, J. BRIRUX, pp. 435-436, pp. 424-425, 434, 435. 38 La generacidn de A. Malraux o Europa en la hora de Asia mordial es le tercera: ef taza de astoz asegurade para cada diay pore que. sino hay tazdn de arroz, uno se muere. gY qué importan en. tonces fas otras Hbertades? Ese es ct problema del mundo oriental. Para enfocarlo bien, es necesario abandonar la Optica intelectual «bur- gneaas, dejar de pensar como hombses para quienes la necesidad y el miedo ya no son mds que melos recuerdos, para quienes la Mbertad de palabra y de religién estd asegurada hace mucho. Hay que pensar como piensa un hombre enya vida est& en peligro a cada instante, co- mo un hombre al que amenazan el tigre y ef policéa, el so y ef tifSa, el calor y fos hielos. Freedom from want, freedom from fear. He aqui Is primer meta de la revolucién asiftiea 8. 2, LAS «DISTRACCIONES» DR EUROPA Mientras tanto, en la Europa de la posguerra del 14 al 18 el clima era de euforia. No citaré més que un ejemplo, pero muy ca- tacteristica: un Hibro publicado en 1939, Grandeur et décadence de TAsie®, que da testimonio de Ja «tranquilidad de conciencia de Europa» en visperas de la segunda guerra mundial. He aqui sus grandes Yineas. Hace bastantes siglos, Herédoto veia en Ia victoria de Salamina la cumbre de la historia universal: en el didlogo, ya milenario, entre Europa y Asia, Grecia representaba, aquella mafiana de Sala- mina, la Iihertad occidental, 1a fuerza y la inteligencia, la agilidad elegante del «civilizadon, frente a las masas asidticas, informes y abrumadas por su ptopio peso. Historladeres mas recientes, segui- dozes de Herédoto en su intento de petspectiva «amiversals, han 15 CE. J. J. Brinux, pp. 423-425, 434-435, Clare esté que también se podsfa invertir la frase y decir que «si no hay Ubertad de palabra y de re- ligién, si reina constantemente el temor de Ia persecucién policiaca, 2qué importa el tazén de arroz?». Bl hombre no vive adlo de pan, ys para ser salvo, ha de serlo en cuerpo y alma. 46°F. Granarp, Grandetir et décadence de VAsie, col. Armand Colin, ni? 227, 1939; las ciftes entre paréntesis remiten a esta obra. Las «distracciones» de Europa 39 indicado que la historia del Oriente antiguo se caracteriza por el desplazamiento progresive de los centros de gravedad econémicos y culturales desde e] Este hacia cl Oeste; cuando el Mediterrinco se volvid «romano», cuando se vio surcado en todas direcciones por los marinos de Roma, el «anundo occidental» habia conseguido, una vez mds, imponerse a Asia ?”. Asia se ha desquitado algunas veces, por ejemplo en la época de la conquista musulmana. Pero las ctuzadas se miran. siempre desde el lade de Occidente, y el mite de la ivencibilidad occiden- tal se ha mantenido posteriormente. Por eso el libro que aqui re- sumo habla, en su prefacio, «de Ia profunda decadencia de Asia a lo largo del siglo XX» {p. 5). La obra describe dla actividad in- cansable, siempre alerta, de fas gentes de nuestro pequefio rincén de tietran (p. 187); «para imponer su suptemacia, Europa ao ne- cita conquistar; domina itresistiblemente por las virtudes de su ca- ricter y de su ingenio, por sus dotes de arganizacién y por la pu- janza de sus creaciones pricticas, que tienen algo prodigioso e inimni- table» (p. 197). . Las causas de esta supremacia, segdn el autor, se reducen a cuatro. La Butopa «barbara» era més pequefia y menos rica que Asias pero, habitada por némadas arios, recorrida en todas diree- ciones por sus tribus, se modelé progtesivamente segiin las virtudes de autoridad, libertad y fuerza guerrera, Mas tarde, ef Renacimien- to, wépaca de audacia y de empresa», crompié las viejas cadenas» : «Igual que las carabelas de Colin y de Vasco de Gama, Europa sintié entonees que un gran viento hinchaba sus velas y la Hevaba hacia un futuro desconocide y espléndido»; el individua se liberd de «la direceién espiritual del clerov y aparecié un cespititu laico, un dominio distinto de Ja religién, material y humano, fenémeno . 17 J, PiRENNE, Les grands courants de Vhistoite umverselle, t. 1, Bru- selas-Parls, 1945, desartolla esta tesis muy brillantemente. 40__La generacién de A. Malraux @ Europa en Ia hora de Asia Gnico, desconocido fuera de Europa; para ef asiético, tal distincién no existe; no concibe pensamiento més que en Dios, ni vida a no ser en Dios» {p. 203-204). En tercer Ingar, el espirita de libertad, que el autor ilustra con citas de Michelet, de Herédoto y de Mon- tesquieu, se opuso al «despotismo asidtico aglutinader de masas amorfas, pero sin cohesion interna, sin motives profundos y cons- cientes de cooperacién; en China, la libertad no tiene nombre en el idiomas (p. 206): Asia es la patria de las Mil y sna Noches; la Europa moderna es Ja patria de Robinsén Crusoe. Para una, la fortuna viene del azar y de la voluntad arbitraria de poderes mis- teriosos; para la otra, del esfuerzo personal del hombre» (p. 208). Recogiendo una expresién de Couchoud, el dios del europeo es el «del hombre inquicto y valiente, que se siente pecador y elegido, cuya desesperacién se trueca en certidumbre combativay (p. 209). En fin, cuarta y dftima causa de fa grandeza europea, ef «desarrollo de la inteligencia, al mismo tiempo cientifica y précticay (p. 211}: mientras que «el precepto de los sabios antiguos era vivir conforme a la naturaleza —no se debfa entorpecer el curso natural de las cosas ni tratar de modificarlo-—-, nuestra concepcién moderna en- frenta deliberadamente al hombre con Ja natutaleza y hace con- sistir su fuerza y su deber —su virtud, dirfan los antiguos moralis- tas— en el exfuerzo y en la facultad de contrariar en algunos pun- tos el orden natural» {p. 213). «Apego al mundo material, culte a la persona humana, eso es casi por completo Europa, y es también lo contrario de Asia. Para ésta, sélo es real lo relative a Dios, al Ab- soluto; para ella la vida no es mds que el reflejo de la estrella en el estanque... Este estado de espiritu estd muy estrechamente vincu- lado a la magia, que csclaviza a Asia como esclavizé a nuestra an- tigtiedad clasica» (p. 217}. . 25 Lo que caracteriza estas lintas es ef aplome que manifiestan. AE ha- blar def colonialiano enropeo, el autor esctibe que, cen summa, sobre los Las «distracciones» de Europa 4h El auge de Europa es, pues, la consecuencia de «esa prodigiosa explosién de dinamismo intelectual y moral, impropiamente desig. nada con el nombre de Renacimiente...; fendmeno puramente eu ropeo y que sélo podia ser europeor (p. 6). wee Es verdad que el espfritu europeo ha inspirado fas revoluciones de Asia. Pero el drama no est4 aqui, sino en el materialismo de la Europa descubierta por Asia y en la inconsciencia de los occiden- tales. El libro de Grenard, aunque se publicé en 1939, da testi- monio de un estado de espiritu idéntico. Basta leer el libro de Ti bor Mende para darse cuenta de ello: la utopia occidental no ha muerto 7, océanos séio contaba la Europa occidentals {p, 193); Europa... iransformé el mundo... segiin la medida de sus necesidades y de sus ambicioness ip. 219}: €5 cierto que, durante ef desarcolla de Ia epopeya colonial, hubo «ana afianza, que nos parece extrafia, entre la religién, ef comercio y la pi rateriany pete, a fin de cuentas, da Iglesia romana, al contrario de fas seli giones orientales, contribuyé poderosamente a desintoxicar a Europa, y no fué éste el menor de los servicios que le presi. Asegaré, o al menos fa- cilité, ef trivnfo del Hbre arbitrio, base de nuestra civilizacién. Lo hizo asi porque ella misma era un producto del cspirite eusopeo> (p. 217}. Esta mar neta de ver las cosas implics, evidentemente, que la cristiandad bizantina pacié de otro «ctistianismos, porque Bizancio «no influyé sobre el mundo circundante» {p. 200)s pero no implica 1a misma conclusiéa en lo relativo a Rusia, que, sit embargo, fué también cristianizada por Bizancio: «abando- nemes la costumbre de considerar « Rusia como asidticer, esctibe el autors xs espfritu: es todo lo contrarion (p. 196). 49 Tibor Menoe, Regards sur Vhistoire de demain, Paris, 1954, pp. 17- 18, donde podrd verse el editorial publicado por el Times el 30 de diciem- bre de 1899 {como el 31 cay6 en domingo, e! numero del 30 es ef uhimo del Siglo XIX). 20° Tibor Maxpe, op. cit., pp. 137-147, todo el capitulo dtulado Puis- sance et Utopie. 42__La generacidn de A. Malraux 0 Europe en la hora de Asia Europa debe despertar, como dijeron fos obispos de la India en Jas Navidades de 1955: las aspiraciones de toda Asia a «a inde- pendencia nacional, a la democracia politica y a reformas sociales merecen, en cuanto tales, el apoyo de las fuerzas cristianas de todo el mundo. La urgencia de este deber es tanto mds grande cuanto que el «colonialismo» occidental, contra el cual era licito alzarse en la medida en que era un cimperialismo», es suplantade por el peligro, mds grave ain, del «mperialismo comunista internacio- nabs 2, Bs preciso que Occidente cobte conciencia de la tarea que le espera en Asia; de lo contrario, los paises no europeos se libe- rardn de su tutela por fa violencia. Asi lo dice un texto del mensaje pontificio de Navidad de 1954: Europa... espera todavia que se despierte su propia conciencia. Mientras tanto, en lo que representa como sabidusia y organizaciin de vida asociada y como influjo de cultura, parece petder terreno ent no pocas regiones de le tierra, En verdad, semejante repliegue afecta 2 los fautores de ta politica nacionalista, que se ven obligados a ce- troceder ante adversaries gue han adoptado sus propios métodos. Par- ticularmente en algunos pueblos considerados hasta ahora como colo- niafes, el proceso evolutivo hacia Ia autonomia politica, que Huropa hu biota debido guiar. previsora y atentamente, se ha transformado ripi- damente en explosiones de nacionalismo évido de poder. Fuerza es con- fesar que estos incendics imprevistos, con merma del prestigio y de Jos intercses de Europa, son, al menos en parte, fruto de su mal ejemplo 7, Entre estas. dos fases de ta conciencia europea, la que expresa Ja certeza de una petdurable hegemonia de Occidente, y la que debe atrostrar el triunfo del marxismo en China, se esboza un giro de Ja 23 Comaunisme, colonishsme, nationalisme, Déclaration des Evéques des Indes, Navidad de 1955, en Documentation catholique, n.° 1225, 13 de & mayo de 1956, col. 628-629. 22 Deoumentation catholique, n. 1193, 23 de enero de 1955, col. 74. La angustia del alba 43 historia, tan importante come el del Renacimiento y el de los gran- des descubrimientos del siglo XVI. El joven Malraux, matcado por Asia desde el afio 1923, va a permitirnos seguir la huclla de las es- peranzas, Jas desilusiones, las arrogancias y, tal vez, las evasiones de una generacién. Ul. LA GENERACION DE ANDRE MALRAUX 1, La ANGUSTIA DEL ALBA Los retratos de Malraux **, por los affos veinte, nos revelan un adclescente sofiador sin cesar alerta. La dulzura todavia infantil de 22 Citaremos las obras de Malzaux de la manera siguiente: Lunes en papier, 1921 = LP; Royaume Farfelu, 1921, ed. definitiva 1928 = RF {ci tado por Ia edicidn Skies); La tentation de YOccident, 1926 = TO (ed. Skie ra}i D'une yeuncase européenne, 1927 = |B (ed. Grasset en fa col. Les cf Hiers veris, bajo el titulo general de Eorits}; Les Concudrants, 1928 = C. (Algunos textos de ia primera edicidn no se recogen en la edicién definitiva de 1949, por Grasset: cuando me refiero esta primera edicién, atilizo [a de ja col. Le livre moderne ilustyé, n.° 106, Ferenczy: cito entonces C. 1 ed.y Ia oigla C, sin més indicacin, cetmite a la edicién definitiva de 1949, en La que se encuentra también un posiacio muy importante); La voie royale, 1930 = VR (ed. Nowuelle Revue Belgique}: Le condition humaine, 1933 = CH (ed. definitiva, Gallimard, 1944); Le femps du mépris, 1935 = TM (ed. Skira)z L’espoir, 1937 = E (ed. Gallimard, 1944; La lutte avec VAnge, 147 partie, Les nopers de I Altenburg, 1943 = NA (ed, Shira): paychologie de Part, t. 1, Le musée imagindise, t. H, La création artistique, 1. Il, Ea monnaie de Vabsoln, 1947-1949 = PANE, PACA, PAMA (ed. Skira}; Les voir du silence, 1951 = VS (ed. Gallimard); Le musée imagi- naire de la sculpture mondiale, t. 1, Le stamaive, 1952 — $i t. Il, Des bas-reliefs aux grottes sacrées, 1954 = BR: t. I, Le monde chrétien, 1954 o» MC (ed. Gallimard): La métamorphose des Dieux, en NNRE, mayo, jt- nio de 1954 = MD, I, MD, H); Gaétan Proox, André Malraux, col. Les essais, 1945 = AMP (ed. Gallimard); Gaétan Picon, Malraux par luiméme, col. Berivains de toujours, 1953 = MPMIL (ed. du Seuils incluye una se- tie de observaciones inéditas de Malraux). A& La generacton de A. Malraux o Europa ex la hora de Asia las mejillas, la ondulacién un poco artificiosa del cabello, los ojos tiernos y obsesionados, componen un rostro en que ta vivacidad se pierde entre la bruma de una ensoffaciéa interior. Sin embargo, ya por aquellas fechas el autor del Royaume Farfely ha roto con el. mundo de los pacifistas europeos, porque Jos «balidos» de la SDN le dejan frio, Cierto que es, ante todo, un artista, pero su clima es ya el de fa absurda libertad que se enfrenta con un mundo inhumane. En el momento en que Gide confeccionaba un «Nietzsche de bol- sillo» para uso de la juventud dorada, que entonces queria jugar con explosives de feria *, Malraux sabia que la muerte de Dios era, posiblemente, la «muerte del hombre». En medio del detrumba- miento de todas las ideologfas sustitutivas, en medio del nihilismno que tenfa inundadas por entonces la Alemania y el Austria de Kafka, Ia juventad de que Malraux se hacia testigo no vefa més salida que la de «lo posible, dominio antiguo de la fantasia y la locura, con su pueblo de suefios», aquel posible que reinaba sobre las artes plds- ticas —se hablaba entonces de Kandinsky—, pero que muy pronte sé iba a infiltrar también en Ia ciencia y en Ia politica (JE, pp. 150- 51): A la juventud europea, le impresiona mds lo que puede ser el mune do que fo que es. Es menos sensible a la medida en que ef mundo afie- ma sq realidad que a la medida en que la pierde. Quiere ver en cada hombre ef intérpre:e de una realidad provisional. Provisional... ¢Ea qué se convierte un mundo que es mi representaciéa...? GE, pe 151). Veinte afios antes que Sartre, el joven Malraux vela ya perfi- larse los montes del absurdo, «montes lejanos, que cobran relieve a ja luz, mas sombria, del sol poniente» (JE, p. {44}. Malraux afir- maba ya la ausencia de valores objetivos, ausencia que el existen- cialismo ateo habla de meter a martiflazos en las mentes de los mas *4 Mas tarde, Gide cabré peso, y vivid al lade de Malraux la aventura de jas xizquierdas evropeas>. 