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<![CDATA[Una etnografía de la administración de la pobreza]]>: <![CDATA[La producción social de los programas de desarrollo]]>
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Ebook419 pages5 hours

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LanguageEspañol
Release dateMay 3, 2024
ISBN9786074173277
<![CDATA[Una etnografía de la administración de la pobreza]]>: <![CDATA[La producción social de los programas de desarrollo]]>
Author

Alejandro Agudo Sanchíz

Alejandro Agudo Sanchíz es doctor en antropología social por la Universidad de Manchester, Reino Unido. Ha trabajado como consultor en programas de política pública y actualmente es profesor-investigador en el Departamento de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México. Es coeditor, con Marco Estrada, de los volúmenes (Trans)formaciones del Estado en los márgenes de Latinoamérica (2011) y Formas reales de la dominación del Estado (2014).

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    <![CDATA[Una etnografía de la administración de la pobreza]]> - Alejandro Agudo Sanchíz

    Siglas y abreviaturas

    Prefacio

    Este libro le debe mucho a mi continua intervención directa e investigación en diversas áreas de las políticas públicas. De manera especial, tiene su base en el aprendizaje adquirido entre 2005 y 2008, lapso en que me desempeñé como consultor-antropólogo en las evaluaciones cualitativas de impacto del Programa de Desarrollo Humano Oportunidades, considerado buque insignia del combate a la pobreza del gobierno federal mexicano y uno de los esquemas de transferencias condicionadas más importantes en Latinoamérica.

    Debido a la extraordinaria longevidad de Oportunidades, cuyos más de 15 años de vida lo distinguen de diversos esquemas y políticas de limitada continuidad, el tiempo de mi participación como evaluador externo podría parecer insuficiente para un estudio como éste. No obstante, mi trabajo de consultoría fue continuado, intenso —fascinante y provechoso en ocasiones, frustrante en otras— y multifacético. En marzo de 2005, comencé como investigador de campo en diversas localidades rurales del oriente de Michoacán, el sur de Jalisco y la Costa Chica de Guerrero, donde obtuve información que después analicé para contribuir a la reflexión sobre el impacto de los nuevos componentes del programa. En 2006, asumí la coordinación de las actividades del proyecto de evaluación, con el fin de realizar un balance de los hallazgos de las investigaciones que habían dado sustento a las evaluaciones cualitativas de años anteriores. El resultado fue un análisis etnográfico y diacrónico de los hogares incorporados al programa, el cual fue publicado en un libro colectivo coordinado por la directora y principal responsable de la evaluación (véase González de la Rocha, 2006a). A partir de 2007 y hasta fines de 2008, fungí como subdirector de la evaluación cualitativa, dedicada entonces a la valoración del impacto de largo plazo de Oportunidades en zonas rurales. Ahí coordiné a un equipo de investigación que trabajó varios meses en comunidades indígenas y no indígenas del norte, centro y sureste del estado de Chiapas. Asimismo, con el propósito de realizar una comparación, se realizaron entrevistas con igual número de hogares incorporados y no incorporados al programa, al mismo tiempo que otros investigadores de la evaluación realizaban estudios similares en los estados de Oaxaca, Chihuahua y Sonora.

    Estas facetas de mi desempeño como consultor supusieron diversos niveles metodológicos y fuentes de datos no restringidos al trabajo de campo o a los intensos periodos de colaboración con mis colegas evaluadores. Hubo también un sinnúmero de interacciones con diferentes actores implicados en el diseño, la mejora, operación e instrumentación de Oportunidades, y la intermediación entre sus distintos niveles de funcionamiento (directores, coordinadores, asesores, otros científicos sociales, líderes comunitarios, promotores locales del programa, personal de centros de salud y escuelas, etcétera).

