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Apocalipsis Now El caballo de Troya literario de los oprimidos y marginados

http://pidolapalabra1.blogspot.com/2009_03_01_archive.html

Sea por ignorancia ingenua o por ingeniosa artimaña, no falta quien utilice los textos
apocalípticos bíblicos para sembrar miedo y cizaña. Es decir, para hacer con ellos lo
opuesto de su propósito: dar esperanza. Pero la esperanza bíblica y cristiana no es que
“el mundo se va a acabar y nos vamos para el cielo”, sino que Dios va a actuar aquí y
ahora porque Dios es el Señor de la creación y de la historia. No es pues la apocalíptica
literatura escapista.

En la literatura apocalíptica bíblica el universo se ve como un todo interconectado. Por


eso los eventos cósmicos en ella son comunes, al igual que la intervención divina. El
“fin del mundo” forma parte de ese lenguaje metafórico que no se puede leer
literalmente. Ese escapismo del mundo no es propio del judaísmo ni del cristianismo
bíblicos, sino del gnosticismo. La literatura apocalíptica es el “método oblicuo” que se
usa cuando no se quiere hacer un “asalto directo.” Es una especie de Caballo de Troya
teológico y literario. La apocalíptica es literatura subversiva de grupos oprimidos.[1]
Por eso, no es coincidencia que la época de mayor producción de literatura apocalíptica
judía y cristiana se diera entre los años 250 a.C. y 250 d.C.[2] Tampoco es coincidencia
que sea literatura favorita de quienes están hoy en condiciones similares.

La apocalíptica se fundamenta en un mundo de imágenes y metáforas provistas por la


cultura circundante y la lengua del hablante. Un paseo por los museos del Medio
Oriente antiguo nos da las imágenes. Un recorrido por la literatura apocalíptica nos
muestra las formas y las expresiones propias de este género. Si bien las distancias
cronológicas, lingüísticas, culturales entre nosotros y el mundo bíblico son grandes, el
estudio de la historia, las lenguas y el mundo bíblico puede poner límites tanto a la
especulación desatinada como al agnosticismo hermenéutico al acercarnos al mundo
de la exhuberancia y extravagancia apocalíptica. Miremos un caso del Antiguo
Testamento.

En su primera visión junto al río Quebar en Babilonia, en medio de impresionantes


efectos de luces y sonidos, Ezequiel vio seres alados con rostros humanos y de
animales, cuyo medio de locomoción eran unas extrañas ruedas movidas por el espíritu
y llenas de ojos. Encima de las criaturas ve una especie de bóveda. Y sobre la bóveda
algo semejante a un trono de zafiro y sentado en el trono alguien de aspecto humano.
(Ezeq 1). ¿Qué es todo esto y de dónde salió?

Esos seres alados y con rostros de animales, que nada tiene que envidiarle a Tolkien,
Lewis o Spielberg, existen en el mundo donde Ezequiel se encuentra. Están en los
templos y palacios de las grandes ciudades de Mesopotamia. Algunos son estatuas
colosales, otras están grabadas en las paredes de palacios y templos. Basta una
búsqueda de la ciudad de Nimrud en libros especializados o en Internet para
comprobarlo. Así las cosas, hay un sentido en que lo que Ezequiel vio, ya lo había visto.
No exactamente igual, pero no muy distinto. Las diferencias principales entre lo que
Ezequiel vio y lo que había visto antes es que en las representaciones asirias y
babilónicas estos seres sólo tienen un rostro y un par de alas.
Estas impresionantes figuras están cargadas de un alto contenido simbólico en su
composición. Como lo explican C. J. Wright y otros autores, según el mundo del Medio
Oriente Antiguo, los cuatro rostros se pueden comprender así: el rostro humano es la
imágen y semejanza de Dios, la majestad divina, dignidad y nobleza (Gen 1:28; Sal 8);
el rostro de león es símbolo de fuerza, ferocidad, valentía y realeza (Jue 14:18; 2 Sam
1:23; 17:10); el rostro de un toro representa fertilidad y divinidad (Pr 14:4; Sal 106:19–
20); y el rostro de águila es una metáfora para la rapidez, la agilidad y la visión aguda
(Deut 28:49; Isa 40:31; Jer 48:40). ¿Y de qué le sirve todo esto a un exiliado en
Babilonia? Ya veremos.

Continuará . . .

©2009Milton Acosta

[1]N. T. Wright, The New Testament and the people of God, Christian origins and the question of
God v.1 (London: SPCK, 1992), 285–287. Una opinión un poco diferente puede encontrarse en Jesús
Asurmendi, "Apocalíptica," en Historia, narrativa, apocalíptica, ed. J. M. Sánchez Caro (Estella,
Navarra, Epaña: Verbo Divino, 2000), 525–528.

[2]Una colección bastante extensa de esta literatura se encuentra en James H. Charlesworth, ed.,
The Old Testament Pseudepigrapha: Apocalyptic literature and testaments, 2 vols., vol. 1 (New York:
Doubleday, 1983).