45 distraidos. E] mundo «que es mi representaciéna, ese eco Iejano de Schopenhauer, via Nietzsche, tenia, en Malraux, la faz de Ja angus tia: Ta permanencia de la persona individual es pura ilusién, por- que el «yo» no es més que «el infinito de los posibles»; Ja solidez del «mundo» se desvanece, porque el universo «se reduce a un inmenso juego de relacioncs, que ainguna inteligencia se ocupa ya de fijar...» FB, p. 152) Los primeros escritos de Malraux, Reyaume Farjelu, parte del cual data de 1920, y Lunes en papier, dedicado a Max Jacob, fueron concebidos bajo el signo del survealismo, Pero fos llena ya una ob- sesion doble, Ja obsesién de la muerte y Ia de los paises asiéticos. El creino extravaganten es el «imperio de la muerte» (LP. p. 170}. El utulo complete de Lunes en papier es: Pequefio libro donde se encuentra Ia relacion de algunas luchas poce conocidas de los hom- bres, asi como ia de un viaje por entre objetos familiares pero ex- trafios, todo segtin la verdad (LP. 155). El «combate» aspira a «ma- tat aia muerte» : puesto que Satén ha suplantado a Dios, los vicios quieren suplantar a Satdn, y, como Ja muerte es su mejor auxiliar, hay que matar a la muerte (LP, pp. {67-168}, El absurdo reside no sélo en el cardcter «gratuiton de esta fantasmagoria, sino también en la diltima frase: «¢Por qué habian matado a Ja muerte? Todos Jo habian olvidado» (LP, p. 186). A esta obsesidn de la muerte se une Ja de los pafses orientales: Royaume Farfelu narra apa aventura militar, que acaba en catds- trofe, ante una ciudad legendaria. Metcenarios del Ganges (RF, pa- gina 149}, palacios de Samarcanda y de Ispahdn, Trebisonda... es- tos nombres fabulosos alternan con las evocaciones del pasado mile- nario de la humanidad. Mezclado con el tema de la muette —«Pien- sa en tu muerte, artista...» (RF, p. 148)—, el de un oriente legen- dario encarna la eterna nostalgia de las «lslas afortunadas,..» (RE,. p. 152). Pero, al término de este periplo, no se encuentta la vida, sino la obsesién de un mundo petrificado, donde los sortilegios de la historia se conjugan con fos del espacio: {Silenciol jSilenciol Bl viento suave y tible desprendia pequefios fragmentos de mosaica; los granados y los agavanzos estaban en flor otras flores invisibles embalcamaban el ambiente. En los largos estan ques que botdean fa avenida, los peces maravillosos, tzaides en otro tiempo por Timur. ponfen marco cambiante al reflejo de las estrell Era como si los hombres hubiesen desapatecide de la tierra, y fax plan- tas, los animales silenciosos y las piedras, viviesen en la plena fbertad que da el abandon iremediable (RF, p. 149). El estilo, ciertamente, busca la cadencia musical; pero el surrea- Fismo pertenece aqui a un tipo especial: lejos de ser una obediencia a los imperatives de 1a escritura automitica, esta «dirigidon, vi- gilado. Bernanos, por a misma época, escribla: «Los racionalistas no me interesan: no [es presto mas atencién que a un guijarro», Mal- faux tampoco se interesaba por ellos; pero no fué comprendide, pues el gran pilblico no se explicaba bien «ciertas explosiones poé- ticas y revolucionarias de aquel tiempo» **, Paul Valéry habia, sin embargo, precedide a Malraux en sus presentimientos trigicos, y sin duda habia influido en él, como de- miuestran algunos pasajes de La ovise de Fesprit (1919): Nosotras, las civilizaciones, sabemmos ahora que somos mortal Habiamos cido hablar de mundos desaparecicdos por completo, de im- petios sepultados verticalmente con todos sus hombres y artefactos; 25 Le Figaro littéraire, 28 de abril de 1956, folletin de André ROUSSEAUX, de} cual tomo estas dos citas. La angustia del alba a __ 47 hundidos en el fondo inoxplorable de los siglos, con sus dioses y sus eyes, con sus academias y sus ciencias puras y aplicadas, con sus gra- miticas y sus diccionarios, con sus clisicos, sus romnticos y sus sim- bolistas, con sus criticos y con les xiticos de aus criticos. Sabiames bien que toda la tierra visible estd hecha de cenizas, y que la ceniza sig- nifica algo. Vislumbsdbamos, a través del espesor de la historia, tos fantasmas de inmensos navios que estuvieron catgados de riqueza y de ingenio,.. Hlam, Ninive, Babilonia, eran hermosos nombres imprecisos, ¥ Ja ruina total de aquellos mundos ten{a para nosotros tan poca sig- nificacién como su existencia misma. Pero Francia, Inglaterra, Rusia. setlan también un dia hermosos nombres. Lusitania es también un nom bre hermoso. Y shora vemos que ef abistno de la historia es bastante grande para todo el mundo... (Variété, 1, p. 11-12). Es innegable el parentesco de tales ideas con las de este texto de 1926: Europa, gran cementerio en que slo duesmen conquistadores muer- tos, y cuya tristeza ge hace mis profunda al adornarse con sus ilustres nombres, no muestzas en torne a mi més que un horizonte desoude ¥ ef espejo que trae ia desesperacién, vieja maestra de soledad (TO, pe 124) 28, 2° Coraparese este tento de 1926 con otro de 1943 en que Malraux evo- ca la meditacién acésmica> de V. Berger, en Marsella, al tegresar de su viaje por Asia central: cArrojade a alguna ogjlla de nada o de eternidad, contemplaba su confusa mezcla, tan sepatado de ella como de los que hae bfan pasado con sus angustias olvidadas y sus cuentos perdidos, en las ca- Ties de las primeras dinastias de Bactra y de Babilonia, en fos oasis domi- nados por las Torres del Silencio...» (NA, p. 58). He aqui, por iltimo, un texto de 1948, que demuestea que este tema es central: «Nuestro sigio, comparado con el XIX, parece un senacimiento de fa fatalidad. La Europa de [as ciudades-especttos no est mds devastada que Ia idea que ella se ha- bfa formado del hombre. ¢Qué Estado del Siglo XIX se hubiera atrevido a orgenizat Ja tortura? Acurrucados como Parcas en sus museos de Hamas, les fetiches peotéticos miran cémo [as cludades de un Occidente fraternal mezclan sus Ulimos humos, tenues, con los de los hemos erematotioss, (MI, pp. 128-131). 48 La generacién de A. Malraux o Europa en la hora de Asia Las causas de la decadencia de Europa parecen ser las mismas para Valéry y para Malraux: Es la ilusién petdids de una enltura europea, y la demostracién de a impotencia del conocimiento pare cualquier acto salvador: es la den. cia herida mortalmente en sus ambiciones morales, y como deshonsada por Ja crucldad de sus aplicaciones; es el idealismo, dificilmente ven- cedor, profundamente ajado, responsable de sus suefins,.. La oscila. ciép del navio ha sido ten fuerte que las imparas mejor suspendidas han sido af fin derribadas (Variétd, L, p. 15416). Malraux responde en 1927: Nuestra civilizacién, desde que ha perdido la esperanza de hallar en las Ciencias el sentide del mundo, carece de toda meta espiritual. GE. p. 145). Con mayor precisién, Valéty descubre en el agnosticismo la raiz de la angustia europea : &¥ en qué consistia ese desorden de nuestra Europa mental? —En la libte coexistencia, dentro de jos espicitus cultivados, de las ideas més dispares, de fos mas opuestos ptineipios de vida y de conocimienro. Esto es lo que caracteriza a una época madera... La Europa de 1914 habla Uegado quizd al limite de este modernismo. Cada cerebro de cier- to rango ern una encrucijada para todas las rnzas de la opinién; cada pensador, una exposicién universal de pensamientos... Ahora, sobre una inmensa terraza de Elsinore, que ws desde Basilea hasta Colonia, que llega hasta las arenas de Nieuport, hasta las marisinas del Some, hasta las cretas de Champaiia, hasta los granitos de Alsacia... el Hamlet europes contempla millones de espectsos. Pero es un Hamlet intelec- twal. Un Hamlet que medita sobre la vida y la muerte de las verdades. Tiene por fentasma todos Ios objetes de nucstras controversiag: Hene Por remordimiento todos los titulos de nuestra gloria; estd abrumado por el peso de los descubrimientos, de los conocimientos. Piensa en ef tedio de recomenzar el pasaclo, en Ia locura de queter innovaciones cons- tantes. Vacila entre des abismos, pues dos peligros amenazan sin cesar al mundo: sl orden y ef desorden (Variété, 1, p. 12, 18, 19-20). La angustia del alba 49 También Malraux decia en 1926: No hay ideal a1 que podamos sacrificarnos, porque conocemos fa mentira de todes Jos ideales, aunque no sabemos en qué consiste Ix verdad (TO, p. 124), Finalmente, las palabras de Valéry estén en la memoria de todos: éLlegard a ser Europa lo que realmente es, 0s decir, an pequefio cabo del continente asiitico? ¢O seguitd siendo lo que parece, es decir, Ja parte mds preciosa det mundo terrestre, Ia peria de te esiera, el ce rebro de un vaste cuerpo? (Varifté, 1, p. 23). De estas palabras se hace eco Malraux: Ya no son Europa ni el pasado fos que invaden a Francia en este comienzo de siglo: es el mundo el que invade a Europa, el mundo con tode su presente y sa pasado, con sus ofrendas de montones de formas vivas o muertas y de meditaciones.., Este gran especticulo desorde- nado que ahora comienza, mi quetide amigo, es una de las tentaciones de Occidente (TO, p. 87). Pero las diferencias entre el pensamiento de, Malraux y el de Valéry no son menos profundas que sus semejanzas. Para el autor de Eupalinos no se trata de salir del Ambito mediterrdneo: ef espi- ritu europeo, avidez activa, curiosidad ardiente, misticismo no re- signado, debe renovarse en el contacto con Grecia, con Roma y con el cristlanismo. Este ultimo es enfocado, sin duda, con una Sptica de imperio romano, en la que se ptescinde del Oriente cris- tianot pero, dentro de este «tridngulo», el espiritu occidental podrd difundirse de nuevo. Una vez que haya vuelto 2 ser «pura, ligerae mente armada», Europa seguird siendo lo que parece, la «perla de la esferan (Varidtd, I, pp. 25, 30-31, 42). También Malraux quiere . 4 50__ La generacién de A. Makauz 0 Europa en la hara de Asia que Occidente resista a la ctentacién» de dimitir ante las culturas de Asia (TO, p. 87}; pero el salvamento séle es posible si se acep- tan las civilizaciones de todos 10s tiempos y de todos los paises. El dmbito mediterrineo estd, pues, superado: Grecia, por ejemplo, sigue siendo una imagen de cla liberacién del hombre frente al absoluto» ({E, p. 138, n. 1); pero no es mds que un testigo del hu- manismo que puede salvar a Occidente. La diferencia se manifiesta mds honda todavia si se observa que el contenido espiritual del humanismo de Occidente era atin esen- cial para Valéty (y. mds tarde, para Camus), mientras que, para Malraux, ya no hay contenido espiritual ni verdad objetiva, sino tan sélo un desafio, que-se convertird en amenaza de destrucciéns Es necesario que nos decidamos ahora a mirar dentro de nosotcos mismos: allf nos encontraremos con el misterio de Europa, En el cen- tro de yna civilizacién cupa fuerza consistié en ef individualisma mis groseto, se despierta un nuevo poder. ¢Quién podria decir a dénde pretende Wevarnos? Un gran movimiento del espiritu, cuando estd en sus comienzos, sdlo permite conocer sv diteccién y su voluntad des- tructora; no se adivina su existencia mis que por las heridas que in- flige. Conozcamos, pues, fas nuestras, ya que no nuestro destino UE. p. 147), Este texto de 1927 habia sido precedido, en 1926, por una con- fesién no menos conmovedora, en La tentation de l’Occident: Mads potente que el canto de los profetas, la voz profunda de fa destruccién resuena ya en fos mis lejanos ecos de Asia... (TO. p. 118). 