    Otra fuente de investigación consistió en los estudios, informes y reportes, propios y ajenos, de las numerosas evaluaciones de Oportunidades, así como de sus lineamientos, reglas de operación y la nutrida literatura, técnica, propagandística y académica, en torno al programa. Con otros documentos de política pública y trabajos dedicados a los diversos enfoques sobre la pobreza, la vulnerabilidad y el desarrollo humano, he reexaminado estos textos desde una nueva perspectiva para utilizarlos como insumos de cara a una investigación social que trascendiera la lógica de la consultoría y la evaluación. Incluso, algunos trabajos académicos resultantes de esa investigación han sido objeto de ciertas revisiones para este libro.[1]

    La confluencia de estos ámbitos de investigación y desempeño profesional es resultado de mi doble posicionamiento dentro y fuera del Programa Oportunidades, al escribir para y sobre él. Mi calidad de observador participante en el programa —a menudo en una situación de marginalidad con respecto de otros actores y procesos que definen las reglas y la autoridad de la evaluación— es lo que posibilita que este libro pueda leerse como una etnografía sobre los principios y la práctica de la política social, realizada con el fin de contribuir a la antropología del desarrollo.

    Es necesario dejar claro que éste no es un libro sobre el Programa Oportunidades —sobre el que ya hay decenas de volúmenes, tesis y artículos—; de haber sido así —a pesar de la contextualización histórica y descripción más general del programa que presento en especial en el capítulo 2—, se habría requerido una lectura diacrónica más compleja de todos los cambios y continuidades experimentados por este esquema de combate a la pobreza durante su ya larga historia. Se trata de una serie de reflexiones a partir de mi experiencia profesional en el programa, y a lo largo de una etapa específica; orientadas por una perspectiva eminentemente etnográfica, aunque también situadas en el contexto más amplio de las políticas nacionales e internacionales para la ayuda al desarrollo (así como los marcos normativos para evaluarlas), los procesos locales y globales de poder vinculados al régimen contractual de la corresponsabilidad en el combate a la pobreza, y las construcciones sobre el papel del Estado.

    Lo anterior significa que no pocos de los argumentos y conclusiones vertidos aquí pueden resultar relevantes con respecto de otros procesos y experiencias de política social en México u otros países, algunos de los cuales citaré a lo largo de esta obra. Tan sólo en lo que respecta al Programa Oportunidades, pueden encontrarse otros estudios sobre los valores, suposiciones y conceptos que se hallan tras su modelo de política (Luccisano, 2002); sus impactos comunitarios (Adato, 2000); su uso político y el papel de sus intermediarios locales (Adato, Coady y Ruel, 2000; Hevia, 2010); sus implicaciones para la participación ciudadana (Hevia, 2009a; 2011), y sus efectos de género (López y Salles, 2006).

    Lo que aquí presento es, entonces, una interpretación posicionada que no excluye esas otras obras e interpretaciones, igualmente posicionadas y acotadas en el tiempo. Es una exploración personal de una serie de temas generales a través de lo particular, y no de una aseveración sobre el Programa Oportunidades tal y como realmente es (en términos absolutos), o de un recuento exhaustivo de éste, de su historia y sus logros en términos de reducción de la pobreza, contraloría social, democratización, construcción de ciudadanía, o cualquier otra abstracción similar.

    Es posible consultar informes muy interesantes de evaluaciones de impacto anteriores a 2005 (Adato, Coady y Ruel, 2000; Escobar y González de la Rocha, 2000, 2004, 2005b; Skoufias, 2001), así como trabajos académicos escritos desde otros marcos conceptuales, disciplinas y objetivos (Fiszbein y Schady, 2009; Fox, 2007; Levy y Rodríguez, 2005; Luccisano y Macdonald, 2012). En contraste con muchos de estos trabajos, el presente estudio se sitúa fuera de las lógicas administrativas de la consultoría, así como de las grandiosas miras de la ciencia política comparativa; concierne, sobre todo, a un momento histórico en un continuado proceso político e institucional, en algunas de cuyas facetas me incorporé entre 2005 y 2008. Durante dicho intervalo, pude observar importantes eventos y relaciones sociales, tanto a nivel de las comunidades de receptores e intermediarios del programa (capítulos 3 y 4) como al de las comunidades profesionales de éste (capítulo 6).