Apocalipsis Now [2] Entre la desesperanza y la alegría

http://pidolapalabra1.blogspot.com/2009_04_01_archive.html

Ezequiel profetizó a judíos que probablemente excavaban canales de irrigación para


Babilonia, el imperio de turno.[1] ¿De qué manera da esperanza una visión apocalíptica
a un exiliado? Junto con la desaparición del reino del norte, el exilio de los judíos en
Babilonia es el hecho histórico más devastador para la identidad de ese pueblo en el
Antiguo Testamento. No se fueron todos, ni se quedaron exiliados por siempre, pero el
testimonio bíblico refleja un insoportable sentido de pérdida, desorientación y
desesperanza. Sin embargo, precisamente estas circunstancias se convirtieron en
terreno fértil para una gran cosecha teológica y literaria, parte de la cual es
precisamente la literatura apocalíptica.

Hay dos condiciones mínimas para que lo visto por Ezequiel tenga sentido para un
exiliado del siglo sexto a.C. y para cualquier creyente en situación de abandono: (1)
familiaridad con las imágenes y (2) con los referentes de dichas imágenes: la majestad
de Dios y a la acción de Dios en la tierra y en la historia. Si falta lo primero, las
imágenes se hacen presa del capricho, la especulación infundada hasta quedar
distorsionadas e irreconocibles; si falta lo segundo, es decir, si Dios realmente no hace
nada, quedan en ridículo el profeta y quienes tales historias creen y cuentan. No se
trata ni de monstruos inventados por mentes primitivas pre-científicas, ni de gente que
se consolaba con cuentos raros sabiendo que Dios ni ha hecho ni va a hacer nada por
ellos. En otras palabras, la apocalíptica “funciona” si se entienden las imágenes y si se
tiene la convicción de la acción de Dios aquí y ahora. Por eso es fundamental esta
literatura en momentos críticos de la historia del pueblo de Dios. La “visión apocalíptica
de la historia”, dice von Rad, “quiere ser también un mensaje directo, en una situación
histórica concreta.”[2]

Los cuatro seres de Ezequiel 1, con sus cuatro rostros y tantas alas apuntan a los
cuatro puntos cardinales o “esquinas de la tierra” o los cuatro vientos. La visión declara
que este Dios es adorado por las cuatro criaturas, que es soberano sobre toda la tierra
y en todas partes. Su presencia está en todos lados, literalmente como un rayo.[3] Las
imágenes son altamente significativas para el sacerdote judío exiliado en Babilonia.
Mientras el exilio es derrota, ausencia y abandono de Dios, fin de las instituciones que
alimentan la fe y la esperanza, la visión de Ezequiel es todo lo contrario: no estamos
perdidos, Dios está presente ¡hasta en Babilonia!, no nos abandona, sigue reinando en
su trono sobre la tierra y en su gloria indescriptible lo acompañan sus siervos
celestiales.

Como lo muestra el relato que hace Ezequiel de su visión, el profeta está muy
impresionado con lo que vio. Apenas si puede describirlo. Todo es “como”, “semejante
a”, “como figura de”. El mensaje para los exiliados no es de terror sino todo lo
contrario, de esperanza. Para ellos era claro, son las imágenes de su mundo utilizadas
y expresadas en su lenguaje. A ambas se puede acercar el creyente hoy para ver de
qué manera recibe esperanza en estos tiempos cuando muchos vivimos exiliados o
como exiliados y sentimos que Dios nos ha abandonado. Así pues, a nadie le vendría
bien un poco de apocalipsis de vez en cuando.

Como Ezequiel 1, el salmo 97 contiene nubarrones, fuego, relámpagos, trono y


truenos; además, el salmo 97 pareciera explicar en sus 12 versículos qué significa todo
eso, como lo hace Ezequiel en sus 48 capítulos. El marco literario del salmo (vv.1 y 12)
es la alegría. Así, la majestuosidad de Dios, con truenos y todo, es para el creyente
motivo de alegría. En el interior del salmo 97 y de todo el libro de Ezequiel están las
razones para la alegría: Dios es recto y justo, no tiene enemigo que le dé la talla
(incluyendo Babilonia y todas sus réplicas), ama a los justos y protege a sus fieles.

Eso entendió Ezequiel; pero como muestra su libro, no fue de un solo golpe. Necesitó
pensar y meditar en lo que había visto, requirió explicaciones, para luego hablarle a
unos exiliados cargados de derrota, desilusión y abandono de Dios. Eso hace la
apocalíptica: dar esperanza a marginados, extranjeros, desplazados y desubicados. Los
imperios de maldad caen y seguirán cayendo, mientras Dios permanece sentado en su
trono y muy pendiente de la justicia en la tierra.[4] De ahí la importancia de la
apocalíptica hoy.

©2009Milton Acosta

[1]Véase John Ahn, "Psalm 137: Complex communal laments," Journal of Biblical Literature 127, no.
2 (2008): 268; Rainer Albertz, Israel in Exile. Trad. David Green (Atlanta, Georgia, EEUUA: Society of
Biblical Literature, 2003), 100; William M. Schniedewind, How the Bible became a book: the
textualization of ancient Israel (New York: Cambridge, 2004), 157.

[2]Gerhard von Rad, Teología del Antiguo Testamento, I. Trans. Victorino Martín Sánchez
(Salamanca: Ediciones Sígueme, 1969), 213.

[3]Detalles en Christopher J. H. Wright, The message of Ezekiel (Downers Grove, Illinois, Estados
Unidos: InterVarsity Press, 2001), 47–50.
[4]Véase J. J. M. Roberts, "The enthronement of Yhwh and David: The abiding theological
significance of the kingship language of the Psalms," The Catholic Biblical Quarterly 64 (2002).

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