2. Ei Asta ne Anoré MaLraux El narrador de Les Conquérants, al preguntar a Rensky si le gusta China, recibe esta respuesta + Me gustan, quizé, sus dioses nuevos: el espejo, Js electricidad y ef fondgrafo, dios con trompi... Es muy vieja, mi queride amigo, ta in EL Asia de And diferencia con que el viejo itmpetio, alld arriba, ve flotar sobre la hise toria (como un abogado, « fe mfa} esa antigtiedad sangrante, con sm collar de cafiones, nuevos fetiches... Si, el verdadero juego, el juego con J mayiscula, hay que buscarlo en el Sur (de China)... porque ef tiempo ha eaminado allf un poco demasiado a prisa. Antes es nece- sario ver Jos preliminates, Ia bafonada confortable y sensual de la ame- ricanizacién de China... (C, Lt eda, p. 14). é Malraux 51 Asia se butla de nuestras baratijas, pero acepta de Europa sus ideologias revolucionarias: igo atin Ia palabretia democrética de la comida, esas férmulas irrisorias en Europa, recogidas agut como los viejos vaperes cubiertos de herrumbre que surcan fos rlos de este pals: veo ain el grave en tusiaemo que suscitan en todos los que son casi vizjos... (C, p. 31). Asi, China, fascinada por Ja técnica occidental, «comienza a considerar el valor de la juventud o, mds exactamente, su potencian. En muchos jévenes despojados de su cultura otiental «nace el indi- viduo... y, con él, ese extrafio gusto por Ja destraccién y fa anat- quian. «China, que en otros tiempos consideraba Ja fuerza como instrumento vulgar, la busca ahora, y le presenta, como una ofrenda a los dioses malignos, la inteligencia de toda su juventud», Uno tiene la impresién de que «China va a morir» (TO, pp. 116, 117, 118, 10, 115). Asia, al mismo tlempo que, vaciéndose de su propia cultura, recibe de nosotros «la magia de la mecdnica», nos detesta: La disposicién de nuestros mejores espiritus, a los que Europa fascina y repugna a la vex, he abt lo gaz importa hoy en China... Per fo wha teagédia mds grave se desarrolla aqui: nuestro espirita se vee cia poco a poco... Europa cree conquistar a todos esos jdvenes que han aceptado su manera de vestir. La odian. Esperan arrancarle lo que Ja gente del pueblo llama sus secretos: medios para defenderse contra ella... Para la gente de las cudades, Europa no serd nunca més que una magia de Iz mecdnica... Nuestros iévenes saben que fa cultura europes les es necesaria, pero atin estén bastante impregnados de su 52__La generacién de A. Malraut o Buropa en ta hora de Asia propia cultura para despreciarla.., Todas las cartas que reciho son de muchachos tan abandonados como Wang-Lo o come yo mismo, des- pojados de su cultura, asqueados de Is vuestra (TO, p. 109, HL, U5 y 117}. La «nueva China», que nace vacilante, sometida a una alma tor- pe y atormentada (C, 1? ed., p. 17), estd en. conflicto con «la anti- gua Asia». Esta es el imperio del desorden (C, ft ed p. 13): las ciudades chinas son blandas como medusas (C, p. 94): lo que «la sabiduria de los antiguos ha ensefiado es [a infamia del oficio mi- litars (C, p. 145: TO, p. 110): la vieja China son las novias que. Ja noche de sus bodas con un hombre al que jamds han visto, se suicidan Siempre la misma historia, ya sabes, dijo May a Kyo: acabo de dejar 2 una chiqailla de diez y ocho afios que ha intentado suicidarse, en el palanguin de Ja boda, con una cuchilla de afeitar. La obligaban a casarse con una bestia respetable... Me la han trafdo con su tinica roja de desposada toda llena de sangre. La madte, detrés de ella, era una pequefla sombra extenuadz, sollozante... Cuando le dije que la chica no moriria, me contesté: «{Pobre hija mial A poco més, tiene Ja suerte de moric...» La suerte...t esto dice mis que todos nuestros dis- cursos sobre fa situacidn de fa mujer aqui... (CH, p. 57) 47. a1 Hay chinos que tratan de defender este orden que hace posible «a absoluts sumisién de la mujer, ef soncubinate y Ia instituciSn de las cor tesanasn (CH, p. 69}1 este aardens es impersonal, ripicamente marcado por la jeracquis, on ef fondo totalmente profana, del confucianismo. Se com- prende, pues, que Gisors piense durante ef discurso de este mandarin: agSe marcharia, por fin? Aquel hombre afertado a su pasado, todavia hoy (las sizenas de los barcos de guerra no bastaban pare Henar la noche...) frente a fa China rolda por ta sangre como los bronces de sus sacrificios, ale canzaba Ii poesia de ciertos locos. [EI orden! Mlultitudes de esqueletos con tinicas bordadas, perdides en el fondo del tiempo en asambleas inméviles: en frente, Tchen. los dostientos mil obreros de las hilaturas, fa mulritad El Asia de André Malraux . 53 La antigua China no parece dispuesta a enfreritarse con ol des- pertar de un suefio milenario. El arte, la cultura y la moral de Con- fucio se han unido para dar un sentido, laico aunque «sobrehuma- no» (TO, p. 93), al destino del hombre. Pero este sentido mina desde el interior toda posibilidad de sobresalto, de transformacién del mundo chino. La serenidad de las artes oculta mal Ja sangre que empapa Ja tinica de las jévenes desposadas, prometidas a la afrenta de amores vendidos, marcadas desde [a infancia por la he- rida de las ataduras que han aplastado sus «pequefios pies», bonitos, pero que les impiden andar. Pero el Asia tradicional no estd representada totalmente por este erden inhumane. La aparente sumisién del hombre al mundo, a la sabiduria, es también el envés de un sentido de Jo sagrado. Tcheng- Dai, en Les Conquéranis, es una especie de Gandhi chino (C, p. 50), que opone a Borodin, el téctico de Ja revolucién marxista, y a Garin, el aventurero de Js rebelién, la fuerza «moraiv: «Aqui Jas fuerzas morales —explica un propagandista de fa huelga general de Hong-~ Kong-~ son, por desgracia, tan verdaderas, tan seguras como esta mesa o este sillin...» (C, p, 51). Pero Tcheng-Dai «es ateo, o cree serlon. No tiene hijes, y «esta soledad en la vida y en la muerte le obsesiona». Sélo es capaz de cana especie de accién particular, que exige la victoria del hombre sobre si mismo». Espera «vencer por la justician (C, p. 98). Este viejo letrado, ceuyo rostro hace pensar en una calavera» (C, p. 89), abrumadora de los culies. ¢La sumisién de las mujeres? Cada noche tle- gaba May contando suicidios de desposadas...» (CH, pp. 69-70). Los are: volucionarios» saben ahora que m0 sulen «a causa de sus vidas anteriores» falusién 2 Ja reencarnacién); han despertado con scbresalto de un suefio de treinta sigles, en el que no volverdn a cact (CH, p. 397}. Pasa comr prender la posicién cristiana a este respecte, basta recordar que la esperanza de los cristianes debe encarnarse en Ia caridad, y que ésta debe hacerse institucional y ovorgar a los hombres el primero de sus derechos, fa justicia, 54 La generacién de A. Malraux o Europa en la hora de Asia quiere sustituir la accidn de los revolucionarios por «llamadas a los pueblos del mundo, Su autoridad es, ante todo, la de «un conse- jero, un drbitro», que quiere rechazar el fanatismo y basatse tini- camente en la verdad (C, pp. 93, 98, 118): Si Gandhi no hubiera intervenido en nombre de fa jasticia, explica ‘Teheng-Dai a Garin, Ia India, que da al mundo fa mis alta leccién que hoy puede escucharse, no seria mds que una region de Asia on xebal- dia... (Cy p. 118}. Algunos de estos rasgos vuelven a encontrarse en Chang Kai- shek, que se muestra, durante toda la interinidad del Kuomintang, a la vez puritano, soldade y confuciano™, y se opone asf profun- damente a Mao Tse-tung, absesionado por el espectéculo de la mi- seria y del hambre y, desde los catorce afios, convencide de que «les chinos deben tener héroes como Washington, Wellington, Na- poleén, Lincoln». 48 J. J, Bruwux, pp. 197-198 y todo el capltulo XI; a pesar de la ép- tica marxista del libre, el conjunto del retrato parece emacto, 20 J. J. Brwux, pp. 309 y 294, y los capitulos XEXXX. Lejos de mf la idea de aminorat la grandeza espititual de Gandhit pero, si es cierto que supo likerar a ou pais mediante la eno-resistenciax, también lo es que su doctrina ha dejado que Ja India siga vegetando ca Ia prisiin de las cas tas, bajo la tirania de los tabties religiosos. Sin ducia es hermeso decir, co- mo Tcheng-Dai, que «si China ha de convertitse en algo que no sea fa China de In justicia..., si ha de ser semejante a los Estados Unidos 0 @ Rar sia, no veo la necesidad de su existenciax (C, pp. 99-100}; pero la cuestion esté en saber si la existencia de una China usta» puede ser mantenida al nivel de lo elementalmente vital, si uno se limita a afirmar ta verdad y la justicia, y con sélo predicar el olvide de si misme. Por lo dems, queda amnplio margen entre las declaraciones democréticas, siempre impotentes, so- bre todo en Asia, y la fuerza cespirituals, la potencia de la personalidad de un santo cristiano. Parece indudable que la mistica cristina es fa Unica El Asa de André Malraux 55 La tragedia de la esperanza en el siglo KX es de un alcance planctario: en el momento en que Asia toma a Eutopa come mo- delo pata despertar de su suefio de treinta siglos, en la hora de los revolucionarios, los de la historia: Borodin, Mao Tse-tung, y los de la ficcién malrauxiana: Kyo, Katow, Garfn, ‘Then, Hong, Hem- mekrich —, Europa ya no sabe lo que ella misma es, no cree ni en la revoluciéa ni en el orden espiritual; Europa es «inquietuds + La antigua inguietud... se alza hoy frente al sinico objeto que le queda: el hombre. ¥ comienza el conflicto entre las fuerzas mds pro- fundas del ser y este objero casi inasible y que no puede ser vencido. GE, p. 135). Malraux no clegird entre las «fuerzas morales» y la «revolu- ciém»: querd defender la calidad de hombres, pero sin Basarla en Dioss patticipard en la revolucién, al principio come caventu- terov, luego como combatiente, pero sin creer en su significacién objetiva: desde 1926 a 1937, donde quiera que ruja la revolucién, en Cambodje, en China, en Espafia, Malraux se hallard presente. que desemboca en una transformaciin de este mundo (aungue ella no es ade» este mundo, trabaja cenn este mundo). Por eso las palabras de Ga- ria: «Libradnos de los santoss (C. p. 120) son falsas, porque identifican al santo con fo que Koestler flama el «yogin, ef cual huye del mundo, pa- sivamente. Capiruto I . LA VOZ DE LOS SERES VIVOS L LA ESPERANZA DE LA REVOLUCION 1, Miseria ¥ DIGNIDAD HUMANA La miseria de Asia! Las descripciones que de ella nos hace Malraux coinciden con las de la historia, esbozadas al comienzo del capitulo anterior. He aquf, por ejemplo, fa silueta de Hem- melrich: Treiuta y siete afios. Todavia otros treinta de vida, quizf. De qué clase de vida?... Treinta y siete afios. Todo ia que alcanza el recuerdo, dice la gentez pero su secuerdo no tenia nada que alcanzar: de un cabo al otro, pura miseria... No era belga; era miserable (CH, p. 215- 216), Los pobres se sienten vinculados por una verdadera «interna- clonal, porque, més alld de cierto grado de miseria moral y Hsica, ya séle hay sufrimiento. También Hong ces sometide a la Gnica experiencia verdadera- mente suya, la de la miserian s Miseria y dignidad humana 57 Vivid, en su adolescencia, entre hombres cuyo mundo eta fa mi- seria, muy cerca de esos bajos fondos de las grandes ciudades chinas, atestadas de enfermos, de viejos, de toda clase de depauperados, de ios que acaban mutiendo de hambre, y de esos ottos, mucho més nume- rosos, a los que una comida propia de animales mantiene en una es pecie de embrutecimiento y de debilidad constante. En éstos, que sélo se preocupan de asegurarse algén alimente, la depauperacién es, casi siempre, tan completa, que ni siquiera deja lugar al odio. Sentimientes, corazén, dignidad, todo se ha derrumbado, y apenas si, aqui o alld, surgen impulsos de xencor y desesperacién, como, por encima de la masa de harapos y de cuerpos revalcados en el palvo, eses cabezas, con los ojos abiertos, apoyadas en las patas de palo zegaladas por los mi- sioneros... Hong se ha liberado de ja miseria, pero no ha olvidado su leceién, ni la imagen del mundo alumbtada por ella, imagen feroz, ¢o- loreada por el odio impotente (C, p. 154}. Un discurso de Mao termina el cuadro: 1Vosotros, fos sin albergues yosotros, fos sin accor: vosotros todos! jLos que no tenéis nombre: vosotres, a los que se teconece por las Haga del hombro, descargadores de madera, remolcadores de barcos! © por las lagas de las caderas, obreres del puerto: escuchad, escuchad a esos cuya gloria estd amasada con vuestea sangre... {C, p. 166). Ea Shanghai, la ciudad y el paisaje parecen identificados con Ja miseria, Durante la dltima parte de aquella noche del 21 de mar- zo de 1927, que vio los febriles prepatativos de la insurrecciéa obrera, durante aguella «noche apocaliptican (CH, p. 30), Kyo suedia y medita: Lentamente invadida por ef largo grito de una sirena, el viento ie teaia el rumor casi extinto de 1a ciudad sitiads, y e! silbide de las lane chas répidas, que volvian junto a los barces de guerra, pasé sobre las miserables bombillas encendidas en el fondo de Jos pasadizos y de los callejones. Hn totro a ellas, muros en descomposicién salian de 12 som- bra desiertas puestos a! descubierto com todas sus manchas por aquella luz a la que nada hacia vacilar, y de Ia que patecta emanar una sérdida eternidad, Ocultos tras estos mutos, medio millén de hombres: los de A. Malraux.—La esperanga de la revolucién las hifaturas, los que trabajan desde nifios diez y seis horas diarias, el pucblo de la tcera, el de la escoliosis, ef pueblo def hambre. El cristal que protegfa las bombillas se empafié, y, en pocos minutos, Ja gran Hiuvia de China, furiosa, precipitada, tomé posesién de la ciudad (CH, p. 28). Una sordida eternidad clavada, petrificada, sobre los muros le- prosos, mientras que el viento de Asia agita las miserables bom- billas encendidas en los callejones; la trigica impotencia de los que trabajan mis de diez y seis horas al dia; e! pueblo de la ilcera, de fa escotiosis, del hambres en fin, los miles de muchachos que cada noche se tumbaban para morir, en las aceras de Shanghai, de Nanking, de Cantén, de Peking, y a los que nadie miraba ya, por- que ya no se sabla si estaban vivos 0 muertos, porque constituian, simplemente, el espectéculo habitual y, ademas, porque aunque se hubiera sabido que todavia vivian aquellos muchachos famélicos, de grandes ojos, de ojos demasiado bellos, agrandados por el ham- bre, aunque se hubiera sabido, habria sido lo mismo... Tanta mi- seria inspira a Garin estas palabras tervibles: El recuerdo de cierto grado de misctin reduce 2 su justo valor fas cosas humanas, como [a idea de la muerte... Pero los que han caido demasiado abajo en la miseria, no pueden ya levantarse nunca: se di- suelven en ella, como si tuvieran la lepra (C, p. 247). La miseria eno puede ser aceptada» por los setes vivos (C, pa- gina 58) porque impide al hombre llegar a la dignidad que le co- rresponde. Los culies de Cantén, durante la revolucién, empiezan - a descubeir «que existen, simplemente que existen... La revolucién francesa, la revolucién rasa han sido fuertes porque han dado a cada uno su tierra. Esta revolucion trata de dar a cada uno su vidav (Cp QL). aHlay los ricos, que viven, y los otros, que no viven», Miseria y diguidad humana 59 y, sin embargo, «en el fondo de la miseria hay un hombre, con fre- cuencia...» (C, p. 58); pero, como dice Hong, «un pobre no puede estimarsen ¢ . Esto fo acoptacia Hong si pensara, como sus antepasndos, que su existencia no se fimita af curso de su vida particular. Pero, apogado al presente con toda la fuerza que Te da sa descubrimiento de la muerte, ya no acepts, ya no busca, ya no discute: odia. Ve en Ia miseria una especie de demonic empalsgosa, constantemente ocupado en demostrar al hombre su bajeza, su cobardia, su debilidad, su aptitud para envi- Tecerse (Cy p. 155). En casa de Hong, la pobreza ha alimentade la amargura, el odio, fa venganza: una ola de resentimiente se esparcié asi por el mundo, a to largo del siglo XIX y a comienzos del XX. Y ha envenenado los esfuierzos, por fo demas generosos, én favor de los que no pue- den estimarse. En patticular la doctrina cristiana, mal comprendida o mal presentada —con frecuencia ambas cosas a la vez—, ha he- cho