    De manera significativa, algunos integrantes de esas comunidades profesionales siguieron negando que Oportunidades equivaliera a la política social nacional en México (en contra de ciertos análisis internacionales y evaluadores que recomiendan ampliar y diversificar el programa), y enfatizaron en cambio su calidad de esquema de desarrollo enfocado sólo en la pobreza extrema, y necesitado de la coordinación con otros programas e iniciativas (Levy, 2009; Yaschine y Orozco, 2010). En buena parte, no falta razón a estos actores institucionales de Oportunidades: las políticas cambian a mayor velocidad que la vida de un programa concreto. Esto se refleja, sin embargo, en la actitud defensiva mostrada en ocasiones por dichos actores, quienes suelen dirigir sus energías al proceso de preservar el programa como un sistema de representaciones, en lugar de hacerlo con las acciones basadas en la retroalimentación de las evaluaciones. Por ello, la práctica del desarrollo social termina girando en gran medida en torno a la reproducción de modelos de política, como también se verá en el capítulo 6. De manera alternativa, el desfase de Oportunidades con respecto del rápido ritmo de la política puede traducirse en una incorporación urgente de conceptos tomados de nuevos e influyentes paradigmas del desarrollo humano, así como en improvisados intentos por vincular las acciones y responsabilidades del programa con instituciones públicas aquejadas de fallas de administración y carencias de recursos (capítulos 3 y 5).

    Con raíces en un ciclo político caracterizado por las crisis y los ajustes de las décadas de 1980 y 1990, cuando empezaron a proliferar ideas sobre el empequeñecimiento del Estado y la desregulación pública (discutidas en los capítulos 1 y 2 con fines de contextualización), el modelo del Programa Oportunidades se enfrenta en la actualidad a un momento en que se está abogando por un regreso a las políticas sociales universales en diversos países latinoamericanos (Alayón, 2012). Incluso, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) ha resaltado el papel activo —calificado como neodesarrollista e incluso posneoliberal— que están desempeñando ciertos Estados de la región en la formulación de políticas contracíclicas, la reducción de desigualdades, el incremento del gasto social y la regulación pública frente al capital financiero (Cepal, 2011; en Hurtado, 2012: 573). Quedaría pendiente una discusión de los procesos y las transformaciones que podrían estar experimentando esquemas de transferencias condicionadas e individualizadas como Oportunidades, tanto en México —aun lejos del también llamado giro a la izquierda de esos Estados— como en otras partes del continente.

    El que este libro sea fruto de una investigación antropológica, alejada de la lógica del informe del consultor, significa que sus objetivos no consisten en llegar a juicios sobre el éxito o fracaso de Oportunidades, ni explicar sus resultados a partir de diseños y modelos. Centrado en el desarrollo de ciertos acontecimientos y relaciones, mi análisis no implica un rechazo de este u otros programas sociales, los cuales tienen significativos efectos en las vidas de millones de personas. Cuáles sean exactamente estos efectos depende en parte de diversos factores no previstos en las teorías causales, racionalidades de medios y fines o marcos lógicos de esos programas, lo cual no excluye el hecho de que las políticas sean absolutamente centrales para lo que ocurre en los múltiples ámbitos o arenas del desarrollo social (Mosse, 2005a: 20). Como el propio David Mosse señala, los programas pueden ser objeto de exploración etnográfica en tanto conjuntos de procesos más amplios y relaciones históricamente específicas entre modelos de política social y los contextos donde éstos se instrumentan.

    Una vez más, el propósito anterior es en principio muy distinto al papel del evaluador de impacto, que consiste en prescribir soluciones a problemas, o juzgar prácticas con respecto de normas. Aquí surgen dos dificultades importantes. Por un lado, la práctica del desarrollo en ciertos ámbitos, así como los resultados de las propias investigaciones de los evaluadores, pueden cuestionar, aunque sea de forma implícita, los diseños y modelos de las políticas, lo cual constituye un importante recordatorio de la constante dificultad de separar las distintas funciones de investigación-acción del consultor antropólogo. Por otro lado, y quizás en relación con lo anterior, los dictaminadores de trabajos académicos sobre las políticas, y un número creciente de revistas científicas no necesariamente especializadas en estudios sobre el desarrollo social, raramente aceptan sin más el análisis crítico no comprometido. Una vez expuesto este análisis, el investigador —creyéndose a salvo de los restrictivos ámbitos gerenciales y los marcos normativos de las políticas— sirve prácticamente en bandeja la siguiente pregunta: ¿Y qué es entonces lo que propones tú?. Jugando un tanto con estas exigencias, en el capítulo 5 me he permitido hacer algunas recomendaciones sobre las implicaciones prácticas de mi trabajo para los programas de transferencias condicionadas, así como sugerir medidas concretas que pueden ser adoptadas por planificadores y practicantes de políticas de desarrollo social. No obstante, mis prescripciones tienen algo de irónico y, en dicho capítulo, están destinadas principalmente a sopesar de manera crítica algunas limitaciones de ciertos enfoques y marcos normativos para la evaluación de políticas. De hecho, uno de los temas centrales del libro es la problematización del fuerte componente prescriptivo de los esquemas de política social y, en especial, el análisis de las complejas relaciones y tensiones existentes entre lo normativo y lo descriptivo, entre la teoría y la práctica, o entre la política del desarrollo y la etnografía del antropólogo consultor. Sin ánimo de ser irreflexivamente crítico, en el capítulo 6 intento ser más constructivo al señalar las oportunidades para el aprendizaje proporcionadas por la evaluación de impacto, así como las consecuencias positivas del posible entendimiento entre los distintos actores que participan en las comunidades interpretativas conformadas por esta evaluación.