cteet que la revelacién de Cristo obliga a soportar pasivamente el estado de miseria: «los que ensefian a los miserables a soportar ja miseria deben ser castigados, tanto les sacerdotes cristianos como: los demds hombres» (C, p. 151). Mas precisamente fas misiones han hecho siempre todo lo posible para mejorar las condiciones de vida de los desdichades; en la medida en que se muestren insolidarias con las potencias «colonizadoras», consegtirin ponet de manifiesto el verdadeto restro del ctistianismo: salvacién, en Cristo, del hom- bre entero, es decir, del alma, pero también del cuerpo. La dignidad humana, dijo Kyo, «es fo contratio de la humilla- cién, y cuando se viene de donde yo vengo, esto quiere decir algo» > C, p. 156, expresa la repulsa de fa redencién de Cristo: las huellas de cantitelamo> aparecen en los primeros esctites de Malraux, hasta La condition humaine; luego desaparecen: como veremos més adelante (infra, cap. TV, IM), este aspecto del pensamiento de Malraux no parece funda. mental. (CH, p 343), «No estd inguieto: su vida tiene un sentido: dar a cada uno de esos hombres, alos que el hambre, come unapeste lenta, hacia morir en este mismo tnomento, la posessin de su propia dig- nidad. Pues bien, no hay dignidad posible, ai vida verdadera, para un hombre que trabaja doce horas al dia sin saber por qué trabaja. Era precise que el trabajo cobrara un sentido, que se convirtiera en una patrian (CH, p. 80). Para aquellos hombres que se disponian a la insurreccién, «todo era claro: iban a la conquista de su pan y de su dignidad» (CH, p. 108), y «todo aquello por lo que los hom- bres se dejan matar, por encima del interés, tiende mis o menos confusamente a justificar esta condicién (humana), basindola en fa dignidad» (CH, pp. 270-271). Por eso, si Kyo se ha encaminado al maraismo, lo ha hecho por «deseo de diguidad» (CH, p. 316). Cuando la muerte comienza a causar bajas en Jas filas de los tor. turados o de los prisioneros, la serenidad se refleja en ef rostro de Jos muertos, esa «serenidad que la muerte otorga a casi todos los “cadaveres, como si debiera ser expresada la dignidad de los més miserables» (CH, pp. 360-362); es la misma dignidad que aparece en el rostro del chino que, a pesar de su miedo, calla ante los sue plicios que le esperan (CH, p. 364), Es como si, en Malraux, se ce- Jebraran los desposorios sectetos de la dignidad humana y el dolor: «No hay dignidad que no se base en el dolor», piensa May, después del drama (CH, p. 399). En ef momento de las torturas més atvoces es cuando la dignidad se muestra mds profunda en estos rostros de miserables. 2, «Ls ORDEN MENDICANTE DE tA REVOLUCION» Asia nos detesta, ante tedo, porque tropieza Incesantemente con Ia potencia colonial de Occidente. En Singapur, en Hongkong, en las concesiones internacionales, «ni un solo europeo sin criedon (C, 14 ed., p. 18). En un pals «donde ef mas insignificante trabajo fi- «La Orden mendicante de la Revolucién» 6i sico cubre las manos de agua caliente» (C. 1.* ed., p. 44), Ja huelga general de Hongkong pone bruscamente a los europeos en situacio- nes grotescas, Se habla sin cesar de la «fuerza inglesa» (C, 14 eda p. 12), de la enétgica actitud que... deberia salvaguardar los inte- reses econémices de fos occidentales (C, p. 14). «Todas estas luces en el mar y en el cielo de China no nos recuerdan la fuerza de los Blancos, que las han creado, sino un espectéculo polinesion (C, pd gina 43), piensa ¢l amigo de Garin mientras contempla la bahia de Hongkong y su roca, esa «mano cortada del imperialismo inglés» {C, p. 194}. Bl mito europeo les parece estiipido a estos espiritus jévenes, ganados por fa revolucién china (C, p. 116): la violencia . constante, que fué la méscara del Imperio (C. p. 242), les ha as- queado pronto de la vide colonial (C, p. 7E}: a la caceiéan occi- dental, caracterizada en Hongkong por los rascacielos y los bancos, se opone el formidable silencio de China: Todo est ordenado a la accién. No hay drboles como en Saigén, ni céspedes como en Singapur: piedras. Actuar. Dominar. No casas para vivir: Bancos, Compafiias, Compafifas, Compafifas... Carteleras de pur bticidad. Pero, sobre todo esto --inquietante-—. Hegado sitbitamente de. jas gsperas montafias chinas que nos rodean, ef silencio. Es como ai fa ciudad estaviera sometida @ una epidemia... Cindad desiera, soledad nocturna. No produce ta impresién del abandono, sine de una catés trofe, Una gran mdquina averiada... Detrds de mf, un chino sin trabajo hace claquear sus zuecos, como pata adensar ms ef silencio... Aquf co- micnza China... La tenacidad inglesa, que ha sabido conguistar esta ciudad sobre la roca y sobre China, casa por casa, es impotente contra la pasivided hostil de trescientos mif chinos resueltos a no seguir ven- cidos (C, 1" ed. pp. 41-43). Esta «pasividad hostil» vuelve a encontrarla el narrador todo a lo largo de sus escalas: los nifios desnudos, con el vientre hinchado {C, 1 eda, p. 76}, el silencio de las huelgas de Asia (C, p. 141), el silencio de Hongkong. La colecta de délares pata cubrir fos gastos de la buelga de Hongkong hace pensar en la de San Pablo para 62 A. Malraux.—La esperanza de la revolucién las igiesias de Jerusalén: en la noche tibia y hdmeda del Asia sud- oriental, los pobres se unen para sostener a sts hermanos de Can- tén; los paisajes de las afueras de Saigén hablan de serenidad y de muerte, sepultades bajo las aguas de los arrozales, signiendo la cinta de fa carretera; peto las pagodas enmohecidas, las calles oscuras y cubiertas de hierba, fas tiendas, las oficinas situadas en los pisos de casuchas miserables, todo est habitado por el inmense rumor de jos hermanos en Ia pobreza y en la misetia: El entusiasmo chino es cosa bastante sara. Pero esta vez, hay que confesarlo, estin entuslasmados. Y pensad que los seis mil délaces que voy a entregaros han side dados, casi en su totalidad, por gente pobres culies, obseros def puerto, artesanos... {C, p. 18). Ha mi recuerdo, las Giudades se recrean en fincién de su instinto revolucionasio: Singapur, pldclda, jovial en apariencia, con gus chinos encerradas en Ia Isla come en una prisiéa, y los cien mil adherides a sus sociedades secretas; Sai- gén y Cholin, arrabsleras, con su andrajosa animacién nocturna, con sus innumerables globos eléctricos Henos de insectos, y esa atmésfera mica, en que la hostilidad lucha con e} suefio: Hongkong, donde el suefio ya no existe, y que muestra emo en una ciudad china Ia pasi- vidad, la indiferencia y ef sitencio se convierten en odio (C, 1 ed., pp. 55-56). La condition humaine encarna, con menos lirismo, pero con mas fuerza, la esperanza de Ia revolucidn, Este voluminoso fibro narra el fracaso de la tentativa de 19277: la insurreceién de los dias 21 y 22 de matzo, en las partes primera y segunda; las negociaciones con Hankeu, el 29 de marzo, cuando se presiente que el viento va 2 € describe una «victorias de la revolucién (pero Garin muere). Esto explica, sin dada, el tono mds confuso de algunas péginas. Patece que, en ef fracaso, Malraux encuentra acentos mds graves, mds humanos: fos que percibimos, por ejemple, en CH y E. «la Orden mendicante de la Revolucidnn 63 a cambiar, en la tercera; finalmente, ¢l aplastamiento del ala iz- quierda del Kuomintang entre e! 11 y el 13 de abril de 1927, se- guido de un epilogo situado en Paris y en Kobe (Japdn), en julio de 1927, y que anuncia uma «resarrecciém» de fa esperanza tevolu- cicnatia, mds alld de su aplastamiento temporal. Aqui se encuentra de nuevo toda la gama de fos personajes humanos: terrorisias, como Tchen, Pei, Suen; revolucionarios serenos y poderosos, como Kyo y Katow; «intoxicados por el vicio de la droga», como Clap- pique y Gisors: poderosos, como Ferral. Sobre todos estos seres vi- vos, el cielo hirviente de estrellas en Ia noche de China, la tremenda ciudad de Shanghai, las calles interminables, Jas sirenas del puerto, el agua accitosa y densa a Jo largo de los malecones, los tréficos se- cretos, los tenderetes, Jas concesiones intetnacionales protegidas, se- guras, bordeadas de casas lujosas y de burdeles elegantes, orladas de jardines cerrados por rejas que brillan en la noche Iluviosa, mien tras que fas callejas de fos barrios chinos huyen interminablemente en medio de la semioscuridad hacia los muelles infinitos y las f- bricas donde se trabaja mas de doce horas al dia. En fas concesiones europeas «velan las tropas de oche naciones», dicen los petiddicos (CH, p. 33). Pero también «velanm los juerguis- tas en los cabarés nocturnos, como el Black Cat, donde Clappique se representa a sf mismo la comedia de la nada: Irfan a acostarse, rendidos, af rayar ef alba —enando e! paseo del verdugo comienza de nuevo en Ia ciudad china... A esta hora no habla més que las cabecas cortadas en las cdrceles oscutas, con el cabello cho- ereando por la tluvia (CH, p, 34). Ferral, el gran sefior del Consorcio Franco-Chino, se da cuenta de que «la proximidad de la quiebra intensifica en los grupos fi nancieros la conciencia de la nacionalidad a que pertenecen» (CH, p. 253). Nada puede detener el oleaje de fondo de la esperanza de los pobres: “a A, Malraus—La esperanga de le revolucién Las concesiones, Jos barrios elegantes (de Shanghai) con sus rejas lavadas por Ja Huvia, al extremo de las calles, ya no existian més que come amenazas, coma barreras, como largos muros de cdrceles sin ven- tanss. En cambio, esos barries atroces... palpitaban de una multitud al acecho (CH, pp. 28-29). Lo que los huelguistas reclaman es: «Que se acaben las jornadas de doce horas». «Que se acabe el trabajo de los nifios menores de’ ache afios», «Que los obreros tengan derecho a seatarser (Ch, p. 95). Del mismo modo, para Tchen, «el proletariado habia Hegado a ser fa forma de su esperanza» (CH, p. 120). Lo que une a los insur- gentes «es ef mundo que preparan juntos» (CH, p. 122}, porque comprenden lo que les dice Kyo: «si hay que reventar, no im- porta reventar para hacerse hombres» (CH, p. 183). La revolucién se convierte en una especie de religién: «sdlo entre nosotros hay fen, dice Pei, ef joven discfpulo de Tchen: dos pobres... sdle por ellos me resigno a morit, a matar; tnicamente por ellos...» (CH, pp. 218-219). En el patio de la escuela donde Kyo espera la muerte, se siente rodeado por «sus hetmanos en la Orden mendicante de la revolucién» (CH, p. 358}: 10h cfrcel!, fugar en que se para el tempo —que prosigue fue- ra... JNo!, en aquel patio, separada de todos por las ametrafladoras, era donde ta revolucién, cualquiera que fuese ou suerte y el lugar de su resutseccién, habrfa recibide el tito de gracia. Donde quiera que los hombres trabajan penosamente, absurdamente, sometidos a la humilla- cién, se pensaba en condenados # muerte como aquellos del mismo modo que los creyentes rezan. Y on Ia cluded se comenzaba a amar a aque Hos moribundes como si estuvieran ya muertos. De toda Ia tiers cu- Lierta por aquells Gltima noche, aquel Jugar de estertores era sin duda el mis cargado de amor viril... A pesar de todo, I fatalidad aceptada por ellos ascendés con sa murmullo de heridos como Ia paz vespertina, y envolvla a Kyo, con sus ojos cerrados y sus manos ctuzadas sobre su cuerpo abardonade, con ana majestad de canto finebre. Fabia com batide por fo que, en sa tiempo, estaba cargado del centido mis in- tanso y de la esperanza mds grande. Morfa entre aquellos con quienes ha Orden _mendicante de la Revolucion» 65 hubiera querida vivic. Mosla, como cada uno de aquellos hombres ten- didos, por haber dado un sentido a ou vida (CH, pp. 361-362). La muerte que se clemne sobre fos prisioneros de la revolucién aplastada adquiere algo de la seprema dignidad de los grandes ya- centes de mdrmol, En medio de la caltna misteriosa que desciende sobre Kyo, la aceptacién de la fatalidad, esa actitud tan poco male rauxiana, se convierte en una consagracién del hombre. Lo que Malraux ama en la revolucién es su dimensién «religiosax; por la ciudad se piensa ya en estos condenades a muerte come en muertos, pero también como en modelos, come en héroes que suscitarén una inmensa falange de discipulos. Las ultimas paginas muestean céme los grupos clandestinos se rehacen y cémo los atentados tetroristas, nacidos del que costé Ja vida a Tchen, se multiplican. Hemmelrich sabe al fin para qué trabaja (CH, p. 394): ~ En fa ceptesin desencadenada sobre la China exhausta, en medio de la angustia o de fa esperanza de la multitud, fa actuacién de Kyo~ permanecia incrustada como las inscripciones de los imperios primitives en las gargantas de los rfos (CH, p. 402). Este pasaje me recuerda ef desfiladero de Nahr-el-Kelb, cerca de Beirut, donde los ejércitos han dejado, desde Alejandso a Ta- merlin y desde Mahoma 2 Napoledn IIL, insctipciones que el tue rista adescifran, La actuacién de Kyo, a pesar de haber abortado, permanecerd inscrita en fas gargantas de los rfos y en las cumbres de las montafias, despertard de época en Spoca la curiosidad de los viandantes y propagar4 indefinidamente la llamada a la esperanza humana. La carta de Pei, que ha huido a Rusia, evoca una «Epistolan de exiliados de alguna ciglesian perseguida, que leva a los ceneatce- ladoso, con noticias de los chermanos», un mensaje de esperanza y resurreccion + 86 A. Malrau.—La esperanza de la revolucién Decid a Gisors que Je espetamos. Descle que estoy aqui, pienso en el curso en que éf deciar «Lina civilizacién se transforma cuando su ele- mento. aids doloroso —ia humillacién pasa ef esclavo, ef trabajo para a obrero modemno— se convierte de pronto en un valor, cuando ya ne se trata de escapar a esta humillaciba, sino de espetar de ella Ja sal- vacién, ni de escapar a este trabsjo, sino de hallar en éi la razdn de ser. Es preciso que la {€brica, que ain no es més que una especie de iglesia de catacumbss, llegue @ ser lo que fad la catedral, y que ios hombres vean en ella, en lugar de los dieses, la fuerza humana en fucha contra la tierta..n (CH, p. 394) & La meta de toda revohicién digna de este nombre no consiste en librar 3 los hombres de asumir lo que hay de doloroso en una civilizacidn, sino en dar a este dolor un sentido, un valor, una razén. de ser. La fabrica, que ahora es una especie de iglesia de Jas cata- cumbas, debe convertirse en la catedral de la religién del trabajo, ese nuevo mesianismo y esa nueva esperanza proclamada por el marxismo. * Seria diffeil expresar mejor la promocién «teligiosay gue la revolucién quiere dar al trabajo humano, y, al mismo tiempo, la inversion de todos Jos valores implicita en esta misma promocién: en lugar de dioses, lo que hay que instalar en Ja catedral es «la fuerza humana en lucha contra la Tierra...» La principal manifestacién de lo edivinoo en el hombre es ta fuerza de oposicién, de transformacién de la faz de Ja tierra. Esto es verdad en la medida en que este dominio es ejercide en relaciéa con Dios, como lugertenencia de Dios, y no precisamente «contra» Ja tierra, sino con ella, en ella, Ahora bien, en Malraux, alirmar la fuerza del hombre contra la tier Fra es, al mismo tiempo, sepultar a los dioses. Se adivina ya el desarrollo de sus escritos sobre ef arte: también éstos mostrarén cémo el honor de ser hombre, en el anti-destino, ce manifiesta en fa prolongaciéa de la «car tedrals occidental, pero también contra ella, vaciindala de su Dios. Aventureras, héroes y «santos» de lu Revolucid 67 3. AVENTUREROS, HEROES Y «SANTOS» Dg LA REvoLUCION Lo que atrae a Malraux, en el marxismo, es Ja afirmacién de la voluntad humana: Hay en ef marxismo un sentide de I fatalidad y una exaltacién de la voluntad. Cada vez que Ia fatalidad deja atrés a fa voluntad, des- confio (CH, p. 166}, responde Kyo a Vologuin, cl delegado de la tercera Internacional, que le explica los subterfugios dialécticos necesatios para no hacer wabortar a la revoluciémy. Gisors, para justificar la actuacién de su hijo Kyo, dice también: Bl marxisme no es una doctrinay es una voluntads es, para el pro- fetariado y los suyos para vosotros--, la voluntad de conocerse, de sentirse como tales, de vencer como tales. No debéis set marxistas pars tener sazdn, sino para vencer sin traicionares (CH, p. 81} 4 En la creligién» marxista, lo que importa, a los ojos de los hé- roes malrauxianes, no es la doctrina, sino la voluntad que ella des- pierta, la decisidn, el dspero deseo de coincidir consigo mismo al 4 Malraux ha combatido en lay files def marxismo gor ética (MPLML p. 98), no por adhesin a ta doctrina: afitma incluso que ef marxismo no ee una doctrina, Importa recordar, sin embargo, gue ef comunismo es ante todo wna doctrina que pretende interpretar e} sentido de a historia. Es cierto que la voluntad humana desempeda un gtan papel en el movimiento de Lenin, pues el hombre es do que él hace» en fa natusaleza (la huma- niza}; pero actila siguiendo la orientaciéa del sentido de la historia, tal como lo descubre tx dialéctica det partido. Que eel pratetariado se conozca como tal» 0 no, no tiene la menor importancia; fo que importa es que cf profetariado acttie en el sentido de la historia. Este sentido tampoce tiene nada que ver con Jo que Gisors jlama Ja «fotalidad> del marxismo, puesto que, para G1, esta fatalidad es otro aspecto de Ja angustia ante la muettey cosa que también rehusaré admitir cualquier marxista ontedoxo. “wha esperanza de Ia revolucién artostrar el destino. La esperanza no est4 vinculada a una posibi- Jidad de éxito para la revolucidn, con el establecimiento de una sociedad mejor organizada, mds humana: ésta es la vertiente de la «atalidad», de la que es preciso desconfiat tan pronto como ad- quiere ventaja, porque reduce al extremo la Hama de una tucidez que debe permanecer constantemente alerta. Esta mistica de la in- tensidad explice por qué Malraux pone en ef mismo plano a los aventureros y a los auténticos revelucionarios: el elemento comun a ambos tipes es, para él, la voluntad que se opone «a la terran, Garin no es un revolucionatio marxista*, puesto que rechaza la sinsoportable mentalidad bolchevique..., Ia estépida exaltacién. de la disciplinan, tal como la entiende Borodin, que «quiere fabricar la revolucién come Ford fabrica automéviles» (C, p. 222). Por su parte, los marxistas puros estiman que «no hay sitio en el comunismo para el que quiere ante todo... ser él mismo, en definitiva, perma- necer aislado de los demas...» (C, p. 226). Garin quiere servit porque, después de haber querido dar un sentido. a su vida, estd de vuelta de todo (C, p. 62), Se burla amare gamente de los que quieren trabajar por la felicidad de los hom- bres; pero es un jugador, porque «si una vida no vale nada, nada vale una vida» (C, p. 216). Busca ciesta forma de poder; es todo ctispacién, fuerza, expectacién, voluntad de no ser vencida, afir- macién fortisima, libertad (C, pp. 63, 68, 75, 208, 211, 213, 216) % 5 Pero se te puede aplicar el calificative de «revolucionarios, piensa su amigo (C, L* ed., p. 16). © En la primera edicién, pig. 165, se lees «He deseado ef poder hasta el embrutecimientos, mientras que la ediciSn definitiva, pég, 208, sélo dice: tHe deseado el poder». A veinte silos de distancia, Malraux dculcifica ale gunas expresiones demasiado frenéticas. Yo, en todos estos casos, prefiero Aventureras, héroes y «santosn de la Revolucién 69 en una accidn buscada por sf misma (C, p. 218). Est4 animado de una pasién desesperada, y el f4rrago doctrinal del comunismo Ie exaspera (C, p. 70)". No ama a los hombres: si prefiere al pueblo, es porque esté vencido; ve en él mis corazén, mds humanidad, pero, «si triunfaran, serfan abyectosn, dice (C. p. 74). A pesar de todo, repite que nunca se debe abandonar la tierra (C, pp. 209, 229, 2B Hay en Garin una voluntad de poder buscada por st misma, en el seno del nihilismo més absoluto, y una. compasién hacia los po- bres, carente de toda esperanza de mejorar su suerte, pero que le toe secretamente. Asocial, ateo (C, p. 67}, estd, sin embargo, ape- gado a fa tierra; Ia maldice, pero esti siempre dispuesto a impo- nerle su fuerza, por el placer de sentirse existir él mismo. La trata como a las dos prostitutas chinas que quiere poseer apresuradamen- te, para probarse a sf misino que es mas fuerte que ellas y para li- Ja primera versién, por ser ms espontinea y mds reveladora de los senti: trientos del autor mientras vivia los acontecimientos de China, aun cuando el texto de la edicién definitiva sea més compacto y de més calidad ar- Histica. * La primera edicién, pag. 66, dice: sel fisrago doctrinal de que es taban cargados Ie exasperabas; en la ultima, pég. 70, se lee: «EL vocabu- aria doctrinal y, sobre todo, el dogmatisme de que estaban cargados, Ie exasperaba.» * En Ia edicign definitive, después del pasaje en que Garin explica que siente horror ante la tdctica revolucionaria de Boredin, porque no tiene en cuenta a clos hombres», Malraux ha afisdido dos pdginas en cue explica muy claramente [a razén del conflicto entre los dos hombres: en nombre de la amasonerfas en que se convierte cl comunismo, «como teda doctrina poderosa», Borodin «no dudaria en reemplazar a Garfn por otro menos efi- caz tal vez, pero mis obedientes (C, p. 223). En este pasaje afiadido se descubre daramente que Malraux ha comprendide mejor el caréctes inhur mano del marxismo. Todo esto falta en la primera edicién, o al menos esté mucho més difuminado. 70 A. Malraux.—La esperanza de la revolucién Aventureros, héroes y «santos» de la Revolucion at brarse de la obsesién que fe produces las mujeres de Cantén, La revolucién es pata él la ocasién de poseer asi la tierta de los hom- bres y Hbrazse de ella en el mismo momento en que la domina. sae Mestizo, sin casta, Kyo es desdefiado por los blancos, y mis atin por las blancas (CH, p. 80). Su aspecto de samuray se debe a esa dutzura que la sangre japonesa de su madre ha puesto en la cara de cura ascético que ha heredado de su padre (CH, p. 52) Kyo wexigia ser el finico responsable de su vida» (CH, p. 52). Asi encarna [a ternura viril que, en los héroes malrauxianos, une al hijo con el padre, al discfpulo con el maestro que lo inicia en la vida heroica, y la atenta desconfianza del que se quiere unico res- ponsable de sf mismo. De los ocho a los diez y siete afios habla vivido en el Japén, fo cual le habfa «impuesto también Ja convic- cién de que Jas ideas no debian ser pensadas, sine vividas»; en consecuencia, habia clegido la accién, «de una manera grave y exactay (CH, p. 79). Habla vivido, en Cantén y en Tientsin, fa vida de los braceros y de fos culfes para organizar fos sindicatos (CH, p. 80). Aunque desprovisto de todo espfritu religioso, indiferente al cristianismo (CH, p. 78-79), Kyo ha elegide «hacerse pobre con los pobres» y vivir la vida de los desarrapados de las grandes ciudades chinas. El sentido hetoico le fué dado «como una disciplina, no como una justificacién de la vida». Kyo no estd inquietoy su vida tiene un sentido: dar a fos hombres fa posesién de su propia dig- nidad. Su alma rigurosa le marca con una especie de calma inal- terable, esa calma que parece acompafiar constantemente a su per- sona a fo largo de la novela (CH, p. 80} Tchen ve on el proleta- siado y en el tertorismo «un sentido pata su soledad», ta «satis- faccién de sus odios, de su pensamiento, de su cardcter», en una palabra, una especie de absoluto mistico; pero en Kyo «todo es sencillo» y casi transparente: hay que hacer los actos necesarios para dar a los hombres su dignidad. Kyo no busca un sentido para sti soledad, sino para su vida; esté como ausente de s{ mismo, o més bien, no deja nunca que sus dramas personales intervengan en su decisién heroica; resiste a toda intoxicacién (CH, p. 271). Su muerte es «vividan en calma: muere entre aquellos con quienes hubiera querido vivir. Se refugia por completo en si mis- mo (CH, p. 342) para escapat a la ignominia de Ia esclavitud y de la humillacién. Sabe que «todos estos hombres, que estén cautivos, tienen hijoso. Hard de su muerte «un acto exaltado, la suprema expresién de una vida», al absorber el cianuro que «le macha- card, pot fin, mds alld de si mismo, contra una convulsién todepo- derosan (CH, pp. 361-362). Katow, con su buena cabeza de Pierrot ruso, sus ojillos burlo- nes y Ia ingenuidad itnica de su rostro, evoca un «pdjaro socarrén» (CH, p. 22). Cogide en una actuacién estépida —un asalto contra fa cdrcel de Odesa, en 1906, en a época en que frecuentaba la Fa- cultad de medicina—, Katow pidié esponténeamente que se le en- viara con los desdichados que habfan sido condenados a las minas de plomo. Ha pasado cinco afics de trabajos forzados (CH, pp. 23, 47, 249}; pero jams se alaba por este. sactificio que recuerda las gestas de los martires; afirma aque quiere camaradas, y no santos. No conffa en fos santos...» (CH, pp. 248-249). El secreto de Katow es una oculta ternura por Jos seres: eva- dide de Siberia, sin esperanzas, con su carrera truncada, habla co menzado pot hacer suftit a una muchacha obreta que Je amabaz pero «tan pronto como ella acepté el dolor que Ie infligia, ganado por fo que tiene de emocionante la ternura del ser que sufre hacia el que le hace sufrir, ya no vivié mds que para ella, y sdlo por 2 A, Malrauz—ta esperanga de la revolucién costumbre siguid en su actuacién revolucionaria, peto Uevando a ésta a obsesin de la termura sin limites que se ocultaba en el co- razén de aquella muchacha ligeramente idiota: horas enteras le acariciaba el pelo, y se pasaban ef dia acostados juntos, Ella murié, y después...» (CH, pp. 249-250), Esta obsesién de la ternura por un ser vagamente «idiotay abre el corazén de Katow a la compa- sién humana, a la amistad viril, tierna, delicada, introducida por él en Ia violencia revolucionaria: por eso conoce que Hemmeltich «sufre ante todo de s{ mismo» (CH, p. 250), pero comprende hasta qué punto son «escases y desmafiados los gestos del afecto virily (CH, p. 250). Recordamos aqué al Hagen de La maison de la nuit, caya coneiencia se abre a fa compasién, y que encama, de manera lejana, un gesto de caridad. También Katow, sencillo, reposado, piidico, adivina, més alli de} desarrollo implacable de la revolucién, su indudable grandeza. como la adivinaba Kyo, pero también el drama de tantas sensibilidades machacadas por una vida atroz, No conozco, en Malraux, escena tan profunda como aquella en que Katow, sin descubrir apenas nada de sf mismo, ofrece a Hemmelrich la ayuda de una amistad fraterna. La muerte de Katow es una especie de transfiguracién de su ter- nura oculta. Reparte su cianuro y se lo da a los dos chinos convul- sos ante la idea de ser arrojados vives a la caldera de la locomotora: Este don de mds que su vida, se fo ofrecia Katow a aquella mano caliente que reposaba sobre él; ni siquiera a los cuerpos, i siquiera a las voces... ¥ también éf apretaba la mano, al borde de tay légrimas, invadide por aquella pobre: fraternidad sin rostro, casi sin verdadece vor (todos los cuchicheos se parecen}, que se le ofrecta en aquella os curidad, a cambio del don mis grande que jamés habia hecho, y que se hacia, quizd, en vano (CH, pp. 365-366). Katow siente entonces la mano caliente del chino, que, a tientas, trata de apoderarse del cianuro, dejéndolo caer al principio, con lo cual parece tormar definitivamente absurdo el gesto afectivo. Aventureros, héroes y «santos» di Revolucion 73 Estos gestos, estas voces carnales ponen a Katow al borde de las 13- grimas. Las ldgrimas son cosa rara en ef mundo de Malraux; pero estn presentes aqui, con fa misteriosa dimisién de la sensibilidad que producen; y bastan para elevar esta escena a la categoria de fo sublime. Esta fraternidad sin rostro evoca anticipadamiente la espe- xanza que llena Ia noche de Espafia o fas conversaciones de los sol- dades alemanes en la mina, dos escenas célebres, una en L'espoi, la orra en Les noyers d’Altenburg, Pero, aqui, la fraternidad es al mismo tiempo Ja sombra de la «caridad perfectan: Katow «da dos veces su vida por los otros»; primero, apostande a Ja carta revolu- cionaria; después, renunciande a su posibilidad de morir hicida- mente y regalindosela a dos desconccidos. Por eso cuando tiene cogida la mano del