    Esto último nos llevará de nuevo a la inextricable relación entre las distintas facetas de la investigación en y sobre los programas sociales, pero sobre todo a lo que los antropólogos compartimos con los profesionales de las políticas, en una incómoda proximidad que revela discursos paralelos sobre el desarrollo y preocupaciones gemelas por resolver la tensión entre lo particular y la generalización. Por ello, el estudio antropológico de los programas y las políticas sociales ha de extenderse a las comunidades institucionales en las que participamos. Reducir la etnografía al estudio de los beneficiarios de la ayuda para el desarrollo, enmascara la experiencia personal del investigador. En mi caso, esta experiencia fue la de un consultor operacionalmente marginal que, no obstante, participó en confrontaciones sobre representaciones de la práctica del desarrollo. Estas representaciones tendieron a experimentar un proceso de objetivación que las separó de las prácticas a que aludían, e invirtió su relación con ellas, subordinándolas a estrategias, modelos y diseños de política. Cuando la etnografía se enfoca en este y otros aspectos de las comunidades profesionales de las que formamos parte, surgen importantes cuestiones sobre las relaciones de poder y los sistemas de valores que afectan nuestra propia producción de conocimientos. Las implicaciones que ello tiene para el papel del consultor antropólogo y su disciplina, delineadas en la introducción de esta obra, serán retomadas en particular en el capítulo 6 y las conclusiones del volumen.

    Finalmente, dado que comparte importantes enfoques y estilos de expresión con el género etnográfico —caracterizado por no revestirse con el traje de etiqueta oficial del elogio y el comentario indirecto (Mosse, 2006:942)—, este libro puede parecer inaceptablemente crítico. De nuevo, mi objetivo no consiste en desaprobar las políticas sociales, sino en examinar algunos de sus procesos significativos para comprender cómo pueden funcionar los programas de desarrollo —en lugar de juzgar si éstos funcionan o no—. Este trabajo no debería entonces ser visto como un caso de distanciamiento cínico ni arrepentimiento personal por haber participado en uno de estos programas. Al contrario, podría ser un estímulo o una invitación a otros antropólogos para satisfacer la creciente necesidad de intervención en las complejas y contradictorias arenas de la política pública, aunque también un recordatorio de los problemas que ello puede entrañar.

    En tanto experiencia provechosa que hizo posible este trabajo, reconozco el privilegio de haber sido parte de las evaluaciones cualitativas externas del Programa Oportunidades durante más de cuatro años. Esas evaluaciones fueron realizadas a partir del año 1999 por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), bajo la dirección de Agustín Escobar Latapí (1999-2005) y Mercedes González de la Rocha (1999-2008). A ellos dedico un especial agradecimiento por haberme invitado a participar pero, sobre todo, por haber convertido la evaluación cualitativa en una escuela donde investigadores de distintas generaciones aprendimos a diseñar y poner a prueba nuestras metodologías, así como a sostener la relevancia de nuestros hallazgos contextualizados frente a los requerimientos institucionales de la generalización y la replicabilidad. La evaluación cualitativa de 2005 contó además con la codirección de Fernando Cortés y la participación de Patricio Solís e Israel Banegas en un análisis sociodemográfico. A partir de ese año, las evaluaciones se financiaron con fondos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) vía el Programa Oportunidades. Para la evaluación cualitativa de largo plazo en 2007-2008, los coordinadores del programa tuvieron el acierto de aceptar la sugerencia de extender la investigación a la calidad de los servicios educativos y de salud disponibles para los receptores de transferencias; la propuesta de evaluación de Mercedes González de la Rocha tuvo además el mérito de introducir otros temas y objetivos novedosos que aumentaron considerablemente el alcance del estudio de impacto de largo plazo del programa. Mi conocimiento de la dinámica local de la cobertura y operación de Oportunidades debe mucho al trabajo de Juan Luis Sariego, quien coordinó la investigación para la evaluación de 2008 en Chihuahua.

    Por supuesto, las opiniones expresadas aquí son propias y no necesariamente reflejan las de mis colegas evaluadores, de los asesores de la evaluación, o las del personal del programa; aunque la retroalimentación y las críticas de todos ellos hayan sido muy importantes para este trabajo. El equipo de investigación de campo que coordiné en Chiapas para la evaluación de largo plazo estuvo integrado por Karla Milla Escobar, Rosalva Pérez Vázquez y Daniela Jiménez Rodríguez. Doy crédito a esta última por la inclusión de parte de su material etnográfico en los capítulos 3 y 4, y agradezco su autorización para ello. Asimismo, a partir de su experiencia de investigación sobre el programa en Chiapas, Rosalva Pérez produjo una interesante tesis doctoral que cito en algunas partes del libro. Por último, reconozco el financiamiento proporcionado por la Dirección de Investigación de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México para mi propio proyecto de investigación sobre las políticas sociales (2008-2010), que me permitió concluir las actividades que hicieron posible el presente trabajo. El capítulo 3 incluye asimismo material procedente de mi investigación doctoral en Chiapas, la cual recibió apoyo económico del Departamento de Antropología Social de la Universidad de Manchester (2001-2002) y una beca de la Wenner-Gren Foundation for Anthropological Research (2002-2003).

    Como suele anunciarse en estos casos, un vistazo a la bibliografía evidenciará mis deudas intelectuales. Citadas o no en esta bibliografía, algunas personas resultaron especialmente importantes en términos tanto académicos como personales, y merecen por ello un reconocimiento más específico. A los nombres propios citados en los párrafos anteriores, he de añadir el de Marco Estrada Saavedra, amigo e interlocutor extraordinario capaz de combinar el elogio y la crítica, así como de separar lo personal de lo profesional cuando es necesario, sin cuyo apoyo la investigación de esta obra difícilmente habría visto la luz más que en forma de ponencias o clases de posgrado. Marco Calderón Mólgora ha honrado asimismo mi trabajo con atención detallada y crítica, como también lo ha hecho en ocasiones importantes José Luis Escalona Victoria. El trabajo de este último resultó de gran ayuda para clarificar el contexto de Oportunidades en Chiapas y, en especial, la adyacencia al levantamiento zapatista de las comunidades receptoras de ayudas del programa en la región tojolabal. Quizá Yerko Castro Neira, amigo y colega en el Posgrado en Antropología Social de la Universidad Iberoamericana, no se imagina cuán importante fue su pregunta tras mi presentación de parte del material contenido aquí en un seminario de investigación: ¿Lo has publicado ya en alguna parte? (no se me había ocurrido). Agradezco igualmente que incluyera un artículo mío sobre estos temas en la lista de lecturas de uno de sus cursos, ya que la retroalimentación de los estudiantes puede llegar a ser muy provechosa. Blanca Aguerre estuvo ahí en todas las circunstancias, sin importar lo difícil que fueran algunos periodos del proceso de escritura ni lo insoportable que puedo resultar durante éstos. Una sincera disculpa por esas estancias de investigación realizadas a expensas de las vacaciones familiares y, sobre todo, muchas gracias por tu apoyo y cariño.

    Nota Prefacio

    [1] Los capítulos 3 y 4 son una reelaboración de argumentos vertidos en el texto Mejoras privadas, beneficios colectivos: la producción y subversión de regímenes globales de política social en Chiapas (Agudo, 2011). Algunas partes del capítulo 5 han sido tomadas de Opportunities for the Poor, Co-responsibilities for Women: Female Capabilities and Vulnerability in Human Development Policy and Practice (2010b). Finalmente, partes del capítulo 6 aparecen en Consultorías (pos)modernas. La mímica del positivismo y la construcción del conocimiento en la evaluación de programas sociales (Agudo, 2012).