chino, en el momento en que éste traga el ve- neno fulminante, se anuda un vinculo misterioso, una especie de comunién «laica» La mano que tenia cogida torcié de pronto le saya, y, como si a través de ella hubiera comunicada con ef cuerpo perdido en fa oseue ridad, naté que éste se tendia, Envidiéd este ahogamiento convulsive. Casi af mismo tiempo, ef otro: un grito sofocade, al que nadie presté atencién. Después, nada (CH, p. 367). Uno no sabe qué es aqui lo dominante, si el horror ante las convuisiones de los suicidas o esta comunicacién entre los sexes a través de esa boca que grita o de esa mano que aprieta a otfa. Quien haya tenido cogidas las manos de un nifio que sufre —y aqui es Kcito hablar de nifios, pues los dos chinos son muy jévenes y Katow les lama «pequefios» (CH, p. 368) sabe qué pinico de néufrago, peto también qué amor y qué temnura anima los dedos que se aferran a nuestra mano. Malraux torna sensible este «vid- ticon que Katow da a los dos hombres: a través de la mano, «co- mulgay con el primero: con el otro, a través del grito sofocado. Pero ef vidtico que va a sellar su ccomunién» no es Ia vida omni- potente de Cristo resucitado, portador de la esperanza de la ma, 74 A. Malrauxe—La esperanza de la revolucion ana pascual, vida infundida en nuesttas almas y en nuestros cuer- pos antes del gran trinsito; es Ja muerte, fa capacidad de «motir su muertes, dada por un «santo Iaicon de la tevolucién, Katow, el Pierrot ruso, burlén, silencioso, valiente, que, al quedar solo, ex- perimentard «una alegrfa profunda» y se sentir acompafiado por toda la sala en el momento de ser Hevado al suplicio: «Los pequefios habrén tenido suerte, pensd. |Bueno! Supongamos que he muerto en un incendio...» Volvié a reinar el silencio... Avan- zaba Ientamente, casi sin separar las piernas, impedido por las heri- das... Toda la oscurided de la sala estaba viva y le seguia con fa mizada, paso a paso. BI silencio habia Hegado a ser tal, que el suelo resonaba cada vez que Katow lo tecaba pesadaments con aus pies: todas las ca- bezas, moviéndose de arriba a abajo, seguian el ritmo de su marcha, con amor, con horror, con tesignacidn... Todos los que atin no habfan muerte esperaban el silbide (CH, pp. 368-369) °. «Por ilusoria que sea, la idea maraista... sabe arrastrar a sus adeptos a la accién y hacetles abrazar el sactificion (DC, col. 74): después del pétrafo de Malraux era preciso releer estas palabras del Papa en su mensaje de Navidad de 1954, 9 Cabe comparar esta «muerte de Katow con la de Chantal de Cler- getie, en: La Joie, de Bernanos: def misme modo que Katow renuncia, dando su Ganuro, a «sao muerte voluntaria y hicida, Chantal acepta una muerte mezcada con temor y angustia. Katow sealiza este gesto para que otros seres ids debiles pueden no ser indignos de su muerte, Chantal, por sa parte, entraga su alegria para que el cura Chevance tenga una muerte dulee y dichosa. El tema seaparece en of Didlogo de Cartelitas, Las difetencias ce clima permiten medir también el abismo que separa la virtud estoica ands proxima a la caridad, de Ia alegsia del mértir cristiano. (Cfr. el primer vol. de esta serie, El Silencio de Dios, pp. 536-538.) Lo que més llama fa atenciéa es quiz4 la ingenua senciller de estas pdginas de Bernanos, en vive contraste con la tensién, a pesar de todo un poco romantica, de las escenas malrauxianas: el autor de la Imbosivre habla del don de infancia, de sontisas y de desposorios, mientras que Malraux no escapa a a crispa- cién de una intensidad que acaba por destruiese a sf misma. El cielo milenano th fi, EL APOCALIPSIS DE LA HISTORIA 1. EL cielo MiLENnario Pero 1a sevolucién es vana, y Ia esperanza, inditil, ante la in- mensidad del tiempo y del espacio, ante el cielo milenario: Los hombres, perdidos en el lejano ruido de sus zuecos, Ie pareeian todos locos, separados del universo, cuyo corazin, que Iatfa en algda sitio, alld arriba, entre 1a luz palpitante, Ios cogia y los volvia a lanzar a la soledad, como los granos de una mies desconocida (CH, p. 401), Las ligeras nubes toman ridicula la agitacién de los hombres: Ligeras, muy altas, pasaban las nubes sobre fos oscuros pines y se dilufan poco a poco en el cielo. ¥ le parecié que un grape de ellas, aquél precisemente, representaba a los hombres que él habla conocido y amado, y que hablan muerte, La humanidad era espesa y pesada, pesada de carne, de sangre, de sufsimiento, y eternamente apegada a sf misma, como toda lo que mucte. Pero incluso la sangre, incluso ia cae- ne, incluso el dolor, inchiso la muerte, se dilufan aif arriba, en ja luz, como la miisica en fa noche silenciosa: ... el dolor humane le parecié subir y perdesse, como el canto mismo de Ia tierra. Sobre la paz estre- mecida y ocuita en él como en su corazén, ta angustia posefda cerraba Jentamente sus beazos fohumanos (CH, pp. 401-402). Lo inhumane acaba por dominar: pasado el gran desafio, la gran lucha, la gran esperanza de /a revolucién, sélo queda la sete- nidad de la muerte, el rostro ciego de un planeta muerto. wae Después de su primer ctimen, la noche se le muestra a Tchen come una proyecciéa de su propia angustia: Sacudida por su angustia, la noche hervia como una enorme hue mareda negra lena de chispas. Al ritmo de su respiraciSn, cada vee % A. Maltauc—El apocalipsis de la historia menos agitada, Ja noche se inmovilizd, y en ef desgarrin de las pubes se establecieron estrellas con su movimiento eterno, que fa invadié con el aire mds fresco de fuera. Se alzé ef lamento de una sirena, y Iuego se perdid en aquella serenidad hirlente (CH, p. 16), E] texto desarrolla con precisién la cinta de la angustia: con- templada, al principio, a través del espanto que se ha apoderado de Techen después de su erimen, la noche ¢s como una humareda negra lena de chispas: es la noche de los hombres; pero muy pronto, allé arriba, en los espacios inconmenstrables, por un desgartén de las nubes, aparecen las estrellas en la tiniebla césmica; al fin, adlla una sirena, como para subrayar mejor la punzante serenidad det universo, indiferente a les suftimientos de los hombres, Durante la misma noche, también Kyo medita, pues es la vela de armas de la insurreccién + «La China soviétican, pensé. Conquistar aqui la dignidad de los suyes, Y Ja URSS Hegando a fos 600 millones de habitantes. Vic~ toria © derrota, esta noche, ef destino del mundo vacilaba cerca de agut (CH, p. 56). Malraux es extraordinario en la evocacién de esas noches obse- sionadas por el sufrimiente de los hombres, por su fraternidad, por sus amores —-«ese algo primitive que armonizaba con las tinieblas ¥ suscitaba en él un calor que acababa en un apretén inmé- vil, como de una mojilla contra otts, la nica cosa tan fuerte en él como la muerte» (CH, p. 68}, esas noches en que ef destino de 400 millones de hombres depende de Ia victoria o Ie derrota de unos centenares. Pero sabe también, mds alld de estas esperanzas revolucionarias y de estos amores, hacer palpable la noche césmica, que lo absorbe todo y todo lo torna ridicule. Una desctipciéa de! muelle de Han-Keu, al atardecer, mientras Kyo espera e] barco para cruzar el rfo, reproduce el proceso que va sepultando la esperanza del levantamiento de 1927 en una fria luz lunar: EL cielo milenario a Tenla que esperar veinte minutos. Caminé al azar. Las limparas de petséleo se encendian al fondo de Ins tiendas. Aqui y allé, algunas si- luetas de drboles y de aleros combados se proyectaban sobre el ciele del Oeste, en el que ain quedaba una luz sin manantial, que parecta nacer de fa dulzura misma del aire y unirse, muy arriba, con Ia quietud de la noche. - Una primera oleada de imagenes eleva, desde aqui abajo, \am- paras, Arboles y aleros combados a una playa de luz olvidada en el espacio. ¥ orienta les ojos hacia la tranguilidad de la noche. La serenidad de! ciclo sélo se muestra hasta ahora como una region fria © inaccesible. Pero una segunda imagen invierte las perspecti- vas: ahora son los hombres les que parecen bafiades de una luz inteal, proyectada desde la Juna. Los mundos enormes pasan cada vez mas a primer plano, hasta obsesionar al lector y reducir a inv fimas proporciones esta tierra, y, en ella, la orilla del Yang Tse, en Han Keu, el 29 de julio de 1927: A pesar de tos soldados y de Jos Sindicatos, en el fondo de Ios ten- duchos, Jos curanderos, fos vendedores de hierbas y de monstruos, los escribanos piblices, los echadores de suertes, los astrdlogos, fos dec dores de buena ventura, continuaban su oficio Iunar a ia hiz turbia en que desaparecian las manchas de sangre. Las sombras, més que alae- garse sobre ef suelo, se perdian en él, befiadas de una fesforescencia azulada. El dltimo destello de aquel atardecer tnico, que tranccursia muy lejos, en alin lugar del universo, y del que ua solo reflejo venfa a bafar la tierra, fucia débilmente en ei fondo de un arco enorme coronade por una pagoda raida de hiedea ya sombtia. La tierra se nos muestra perdida como una mota de polvo en una inmensidad —imposible no evocar aqui a Pascal, pero a un Pas- cal ateo—, rozada como al azar por un resplandor que llega de le- jos. El fin del pasaje nos leva otra vez a la China real, que est dispuesta a «liberatses del yugo imperialista: basta que la claridad emanada de los mundes’sea vista a través de un arco oscuro, cor ronado por una pagoda rofda de hiedsa ya sombria, para que el 78 A. Malraux—Eb apocalipsis de la historia espiritu sea conducido de nuevo hasta aqui abajo; pero, esta vez, terminado el viaje interestelar, vuelven a invertirse las perspectivas, y la coaversacién que va a seguir, con Vologuin, de ta cual saldré Ia politica de compromiso de la If* Internacional frente Chang Kai- shek, se desarrollard bajo e! signo de la noche sideral : ‘Mis allé, un batallén se perdia en la noche acumulada en niebla a ras del sio, mds alli de un alborote de campanillas, de graméfonos, y acribillado por una verdadera iluminacidn. También Kyo descendié hasta un malecn de bloques enormes: los de Ins murallas, arrasadas en sefial de liberacién de China. El transbordador estaba a un peso (CH, pp. 160- 161). La Ultima parte de este texto acelera el tempo: el ruido y ta luz terrestre reaparecen, y forman contraste con una rdpida evocacién de la muralla secular de China, arrasada por los que quieren liberar a 400 millones de hombres, Bruscamente, traide en silencio por una especie de magia, esta alli el transbordador que ha de Hevar a Kyo hacia ef comité central de la revolucién china. La insurreccién seré ahogada en sangre. Kyo seré detenido con sus compafieros porque Clappique, que sin embargo no es jugador, se deja fascinar por Ja bola que le parece ser el destino, en la sala de juego donde entra por un momento, antes de la hora de la cita en ef Bluck-Cat, Aqui esté el eje de La condition humaine: Clappi- que esti «come separado de su verdadera voluntad>. El, que ¢s ami- go de Kyo y quiete silvarle, deja pasar el momento en que po- dria hacerle ver el peligro que fe acecha. Este hombre, que des- cubre que también él quiere Iegar a ser «dios», de rebote envia a Kyo a la muerte. En esta tetcera fase, ahora decisiva, de la in- surreccién, Malraux evoca todavia la noche estelar: El cielo milenario Abandoné ef jardin y, esforzindose para no pensar en Kyo, comenzd a andar. Ya los Arboles eran escasos. Suibitamente, a través de los res+ tos de bruma, aparecié en la superficie de las cosas fa lux mate de la fona. Clappique alzé los ojos. La huna acababa de surgir de ana osilla desgarrada de nubes muertas, y navegaba lentamente por un agujero inmensa, oscuro y transparente como un fago, con sus profundidades Henas de estrellas. Aqui, una vez més, por una tdpida evocacién de os irboles, + de la bruma, de un deegarrén de las nubes, somos transportados al lago muetto por donde navega la luna. Exactamente igual que en Ja escena de Han-Keu, el resplandor desciende de nuevo a la tierta y proyecta sobre ella el absurdo de los espacios infinitos: Su luz, cada vez més intensa, daba a todas aquelias casas cerradas, ai abandono total de fa ciudad, una vida extraterrestre, come si la at- mésfera de Ja luna hubiera venido a instalarse con su claridad en aquet gtan silencio repentino. Contemplamos ahora la tierra, desde Jo alto de un observato- rio sideral, como un planeta enfriado, en una deriva inhumana de los astros y de las galaxias. Desde alli, una tercera serie de imd- genes nos Ileva de nuevo 2 Ja tierra china, en Shanghai, hacia la media noche del Lf al 12 de abril de 1927, durante aquellas ho- ras plimbeas, punteades por disparos de fusil: Sin embargo, tras esta apariencia de astro muerto, habla hombres. Casi todos dormlan, y Ia vida inquietante del suefio armonizsba con aquel abandono de ciudad sumergica, como si tambign ella fuese fa vida de otro planeta. «Hay en las Mil y una Noches mintsculas cindades Henas de durmientes, abandonadas desde hace siglos, con sus mezquitas bajo la luna; ciudades del desierto durmiente...x .. La muerte, su imuexte, no era muy verdadera en aquella stmdsfera tan poco humana... é¥ Jos que no dormian? «Hay también fos que keen, los que se car- comen, les que hacen el amot». La vida fatura se estrerecta detrés de todo aquel silencio. {Humanidad rabiosa, a la que nada podia librar de st misma! Ef hedor de los cadiveres de la ciudad china pasé con el 80 A. Mabraux.