    Introducción: Enfoques contemporáneos en la antropología de las políticas públicas y el desarrollo social

    Las obras recientes de antropología política discuten procesos de formación del Estado, la globalización y el cambio cultural, pero no suelen abordar la cuestión de las políticas públicas, a pesar de su significativa vinculación con dichos procesos.[2] Esta omisión parece ser síntoma de una subespecialización desarrollada en particular durante las últimas dos décadas, cuando las políticas públicas se presentan como un nuevo campo de estudio para la antropología (Shore y Wright, 1997), y aparece un número creciente de etnografías de políticas ligadas a programas de desarrollo (Hobart, 1993; Mosse, 2005a; Lewis y Mosse, 2006; Viola, 2000).

    La relación entre la antropología, los programas de desarrollo y las políticas públicas ha sido estrecha a lo largo del siglo XX. Tan sólo el caso de México ofrece numerosos ejemplos, entre los que se encuentran el proyecto para la población del valle de Teotihuacán, dirigido por el antropólogo Manuel Gamio entre 1917 y 1922 (Gamio, 1979); los esfuerzos antropológicos y arqueológicos de la Secretaría de Educación Pública (SEP) durante las décadas de 1920 y 1930; y la participación de muchos antropólogos en los proyectos de desarrollo industrial impulsados por el presidente Miguel Alemán entre 1946 y 1952, así como en la concepción y el empleo de las políticas indigenistas.[3]

    Más aún, el estudio de las políticas conduce directamente a temas que desde hace tiempo figuran en el centro de la antropología, como lo demuestra el interés de la disciplina por las normas e instituciones, la ideología, el conocimiento, el poder, la retórica, el discurso, el significado y la interpretación (Shore y Wright, 1997: 4; Hobart, 1993). Esta diversidad temática es consecuente con la propia fragmentación de las políticas, donde resulta difícil definir qué es exactamente lo que las constituye. Una política social, por ejemplo, puede encontrarse en el lenguaje, la retórica y los conceptos de los discursos políticos y documentos relativos a los programas de desarrollo; o bien estar encapsulada en los mecanismos institucionales para la toma de decisiones, la provisión de servicios y subsidios, y la evaluación de su impacto; o, finalmente, esa política puede ser lo que quiera que sus destinatarios experimenten en sus relaciones entre ellos y con los burócratas y funcionarios con los que entran en contacto. Con el propósito de tomar en cuenta estos aspectos de las políticas, la discusión que sigue las contempla de cuatro maneras distintas, pero interrelacionadas: forma particular de conocimiento y representaciones de éste; lenguaje de poder; forma de tecnología política y producto de la intermediación y traducción entre diversos actores.

    La discusión de los aspectos anteriores tiene además la intención de allanar el terreno para los capítulos siguientes. El propósito es partir de un ámbito discursivo y textual para profundizar en construcciones específicas del conocimiento y representaciones de los beneficiarios de las políticas del combate a la pobreza (véase el capítulo 2). Las racionalidades políticas implícitas pueden analizarse desde la perspectiva de ciertos críticos del desarrollo influidos en parte por Foucault, en particular por su noción de gubernamentalidad; si bien ésta nos llevará a la interpretación de las políticas como forma de tecnología de poder, el análisis deconstructivo de textos como representaciones de discurso conlleva el peligro de sobreenfatizar el poder de la llamada industria del desarrollo social para controlar a las poblaciones representadas. Es cierto que las políticas públicas forman parte de la política y por ello contienen proyectos de gobierno —dominación, regulación social, representaciones de la realidad destinadas a generar legitimidad y apoyos—, aunque también es necesario prestar atención a las negociaciones, complicidades, conformidades fingidas y conflictos que implica la consecución de dichos proyectos políticos. El que los gobernados se constituyan a sí mismos en sujetos gobernables —según una de las definiciones del concepto de gubernamentalidad—, no puede darse por hecho a partir de intencionalidades inferidas de textos y discursos; constituye más bien un problema de investigación que ha de plantearse respecto de espacios y grupos específicos en momentos determinados. Lo anterior nos conducirá a las arenas del desarrollo social, donde los regímenes de la política pública inherentes en textos y discursos son (re)producidos, subvertidos o apropiados por diferentes actores que traducen representaciones oficiales a sus propios valores, intereses y ambiciones (capítulos 3 y 4). Por supuesto, una de esas arenas está dada por los contextos profesionales e institucionales del desarrollo social, donde se produce un importante trabajo político e interpretativo destinado a reconectar esos efectos y prácticas imprevistos con sus esquemas normativos: la práctica del desarrollo también implica la reproducción de modelos de política (capítulo 6).

    Estos diversos niveles, textos, discursos y relaciones sociales se articularán en este libro con la ayuda de ejemplos y, en especial, mediante un caso concreto de intervención de política social en el que participé como observador interno. Como mencioné en el prefacio, este trabajo debe mucho a mi experiencia como consultor en la evaluación cualitativa de impacto del Programa de Desarrollo Humano Oportunidades. Al igual que mis excelentes preceptores y colegas académicos en la evaluación, tuve ocasión de entrar en contacto con las contradicciones y contingencias de la práctica de la política social, aunque también con instituciones cuyos sistemas de poder y conocimiento dificultan el enfoque en esas mismas contradicciones y contingencias.

    Las políticas como forma de conocimiento

    Un rasgo significativo de las teorías clásicas del desarrollo reside en su construcción del conocimiento científico como medio para la transformación socioeconómica (a menudo presentada como modernización) de las sociedades tradicionales. Además de la cuantificación y homogeneización de lo que puede ser cualitativamente muy diverso, este conocimiento implica la cosificación de nociones abstractas como cultura o sociedad, tratadas como obstáculos o facilitadoras para el desarrollo, según la época y el lugar (Hobart, 1993: 5-6). Como sostiene Mark Hobart, el empleo profuso de la metáfora resulta sorprendente en una epistemología que se pretende neutra y objetiva, aunque más asombroso resulta que las metáforas sean constitutivas de la propia forma de conocimiento representada en las teorías del desarrollo. Este conocimiento aparece como objeto, propiedad susceptible de comercialización o sistema, pero raramente como una serie de actividades contextualizadas y constituidas mediante una historia cambiante de prácticas y experiencias concretas (Hobart, 1993: 17; Desai, 2006: 174-175).

    El argumento sobre la inextricable relación entre el conocimiento y el orden social de su producción es ya conocido. Sorprende, entonces, que en los discursos y las prácticas de las instituciones del desarrollo siga siendo visto principalmente como una entidad o producto neutro, el cual puede acumularse o tratarse como un bien de consumo independiente de su productor. No obstante, esta construcción no debe sorprendernos si nos percatamos de que su persistencia resulta fundamental para la continuada justificación de las políticas sociales y los expertos que trabajamos en ellas. El conocimiento ha de sustraerse de sus contextos de producción y comunidades epistémicas particulares para ser transferido o vendido a otras unidades de producción; no hacerlo equivaldría a obviar el papel de los consultores (dueños de conocimiento) que se emplean en el mundo de las políticas. El proceso de conocer es público y disponible a escala local, adaptado en sus diversas formas a las circunstancias particulares que lo hacen apropiado en lugar de falso o verdadero en términos absolutos; sin embargo, es necesario convertirlo en conocimiento privado y mercantilizado a través de la consultoría para programas de desarrollo.

    Una de las implicaciones de esta transformación es la dicotomía entre teoría y práctica, así como la correlación jerárquica entre ambas —evidente, por ejemplo, en la idea de la práctica como implementación de la teoría o modelo de un programa de política social—. Sin embargo, la política contemporánea del desarrollo, representada como abstracción racional en contraposición al orden social que supuestamente gobierna, está históricamente cimentada en particulares acontecimientos, intereses, violencias y exclusiones (Mitchell, 2002). La aparente lógica y coherencia de las ideas de la política no son inherentes a ellas, sino producidas mediante prácticas y discursos que perpetúan el mito de la separación entre las ideas y sus objetos; la política no antecede a la práctica, sino que es producida por ella (Mosse, 2005a). En los campos de la teoría y economía políticas, este argumento se ha extendido al examen de los arreglos

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