—El apocelipsis de ta historia viento, que se levantaba de nuevo... Clappique tave que hacer un es- fuerzo para respirars renacfa la angustia. Soportaba mejor la idea de Ja muerte que su olor. Este se iba apoderande poco a poco de toda aquella * decoracién que ocultaba Ja fecure del munde bajo una lecura de eter- nidad, y, mientras el viento segula soplando sin el menor silbido, la fona alcanzé Ia otilla opuesta, y todo valvid a quedar sumido en ti- nieblas. . La descripcién del mundo de los hombres es esta vex més lare ga y mds mezclada con la evocaci$n de la luna eerante, porque, vencida ya la revolucién, Ja sangre y la muerte van a inundar a China, como 4i la absurdez definitiva de los planetas muertos «se encarnaray en el espantoso hedor de los cadaveres de los fusilaces sComo un scefio,., Pero aquel olor terrible ie obligaba a volver a Ja vida, a la noche Hena de ansiedad, en Ja cual los reverberos poco antes empafiados formaban grandes circulos que temblequeaban sobre Jas aceras, donde la lluvia habia borrado los pasos (CH, p. 26). Esta imagen recuetda la visién de Tchen, desde el balcdn, al contemplar la ciudad, la noche de su primer crimen, vispera de una insurreccién ahora vencida: Abajo, completamente abajo, las luces de media noche, reflejadas a través de una brama arnarilla por el macadin mojado, por las rayas pilidas de los rafles, palpitaban con fa vida de los hombres... Toda aguella sombra inmévii o centelleante era la vida, como el rlo, como el mar invisible, alld a Jo lejos ~el mat... (CH, p. 26). 2. LA DERIVA DE LA HISTORIA Y LA NOCION DE HOMBRE, Cuando Clappique evoca «las mintisculas ciudades Henas de durmientes, abandonadas, con sus mezquitas bajo la luna (CH, p. 292), la imagen de la inmensidad del tempo se superpone a la de Ja inmensidad del espacio, Malraux se sentiré cada vez més obse- sionado por la inconmensurable sima del pasado, hasta el punto de La deriva de la historia y la nocién del hombre que los temas de sus primeros escritos, por ejemplo La tentation de VOccident, van a adquirir una importancia extraordinaria, Et coloquio de Altenburg, en Les noyers, desarrolla explicita- mente el tema de las civilizaciones pasadas, descubiertas por Ja are queologia y la etnografia, pero que nos revelan tipos humanos in- comprensibles para nosotros: los hombres no sélo son engullidos por la noche sideral, sino que estén encerrados en el mutismo de estructuras mentales cextinguidas como fa raza del plesiosauron; no sélo son prisioneros de una lucidez absurda, sino también «lo- cos» que hablan una lengua que la generacién siguiente ya no en- tenderd, porque no fruede ser traducida., En otras palabras, Jas su- cesivas categorias de! pensamiento: son incomunicables, y tas gene- raciones sdlo se suceden «para arrojar al hombre al tonel sin fondo de Ja nada... ..,.Poco importa que Jos hombres se transmitan duran- te algunos siglos sus conceptos y sus téenicas, pues el hombre es un azar y, en lo esencial, se compone de clvide» (NA, p. 99). Esta flosoffa, inspirada en Spengler y en Frobenius, implica que la «permanenciay del hombre no poded ser mas que el residuo co- aii a todas las civilizaciones. Les noyers, mediante una serie de escenas yuxtapuestas, trata de revelar, en una especie de apocalip- sis laico, la verdadera «nocidn» del hombre, mds alld de las cultu- ras. Esta «permanencias en algo que se parece mucho a la nada, puesto que nada de las civilizaciones pasadas puede sobrevivir ja- mds, 3 también, segin Malraux, una permanencia en lo funda- mental. Esto es lo que puede vislumbrarse en las cuatro escenas que voy a resumir. En ta escena de la «mina», el padre del natrador escucha las conversaciones de los soldados alemanes que se preparan para un ataque contra las trincheras rusas, en 1916, En los jirones de frae 82 A, Malnaucx—E) apocelipsis de ta historia ses anénimas, pres la trinchera estd oscura y los rostros no pueden ser identificados, lo que se manifiesta no es el hombre alemdn, con tales o cuales peculiaridades de raza o de mentalidad, sinc el hom- bre de siempte, que lo mismo se encuentra en la antigua Asiria que en el ejétcito francés, lo mismo en el ejército aleman que en el ¢jér- cito del enemigo tradicional de Alemania, que es Rusia. Este hom- bre se muestta demudo, vulnerable, pero caracterizado pot esa pa- tiencia que le hace soportar Ja existencia con una sencillez ajena a toda retdrica: Pero tambign el raudal del tiempe Ileva a la maerte tan sin pérdida, que el viejo suelio del destina suspendido ceaparecesia como si hubiera side el secreto de la ticrea, agazapada en estes hombres de cascos en punta, recubiertos de tela gris, come Io habla estado bajo los yelmos de les soldados de Saladino. En aquel alor de eriadera de setas, mi pa- dre vio, chrante un segundo, ef gesto petrificado de fos herteros mi- toligicos bajo una juz olvidsds para sientpre —ana liz apenas turbada por el paso de fas efimeras voluntades humanas, efimeras como esta guetta y como el ejército alemin—-. El que acababa de hablar de elec- tricidad, uno de los soldados més pobres, una cabeza de akcoldlica he- reditario, se puso a revolver, bajo el rayo de sol, en una maleta pe- quefifsima que sacé de su seco, una ridfeula maleta de muflecos, come si su miseria se hubiera expresuda también en ella. La oscuridad estaba muevamente poblada de voces, voces de indiferencias y de suefios secu laves, voces de oficios ~-como si sdie los ofties hubiesen vivido, baja los hombres intbersonales ¢ interinos—. Los timbres cambiaban, pero los tonos permanecian idénticos, antigaisimos, envueltos an el pasado como fa sombra de esta mina —la misma resignacién, Ie misma falsa autori- dad, ld misma ciencia absurda y la misma experiencia, Ia misma inago- table alegréa (NA, pp. 135-136). Bsta calegeia inagotable» -ca inagotable paciencia del pobre», decia Bernanos--- ensefia acerca del hombre mas que toneladas de teorfas, pues la definicién malrauxiana de la esencia del hombre es [a fuctdeg ante la muerte: La deriva de le historia y la vociin del hombre BB Ali arriba se deslizaban tos pdjaros, y mi padre ofa salir de la espesa penumbra Ja vor de la dnica especie que ha aprendido, »j pero tan mal! que puede morir (NA, p. 137}. eR La segunda escena de Les noyers revela cémo ef hombre es an- gustia ante la muerte, y cémo la fraternidad le une a sus semejantes en Ja lucha contra ella. Los asaltantes alemanes, al ver a los. pri- meros gaseados rusos, se convierten al punto en salvadores: «Hay que hacer algov, dijo uno; «desde Inego, no se les puede dejar asiv, aiiadié otro; y Berger, horrorizado ante los montones de muertos cenmohecidos», pues el gas fos habla asfixiado, piensa: Ej Esptritu del Mal ore para él mas fuerte atin que ta muerte, tan fuerte que €ra preciso encontrar wa rus que ne estuviers muerto, une cudiquiera, echdrselo a las espaidas y salvarlo (NA, p. 157). Es necesatio salvar al menos un soldado ruso, para hacer algo, pero también para protegerse a si misma: Mi padre. con los ojos fuertemente certados, enteramente pegado a acueel caddver fraternal que le protegia como un escado contra todo aquello de fo que bufa... (NA, p. 157}. Hye de fa visién de los muertos congelados en un silencio pre- histérice; huye de la visitacién del espanto. Contra éste, participa en el asalto de fa compasién: Sorprendide, fiberado, vel rodar hacia‘Ias ambulancias el asalto de la compasién. Se dio cuents de que el hombre que Hevaba encima era muy pesade ~-y estaba mucrto—. Abrié las dos manos: el cadaver se derrumbé. Ya no necesitabe estrechar un cuerpo muerte fara hichar contra lo inkuraano (NA, p. 158). La fraternidad, al cimentar «el dique de la compasiény (NA, p. 162), libera a Berger de su obsesién de la espantosa fatalidad, 84 A. Malrinz.—E} apocelipss de Ja historia pues va a vivir lo que es el hombre, angustia y frateenidad mez- cladas: gLa compasién?. peasd confusamente, como cuando habia visto re- gresar a las compafifas, Se trataba de un sentimiento may diferente on cuanto a su profundidad, en el que la ongustia y la jraternidad se mez Gabon inextricablemente con un impulso venide de muy lejos en of Hlempo ~como si la capa de gases sdlo hubiéra abandonado, en lugar de aquellos rusos, los caddveres amigos de hombres del cuaternatio... (NA, p. 163) 1. «E] dique de la compasién no seria eficaz varias veces, pues el hombre se acostumbra a todo, menos a moti» (NA, p. 162). Mas alla de fas consideraciones de Altenburg sobre las civilizaciones, esté el apocalipsis del hombre: De pronto, el recuerdo de Altenburg cruzé Ia obsesién de mi pa- dre... @Qué era... la aventura terrestee surgida tras la ventana de Reichbach, al lado de aquel apocalipsis del hombre que acababa de aga- rrarle por ef cuello, al lado de aguel zelémpago que durante ua segundo habia iluminade sus profundidades prefiadas de monstruos y de dioses sepultados, el caos semejante al bosque dottde posesos y mitiertos frae temnales se deslizaban bajo Jos cxpotes ensangrentados, gesticulantes de viento? Un misterio que no entregaba su secrcto, sino tan sdlo su pree sencia, tan sencilla y tan despética que arrojaba a la nada todo pen- 49 Esta visidn def shombre del cuaternarior, paralela a la que tuva Berger a su regreso a Marsella después de su peregrinacién turania, reapa- recerd ent tos escritos de Malroux sobre el arte, Lo que Malraux buscarf en Jos primeras bajo-relieves de Ia prehistoria serén esas cimdgenes de la dese dicha, que se parecen entre sf més que las de fas diosess (BR, p. 30). Malraux quicce sorprender, més alli de los relieves en que el animal se per- fila como una aparicién igual al hombre, aquellos en que el hombre se afiema como superior ai animal (BR, pp. 25, 29}: por ejemplo, los de Bgipto, en los cuales, desde ef principio, el hombre es rey (BR, p. 29). samiento vinculado ella ~-como sin duda fo hace la presencia de fa muerte (NA, pp. 163-164) +4. La tercera escena de Les noyers se desarrolla, al comenzar la guerra de 1939, en el campamento de Chartres. El hijo de Vicente Berger contempla, a su vez, una masa de gentes sencillas, solda- dos franceses alojades en la catedral de Chartres. La imagen del hombre se torna mds Hricaz resplandores de alba ihuminan el cua- dro y anuncian la aurora casi «biblican que corona el libro con un «apocalipsis» de luz blanca, Pero, al mismo tiempo, la imagen se decanta, Como en una sobreimpresién, tal como se veia en los ros- tros de los campeones olimpicos al principio de la pelicula Los dioses del estadio, perfiles estatuarios se superponen a los rostros de los combatientes, En las voces de los vivos, comenzamos a ofr «las voces de os muertos» : Cada mafiqna contemplo miles de sombrae en la inguieta claridad del alba; y pienso: «Bs el hombrex. He creide conocer mds que mi cal- tura, porque me habia encontrado con Jas muchedumbres militantes de tuna fe religiosa © politica, Ahora sé que un intelectual no es s6fo aquel para quien los libros son necesarios, sina todo hombre cuya vida es impuleada y movida por una idea, por elemental que ésta sea. Los que me rodean viven al dia desde hace milenios. Desde les pemetos mo- mentos de la guerta, desde que ef uniforme supsimis el oficio, comencé a entrever estas semblantes géticoss Y fo que hoy surge de esta mul- 1 La escena del ataque con gases es una especie de capocalipsiay que revels fa aventura ierrestre mis profandamente que los coloquios eruditos. Hey. que ebservar también, en este pasaje, la aparicién del tema de la dicha, tam raco en la obra (NA, ps 164). Peco, sogiin confiesa Malraux en 1a edicién de Gallimard, et tema seria aqui puramente episédico. Parece, no obstante, que nor encontramos ante los indicios de una nueva manera de vet las cosas. titud hosca, que ya no puede aisitarse, no es el presidio, sine le edad medit, Pero la edad media no es sino la méscara de sw pasado, tan largo que hace softer com una eternidad, Su amor es un secteto, incluso para ellos; su amistad es el calor humano de une presencia, junto a ia cual se reposa sin hablar —an intercambio de silencios. Su alogria, toda rudezas y explesiones, no ha cambiado desde Breughel, desde fos fabliaua; esas manotadas y esas risas, como su sonido, ascienden de una sina mds insondable, ads fascinante que toda le que conecemos de muestra vaza. {Bascinante como su paciencia! Aqui, un sacerdote me ha dicho: «En ef fondo, creyentes o incrédulos, todos fos hombres mue- ren en sna mezela bien embrollada de femor y de esperanza...» (NA, pp. 2425), La «edad median que surge de estos rostros no es sino el in- dice de una dimensién més esencial, Ja de! pasado insondable, que es lo nico que manifiesta lo que es ef hombre. Creyente 0 no, ef hombre muere en una mezcla de temor y de esperanza. Esto es, Jo que interesa a Malraux; todo lo dems le parece una supetes- tructura accidental. Superestructura es para él la radiante esperanza del cristiano que muere en Cristé; superestructura la certeza del creyente, para el que la muerte es «un comienzo». «A mi, escti- tor, equé es lo que me obsesiona desde hace diez afios, sino ef hombre»? (NA, n. 25), escribe. Pero ef hombre que Malraux quiere descubrie es una quintaesencia de temor y de esperanza, vaga en su contenido, firme en su decisién de decir «no» al mundo. La escena con que terminan Les nayers describe un ataque de carros al principio de la guerra de 1939-1945, Los hombres que sirven con Berger son, por el hecho de arrostrar la muerte con él, «sus més viejos amigos». Su silueta se destaca de la abstracciém un poco seca de las escenas precedentes, sin salir por ello del anoni- mato de la angustia y de la fraternidad. Pero el relato asciende a La deriva de la historia y la nocién del hombre 87 esa alba litica en que se mezclan vives y muertos, rostros de carne y semblantes de piedra, en las portadas de las iglesias y a la en- trada de las granjas. Son tres, dificiles de olvidar, porque su singularidad revierte sobre el hombre de siempre, tal como lo ve Malraux. Berger se siente unide a estos seres vives, que suefian con la mujer, con el hijo, con diversiones, con trabajar seriamente. He aqui la silueta de Leonardo, sastre remendén dei Casino de Paris, «el hombre con dulces ojos de podenco, y con lo que tiene a veces de punzante una expresi6n que ignora totalmente el orgullo». Este hombre tavo «suerten, una ver porque «pudo acostarse una noche con la pri- meta bailarina, pero sélo una noche, porque ella habla tenide an captichon (NA, p. 175). He aqui a Pradé que tiene un hijo de once afios, un muchacho fino, que podria estudiar; pero, sila gue- rra dura, seed demasiado tarde (NA, p. 179). He aqui la «lengua de rufidny de Bonneau, aceptado al fin por ia fraternidad de los otros soldades. He aqui la ingenua sensatez del que, después de una «leccién» sobre la necesidad de desmembrar a Alemania, ex- clama: «A los Fritz, me los conozce desde 1914; entre ellos los hay que nos molieron a palos, y otros que nos dieton pan. Es co- mo en todas partes (NA, p. 177). Esta sabiduria actésican parece triste y vulgar compatada con fa esperanza cristiana, que quiere que «no sea come en todas partes», y gue el hombre, «criatura crea- dora», sea fuente de renovacién, en la fuerza de Dios. Pero tam- poco Berger conoce mas que Ja sabiduria de aqui abajo, Ja que ha- bla feido en los rostros de los movilizadas: «Habia en todo esto una triste firmeza, la resolucién campesina contra le inundacién. Iban ef encuentro de la plagan (NA, p. 171). Igualmente, cuando el carro esté empotrado en una zanja, Ja angustia y la fraternidad unen a estos cuatre hombres: Esta exaltacién qne penetra violentamente en mi, gprocede de la comunién en el compromico mantenido af precio de la sangte? &Pro- 88 A. Malraux.—Eb apocalipsis de Ja_ historia cede de lo que tiene siempre de oscuro y solemne ef sacrificio humano? 1Cémo quieca que ninguno de estos hombres mueral (NA, p. 183). ‘También Cristo aquieres que ninguno muera, y que «alli donde el estd, estén ellos también». Lo quiere, y lo puede. De mafiana, en una aldea francesa casi totalmente abandonada, junto a dos campesios sentados en un banco, ante la fuente, las palomas, los gates, las eabras, y las zarzas, y la vida siempre idén- tica, surge el asombro: Estos son tiempos géticos. Nuestros cartes, al fin de la calle, Henan sus depésitos de agua, come monsiruos arrodilladus anie los pozos de Ja Biblia... }Oh vida, tan vieja! Y tan obstinada... Nosotros, y las de enfrenie, ya no valemos mis que para nucstra mecinica, para nuestro brfo, para nuestra cobardia. Pero ta vieja raza de hombres que hemos expulsado y que no ha dejado aqui més que sus herramientas, su ropa Blanca y sus iniciales sobre las toallas, me parece venida, a travds de milenios, de las tinieblas alladas esta noche —lentamente, avariciosa- mente cargada con todas Jos objetos que acaba de abandoner ante os otvos, las carreuillas y los rastros, fos arados biblicos, las perreras y las conejeras y las hornillas vacias (NA, p. 193). El narrador ya sdlo se siente «pacimiento», y la sontisa irénica de la campesina Je parece Ia imagen del hombre que arrostra la amuertes Reaparezca, con una sonrisa oscura, ef misterio det hombre, y le vesurveccién de la tierra ya no sera mds que decoracién vibrante. Ahora 88 Io que significan les antiguos mitos de seres atrancados a Jos mucr- tos. Apenas si me acuerdo del terror: io que Heve dentro de mi es el descubrimiento de un secrete sencillo y sagrado (NA, pp. 194 y 195). Henos agui lejes de las turbias esperanzas de la revolucién marxista, Henos aqui, més alld del tiempo y del espacio, entre hom- Mas alld de la historia 89. bres cuyo rostro apenas se diferencia del barro original. Ahora se tmanifiesta en el hombre esa cparte infima, mds profunda que to- das las culturas, que seria la respuesta ircebatible a la absurdez fun- damental ; ‘ Ast como el amigo de Stieglitz, en la prisién, no podia pensar mis que en los tres libros que «resistiann a Ia vergilenza y a la soledad, ast yo no pienso més que en lo que tesiste a la fascinacién de la nada. Y, de dia perdido en dia perdido, me obsesiona mis el misteria que no opone..., sino que vincula, por un camino borrado, la parte informe de mis compaiicros a los cantos que resisten ante ta eternidad del cielo nocturno, a la nobleza que los hombres ignoran en si mismos a la parte victoriosa del tinico animal que sabe que ha de morir (NA, p. 169), Esta parte informe de sus compafieros es el semblante casi and- nimo de los saldados en la mina, el frente de compasién que for- man contra la muerte de los rusos gaseados, la inagotable pacien- cia de los prisioneros de Chartres, el instinto paternal de Pradé que piensa en su tetofio de once afios; el suefio de Tristén ¢ Isolda vi- vide por Leonardo, que amé, una noche, a una primera bailarina; Ja hosca inocencia de Bonneau, el hombre de las cuatro fotos de puta, un poco electticista, un poco rufién y, sobre todo, un poco infantil: es esto, y es también la parte de los pobres, que conserva su semejanza de €poca en época. Esta parte se vincula a los cantos que resisten ante el cielo nocturne, a las obras de arte que expre- san la nobleza que los hombres ignoran en si mismos, contra ese destino que torna absurdas todas las culturas, todas las civilizacio- nes ¢ incluso la historia misma, de la que el arte ha de despren- derse, so pena de morit del todo. 3. MAs ALLA DB LA HISTORIA Una carta de 1934 esboza, mucho antes de la Psychologie de LArt, el nuevo tema de la superacién histérica + —El apocalipsis de la historia El drama eseucial esti en ef conilicto de tos dos sistemas de pen- samiento: uno, que hace de Ia vida una cuectién: el atto, que suprime toda cuestin mediante una serie de actividades. Espinosa coptea Lenin (MPLM, p. 121). La actividad suprime toda cuestién: parece que Malraux des- conffa de Ja accién misma, a causa del peso del destine con que esta tarada (MPLM, p. 121}, Malraux persigue una decantacién del hombre mds radical aim. Toda accién es impura, y, al parecer, la accién revolucionatia mas que las otras. Es, pues, necesario descu- bric una forma de «ser» que sea, en la mayor medida posible, un reto al destino y Ja liberacién mis absoluta con relacién al destino. Mientras el hombre actée en fa sociedad, en el mundo, suftird las violencias de la vida: estard «al mismo tiempo enviscado en ella con toda su capacidad de sujecién, y ausente con toda su fuerza» (TM, p. 19}; «estard al acecho de un pensamiento bastante Kicido pata defendetse... y no entregar, de sf mismo, mas que lo no esen- cialy (TM, p. 25); pero seguira estando demasiado cargado de ba- sro, de sangre, de tierra (CH, 401-402). Malraux, después de ba- ber hundido al hombre en fa sangre y en el terror de la revolu- cién, persigue ahora una esencia mds ligera, mds sutil, m&s inma- terial. La historia se ha hecho demasiado pesada, demasiado sangsien- ta, demasiado cargada de destino. En sa prefacio a Qu’une larme dans Vocéan. de Manes Sperber, Malraux alaba al autor, «no como lo hubiera hecho en otro tiempo, por su vinculacién histéricao, sino por su «desvinculaciény, por haber sabido recuperar el timbre grave de fos poemas primitives, ese imbre que se recupera cada vez que vemos pasar [a eterna deriva de Ja conciencia de los hombres por encima de la historia amenazadora, como el principe André veia pasar las nubes por encima de“ana pequefia e ilustre silueta en el campo nocturne de Austerlitz... (MIPLM, p. EL4). ot sidad del espacio y del tiempo. Pero he aqui que, ahora, el espacio y el tiempo de Ja historia, demasiado pesados, nos siguen amena- zandos es necesatio ie més alld, Se establece al silencio, porque los gritos de Jos vives se apa- gan ante las «voces del silencio»: comienza el monélogo de las artes milenarias, liberado de Ia historia, liberado de la vida... Carfruto It LA VOZ DE LOS MUERTOS Al reeditar en 1949 Les Conquérants, «ese libro de adolescen- te» (C, p, 247), Malraux hace el balance de las esperanzas inscritas en su primera novela: Si de los vivos, apenas hemos unido los suefios, jal menos hemos unido mejor a fos muertos! (C, p. 250). A lo large de veinte afios, hemos asistido a la agonfa del mito politico de Ja internacional (C, pp. 248-249}: las patrias nes vincu- lan, y sabemos que no consttuiremos a Europa sin ellas (C, p. 249), pues Ja atercera internacional», si Uegara a triunfar, rusificaria eb planeta. Europa no ha sabido dar a Asia mas que su angustia, y el gran alaride triste, evocado en La tentation de !Occident. China no sar bia qué hacer con aventuretos desespetados, y se ha «convertidon a la esperanza marxista. Mas, para Malraux, Mao Tse-tung es un efascistay, y vantes de veinte afios, otro ejército revalucionario le derrocard a su vez» (C, p. 247). Las esperanzas de ‘a revolucion se han reducido, con Ja policfa de Stalin y de Mao, a un «cambio de bibliotece rosa» (C, pp» 263-264), Una filosofia del arte 8 Frente a los forzados y los caddveres, hablar de fa «dialéctican resulta ridiculo e insultante: Al principio, el marxismo reconstrula el mundo de acueedo con Ja libertad, La libertad sentimental del individuo desempelié sn papel ine menso en ia Rusia de Lenin... Pera na se habia prevista que cel fue ture que cantar serfa este latgo alarido que se alza deade el mar Caspio al mar Blanco, y que su canto secfa la candén de tos presidiarios (Cy p. 265}. Hay, sin duda, en el marxismo «un pensamiento que quiere exaltar la solidatidad, el trabajo y un noble mesianismon; pero la propaganda ha hecho demasiades progresos desde Garin, y siem- pte tiene por base el desprecio del comprador y del votante: «el mayor periédico uso se titula Pravda, Ja verdad. Sin embargo, en Rusia existen los iniciados. ¢Desde qué grado se tiene ahora en Rusia derecho a ser mentiroso?» (C, pp. 248, 266, 267), Malraux, a partir de 1926, habla apostado por la accién, la cul- tura, la lucider, valores indisolublemente vinculados a la Europa de entonces». Lo que més cambié en China, en 1949, no fué Chi- na, ni tampoco Rusia; fué Europa: ésta dejd de contar alli (C, pp. 247-248), Es verdad, ude los vives, apenas hemos unido los shefiosy. Ante el fracaso de fas esperanzas revolucionarias, podria espe- sarse un recrudecimiento del pesimismo y de Ja angustia; peto es un canto de triunfo lo que el autor de Les Conquérants entona en 1949. Europa sabe ahora cudl es su misién auténtica: debe unix a los muertos, El fracaso de Ja internacional politica hace surgir en el horizonte Ja esperanza de una internacional de la cultura, El mundo de los vives, unificades en la libertad, ha muerto; pero lo reemplaza una cultura planetaria: 94 A, MabrenxrmLa voz de los muertos Una Jilosofia del arte 95 La mésica y Ins artes plisticas acababan de inventar su imprenta. Las traducciones entraban en todos los paises por la pueria grande...+ en fin, ha nacide ef cine. Y en esta sala, esta noche, podemos decir sin cee ridfculos: clos que estéis aqui sois In primera genoracidn de herederos de la tierra enteras (C, pp. 249-250). Ef lugar de tranemisin de esta herencia debe ser Europa, por- que América, pais de masas, confunde atin el arte con lo roman- cesco (C, p. 253}, y Rusia ahoga todo arte auténtico en el dogma- tisme del pensamiento (C, p. 257). Ahora bien, la tinica cultura que puede ser transmitida es ls que salva el arte, y Buropa es la tinica que puede alzar «la ensefia del arte» por encima de las sabiduelas y de las filosofias, a través de sus ctenacimientos» sucesives, en una parcial trascendencia (C, p. 258): Pero, en fin, de todos modos, la mitad del mundo dirige aun Ja mi- rada a Europa, y sdio Eucopa responde a su interrogacién profunds. Porque, gquién he ocupado el puesto de Miguel Angel? Este s+ plendor que se busca en elle, es ef fulgor postrero de ta hiz de Rem. brands. Y el gran gesto friolento con que Europa cree acompafiar 6 propia agonia, es tedavia'el gesto heroice de Miguel Angel (C. p. 258). Lo esencial de Is teorfa mairauxiana del arte se expresa ya en estas frases, pronunciadas en la Sala Pleyel, en 1948. Lo que el mundo espera de Occidente es la verdad, y no la mentira; es el respeto al hombre, no sur desprecio; es su libertad y su esperanza, no el alatido que se alza desde el Caspio al Blanco; no una biblio- teca rosa, sino el honor y {a valentia de ser hombre: pero todo esto, segiin Malraux, no hay que seguir buscindolo en la accidn propiamente dicha, sino en ef «chumanismo planetarion, cuyo foco es Europa: La pseudo-historia es cosa sin importancia ante ef gran oleaje de fas generaciones. Lo dnico que puede resucitar es esa pintura effmera que despietta, igual que las estatuas sumerias, el olvidado lengnaje de car to milenios (C, p. 271). La historia no tiene ningtin sentido. No se debe preguntar: «dhacia dénde?», sino tan sélo «¢a partir de dénde?». El arte cs audacia, Libertad, puesto. que esti totalmente decantado, aligerado del peso de una historia que no tiene ningtin significado, de una ideologia, de una Bilosoffa, de una metafisica religiosa, que son im- penetrables, La obra de arte, ligera de ropas, liberada, no es ya mas que su propia fuz: el gesto heroico de Miguel Angel, he ahi lo que ef mundo pide a Europa, mds alld de su aparente agonia. La aventura humana desemboca, pues, en un libro, cn una galeria de reproducciones. El «museo del hombre» acaba siendo el «museo del arten, y la imagen de Ja esperanza se ha convertido en un per- fil tallado en Ja piedra, Los ptisioneros tendidos en la catedral de Chartres participan de Ia invencibilidad de Ja esperanza humana en la medida en que sus rostros, en los que crece Ja barba, se su- perponen y se esfuman ante los de las estaruas géticas que Ilenan las portadas, porque ef pueblo de fas estatuas es més verdadero que el pueblo de los hombres, Tal es la «nueva esperanza», que acaso sea el desfallecimiento de la esperanza viva; tales son «las voces de los muertos», que tendremos que oir‘ 1 Los términas umuseo del hombre, museo del arten, citados arriba, ran sido temades del excelente articulo de A. BLANCHEY, La religion a Andvé Malraux, en Etudes, junio ce 1954, p. 293, La idea de an cdesfallecimiento» de Ia esperanza malraneiana, en fa obra consageada a fas artes plisticas. se halla en MPLM, p, 114. Quiero recordar las principales siglas para este ca- pitulo: las cifras entre paréntesis, sin mds indicacién, remiten al fibro Les Voix du Silence; La métamorphose des Dieux, on La nouvelle Nowvelle Re- une frangaise, mayo de 1954 (= MD, 1), junio de 1954 (m MD, HW); La sta- tuaive (e: S): Des Bas-teliefs aux grottes sacrées (= BR): Le Monde chrétien (= MC}: estas tres ltimos titulos constituyen Ios tres tomes def Musée imaginaite de la Sculpture mondiale; los tres temos de la Psychologie de TAdt se citan por PAMI, PACA, PAMA, (Le Musée imaginaire, La oration artistique, La monnaie de Habsolu).

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